Llevaremos todos un silbato, porque el señor Bendall cree que, en caso de quedar…

Llevaremos todos un silbato, porque el señor Bendall cree que, en caso de quedar sepultados, servirá para que nos rescaten. Me parece bastante útil, y si quedo sepultada, tocaré el silbato con todas mis fuerzas.

VERE HODGSON,

entrada de su diario del 20 de febrero de 1944

Londres, 26 de octubre de 1940

En cuanto llegaron al rellano de la escalera de emergencia, Mike le preguntó a Polly:

—¿Y si el equipo de recuperación estaba en Padgett’s buscando a Eileen, como nosotros?

—Pero… no podía estar —dijo Polly.

La posibilidad de que algunas de las víctimas mortales fueran los miembros del equipo de recuperación no se le había pasado siquiera por la cabeza hasta entonces. Sin embargo, le parecía de repente muy real. Explicaba por qué habían sido cinco las víctimas: las tres previstas y las dos del equipo de recuperación.

—¿Por qué no? —insistió Mike—. ¿De quién más puede tratarse? Ya oíste al supervisor de Eileen. No falta ningún trabajador de los almacenes. Además, eso explica por qué todavía no los han encontrado: porque no saben que haya que buscar a alguien.

—Pero sabían que Padgett’s sería bombardeado. No habrían ido allí…

—Nosotros sabíamos que lo bombardearían y, a pesar de todo, fuimos. ¿Y si nos vieron entrar y nos siguieron? Si no se dieron cuenta de que bajábamos en el ascensor, puede que siguieran todavía buscándonos cuando estalló la bomba.

No había ninguna razón para que un equipo de recuperación o un historiador no pudiera perder la vida en una misión. Si eso era lo que había sucedido, entonces Oxford no había sido destruido, Colin no había muerto y Mike no había perdido la guerra.

Se preguntó si precisamente por ese motivo estaba tan convencido de que aquello era lo que había pasado: porque, por malo que fuera, era preferible a la alternativa. Por otra parte, explicaba por qué sus equipos de recuperación no habían aparecido y que hubiera cinco muertos.

«No sabes con seguridad que sean cinco —se recordó—. Tienes que confirmarlo. —Y pronto, antes de que Mike se enterara del número de víctimas—. Tengo que ir sin falta mañana al hospital e impedirle que se acerque a la señorita Laburnum o a los periódicos hasta entonces.»

Mike había dicho que tenían que ir al portal para comprobar si funcionaba. Si lograba llevárselo allí en cuanto salieran…

—En cuanto suene la sirena de cese de alerta volveré a Padgett’s —dijo él—. Tengo que decirles que puede que siga habiendo víctimas bajo los escombros. Si se trata del equipo de recuperación, no lo estarán buscando.

—Pero no puedes…

—No voy a decirles que se trata de un equipo de recuperación. Diré que vi a gente entrando cuando esperaba a Eileen. Quizá sigan con vida.

«No, no siguen vivos —pensó Polly—. Sean quienes sean, ya los han sacado de los escombros, muertos.» No podía decírselo, sin embargo.

—Tenemos que ayudarlos —dijo Mike—. No podemos…

—¿Mike? —llamó Eileen desde arriba—. ¿Polly? ¿Dónde estáis?

—¡Aquí abajo! —gritó Mike, y la oyeron bajar los escalones metálicos.

—No le cuentes nada de esto hasta que estemos seguros —le susurró Polly a Mike—. Está…

—Ya lo sé —le respondió él, también susurrando—. No lo haré.

Eileen se les unió.

—No ibais a iros al portal sin mí, ¿verdad?

—¡Qué va! —repuso Mike—. Intentábamos pensar qué otros historiadores pueden estar aquí aparte de Gerald Phipps.

—¿Por qué habéis bajado hasta aquí para eso?

—No queríamos molestarte —dijo Polly, y Mike asintió.

—No podíamos dormir y nos ha parecido que bien podíamos invertir el tiempo en otra cosa. No te preocupes. No nos iremos dejándote aquí.

—Ya sé que no —dijo Eileen, con cara de avergonzada—. Lo siento. Es que no soporto la idea de quedarme sola otra vez. —Se sentó en un escalón—. ¿Se os ha ocurrido alguien?

«Será mejor que pienses rápido, Mike, o se dará cuenta de que estamos mintiendo», pensó Polly.

—Sí —dijo él—, Jack Sorkin. Por desgracia, está a bordo del USS Enterprise, en el Pacífico.

—¿Qué me dices de tu compañero de habitación? —le preguntó Eileen—. ¿No iba a la Segunda Guerra Mundial?

—Sí, pero tampoco nos sirve: Charles está en Singapur.

«¡Dios santo! ¡Singapur! —pensó Polly—. Si su portal no funciona, seguirá allí cuando lleguen los japoneses. Lo capturarán y lo internarán en un campo de prisioneros.» Se preguntó si Mike era consciente de aquello. Esperaba que no.

—¿Quién más? —preguntó para cambiar de tema—. Eileen, ¿qué hay de los de tu curso? ¿Alguno iba a la Segunda Guerra Mundial?

—No creo. Quizá Damaris Klein… pero no, creo que ella iba a las guerras napoleónicas. ¿Y ese historiador que se ocupó de los ataques con cohetes? —Se volvió hacia Polly—. ¿Cuándo empezaron, Polly?

—El trece de junio de 1944. Demasiado tarde para sernos de utilidad. Necesitamos dar con alguien que esté aquí y ahora.

—Además, no sabemos quién observó los ataques con V-1 —dijo Mike.

—Pero si no logramos encontrar a nadie más… —dijo Eileen—. Mike, ¿estás seguro de que no te dijeron de quién se trataba?

—Puede que sí… —dijo él, con el ceño fruncido, tratando de recordar.

—¿Podría ser Saji Llewellyn? —preguntó Polly.

—No. Ella estaba observando la coronación de la reina Beatriz. Tú lo sabes, Polly —dijo Mike—. ¿Alguna de vosotras conoce a Denys Atherton?

—Lo he visto en conferencias y cosas así —dijo Eileen—, pero nunca he hablado con él. ¿De qué se ocupa?

—No lo sé —dijo Mike—, pero de algo sucedido entre el primero de marzo y el cinco de junio de 1944. También demasiado tarde para sernos útil. ¿Qué puede estar observando, Polly? ¿La guerra en Italia?

—No. Para eso habría venido antes. Diría que más bien habrá estado observando los preparativos de la invasión, sobre todo porque tiene previsto regresar un día antes del Día D.

—Entonces está en Inglaterra —dijo Mike—. ¿Dónde? ¿En Portsmouth? ¿En Southampton?

—Sí… o en Plymouth o en Winchester o en Salisbury —dijo Polly—. Los preparativos se llevaron a cabo a lo largo de toda la mitad suroccidental del país. O puede que esté observando la Operación Fortitude, en cuyo caso tal vez esté en Kent o en Escocia.

—¿La operación Fortitude? ¿Qué es eso? —quiso saber Eileen.

—Una operación de Inteligencia para inducir a creer a Hitler y al Alto Mando alemán que los aliados no atacarían en Normandía sino en otro lugar. Se construyeron instalaciones del Ejército de pega, se difundieron noticias falsas en los periódicos locales y se radiaron mensajes falsos. La Fortitude Norte se desarrolló en Escocia. Su misión era convencer a los alemanes de que la invasión se produciría en Noruega. La de Fortitude Sur, en el sureste de Inglaterra, era convencerlos de que sería por el paso de Calais.

—Así que Denys Atherton puede estar en cualquier parte —dijo Mike.

—Y si trabaja en Inteligencia estará usando un seudónimo —añadió Polly.

—Pero yo sé qué aspecto tiene —dijo Eileen—. Es alto, con el pelo moreno y rizado…

—¡Dios! —exclamó Mike—. No había pensado en lo del nombre. Puede que Phipps esté aquí con otro nombre también. Eileen, ¿dijo algo acerca de si usaría su propio nombre u otro?

—No.

—¿Y tú no viste el nombre en las cartas que llevaba? —le preguntó Polly a Mike.

—No —repuso él de mala gana—. Pero vosotras dos sabéis qué aspecto tiene.

—¡Si al menos me acordara del nombre de su aeródromo! —dijo Eileen—. Estoy segura de que lo reconocería si lo oyera.

—Saldrá en la guía de ferrocarriles —dijo Polly—. Por la mañana veré si la señora Rickett tiene una y, si no, sé que en el departamento de librería de Townsend Brothers hay una, porque la usé para consultar los trenes a Backbury. La compraré el lunes. Hasta entonces, lo mejor que podemos hacer es dormir un poco. Pensaremos con más claridad después de haber descansado.

«Y yo seré capaz de pensar un modo de impedir que Mike vaya a Padgett’s por la mañana», pensó.

¿Cómo iba a hacerlo, sin embargo? Si le decía que ellos no podían ayudar, que los historiadores no podían influir en los acontecimientos, volverían al tema de Hardy. Y si le decía que ya lo habían hecho, que había cinco víctimas y que, por tanto, era inútil ir a Padgett’s, no solo le parecería completamente despiadada sino que se acercaría demasiado a su propia situación. Con un poco de suerte el señor Dunworthy no le estaba diciendo aquello mismo a Colin en ese mismo instante. Tendría que convencer a Mike de que la única que debía ir a Padgett’s era ella. «Es menos probable que el señor Fetters me reconozca a mí que a ti o a Eileen —podía decirle—, sobre todo si me cambio de ropa y me recojo el pelo. Le diré que estaba esperando a Eileen en la calle y que vi entrar a dos personas justo antes de que cerraran la tienda.»

Sin embargo, cuando quiso persuadirlo, despertándolo antes de la sirena de cese de alerta para que la dormida Eileen no los oyera, Mike insistió en ir personalmente.

—¿Antes me dejas que te enseñe dónde está el portal? —le preguntó Polly—. Si funciona, puedes usarlo y decir en Oxford que manden a los de un equipo de recuperación disfrazados de rescatistas.

Mike negó con la cabeza.

—Primero iremos a Padgett’s y luego al portal.

—Pero ¿qué le diremos a Eileen?

Por fin Mike consintió en acompañar a Eileen a casa de la señora Rickett, decirle que ellos dos irían al portal y, solo después, ir a Padgett’s. Aquello planteaba un nuevo problema. Si se iban inmediatamente, se encontrarían con los de la troupe y casi seguro que la señorita Laburnum diría algo acerca de los cinco muertos.

—Tenemos que esperar hasta que se haya ido todo el mundo para que no nos vean salir de la escalera de incendios —dijo—. En cuanto se den cuenta de que no está cerrada con llave, todos querrán usarla. Además, deberíamos dejar dormir a Eileen, la pobre. Dudo que haya descansado una sola noche desde que llegó a Londres.

—Está bien —dijo Mike, y consintió en dejar dormir a Eileen media hora más, durante la cual Polly esperaba que se quedara él dormido para irse sola a investigar.

Pero Mike no se durmió y, después de acompañar a Eileen a casa y de que Polly la llevara al piso de arriba sin que nadie las viera, insistió en ir directamente a Padgett’s, a pesar de que volvía a llover. Así que a Polly no le quedó más remedio que ir con él, con la esperanza de que hubiera un equipo de rescate cavando porque, si no, Mike insistiría en bajar él mismo al agujero.

Había un equipo de rescate en el lugar del incidente: al menos una docena de hombres trabajaban con ahínco con picos y palas a pesar de la lluvia. Además, el oficial de incidente acababa de llegar y no sabía todavía si habían sacado alguna víctima de los escombros.

—Pero seguro que creen que hay víctimas sepultadas —dijo el hombre cuando Mike le contó que habían visto entrar a unas personas—. Si no, no trabajarían así.

Aquello satisfizo aparentemente a Mike, al menos temporalmente, y cuando Polly le dijo que, si no se iban de inmediato, se toparían con la gente que iba a la iglesia (lo que era cierto, porque, aunque St. George ya no estuviera en pie, el rector celebraba misa en St. Bidulphus), Mike se avino a irse del lugar del incidente y acompañarla al portal.

Polly se sentía culpable: llovía a cántaros y, a pesar de que llevaba la Burberry que le había conseguido la señorita Laburnum, Mike se helaría sentado en los fríos escalones del portal. Pero necesitaba tiempo para enterarse de la verdad acerca de las víctimas y la lluvia no parecía arredrar a Mike.

—Al menos no habrá muchos contemporáneos en la calle con este tiempo —dijo—, así que caben menos posibilidades de que alguien vea el resplandor.

Tenía razón en lo de que nadie saldría con aquella lluvia. No había un alma en la calle. Polly acompañó a Mike por entre los escombros parcialmente retirados hasta el callejón y el pasaje que llevaba al portal. La lluvia había borrado los mensajes escritos con tiza que ella había garabateado en los muros y los barriles, pero los de la puerta no, y se alegró de ver que el alero había protegido bastante los escalones y el hueco de la escalera.

—Aquí dentro está bastante seco —dijo. También estaba intacto. El polvo, las hojas y las telarañas seguían donde antes.

—¿Escribiste «Para pasar un buen rato, llama a Polly» aquí? —le preguntó Mike, señalando hacia la puerta.

—Sí, y pinté una flecha en ese barril —dijo ella, indicándoselo—, y anoté la dirección de la señora Rickett y escribí «Townsend Brothers» al otro lado, aunque supongo que eso la lluvia lo habrá borrado. Me pareció que, si el equipo de recuperación llegaba, le facilitaría las cosas.

—Buena idea. Yo tuve una parecida mientras estuve en el hospital.

—¿Fuiste a dejar un mensaje en el nido de ametralladoras?

—No, en los periódicos. Podríamos poner un anuncio por palabras en la sección de anuncios clasificados.

—Un anuncio por palabras… ¿Qué tipo de anuncio? ¿«Viajeros con problemas para volver a casa buscan equipo de recuperación que venga a recogerlos»?

—Exacto, solo que dicho con otras palabras. Tiene que parecer otro anuncio personal más, pero debemos redactarlo de manera que alguien de Oxford lo reconozca como nuestro.

—«Hiere mi corazón con una monótona languidez» —murmuró Polly.

—¿Qué?

—Era el mensaje en código que emitió la BBC para la Resistencia francesa la víspera del Día D. Está sacado de un poema de Verlaine y significa «invasión inminente».

—Eso es —dijo Mike—. Un mensaje cifrado.

—Tal vez sea peligroso. Si nos toman por espías alemanes…

—No me refiero a algo como «el perro ladra a medianoche» ni a «hiere mi corazón con…» lo que sea que hayas dicho, sino a algo como «E. R. Reúnete conmigo en Trafalgar Square el viernes a mediodía. M. D.»

Polly negó con la cabeza.

—Las citas en plazas públicas son casi tan sospechosas como lo de «el perro ladra a medianoche».

—Vale. Pues «E. R. Me muero por verte, querida. Reúnete conmigo en Trafalgar Square el viernes a mediodía. Con amor, Pollykins.»

—Puede que valga —dijo Polly sin demasiado convencimiento. Las secciones de anuncios clasificados estaban llenas de mensajes de enamorados y para enamorados, y de gente que se había marchado al campo o cuya casa había sido bombardeada que notificaba a sus amigos y conocidos el cambio de dirección—. Pero hay docenas de periódicos en Londres. ¿Cómo sabremos en cuál publicar el anuncio?

—Eso ya lo decidiremos —repuso Mike—. De momento, tenemos que volver a escribir esos mensajes tuyos que la lluvia ha borrado.

—Los volverá a borrar.

—Entonces tenemos que comprar pintura.

—Y esperar a que deje de llover —dijo Polly, mirando cómo chorreaba el agua del alero—. ¿Quieres que te consiga un paraguas?

—No si va a ser verde chillón como el de Eileen. Me distinguirán a kilómetros de distancia. Intento pasar desapercibido, ¿recuerdas?

—El mío es negro. Te lo traeré —le prometió—. Y algo de comer.

«Y un termo de té caliente —pensó—. Pero no antes de haber visto a Marjorie.»

No se admitían visitas hasta las diez en el hospital y, a pesar de todo lo que había hecho ya aquella mañana, no eran más que las ocho y media. Sin embargo, si volvía a casa de la señora Rickett, era posible que Eileen estuviera despierta y se empeñara en acompañarla. Además, tal vez la enfermera de recepción que se había negado a responder a sus preguntas ya no estuviera de servicio.

No lo estaba. En su lugar había una enfermera joven. Bien.

—¿Tienen a un paciente llamado James Dunworthy? —le preguntó Polly—. Me han dicho que lo trajeron anteanoche.

—¿De Padgett’s? —La enfermera comprobó el registro—. No, no consta nadie con ese nombre.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó ansiosa Polly, echando mano de las técnicas de interpretación que le había enseñado sir Godfrey—. Mi amiga estaba segura de que lo habían traído aquí. Trabaja en Padgett’s con el señor Dunworthy y me ha pedido que lo localizara por ella. Está un poco maltrecha y no puede venir, pero tremendamente preocupada por él. El señor Dunworthy podría haber ingresado más pronto, por la tarde.

—Yo no tenía turno esa noche. Iré a ver qué puedo averiguar —le dijo la enfermera, y se marchó. Cuando volvió le explicó—: He hablado por teléfono con el equipo de la ambulancia que se ocupó del incidente y solo trajeron a un… —titubeó un segundo antes de proseguir—: un herido al hospital. Una mujer.

La pausa significaba que el «herido» había muerto en el trayecto hacia el hospital, como había dicho Marjorie.

—Pero si no lo trajeron aquí, entonces eso significa que… —dijo Polly, y se tapó la boca con una mano—. ¡Oh, no! ¡Qué terrible!

—No se preocupe —le dijo compasiva la enfermera. Luego echó un vistazo rápido a su alrededor para asegurarse de que nadie la oiría y añadió—: Les he preguntado a los de la ambulancia por las víctimas mortales y me han dicho que las otras dos también eran mujeres.

«Tres fallecidos, no cinco.»

—¿Trabajaban en Padgett’s? —preguntó.

—No. Todavía no las han identificado.

Por tanto, cabía aún la posibilidad de que fueran las integrantes del equipo de recuperación. En el de Polly o el de Eileen seguramente habrían enviado a mujeres que no llamaran la atención en unos almacenes, aunque habitualmente solo mandaban a dos historiadores a recuperar. Pero ¿y si se trataba del equipo de Polly y, además, del de Eileen? Al menos no era una discrepancia.

—¡Oh, qué aliviada se quedará mi amiga! —dijo Polly, sinceramente—. Habrá sido una confusión. —Le dio las gracias a la enfermera, salió precipitadamente del hospital y bajó corriendo las escaleras, donde a punto estuvo de chocar con dos enfermeras jóvenes con capa azul que empezaban su turno.

—Anoche asistí a un baile de la RAF y conocí a un teniente adorable —decía una—. Es piloto. Está destinado en Boscombe Down. Dijo que vendría a verme en su próximo permiso.

«Boscombe Down.» ¿Sería así como se llamaba el aeródromo de Gerald? Nombre compuesto de dos palabras, una de las cuales empezaba por «B» y la otra por «D». Tenía que ser ese. Había esperado invertir todo el día en buscar información acerca de las víctimas, pero puesto que ya había resuelto ambos problemas, en realidad podía dedicarse a lo que le había dicho a Eileen que tenía intención de hacer e ir a visitar a Marjorie. Una mentira menos en la que podrían pillarla. Ya eran las diez, sin embargo, y, en todo caso, no podía volver a entrar por la puerta principal cuando se suponía que se había ido corriendo a decirle a su amiga de Padgett’s que su James Dunworthy estaba bien.

Sabía en qué pabellón estaba Marjorie de cuando había intentado visitarla, así que no le hacía falta preguntarlo, pero si la enfermera de recepción la veía subir… Buscó la entrada de urgencias y se ocultó a esperar. Entró una ambulancia con un tintineo de campanas y empezaron a descargar pacientes, momento que aprovechó ella para colarse con decisión entre los ayudantes que salían a ayudar. Subió apresuradamente las primeras escaleras que vio hasta la cuarta planta y entró en la sala de Marjorie.

Resultó que no le habría hecho falta tomarse tantas molestias para obtener información sobre un paciente ficticio para enterarse de lo que quería saber: le habría bastado con preguntárselo a Marjorie.

—Estaba equivocada —le dijo esta, sentada en la cama, con el brazo en cabestrillo—. No hubo cinco muertos, solo tres. Ninguno trabajaba en Padgett’s. Nadie tiene ni idea de quiénes eran ni de qué estaban haciendo allí. Conmigo igual… Si me hubiera muerto, tampoco nadie habría sabido lo que estaba haciendo en Jermyn Street.

—¿Y qué estabas haciendo?

—Fui a encontrarme con Tom —dijo Marjorie, que, viendo la cara de desconcierto de Polly, se apresuró a explicar—: el aviador del que te hablé. Estuvo insistiendo para que saliera con él y yo no quería, pero cuando tú casi perdiste la vida en St. George, pensé: «¿Por qué no? Puede que me maten mañana. Tengo que disfrutar de la vida mientras pueda.»

A Polly se le aceleró el corazón.

—¿Cambiaste de idea por mí?

—Sí. Cuando te vi aquella mañana, con la falda arrugada y la cara llena de yeso, caí en la cuenta de podrías haber muerto… de que yo misma podía morir en cualquier momento y que, en toda mi vida, no habría hecho otra cosa que trabajar en Townsend. Así que decidí que no iba a morirme sin haber hecho otra cosa que eso y, cuando Tom volvió a pedírmelo… eso fue el viernes que fuiste a ver a tu madre… le dije que saldría con él.

Y había acudido a una cita con Tom y había caído una bomba y había quedado sepultada y había estado a punto de morir.

«Por mi culpa —pensó Polly—. Estaba allí debido a mí.»

Le había asegurado a Mike que no había sido necesariamente él el salvador de Hardy, que el soldado podría haber visto el barco sin ayuda de la linterna de Mike o que tal vez lo hubiera rescatado otra embarcación, pero no había ninguna razón que pudiera aducir para justificar la presencia de Marjorie en Jermyn Street la noche de aquel viernes. Ninguna otra razón para el brazo roto y las costillas fisuradas, para las horas pasadas bajo los escombros, para que hubiera estado a punto de morir.

«Eso es imposible, sin embargo —pensó Polly—. Los historiadores no pueden alterar los acontecimientos. La red se lo impide. A menos que Mike tenga razón.»

Se acordó de repente de la UXB de San Pablo. ¿Y si había habido un error y no había sido retirada el domingo sino el sábado? ¿Y si la diferencia de tiempo era una discrepancia?