¡Oh! ¿Ha venido a unirse a nosotros? Bien. ¿Tiene lápiz? Somos criptógrafos.
DILLY KNOX
Bletchley, diciembre de 1940
Mike miró fijamente a Tensing, asombrado.
—Este es el tipo del que te hablé, Ferguson —dijo Tensing—. El que me sirvió de centinela mientras estuve en el hospital.
—¿El americano? —preguntó su compañero.
¡Madre mía! Si hubiera seguido delante con su plan de hacerse pasar por inglés…
—Sí. Seguiría acostado en esa cama del hospital de Orpington de no ser por su talento único para el fingimiento.
—Es un placer conocerlo, señor Davis —dijo Ferguson, estrechándole la mano a Mike. Luego, volviéndose hacia Tensing, le comentó—: No me gusta meterte prisa, pero tendríamos que irnos.
«Gracias a Dios que no puede quedarse y preguntarme qué hago aquí —pensó Mike—, porque no cabe duda de que él tiene algo que ver con Bletchley Park.» Se acordó repentinamente de que la hermana Carmody había dicho que Tensing trabajaba para la Oficina de Guerra. Debería haber caído en la cuenta de que lo hacía en Inteligencia.
—No. Tenemos tiempo —dijo Tensing—. Ve pagando la cuenta mientras yo hablo un momento con Davis.
»¡Qué suerte haberte encontrado! —le dijo a este—. Me voy a Londres. No puedo creer que, de todos los lugares del mundo, estés precisamente aquí, en Bletchley. ¿Cuándo saliste del hospital?
—En septiembre. Voy a buscarte una silla —dijo Mike, para ganar tiempo.
—Deja, ya la cojo yo —Tensing le indicó por gestos que volviera a sentarse y buscó a su alrededor una silla libre—. Espera —le dijo en cuanto vio una.
«Tengo que encontrar ahora mismo un motivo plausible para estar aquí —pensó Mike. “Estoy aquí en misión especial” quedaba descartado—. Puedo decirle que he venido a visitar a un amigo.»
Tensing volvió con la silla.
—Mavis me dijo que había un americano por aquí —dijo, sentándose—, pero jamás habría imaginado que fueras tú. Me he enterado de que tuviste un desafortunado encuentro con una bici. Tengo que advertirte que por esta zona hay algunos conductores pésimos. Pero todavía no me has dicho qué te trae por aquí. Espero que no sea un artículo para tu periódico. Bletchley es un completo aburrimiento, me temo.
—Ya lo veo. No, de hecho estoy aquí por el pie. He venido a ver al doctor Pritchard —dijo, sirviéndose del nombre del médico que las mujeres del tren habían dicho que tenía una clínica en Newport Pagnell—. Tiene una clínica en Leighton Buzzard. Por lo visto es un experto en tendones. Espero que pueda arreglarme lo bastante para volver al frente.
—Un sentimiento que comparto totalmente —dijo Tensing—. Creía que me volvería loco en ese hospital, oyendo las malas noticias por radio un día sí y otro también y sin poder hacer nada de nada. —Echó un vistazo al periódico de Mike—. Veo que siguen gustándote los crucigramas.
—Como pasatiempo. Tú bien lo has dicho: en Bletchley no pasa nada del otro mundo.
Tensing asintió.
—Tanto como en el solárium. Solo falta una palmera en una maceta y el coronel Walton sacudiendo el Times y carraspeando. —Dio unos golpecitos en el crucigrama—. Recuerdo que eras bastante bueno en esto.
—Tal como yo lo recuerdo, tuve ayuda.
—Aun así. Muchos americanos consideran completamente irresolubles nuestros crucigramas.
Lo había dicho en un tono muy distinto.
«¿He dicho algo que me ha delatado?» —pensó Mike. ¿Qué? Había dicho a propósito que el doctor Pritchard estaba en Leighton Buzzar en lugar de en Newport Pagnell para que a Tensing le costara más seguir la pista del médico en caso de que comprobara su historia. ¿Habría ido a ver por alguna espantosa coincidencia Tensing al doctor Pritchard? No. A Tensing lo habían herido en la cabeza, no en el pie. Sin embargo, algo lo había inducido a sospechar—. «¿Habrá sido por el crucigrama?» —Mike se acordó de la historia que le había contado Polly sobre el Día D y las sospechosas definiciones. ¿Sospechaba Tensing que les estaba mandando mensajes a los alemanes? Lo que estaba haciendo era resolver un crucigrama, pero no crear uno, y Tensing le había visto hacer lo mismo en incontables ocasiones en el hospital.
Ferguson ya volvía pasando entre las mesas. Bien, aquella conversación se acabaría enseguida.
—Todo arreglado —dijo Ferguson.
—Voy ahora mismo —le dijo Tensing por encima del hombro, y luego se volvió hacia Mike—: ¿Cuánto tiempo estarás aquí para someterte al tratamiento de ese médico… ¿cómo has dicho que se llama?
—Pritchard. No estoy seguro. Todo depende de lo que me diga. Él opina que tal vez tenga que operarme.
—Pero ¿te quedarás al menos una semana?
«Para que puedas comprobar si he ido a ver a Pritchard o si existe el Omaha Observer.»
—Sí. Me queda un mes entero de tratamiento.
—Bien. Tengo que irme a Londres tres o cuatro días pero, cuando vuelva, hay algo sobre lo que quisiera hablarte. ¿Dónde te alojas?
—Todavía no he encontrado alojamiento. De momento lo he encontrado todo lleno.
—Así que de momento estás en el Bell… —concluyó Tensing que, afortunadamente, no esperó a que respondiera—. ¿Comes en este pub?
«A partir de esta noche ya no.»
—Normalmente, menos cuando el tratamiento del doctor se alarga demasiado.
—Bien. Entonces ya nos veremos cuando vuelva. —Tensing se levantó—. Es extraño que hayas aparecido por estos lares; casi parece cosa del destino. —Se volvió hacia Ferguson—. Vamos a tomar ese tren —dijo, y se marcharon.
¿Qué demonios acababa de pasar? ¿Sospechaba de él Tensing o simplemente quería recordar sus vivencias en el hospital? Si sospechaba, ¿qué era lo que había delatado a Mike?
«Tengo que hablar sin falta con Polly», pensó, pero el único teléfono seguro estaba en la estación y Tensing y Ferguson iban hacia allí precisamente. Si perdían el tren, se toparía con ellos. Además, Polly y Eileen ya estarían en el refugio.
Esperó hasta la hora de cierre del pub y se fue a la estación para llamar, esperando que el cese de alerta hubiera sido pronto ese día. Por lo visto no había sido así. No estaban. Tampoco estaban a la mañana siguiente. ¿Hubo incursiones aéreas sobre Londres esa semana? Tendría que habérselo preguntado a Polly. Si las hubo, posiblemente tardaría la semana entera en localizarlas.
Volvió al Bell y, tras asegurarse de que Welchman no estaba en el vestíbulo, compró un periódico, lo abrió por la página del crucigrama y escribió «URGENTE LLAMARÉ NECESARIO» en las casillas, lo mandó por correo y se fue al Parque. No encontró a Gerald, pero en el trayecto de vuelta oyó una conversación entre dos Wrens.
—¿Tú sabes algo del nuevo de la cabaña ocho? —preguntó una.
—Sí —repuso la otra con desagrado—. Se llama Phillips. Vive en Stoke Hammond y no te conviene. Es un verdadero plasta.
Lo de «verdadero plasta» le pegaba a Phipps, y Phillips habría sido un buen nombre falso para él.
Mike tomó el autobús a Stoke Hammond y se paso el resto del día y la mañana del miércoles fingiendo buscar habitación y preguntando: «No tendrá por casualidad un huésped llamado Phillips, ¿verdad?»
Cuando iba por el décimo intento del miércoles, la patrona le dijo:
—No. Vino un hombre así llamado buscando habitación… el lunes. A Muersley lo mandé.
Muersley estaba a nueve kilómetros. Mike tomó el autobús para ir hasta allí y, ya en el pueblo, hizo media docena de intentos infructuosos antes de encontrar a una mujer que le dijo que se acordaba de un tal Phillips: lo había mandado a Little Howard.
Mike volvió a Bletchley porque eran ya casi las siete, fue directamente a la estación para llamar por teléfono a Polly… y se topó de frente con las niñas de Dilly.
—¡Hola! —lo saludó alegremente Elspeth—. ¡Nos preguntábamos que habría sido de usted!
—Le hemos estado buscando todos los días en el Parque —dijo Joan.
—Este es el americano del que te hemos hablado, Wendy —dijo Mavis a la cuarta chica—. Ese al que Turing casi mata.
—El guapo.
Wendy, que no tenía mal aspecto para dormir en una despensa, dijo, batiendo las pestañas:
—¡Me moría por conocerlo!
—Yo lo vi primero —dijo Joan.
—Yo lo levanté cuando Turing lo tiró al suelo —dijo Elspeth, cogiéndolo del brazo, posesiva.
—Chicas, chicas… En estos tiempos los celos no son buenos —dijo Mavis, agarrándolo por el otro brazo—. Estamos en guerra y tenemos que compartir y hacerlo gustosamente.
¿Cómo demonios iba a deshacerse de ellas? Ni siquiera lo dejaban meter baza.
—¿Le han encontrado algo en la Oficina de Alojamiento? —le preguntó Mavis.
—Pues claro que no —dijo amargamente Wendy—. Yo busqué durante semanas. Hace meses que no hay ni una sola habitación disponible.
—Hemos estado buscando una para Wendy —le explicó Elspeth.
—No solo tiene que dormir rodeada de melocotones en conserva sino que ahora el de la Oficina de Alojamiento le ha asignado dos compañeras de habitación —dijo Mavis.
—Hemos oído el rumor de que había una vacante en Albion Street —le dijo Wendy—, pero cuando hemos llegado ya la habían alquilado. —Suspiró—. Demasiado bueno para ser cierto.
—Y ahora usted va a invitarnos a todas a tomar algo para que nos animemos —dijo Joan.
—Me encantaría, pero no puedo. He quedado…
—¡Lo sabía! —dijo Elspeth, arrastrando las palabras.
—¿Es guapa? —le preguntó Joan.
—No con una chica, con un viejo amigo —dijo Mike.
—Bueno, entonces el viernes —dijo Mavis.
—El viernes —convino él—, y prometo decírselo si me entero de que hay alguna habitación por alquilar.
Por fin pudo librarse de ellas, pero eran casi las ocho.
«Por favor, por favor, que Polly siga aún en casa», pensó.
Eileen se puso al teléfono.
—¿Has encontrado a Gerald? —le preguntó ansiosamente. Se oyó un estruendo de fondo.
—¿Qué ha sido eso? —le preguntó Mike.
—Una bomba de alto impacto. Estamos en pleno bombardeo.
«Por supuesto.» ¡Dios! ¿Podía empeorar su suerte todavía más?
—¿Lo has encontrado? —insistió Eileen.
—¿A Gerald? Todavía no. ¿Está Polly? Que se ponga.
Tras un silbido prolongado y otro estallido, Polly se puso al teléfono.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó.
—Me he topado con ese chico con el que estuve en el hospital. Se llama Tensing.
—Y sabe que eres americano, no inglés. ¿Te ha descubierto?
—No. Quiero decir… Decidí no decirle a la gente que soy inglés y al final ha resultado ser una buena decisión. En cualquier caso, estoy bastante seguro de que trabaja en Bletchley Park. Le he dicho que estoy aquí para visitar a un médico, por lo de mi pie, y se lo ha tragado. —Se puso a gritar para hacerse oír a pesar del estruendo del lado de Polly, porque las baterías antiaéreas habían empezado a disparar—. Me ha visto en un pub y hemos hablado unos minutos. Me ha preguntado si todavía me interesan los crucigramas.
—¿Qué? No te oigo. Aquí hay un ruido tremendo.
—¡Los crucigramas! —gritó Mike—. En el hospital resolvía crucigramas y ahora fingía estar resolviendo uno mientras estaba sentado buscando a Phipps. Me ha preguntado si todavía me interesan y, cuando le he dicho que sí, ha querido saber cuánto tiempo me quedaré en Bletchley. Me ha dicho que tenía que irse a Londres unos días pero que quería hablar conmigo a su regreso.
—¿No ha dicho nada más de los crucigramas?
—Sí. Ha dicho que recordaba que yo era bueno resolviéndolos y que la mayoría de los americanos son incapaces de resolver los crucigramas ingleses. ¿Crees que es posible que ya estén buscando mensajes de espías en los crucigramas, como tú me contaste que pasó con el Día D?
—No. Va a ofrecerte trabajo en Bletchley Park. ¿No te acuerdas de lo que te dije? En BP reclutaban a todo aquel que tuviera dotes para el descifrado: matemáticos, egiptólogos, jugadores de ajedrez… Bueno, pues también les interesaba la gente a la que se le daba bien resolver crucigramas. Incluso patrocinaron un concurso de crucigramas en el Daily Herald y les ofrecieron trabajo a todos los ganadores. Iban cortos de criptógrafos y buscaban siempre potenciales candidatos. ¿Cuándo has dicho que volverá de Londres?
—No estoy seguro. Mañana o pasado.
—Entonces tienes que irte esta noche.
—Espera. A lo mejor puedo aceptar el trabajo. Si Gerald vive en Bletchley Park…
—No. Es una idea pésima. Nunca saldrías de allí. No pueden permitir que nadie se marche; todos conocen demasiados secretos. Ninguna de las personas que trabajaban en BP estuvo allí hasta el final de la guerra. Tienes que marcharte esta misma noche, sin falta.
—¡Pero si acabo de encontrar una pista de Phipps!
—Eileen tendrá que seguirla en tu lugar. ¿Sale algún tren de ahí esta misma noche? Seguramente no podrás llegar a Londres, porque los bombardeos son tremendos, pero al menos te habrás alejado de Bletchley.
—No entiendo a qué vienen tantas prisas. ¿Por qué no puedo simplemente rechazar el trabajo ahora que sé lo que va a pedirme? Ya le he dicho que estoy en tratamiento por el pie. Puedo decirle que tengo que pasar por el quirófano…
—Con esa excusa no te bastaría. Es un trabajo de oficina y recuerda que Dilly Knox es cojo.
—Bueno, pues le diré simplemente que no me interesa.
—¿A un periodista americano que se coló a bordo de un barco para llegar a Dunkerque no le interesa mezclarse en la labor de espionaje más emocionante de la guerra? No se lo tragará.
Tenía razón. Alguien como Tensing, tan decidido a volver a la acción que había desafiado las órdenes de los médicos, jamás entendería por qué Mike rechazaba la oportunidad de «volver a la guerra», sobre todo porque Mike le había dicho que para eso estaba viendo al doctor Pritchard. Se preguntaría qué ocultaba su negativa, se pondría a husmear y se enteraría de que le había mentido acerca del tratamiento médico.
—Tienes que… —Un silbido horripilante ahogó el final de la frase de Polly.
«Otra bomba», pensó Mike, pero luego se dio cuenta de que era un tren. Miró la hora: las 8.33. Era el tren proveniente de Oxford.
—Perdona, no te he oído. Está entrando un tren.
—He dicho que salgas de ahí ahora mismo —lo urgió Polly—. Si Tensing está pensando en ofrecerte un trabajo, ya debe estar investigando tus antecedentes y se habrá dado cuenta de que no eres quien dices ser. No puedes correr el riesgo de toparte con él y…
Un crujido de estática y la comunicación se cortó.
—¿Polly? ¿Polly?
—Lo siento, señor —dijo la operadora—. Se ha cortado. Puedo intentar recuperar la comunicación si lo desea.
Pero si el corte se debía a una bomba, era posible que la línea no estuviera reparada hasta al cabo de varios días, y Mike casi se alegraba de ello. Si volvía a hablar con Polly, le insistiría en que se marchara, y con razón. Tenía que irse. Sin embargo, no hacía falta que fuera esa misma noche. Tensing no regresaría hasta el día siguiente, como muy pronto. Además, no sabía dónde vivía y, como no había conseguido alojamiento a través de la Oficina, tardaría en localizarlo. Cuando lo hubiera buscado en el pub y en los hoteles, tal vez Mike ya supiera si Phipps estaba o no en Little Howard.
—Gracias, lo intentaré más tarde —le dijo a la operadora. Colgó y salió de la cabina.
Por lo visto el tren había llegado. Los pasajeros llenaban el andén. Un oficial del Ejército, dos Wrens, un… ¡Dios del cielo! Era Ferguson y, apeándose en aquel mismo momento del tren, detrás de él, iba Tensing. Todavía no lo habían visto, así que, instintivamente, Mike volvió a meterse en la cabina, aunque temiendo que lo reconocieran. No tenía tiempo para salir del vestíbulo antes de que lo vieran, así que salió por la otra puerta al andén desierto y lo recorrió hasta el extremo opuesto, atento por si oía pasos siguiéndolo e intentando al mismo tiempo decidir qué hacer. Con la mala suerte que estaba teniendo, era posible que Tensing se hubiera dejado el sombrero, volviera a subir al tren para recuperarlo y lo pillara marchándose.
No le quedaba más remedio que tomar el siguiente tren. No salía hasta las 11.10, pero era mejor que se quedara en la estación. Si intentaba volver a casa de la señora Jolsom para recoger su equipaje, era posible que se encontrara con Tensing, o con las niñas de Dilly. Tenía que sentarse en alguna parte donde no lo vieran. Aunque, si no volvía a recoger el equipaje y Tensing había conseguido enterarse de dónde se alojaba, su repentina desaparición sin la maleta le parecería tremendamente sospechosa, y la señora Jolsom estaba obligada a hablar. Si Tensing llegaba a la conclusión de que era un espía, la situación sería tanto o más dañina que si lo abordaba y le ofrecía el trabajo. Aunque Tensing sospechara de él y por eso hubiera vuelto antes, no iría directamente a casa de la señora Jolsom. Antes lo buscaría en el pub y en los hoteles. Cuando se pusiera a llamar a las puertas de las pensiones, haría mucho que Mike se habría ido.
Esperó otro cuarto de hora en el andén para dar tiempo a Tensing y Ferguson de alejarse de la estación y luego volvió corriendo a casa de la señora Jolsom, dando un rodeo para no tener que pasar por delante de casa de las niñas de Dilly ni del Bell y mirando atentamente en ambas direcciones antes de cruzar las calles.
Cuando llegó a su destino, pasaban de las diez.
«A lo mejor ya se ha acostado y puedo irme dejándole una nota», pensó esperanzado, pero la casera le abrió la puerta principal sin darle tiempo a meter la llave en la cerradura, con el delantal puesto y secándose las manos con un trapo de cocina.
—¡Oh, es usted, señor Davis! —lo saludó—. Estaba lavando los platos y he oído que había alguien en la puerta. ¿Cómo se siente esta noche?
—Me temo que no muy bien —repuso él, siguiéndola hasta la cocina—. No sé si se lo conté, pero estoy aquí para someterme a un tratamiento médico. Por el pie. Me ha estado viendo el doctor Granholme de Lieghton Buzzard. Yo estaba seguro de que él podría ayudarme, pero me dijo que no y me mandó al doctor Evers de Newton Pagnell, que dice que tengo que someterme a una intervención quirúrgica, así que me manda al doctor Pritchard de Banbury —le contó, situando a los tres médicos en tres pueblos equivocados, con las esperanza de que cuando Tensing lograra dar con ellos llegara a la conclusión de que la señora Jolsom había confundido los lugares de las consultas—. El problema es que quiere que me opere de inmediato, así que no puedo entregarle el aviso con dos semanas de antelación que usted…
—¡Oh, no se preocupe por eso! —dijo la señora Jolsom, secando una taza y un plato y dejándolos en la alacena—. Solo pedía eso por los huéspedes del Parque, que se van sin molestarse en notificármelo. —Dobló el trapo y lo puso en el extremo de la encimera—. O que ni siquiera aparecen y me dejan varias semanas con la habitación desocupada. ¿Sabe usted lo que el empleado de la Oficina de Alojamiento me contestó cuando se lo comenté? Dijo que no sabía nada de todo aquello. ¡Incluso negó haberme mandado la carta!
La carta. Aquel día, en el laboratorio, cuando Phipps había regresado por el portal, dijo que había mandado una carta. ¿Habría sido la carta para reservar la habitación?
Aunque se suponía que iba a efectuar el salto en verano, no en otoño.
«Eso no lo sabes con seguridad —pensó Mike. Realizó el reconocimiento y la preparación en julio, pero no necesariamente llevó a cabo la misión en el mismo mes.»
Quizá por eso había sido necesario el primer salto, debido a la escasez de alojamientos y la necesidad de dejarlo todo dispuesto con meses de antelación. Además, si había un incremento del desfase en su portal, la señora Jolsom se habría encontrado con la habitación desocupada y, por ese motivo precisamente, la mujer tenía la única habitación disponible de Bletchley.
«Tendría que haber atado cabos.»
—¿Se irá por la mañana, señor Davis? —quiso saber la señora Jolsom.
«No. Esta noche», fue a decir, y luego se acordó de que no salía ningún tren para Banbury hasta el día siguiente.
—Sí, pero antes de irme tendré que ir a ver al doctor Pritchard, así que seguramente ya me habré marchado cuando usted se levante. El huésped que no se presentó, ¿cómo se…?
Llamaron a la puerta.
«¡Dios mío, es Tensing! ¡Lo había subestimado!», pensó Mike.
La señora Jolsom se quitó el delantal y fue a abrir.
Mike se acercó de puntillas a la puerta de la cocina y la entornó ligeramente. Oyó una voz de hombre y a la señora Jolsom respondiéndole, aunque no entendió lo que decían. Escuchó cerrarse la puerta y se apartó de la puerta de la cocina. La señora Jolsom entró.
—Era un joven que buscaba habitación.
¿Y si era Phipps?
—¿Se ha marchado? —preguntó Mike, que corrió hacia la puerta, la abrió y se asomó. En la calle a oscuras no se veía un alma—. ¿Qué aspecto tenía?
La señora Jolsom lo había seguido hasta la puerta.
—Era un caballero de edad —dijo la mujer, perpleja—. ¿Por qué?
—Se me ha ocurrido que puede ser un paciente al que conocí ayer en la consulta del doctor Pritchard —dijo Mike, maldiciéndose por su torpeza. Se estaba comportando de un modo bastante sospechoso—. Iba a decirle que puedo dejar la habitación esta noche para que la ocupe él. Yo puedo irme a un hotel.
—No va a hacer usted eso, señor Davis, ni hablar —dijo ella—, menos todavía para comodidad de un hombre que busca habitación a estas horas de la noche. Quédese usted todo el tiempo que quiera. —Empezó a subir las escaleras—. Buenas noches.
Mike se acercó y puso la mano en la barandilla para detenerla.
—Es que no quisiera dejarla en la estacada con la habitación desocupada como ese huésped que no se presentó…
—¡Oh, no se inquiete por eso, señor Davis! —Le palmeó la mano—. Entiendo muy bien su impaciencia por marcharse. ¿Es una operación muy seria?
Si decía que sí, se preocuparía y le plantearía un montón de preguntas, pero, si le decía que no, entonces, ¿a qué tanta prisa? Cualquier otra respuesta podía llevarlos de nuevo al tema del huésped que no se había presentado y tenía que enterarse de cómo se llamaba y hacerlo antes de la salida del tren, a las 11.10.
—Supongo que todo saldrá bien —dijo—. Tiene gracia que el empleado de la Oficina de Alojamiento cometiera un error así. Suelen ser muy eficientes. Dijo usted que el empleado le dijo que tenía que ser un malentendido. Puede que usted tuviera las fechas mal o…
—Seguro que no —dijo ella, con irritación—. ¿Un malentendido? El empleado ni siquiera admitió haberme mandado la carta, y eso que llevaba su firma. —Entró en la salita y volvió con una carta—. Aquí está su nombre, más claro que el agua: capitán A. R. Eddington.
Le plantó la carta delante de las narices.
Mike leyó: «Orden de alojamiento para el profesor Gerald Phipps. Llegada el 10 de octubre de 1940.»