De nuevo en la brecha, queridos amigos.

De nuevo en la brecha, queridos amigos.

WILLIAM SHAKESPEARE,

Enrique V

Londres, invierno de 1941

Eileen bajó corriendo la escalera mecánica hacia ellos con su nuevo abrigo verde, gritando:

—¡Mike, te traigo un abrigo! —Agitó el sombrero azul oscuro—. ¡Polly, un sombrero! —Llegó al final de la escalera—. Y hace juego con tu abrigo… —Se detuvo de golpe—. ¿Qué pasa? —Miró ansiosa a Polly y luego a Mike. ¿Ha pasado algo?

«Sí», pensó Polly. Se sentía enferma.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Eileen.

«Tengo que evitar que se enteren —pensó Polly—. En estos momentos si se enteraran se morirían. Tengo que fingir que no pasa nada.»

Pero era tan imposible como intentar mantenerse erguida después de recibir un puñetazo en el estómago. Ni siquiera se le ocurría ninguna excusa…

—¿Estás enferma? —le dijo Eileen, alarmada—. Estás blanca como una sábana.

Mike se volvió a mirarla interrogativamente.

—No. Estoy bien —consiguió decir Polly—. Tenía miedo de que te hubiera pasado algo. Llegas tardísimo. ¿Dónde has estado?

—En la beneficencia no tenían ningún abrigo —dijo Eileen—. La encargada me ha dicho que no han tenido ni uno desde los últimos ataques, con el frío y todo eso, así que he tenido que ir al puesto que hay cerca de St. Pancras y luego me ha costado coger un autobús para volver. Siento haberte preocupado.

Mike seguía mirando suspicaz a Polly.

—Es que esto de no saber cuándo caerán las bombas me tiene un poco inquieta, nada más —dijo esta—. Cuando han sonado las sirenas y no habías vuelto todavía…

—Lo siento, de veras, pero te he conseguido un sombrero —se lo entregó—, y, lo más importante, te he traído un abrigo, Mike. Me temo que te quedará un poco grande —dijo, ayudándolo a probárselo—, pero me ha parecido mejor elegir uno grande que uno que te quedara pequeño. El mío no es lo bastante caliente para el invierno, pero era tan alegre, de un color tan esperanzador, que no he podido resistirme. Estaba harta de negro y marrón. Este me da alegría. ¿No te recuerda la primavera, Polly?

«No.»

—Sí, es muy bonito —dijo.

Mike no había dejado de mirarla.

—¡Y qué sombrero más mono! —añadió Polly. Se lo probó, dejando que Eileen le sostuviera la polvera para ver cómo le sentaba en el espejito. Cuando se vio reflejada, la alivió comprobar que había recuperado un poco de color—. ¡Muchas gracias! Eres milagrosa, Eileen. Mike, acércame el brazo. —Volvió del revés el puño para mirarle el forro—. No será difícil acortártelas. Ahora quítatelo para que vea las costuras.

—Podemos hacer esto luego —dijo él—. Tenemos que hablar.

«¡Oh, no! —pensó Polly—. Ya lo ha deducido.»

Pero cuando llegaron a la escalera de incendios, resultó que solo quería saber si había elaborado una lista de los bombardeos que recordaba.

—Sí —repuso, contenta de cambiar de tema—. Me temo que es bastante pobre. Los dos únicos de enero de los que tengo constancia son los de las noches del once y el veintinueve.

Mike apuntó las fechas.

—¿Sabes qué barrios de Londres fueron alcanzados?

—El East End el veintinueve de enero y el centro de Londres el sábado once. Las estaciones de metro de Liverpool Street y Bank fueron bombardeadas…

—¿Bank? —la interrumpió Eileen.

—Sí, y varios hospitales… aunque no sé cuáles.

—Y desconoces si hubo otros bombardeos en enero…

—Bueno, sé que hizo bastante mal tiempo durante enero y febrero, así que la Luftwaffe no pudo despegar en muchas ocasiones —dijo—, y algunas noches no bombardearon Londres sino Portsmouth y Manchester y Bristol.

—¿Hubo muertos en Bank? —preguntó Eileen.

—Sí, en Liverpool Street —dijo Polly—. No estoy segura de cuántos exactamente, pero más de un centenar. Aunque los bombardeos no fueron en esta zona de Londres y esta estación nunca resultó alcanzada.

Les habló de las incursiones aéreas de febrero y marzo que recordaba. Buckingham Palace había vuelto a ser bombardeado, así como el refugio de la estación del Puente de Londres y una famosa sala de fiestas, el Café de París. Iba a hablarles de las de abril cuando Eileen dijo:

—Antes de seguir, ¿podemos ir a la cantina? Me muero de hambre. Es que con lo de los abrigos y eso no he cenado nada.

—Te acompaño —dijo Polly, levantándose.

Mike le dijo en cambio:

—Nos reuniremos contigo allí. Antes quiero preguntarle una cosa a Polly.

Eileen asintió y bajó taconeando. La puerta se cerró y Polly se abrazó.

—¿Qué ha pasado antes en la escalera mecánica? —le preguntó Mike.

—Nada. Ya os lo he dicho. Estaba preocupada por la tardanza de Eileen. Esto de no saber dónde caerán las bombas…

—Ha sido por el abrigo, ¿verdad? ¿Es el que llevaba el Día de la Victoria?

—No, ya te lo he dicho…

Mike la sujeto por ambos brazos y la sacudió.

—No me mientas. Es demasiado importante. Ese abrigo verde es el que llevaba el Día de la Victoria. —La sacudió de nuevo—. ¿No es cierto?

Era inútil negarlo. Lo sabía.

—Dime —insistió él, apretando la tenaza—. Es importante. ¿Llevaba ese abrigo?

—Sí —repuso ella.

La soltó de golpe, como si se le hubiera escapado toda la fuerza.

—Tenía la esperanza de que el hecho de que no tuviera un abrigo así significara que estuvo allí en otra misión —dijo Polly—, que habíamos vuelto a Oxford los tres y ella le había pedido al señor Dunworthy que la dejara ir al Día de la Victoria posteriormente.

—Sigue siendo posible —dijo Mike—. El abrigo es del período adecuado, evidentemente. Tal vez en Vestuario tuvieran uno igual. Puede que tuvieran precisamente este o que vieras a otra persona en realidad. Dijiste que estabas demasiado lejos para estar segura de que fuera Eileen. Pudo habérselo dejado cuando volvió a Oxford y que acabara otra vez en la beneficencia y se lo dieran a otra.

Polly deseaba creer que así hubiera sido.

—Además, si Eileen estaba en el Día de la Victoria porque no pudimos marcharnos —prosiguió Mike—, yo también tendría que haber estado.

«A menos que hubieras muerto», pensó Polly.

—Si nos hubiera pasado algo, difícilmente habría estado allí para las celebraciones.

—No es verdad. Esa noche, todos los presentes conocían a alguien que había muerto durante la guerra. Y puede que tanto tú como yo hubiéramos muerto mucho antes de…

—O puede que nos hubiéramos ido los tres y ella hubiera vuelto para la misión que siempre ha deseado. O puede que a lo mejor ella decidiera no volver cuando se abrieron nuestros portales. Sabes perfectamente lo mucho que ha deseado siempre ver el Día de la Victoria.

—¿Así que soportó cuatro años más de bombardeos y cumplió el Servicio Nacional y aguantó el racionamiento para ver un solo día a la gente agitando banderitas y cantando Rule, Britannia!? —preguntó Polly con incredulidad—. ¡Detesta esto! Y le aterrorizan las bombas. ¿Crees honestamente que estaría dispuesta a pasar por un año entero de V-1 y V-2 por la razón que fuera?

—Vale, vale. Estoy de acuerdo en que es poco probable. Solo digo que hay toda clase de explicaciones de por qué Eileen, o su abrigo, estaba ahí, aparte de que no pudiéramos volver. Hemos perdido a Bartholomew, pero tenemos otras opciones. Sigue habiendo un portal en St. John’s Wood, y Dunworthy llegará en mayo, ¿no? Además, es probable que hubiera otros historiadores aquí en 1942 y 1943. Si no conseguimos dar con ellos, nos quedará todavía Denys Atherton.

«Denys Atherton.»

—Tienes razón —dijo—. Lo siento. El impacto de ver el abrigo me ha hecho perder los nervios momentáneamente. —Bajó rápidamente—. Eileen se estará preguntando qué nos ha pasado y yo también estoy muerta de hambre. La señora Rickett se ha superado esta noche. Ha preparado una especie de sopa de agua sucia…

La agarró por ambos brazos y la obligó a volverse hacia él.

—No. No irás a ninguna parte hasta que me hayas dicho la verdad. No ha sido solo por el abrigo. Hay algo más. ¿Qué es?

—Nada —repuso ella, intentando pensar alguna excusa—. Es que me preocupa que el portal de Denys tampoco se abra. El de Gerald no lo hizo y el del Día D puede ser un punto de divergencia. Era tremendamente importante que Hitler no se enterara de cuándo ni de por dónde llegaría la invasión y…

—Mientes —le dijo Mike—. ¿Cuándo llegaste?

—¿Cuándo llegué…? El catorce de septiembre. Se suponía que llegaría el diez, pero hubo desfase y acabé llegando…

—No, al Blitz no. A tu primera misión.

«Todavía puedes conseguirlo —pensó Polly—. Todavía puedes.»

—Ya te lo he dicho, los ataques con V-1 empezaron el trece de junio.

—No te he preguntado eso.

—Cuando llegué a Dulwich ya habían caído los primeros cohetes. Mi intención era llegar el once, así que me marché de Oxford el ocho de junio, dos días antes del Día D, pero tardé una eternidad en llegar. La invasión hacía prácticamente imposible viajar…

—Tampoco te he preguntado eso. Te he preguntado qué día usaste la red para cruzar. Y no me digas que fue el ocho de junio. —La miró, esperando.

Era inútil. Lo había deducido por su cuenta.

Polly inspiró profundamente.

—El veintinueve de diciembre de 1943 —dijo.

Mike cerró los ojos y le apretó tanto los brazos que le hizo daño.

—No podía presentarme como si tal cosa en Dulwich —le dijo, intentando que lo entendiera—. Tuve que disponerlo todo para que me trasladaran allí, y eso implicaba pasar previamente algún tiempo en una unidad de Oxford. La mayor Denewell conocía prácticamente a todas las FANY. No habría podido mentir acerca de mi experiencia.

—¿Cómo me has mentido a mí todas estas semanas? —dijo él, furioso—. Siempre has sabido que Denys Atherton vino con posterioridad a tu fecha límite. Que, aunque lo encontráramos, ya no habría nada que hacer.

—Lo sé. Lo siento. Quería…

—¿Querías qué? —La sacudió—. ¿Ahorrármelo?

«Sí. No quería que tuvieras que pasar por lo que yo estaba pasando desde la noche que nos encontramos y me enteré de que vuestros portales tampoco se abrían. No quería que me miraras como me estás mirando, como a alguien que acaba de oír pronunciar su sentencia de muerte.»

—Lo siento —repitió, impotente.

—¿Qué más me has estado ocultando? —le preguntó furioso Mike—. ¿En cuántas más misiones has estado aquí de las que no me has hablado? ¿También estabas en 1942 o en el verano de 1941? ¿Estuviste la semana próxima, tal vez? —La agarró con tal fuerza que Polly gritó de dolor—. ¿Estaba yo en Trafalgar Square con Eileen?

—No. Te he dicho…

—¿Estaba? ¿Me faltaba una pierna o un brazo y decidiste ahorrarme también eso?

—No —dijo Polly, al borde de las lágrimas—. Solo vi a Eileen.

—¿Lo juras?

—Lo juro.

—¡Hola! —llamó Eileen desde más abajo—. ¿Mike? ¿Polly?

Polly agarró del brazo a Mike.

—No se lo cuentes —le susurró—. ¡Por favor! Ella… Por favor, no se lo cuentes.

—¿Qué os pasa? —dijo Eileen, mientras subía corriendo las escaleras hacia ellos. Llevaba un bocadillo y una botella de naranjada—. ¿No me habíais dicho que vendríais?

Mike miró a Polly antes de decir:

—Estábamos hablando.

—De las incursiones —añadió rápidamente Polly—. Intentábamos llenar los huecos de la lista que hemos hecho. Tú has dicho que Trafalgar Square fue alcanzada en invierno. ¿Sabes en qué mes?

—No —repuso Eileen, sentándose en un escalón y desenvolviendo el bocadillo—. ¿Os apetece un poco?

Mike no respondió, pero Eileen no pareció darse cuenta de que algo no iba bien. Estaba preocupada por Alf y Binnie.

—Espero que llegaran bien a casa el otro día.

—¿No dices que saben cuidarse solos? —le preguntó Polly, con fingida despreocupación.

—Sí. Pero no pude deshacerme de ellos en toda la noche y, luego, cuando les dije que los acompañaba a casa, pusieron pies en polvorosa y se esfumaron. ¿Por qué lo harían?

—Seguramente temían que encontraras los termómetros y los estetoscopios que robaron en St. Bart —le sugirió Mike.

Eileen no le escuchaba.

—Iban los dos tan sucios… —comentó pensativa.

Polly también se preguntaba qué habría impulsado a Alf y a Binnie a salir corriendo en Blackfriars, pero, fuera lo que fuese, agradecía que Eileen no se fijara en lo conmocionado que parecía Mike.

«No debería habérselo dicho —pensó—. Tendría que haberle mentido y dicho que llegué en mayo o en abril.»

Parecía tan desesperado, tan…

En el trayecto a casa, después de que sonaran las sirenas, se llevó aparte a Polly.

—Pensaré cómo sacarte de aquí antes de tu fecha límite. Veré cómo sacaros a las dos. Lo prometo —le dijo.

A la noche siguiente fue a buscarla a Townsend Brothers a la salida del trabajo.

—Háblame de los preparativos del Día D —le pidió.

—¿De los preparativos? Pero…

—No sabemos a ciencia cierta si Denys Atherton vino en marzo. El señor Dunworthy pudo cambiar su programación.

«O cancelarla —pensó Polly—. O puede que su portal no se abriera, como el de Gerald Phipps, y que no pudiera venir.»

—O quizás Atherton tuvo que venir antes como te pasó a ti —dijo Mike—, de manera que cuando empiecen los preparativos para la invasión ya estará aquí.

Eileen cabeceó.

—Eso habría sido innecesario. Con cientos de miles de soldados que iban hacia los campamentos habría pasado completamente desapercibido.

—¿Hacia dónde iban? —insistió Mike—. ¿Dónde se llevaron a cabo los preparativos?

—En Portsmouth, Plymouth y Southampton, pero cubrían todo el suroeste de Inglaterra —dijo, y se arrepintió de inmediato. No tendría que haber hecho que encontrarlo pareciera tan difícil. No quería que Mike decidiera que era inútil y que hiciera algo precipitado como ir al portal de Eileen, con o sin escuela de tiro del Ejército, o a Saltram-on-Sea para volar el cañón del suyo.

Sin embargo, no comentó una cosa ni la otra y, a la noche siguiente, cuando les dijo que había ideado un plan, este consistía simplemente en ir por turnos a comprobar el portal de Polly y redactar más anuncios para los periódicos.

—Eso ya lo hicimos —dijo Eileen—, y nadie respondió a ellos.

—Estos no son mensajes para el equipo de recuperación —dijo Mike—. Son mensajes para Oxford.

—Pero ¿cómo vamos a mandar mensajes al futuro si no encontramos a otro historiador? —preguntó Eileen—. No sabemos dónde está el portal del señor Bartholomew.

—Igual que se los mandamos al equipo de recuperación. Recuerda esos mensajes de los que nos hablaste, Polly. Los que la Inteligencia británica publicó en los periódicos para inducir a Hitler a creer que la invasión sería por Calais en lugar de por Normandía.

—¿Los anuncios de bodas y las cartas al director?

—Sí. Y el mensaje de Verlaine y los otros mensajes cifrados que se hicieron llegar a través de la BBC a la Resistencia francesa.

—Pero esos mensajes no iban dirigidos al futuro —arguyó Polly.

—No, pero llegaron hasta él. Después de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores revisaron todos los periódicos y las grabaciones radiofónicas y los telegramas de la época buscando las claves de lo sucedido, y dieron con Fortitude Sur y con los mensajes de la BBC.

—Pero buscaban en los periódicos de 1944 —dijo Polly—. ¿Por qué iban a buscar mensajes en los periódicos de 1941?

—Porque nosotros estamos en 1941 y estarán intentando enterarse de dónde —dijo Mike—. Y vamos a decírselo.

«No funcionará —pensó Polly—. Si estuvieran buscando mensajes, ya habría encontrado los tres que mandamos al equipo de recuperación y se habrían presentado en Trafalgar Square o en la estatua de Peter Pan. Y, si no los están buscando, si Mike cuenta con que algún historiador ojee al azar sus mensajes…» Ese historiador no los entendería. A menos que leyera: «Señor Dunworthy. Atrapados en 1941. Necesitamos traslado a casa. Polly, Mike y Eileen», no había garantía alguna de que se diera cuenta siquiera de que el anuncio era un mensaje. Eso si el anuncio conseguía sobrevivir hasta el año 2060. Fleet Street sería bombardeada en varias ocasiones antes del final de la guerra e incontables documentos habían resultado destruidos por la bomba de precisión que había destruido San Pablo y durante la Pandemia. Un mensaje en la sección de anuncios clasificados del Evening Express tenía tantas probabilidades de llegar al señor Dunworthy como un mensaje en una botella, y Mike seguramente lo sabía.

Polly se preguntó si no estaría sencillamente proponiéndoles aquello para que ni Eileen ni ella se dieran cuenta de que no había nada que hacer. Fuera cual fuera el motivo, sin embargo, ya no tenía la misma mirada de desesperación que cuando Polly se lo había contado. Y mientras Mike estuviera esperando en San Pablo («Reuníos conmigo en el pasillo sur, junto a La luz del mundo») o en Hyde Park Corner, no estaría en Backbury ni en Saltram-on-Sea para que le dispararan. Así que Polly escribió obedientemente: «E. R. Siento no haber podido ir el pasado sábado. Permiso cancelado. Reúnete conmigo en la estación de Paddington, vía 6, a las dos, M. D.» y «Anillo de oro perdido en Oxford Street con la inscripción “El tiempo no conoce fronteras”. Se recompensará. Contacte con M. Davies, Beresford Court 9, Kensington».

El viernes, Mike volvió a preguntarle si estaba segura de que él no había estado en Trafalgar Square con Eileen.

—¿Te fijaste en la gente que había a su alrededor?

—Sí. Había una adolescente que llevaba un vestido blanco y un marino… —Frunció el ceño, intentando recordar—. Y dos señoras mayores. ¿Por qué?

—Porque, aunque nos hubieran matado a ti y a mí, no habría acudido allí sola. Habría ido con las chicas de Townsend Brothers o algo, y el hecho de que no estuvieran con ella demuestra que se encontraba en otra misión.

No, no lo demostraba; pero si lo creía, era menos probable que cometiera una insensatez llevado por un pronto.

—Las señoras mayores no eran la señorita Laburnum y la señorita Hibbard, ¿verdad? —le preguntó—. O la señorita Snelgrove…

—No —dijo Polly, sin comentarle que apenas se había fijado en ellas ni que por entonces todavía no las conocía.

El sábado once, hubo que evacuar nuevamente los almacenes Townsend Brothers por un escape de gas en Duke Street y el señor Witherill mandó a la mitad del personal, incluida Polly, a casa.

Eileen no estaba y, antes de que pudiera ir a comprobar si Mike estaba en la pensión de la señora Leary, la señorita Laburnum la abordó de sopetón para buscar en obras de teatro lecturas para la troupe.

—Escenas de pocos actores, para que dé igual si falta parte de la compañía —instruyó a Polly.

—Siento haber faltado al ensayo las últimas noches —se disculpó esta—. Hoy prometo ir.

—¡Oh, no me refería a usted! —exclamó la señorita Laburnum—. Me refiero al señor Simms, que se ha presentado voluntario para vigilar incendios, y a Lila y Viv, que apenas aparecen por allí. Siempre están en los bailes.

—Hoy no irán a ninguno, ¿verdad? —le preguntó ansiosa Polly.

Los bombardeos masivos de las estaciones de Bank y Liverpool Street serían esa noche.

—Eso espero —dijo la señorita Laburnum—. Leemos una escena de El sueño de una noche de verano y las necesitaremos para hacer de Grano de Mostaza y Flor de Guisante.

Ni Mike ni Eileen habían vuelto cuando sonaron las sirenas y, cuando Polly llegó a Notting Hill Gate, tampoco estaban allí.

Antes de marcharse la noche anterior, les había recordado que buscaran un refugio en cuanto oyeran las sirenas y que no tomaran ningún metro que pasara por Bank o por Liverpool Street, así que tal vez tardaran en llegar.

Les dejó una nota en la escalera y se marchó al andén.

Allí estaban Lila y Viv, gracias a Dios, así como el resto, excepto el señor Simms, que tenía turno, y la señora Rickett, de quien el señor Dorming dijo que estaba convencida de que el tiempo era demasiado malo para que hubiera incursiones aéreas.

—Puede que tenga razón —comentó—. Parece que va a nevar.

«Eso no detendrá a la Luftwaffe esta noche», pensó Polly.

La compañía leyó la escena de Titania y Canilla Telares de El sueño de una noche de verano, el rector recitó la canción del lord del Almirantazgo de La muchacha que amó a un marino y Polly y sir Godfrey leyeron una escena de La importancia de llamarse Ernesto, gritando para hacerse oír por encima de los chirridos y los ruidos sordos de lo que parecían centenares de bombas.

Polly seguía esperando que Eileen y Mike llegaran en cualquier momento, pero no lo hicieron. La señora Rickett sí que llegó, enojada por el hecho de haberse equivocado acerca de los bombardeos.

—¿Ha llegado la señorita O’Reilly a casa después de marcharme yo? —le preguntó Polly.

—No, no ha vuelto desde esta tarde.

—¿Esta tarde?

La mujer asintió.

—Me dijo que no vendría a cenar y me pidió que le diera esto.

Le entregó un sobre que contenía una nota garabateada de Eileen: «Querida Polly. Estoy preocupada por Alf y Binnie. Me dijeron que Bank era una de las estaciones a las que solían ir. He ido a asegurarme de que no estén allí. Eileen.»

«¿Ido a asegurarse de que no estaban allí?», pensó Polly, horrorizada. ¿La noche en que habían bombardeado la estación de Bank? Agarró el abrigo y fue a ponérselo.

—¿Adónde va? —le preguntó sir Godfrey.

—A buscar a la señorita O’Reilly.

—Pero si son casi las once —dijo la señorita Laburnum—. El metro ya habrá dejado de funcionar.

—Seguramente ha ido a un refugio cuando han empezado a caer las bombas —dijo el rector.

«Ese es el problema —se dijo Polly—. Se ha ido a un refugio que va a ser bombardeado.»

Pero Eileen sabía que lo sería. Localizaría a Binnie y Alf y los sacaría de allí inmediatamente… si no se negaban a marcharse. Ya la habían retrasado el veintinueve. ¿Y si la retrasaban esa noche y le impedían salir de la estación?

—Estoy seguro de que a su amiga no le va a pasar nada —le dijo el rector para tranquilizarla.

«Tiene razón —pensó Polly—. Olvidas el Día de la Victoria. La viste allí, con el abrigo verde, así que no podían haberla matado en la estación de Bank.»

Sin embargo, Mike no estaba con ella el Día de la Victoria. ¿Y si la había acompañado a Bank?

—¿Se ha pasado por la pensión el señor Davis esta tarde? —le preguntó a la señora Rickett—. ¿Le enseñó usted esta nota?

La señora Rickett se envaró, furiosa.

—¡Por supuesto que no! Ni siquiera he visto a su señor Davis hoy. No tengo por costumbre entregar la correspondencia de mis huéspedes a sus amigos.

—No, claro que no —se apresuró a decir Polly—. ¡Es que estoy tan preocupada! Tendrían que haber llegado hace horas y los bombardeos son tan terribles esta noche…

—No puede hacer usted nada hasta mañana por la mañana —dijo el señor Dorming.

«Nada, excepto preocuparme —pensó Polly, escuchando el estallido de las bombas y deseando saber en qué momento había sido alcanzada la estación de Bank y qué otros puntos habían sido bombardeados. Y dónde estaba Mike. ¿Y si había visto a Eileen salir de casa de la señora Rickett, la había seguido y luego la había perdido entre la gente en Bank sin llegar a enterarse de que ella se había llevado a Alf y Binnie a otra estación? ¿Y si seguía en Bank, buscándola?—. No sabes si la ha seguido. Puede muy bien haber ido a comprobar el estado de tu portal o a Fleet Street, a poner un anuncio, y no haber podido volver.»

La noche anterior se había retrasado porque estaba trabajando en un artículo.

«Lo más probable es que Mike esté en el sótano del Herald y Eileen en una estación que no fue bombardeada, intentando impedir que Alf y Binnie les vacíen los bolsillos a otros refugiados. Lo mejor que puedes hacer es dormir un poco.»

Sin embargo, las bombas no la dejaron conciliar el sueño y se escurrió dos veces hasta la escalera de incendios para comprobar si alguno de los dos había vuelto.

El cese de alerta se anunció a las cinco y media.

—Pero tendrán que esperar hasta que el metro abra —le dijo el rector entonces.

—Lo sé —repuso Polly, y les dio media hora más de margen por si los primeros metros iban demasiado llenos para tomarlos, pero no llegaron.

—Es posible que hayan ido a casa con la idea de encontrarse allí con usted, señorita Sebastian —dijo la señorita Laburnum, doblando su manta.

—Ya lo había pensado, pero temo que si me marcho…

—Teme perderlos. La comprendo muy bien. Usted quédese aquí. Si la señorita O’Reilly está en casa, le diré dónde encontrarla. Y me pasaré por la pensión de la señora Leary de camino, para decirle que se lo cuente al señor Davis.

—Yo me quedaré por lo menos una hora más —dijo la señora Brightford, indicando con un gesto a sus hijas, que seguían durmiendo—. Así que si quiere ir a buscarla, puedo decirle que espere hasta que vuelva.

—¡Gracias! —Polly corrió hacia los andenes para enterarse de qué líneas no funcionaban y luego se situó al pie de la escalera mecánica de District, para ver a Eileen y a Mike vinieran por donde vinieran, buscando ansiosamente entre la gente una bufanda naranja o un abrigo verde.

Allí estaba Eileen, saliendo del túnel.

—¡Eileen! —la llamó, corriendo hacia ella—. ¡Gracias a Dios! —Miró hacia el túnel—. ¿Mike ha venido contigo?

—¿Mike? No. Ayer por la mañana me dijo que anoche tenía que trabajar.

—¿No está aquí?

—No, pero Central Line no funciona. Desperfectos en las vías. Seguramente no ha podido venir.

—Tenía miedo de que hubiera ido a Liverpool Street o a Bank a buscarte.

—Alf y Binnie no estaban en Bank. Estaban en Embarkment, pero el único modo que tenía de asegurarme de que no se moverían de allí era quedándome con ellos. No podía decirles… —Bajó la voz—. Que Bank y Liverpool Street serían alcanzadas por las bombas, y ya conoces a Alf y Binnie. Si les hubiera prohibido ir sin darles una explicación, habrían ido inmediatamente para enterarse del porqué. Además, necesitaba enterarme de algo.

«¿De cuántos delitos han cometido exactamente?», pensó Polly, mirando a la gente que bajaba por la escalera.

A aquellas alturas la señorita Laburnum ya habría llegado a casa de la señora Leary y hablado con Mike. Eso si estaba allí.

—He estado pensando en cómo huyeron los niños la otra mañana cuando les dije que los llevaba a casa —dijo Eileen—. Y en que el día que les pedí prestado el mapa no me dejaron entrar.

Cada vez más gente bajaba por la escalera mecánica: refugiados con el saco de dormir debajo del brazo que volvían al East End y trabajadores del primer turno de las fábricas. Pero ni rastro de Mike.

—Alf y Binnie van tan sucios y andrajosos… Sé que su madre no se ocupa debidamente de ellos, pero es que Binnie lleva el mismo vestido que llevaba en la mansión, y ya entonces le quedaba pequeño. Además…

La señorita Laburnum bajaba hacia ellas.

—Está todo bien —le gritó Polly—. La he encontrado. Tenía usted razón. Ha pasado la noche… —Y entonces vio al vigilante de la ARP un escalón más arriba, y la mirada de la señorita Laburnum—. ¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Qué ha sucedido? —Pero ya lo sabía.

«No —pensó—. No.»

—¿Es usted la señorita Sebastian? —le preguntó el vigilante de la ARP.

Seguramente Polly asintió, porque el hombre dijo:

—Siento ser portador de malas noticias, pero me temo que su amigo el señor Davis perdió la vida anoche.