¿Son las sombras de las cosas que sucederán o solamente las de las que quizá sucedan?

¿Son las sombras de las cosas que sucederán o solamente las de las que quizá sucedan?

CHARLES DICKENS,

Cuento de Navidad

Londres, invierno de 1941

Un buen rato después de que el señor Dunworthy se lo hubiera dicho, Polly seguía todavía allí sentada, junto a su cama. Creía que durante las largas noches que había permanecido desvelada en el andén o en la escalera de incendios había imaginado todas las explicaciones posibles para su situación, todas las espantosas consecuencias, pero aquello era muchísimo más terrible. No solo iban a morir ellos, sino que serían responsables de la muerte de todos aquellos que les habían brindado su amistad, que los habían ayudado y habían sido amables con ellos: Marjorie y el pastor de Eileen; Daphne, la señorita Laburnum y sir Godfrey. Todos cuantos les importaban.

—Entonces, ¿así será? —dijo finalmente.

—Lo siento muchísimo —le aseguró el señor Dunworthy, y ella no pudo más que asentir, con los ojos llenos de lágrimas, compadeciéndolo, compadeciéndose y compadeciendo a toda la gente a la que habían matado. A toda la gente a la que matarían.

Seguramente emitió algún sonido porque el señor Dunworthy quiso tocarla.

—Polly…

Ella se levantó y le cogió el vaso.

—Intente descansar —le sugirió, y apagó la luz.

Se llevó el vaso a la cocina, a oscuras, y lo dejó en la mesa, junto al libro de cuentos de Binnie. Luego bajó al sótano y se sentó al pie de la escalera, mirando fijamente la oscuridad. Había creído no tener ya ninguna esperanza de que los rescataran incluso desde antes de la muerte de Mike, incluso antes de que no consiguieran entregarle el mensaje a John Bartholomew, pero en aquel momento se daba cuenta de que en el fondo había seguido hasta cierto punto esperanzada y creyendo que habría alguna otra y mágica explicación, como decía Eileen, para todo. Una explicación en la que todos los hechos encajaban y que habría tenido todo el tiempo delante de las narices sin verla. Sin embargo, aquello no era una novela de Agatha Christie, con una solución limpia y un final feliz. No había final feliz… y la asesina era ella. Todos ellos eran asesinos. El señor Dunworthy había asesinado a una Wren y Mike al comandante Harold y a Jonathan; Eileen había sido la responsable de que el pastor se alistara y ella misma de que Marjorie se uniera al Cuerpo de Enfermeras. ¿Serían ellos los siguientes, o serían Hardy, Alf, Binnie, sir Godfrey…? O la señora Sentry, o las FANY de Woolwich y Croydon a las que Polly había pedido los suministros, o el niño que le había pedido silencio durante la comedia musical navideña, o los desconocidos que habían tenido la mala suerte de estar cerca de ellos en Townsend Brothers o en la estación de metro de Trafalgar Square cuando el continuo, girando, echando chispas y chorreando como una incendiaria, quemando el espacio y el tiempo, acabara con ella o con el señor Dunworthy o con Eileen…

Se acordó de repente de Ethel, del departamento de librería de Townsend Brothers, que había muerto víctima de la metralla. ¿La había matado Polly hablando con ella de las guías de ferrocarriles y de avistar aviones?

Permaneció sentada el resto de la noche en el sótano, hasta que Alf abrió la puerta y gritó:

—¡Está aquí abajo!

Cuando subió las escaleras, Eileen estaba preparando el desayuno y Binnie ponía la mesa.

—¿Qué hacías ahí abajo? —le preguntó Alf—. No he oído que cayeran bombas.

—Estaba pensando —dijo Polly.

—¡Pensando! —exclamó el niño.

—Calla —le ordenó Eileen. Y a Polly le dijo—: No te preocupes. El señor Hobbe se pondrá bien. Le ha bajado la fiebre. —Mandó a los niños a su habitación para que se vistieran—. No irán a cogerte como vigilante de bombardeo, ¿verdad?, ni en un equipo de rescate tampoco, ¿no? Anoche, con todo el lío, se me olvidó preguntártelo.

«El lío.»

—No —repuso.

—¿Volverás a intentarlo hoy? —le preguntó Eileen.

«Tú no lo comprendes —pensó Polly—. Soy la última persona que alguien querría en un equipo de rescate, sacando gente de debajo de los escombros y administrándoles los primeros auxilios.»

De repente se acordó del hombre de Croydon al que le había hecho torniquetes en las piernas. Había estado temiendo que hubiera muerto, pero ¿y si tenía que morir entre los escombros y, salvándolo, lo había condenado a una agonía más larga y dolorosa en el hospital? ¿Y si aplicarle aquel torniquete había sido la acción que había roto el equilibrio y los había llevado a todos al precipicio? No. No podía haberlo sido porque su portal se había abierto después y le había permitido volver a Oxford y regresar de nuevo para finalizar su misión. Aunque podía haber contribuido a acercar la porcelana un poco más al borde de la mesa.

—Lo que digo es que has visto con el señor Dunworthy lo peligroso que es estar en la calle de noche —decía Eileen—. Trabajar como vigilante lo es muchísimo más.

—Tienes razón. No voy a dedicarme a eso.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó aliviada Eileen, abrazándola—. ¡Me tenías preocupadísima! Ahora, siéntate y tómate una taza de té. Yo voy a llevarle esto al señor Dun… al señor Hobbe.

Polly obedeció. Eileen no volvió hasta al cabo de varios minutos.

—Le he preguntado por el Alhambra —le susurró entonces—. Me ha dicho que no fue bombardeado, que solo dos teatros sufrieron daños durante el Blitz y ninguno durante una función.

«Tendré que decírselo —pensó Polly con desesperación—. Todavía no, sin embargo. No soporto la idea ahora mismo.» Además, Alf y Binnie habían vuelto a la cocina y discutían sobre quién debía dar de comer al loro.

—¡Cuidado con el hueco del andén, Binnie! —graznó el bicho.

—¡No me llamo Binnie! ¡Me llamo Vera! Como Vera Lynn.

—¿No te llamabas Rapunzel? —le echó en cara Alf con la boca llena.

—Rapunzel era una cabeza de chorlito —repuso Binnie. Le dio un pedacito de pan al loro—. Di: «¡Cuidado con el hueco del andén, Vera!»

«Tenemos que mandarlos lejos —pensó Polly—. Será el único modo de que estén a salvo. Deben evacuarlos.» En cierto modo, tenía gracia.

—¿Por qué se quedaba ahí sentada Rapunzel, en esa torre? —preguntó Binnie—. ¿Por qué no se cortaba la trenza y la usaba como si fuera una escala para bajar? Eso habría hecho yo. No me habría quedado en ninguna torre del año de Maricastaña.

Con el ajetreo de quitar la mesa, recoger los libros y cuadernos de los niños y atarle el lazo a Binnie, Polly no tuvo ocasión de hablar con Eileen a solas.

—Alf, súbete los calcetines —le ordenó Eileen al niño, poniéndose el abrigo—. Binnie, deja de hacer eso. Polly, ¿puedes ir a buscar la carne y los huevos para el señor Hobbe? —Le pasó la receta que había extendido el médico—. Y a ver si el carnicero tiene un hueso para hacer caldo.

Polly prometió ocuparse de todo e ir a recoger las cosas del señor Dunworthy de su alojamiento. Se vistió, lavó los platos y luego, cuando ya no pudo posponerlo más, fue a ver al señor Dunworthy.

El hombre parecía incluso más débil a la luz grisácea de la mañana. Tenía la piel de las sienes y las mejillas transparente, pero por primera vez desde que lo había encontrado, no parecía tener más noticias malas que darle.

—Tiene mejor aspecto —le dijo—. ¿Cómo se encuentra?

—Tendría que ser yo quien te lo preguntara a ti.

Polly sonrió con amargura.

—Sigo entera.

—Como San Pablo.

Exactamente como San Pablo, que se erguía con las cicatrices de las bombas en medio de un mar de devastación.

—Anoche tenía algo más que decirte —prosiguió el señor Dunworthy—. No sabemos con seguridad que se perdiera la guerra. Cabe la posibilidad de que el continuo espacio-tiempo lograra reparar los daños que le causamos.

—Aunque tuviera que matarnos para conseguirlo —dijo ella. Aunque eso era mejor que la alternativa. Y su empeño en impedir que Hitler ganara la guerra no se diferenciaba del de decenas de miles de soldados y civiles británicos que tampoco tenían ninguna garantía de éxito; aunque por lo menos no tenían que preocuparse de estar poniendo en peligro con su simple presencia a todos cuantos compartían con ellos la trinchera o el refugio.

—¿Qué me dice de los demás? —le preguntó a Dunworthy—. De los contemporáneos con los que nos hemos relacionado.

—No lo sé. Los mismos factores que han protegido el continuo espacio-tiempo durante tanto tiempo, o sea la capacidad de absorber y paliar y anular los efectos, pueden ser también factores de su corrección.

«En resumidas cuentas: a lo mejor solo tendrá que matar a unos cuantos.»

—Si nos mantenemos alejados, sin tener ningún otro contacto con ellos, ¿cabe la posibilidad de que no los destruya?

—No lo sé. Puede ser. —No parecía demasiado esperanzado—. Es imposible saber hasta dónde alcanza el daño causado o si las alteraciones ya ocasionadas deben ser contrarrestadas necesariamente.

¿Alf y Binnie tendrían que haberse ahogado en el naufragio del Ciudad de Benarés o perdido la vida al igual que su madre cerca de Piccadilly Circus? ¿Tendrían que haber muerto Marjorie bajo los escombros, el cabo Hardy en Dunkerque y Stephen Lang camino a Londres desde Hendon? ¿O en cambio la señora Hodbin habría tirado la carta a la basura, recogido otro barco al cabo Hardy y sobrevivido el resto de ellos para hacer exactamente lo mismo que estaban haciendo? No había modo de saberlo. «Sin embargo, si todavía no hemos alterado el curso de sus vidas —pensó Polly—, tal vez manteniéndonos alejados de ellos de ahora en delante podamos evitar que estén dentro del radio de alcance de nuestra mortal onda expansiva. Gracias a Dios ya no estamos en casa de la señora Rickett ni pasamos las noches en Notting Hill Gate.» Además, con su nuevo trabajo, tenía la excusa perfecta para abandonar la compañía teatral de sir Godfrey.

Fue a buscar los cupones de racionamiento y luego los huevos y ciento cincuenta gramos de ternera. El carnicero no tenía hueso, así que tuvo que conformarse con cubos de caldo.

Una vez en casa, le preparó al señor Dunworthy un huevo pasado por agua y fue a buscar lo poco que este tenía en una habitación helada y deprimente de la única parte de Carter Line que no había ardido el veintinueve. Había tenido intención de ir a decirle al señor Humphreys que había llevado a casa al señor Hobbe sin contratiempos, pero ahora ya no se atrevía a correr ese riesgo. El hombre había sido muy amable con ella y no merecía… Se paró de golpe. Eso era lo que el señor Dunworthy había intentado decirle la noche anterior al negarse a ir a St. Bart: que las enfermeras habían sido muy amables con él y que no merecían morir por ello.

Dudaba si darle un mensaje para el señor Humphreys a la voluntaria que atendía la mesa, pero ni siquiera estaba segura de que fuera conveniente que entrara en la catedral. Tampoco quería que el señor Humphreys rastreara el paradero del señor Dunworthy llevado por su preocupación, así que decidió entregar una nota dirigida al señor Humphreys a alguna mujer que fuera a entrar en el templo y pedirle que se la entregara al sacristán. Pero ¿y si incluso aquel brevísimo contacto requería corrección? O su conversación con Hattie cuando fue por la tarde al Alhambra…

—¿Conseguiste ese trabajo en un equipo de rescate que querías? —le preguntó la chica cuando se presentó al ensayo.

—No.

—Entonces rescata el segundo acto. Toma —le dijo, entregándole un traje de baño con la bandera del Reino Unido—. Anímate. Puede que esto no sea tan heroico como el trabajo de rescate, pero mantenemos alta la moral de los soldados y conseguimos que olviden sus problemas durante unas horas, ¿no? Cantando y bailando también contribuimos a ganar la guerra.

El señor Tabbitt la puso en el espectáculo esa misma noche, como ayudante de un mago. Era muy mala, pero el mago también, y el principal interés del público, compuesto casi únicamente por soldados, era su escueta indumentaria.

—«Tetas y marabú» —le dijo Hattie—. Ese es nuestro lema.

—Creía que era «AESN: Actuamos Eminentemente Sin Nada» —dijo una de las coristas, pasando rápidamente con un atuendo incluso más escaso.

—Esa es Joyce —le explicó Hattie—. Agradable, pero un poco demasiado aficionada a los hombres.

Pasó a continuación por delante de ellas un apuesto joven con el uniforme de la RAF.

—Y ese es Reggie —añadió Hattie—. También un poco demasiado aficionado a los hombres. Esa es una de las cosas que me gustan de la AESN. Una no tiene nunca que preocuparse de que la acosen; a no ser Mutchins, nuestro querido director de escena. Ten cuidado con él. Es un peligro.

«Yo también lo soy —pensó Polly—. Como una de esas bombas de acción retardada programadas para estallar cuando alguien se acerca demasiado a ellas.»

Tardó dos días en reunir el valor suficiente para decírselo a Eileen. Polly recordaba lo mal que se había puesto al enterarse de que Polly tenía una fecha límite, recordaba su negativa a moverse del pie de la escalera mecánica tras enterarse de la muerte de Mike y temía que sucediera de nuevo lo mismo. Sin embargo, se tomó la noticia con una calma casi aterradora.

—Supe que no podía tratarse de nada bueno en cuanto lo trajiste —le dijo—. ¿Está seguro de que perdimos la guerra?

—El señor Dunworthy dice que no hay modo de estar seguro al ciento por ciento, y cabe la posibilidad de que el continuo espacio-tiempo tenga la capacidad de autocorregirse…

—Pero eso no nos serviría de nada.

—No —dijo Polly, sintiéndose como un médico diagnosticando una enfermedad terminal a un paciente.

—Y está seguro de que no podemos hacer nada para rectificar las cosas.

—Sí.

—Entonces estamos perdidos.

—Sí.

Estaban perdidos y sin salida. Si Polly se suicidaba, incluso si permitía que una bomba de alto impacto acabara convenientemente con ella, no por ello pondría fin a los perjuicios, a los cambios que podía llegar a causar. Pondría en peligro a los del equipo de rescate que fuera a desenterrarla o los retrasaría e impediría que buscaran a otra persona que acabaría muriendo debido a una explosión de gas antes de ser rescatada. Y su muerte afectaría a Doreen y a la señorita Snelgrove y a la troupe. Y a sir Godfrey, que la última vez que la había creído enterrada bajo los escombros había movido cielo y tierra para encontrarla, creando ondas que se habían expandido hacia todas partes.

Estaba equivocada. No era una bomba de acción retardada. Era una UXB que estallaría si alguien no la desactivaba. Sin embargo, si alguien intentaba desactivarla, lo más seguro sería que explotara, porque una vez que el temporizador se pusiera en marcha no se atreverían a pararlo y lo único seguro sería llevársela a Barking Marshes para que la explosión no hiriera a nadie. Pero en el continuo espacio-tiempo no había ningún Barking Marshes ni Polly podía abandonar su servicio en la AESN para evitar poner en peligro a todo el reparto, por no hablar de todos los soldados y marineros del público.

Se pasaba las noches en vela pensando en todas las personas a las que podía haber puesto en peligro involuntariamente: Fairchild y lady Denewell y Talbot, a la que le había dislocado la rodilla, y Sarah Steinberg y las demás dependientas de Townsend Brothers y el vigilante que la había pillado subiendo las escaleras de Padgett’s, el viejo con el cojín de seda rosa que la había sostenido cuando le habían fallado las piernas y se había caído en la acera después de ver St. George. Y eso solo por lo que a ella respectaba. ¿Qué decir de los evacuados de Eileen y Agatha Christie y las enfermeras, médicos y pacientes del hospital de Orpington y de los de St. Bart? El señor Dunworthy estaba convencido de que había puesto en peligro a las enfermeras y los médicos. También decía que tal vez no todos los que habían estado en contacto con ellos tenían por qué formar parte de la corrección, pero aunque solo fueran unos cuantos…

Ahora sabía cómo se sentía la vecina de Theodore. Quería encerrarse en el armario de debajo de la escalera y permanecer allí aunque no le proporcionara ningún tipo de protección. Pero no podía. Tenía que prepararle unos huevos pasados por agua y un té al señor Dunworthy y evitar que Alf le preguntara qué se sentía al ser herido por una bomba y que Binnie compartiera con él sus opiniones acerca de los cuentos de hadas. Tenía que aprenderse el papel, practicar los números de claqué, eliminar los volantes de sus trajes y coserles lentejuelas… y soportar el optimismo inquebrantable de Eileen.

—No creo que el señor Dunworthy tenga razón —dijo al día siguiente de que Polly le explicara la situación—. Salvar a la gente es una cosa buena y, en realidad, el señor Dunworthy no tenía intención de tropezar con la Wren…

—Y los pilotos alemanes que se perdieron no tenían tampoco intención de empezar el Blitz —le había dicho Polly—. El marinero que encendió un cigarrillo en cubierta no tenía intención de hacer que volaran su convoy. La historia es un sistema caótico. Causa y efecto no son…

—Lineales. ¡Ya lo sé! Pero incluso en un sistema caótico, los buenos actos y las buenas intenciones… y el valor y la amabilidad y el amor… tienen que contar para algo. Si no, la historia sería incluso peor de lo que ya es.

Eileen se negó a mandar al campo a Alf y Binnie.

—Cuando el pastor intentó colocarlos el verano pasado, antes de que nos fuéramos de Backbury, nadie quiso quedárselos —le dijo—. Aunque consiguiera encontrar a alguien que lo hiciera, además, se escaparían para volver a Londres y volverían a vivir en el desamparo… y recogiendo UXB. Correrían más peligro que estando conmigo.

Pero el continuo espacio-tiempo no los perseguiría.

—Si los mandas fuera, les salvarás la vida —arguyó Polly.

—¿No decías que salvar vidas era una mala cosa? —replicó Eileen—. Que por eso nos metimos en este lío. Que si hubiera dejado que Alf y Binnie se fueran en el Ciudad de Benarés y se ahogaran, si hubiera dejado que el hombre que llevé en la ambulancia se desangrara hasta morir todo estaría bien.

—Eileen…

—¿No lo entiendes? Si los mando fuera, puede que los maten y, si se quedan aquí, puede que los maten igualmente; pero, si los mando al campo, pensarán que los abandono y eso los matará. Ya los ha abandonado todo el mundo. No lo soportarán otra vez. Además, les juré que me ocuparía de ellos.

«¿Es que no entiendes que no puedes?», pensó Polly.

Sin embargo, Eileen tenía razón: en ninguna situación quedaría garantizada su seguridad, así que seguramente daba lo mismo dónde estuvieran. Eileen les había salvado la vida a ambos una vez y, a Binnie, dos; algo que sin duda debería ser corregido. Intentó consolarse con la idea de que los Hodbin eran perfectamente capaces de cuidarse y de que, si alguien podía sobrevivir a una corrección, o a una guerra, eran ellos. Polly deseaba desesperadamente creer que era posible que tanto los niños como por lo menos unos cuantos de los demás sobrevivieran, que se podía hacer algo incluso llegados a aquel punto para protegerlos, aunque temía que fuera tan inútil como el intento del padre de la Bella Durmiente de quemar todas las ruecas.

A pesar de todo, no se acercó a San Pablo ni a Kensington e iba en autobús en lugar de tomar el metro, procurando sentarse apartada del resto de pasajeros y teniendo cuidado de no tropezar con nadie. Se mantuvo estrictamente alejada de Oxford Street y, cuando el señor Tabbitt la mandó a comprar satén o cintas para los trajes, fue a Regent Street o a Harrods y se limitó a decir únicamente: «Cinco metros, por favor.» Solamente eso podía bastar para sellar el destino de la dependienta, pero al menos no había ido a Townsend Brothers, donde podría haber puesto en peligro a Doreen o a la señorita Snelgrove, ni a Notting Hill Gate con la troupe. Además, sus esfuerzos para evitar a la gente le impedían pensar en la red en expansión de personas con las que se habían relacionado: las víctimas de los bombardeos a las que había salvado mientras estuvo en el puesto de Dulwich, el conductor del autobús en el que había ido a Backbury, los criados de la mansión, los pasajeros del tren en el que había viajado con Eileen y Mike, las chicas que habían ayudado a este último a levantarse del suelo y sacudirse el polvo en Bletchley. Le impedían pensar en el señor Dunworthy, que no mejoraba a pesar de los huevos y las aspirinas de Eileen y el caldo de carne que Alf y Binnie habían conseguido en alguna parte y acerca del cual tanto ella como Eileen habían preferido no hacer preguntas.

—Me preocupa —dijo Eileen—. Según el médico no está así por la herida de la cabeza, que tiene casi curada, ni padece neumonía. No sabe lo que le pasa.

«Está pensando en lo que va a pasarnos a nosotras y a Charles Bowden, que seguirá en Singapur cuando lleguen los japoneses, y en quien sea que mandó a la toma de la Bastilla. Y en quién sabe cuántos más historiadores que estaban en épocas y lugares igualmente peligrosos cuando sus portales dejaron de abrirse. Carga con el peso del mundo.»

—Temo que no se recupere —dijo Eileen, que nunca daba por perdido nada ni a nadie, así que a Polly no le sorprendió encontrar a Alf y Binnie esperándola una noche a la salida del ensayo.

—Eileen nos ha mandado a buscarte —dijo Binnie.

—¿Es por el señor Hobbe? —le preguntó.

—¿Por el señor Hobbe? ¡Qué va! —repuso Alf—. Anoche bombardearon la pensión de la señora Rickett.

—La alcanzaron de lleno —puntualizó Binnie.

—¡Bum! —gritó Alf—. ¿Verdad que fue una suerte que nos echara?