Apresúrate, corre, se hace muy tarde.

Apresúrate, corre, se hace muy tarde.

WILLIAM SHAKESPEARE,

Romeo y Julieta

Londres, diciembre de 1940

Mike había llamado por teléfono desde Bletchley el miércoles después de que Polly hubiera ido a Hampstead Heath para decir que se había encontrado con Tensing, y Polly le había dicho que abandonara Bletchley de inmediato. Por tanto, tendría que haber vuelto el viernes por la mañana como muy tarde. Pero no. Tampoco llegó el viernes por la tarde, ni llamó, ni escribió, y Polly estaba frenética. ¿Dónde estaba?

«Tensing lo encontró antes de que pudiera marcharse de Bletchley —pensó—, y le dijo que trabajara para él. No superará la investigación de sus antecedentes.»

—No le dijiste a Mike que la compañía teatral había decidido representar Cuento de Navidad, ¿verdad? —le preguntó Eileen—. A lo mejor llama cuando estamos ensayando. Esta noche me quedaré en casa por si vuelve a llamar.

Pero tampoco llamó la noche del viernes ni durante el fin de semana, y a Polly le parecía que Eileen estaba tan preocupada como ella. Se mostraba irritable y saltaba por nada. No proponía teorías optimistas ni había vuelto a decir lo de ser rescatados cuando todo parecía perdido. Apenas hablaba y apenas dormía.

Debido a los ensayos de Cuento de Navidad, habían abandonado la escalera de incendios del andén de District Line y, siempre que los ronquidos del señor Dorming la despertaban, Polly encontraba a Eileen sentada, con la espalda apoyada en la pared, abrazándose las rodillas y con la mirada perdida.

También Polly durmió poco durante las noches siguientes y se pasaba horas intentando encontrar una razón plausible para que no hubiera llamado ni mandado un mensaje.

«Ha encontrado a Gerald —pensó—. Dijo que tenía una pista.»

¿Y si Mike se había topado con él cuando se marchaba de Bletchley y habían vuelto los dos a Oxford? No podía ser. De haberlo hecho, el equipo de recuperación ya habría llegado. A menos que hubiera desfase temporal.

«O que fuera con Tensing con quien Mike se topó, en lugar de con Gerald, y está arrestado. Él sabía el peligro que corría —se dijo—, no habría sido tan tonto como para quedarse. Simplemente, tiene dificultades para regresar a Londres. Estará aquí mañana por la mañana.»

Pero no llegó.

«Si no se ha puesto en contacto con nosotras el lunes que viene, tendremos que ir a Bletchley a enterarnos de lo que le ha ocurrido», pensó Polly.

Pero ¿y si estaba bien y al ir ellas haciendo preguntas sobre él ponían en peligro su seguridad o el secreto de Ultra? ¿Y si Mike ya había hecho peligrar ese secreto? Polly no había encontrado ninguna discrepancia de consideración…

Southampton y Birmingham y el refugio antiaéreo de Hammersmith habían sido bombardeados en el momento previsto, pero los bombardeos del martes habían empezado diez minutos antes de lo debido y, el viernes, habían tenido que evacuar Townsend Brothers durante dos horas por culpa de una UXB en Audley Street que no constaba en su implante.

«Porque no explotó», se dijo, y mientras esperaban en el refugio a que retiraran la bomba, hizo un esfuerzo por concentrarse en idear mensajes para contactar con el equipo de recuperación. «Perdido cocker spaniel cerca de la estación de Notting Hill Gate. Responde al nombre de Polly. Póngase en contacto con O. Riley, Cardle Street 14.» «Querido T. Perdona que no pueda ir a Oxford como planeaba. Reúnete conmigo en la estatua de Peter Pan el domingo a las 10 de la mañana.»

—Pero, si Mike viene el domingo —protestó Eileen—, ¿cómo va a encontrarnos si no estamos en Kensington Gardens?

—No iremos las dos, solo yo. Se supone que he quedado con Terence o Tim o Theodore y que es una cita romántica. Si Mike llega, los dos podéis venir a buscarme.

Eileen parecía dispuesta a protestar, pero volvió a enfrascarse en la novela de Agatha Christie y, cuando llegó el domingo, no intentó acompañar a Polly.

Kensington Gardens no era un lugar demasiado apropiado para citas amorosas. Había dos cañones antiaéreos, uno a cada lado de Roun Pond, el césped estaba lleno de hileras de traviesas y habían quitado la verja del perímetro del parque, seguramente para aportarla a la campaña de recogida de metal. Habían cavado tantas trincheras en la zona próxima a Peter Pan que Polly empezó a temer que hubieran quitado la estatua para protegerla, pero la figura de bronce seguía allí, en un pequeño claro, con el pedestal lleno de hadas y criaturas del bosque. Si sir Godfrey hubiera estado allí, sin duda habría hecho algún comentario jugoso acerca de J. M. Barrie. Pero no estaba, ni tampoco el equipo de recuperación. Polly consultó la hora: todavía no eran las diez. Se sentó en un banco frente a la estatua, desde donde podía ver a cualquiera que se acercara, y se dispuso a esperar.

Dieron las diez y fue pasando el tiempo sin que nadie apareciera, ni siquiera algún niño o una niñera empujando un cochecito. A las diez y cuarto lamentó no haber dejado que Eileen la acompañara.

Allí sentada, tuvo tiempo para pensar. ¿Y si Mike no regresaba nunca? ¿Y si sus portales nunca se abrían y…?

Vio un súbito destello de movimiento detrás de los arbustos de la izquierda. ¿Había sido un pájaro o alguien la estaba espiando? No podía tratarse del equipo de recuperación, cuyos miembros se habrían acercado en cuanto la hubieran reconocido.

¿Un ladrón? O algo peor.

De repente se dio cuenta de lo solitario que era aquel lugar, aunque a media mañana los soldados la oirían si gritaba.

Pero ¿y si Inteligencia había considerado sospechoso el anuncio? ¿Y si la estaban observando para ver con quién se reunía? ¿Había puesto algo sospechoso en el anuncio? Creía que no.

Tenía que actuar como lo habría hecho si su novio se estuviera retrasando. Consultó la hora, frunció el ceño, se levantó y caminó por el sendero como si buscara a alguien, intentando parecer entre esperanzada y enfadada. Luego volvió junto a la estatua. Estaba segura: había alguien detrás de los arbustos.

—¿Hola? —llamó—. ¿Quién hay ahí?

Un silencio forzado, como si alguien intentara contener la respiración.

—Sé que hay alguien ahí —dijo Polly, y Eileen salió de los arbustos.

—¿Eileen? ¿Qué demonios haces aquí? ¿Ha vuelto Mike?

—No. He decidido venir a ver si alguien había respondido a tu anuncio. Le he dicho a la señora Rickett dónde estaríamos y le he dejado una nota para Mike a la señora Leary.

Nada de aquello explicaba por qué se había escondido detrás de los arbustos, algo de lo que Eileen parecía darse cuenta porque añadió:

—No he sabido encontrar la estatua y he acabado entre los árboles.

Lo que, evidentemente, era mentira. Los carteles que indicaban la localización de la estatua de Peter Pan eran los únicos de Inglaterra que no habían sido retirados y, en cualquier caso, Eileen parecía culpable de algo, aunque Polly no tenía ni idea de qué.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. En realidad, ¿por qué has venido?

—¡Eileen! —gritó Mike—. ¡Polly! —Se les acercaba cojeando por el sendero, saludando con la mano.

Mike. ¡Gracias a Dios! Seguía vivo.

—¡Mike! —gritó Eileen, corriendo a su encuentro—. ¡Has vuelto! ¡Menos mal! ¡Estábamos preocupadísimas!

—Tensing no te encontró, ¿verdad? —le preguntó ansiosamente Polly.

—No.

—Entonces, ¿dónde has estado?

—En Oxford.

—¿En Oxford? —jadeó Eileen—. ¡Oh, Dios mío, has encontrado a Gerald!

—No, no. En el Oxford actual, el de 1940. Lo siento —añadió, viendo su cara de decepción—. No era mi intención disgustarte así. No he encontrado a Gerald. He…

Polly lo interrumpió.

—Queremos que nos cuentes el viaje de pe a pa —le dijo, casi gritando; y luego, en un susurro—: pero no aquí. Vamos a algún sitio donde no nos oigan. Venga. Sé dónde. —Cogió a Mike del brazo y se lo llevó por el camino, conversando animadamente—. Creíamos que no volverías, ¿verdad, Eileen?

—Sí —confirmó Eileen, siguiéndole el juego—. Si nos hubieras dicho en qué tren llegabas habríamos ido a recogerte.

—No lo sabía ni yo. —Bajó la voz para preguntar—: ¿Qué pasa? ¿Hay alguien espiándonos?

«Solo Eileen», pensó Polly.

—No creo —repuso—, pero una indiscreción puede hacer mucho daño. Vámonos. —Los guio pasadas las trincheras hasta un trozo de césped con un gran monumento en el centro. Desde allí verían a cualquiera que se acercara desde donde fuera—. Bien. —Se sentó en los escalones del monumento—. Ahora podemos hablar.

—¿Qué quieres decir con eso de que «una indiscreción puede…»? —Mike calló de golpe, mirando las figuras del monumento—. ¡Madre mía! ¿Esto qué es?

—El Albert Memorial. Posiblemente el monumento más feo de toda Inglaterra. —Polly sonreía alegremente mirando el elefante, el búfalo, la joven semidesnuda y al príncipe Alberto sentado en lo más alto, leyendo un libro. Se sentía mareada del alivio de que Mike no estuviera en la Torre de Londres… ni muerto.

—Es horroroso. ¿No fue destruido durante el Blitz? —preguntó, esperanzado.

—No, apenas sufrió daños, lo lamento, aunque supuestamente alguien puso en algún momento una gran flecha señalándolo para guiar a la Luftwaffe hasta él.

—¡Qué pena que no funcionara! —dijo Mike, que seguía contemplándolo con la boca abierta—. ¡Madre mía! ¿Eso es un búfalo?

—¿A quién le importa lo que sea? —se impacientó Eileen—. Dinos lo que pasó y por qué has ido a Oxford.

—Vale. Después de llamaros para contar lo de Tensing volví a casa de la señora Jolsom a recoger mis cosas y ella me contó que la habitación que yo tenía alquilada tendría que haber sido la de Phipps.

—¿Era la habitación de Gerald? —se asombró Polly.

—Sí. Tendría que haber llegado hace dos meses, pero no se presentó, así que fui a Oxford para intentar enterarme de si le había pasado algo por el camino.

—¿Y?

—No llegó a cruzar. Hizo una reserva en el Mitre de Oxford para la noche de su llegada, pero no apareció por allí tampoco.

—Puede que el aumento del desfase lo mandara a algún momento posterior y que decidiera ir directamente a Bletchley en lugar de parar en Oxford —dijo Eileen.

Mike cabeceó.

—Se había mandado un paquete a sí mismo al Mitre y jamás lo recogió.

—¿Sabes lo que contenía? —le preguntó Polly.

—Sí, por eso he tardado tanto. Me llevó una eternidad robarlo. —Se sacó un fajo de papeles del bolsillo y los desdobló en los escalones del monumento—. Estos son los documentos que acreditaban que era quien decía ser: cartas de recomendación, el expediente académico, autorizaciones de seguridad, todo lo que le hacía falta para superar las comprobaciones acerca de su pasado, además de billetes de tren, dinero y una carta de su hermana enviada desde Northumbria en la que le contaba que su madre estaba enferma, con la dirección de la señora Jolsom. —Las miró—. Es evidente que nunca llegó.

«La red se lo impidió —pensó Polly—, lo que significa que las medidas de seguridad todavía funcionan.» Pero no necesariamente significaba eso. También podía significar que no existía ningún Oxford desde el que mandarlo.

Miró ansiosamente a Eileen para ver si se daba cuenta de lo que implicaban las noticias, pero no parecía preocupada.

«Es que no se lo cree —pensó—. Dentro de un momento dirá que el señor Dunworthy ha reprogramado sin duda la misión de Gerald y que Mike no debería haberse llevado el paquete porque Gerald lo necesitará.»

Quien habló fue Mike, sin embargo.

—Mi intención era devolver el paquete, pero cuando vi lo que contenía pensé que era mejor no dejarlo allí porque podría abrirlo algún empleado curioso.

—¿Se darán cuenta en el Mitre de su desaparición?

—No. Envolví mi chaleco de punto con el papel de estraza… y me costó lo mío, debo añadir; no pude atar bien el cordel, así que lo devolví al estante tal cual, con un billete de metro para Notting Hill Gate en el bolsillo. Así si Phipps consigue llegar sabrá dónde buscarnos.

—Eso si consigue llegar a Londres —dijo Polly, mirando el dinero que había en los escalones.

—También dejé en el bolsillo suficiente dinero para un billete de tren a Londres —dijo Mike—. Iba a dejárselo todo, pero decidí que podía hacernos falta hasta que encontremos otro modo de salir de aquí. Supongo que nuestros equipos de recuperación no se han presentado, ¿verdad?

—No —repuso Eileen—. ¿Has tenido noticias de Daphne?

—No lo sé. No he pasado todavía por casa de la señora Leary. He venido directamente a la pensión de la señora Rickett para veros a vosotras. Lo comprobaré cuando vuelva. Pero si el portal de Phipps no se ha abierto, entonces seguramente los de nuestros equipos de recuperación tampoco, lo que explica que no hayan venido. Aunque, si tal es el caso, entonces en Oxford saben que algo va mal y se pondrán a trabajar para encontrar la manera de rescatarnos.

»Estaremos en casa dentro de nada. Solo tenemos que asegurarnos de que nos encuentren cuando vengan, así que debemos…

—¿Estaremos en casa dentro de nada? —lo retó Eileen—. ¿O seguiremos aquí cuando acabe la guerra, Polly?

—¿Cuándo acabe la guerra? —dijo Mike—. ¿A qué te refieres? Ninguno de nosotros sabe cuánto vamos a…

—Ella sí —lo interrumpió Eileen—. Ella ya estuvo aquí. —Se volvió hacia Polly—. Por eso me preguntaste la noche que me localizaste en Padgett’s si la de la mansión de Backbury había sido mi primera misión: porque tenías miedo de que tuviera, al igual que tú, una fecha límite.

—¿Una fecha límite? —preguntó Mike—. ¿Ya habías estado aquí, Polly?

—Sí —repuso Eileen, mirándola fijamente—. Por eso me preguntó si tú tendrías que haber ido primero a Pearl Harbor. Temía que tú también tuvieras una. Y el incremento del desfase significa que no saldremos de aquí antes de su fecha límite.

«No debería haberla subestimado, ni a ella ni sus novelas de misterio —pensó Polly. Durante todas aquellas semanas en que había intentado protegerla de la verdad, Eileen había estado reuniendo pruebas y atando cabos—. Pero es imposible que sepa cuándo…»

—No lo entiendo —dijo Mike—. Cuando te pregunté si habías estado en Bletchley Park me dijiste que no.

—No estuvo en Bletchley Park —dijo Eileen—. Estuvo en el Día de la Victoria.

—¿En el Día de la Victoria?

—Sí —afirmó Eileen, con expresión pétrea. Se volvió para enfrentarse a Polly—. Por eso, cuando te vi en Oxford, me preguntaste si era de allí de donde volvía. Y por eso, cuando te pregunté quién había ido al Día de la Victoria, cambiaste de tema. Me viste allí, ¿verdad?

Si Eileen solo sabía lo del Día de la Victoria, todo iría bien. Podía contárselo.

—¿Es cierto lo que dice? —le preguntó Mike—. ¿Estuviste en el Día de la Victoria, Polly?

—Sí.

—¡Dios mío!

—Y me viste allí —dijo Eileen.

Polly fingió dudar, como si fuera reacia a admitirlo.

—Sí.

—¿Por qué no nos lo habías dicho? —quiso saber Mike.

—Yo… Al principio, en Oxford, no quería que Eileen se enfadara conmigo. No sabía que el señor Dunworthy no iba a dejarla ir al Día de la Victoria. No quería que creyera que le había robado la misión. Y luego, cuando nos enteramos de que los portales no funcionaban, ya estábamos en un apuro tan enorme y os veía a los dos tan angustiados que no quise añadir más leña al fuego.

—Pero, de haberlo sabido… —dijo Mike.

—De haberlo sabido, ¿qué? —dijo Polly furiosa, esperando que la muestra de furia bastara para que dejaran de hacerle preguntas—. Ya teníais motivos más que suficientes para estar preocupados.

—Dices que viste a Eileen —dijo Mike—. ¿Estás segura de que era ella? ¿Hablasteis?

—No. La vi de lejos.

—Estabas en Trafalgar Square el Día de la Victoria —dijo Mike—. ¿Cuándo llegaste?

Polly pensó rápidamente. No se creerían nunca que había estado allí únicamente los dos días de la celebración de la victoria.

—El ocho de abril —dijo—. Estaba allí para observar las últimas semanas de la guerra. Fingía ser una Wren que trabajaba como taquígrafa en la Oficina de Guerra.

—Como taquígrafa —dijo Eileen.

—Sí.

—El ocho de abril —dijo Mike—. Entonces nos quedan cuatro años…

—Cuatro años y cinco meses —dijo Eileen.

—Eso es. Casi cuatro años y medio —dijo Mike—. Cuando hablaba de aumento del desfase me refería a cuestión de meses, no de años. Estaremos fuera de aquí mucho antes de tu fecha límite, Polly.

—¿Cuándo es? —preguntó Eileen.

Mike la miró, sorprendido.

—Acaba de decírnoslo. Ha dicho que llegó el ocho de abril…

—Miente. Esa no es su fecha límite.

El silencio se cernió sobre ellos.

—¿Es eso verdad, Polly? ¿Estás mintiendo?

—Sí —respondió Eileen—. Cuando le dije que habían intercambiado el salto de uno de los historiadores entre el Reinado del Terror y la toma de la Bastilla se puso pálida y las distancia entre los dos episodios fue de solo cuatro años y dos meses.

«Y evidentemente no soy tan buena actriz como me dice siempre sir Godfrey que soy», pensó Polly, maldiciéndose por no haber dicho que había llegado antes de abril.

—Era Pearl Harbor lo que me preocupaba, no…

—Espera. Calla —ordenó Mike—. ¿Pearl Harbor? ¿La toma de la Bastilla? No tengo ni idea de lo que estáis diciendo ninguna de las dos. Explicaos.

Polly dijo:

—Cuando hablamos tú y yo de que probablemente el problema se debiera al aumento del desfase, se me ocurrió que el señor Dunworthy podría haber estado ordenando cronológicamente todas las misiones.

—¿Cronológicamente? Tienes razón. Puso las mías en orden cronológico. ¡Por eso me preguntaste por el orden de mis misiones cuando me llamaste!

—Sí. —Polly le explicó lo de las notas de Eileen y su conclusión de que el incremento podía ser de mucho más que de un par de meses—. Y tuve miedo. Algunos de los peores bombardeos del Blitz fueron después del uno de enero y no sabemos siquiera cuándo ni dónde serán. Ni siquiera estoy segura de si nuestras pensiones seguirán siendo seguras a partir de enero.

Lo que tenía la ventaja de ser cierto.

«Espero que esto los convenza», pensó Polly.

—Esa no es la única razón —dijo Eileen muy seria—. Pregúntale por qué, si era taquígrafa en la Oficina de Guerra, lo sabe todo de conducir ambulancias. Cuando le dije que tenía que aprender a conducir, ese día que hablamos contigo en Oxford, Mike, se ofreció a enseñarme… con un Daimler, porque eso eran todas las ambulancias.

—Aprendí durante mi preparación para el Blitz —dijo Polly—. Estudié la Defensa Civil…

—Y pregúntale por qué se volvió y se alejó corriendo de un grupo de FANY a las que vio en el andén de Holborn. Las conocía de su misión, por eso lo hizo. Nunca ha intentado evitar cruzarse con Wrens.

«Y yo temiendo todo el tiempo que estuviera mortificada por Mike cuando en realidad jugaba a los detectives como un personaje de Agatha Christie —pensó Polly—. La he subestimado. Sin embargo, no puede haberlo deducido todo.»

—Y pregúntale dónde fue cuando dijo que iba a San Pablo para encontrarse con el equipo de recuperación. —Se volvió hacia Polly—. Cuando llegué a la National Gallery llovía, y el concierto no empezaba hasta la una, así que se me ocurrió ir hasta la catedral a buscarte, pero no estabas.

—Sí que estaba. Seguramente nos cruzamos. San Pablo es enorme y tiene muchas capillas y…

—Te vi entrar. Te vi comprar la guía y vi cómo se te caían al suelo los peniques. Estaba empapada —le dijo a Mike—, como si hubiera estado bajo la lluvia toda la mañana. Y no te atrevas a decir que estabas en la Galería de los susurros, Polly. Está cerrada, y el sermón no iba de «busca y encontrarás», sino de «la oveja perdida». Seguramente recogiste una hoja parroquial que no era la de ese día. ¿Dónde estuviste?

Al menos esa era una pregunta que podía responder.

—Estuve en Hampstead Heath. Allí estaba mi portal del Día de la Victoria. —Miró a Mike—. Cuando me mandaste ese mensaje desde Bletchley sobre los antiguos portales, fui a comprobar si habían abierto el mío para usarlo como salida de emergencia. No podía decírtelo, Eileen, porque no quería que te enteraras de que ya había estado aquí.

—¿Es eso verdad? —le preguntó Eileen.

—Sí. —«Por favor, por favor, que sea todo lo que sabes.»

—¿Lo juras?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué no sabías nada de la bomba de San Pablo pero lo sabías todo de los V-1 y los V-2? —Luego añadió, mirando a Mike—: Sabía la fecha exacta en que los ataques con V-1 empezaron. ¿No lo ves? Ella fue la historiadora que realizó la misión de los cohetes. Condujo una ambulancia en Bethnal Green. ¿Verdad, Polly? Por eso te alteraste tanto cuando te dije que tenía que ir allí para obtener un nuevo carné de identidad: porque temías que alguien de Bethnal Green te reconociera. Estabas en la unidad de ambulancias de allí, ¿no?

—No —dijo Polly—. En la unidad de ambulancias de Dulwich.