En tiempos de guerra, la verdad es tan importante que tiene que ir acompañada de una escolta de mentiras.
WINSTON CHURCHILL
en un discurso en Bletchley Park
Londres, noviembre de 1940
Polly y Eileen esperaron hasta estar seguras de que el tren de Mike realmente salía hacia Bletchley Park y luego esta última se marchó a Whitechapel para devolverle el mapa a Alf Hodbin.
—Les dije que se lo mandaría por correo, pero le prometí a Theodore Willett que iría a verlo, así que puedo acercarme hasta allí. Además, quiero hablar con Alf. Tuve la sensación la última vez que lo vi de que él y Binnie andan metidos en algo.
—¿En qué? —le preguntó Polly.
—No estoy segura, pero, conociendo a los Hodbin, tiene que ser algo ilegal.
—No serán niños espía nazis, ¿verdad?
Polly la acompañó al tren y luego se fue al Museo Británico («Querida, lo siento mucho. Si puedes perdonarme, reúnete conmigo junto a la piedra Rosetta el sábado a las dos») a esperar al equipo de recuperación… y a preocuparse.
A pesar de que Mike le había asegurado que no habían alterado los acontecimientos, seguía preocupada. Sus actos no había influido solo en Marjorie sino también en el vigilante que la había encontrado y en el equipo de rescate y en el conductor de la ambulancia, los médicos y las enfermeras, el piloto con el que Marjorie no había llegado a encontrarse y que se habría ido a su misión creyendo que había cambiado de opinión acerca de fugarse con él para casarse, incluso en Sarah Steinberg, que había estado sustituyendo a Marjorie en el trabajo y en la dependienta que Townsend Brothers había contratado para reemplazar a Sarah.
Las ondas se propagaban más y más lejos. Y Marjorie iba a ser enfermera. Salvaría vidas de soldados igual que Mike había salvado a Hardy y a diferencia de en cuyo caso nadie más que ella podía haber sido la causa de lo sucedido.
Marjorie había dicho claramente que su decisión de salir con el piloto se debía a que la había visto a ella, a Polly, allí de pie, conmocionada, la mañana posterior al bombardeo de St. George. Aquello la había impulsado directamente a estar en Jermyn Street cuando fue bombardeada y a convertirse en enfermera y a alterar quién sabía qué otros acontecimientos.
Polly comprendía ahora muy bien por qué Mike había estado tan preocupado aquella mañana, a las puertas de Padgett’s, cuando creía haber salvado a Hardy, y ahora Mike iba camino de Bletchley Park, donde podría resultar más perjudicial para la guerra que cualquier enfermera en un hospital. Eso si Gerald Phipps ya no se le había adelantado, en cuyo caso habría habido más discrepancias que una simple sirena sonando en el momento indebido. Además, Mike tenía razón, había toda clase de momentos históricos en los que un acto que podría haber surtido un efecto capital había sido contrarrestado por otra cosa, como el poema de Verlaine para avisar de la invasión, o la aparición de las palabras «Omaha» y «soberano» en el crucigrama del Herald, que al final no había comprometido la invasión. Sin embargo, aquello era también un ejemplo de cómo un acto aparentemente sin importancia llegaba a tener consecuencias tremendas. Unas cuantas palabras en un crucigrama habían estado a punto de descalabrar una invasión que había requerido años de cuidadosa planificación y la participación de dos millones de hombres. Si el Día D hubiera tenido que ser pospuesto, el lugar de la invasión casi seguro que se hubiera filtrado y los tanques de Rommel habrían estado esperando a las tropas invasoras en Normandía. Todo por un pequeño descuido y un adolescente.
«Por un clavo se perdió la herradura…»
Así que, ¿qué impacto podrían tener los actos combinados de Marjorie y Hardy, y los de Gerald, y ahora de Mike, rondando por el lugar donde se guardaba el secreto más importante de la guerra? Eso si Mike llegaba hasta allí: que hubiera llegado a Dunkerque no significaba que lograra llegar a Bletchley Park.
Le dio al equipo de recuperación otra media hora de margen para llegar y luego volvió a casa de la señora Rickett para enterarse de si Mike había llamado. No lo había hecho y, cuando regresó Eileen, todavía no se sabía nada de él.
—¿Te has enterado de en qué andan metidos los Hodbin? —le preguntó Polly.
—No. No había nadie. —Eileen tenía el ceño fruncido—. He tenido que pasar el mapa por debajo de la puerta. ¿Ha llamado Mike?
—Todavía no. Es probable que su tren lleve retraso por culpa de un traslado de tropas o algo así.
Seguramente no logró ocultar su inquietud porque Eileen le preguntó:
—Hoy no bombardearon ningún tren, ¿verdad?
—No. —«En Londres no.»
—¿Bombardearon Bletchley?
—No lo sé, pero nunca hubo víctimas en Bletchley Park. Vamos, es hora de cenar. Una de las «cenas frías» de los domingos de la señora Rickett.
Aquel día consistía en lengua fileteada con ensalada de ortigas.
—Lamento haber conseguido la cartilla de racionamiento —comentó Eileen cuando vio el plato—. No veo el momento de que Mike encuentre a Gerald y nos podamos ir a casa. A lo mejor por eso no nos ha llamado, porque alguien del tren sabía el paradero de Gerald y ha ido a buscarlo.
Cuando por fin Mike llamó, sin embargo, minutos antes de que Polly se marchara a Notting Hill Gate para ensayar, fue simplemente para decir que había llegado. Ni siquiera había salido aún de la estación y tenía prisa. Dijo que volvería a llamar cuando supiera dónde se alojaba y colgó antes de darle a Polly ocasión de advertirle que tuviera cuidado.
«Si el problema es un incremento del desfase, eso tendría que haberle impedido ir a Bletchley Park si podía influir en los acontecimientos. No hay de qué preocuparse», se dijo, esforzándose por concentrarse en los problemas del admirable Crichton y lady Mary.
La compañía teatral estaba en la última semana de ensayos, y sir Godfrey de un humor de perros.
—¡No, no, no! —le gritó a Viv—. Debes decir: «Ahí llega Ernest», antes de que Ernest haga su entrada. Otra vez. Desde: «Padre, creíamos que no volveríamos a verte.»
Empezaron otra vez la escena desde el principio.
—¡No, no, no! —riñó sir Godfrey al señor Dorming—. ¿Es que no se acuerda? ¡Esto es una comedia, no una tragedia! ¡Al final del tercer acto los rescatan de la isla!
—¿Un príncipe? —preguntó Trot, la hija pequeña de la señora Brightford.
—No. Un barco y, teniendo en cuenta el paso al que progresa esta producción, será cuando termine la guerra.
—A mí me parece que tendría que ser un príncipe —dijo Trot.
—Díselo al autor —refunfuñó sir Godfrey—. Inténtenlo otra vez, desde «ahí llega Ern…».
—Sir Godfrey —lo interrumpió Lila—. Dice usted siempre que es una comedia pero ¿cómo puede serlo si lady Mary y Crichton tienen que separarse al final?
—Sí —la apoyó Viv—, ¿por qué no pueden estar juntos?
—Porque él es mayordomo y ella una dama. Usted y Mary —dijo, fulminando con la mirada a Polly, como si aquello fuera culpa suya— son demasiado jóvenes para haber amado a alguien con quien, por motivos de clase social o de edad o por las circunstancias que sean, no pudieran estar; pero les aseguro que los amantes se enfrentan a veces a obstáculos invencibles.
—Pero si no tuvieran que separarse —comentó Viv—, el final sería mucho más romántico.
—Como le he dicho a Trot —repuso secamente sir Godfrey—, dígaselo al autor. Otra vez. Desde el principio. Vamos a hacer esto bien aunque me cueste la vida. Lo que bien podría ser, a menos que la Luftwaffe me mate antes. —Miró el techo—. Esta noche los bombardeos son de una dureza tremenda.
Era cierto, pero empezaron y terminaron cuando se suponía que tenían que hacerlo, acertaron los blancos adecuados y no hubo nada a la noche siguiente en el Times de sir Godfrey acerca de filtraciones de seguridad ni espías capturados, a pesar de que Mike seguía sin llamar.
El martes llegó una carta para Eileen.
—¿Es de Mike? —le preguntó Polly. A lo mejor ha decidido escribir en lugar de telefonear.
—No. Es del señor Goode, el pastor —repuso Eileen, sonriendo. Abrió el sobre y se puso a leerla—. ¡Oh, no! Dice que escribe para darme una mala noticia… Pero no puede ser…
—¿Qué no puede ser?
—Dice que el hijo de lady Caroline ha muerto, pero era lord Denewell quien…
—Léeme la carta —le ordenó Polly.
—«Querida señorita O’Reilly, tengo tristes noticias que comunicarle. El hijo de lady Caroline murió el trece de noviembre. —Así que no podía haber error en la noticia del fallecimiento que había leído el pastor. Lord Denewell había muerto el día dos—. Su avión fue derribado en Berlín —prosiguió Eileen—, durante un bombardeo.»
«Es una discrepancia —pensó Polly, con un escalofrío de miedo—. Ha muerto el hijo en lugar del padre.»
—«Una noticia doblemente triste —continuó leyendo Eileen—, dado que se produce tan poco después de la muerte de lord Denewell.»
Pues no era una discrepancia, después de todo: solo una espantosa coincidencia de la guerra. Aquello tendría que haber tranquilizado a Polly pero, esa noche, después del ensayo, mientras ella y Eileen redactaban más mensajes para el equipo de recuperación, se puso a hojear los periódicos buscando posibles discrepancias y, a la mañana siguiente, le dijo a Eileen que tenía que irse a trabajar temprano para ordenar el despacho y se acercó hasta la abadía de Westminster para comprobar si había sido alcanzada por las bombas. Lo había sido, y los daños en la capilla de Enrique VII, en las vidrieras Tudor y en los claustros encajaban con lo que había leído durante su preparación.
«No has alterado los acontecimientos —se dijo—. Los portales no se abren porque está habiendo un incremento del desfase: por eso no ha llegado tu equipo de recuperación. A menos que Mike tuviera razón y el equipo esté bajo los escombros de Padgett’s.»
Que las tres víctimas hubieran resultado ser mujeres de la limpieza no implicaba que no pudiera haber otros cadáveres enterrados bajo esos escombros o bajo el montón de ruinas que había frente a su propio portal. Era posible que el equipo de recuperación hubiera ido a buscarla la noche que había quedado atrapada en Holborn, que hubiera estado alejándose de su portal para ir a buscarla justo en el momento de la explosión de la bomba. Nadie habría estado al corriente de su presencia en el lugar, como en el caso de Marjorie, a quien, si el guardián no la hubiera oído, nadie habría buscado bajo los cascotes de Jermyn Street.
Otra posibilidad era que los del equipo de recuperación hubieran muerto mientras iban de camino hacia su portal, en aquel autobús incendiado que ella había visto cuando iba a Townsend Brothers… o de camino a Backbury… o a Orpington. ¿Y si Colin había ido tras ella al enterarse del aumento del desfase? Le había prometido que iría a rescatarla. ¿Y si la había seguido hasta Padgett’s o había perdido la vida durante una incursión aérea, yendo a Oxford Street?
«No seas tonta —se dijo—. Sabe mucho y no se hará matar.» Además, si había cruzado hasta allí, no la alcanzaría en edad.
Inmediatamente, sin embargo, empezó a pensar si no lo había visto: en las escaleras mecánicas de Oxford Circus, después del trabajo; entre unos soldados, apeándose del metro en el andén de Notting Hill Gate.
No era él. El soldado al que había visto hablaba con fluidez en francés. El hombre de la escalera mecánica tenía el pelo rubio y los ojos grises de Colin, pero cuando la había visto mirarlo, le había sonreído de un modo que nada tenía que ver con la sonrisa torcida de Colin. Además era mucho más viejo, por lo menos tenía treinta años, y Polly había visto de inmediato que no era Colin, a pesar de que en un primer momento el corazón le había dado un doloroso brinco.
Cuando el chico de diecisiete años que se parecía a Colin se había apeado del metro, Polly estaba en plena escena del rescate con Crichton y se había quedado muda en mitad de una frase, mirándolo, hasta que al final sir Godfrey le había dicho:
—Estamos interpretando El admirable Crichton, lady Mary, no Romeo y Julieta.
—¿Qué? Yo… Lo siento, me había parecido ver a un conocido.
—Pues a mí me parecía que esta obra se estrenaba dentro de dos noches —había refunfuñado sir Godfrey, y los había tenido ensayando hasta el cese de alerta.
De camino a casa, Eileen le había preguntado:
—¿Te ha parecido ver a Mike?
—Sí —había mentido Polly.
—Estoy segura de que nos llamará pronto. Puede que todavía no haya encontrado habitación, o tal vez tiene problemas para encontrar desde dónde llamar sin que nadie lo vea.
«O sus preguntas sobre Gerald han llamado la atención y lo están interrogando», había pensado Polly, que no tenía tiempo de preocuparse por aquello.
La obra se estrenaba el viernes y Townsend Brothers estaba lleno de clientes. Empezaban las compras navideñas.
Justo después de la partida de Mike, Polly le había preguntado a la señorita Snelgrove si tenían intención de contratar a alguien más durante las vacaciones y, cuando esta le había respondido que sí, le había contado que Eileen se había quedado sin el trabajo de Padgett’s.
La señorita Snelgrove la había contratado al instante para ayudar en la tercera planta pero, al día siguiente, había tenido que trasladarla al departamento de librería porque a Ethel, la chica con la que Polly había estado hablando de guías de ferrocarril y de registro de aviones, la había matado la metralla.
A pesar de que no trabajaban en la misma planta, Eileen agradecía hacerlo en unos almacenes que no habían sido bombardeados. Estaba encantada de tener a su alcance tantas novelas de Agatha Christie y segura además de que había una explicación inocente para la falta de noticias de Mike.
Eileen era la única contenta. Los de la compañía teatral estaban nerviosos por la obra y todo el mundo saltaba a la mínima y estaba de mal humor por la falta de sueño, a pesar de que las incursiones aéreas se producían solo de manera intermitente… o tal vez precisamente por eso. Durante las primeras semanas, los bombardeos se habían convertido en un telón de fondo imposible de ignorar, pero ahora que no caían bombas una noche sí y la otra también, no dejaban de hablar de si caerían y de cuándo lo harían y de qué nueva espantosa clase serían: si bombas de acción retardada preparadas para estallar al ser desviadas o minas magnéticas que explotarían cuando les acercaran un reloj de pulsera. Elucubraban constantemente acerca de qué daños podrían causar.
Ya no quedaba nadie que no tuviera una historia terrorífica que contar. La hermana del rector había encontrado un brazo arrancado de cuajo en su rosaleda; un hombre con el que había ido a bailar Lila se había quedado ciego por culpa de una lluvia de cristales y todos sabían de algún fallecido. No era de extrañar que tuvieran los nervios de punta. Tampoco la climatología ayudaba: llevaba lloviendo ininterrumpidamente desde el día de la partida de Mike y los días se acortaban.
—Es como si la oscuridad nos acorralara —dijo la señorita Laburnum, estremeciéndose, de camino a Notting Hill Gate.
«Así es», pensó Polly, y se alegró de entrar en la estación profusamente iluminada, a pesar de lo abarrotada que estaba y del espantoso tufo a lana mojada.
Representaron El admirable Crichton la noche del viernes y la del sábado en el vestíbulo inferior de Notting Hill Gate. El estreno salió a la perfección, exceptuando por el momento, al final del segundo acto, en el que llegaba el barco de rescate. Se suponía que el señor Simms tenía que ladear la cabeza y preguntar: «¿Era eso que he oído un cañón?» Desafortunadamente, tuvo que gritar la frase para imponerse a una ensordecedora batería antiaérea.
El público rugió.
—¿Qué pasa chaval, estás sordo? —gritó un anciano, para mortificación del señor Simms.
—¡Tonterías! —dijo durante el entreacto sir Godfrey, con las perneras arremangadas y las zapatillas de lona que finalmente había conseguido la señorita Laburnum—. Ha estado maravilloso.
El resto del espectáculo transcurrió sin ningún otro incidente.
—Usted y sir Godfrey juntos han estado sencillamente maravillosos —felicitó a Polly la señorita Laburnum.
—Ha sido fantástico para la moral —comentó la señora Wyvern—. Es una pena que solo podamos representarla dos veces. A lo mejor podríamos arreglarlo para actuar en otras estaciones de metro.
Sir Godfrey estaba horrorizado.
—No podemos —salió al paso Polly—. Solo tenemos permiso para dos representaciones sin pagar derechos de autor —mintió.
—¡Oh, qué lástima! —dijo la señora Wyvern.
—Le debo nuevamente la vida, hermosa doncella —le susurró sir Godfrey a Polly.
El sábado por la noche les salió aún mejor. Cuando cayó el telón, que consistía en un cartel que sostenía en alto Trot y que ponía «telón», y los actores hubieron saludado y recibido una ovación del público puesto en pie, la señora Wyvern reunió a todos en el andén para entregarle a sir Godfrey un ejemplar de las Obras completas de J. M. Barrie.
—De este modo fueron los troyanos mortalmente vencidos: por regalos traicioneros como ese —le susurró sir Godfrey a Polly.
Ella se temía que tuviera razón.
—¡Tengo una noticia estupenda! —dijo la señora Wyvern—. Me he entrevistado con el jefe del transporte londinense y ha consentido en permitirnos actuar en otras estaciones de metro la semana de Navidad.
—Pero los derechos de autor… —empezó Polly.
—No representaremos El admirable Crichton —puntualizó la señora Wyvern—, sino una obra navideña.
—¡Peter Pan! —exclamó la señorita Laburnum—. ¡Qué maravilla! Me encanta la escena en la que Wendy pregunta: «Niño, ¿por qué lloras?», y Peter Pan dice…
—No, Peter Pan no —dijo la señora Wyvern—. ¡Cuento de Navidad, de Charles Dickens!
—Buena idea —convino el rector—. Contiene un mensaje de esperanza y caridad tremendamente necesario en estos tiempos oscuros.
—¡Y sir Godfrey será un Scrooge maravilloso! —gritó la señorita Laburnum.
Se marcharon corriendo.
—Al menos no es de Barrie —le susurró sir Godfrey a Polly y, de camino a casa después del cese de alerta, Eileen le dijo:
—Menos mal que todos los papeles femeninos son breves. Cuando Mike encuentre a Gerald, no les costará reemplazarte.
«Si es que Mike encuentra a Gerald —pensó Polly—. Si no está en la Torre de Londres a la espera de juicio sospechoso de ser un espía alemán.»
En lugar de ir al zoológico de Londres para encontrarse con el equipo de recuperación, de acuerdo con el anuncio que habían puesto en los periódicos, Polly mandó a Eileen en su lugar para no perderse la llamada de Mike.
A Eileen no le importó.
—Llevaré a Theodore —dijo—. Tiene ganas de ir. No bombardearon el zoo, ¿verdad?
—Sí. —Habían caído en él catorce bombas de alto impacto—. Pero no será hoy.
—¡Ah, bien! Por si Mike encuentra a Gerald y quiere que nos vayamos a Bletchley, estaremos en la zona de los elefantes. No llegaré a casa para la cena, gracias a Dios. Cenaré en casa de Theodore.
Mike no llamó y Eileen estaba de vuelta a las tres de la tarde.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Polly—. ¿Cómo ha ido en el zoo?
—Ha sido un desastre. El equipo de recuperación no estaba y los animales tampoco. A casi todos se los han llevado al campo, por seguridad, incluso a los elefantes, que eran lo que más deseaba ver Theodore, y diez minutos después de llegar ha decidido que quería irse a casa. Cuando lo he llevado a casa, su madre acababa de salir, así que no me han pedido que me quedara a cenar —dijo. Parecía a punto de romper a llorar—. Y ahora tendré que comerme una de esas espantosas cenas frías de la señora Rickett.
—No, no tendrás que hacerlo —le dijo Polly—. Yo tampoco me veo capaz de soportarlo. La obra se ha terminado, así que esta noche no hay ensayo. En cuanto llame Mike, nos iremos a la cantina de Holborn a comer unos bocadillos.
—¿Y si no llama?
—Esperaremos hasta las siete, porque a esa hora él dará por hecho que ya nos hemos marchado a Notting Hill Gate, y luego nos iremos. Mientras esperas, ve pensando en si vas a pedir un bocadillo de queso o de paté de pescado.
—Uno de cada —dijo alegremente Eileen, y fue a sentarse en la escalera con Asesinato en el Orient Express para poder oír el teléfono.
Polly planchó la blusa y la falda del trabajo, preocupada por la falta de noticias de Mike y el equipo de recuperación y Colin y su fecha límite y las discrepancias.
«Todo no puede ser —se dijo, severa consigo misma—. Una cosa excluye la otra. Si es un aumento del desfase lo que impide que se abran nuestros portales, entonces no puedes haber alterado los acontecimientos y los equipos de recuperación no pueden cruzar, así que no pueden estar debajo de los escombros de Padgett’s ni de tu portal. Si lo están, entonces los portales funcionan de nuevo, así que no se perdió la guerra y no tienes que preocuparte por la fecha límite. Puedes preocuparte de una cosa o de la otra, pero no de ambas a la vez.»
A menos que estuvieran conectadas. A menos que el desfase hubiera aumentado porque habían alterado los acontecimientos y la red se aseguraba de que otros historiadores no empeoraran las discrepancias.
No, eso no podía ser. El incremento se había producido antes de que Mike rescatara a Hardy y antes de que ella hubiera llegado al Blitz. Antes también de que Gerald hubiera ido a Bletchley Park. Y no podía deberse a nada que ella hubiera hecho antes porque había podido regresar a Oxford después del Día de la Victoria. Y Eileen había…
—Son las siete —le comunicó esta última.
Polly insistió en esperar otra media hora antes de ir a Holborn, no sin antes hacerle prometer a la señorita Laburnum que tomaría nota de cualquier mensaje para ellas a cambio de encontrarle una vela adecuada para la corona del Fantasma de las Navidades Pasadas.
—Y una capa verde forrada de piel para el Fantasma de las Navidades Presentes —dijo la señorita Laburnum.
—Si tuviera una capa verde forrada de piel me la pondría yo —dijo Eileen mientras caminaban hacia Notting Hill Gate—. Mi abrigo no protege ni la mitad de lo necesario con este espantoso clima, ¡y el negro es tan deprimente!
—Todo el mundo viste de negro —le espetó Polly—. Estamos en guerra y nadie tiene un abrigo nuevo.
—No pretendía… —se excusó Eileen, perpleja—. Estaba bromeando.
—Lo sé, perdona. Es que…
—Estás preocupada por Mike. Lo sé. Él sabía que estabas muy ocupada con la obra. Seguramente no habrá querido entretenerte con su llamada.
«¿Entretenerme?», pensó con amargura Polly.
—Estoy segura de que mañana nos llamará. —Eileen la agarró del brazo y se pasó hablando el resto del trayecto hasta Holborn acerca de lo estupendamente que había ido la representación y del hambre que tenía y de Agatha Christie—. ¿No sería maravilloso que la viéramos? Vivía en Londres durante la guerra y trabajaba como farmacéutica en los hospitales. Por desgracia, no estará en los refugios del metro. Tenía un miedo irracional a quedar sepultada con vida.
«No tan irracional», pensó Polly, acordándose de lo sucedido en Marble Arch y a Marjorie. Sin embargo, era una pena que no tuvieran ocasión de encontrarse con ella. Podría haberles sido de ayuda, aunque Polly dudaba que ni siquiera Agatha Christie fuera capaz de resolver El misterio de los portales que no se abren.
—¿Y si iba en metro a trabajar? —dijo Eileen—. Y si… esta es nuestra parada… si lo hacía, podríamos verla en el trayecto a casa.
Se bajaron del metro.
—Espero que la cola de la cantina no sea muy larga —dijo Eileen, avanzando entre los pasajeros que salían y entraban y llenaban el andén, pasando junto a una pandilla de golfillos que no tramaban nada bueno y yendo hacia un grupo de jóvenes FANY de uniforme.
Polly se quedó parada.
—Vamos, me muero de hambre —le dijo Eileen, urgiéndola a continuar.
Pasó un marinero en dirección contraria. Polly se volvió y lo siguió andando por el andén mientras el metro arrancaba y, cuando llegó a la seguridad de la arcada, miró atrás. Eileen la seguía, abriéndose paso a empujones entre las FANY y llamándola:
—¡Polly!
Pasó la arcada y siguió por el túnel hasta el vestíbulo y la escalera mecánica.
—¿Adónde vas? —le preguntó Eileen sin aliento, alcanzándola a mitad del tramo de escaleras.
—Me ha parecido ver a alguien —repuso Polly.
—¿A quién? ¿A Agatha Christie?
—No. A un historiador: a Jack Sorkin.
—Creía que estaba en el Pacífico.
—Ya, pero habría jurado que era él —dijo Polly.
Llegaron arriba y Polly buscó a su alrededor, escrutando a la gente con el ceño fruncido.
—No. No es él —dijo, señalando al marinero, que estaba al fondo del vestíbulo—. Lástima.
—No pasa nada —dijo Eileen—. Todavía podemos ir a la cantina. —Se disponía a bajar otra vez por la escalera mecánica cuando Polly la detuvo.
—Espera. Acabo de tener una idea estupenda —le dijo—. ¿Y si en lugar de ir a la cantina vamos a Lyons Corner House?
—¿A Lyons? —repitió Eileen, dudosa—. ¿Por qué?
—Esta noche no habrá incursiones aéreas. Están bombardeando Bristol. Podemos tomar una cena decente y me lo cuentas todo sobre Muerte en lo que sea.
—En el Orient Express —puntualizó Eileen—. ¿Te parece que en Lyons tendrán beicon o huevos?
Tenían ambas cosas y un té que no sabía a agua de lavar los platos, y un budín que no parecía cola de empapelar.
—Es lo mejor que he comido jamás —dijo Eileen, completamente feliz, en el metro, de camino a casa de la señora Rickett—. Me alegro de que te pareciera ver a Jack.
—Ibas a contármelo todo de Asesinato en el Orient Express —dijo Polly.
—¡Oh, sí! Es una novela maravillosa. Todos tienen un motivo para haber cometido el asesinato, y piensas: «No pueden ser todos. Tiene que ser uno u otro.» Pero luego resulta que… Bueno, no quiero estropearte el final. ¿Te importaría aplazar la devolución? Estoy segura de que a la bibliotecaria de Holborn no le importará que me la quede un poco más.
Polly no la escuchaba: estaba pensando en el desfase y en su alteración de los acontecimientos.
—Eileen —le dijo—, ¿dijeron algo Linna o Badri acerca de lo que estaba causando el aumento del desfase?
—No, no que yo recuerde —repuso Eileen y, cuando llegaron a su habitación, le entregó a Polly una hoja de papel—. Toma. He escrito todo lo que he podido recordar, como me dijisteis tú y Mike que hiciera.
En la hoja había garabateado: «G tenía paraguas, no lo ofrecía; Badri trab. en consola; Linna al tel.; enfado por la Bastilla; L dijo que ella al R del T primero.»
—¿Qué es R del T?
—El Reinado del Terror. Linna estaba diciéndole a alguien por teléfono que el laboratorio estaba cambiando el salto a la toma de la Bastilla, y la persona que estaba al teléfono estaba evidentemente enfadada. Linna dijo: «Ya sé que tenía programado ir primero al Reinado del Terror», pero no dijo nada acerca del desfase.
Quienquiera que fuese, tenía programado ir al Reinado del Terror y se lo habían cambiado por la toma de la Bastilla… que había tenido lugar antes del inicio del Reinado del Terror.
—¿Dónde iba Mike antes de le cambiaran la misión y lo mandaran a Dunkerque? —le preguntó a Eileen—. ¿A Pearl Harbor?
—No lo sé. Creo. Le cambiaron toda la programación.
—¿A qué otros lugares iba a ir?
—No me acuerdo. A Salisbury, me parece, y al World Trade Center. No estaba…
«Prestando atención —pensó Polly. Tenía ganas de sacudirla—. Claro que no. Igual que no se la prestabas a Gerald Phipps.»
—Pregúntaselo a Mike cuando nos llame —le dijo Eileen—. ¿Para qué te hace falta saberlo?
«Porque el ataque a Pearl Harbor fue el 7 de diciembre de 1941 y la toma de la Bastilla fue anterior al Reinado del Terror.»
Mike había dicho que el señor Dunworthy había estado reprogramando y cancelando docenas de saltos. ¿Y si lo había hecho porque el aumento del desfase no era cuestión de meses sino de años? ¿Y si el señor Dunworthy había estado ordenando cronológicamente todos los saltos y cancelando los de quienes tenían ya una fecha límite por temor a que los portales no se abrieran a tiempo? ¿Y si el desfase era de cuatro años o de lo que había durado la guerra y por eso ella había visto a Eileen el Día de la Victoria? Porque no habían salido de allí. Si tal era el caso, entonces ¿por qué no había cancelado su salto el señor Dunworthy?
«Puede que el incremento no sea tan grande», se dijo.
Lo de Pearl Harbor había sido solo un año y medio después de Dunkerque. Desconocía lo distantes que estaban los dos acontecimientos de la Revolución francesa. La toma de la Bastilla había sido el 14 de julio de 1789, pero no sabía cuándo había empezado el Reinado del Terror. Si hacía menos de tres años… Aunque podía ser que aquella no hubiera sido en absoluto la razón para los cambios de planificación. Podía tratarse de algo completamente distinto.
«Cuando llame Mike, tengo que preguntarle el orden original de sus misiones y por qué se lo cambiaron —pensó—. Eso si llama. Hasta entonces, no tiene sentido que me preocupe.»
Pero no podía dejar de hacerlo. Durante la pausa del almuerzo fue a Selfridges, Bourne y Hollingsworth para ver abrigos de mujer: todos ellos, incluso los saldos de los bombardeos, eran por fortuna demasiado caros para que Eileen pudiera permitírselos. Y cuando empezara el racionamiento de prendas, sería imposible ahorrar los puntos suficientes para comprar uno. Más contenta todavía se puso Polly cuando vio que los únicos colores disponibles eran el azul marino, el negro y el marrón.
Mike llamó el lunes por la noche. Exactamente como había predicho Eileen, había tenido problemas para localizar un teléfono desde el que hablar sin que nadie oyera su conversación.
—Tendré que encontrar un teléfono que esté más cerca o hablar con vosotras en código.
—Estás rodeado de los mejores criptoanalistas ingleses, así que no te lo recomiendo —le dijo Polly.
—Tienes razón: tendré que escribiros cartas. ¿Abre la señora Rickett los sobres de vuestro correo con vapor?
—La creo muy capaz.
—Bueno, no te preocupes, ya se me ocurrirá algo. Supongo que el equipo de recuperación no ha respondido aún a ninguno de nuestros anuncios, ¿verdad?
—No. Se suponía que tu primera misión sería Pearl Harbor, ¿no es así?
—Sí. Luego tenía que ir al World Trade Center y a la batalla de las Ardenas, para poder usar un mismo implante L-y-A en los tres casos.
—¿Por qué realizaron los cambios? ¿Fueron los de Dunkerque y Pearl Harbor los únicos?
—No. Me lo cambiaron todo. Después de Pearl Harbor querían que fuera a El Alamein y después a la batalla de las Ardenas…
«Yo tenía razón. Se las ordenaron cronológicamente. —Polly sintió un ramalazo de pánico—. Pero El Alamein fue solo once meses después de Pearl Harbor, y la batalla de las Ardenas solo dos años después de Pearl Harbor. Sigue sin ser un período de tiempo tan largo como en mi caso.»
—… y a continuación al segundo ataque al World Trade Center…
«Que fue casi sesenta años después de la batalla de las Ardenas.»
—… y al comienzo de la Pandemia en Salisbury —dijo Mike.
«Veinte años posterior.»
Aquello no demostraba nada, sin embargo. El laboratorio podía haber ordenado las misiones cronológicamente en función de Pearl Harbor, no de las demás.
«Tengo que enterarme de cuándo empezó el Reinado del Terror», pensó Polly, intentando pensar quién podía saber aquello.
Eileen no. Polly no quería que empezara a hacerle preguntas y, puesto que trabajaba en el departamento de librería, no podía ir allí a echar un vistazo a ningún volumen sobre la Revolución francesa.
Sir Godfrey lo sabría sin duda, porque casi seguro que había interpretado el papel de Sydney Carton, pero también le haría preguntas.
«La bibliotecaria de Holborn», pensó.
Cuando llegaron a Notting Hill Gate le dijo a Eileen que se había olvidado de darle a Doreen un mensaje y que debía ir a Piccadilly Circus para hablar con ella. Lo que en realidad hizo fue tomar el metro hasta Holborn.
—¿El Reinado del Terror? Empezó en septiembre de 1793 —le contestó inmediatamente la bibliotecaria pelirroja.
Cuatro años y dos meses después de la toma de la Bastilla.