No lo deje para los demás.
Cartel de precaución
en caso de ataque aéreo, 1940
Oxford, abril de 2060
El señor Dunworthy repasó una vez más los cálculos del doctor Ishiwaka y llamó a Eddritch.
—Eddritch, venga a mi despacho, por favor.
Cuando su secretario apareció en el umbral, le dijo:
—Necesito que llame al laboratorio y se entere de por qué no han mandado todavía ese análisis del desfase.
—Ya lo han mandado, señor —dijo Eddritch, y se quedó allí plantado.
«Nunca debería haber permitido que Finch llegara a ser historiador», pensó Dunworthy, acordándose con nostalgia de su anterior secretario.
—Bueno. ¿Dónde está, entonces?
—Sobre mi mesa, señor.
—Tráigamelo —dijo Dunworthy y, cuando Eddritch regresó con el informe, le preguntó—: ¿han llamado de Investigación?
—Sí, señor.
—¿Qué han dicho?
—Han dicho que tienen la información que solicitó usted y que los llame —dijo Eddritch—. ¿Quiere que los llame por usted?
«No porque es probable que te olvides de decirme que lo has hecho», pensó Dunworthy.
—Lo haré yo —dijo, y los llamó inmediatamente.
—Hubo doscientos muertos esa noche —le dijo la técnico que se puso al teléfono—. Veintiuno en la zona por la que preguntaba usted. Pero en esa cifra no están incluidos los heridos de ese día que murieron posteriormente a causa de las heridas sufridas.
«Ni cualquiera que muriera días o semanas después a consecuencia de lo que hicieron», pensó Dunworthy.
—¿Quiere que intentemos enterarnos de cuántos sufrieron heridas potencialmente mortales? —le preguntó la técnico.
—Ya veremos. Dígame todo lo que ha logrado saber hasta ahora. Dice que fueron veintiuna las víctimas de esa noche, ¿no?
—Sí, señor. Seis bomberos, un vigilante de la ARP, una Wren, un oficial, una integrante del Cuerpo Auxiliar Femenino del Ejército, un chico de diecisiete años y dos mujeres de la limpieza.
—¿Ningún oficial de la Marina?
—No, señor. Pero, como he dicho antes, la cifra es de los que murieron aquella noche únicamente.
—¿Sabe los lugares exactos en que perdieron la vida?
—Algunos. El oficial y dos de los bomberos murieron en Upper Grosvenor Street; los otros bomberos luchando contra el fuego en la zona de Minories. El vigilante de la ARP falleció en Cheapside cuando su puesto fue alcanzado.
—¿Qué me dice de la Wren?
—Murió en Ave Maria Lane.
A pocas calles de distancia de la catedral de San Pablo.
—¿Hay alguna foto suya?
—No, en la esquela no. ¿Quiere que intente encontrar una?
—Sí, y necesito los nombres de las víctimas y, a ser posible, sus retratos. Lo antes que pueda. En cuanto los tenga, llámeme a mí directamente. —Le dio el número de teléfono, colgó y se puso a leer el análisis del desfase, temiendo encontrar en él más malas noticias. Sin embargo, aunque había habido un ligero incremento del porcentaje de desfase por salto, no era tan grande como había pronosticado Ishiwaka y varios portales estaban en zonas donde era muy probable que alguien los viera abrirse, lo que habría explicado el incremento. Nada indicaba la existencia de un pico, aunque el análisis no incluía los saltos de aquella semana.
Le pidió a Eddritch que lo llamara al laboratorio si telefoneaban los de Investigación y salió por la puerta del Balliol a la calle Broad. Cuando dobló por Catte Street, Colin Templer lo alcanzó.
—Me alegro de encontrarlo —le dijo, jadeando—. Ese idiota de su secretario no quería decirme dónde estaba usted.
Tendría que haber reprochado a Colin que tratara de idiota a Eddritch, pero había bastante de cierto en su afirmación. Así que le preguntó:
—¿Por qué no estás en clase?
—Tenemos fiesta —dijo Colin, quien, viendo cómo lo miraba Dunworthy, añadió—: no, en serio. Puede llamar y preguntarlo. Así que he venido a verlo. Tengo una idea para una misión —dijo, caminando a su lado—. ¿Sabe lo que eran las chicas agricultoras?
—¿Las chicas agricultoras?
—Sí. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo mujeres que…
—Estoy al corriente de lo que eran. ¿Me estás proponiendo disfrazarte de mujer y alistarte en el Cuerpo de Agricultoras?
—No. Es que si había mujeres agricultoras era porque los hombres que trabajaban en las granjas se habían ido al frente y los granjeros contrataban a niños también, así que puedo decir que tengo quince años… demasiado joven para ser llamado a filas… y observar la vida en una granja durante el conflicto bélico. Ya sabe, la escasez de alimentos y todo eso.
—¿Y qué te impedirá alistarte nada más llegar o irte corriendo a Londres para ver a Polly Churchill?
—Eso sería lo último que haría —le aseguró fervientemente Colin, y Dunworthy se preguntó de qué iba todo aquello. ¿Se había reído Polly del chico y había herido sus sentimientos?
—Prometo no alistarme. Si quiere se lo juro o hago un juramento de sangre o algo.
—No.
—He encontrado una granja de Hampshire en la que no cayó un solo V-1 en toda la guerra y me he informado acerca de las vacas lecheras y la recogida de huevos…
Habían llegado al laboratorio. Dunworthy se detuvo en la puerta.
—No voy a mandarte a ninguna parte hasta que hayas aprobado los exámenes, te hayan admitido en Oxford y termines el primer grado… nada de lo cual es demasiado probable ahora mismo.
—Esto es injusto. Volví a redactar mi trabajo sobre el doctor Ishiwaka y saqué una nota alta, a pesar de que sigo creyendo que su teoría es una porquería.
«Esperemos que tengas razón», pensó Dunworthy.
—¡Vete ya! —le dijo—. Tengo cosas que hacer.
—No me importa esperar.
—No te molestes. No tengo intención de cambiar de opinión y, por si esperas poder colarte conmigo en el portal como hiciste cuando fui tras Kivrin Engle, no he venido para usar la red. Estoy aquí para hablar con Badri.
—Entonces no hay razón para no dejarme entrar en el laboratorio, ¿verdad? —dijo Colin, entrando antes de que Dunworthy pudiera cerrar la puerta—. Esperaré a que termine y luego le contaré mi otra idea. Ni siquiera notará mi presencia.
—Procura que no —le advirtió Dunworthy, y se acercó a Badri, que estaba sentado a la consola.
—Si ha venido por su salto a San Pablo —le dijo este—, acabamos de calcular las coordenadas, así que puede ir cuando guste.
—Bien. Quiero ver el desfase de los saltos de esta semana. ¿Sigue aumentando?
—Sí —Badri puso los datos en pantalla—, pero el ritmo de aumento es menor que la semana pasada.
«Bien», pensó Dunworthy. Tal vez no había sido más que una anomalía pasajera.
—He estado comprobando los saltos uno por uno —dijo Badri—. El desfase elevado se limita a los saltos a la Segunda Guerra Mundial, así que el incremento podría deberse a la tremenda incidencia de los puntos de divergencia que las guerras crean o a las condiciones que se daban durante el conflicto: observadores civiles, patrullas de la ARP y esa clase de cosas.
Sin embargo, habían ido a la Segunda Guerra Mundial muchísimos historiadores durante años sin que se produjera un incremento de la media de desfase.
—¿Las misiones de todos los historiadores de los que le hablé han sido canceladas?
—Sí, señor —repuso Badri, y Linna le entregó una lista.
—¿Qué hay de Michael Davies? —preguntó Dunworthy, leyéndola.
—Lo reprogramamos para que fuera en primer lugar a la evacuación de Dunkerque. Se marchó hace… —Consultó la pantalla—. Hace cuatro días. Estará de vuelta dentro de entre seis y diez días a partir de hoy.
—Y el salto a Pearl Harbor, ¿para cuándo está programado?
—Para finales de mayo.
«Bien —pensó Dunworthy—. Me quedan seis semanas para tomar una decisión.»
—¿Por qué no se sabe con seguridad qué día va a volver? ¿Era alto el desfase previsto?
—No, señor, pero su portal está a las afueras de Dover, así que puede que tarde uno o dos días en regresar a él cuando acabe la evacuación.
—Tardamos una eternidad en encontrar una localización para su portal —intervino Linna—. La única válida que encontramos estaba a siete kilómetros de Dover.
Dunworthy frunció el ceño. La dificultad para encontrar localizaciones para los portales era una de las señales que había predicho el doctor Ishiwaka.
—¿La dificultad fue anormal?
—Sí —repuso Linna.
—No teniendo en cuenta la cantidad de gente que hay en la zona —la contradijo Badri—, y el secretismo de la operación.
—¿Ha habido alguna otra dificultad para encontrar localización para un portal? —preguntó Dunworthy.
—Tuvimos alguna que otra para encontrarle una a Charles Bowden en Singapur, pero al final pudimos mandarlo a los campos de polo de la colonia británica. También nos costó lo nuestro situar el portal de Polly Churchill, debido a sus requisitos para la localización y al apagón.
—Que venga a verme en cuanto vuelva del Blitz. ¿Cuándo será eso?
—Vendrá a presentar su informe mañana o pasado con la dirección de la pensión en la que se aloja.
—¿Qué? ¿Me está diciendo que todavía no se ha presentado?
—No, señor, pero no hay de qué preocuparse —dijo Badri—. Puede que le esté costando alquilar una habitación o que haya decidido esperar hasta tener asimismo trabajo. Así puede decirnos también el nombre de los almacenes…
—Lleva un mes allí —dijo Dunworthy—. Es imposible que haya tardado tanto en encontrar trabajo. ¿Por qué no se me ha comunicado que todavía no se había presentado? —Se volvió acusador hacia Colin—. ¿Tú estabas al corriente de esto?
—Ni siquiera sé de qué están hablando —repuso Colin—. No lleva allí un mes. ¿Verdad, Badri?
—No. Solo lleva dos días.
—¿Qué? Eddritch me dijo hace un mes que se había marchado en una misión.
—Lo había hecho, señor, pero no fue al Blitz —dijo Linna—. Nos estaba costando encontrarle un portal, así que nos propuso que la mandáramos a una de las otras etapas de su proyecto antes.
—Y eso hicieron. ¿La mandaron a los ataques con zepelín de Londres sin mi previa aprobación?
—Usted ya había aprobado el proyecto, así que pensamos… Pero no pudimos mandarla a esos ataques porque no había terminado todavía su preparación para la Primera Guerra Mundial. La mandamos a la tercera parte.
—¿A la tercera parte? —tronó Dunworthy—. ¿Y luego la mandaron al Blitz?
—Sí, señor. Nosotros…
—¿A pesar de que les había dicho que cancelaran todos los portales fuera de servicio?
—¿Fuera de servicio? —dijo Badri—. Yo… Usted no dijo que fuera eso lo que estaba haciendo. Simplemente nos entregó una lista…
—De portales que había que reprogramar para que fueran cronológicos o, si eso no era posible, cancelar.
—Usted no dijo nada de la cronología —dijo a la defensiva Linna.
—Yo… Yo-no tenía ni idea —tartamudeó Badri—. Si hubiéramos sabido…
—¿Pasa algo? —preguntó Colin, acercándose—. ¿Le ha pasado algo a Polly?
Dunworthy lo ignoró.
—¿Cómo que no tenía ni idea? —le dijo a Badri—. ¿Por qué otra cosa creía que los estaba reprogramando? Y, si Polly Churchill estaba en una misión, ¿por qué no constaba en las lista que me entregaron?
—Usted pidió una lista de todos los historiadores que estuvieran en el pasado —dijo Linna—, y ella ya había vuelto.
Dunworthy se volvió hacia Colin.
—Tú sabías que se había ido, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Creía que lo sabía —dijo Colin—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no tenía que ir al Blitz?
Dunworthy miró otra vez a Badri.
—¿Cuánto tardarían en introducir las coordenadas del portal de Polly?
—¿Le ha pasado algo a Polly? —insistió Colin.
—No, porque voy a sacarla de ahí.
—¿Va a mandarle un equipo de recuperación, señor? —preguntó Badri.
—No. Tardaría demasiado. Iré yo. ¿Cuánto?
—Pero no sabe dónde está —arguyó Badri—. Puede que venga a informar dentro de un día o dos. ¿No sería más sencillo esperarla…?
—Sé que busca trabajo en Oxford Street. ¿Cuánto?
—Tengo que cambiar a modo de envío su portal —dijo Badri—. Ahora está programado como portal de retorno. Uno o dos días.
—Demasiado —dijo Dunworthy—. La quiero fuera de allí inmediatamente, y no quiero que nada interfiera si intenta regresar. ¿Cuánto tardaría en situar otro portal cerca del suyo?
—¿Otro portal? Ni idea —dijo Badri—. Tardamos semanas en encontrar el de Polly. El apagón…
—¿Y el portal de San Pablo? —le preguntó Dunworthy—. ¿Cuánto tardaría en cambiar sus coordinadas temporales?
—Puede que una hora, pero no puede usar el de San Pablo. Bartholomew estaba…
—No a principios de septiembre. No llegó allí hasta el día veinte.
—Pero no pude ir a principios de septiembre. Es demasiado peligroso.
—No bombardearon San Pablo hasta octubre —dijo el señor Dunworthy.
—No me refiero a San Pablo. Me refiero a su…
—¿A qué día se marchó Polly? —lo cortó Dunworthy.
—El diez de septiembre.
—¿Qué le ha pasado? —preguntó Colin—. ¿Tiene algún problema?
—¿Para qué hora estaba programado su portal? —le preguntó Dunworthy a Badri.
—Para las cinco de la madrugada. La noche del nueve las incursiones terminaron a las cuatro y media y las sirenas de aviso de cese de alerta no sonaron hasta las 6.22.
—Programe el mío para las cuatro de la madrugada. Así el vigilante estará todavía en los tejados y tendré todo el día para encontrarla.
—¿Va a sacarla el mismo día de su llegada? —le preguntó Colin.
—Señor —dijo Badri—, no puede irse durante un bombardeo y el día diez está demasiado cerca de su…
—Solo estaré allí las pocas horas que tarde en encontrarla, y hay una parada de metro justo al lado de la catedral. Iré directamente a Oxford Street desde allí. Además esa noche bombardearon el East End, no la City.
—Dígame por qué tiene que sacarla de allí —dijo Colin, levantando la voz—. ¿Qué ha pasado?
—No ha pasado nada —dijo Dunworthy—. Simplemente la sacaré por precaución.
—¿Cómo que por precaución? ¿Precaución de qué?
«No tendría que haber dejado entrar a Colin en el laboratorio», pensó Dunworthy.
—Se está produciendo un ligero incremento del desfase —le dijo—. Así que, hasta que sepamos sus causas, no mando a ningún historiador en misiones de más de una etapa, eso es todo. Si hubiera estado al corriente de que Polly iba a continuar con la suya, se lo habría impedido pero, puesto que ya está allí, voy a traerla de vuelta.
—Iré con usted.
—No digas tonterías.
—Tengo que ir —dijo Colin, muy serio—. Le prometí que iría a rescatarla si tenía algún problema.
—No tiene ninguno…
—Entonces, ¿por qué la saca? ¿A qué se refiere con eso de que hay un ligero aumento? ¿De cuánto?
—De solo unos días.
—Ah —dijo Colin, y Dunworthy notó su alivio.
Pero era un chico brillante; ataría cabos. Dunworthy tenía que alejarlo del laboratorio.
—Colin, necesito que vayas a Utilería y les digas que necesito un carné de identidad de 1940 —le dijo, temiendo que el chico fuera reacio a marcharse. Sin embargo, se mostró ansioso por ayudar.
—¿A nombre de quién? —preguntó.
—No hay tiempo para inventar alguno especial. Que te den lo que tengan a mano.
Colin asintió.
—Le hará falta una cartilla de racionamiento, también, y una tarjeta de asignación a un refugio y…
—No. Solo estaré allí unas cuantas horas. Solo las necesarias para localizar a Polly y traerla de vuelta.
—Pero necesitará dinero para el metro y esas cosas. ¿Y la ropa? Puedo ir a Vestuario y…
«Vete a saber con qué saldrán los de Vestuario», pensó Dunworthy.
—No, iré con lo que llevo —dijo. Una chaqueta de cheviot y unos pantalones de lana llevaban siendo, afortunadamente, un atuendo apropiado desde hacía un siglo y medio.
—Pero necesitará una máscara antigás y un casco de acero —dijo Colin—. Es el Blitz…
—Soy perfectamente consciente de los peligros del Blitz —repuso Dunworthy—. He estado en él varias veces.
—¿Señor? —terció Badri—. Me parece que debería mandar un equipo de recuperación en lugar de ir usted. Tardaríamos poco en disponerlo y uno o dos días en prepararlos…
—No hace falta mandar ningún equipo de recuperación.
—Entonces al menos que vaya alguien que no haya estado en 1940…
—Puede mandarme a mí —dijo entusiasmado Colin—. Lo sé todo del Blitz. Ayudé a Polly a prepararse…
—Tú no vas a ninguna parte —repuso Dunworthy—. Solo a Utilería para conseguirme un carné de identidad.
—Pero si yo sé cuándo y dónde fueron todos los bombardeos, y…
—Vete —lo interrumpió Dunworthy—. Ahora mismo.
—Pero… Sí, señor. —Aunque reacio, se marchó.
—¿Cuánto falta para que Linna tenga listas esas coordenadas? —le preguntó Dunworthy a Badri.
—Unos minutos. Sigue pareciéndome que debería mandar a alguien que no haya estado nunca en 1940. Es evidente que está preocupado de que el aumento del desfase impida sacar a la gente antes de su fecha límite, así que no debería…
—El aumento del desfase en este punto es de solo dos días, así que llegaré allí el doce como muy tarde y me quedaré menos de un día. No correré peligro. —Alzó la voz para preguntar—: Linna, ¿tiene ya esas coordenadas?
—Casi —respondió ella también gritando, y Dunworthy echó un vistazo al reloj y empezó a vaciarse los bolsillos.
La puerta del laboratorio se abrió y entró Colin con un fajo de papeles.
—Es usted Edward Price —dijo—. Vive en el número once de Jubilee Place, en Chelsea. Le he conseguido dos billetes de cinco libras.
—Y veo que te has quitado la chaqueta del instituto para ponerte lo que los de Vestuario creen que llevaban los chicos durante el Blitz —comentó Dunworthy.
Colin se puso colorado.
—Podría ir con usted, pienso yo. Dos pares de ojos tardarán menos en localizar a Polly, y sé dónde cayeron exactamente todas y cada una de las bombas del día diez.
—Como yo. Dame el dinero y el carné.
—Y aquí tiene su cartilla de racionamiento —le dijo Colin, ofreciéndosela—. Puede que tenga hambre. Le he conseguido una linterna de mano, para que vea por dónde va.
Dunworthy se la devolvió.
—Lo único que conseguiría usándola sería que me arrestara el vigilante de la ARP. Las linternas de mano estaban prohibidas durante el apagón.
—Una razón más para que lo acompañe. Veo muy bien en la oscuridad…
—No irás, Colin.
—Pero ¿y si lo atropella un autobús? Eso pasaba mucho durante el apagón. ¿Y si se mete en algún lío?
—No voy a meterme en ningún lío.
—La última vez lo hizo y tuve que rescatarlo yo, ¿ya no se acuerda? ¿Y si le vuelve a pasar lo mismo?
—No me pasará.
—¿Señor Dunworthy? —lo llamó Linna desde la consola—. Si está listo, tengo las coordenadas.
—Sí —repuso él, y vio que Colin miraba de reojo los pliegues de la red, calculando la distancia entre esta y su posición—. Gracias, Linna, pero necesito un par de minutos. Colin, pensándolo mejor, creo que tenías razón en lo de la linterna. Si quiero sacar rápidamente a Polly no puedo permitirme doblarme un tobillo dando un traspié en un bordillo.
—Bien. —Colin le ofreció la linterna.
—No, esa no me sirve. Es demasiado moderna y habría que cubrirla con una visera especial para que el haz no se vea desde arriba. Ve a preguntar en Utilería si tienen alguna con visera y, si no tienen, pega tiras de papel negro en el cristal. Date prisa.
—Sí, señor. —Colin se marchó apresuradamente.
—¿Tiene las coordenadas listas? —le preguntó Dunworthy a Linna en cuando el chico se hubo ido.
—Sí, señor. Podemos proceder en cuanto Colin…
Dunworthy fue hasta la puerta y la cerró con llave.
—Mándeme allí.
—Pero yo creía…
—Lo último que me hace falta es un chico de diecisiete años pegado a los talones mientras intento encontrar a una historiadora perdida —dijo, acercándose a la red y pasando por debajo de sus pliegues ya en descenso—. Un chico de diecisiete años que, como puede atestiguar Badri, ya se ha colado en viajes al pasado. —Se puso en el centro de la red—. Listo.
—Me parece que al menos debería esperar hasta que hayamos configurado el portal de regreso —dijo Badri—. Si hay un incremento del desfase y regresa después del…
—Puede configurarlo después de mandarme. Ahora, Linna.
—Sí, señor —dijo esta, y se puso a teclear.
Dunworthy vio el inicio del resplandor.
—No mande a nadie en ninguna misión hasta que yo vuelva, y si Polly regresa para informar, que se quede aquí.
—Sí, señor.
—Colin no puede acercarse a la red mientras yo esté fuera. —El resplandor empezaba a aumentar y a llamear, desdibujando los rasgos de Linna—. No puede seguirme a mí, ni seguir a Polly, de ninguna manera —añadió, pero era demasiado tarde. La red ya se estaba abriendo.