Lucharemos en los despachos… y en los hospitales.

Lucharemos en los despachos… y en los hospitales.

WINSTON CHURCHILL, 1940

Londres, 27 de octubre de 1940

En cuanto Polly regresó de visitar a Marjorie, Eileen le dijo:

—Ha llamado el señor Fetters mientras no estabas. Ha dicho que encontraron tres cadáveres en Padgett’s.

Lo que significaba que Polly no tendría por qué haber ido siquiera al hospital. Deseó no haberlo hecho. Había ido para asegurarse de que el número de fallecidos no era una discrepancia y para que Mike dejara de preocuparse por la posibilidad de haber alterado los acontecimientos; en cambio, se había enterado de que los había alterado ella.

«No seas tonta —pensó—. Los historiadores no pueden alterarlos.» Había docenas de razones paro las que el señor Dunworthy podía estar equivocado en cuanto al día en que habían retirado la UXB de San Pablo.

El periódico podía haber cambiado la fecha para confundir a los alemanes. Durante los ataques con V-1 y V-2 habían publicado datos falsos acerca de dónde caían los cohetes para engañar a los alemanes y que acortaran su radio de alcance de ataque. Podían haber hecho algo parecido con la UXB para convencer a los nazis de que la bomba era más fácil de desactivar de lo que había sido en realidad. O, simplemente, podía estar equivocada con la fecha, como las enfermeras de Padgett’s habían estado equivocadas en cuanto al número de víctimas.

«Creías que el número de fallecidos era una discrepancia» —se dijo para tranquilizarse—, «y ha resultado no serlo. Y acuérdate de tu última misión. Durante unas cuantas semanas estuviste convencida de haber alterado los acontecimientos y no lo habías hecho. Todo salió exactamente igual que si no hubieras estado aquí. Y esta vez también será así. Los médicos dicen que Marjorie se recuperará por completo y no es que se haya casado con ese aviador ni se haya quedado embarazada. Dentro de unos días saldrá del hospital y volverá a Townsend Brothers, como si nada hubiera pasado. Lo único que tengo que hacer es asegurarme de que Mike no se entere de lo que ha dicho Marjorie… ni de que Eileen impidió que los Hodbin estuvieran a bordo del Ciudad de Benarés

Se preguntó si advertirle a Eileen que no comentara nada sobre el asunto, pero no quería que le preguntara por qué. Además, no era probable que Eileen hablara de los Hodbin a Mike por temor a que la obligara a escribirles y comunicarles dónde vivía. En cualquier caso, lo único que tenía en mente Eileen era lo ocurrido en Padgett’s.

—El señor Fetters dice que eran tres señoras de la limpieza —dijo Eileen—. No trabajaban en Padgett’s. Trabajaban en Selfridges. Ha dicho que seguramente iban de camino al trabajo cuando empezó el bombardeo y que se refugiaron en el sótano de Padgett’s.

Lo que significaba que Mike podía dejar de preocuparse por que las víctimas fueran del equipo de recuperación… y ella también.

«Ahora mi única preocupación es saber dónde está el equipo y si aparecerá antes de mi fecha límite. Eso y la posibilidad de que Oxford haya sido destruido.»

Y Eileen, que se había quedado muy conmocionada porque «también nosotras podríamos haber estado en el refugio del sótano».

—No, no podríamos —le aseguró Polly, categórica—. Porque yo sé cuándo y dónde son los bombardeos, ¿recuerdas?

«Al menos hasta enero.»

—Tienes razón. —Eileen parecía más calmada—. Fue tranquilizador ir a Stepney ayer sabiendo que no sonaría ninguna sirena.

Excepto la que había sonado en Townsend Brothers. ¿Habría sido aquello también una discrepancia?

—¡Oh! Quería preguntarte una cosa —dijo Eileen—. El señor Fetters ha dicho que Padgett’s reabrirá el mes que viene «parcialmente» y me ha preguntado si estaba interesada en volver a trabajar allí. No sé qué decirle. Como es posible que para entonces ya no estemos aquí…

«O que sí.»

—Se lo preguntaré a Mike —dijo Polly—. Voy a ver cómo está y a llevarle una manta.

—¿Puedo acompañarte?

—No. Hay demasiada gente. Esta noche te enseñaré dónde está el portal. ¡Ah, casi se me olvida! Creo que he encontrado el aeródromo en el que está Gerald. ¿Es Boscombe Down?

—No —repuso Eileen, pensativa—. Aunque lo de Boscombe suena bien… Lo siento.

—No pasa nada —dijo Polly, disimulando la decepción. Había estado segura de que sería aquel—. Le preguntaré a la señora Rickett si tiene una guía de ferrocarriles. Si tiene una, puedes buscar el nombre mientras yo esté fuera.

La señora Rickett no tenía ninguna.

La señorita Laburnum estaba segura de que había alguna «por alguna parte» y buscó en todos los cajones y en el armarito de su habitación.

—¡Ah, ya sé! Se la presté a mi sobrina cuando vino de Cheshire —dijo después, e insistió en enseñarle a Polly dos cocos que había conseguido para la función y se puso a contarle con detalle cuándo había visto en escena a sir Godfrey siendo niña. Eran más de las dos cuando Polly pudo por fin escapar, convencida para entonces de que Mike habría muerto de hipotermia. No había muerto y, aunque le castañeteaban los dientes, se negó a alejarse del portal.

—Ha habido contemporáneos por la zona todo el día. Es mucho más probable que se abra cuando haya empezado la incursión aérea de esta noche.

—Pero de nada servirá que te mueras de frío —le dijo ella, e intentó persuadirlo para que la dejara sustituirlo el tiempo que tardara en ir cenar a casa de la señora Leary. Sin embargo, Mike se negó.

—Cuantas más veces vengamos y nos vayamos de aquí, más probabilidades habrá de que alguien nos vea —arguyó.

—Al menos deja que te traiga otra manta y algo de comer.

—No, estoy bien. ¿Qué bombardearán esta noche?

—El East End, la City e Islington.

—Bien. Entonces no habrá bomberos ni rescatistas por aquí que puedan ver el resplandor. ¿Has podido enterarte de algo acerca de las víctimas de Padgett’s?

—Sí. —Le contó lo de las tres señoras de la limpieza fallecidas.

—Pues entonces no era el equipo de recuperación y no se ha producido ninguna discrepancia. Bien —dijo él, aliviado—. ¿Qué hay del paradero de Phipps? ¿Has conseguido una guía de ferrocarriles?

—Todavía no, pero mañana buscaré la de Townsend Brothers y tal vez pueda enterarme del nombre de otros aeródromos esta noche en Notting Hill Gate —dijo, pensando en Lila y Viv, sus compañeras de la compañía teatral—. ¿Quieres que haga algo más?

—Sí, compra periódicos para nuestros anuncios clasificados. E insístele a Eileen para que recuerde todo lo que dijo Gerald. Tú no entendiste qué intención tenía su broma acerca de obtener la autorización para conducir, ¿verdad?

—No. Lo único que se me ocurre es que los pilotos de la RAF llevaban los documentos en una cartera impermeable por si tenían que amerizar en el canal de la Mancha, pero no era roja y no veo qué…

—Al menos indica que estamos sobre la buena pista al creer que está en un aeródromo —dijo él—. Será mejor que te vayas. ¿Cuándo empezarán a sonar las sirenas esta noche?

—No lo sé. —Le explicó que se había ido antes de que Colin le diera los datos acerca de las sirenas—. Las incursiones empiezan a las 7.50. Ten, toma mi abrigo. Yo puedo coger uno prestado esta noche —le dijo, poniéndoselo sobre las rodillas—. Y si llueve otra vez, márchate a casa. No te hagas el héroe.

—No me haré el héroe —le prometió, y Polly regresó apresuradamente a la pensión, recogió a Eileen, la llevó hasta Notting Hill Gate y luego la mandó a Holborn a ver si en la biblioteca tenían una guía de ferrocarriles.

—Si no —le dijo—, coge en préstamo unos cuantos periódicos. —Le contó la idea de Mike de usar los anuncios clasificados para comunicar al equipo de recuperación su paradero.

—Sé dónde podemos encontrar buenos ejemplos de anuncios —dijo entusiasmada Eileen—. En Una muerte anunciada.

—¿Qué?

—Es una novela de misterio de Agatha Christie. Está llena de anuncios clasificados… ¡Oh, no! No servirá —se lamentó.

—¿Por qué? En la biblioteca de Holborn hay varias novelas de Agatha Christie, y si allí no la tienen, estoy segura de que la tendrán en alguna de las librerías de Charing Cross…

—No, no la tienen. No la escribió hasta después de la guerra. —Luego se animó—. Pero creo que hay uno en Muerte natural que podría servirnos. Empezó a caminar hacia Central Line.

—Espera —la llamó Polly—. Tienes que estar de vuelta antes de las diez y media, porque solo pasan trenes hasta esa hora.

—Sí, Hada Madrina —dijo Eileen—. ¿Alguna otra cosa?

—Sí. No les quites ojo a tus pertenencias. Hay una pandilla en Holborn que vacía los bolsillos de la gente.

—Como no podía ser de otra manera: mi sino es verme rodeada de niños espantosos esté donde esté. Al menos no son los Hodbin —dijo, y se marchó a coger el metro.

Polly salió al andén de District Line, donde ensayaba la compañía, para hablar con Lila y Viv.

No estaban.

—Se han ido a un baile —le explicó la señorita Laburnum.

—¿Un domingo por la noche? —preguntó el rector, sorprendido.

—Es un baile de la USO —especificó la señorita Laburnum—. No sé lo que dirá sir Godfrey cuando llegue. Se moría por ensayar la escena del hundimiento.

Lo que dijo sir Godfrey cuando llegó, al cabo de un momento, fue:

—«¡Falsos truhanes! En toda ocasión se confabulan contra mí. ¡Han envilecido la vileza!» Su absurda perfidia no nos deja otra opción que ensayar la escena del rescate. Empezaremos en el momento en que los náufragos han oído el cañón del barco y bajan corriendo a la playa.

Polly y sir Godfrey actuaban solos en aquella escena, así que no tuvo ocasión de echar un vistazo al Times de su partenaire para buscar más nombres de aeródromos.

Cuando terminó el ensayo y le preguntó a la señora Brightford si conocía alguno, el actor dijo secamente:

—¿Significa eso que también usted nos abandonará para retozar por ahí, lady Mary?

—No —repuso ella, con la esperanza de que en Holborn tuvieran una guía de ferrocarriles.

—No tenían ninguna —dijo Eileen cuando volvió—. Y solo tenían dos periódicos. La bibliotecaria me ha dicho que los niños siguen cogiéndolos para la campaña de recogida de papel para reciclar. Pero tenía un montón de libros de Agatha Christie. Mira —le dijo emocionada cuando llegaron a la escalera de incendios, enseñándole un volumen encuadernado en rústica. Asesinato en el Orient Express.

—¿Es ese en el que decías que sale un anuncio personal?

—No, ese no es de Agatha Christie, es de Dorothy L. Sayers. Al menos, eso creo. Pero puede que fuera en Murder Must Advertise y, en cualquier caso, en la biblioteca no había ningún otro. Pero… —Sacó otro volumen—. Tenían El misterio de la guía de ferrocarriles.

Lo cual no era exactamente lo mismo que una verdadera guía de ferrocarriles, aunque, como dijo Eileen, la novela estuviera llena de topónimos que tal vez la ayudaran a hacer memoria.

También había recuperado un ejemplar manoseado del Daily Mirror de una papelera. Se lo ofreció a Polly y esta se puso a hojearlo buscando nombres de aeródromos y cualquier alusión a la incursión aérea de la tarde. No decía nada de bombardeos, lo que era un alivio, pero tampoco acerca de una falsa alarma ni de que se hubiera estrellado ningún avión. En un artículo sobre la batalla de Inglaterra, en el que ponía que los esfuerzos de la RAF habían «cambiado el curso de la guerra», había una lista de aeródromos.

—¿Bicester? —le preguntó Polly.

—No.

—¿Broadwell?

—No.

Tampoco era Greenham Common ni Grove ni Bickmarsh.

—¿Te has acordado de algo más que dijera Gerald? —le preguntó Polly.

—De nada útil. Recuerdo que Linna hablaba por teléfono con alguien enfadado porque el laboratorio había cambiado el orden de sus misiones a la Revolución francesa.

«Esperemos que no se haya quedado atrapado allí como nosotros aquí o tal vez acabe guillotinado.»

—¡Me siento tan estúpida por no acordarme! —dijo Eileen.

—No tenías modo de saber que era importante —la tranquilizó Polly—. Daremos con el nombre del aeródromo mañana, cuando compre la guía de ferrocarriles.

—O tu portal se habrá abierto —dijo Eileen, animándose—. Y Mike nos estará esperando en la salida del metro para que podamos cruzar juntos.

Pero cuando a las cinco llegó el cese de alerta, Mike no estaba en la boca del metro ni en casa de la señora Rickett.

—Lo más probable es que haya vuelto a casa de la señora Leary para dormir en cuanto han terminado los bombardeos —dijo Polly.

—¿No deberíamos ir al portal a hacer una comprobación? —le preguntó Polly.

—No. Hay demasiada gente rondando por la mañana. Además, tenemos que conseguirte una cartilla de racionamiento antes de que yo entre a trabajar, para que ya puedas comer en casa de la señora Rickett.

Sin embargo, para solicitar una cartilla de racionamiento nueva le hacía falta un carné de identidad, que también se había quedado en el bolso y, como había estado viviendo en Stepney, no podía pedir una nueva en la oficina local del Ayuntamiento: tenía que acudir a la más cercana al lugar donde había tenido su domicilio.

—¿Dónde queda? —le preguntó Polly al funcionario de la oficina de Kensington.

—En Bethnal Green.

—¿En Bethnal Green?

—Sí —repuso el hombre, y les dio la dirección.

—¿Bombardearon hoy Bethnal Green? —le susurró Eileen cuando se alejaron del mostrador.

—No.

—Como te lo has tomado tan…

—Me ha parecido que podía ser allí donde dijo Gerald que iba. Empieza por «B» y son dos palabras.

—No. Estoy casi segura de que la segunda palabra empezaba por «P».

Polly se despidió de Eileen y se marchó corriendo a trabajar.

Subió al departamento de librería pero la guía ya no estaba.

—Un hombre del Ministerio de Guerra vino la semana pasada y se lo llevó —le dijo Ethel.

«En toda ocasión se confabulan contra nosotros», pensó Polly.

—¿Tenéis un mapa de ferrocarriles?

—No. También los confiscó. Para que no caigan en manos alemanas. Ya sabes… en caso de invasión. Aunque si llegan hasta Oxford Street, no creo que les haga falta ningún mapa, ¿no te parece?

—No —convino Polly, aunque no era aquello lo que la tenía preocupada. Su preocupación era que el hombre del Ministerio de Guerra había aparecido por allí «la semana pasada». ¿Qué los había inducido a pensar que se preparaba la invasión? Hitler había suspendido la operación León Marino a finales de septiembre y pospuesto la invasión hasta la primavera.

«¿Y si no lo hizo? —pensó Polly—. ¿Y si esto es una discrepancia?»

Habría sido una discrepancia desastrosa. Hitler había decidido abandonar la invasión en primavera para poder concentrarse en atacar Rusia. Si en lugar de eso invadía ahora…

—¿Estás bien? —le preguntó Ethel.

—Sí. Si no tienes ningún mapa de ferrocarriles, ¿tienes un mapa común y corriente de Inglaterra?

—No. También se llevó esos. Deduzco que alguien de tu familia se dedica a la observación y registro de aviones.

—Sí —dijo Polly, aferrándose a la explicación—. Tiene doce años.

—Mi hermano pequeño se pasa el día entero mirando el cielo para detectar Heinkels y Stukas.

—Eso mismo hace mi sobrino —dijo Polly, y condujo la conversación al tema de los aeródromos.

Le sacó varios nombres a Ethel y a otra dependienta durante la pausa para el almuerzo, aunque ninguno compuesto cuyo segundo término empezara por «P». Cuando volvió al mostrador, sin embargo, había noticias. La señorita Snelgrove le había dicho a Doreen que Marjorie había sido dada de alta y volvería pronto a Townsend Brothers. Aquello significaba que, como en su anterior misión, a pesar de su temor a haber alterado los acontecimientos, al final las cosas se habían desarrollado como era debido. Tendría que haber confiado más en la teoría de los viajes en el tiempo y en la complejidad de un sistema caótico. También debería haber recordado sus clases de historia. Los nazis habían descifrado el código para la invasión del Día D, lo que habría podido ser una catástrofe para los aliados. Sin embargo, cuando el operador de radio le enseñó al mariscal de campo Von Rundstedt el poema de Verlaine, este le quitó importancia. «Dudo que los aliados anuncien una invasión por radio», le dijo.

Había centenares de ejemplos como aquel en la historia.

«Todo está bien si bien acaba», pensó Polly, citando a Shakespeare y a sir Godfrey, y se concentró en hacerle preguntas a Sarah Steinberg, cuyo hermano estaba en la RAF, acerca de los aeródromos.

Cuando acabó la jornada tenía una docena de nombres que propuso a Eileen cuando esta volvió de Bethnal Green, sin suerte.

—El funcionario de Bethnal Green me ha dicho que tenía que ir al Registro Nacional, y resulta que no abre los lunes —dijo Eileen, que no había podido sacarse el carné de identidad.

—Casi mejor —le dijo Polly—. La señora Rickett sirve «pastel de trinchera» para cenar los lunes.

—¿Qué es eso?

—Nadie lo sabe. El señor Dorming está convencido de que lo prepara con ratas.

—No es posible que esté tan malo —dijo Eileen—. En cualquier caso, me da igual. Puedo soportarlo todo ahora que os he encontrado a ti y a Mike. Estaría dispuesta a comer serrín.

—La «hogaza de la victoria» que la señora Rickett nos sirve los jueves parece hecha de eso —dijo Polly. Intentó darle a Eileen un poco de dinero para almorzar, pero lo rechazó.

—Necesitamos todo el dinero para el billete de tren hasta el aeródromo —dijo, y se fue a ver si en Selfridges tenían una guía de ferrocarriles.

No tenían. Tampoco disponían de ninguna en las oficinas del Daily Herald.

Cuando Polly salió de trabajar, Eileen y Mike la estaban esperando junto a la entrada de personal y le dijeron que no habían tenido la suerte de encontrar ninguna. Tampoco había habido suerte con el portal.

—Me quedé allí hasta las dos —dijo Mike—, y nada de nada.

Se había pasado el resto de la tarde en el Herald, leyendo los ejemplares de julio y agosto en busca de nombres de aeródromos.

En cuanto llegaron a la escalera de incendios de Notting Hill Gate, donde hacía más frío que nunca, Mike se los leyó a Eileen.

—¿Bedford?

—No. Estoy convencida de que era un nombre compuesto.

—¿Beachy Head?

—Eso se parece un poco… pero no.

—Eileen cree que la segunda palabra empezaba por «P» —terció Polly.

Mike repasó la lista.

—¿Bentley Priory?

Eileen frunció el ceño.

—No. Era Paddock o Place o… —Se esforzó por recordar.

Él volvió a repasar la lista.

—No hay nada que empiece por «P» ¿Qué me dices de Biggin Hill?

Eileen dudaba.

—Tal vez… no estoy segura. Lo siento muchísimo. Pensaba que lo reconocería cuando lo oyera, pero ahora que ya he oído tantos… No estoy segura…

—Sería una elección lógica —dijo Mike—. Estaba en el meollo de la batalla de Inglaterra.

—Entonces Beachy Head —dijo Polly—, y Bentley Priory, que es el más próximo a Oxford. A lo mejor tendríamos que ir a ver allí en primer lugar.

—Pero es que no se trata de un simple aeródromo: es el centro operativo de la RAF —dijo Mike—, así que la seguridad será más estricta. Biggin Hill está más cerca. Yo digo que probemos primero allí y luego en los otros dos. Ahora, ¿qué hay de los mensajes que podemos mandar? ¿Le has hablado de mi idea a Eileen, Polly?

—Sí —repuso, y para evitar que Eileen se pusiera a hablar de novelas de misterio que todavía no se habían escrito, prosiguió—: ¿qué te parece este anuncio?: «Historiador busca empleo relacionado con los viajes. Disponibilidad inmediata.»

—Estupendo —dijo Mike, garabateándolo.

—Y podemos redactar variaciones de tu «Reúnete conmigo en Trafalgar Square o en los jardines de Kensington o en el Museo Británico».

—Hay montones de anuncios de personas que buscan a soldados que estuvieron en Dunkerque —reflexionó Eileen—. ¿Qué os parece: «Cualquiera que tenga información sobre el paradero de Michael Davies, visto por última vez en Dunkerque, póngase en contacto con E. O’Reilly», y la dirección de la señora Rickett?

Mike escribió sus sugerencias.

—¿Y los crucigramas? —Señaló el del Herald—. Puedo crear uno con nuestros nombres en clave; algo como: «Este pájaro quiere una galleta.»[1]

—Ni hablar —dijo Polly.

—¿No quieres porque es un juego de palabras desafortunado?

—No. No quiero porque un crucigrama estuvo a punto de desbaratar el Día D.

—¿Cómo?

—Dos semanas antes de la invasión, cinco de las palabras de alto secreto salieron en el crucigrama del Daily Herald: «soberano», «morera», «Utah», «espada» y la otra se me ha olvidado. Los militares estaban convencidos de que los alemanes se habían enterado de la invasión y estuvieron a punto de suspenderla.

—¿Lo hicieron? —preguntó Eileen—. ¿La suspendieron?

—No. El autor era un profesor que llevaba años creando crucigramas. Les dijo a los militares que sus alumnos y docenas de otras personas inventaban las pistas y que no tenían modo alguno de saber en qué crucigrama saldrían, así que al final se decidió que aquello no era más que una curiosa coincidencia.

—¿Y lo era? —preguntó Mike.

—No. Cuarenta años más tarde el Herald publicó un artículo sobre el tema y un hombre que había sido alumno del profesor confesó que había oído por encima la conversación de dos oficiales del Ejército y había cogido aquellas palabras para hacer definiciones de crucigrama sin tener ni idea de lo que implicaba.

—Pero el incidente del crucigrama no tuvo lugar hasta 1944 —dijo Mike—. No es probable que la Inteligencia británica esté leyendo crucigramas ahora…

—En cuyo caso el equipo de recuperación tampoco lo hará. Creo que es mucho más probable que lean los anuncios por palabras. Hay montones de «desaparecidos». Podríamos dedicarnos a eso.

—¿Algo como: «Historiador desaparecido. Se recompensará a quien lo recupere sano y salvo»?

—No —dijo Polly—, pero podemos decir que hemos perdido algo y dar nuestro nombre y dirección. Por ejemplo: «Perdido un pase de tren en el andén de Bank Station de la Northern Line. Si lo encuentra…»

—¡Oh! —exclamó Eileen, y la miraron inquisitivamente—. Me dijisteis que recordara cualquier detalle, por irrelevante que fuera, de mis conversaciones con Gerald…

—¿Forma parte «Bank» del nombre del aeródromo de Gerald? —le preguntó Mike ansiosamente, echando mano a su lista—. ¿Glaston Bank?

—No, no es eso. Me refería a lo del pase.

La miraron los dos sin entenderla.

—«Pase» suena parecido a «desfase».

—¿Desfase?

—Sí. Linna estaba al teléfono mientras yo conversaba con Gerald y la persona con la que estaba hablando quería saber cuánto desfase había en el portal de alguien y, luego, cuando volví a Backbury, Badri estaba hablando con alguien acerca de un incremento del desfase, y Linna me preguntó si la última vez que usé un portal el desfase había sido mayor que otras veces.

—¿Y lo había sido?

—No, y cuando se lo dije me respondió que bien y miró a Badri.

—¿Con quién hablaba Linna? ¿Lo sabes?

—No. Supuse que con el señor Dunworthy, porque lo llamaba señor.

—¿Se trataba de un incremento, no de una disminución? —le preguntó ansiosamente Mike—. ¿Estás segura?

—Sí. ¿Por qué?

«Porque en tal caso no era un desfase insignificante —pensó Polly—, y no podría haber permitido a Mike, ni a mí tampoco, ir a un lugar donde pudiéramos alterar los acontecimientos.»

—A Phipps también le hicieron preguntas sobre su desfase —dijo Mike—. ¿A ti te dijeron algo sobre eso cuando viniste, Polly?

—Me pidieron que anotara de cuánto había sido y que se lo dijera cuando fuera a informar.

—¿Y de cuánto fue?

—De cuatro días y medio. No tendría que haber sido de más de una o dos horas. Supuse que había un punto de divergencia que…

—No lo creo —dijo Mike excitado—. Creo que un montón de portales estaban experimentando un incremento del desfase, lo bastante para que estuvieran preocupados. Eso significa que no puede haber sido de unos cuantos días. Tiene que haber sido de semanas o incluso de meses.

—¿Por eso nuestros equipos de recuperación no han llegado? ¿Por qué el desfase los ha mandado a noviembre o a diciembre? —preguntó Polly.

Mike asintió.

—¿Así que no tenemos más que esperar hasta que vengan a buscarnos? —preguntó ansiosa Eileen.

—No. Puede pasar tiempo hasta que lleguen y, aun en el caso de que no os descubran, este lugar es peligroso. Cuanto antes encontremos un portal que funcione y nos vayamos, mejor.

—Pero si hay desfase, el portal de Gerald tampoco se abrirá, ¿no? —dijo Polly.

—Aunque no lo haga, puede que él sepa algo más acerca del problema del desfase y de cuánto tiempo estamos hablando. Eso quiere decir que encontrarlo sigue siendo nuestra máxima prioridad. La segunda es asegurarnos de que el equipo de recuperación sea capaz de encontrarnos cuando llegue. Eileen, ¿has recibido carta de lady Caroline?

—Todavía no —dijo Eileen, mirando a Polly. Resultaba evidente que temía que le preguntara si había escrito a los Hodbin.

—¿Y tú qué, Mike? —se apresuró a preguntar Polly—. ¿Has dejado un camino de miguitas para que lo siga tu equipo?

—Sí, he escrito al hospital de Dover y a la hermana Carmody, a Orpington, y envié mi dirección a la camarera de La corona y el ancla.

—¿A la camarera?

—Sí. —Les contó que Daphne había ido a verlo al hospital—. Se lo contará a todo Saltram-on-Sea. Voy a poner ese anuncio de «reúnete conmigo en la estación Victoria» para que salga en el periódico de mañana. Cuando vaya al Express por la mañana, veré si puedo convencer a los del periódico para que me dejen escribir un artículo sobre «nuestros héroes de Biggin Hill». Así tendré acceso a la zona y ganaré un poco de dinero aprovechando la coyuntura. Quizás incluso me paguen el viaje.

—Pero ¿no íbamos a ir todos? —preguntó Eileen.

—No. Yo llegaré antes y me enteraré de más en menos tiempo si voy solo.

—Y yo no puedo dejar el trabajo —añadió Polly.

—Ya lo sé —aceptó reacia Eileen—. Es que… no me parece buena idea que nos separemos después de lo que nos ha costado encontrarnos.

—No nos estamos separando —dijo Mike—. Hacemos lo que hizo Shackleton.

—¿Shackleton? ¿Es un historiador? —preguntó Eileen.

—No. Ernest Shackleton, el explorador de la Antártida. Se quedaron atrapados en el hielo y él tuvo que dejar a su tripulación para ir en busca de ayuda. De no haberlo hecho, nadie hubiera sobrevivido. Eso mismo hago yo: voy a buscar ayuda. Si Gerald está en Biggin Hill, os llamaré por teléfono y os reuniréis conmigo allí.

—¿No te irás sin nosotras?

—Claro que no. Os sacaré a las dos, lo prometo. Entretanto, Eileen, quiero que tengan tu nombre en las oficinas de todos los almacenes y, Polly, sigue intentando encontrar una guía de ferrocarriles.

—Eso haré —dijo esta última.

Lo intentó, pero sin suerte. También redactó una lista con los bombardeos de las semanas siguientes para que Mike y Eileen se la aprendieran de memoria, pasó una tarde infructuosa en la estación Victoria «junto al reloj» esperando al equipo de recuperación, acosada por los soldados, y luego asistió al ensayo con la esperanza de que Lila y Viv también lo hubieran hecho.

Allí estaban, pero la compañía ensayaba el segundo acto, en el que todos tenían un papel, así que no tuvo ocasión de preguntarles nada.

Mike volvió de Biggin Hill el viernes por la mañana.

—No ha habido suerte —le dijo a Polly, apoyándose en el mostrador de Townsend Brothers—. No está en Biggin Hill. He visto a todos los del equipo de tierra y a todos los pilotos. Supongo que Eileen no habrá recordado el nombre del aeródromo mientras he estado fuera, ¿verdad?

Polly negó con la cabeza.

—Me lo temía. He apuntado otra lista de nombres para que les eche un vistazo. ¿Está en casa de la señora Rickett?

—No —dijo Polly después de mirar alrededor para comprobar que la señorita Snelgrove no los estuviera observando—. Está haciendo su ronda por los almacenes. No tardará en volver. Ha dicho que lo haría a la hora del almuerzo.

—¿A qué hora tienes tú que ir a almorzar?

—A las doce y media… Sí, ¿en qué puedo ayudarlo, señor?

—¿Cómo que en…? ¡Ah, claro! —dijo, por fortuna sin mirar a la señorita Snelgrove, que se había materializado repentinamente—. Quiero ver medias.

—Sí, señor. —Polly sacó una caja y la abrió—. Estas son muy bonitas, señor.

Él se inclinó para tocarlas.

—¿Las tiene en otros colores? —le preguntó. Y añadió entre dientes—: Os veré a ti y a Eileen a las doce y media en Lyons Corner House.

—Sí, señor. También las hay rosa pálido y color crudo. —Para darle ocasión de hacer mutis por el foro, añadió—: Me temo que no las tenemos en tono marfil.

—Oh… lástima —dijo él. Y se fue, no sin antes murmurarle—: A las doce y media.

A esa hora Eileen todavía no había vuelto. Polly le dejó una nota y se marchó a decírselo a Mike, que les había conseguido una mesa en un rincón discreto.

—Le he puesto que se reúna aquí con nosotros —dijo, quitándose el abrigo.

Mike le pasó el menú.

—Me da que no tienen más que bocadillos de paté de pescado.

—Mejor eso que nada de lo que sirve la señora Rickett —dijo Polly, y le dio una hoja de papel.

—¿Más aeródromos?

—No. Son los próximos bombardeos. El peor es el del día doce en la estación de metro de Sloane Square: setenta y nueve muertos.

—Y las incursiones aéreas nocturnas continuarán ininterrumpidamente, veo —dijo Mike, repasando la lista.

—Así es. Hasta la semana que viene. Luego atacarán las ciudades industriales: Coventry y después Birmingham y Wolverhamp…

—¿Coventry?

—Sí. La bombardearon el catorce. ¿Qué pasa?

—No se me había ocurrido eso —repuso, excitado—. Sólo hemos tenido en cuenta a los historiadores que están ahora mismo aquí, no en los que estuvieron aquí antes.

—¿Con anterioridad a 1940?

—No, no. Antes de nuestro ahora —dijo él—. Antes en relación al tiempo de Oxford. Historiadores que realizaron misiones en la Segunda Guerra Mundial el año pasado, o hace diez años. Como Ned Henry y Verity Kindle. ¿No estaban en Coventry la noche en que fue bombardeada?

—Sí, pero de eso hace dos años… ¡Oh! —exclamó, entendiendo de repente a qué se refería Mike. Daba igual desde qué momento del pasado hubieran viajado los historiadores. Aquello era viajar en el tiempo. Allí y ahora, en 1940, lo harían al cabo de dos semanas.

—Pero no tenemos modo alguno de encontrar a Ned y Verity. No sabemos dónde estaban, únicamente que en el centro de Coventry, en el corazón del bombardeo. Y además es muy peligroso…

—No más que Dunkerque —dijo Mike—. Y sabemos un lugar en el que estuvieron: en la catedral.

—Se incendió —dijo Polly—. No estarás pensando en intentar ir allí, ¿verdad? La zona de la catedral fue un verdadero infierno.

—También puede que sea el modo más rápido de salir de aquí para nosotros. No tenemos necesariamente que encontrar a Ned y Verity. El portal estaba dentro de la catedral, ¿no? Sólo tenemos que encontrarlo.

—Mike, no podemos usar su portal.

—¿Por qué no? Sabemos que funcionaba.

—Pero no podemos usarlo porque es de hace dos años. No podemos regresar a un momento en el que ya estábamos. Su portal se abrirá al Oxford de hace dos años y hace dos años nosotros…

—Todos nosotros estábamos en Oxford —dijo él—. Lo siento. No sé en lo que estaba pensando. Pero podemos enviar un mensaje a través de ellos.

—¿Un mensaje?

—Sí. Localizamos a Verity y a Ned antes de que regresen y les pedimos que comuniquen nuestro paradero al laboratorio y que digan que nuestros portales no se abren para que los reprogramen de modo que se abran en nuestro tiempo. No hay motivo alguno por el que no podamos hacer eso, ¿no?

—Sí que lo hay: porque no lo hicimos.

—Eso no lo sabes.

—Sí que lo sé. Si los hubiéramos encontrado y les hubiéramos contado lo que sucedía, Oxford ya habría sabido lo que nos pasaría cuando nos envió. ¡Nosotros habríamos sabido lo que iba a pasarnos!

Mike reflexionó sobre aquello.

—Quizá no pudieron decírnoslo porque eso hubiera originado una paradoja. De haber sabido que nos quedaríamos atrapados, no hubiéramos venido, y teníamos que venir porque habíamos venido.

—Pero el señor Dunworthy no nos habría permitido venir. Sabes que nos sobreprotege. Jamás te habría dejado venir de haber sabido que no podrían recuperarte tras resultar herido. —«Ni me habría dejado venir a mí sabiendo que tengo una fecha límite.» Sin embargo, aquello no podía decirlo, así que adujo en cambio—: A ese hombre le preocupaba que pudiera enganchárseme un pie en la cuerda de un globo de barrera. Nunca nos habría dejado atrapados en el Blitz, ni te permitiría ir a Conventry para sacarnos. Ardió la ciudad entera. Sería un suicidio que fueras. Estás aquí para observar a los héroes, no para perder la vida intentando ser heroico.

—Pues entonces necesitamos dar con alguien que no sea Ned Verity. ¿Quién más estuvo aquí? ¿No fue Dunworthy al Blitz alguna vez?

—Varias, pero…

—¿Cuándo?

—No lo sé. Sé que observó los bombardeos masivos del diez y el once de mayo, porque contó que había contemplado el incendio de la Cámara de los Comunes, que fue el diez.

—¿No has dicho antes que los peores bombardeos del Blitz fueron los del nueve y el diez?

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada. Tiene que ocurrírsenos algo pronto. ¿Cuándo más estuvo aquí?

—No lo sé. Recuerdo que contó una historia acerca de que intentaba llegar a su portal y las puertas de la estación de Charing Cross se cerraron y no pudo entrar.

—Pero no sabes en qué fecha fue eso…

—No.

—Si te dijo que intentaba llegar a su portal, sin embargo, eso significa que este tenía que estar en algún punto de Charing Cross.

—No necesariamente. Puede que tuviera que tomar el metro para ir hasta el portal. Podía ir a cualquier parte.

—Pero es un punto de partida y no podemos permitirnos pasar nada por alto. Quiero que vayas a comprobarlo mientras yo esté en Beachy Head. A menos que uno de esos aeródromos que conseguí en Biggin Hill resulte ser el de Phipps… Hablando de lo cual, ¿qué pasa con Eileen? —Consultó la hora—. Tengo que leérselos. He conseguido que me lleven en coche a Beachy Head y el tipo se va a las dos, pero no quiero perder el tiempo allí si Gerald está en uno de los otros aeródromos.

Eileen entró apresuradamente cuando Mike pagaba ya la cuenta.

—Perdón —se disculpó—. He ido a presentar mi solicitud de trabajo en Mary Marsh y me han hecho esperar.

Mike le leyó la lista y ella cabeceó, rechazándolos uno tras otro.

—Está bien, pues, será Beachy Head —dijo él y, apresurándose para no perderse el viaje en coche, añadió—: estaré de vuelta antes del día catorce.

«Y así podrás ir a Coventry», pensó Polly. Tenía que impedírselo y, para ello, debía encontrar el aeródromo de Gerald.

Durante los días siguientes, invirtió la pausa del almuerzo en ir a la estación Victoria y a la de St. Pancras a copiar los nombres compuestos de los horarios de salidas que empezaban por «B» y «P». Por las tardes, incurrió en las iras de sir Godfrey intentando sonsacarles más nombres de aeródromos a Lila y Viv, todo lo cual le sirvió de poco.

—Siempre vamos a los bailes de Hendon —le dijo Lila.

—Hay uno el sábado —le dijo Viv—. Tú y tu prima podríais acompañarnos.

Estuvo a punto de aceptar. Podría preguntar a los pilotos con los que bailara en qué otros aeródromos habían estado. Pero temió que, si todavía no había regresado cuando Mike volviera, este decidiera irse a Coventry, lo que no solo sería peligroso sino también inútil: porque si Mike había encontrado a Ned y a Verity y les había dado el mensaje, entonces el señor Dunworty sabía desde hacía años que todo aquello sucedería y no solo lo había permitido sino que lo había dispuesto. Había arreglado que Mike fuera a Dunkerque y Eileen a la mansión donde los evacuados tenían sarampión; los había estado manipulando y les había estado mintiendo a todos desde su llegada a Oxford.

«Eso no puede ser —se dijo. Pero se acordó de algo—. Me hizo coger dinero de más, me hizo aprenderme los bombardeos hasta el treinta y uno de diciembre. Insistió en que trabajara en unos almacenes que no hubieran sido alcanzados por las bombas durante el Blitz.»

Además, si habían conseguido mandar el mensaje, el señor Dunworthy sabía que estaban adelantados en el tiempo y que no se encontraban en verdadero peligro.

Pero si el señor Dunworthy había mentido, entonces… ¿por qué no había mandado de entrada a Mike a Dunkerque en lugar de a Pearl Harbor y le había permitido ponerse aquel implante L-y-A? ¿Por qué motivo Linna y Badri habían estado preguntándole a todo el mundo si el desfase iba en aumento si ya lo sabían?

El día doce, Mike todavía no había vuelto ni sabían nada de él. En regresar de Biggin Hill no había tardado tanto.

«¿Y si va a Coventry sin decírnoslo?», pensó Polly, mirando los ascensores desde su mostrador, con la esperanza de que alguno se abriera y saliera Mike. Por fin paró uno, pero no fue Mike quien salió de él sino Eileen.

—Estoy aquí por dos razones —le dijo—. Estoy decidida a tener el nombre del aeródromo de Gerald cuando Mike vuelva de Beachy Head, así que he venido para decirte que voy a peinar las librerías de segunda mano hasta encontrar una vieja guía de ferrocarriles o un libro sobre la RAF o cualquier cosa que incluya nombres de aeródromos, así que quería asegurarme de que hoy no van a bombardear Charing Cross.

—Hoy no habrá ningún bombardeo diurno en Londres —la tranquilizó Polly.

—¡Oh, Dios! Siento ser tan infantil con esto de los alemanes…

—Temer a alguien que intenta matarte no es ser infantil. Has dicho que tenías dos razones para venir…

—Sí. Quería decirte que me he enterado de por qué no ha escrito lady Caroline. He recibido otra carta de la señora Bascombe. El marido de lady Caroline ha muerto.

—¡Madre mía! ¿Lo conociste?

—No. Lord Denewell trabajaba en Londres, en la Oficina de Guerra, y la casa en la que se alojaba fue bombardeada…

—¿Lord Denewell? ¿Trabajabas para lady Denewell?

—Sí, en la mansión Denewell. ¿Por qué? ¿Pasa algo? ¿Conocías a lord Denewell?

—No. Perdona. La señorita Snelgrove nos está mirando. Será mejor que te marches…

—Ya me voy. Sólo quería preguntarte si crees que sería conveniente que le mande una carta de condolencia. Como yo era una criada y eso… Temo que piense que me estoy propasando, pero…

Polly la cortó.

—La señorita Snelgrove viene hacia aquí. Ya hablaremos de eso esta noche. Suerte con la guía de ferrocarriles.

Eileen asintió con la cabeza.

—No volveré si no es con una lista de aeródromos o un mapa. —Se fue hacia los ascensores.

—Espera —le dijo Polly, corriendo tras ella—. Si tienes que pedir un mapa, di que lo quieres para tu sobrino, que es aficionado a registrar los avistamientos de aviones. Así no levantarás sospechas.

—A registrar los avistamientos… No se me había ocurrido —dijo Eileen—. Polly, escucha, acabo de tener una idea… Ay, ay… la señorita Snelgrove a las once en punto —le susurró—. Nos veremos esta noche. —Y se marchó corriendo.

—Señorita Sebastian —dijo la señorita Snelgrove.

—Sí, señora. Yo solo…

—La señorita Hayes se reincorpora hoy al trabajo y me gustaría que estuviera usted aquí para ayudarla, así que si no le importa esperar hasta las dos para almorzar…

—Estaré encantada —dijo Polly, con toda sinceridad.

Marjorie volvía al trabajo. Polly había temido que hubiera quedado demasiado traumatizada por la experiencia vivida para quedarse en Londres, pero volvía. Y cuando llegó, tenía casi su mismo aspecto rubicundo de siempre.

«Yo tenía razón —pensó Polly—. No alteré el resultado final. Todo ha salido como si Marjorie nunca hubiera resultado herida.»

—Yo te haré los paquetes hasta que tengas mejor el brazo —le dijo—, aunque seguro que los sabes hacer mejor tú con una sola mano que yo con las dos. Nunca le he pillado el tranquillo, y ahora que tanto el papel como el cordel están racionados…

Sin embargo, Marjorie estaba negando con la cabeza.

—No voy a quedarme. Sólo he venido a despedirme de todos.

—¿A despedirte?

—Sí. He presentado mi renuncia.

—Pero…

—Es que… ¡Las enfermeras del hospital han sido tan amables conmigo! No lo habría conseguido de no ser por ellas, y eso me ha hecho pensar en lo que estaba haciendo yo para contribuir a que ganemos la guerra. No soportaría ver a Hitler desfilando por Oxford Street por no haber hecho yo todo lo posible. —Inspiró profundamente—. Me he incorporado al cuerpo de enfermeras Reina Alexandra: voy a ser enfermera del Ejército.