Vivimos en un sueño.
WILLIAM SHAKESPEARE,
La tempestad
Londres, primavera de 1941
Alguien la estaba llamando.
«Seguramente ya ha sonado el cese de alarma», pensó. Pero era sir Godfrey.
—Despierte —le dijo duramente—. ¿Me oye, señorita?
La cabeza le dolía.
«Seguramente me he quedado dormida durante el ensayo. Está furioso. —Y luego—: No puede tratarse de sir Godfrey, porque él siempre me llama Viola.»
Entonces se acordó de dónde estaban.
Seguían en el teatro bombardeado y ella estaba tendida encima de sir Godfrey, que soportaba todo el peso de su cuerpo.
—Lo siento, sir Godfrey —le dijo—. Me habré caído sobre usted cuando he perdido el conocimiento.
Él no respondió.
—¿Sir Godfrey? Despierte —le dijo, intentando apartarse de él. Sin embargo, la cabeza le dolió más todavía por el esfuerzo.
—No se mueva, señorita, ya llegamos —dijo una voz procedente de algún punto situado por encima de ellos dos—. Cuidado. Huele a gas.
—Sir Godfrey —insistió ella, sin éxito. Tendría que haber sabido que no podía salvarlo, que el equipo de rescate llegaría demasiado tarde—. ¡Oh, sir Godfrey! ¡Cuánto lo siento! —murmuró, y le apoyó la cabeza en el hombro.
—¡Señorita! —dijo la autoritaria voz—. ¿Está atrapada?
«Sí», pensó ella, y acto seguido unas manos se asomaron al agujero y la levantaron de encima de sir Godfrey.
—No. Déjenme. Está sangrando —protestó. Pero ya la habían sacado del agujero y la habían sentado y estaban apartando las butacas de las piernas de sir Godfrey. Colocaron un gato debajo de una columna, saltaron al agujero y se inclinaron sobre el actor.
—¿Había alguien más en el teatro cuando ha caído la bomba, señorita? —le preguntó el que la había sacado.
—No lo sé. Yo no estaba aquí. Cuando he visto que habían alcanzado el teatro he entrado a buscar a sir Godfrey y se me ha atorado un zapato —contestó, intentando explicar la situación—. Mientras intentaba sacar el pie he oído su voz…
—Bueno, no me extraña que se le haya atascado el tacón. Estos no son los zapatos más adecuados para explorar el lugar de un incidente —dijo el hombre, mirando el zapato dorado y el otro pie, descalzo, y luego la ropa que llevaba… o lo que quedaba de ella.
—He tenido que quitarme la falda para improvisar una compresa —le dijo, aunque ya no la escuchaba.
—Está herida —le dijo a alguien y, cuando Polly se miró, vio que llevaba el traje de baño y las manos ensangrentados.
—No es sangre mía. Es de Paige. —Y aunque era demasiado tarde y ya había muerto, les dijo—: Sir Godfrey tiene una herida en el pecho. Deben ejercer presión directamente sobre ella.
—Nosotros nos ocuparemos de él, no se preocupe —repuso el hombre, examinándole las manos—. ¿Seguro que no está herida?
«Tengo las manos manchadas de sangre —pensó, mirándolo sombríamente mientras él le miraba el dorso de ambas, buscando cortes—. Como lady Macbeth.»
—«¡Ah! ¿Nunca tendré limpias estas manos?» —murmuró.
—Señorita…
—Usted no lo entiende. Yo lo he matado. Alteré los acontecimientos…
—Está conmocionada —le dijo el hombre a alguien.
—No —repuso ella. No estaba conmocionada. Algo te conmociona si no te lo esperas, como le había pasado aquel día en las ruinas de St. George, al darse cuenta de que algo terrible había sucedido y que nadie iría a buscarla. Aquello era distinto. Sabía desde el principio que pasaría.
—¡Traed una camilla! —gritó el hombre.
«Es inútil. No podéis salvarme a mí tampoco —pensó, y se preguntó por qué no había muerto ella también a causa del gas—. Así no podría perjudicar a nadie más. No podría matar a nadie más.»
—Tengo que llevarla a la ambulancia. ¿Le parece que podrá andar?
—Sí. —Pensó: «No pueden tener camillas. La mayor Denewell se las habrá tomado prestadas todas.»
—Buena chica —dijo el hombre, cogiéndola del brazo para ayudarla a levantarse—. Vamos.
Pero cuando intentó caminar, se tambaleó y cayó hacia él, que tuvo que agarrarla.
—¿Tiene herida la pierna?
—No. Es el zapato —dijo—. Yo estoy bien. —Lo intentó de nuevo, pero le dio vueltas la cabeza y estuvo a punto de caer de bruces—. La cabeza…
—Ha respirado un poco de gas, señorita, por eso está mareada. —La sentó en el respaldo caído de una butaca—. Tiene que inspirar profundamente… así. —Alzó la cabeza y llamó a los hombres arracimados en torno al agujero—. Quédese sentada aquí un momento, señorita… ¿Cómo se llama?
—Mary —dijo, pero no era verdad. Estaba en el Blitz, no en los ataques con V-1—. Viola.
—Escuche, Viola. Me llamo Hunter. Quiero que se quede aquí mientras voy a buscar oxígeno para que lo respire, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
—Enseguida vuelvo. —Se reunió con dos hombres que caminaban por las ruinas cargados con una camilla. Les dijo algo, se quedó con la camilla y la llevó hasta el agujero, del que estaban sacando el pedazo de anfiteatro.
«Para poder extraer el cadáver de sir Godfrey —pensó ella, observándolos—. Deberíais esperar a que corten el gas.»
—¡Dadme un gotero de plasma! —gritó alguien desde el agujero, y uno de los hombres se alejó corriendo como un ciervo entre los escombros.
«¿Para qué corre? —pensó Polly, desconcertada—. Sir Godfrey ya está muerto.»
Fue cojeando hasta el agujero. Lo estaban sacando en la camilla. Llevaba el pecho vendado, con una compresa de gasa sobre la herida. También llevaba vendada la muñeca y el brazo conectado a un frasco de cristal lleno de plasma que uno de los hombres sostenía en alto.
—Despacio, no lo mováis tanto —dijo el que sostenía la botella cuando cargaron con la camilla—. Vais a conseguir que sangre de nuevo.
«No ha muerto», pensó, perpleja.
Sin embargo, eso no significaba que le hubiera salvado la vida. Únicamente había retrasado su muerte. Moriría en el hospital o antes de llegar a la ambulancia, mientras lo llevaban en camilla, pasando entre los escombros.
—¡Lo siento tanto! —dijo, y el hombre la miró.
—¿Qué demonios hace aquí todavía? —dijo el que sostenía en alto el plasma—. Necesita cuidados médicos.
Hunter se le acercó corriendo.
—Viola, voy a llevarla a la ambulancia —le dijo—. Páseme un brazo por encima de los hombros.
—Cuidado —dijo uno de los que llevaban la camilla cuando pasaban por encima de los escombros—. Si provocáis una chispa, volaremos todos.
—Tenemos que irnos, Viola —la apremió Hunter—. El teatro puede volar en cualquier momento.
Claro, el gas.
«Si la bota claveteada de uno de los camilleros roza la pata de hierro de una butaca, el gas explotará en una bola de fuego que nos tragará a todos, incluido Hunter, que se ha quedado atrás para ayudarme.»
Tenía que alejarse de él. A lo mejor si no estaba cerca de ella ni de la camilla cuando el teatro volara por los aires, solo sufriría heridas.
—Estoy bien. Puedo caminar sola —le dijo, y se apartó de él pasando entre los asientos derribados, tan deprisa como podía con un pie calzado y el otro descalzo.
—¡Cuidado, más despacio! —le gritó Hunter—. ¡Se va a caer!
Trepó a un montón de asientos y pasó por encima de una barandilla de caoba. Los camilleros estaban a mitad de camino y el del plasma sostenía la botella como si fuera un farol. Polly bajó a lo que había sido una pared decorada con las máscaras de la Comedia y la Tragedia. Miró hacia atrás. Hunter la seguía, a pocos pasos de distancia.
«Aléjate —pensó, frenética, renqueando, pisando la Tragedia, pisando la Comedia—. Soy mortífera.» El zapato que todavía llevaba se hundió en el yeso y quedó atrapada hasta el tobillo. Cayó hacia delante, de rodillas, y se apoyó en ambas manos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Hunter y, antes de que pudiera advertirle de que no se le acercara, saltó a su lado y la ayudó a levantarse—. ¿Está herida?
—No… El pie…
—¡Necesito ayuda! —les gritó Hunter a los camilleros—. Está…
—No —dijo Polly—. Déjeme aquí y vaya a buscar una palanca.
Pero él ya se había arrodillado para tirar de su tobillo.
—Se ha atascado el tacón —comentó—. ¿Puede sacar el pie del zapato?
«No», pensó ella, girando la cintura para mirar la camilla. El equipo de rescate ya casi había llegado a la salida. La explosión se produciría en cualquier momento. Hunter no tendría tiempo de salir aunque la dejara inmediatamente.
—Lo siento muchísimo —le dijo.
Seguramente él creyó que se refería al zapato, porque respondió:
—Da igual. Tendremos que sacarla con el zapato puesto. —Metió la mano por el agujero dentado del yeso y forcejeó para liberarle el pie—. Ya le había dicho que tendría problemas caminando sobre los escombros de un incidente con esos tacones, aunque, al fin y al cabo, ha sido una suerte que lo hiciera.
«No. No lo ha sido —pensó con amargura—. He conseguido que se maten todos.»
Se volvió para echar un último vistazo a sir Godfrey y a los camilleros, pero ya no estaban.
—¿Dónde…? —preguntó, y oyó gritos, puertas que se cerraban y un motor que arrancaba.
«La ambulancia —pensó—. Se lo llevan al hospital.»
La ambulancia aceleró, haciendo sonar las campanas. Aquello significaba que sir Godfrey seguía con vida. Que los rescatistas seguían con vida. Que el teatro no había volado por los aires.
—Lo han conseguido… —murmuró, incapaz de asimilarlo.
Hunter alzó la vista un momento, dejando de tirar de su pie.
—Bien. Estará bien cuando llegue al hospital y le suturen la herida. Puede estar orgullosa. Le ha salvado la vida.
«Como Mike se la salvó a Hardy. Como Eileen impidió que Alf y Binnie se embarcaran en el Ciudad de Benarés.»
—Ha sido muy lista taponando ese agujero con la ropa —le dijo Hunter—. Si no lo hubiera localizado y sabido lo que hacer, ese hombre habría muerto.
«Es verdad.» Si no se le hubiera atascado el tacón no se habría agachado para liberarlo y no habría oído a sir Godfrey. Si no hubiera llevado aquellos zapatos, no se le habría atascado el tacón.
—Por una herradura… —murmuró, y fue como si viera a Mike diciendo: «Si hubiera venido en otro momento, no habría perdido el autobús; no me habría quedado atrapado en Saltram-on-Sea ni me habría quedado dormido en el barco del comandante.»
«Y si yo no hubiera ido a presentarme voluntaria en la Oficina de Colocación para conducir una ambulancia, no me hubieran asignado a AESN y no habría estado actuando en el Alhambra…»
—Intente mover el pie adelante y atrás —le pidió Hunter—. Eso es. —Metió más el brazo en el agujero—. Siga moviéndolo. Ya casi se lo he desatascado.
Ella asintió ausente, pensando: «Si la señora Sentry no me hubiera visto actuar en Cuento de Navidad, no me habría colocado en la AESN.»
Pero entonces, ¿por qué, si el continuo espacio-tiempo intentaba autorrepararse, no le había impedido a ella estar allí como había impedido a Mike llegar a Dover, como había impedido a Eileen y Mike alcanzar al señor Bartholomew la noche del veintinueve?
«Esa noche, Mike apartó de un empujón a esos dos bomberos del muro que se caía —pensó de repente—. Y Eileen también le salvó la vida a alguien: al hombre de la ambulancia.» Y quien conducía era Binnie, a quien Eileen había cuidado durante su neumonía.
¿Por qué, si el pasado se estaba sellando para reparar los daños causados por Mike, no había impedido que Eileen le salvara la vida a la víctima de un bombardeo?
La noche del veintinueve habían muerto ciento sesenta personas. Habría sido fácil eliminar a Mike, a Eileen, eliminarla a ella. O permitirles encontrar a John Bartholomew y regresar a Oxford. Si hubieran regresado, no habrían estado ya allí para complicar todavía más las cosas. Polly no habría podido salvar a sir Godfrey ni Eileen al hombre de la ambulancia. Y Eileen había tenido a Bartholomew al alcance de la mano. Había corrido tras él. Sin embargo, Alf y Binnie le habían impedido alcanzarlo. Alf y Binnie, que no se habían embarcado en el Ciudad de Benarés gracias a ella.
—Ya está —dijo Hunter, liberando tan de golpe zapato y pie que estuvo a punto de caerse—. ¿Se encuentra bien? —le preguntó, sujetándola.
—Sí —repuso ella, enderezándose y sacando el pie del enyesado, molesta porque le había hecho perder el hilo. ¿Por dónde iba…?
Alf y Binnie. Los niños le habían impedido a Eileen alcanzar a John Bartholomew.
—¿Se ha hecho daño en el tobillo?
—No. —Echó a andar sobre los escombros de nuevo para que no le siguiera hablando, para que no rompiera la frágil hebra de sus pensamientos.
Si Alf y Binnie habían impedido que Eileen alcanzara a John Bartholomew…
«También impidieron que regresara a Oxford el último día de su misión porque la contagiaron.»
Si Alf no se hubiera puesto enfermo, Eileen no habría sido puesta en cuarentena ni habría estado presente para acompañarlos de vuelta a Londres ni para guardarse la carta dirigida a la señora Hodbin. Y si la red hubiera enviado a Mike al día correcto, habría podido tomar el autobús a Dover y jamás habría acabado en Dunkerque ni salvado a Hardy.
«Y si la red me hubiera mandado a las seis de la mañana en lugar de por la noche, no me habría encontrado en la calle durante un bombardeo ni acabado en St. George ni conocido a sir Godfrey.»
Sin embargo, se suponía que la función del desfase era prevenir que los historiadores alteraran los acontecimientos. Se suponía que…
—No es por ahí —le dijo Hunter, agarrándola del brazo.
—¿Qué?
—Por ahí no logrará salir. Está bloqueado. Venga por aquí. —La llevó por encima de una columna derrumbada y bajando una escalera destrozada—. Eso es, solo unos cuantos pasos más.
—¿Qué ha dicho? —le preguntó Polly, sujetándole la mano con que la agarraba del brazo, intentando que dejara de andar.
—He dicho que «solo unos cuantos pasos más». Ya casi hemos llegado.
—No. Antes de eso. Ha dicho…
Pero ya habían bajado las escaleras y salido del teatro, así que él la dejó en manos de dos FANY.
—Hay que llevarla al hospital —les dijo—. Posibles heridas internas e inhalación de gas. Está un poco confusa.
—¡Aquí! —gritó un hombre que llevaba casco desde la acera de enfrente, y Hunter fue hacia él.
—¡Espere! —le dijo Polly.
Había estado a punto de sacar una conclusión que se le había estado resistiendo hasta que él le había dicho que acababa de salvarle la vida a sir Godfrey.
—Tengo que hablar con él —les dijo a las FANY. Sin embargo, Hunter ya se había ido y la estaban abrigando con una manta y subiendo a la ambulancia—. Tengo que preguntarle…
—El hombre al que ha salvado ya va camino del hospital. Puede hablar allí con él —le dijo la FANY, cubriéndole la boca y la nariz con una mascarilla—. Inspire profundamente.
—No —dijo Polly, apartándola con violencia—. No me refiero a sir Godfrey sino a Hunter, el que me ha sacado. —Habían cerrado las puertas y la ambulancia se movía—. Conductora, tiene que volver. Ha dicho una cosa cuando salíamos del teatro y tengo que preguntarle qué.
—Está confusa —le gritó la ayudante a la conductora—. Es por el gas.
«No, no es por el gas. Es una clave.»
Hunter había dicho… algo, algo que le había recordado repentinamente a otra persona diciendo exactamente lo mismo… y momentáneamente todo había tenido sentido: Alf y Binnie impidiéndole el paso a Eileen y Mike desatascando la hélice y la varicela y el desfase y Cuento de Navidad. ¡Si consiguiera acordarse! Hunter había dicho: «Por ahí no logrará salir. Está bloqueado.» Como sus portales. El suyo había sido bombardeado, en el de Mike habían instalado un cañón y el de Eileen había sido vallado y convertido en campo de tiro, impidiéndoles el regreso. Al igual que Alf y Binnie le habían cortado el paso a Eileen y el guardia de la estación le había impedido a ella marcharse de Notting Hill Gate para ir al portal la noche que St. George había sido destruida…
«Tenía que ver con esa noche —pensó—. El guardia no me dejó salir y me fui a Holborn…»
—No duele —le dijo la FANY, volviéndole a cubrir la nariz y la boca con la máscara y sujetándola firmemente—. No es más que oxígeno. Le despejará la cabeza.
«No quiero tener la cabeza despejada», pensó Polly. No hasta haber recordado lo que había dicho Hunter, no hasta haber encajado las piezas. Era un rompecabezas, como los crucigramas de Mike. Tenía algo que ver con Holborn y el autobús de Mike y la AESN y su zapato. No, con su zapato no… con la herradura que el caballo había perdido.
«Por el caballo se perdió la batalla, por la batalla se perdió la guerra…» La ambulancia se detuvo. Abrieron las puertas y la entraron en el hospital, pasando por delante de una mujer sentada a un escritorio. «Como Agatha Christie esa noche en St. Bart», pensó y, por una milésima de segundo, casi lo supo. Era algo relacionado con Agatha Christie y con la noche que ella había ido a Holborn. Las sirenas habían sonado temprano y el guardia le había impedido ir al portal, por eso no estaba allí cuando la mina había estallado, los había dado por muertos a todos y había vuelto tambaleándose a Townsend Brothers, y Marjorie la había visto y decidido fugarse con su aviador…
—Vamos a quitarle eso —dijo la enfermera, y le quitaron el bañador ensangrentado, le pusieron una bata de hospital y la acostaron, bombardeándola a preguntas, de modo que no conseguía concentrarse.
Tuvo que explicar que no se llamaba Viola en realidad sino Polly Sebastian, que no era una corista del Windmill, que no estaba herida.
—No es mi sangre —insistía—. Es la de sir Godfrey.
Casi se había olvidado de sir Godfrey, tan concentrada como estaba en recordar lo que le había dicho Hunter; pero, si había muerto de camino al hospital, daría igual que lo hiciera. Si no le había salvado la vida…
—¿Está aquí? —preguntó—. ¿Está bien?
—Mandaré a alguien a comprobarlo —le prometió la enfermera, tomándole el pulso y tapándola con las mantas—. Esto la ayudará a dormir.
—No quiero dormir —protestó Polly, demasiado tarde porque ya tenía la aguja clavada en el brazo—. Marjorie… —murmuró, decidida a no abandonar su línea de pensamiento.
Marjorie había decidido fugarse con su aviador, por eso estaba en Jarmyn Street cuando había sido bombardeada y por eso… El sedante iba haciéndole efecto y las ideas se le escurrían como la niebla, en volutas, alejándose de su alcance. No conseguía recordar si Marjorie… no. Marjorie no. Agatha Christie. Y la varicela y un caballo y esa noche en Holborn. No había tenido dónde sentarse, así que se había quedado de pie haciendo cola en la cantina, esperando a que se pararan las escaleras mecánicas, y Alf y Binnie habían pasado corriendo y robado la cesta de picnic de aquella mujer. Alf y Binnie, que habían impedido que Eileen fuera a San Pablo… no, Eileen no… el señor Dunworthy. Habían impedido que el señor Dunworthy fuera a San Pablo y él había chocado con Alan Turing. No. Quien había chocado con Alan Turing había sido Mike. El señor Dunworthy había chocado con Talbot y el pintalabios había rodado por el suelo y sir Godfrey…
Seguramente Polly dijo en voz alta su nombre porque la enfermera se acercó corriendo.
—Sir Godfrey está descansando tranquilamente. Ahora, intente dormir.
«No puedo —pensó confusamente Polly—. Tengo que estar allí.»
Hunter había dicho: «Si no está, no habrá nadie que advierta del inminente desastre.» No. Aquello lo había dicho sir Godfrey, cuando hablaba de la señora Wyvern y el musical. Hunter había dicho: «Ha sido una suerte que supiera lo que hacer.»
«Aprendí en Oxford —pensó Polly—, así que puedo hacerme pasar por conductora de ambulancias para observar los V-1 y V-2. Pero la mayor nos mandó a Croydon a buscar a John Bartholomew. No, a Croydon no, a San Pablo. Sin embargo, la calle estaba acordonada por culpa de una UXB y pasé la valla y subí la colina, pero era un callejón sin salida. Tomé por el camino equivocado…»
El camino equivocado. Eso había dicho Hunter: «Por ahí no.»
—Por ahí no —murmuró Polly, y vio a la bibliotecaria pelirroja de Holborn con una edición en rústica de una novela de Agatha Christie, diciendo: «Estoy convencida de que sé quién es el asesino y, luego, casi al final, me doy cuenta de que he estado enfocando mal la situación y que los hechos son otros.» No, eso no lo había dicho la bibliotecaria sino Eileen, aquel día en Oxford. No, tampoco. Pero daba igual porque Polly lo tenía (la idea que había estado persiguiendo mientras andaba entre los escombros del teatro) y todo encajaba: Talbot y Marjorie y San Pablo y la varicela y la tirilla rebelde de su zapato dorado. Todo tenía sentido y sabía que era crucial retener aquella idea, no permitir que se diluyera… pero era imposible porque el sedante le nublaba la mente y las ideas se le escapaban.
—Como el hechizo de La bella durmiente —intentó articular, sin lograrlo, porque se había quedado dormida.