No habrá una próxima vez si perdemos esta guerra.

No habrá una próxima vez si perdemos esta guerra.

EDWARD R. MURROW,

17 de junio de 1940

Londres, 26 de octubre de 1940

Por un momento, después del toque de sirena, Polly se quedó con la caja de las medias en la mano y el corazón en la garganta. Luego Doreen dijo:

—¡Oh, no, una incursión no! Estaba segura de que hoy no habría ninguna en todo el día.

«No hubo ninguna —pensó Polly—. Tiene que haber algún error.»

—Y ahora que empezábamos por fin a tener algunos clientes —añadió disgustada Doreen, señalando hacia el ascensor que se abría.

«¡Oh! ¡Vaya momento para que lleguen por fin Mike y Eileen!» Polly corrió a interceptarlos, pero no se trataba de ellos. Salieron dos jóvenes elegantes.

—Me temo que se avecina una incursión aérea —dijo la señorita Snelgrove, acercándose también—, pero tenemos un refugio muy cómodo y especialmente reforzado. La señorita Sebastian las llevará hasta él.

—Por aquí —les indicó Polly, sacándolas por la puerta y llevándolas escaleras abajo.

—¡Oh, querida —dijo una de las jóvenes—, después de lo que pasó anoche en Padgett’s!

—Pues sí —repuso la otra—. ¿Te has enterado? Hubo cinco muertos.

«Gracias a Dios que Mike y Eileen no están aquí», pensó Polly.

Aunque cabía la posibilidad de que hubieran estado subiendo cuando había sonado la sirena y que los encontrara en el refugio al llegar. En tal caso no tendría modo de evitar el tema, ni manera de convencer a Mike de que aquello no confirmaba que se había producido una discrepancia.

—¿Estaban los que murieron en el refugio de Padgett’s? —preguntó la primera con inquietud. Tuvo que gritar para hacerse oír porque la sirena, a diferencia de en Padgett’s, donde la escalera apagaba el sonido, resonaba en aquel reducido espacio, de manera que la oían más fuerte que en la planta.

—¡Ni idea! —gritó la otra—. Nadie está a salvo hoy en día. —Y empezó a contar la historia de un taxi que había sido alcanzado el día anterior.

Ya casi habían llegado al sótano.

«Por favor, que Mike y Eileen no estén —pensó Polly, escuchando solo a medias a las dos jóvenes—. Por favor…»

—Si no hubiera confundido mi paquete con el suyo —decía la joven—, habríamos muerto las dos…

La sirena calló. Hubo un instante de silencio reverberante y luego sonó el aviso de que había pasado el peligro.

—Falsa alarma —dijo alegremente la otra. Subieron las escaleras—. Habrán confundido a uno de los nuestros con un bombardero alemán. —Lo que parecía probable, aunque no necesariamente convencería a Mike.

Polly tenía la esperanza de que él y Eileen no hubieran estado dentro del radio de alcance de la sirena. Pero el hecho de que aquellas mujeres estuvieran enteradas de lo de las cinco víctimas mortales significaba que había salido en los periódicos y, si tal era el caso, estaría en los tablones de anuncios y los vendedores de prensa estarían difundiendo la noticia a voces, así que sería imposible que Mike no se enterara.

Era impensable que una dependienta le preguntara a una clienta: «¿Cómo se enteró de lo de las víctimas?» Polly esperaba que las jóvenes volvieran a sacar el tema, pero de momento estaban concentradas en comparar unos guantes largos hasta el codo. Tardaron casi una hora en decidirse por unos y, cuando se fueron, Mike y Eileen seguían sin aparecer.

«Menos mal —pensó Polly—. Eso quiere decir que las posibilidades de que no hayan oído la sirena son muchas. —Sin embargo, eran más de las dos. ¿Dónde estaban?—. Mike ha oído a un repartidor de periódicos voceando “Cinco muertos en Padgett’s” y ha ido al depósito de cadáveres a ver los cuerpos», se dijo, angustiada.

Cuando Mike y Eileen llegaron al cabo de media hora, no obstante, nada dijeron acerca de víctimas ni de Padgett’s. Se habían entretenido en casa de Theodore.

—Theodore no quería que me fuera —le explicó Eileen—. Ha pillado tal rabieta que he tenido que prometerle que me quedaría y le leería un cuento.

—Y luego, cuando volvíamos, hemos ido a la agencia de viajes que había visto Eileen para intentar conseguir un mapa —dijo Mike—, y resulta que fue alcanzada anoche.

—El propietario estaba allí —dijo Eileen—, y ha dicho que había otra agencia en Charing Cross, pero…

La señorita Snelgrove los estaba mirando con reprobación desde el mostrador de Doreen.

—Ya me lo contaréis cuando vuelva a casa —dijo Polly. Les entregó los abrigos, la llave y la dirección de la señora Leary—. Es posible que llegue tarde —añadió.

—¿Debemos ir a la estación de metro si empiezan las incursiones antes de que vuelvas? —le preguntó Eileen nerviosa.

—No. La casa de la señora Rickett es completamente segura —susurró Polly—. Ahora, idos. No quiero perder el trabajo. Es lo único que tenemos.

Los observó marcharse, esperando que estuvieran demasiado ocupados instalándose para hablar de Padgett’s o de las incursiones diurnas con nadie. Tenía intención de ir al hospital al día siguiente para intentar enterarse de si había habido realmente cinco víctimas mortales, pero si lo había publicado la prensa, no podía esperar. Tenía que ir aquella misma noche y la pobre Eileen tendría que afrontar sola su primera cena en casa de la señora Rickett.

Bien podría haberse ido directamente a casa, porque no pudo entrar a ver a Marjorie ni sacarle nada a la severa enfermera de recepción. Cuando llegó a la pensión, se encontró a Eileen sentada en el salón con su maleta, aunque oía a los demás en el comedor.

—¿Por qué no estás ahí dentro cenando? —le preguntó.

—La señora Rickett me ha dicho que tengo que darle mi tarjeta de racionamiento y, cuando le he contado lo de Padgett’s, ha dicho que no podré comer hasta que consiga una nueva. Como Mike no estaba aquí…

—¿Dónde está? ¿En casa de la señora Leary?

—No. Ha llegado a un acuerdo con ella y luego se ha marchado a echar un vistazo en la agencia de viajes de Regent Street y a recoger sus cosas de su antiguo alojamiento, pero ha dicho que llegaría tarde y que no lo esperáramos, que vayamos a Notting Hill Gate y ya nos encontraremos allí con él. ¿Dónde empezarán los bombardeos esta noche? —le preguntó, nerviosa.

—Ssssh —le susurró Polly—. No podemos hablar de eso aquí. Vamos a la habitación.

—No puedo. La señora Rickett me ha dicho que no podía admitirme hasta que le haya pagado.

—¿Cómo que pagado? ¿No le has dicho que te mudabas aquí para estar conmigo?

—Sí —repuso Eileen—, pero me ha dicho que no hasta que le pague diez con seis.

—Voy a hablar con ella —dijo Polly muy seria, cogiendo la maleta de Eileen. La acompañó a su habitación, donde la dejó antes de volver a bajar a la cocina para enfrentarse a la señora Rickett.

—Cuando me mudé aquí, me dijo usted que tenía que pagar el importe completo por una habitación doble, así que no puede cobrarme un extra por…

—Si no quiere la habitación, hay muchos que la quieren —la cortó la señora Rickett—. Hoy han venido tres enfermeras del Ejército buscando una habitación para alquilar.

«Y supongo que tiene intención de cobrarles por partida triple la tarifa de una habitación doble», estuvo a punto de echarle en cara Polly, pero no podía arriesgarse a que las echara. Eileen ya le había dado la dirección a la madre de Theodore y la señora Rickett no era de las que le dirían al equipo de recuperación, en caso de que apareciera, dónde se habían ido. Polly pagó diez con seis y volvió al piso de arriba.

La señorita Laburnum salía en aquel momento de su habitación con una bolsa llena de cáscaras de coco y una botella de vidrio vacía.

—Para el mensaje en una botella de Ernest —le explicó—. Sir Godfrey dijo que le trajera una botella de whisky, pero estando allí las tres pequeñas de la señora Brightford, me ha parecido que sería más adecuado llevar una de naranjada…

Polly la interrumpió.

—¿Puede decirle a sir Godfrey que es posible que no vaya al ensayo de esta noche? Tengo que ayudar a mi prima a instalarse.

—¡Oh, claro, pobrecita! ¿Sabe algo de los cinco fallecidos?

¡Oh, no! La señorita Laburnum estaba al corriente de las muertes. Tendría que mantener a Mike y Eileen alejados de la compañía de teatro también.

—¿Eran dependientas? —le preguntó la señorita Laburnum.

—No, pero el incidente la dejó muy trastornada, así que será mejor que no le cuente nada de eso.

—¡No, claro que no! —le aseguró—. No queremos disgustarla.

Polly estaba segura de que lo decía en serio, pero a ella o cualquier otra persona de la pensión tarde o temprano se le escaparía. Tenía necesariamente que encontrar el modo de entrar a ver a Marjorie al día siguiente.

—Es espantoso —decía la señorita Laburnum—. ¡Tantos muertos! ¿Quién sabe cómo acabará todo esto?

—Sí —repuso Polly, y agradeció que sonaran las sirenas—. Le agradeceré que le diga a sir Godfrey por qué no puedo ir.

—¡No estará pensando en quedarse aquí durante el bombardeo! ¿Puede hacerlo, señorita Hibbard? —le preguntó a su compañera de hospedaje cuando esta salió corriendo de la habitación con un paraguas negro y la labor de punto.

—¡Oh, no! Es demasiado peligroso. El señor Dorming dice que la señorita Sebastian y su prima tienen que acompañarnos.

Al cabo de un momento, Eileen abrió la puerta para ver lo que pasaba.

—Nos iremos al refugio en cuanto le haya enseñado dónde está todo —prometió Polly para librarse de ellas, y las acompañó hasta la planta baja.

—No tarde —le dijo en la puerta la señorita Laburnum—. Sir Godfrey dijo que quería ensayar la escena entre Crichton y lady Mary.

—Es posible que no pueda ensayar con ustedes estando mi prima…

—Tráigala —le dijo la señorita Laburnum.

Polly negó con la cabeza.

—Necesita descanso y tranquilidad. —«Y estar lejos de los que saben que hubo cinco muertos»—. Dígale a sir Godfrey que mañana por la noche iré. Lo prometo —dijo, y subió corriendo las escaleras.

Esperó hasta asegurarse de que la señora Rickett se iba con ellos y luego bajó apresuradamente a la cocina. Puso la pava al fuego y pan, margarina, queso y cubiertos en una bandeja; preparó té y se lo llevó todo a Eileen.

—La señora Rickett ha dicho que no podemos comer en la habitación.

—En tal caso, mejor que te hubiera dado de cenar de entrada. —Polly dejó la bandeja en la cama—. Aunque en realidad ha sido una bendición que no te haya servido la cena. Esto está mucho más bueno.

—Pero la sirena… —Eileen estaba muy nerviosa—. No tendríamos que…

—No empezarán a caer bombas hasta las ocho y cuarenta y seis. —Polly untó una rebanada de pan con margarina y se la tendió—. Además, ya te he dicho que aquí no corremos peligro. El señor Dunworthy en persona aprobó esta dirección. —Le sirvió una taza de té—. Hoy me he enterado de algunos nombres más de aeródromos —le dijo, y se los leyó, pero Eileen fue negando con la cabeza y descartándolos todos.

—¿No podría haber sido Hendon? —le preguntó Polly.

—No, lo siento mucho. Sé que lo reconocería si lo viera. ¡Si tuviera un mapa!

—¿Fuisteis a la agencia de Charing Cross?

—Sí, pero el propietario quiso saber para qué queríamos un mapa y nos hizo un montón de preguntas. Incluso le preguntó a Mike de dónde era su acento. Creí que iba a hacernos arrestar. Mike ha dicho que el hombre sospechaba que éramos espías alemanes.

—Puede ser —dijo Polly—. Tendría que habérseme ocurrido. Hay carteles de todo tipo en los que se advierte a la gente que esté atenta a cualquiera que se comporte de un modo sospechoso, sacando fotos de fábricas o preguntando por nuestras defensas… y tratar de comprar un mapa entraría en esta categoría, evidentemente.

—Pero entonces, ¿cómo vamos a conseguir uno?

—No lo sé. Veré si tienen un atlas o algo parecido en la sección de librería de Townsend Brothers.

—¿Tendrán una guía de ferrocarriles? —le preguntó Eileen.

—Sí, busqué en ella los trenes a Backbury —dijo Polly. ¿Por qué no se le habría ocurrido servirse de una guía de ferrocarriles, en la que constaban las estaciones por orden alfabético? Podrían encontrar el aeródromo de Gerald en la «D» o en la «T» o en la «P».

—¿Usaste una para traer a los niños a Londres?

—No, usan una en una novela de Agatha Christie para resolver un misterio —dijo Eileen—. Podemos usarla nosotros para resolver el nuestro.

«Ojalá fuera tan sencillo», pensó Polly.

Eileen miró al techo.

—¿Eso que se oye son los bombarderos?

—No. Es la lluvia. Por suerte —dijo Polly alegremente—, tenemos paraguas.

Bajó el servicio de té a la cocina, preparó un bocadillo para llevárselo a Mike y partió hacia Notting Hill Gate con Eileen. Anochecía deprisa y el frío hizo que Polly se alegrara de que la señorita Laburnum le hubiera conseguido a Eileen el abrigo y que deseara que le hubiera traído otro paraguas. Era imposible resguardarse bajo el de Eileen y al mismo tiempo llevarla por las calles húmedas y oscuras. Por dos veces metió un pie en un charco profundo.

—Detesto esto —dijo Eileen—. Me da igual si parezco Theodore. ¡Quiero irme a casa!

—¿Le diste a la madre de Theodore tu nueva dirección para que tu equipo de recuperación pueda encontrarte?

—Sí, y a la señora Owen, su vecina. Y en el tren de Stepney le escribí al pastor. Quisiera saber qué opinas de esto: ¿crees que debería darles a Alf y a Binnie mi dirección actual?

—¿Son esos niños de los que me hablabas? ¿Esos que incendiaron el almiar?

—Sí. Si les digo dónde estoy, seguramente lo considerarán una invitación, y son…

—Terribles —concluyó Polly.

—Sí, y el único modo de que el equipo de recuperación sepa dónde están es que el pastor se lo diga, y a él ya le he dicho dónde estoy yo, así que el equipo de recuperación no necesitaría…

—Entonces no veo motivo alguno para que te pongas en contacto con ellos —dijo Polly, bajando con ella la escalera del metro, confiando en no toparse con nadie de la compañía teatral—. ¿Dónde dijo Mike que nos encontraríamos? ¿Al pie de la escalera mecánica?

—No. En la escalera de incendios. Aquí hay una igual que la de Oxford Circus.

«Bien —pensó Polly, siguiendo a Eileen por el túnel—. Estaremos lejos de los de la troupe y, si Mike nos está esperando allí, no tengo por qué preocuparme de si ha oído a la gente hablar de lo de Padgett’s.»

Mike no estaba, sin embargo. Eileen y Polly subieron tres pisos y luego bajaron otros tantos llamándolo, pero no obtuvieron respuesta.

—¿No deberíamos ir a Oxford Circus? —preguntó Eileen—. Es lo que dijo que hiciéramos si nos separábamos.

—No, enseguida llegará. —Polly se sentó en los escalones.

—Los bombardeos fueron en Regent esta noche, ¿verdad? —preguntó ansiosa Eileen.

—No. En la City y…

—¿En la ciudad? —dijo Eileen, mirando nerviosa el techo—. ¿En qué zona de la ciudad?

—No me refiero a Londres en general, sino en la City con mayúscula. Se trata del barrio de la catedral de San Pablo. —«Y de Fleet Street», agregó mentalmente Polly—. No está cerca de aquí y los bombardeos posteriores fueron en Whitechapel.

—¿En Whitechapel?

—Sí. ¿Por qué? Mike no habrá ido allí, ¿verdad?

—No, pero allí es donde viven Alf y Binnie Hodbin.

«¡Dios bendito!» En Whitechapel había sido incluso peor que en Stepney. El barrio había quedado prácticamente arrasado.

—¿Lo bombardearon mucho? —preguntó angustiada Eileen—. ¡Oh, madre mía! Quizá no debería haber roto esa carta.

—¿Qué carta?

—Una en la que el pastor disponía que Alf y Binnie fueran mandados a Canadá. Tuve miedo de que acabaran a bordo del Ciudad de Benarés, así que no se la entregué a la señora Hodbin.

«Menos mal que Mike se retrasa y no está aquí para oír esto», pensó Polly. Si iba a pasar un mal trago para persuadirlo de que las cinco víctimas de Padgett’s no eran una discrepancia, no digamos para convencerlo de que Eileen no había salvado la vida a los Hodbin al no entregar la carta. Había montones de barcos que zarpaban hacia América que podrían haber tomado, o el Comité de Evacuación podría haber optado por mandarlos a Australia o a Escocia. Incluso en el caso de que los hubieran asignado al Ciudad de Benarés, podrían no haberlo tomado. Quizá su tren habría llegado con retraso o, si eran tan terribles como decía Eileen, podrían haberlos echado del barco por pintar rayas de apagón en las sillas de cubierta o por quemarlas.

Sin embargo, dudaba que Mike se dejara convencer por sus argumentos, sobre todo si se había enterado de lo de Padgett’s. Había entrado en barrena, seguro de que habían perdido la guerra y, por mucho que le hablara del Día de la Victoria, no lo convencería de lo contrario. Pero si se lo contaba se enterarían los dos de lo de su fecha límite y todo lo demás, y tendrían todavía más cosas de las que preocuparse, y ahora, con aquella discrepancia…

«Tengo que enterarme de lo de esas bajas antes de que él lo haga», pensó Polly.

—No le hables del tema de Alf y Binnie a Mike —le dijo a Eileen—. No tiene que enterarse de lo de la carta. Y no hace falta que le digamos que no les has escrito dándoles tu dirección.

—Pero tal vez debería hacerlo y decirles que Whitechapel no es un lugar seguro.

«Diría que ya lo saben.»

—Creía que no querías que supieran de tu paradero.

—Pero soy la única responsable de que sigan allí en lugar de estar en Canadá. Y Binnie todavía no está completamente recuperada del sarampión. Estuvo a punto de morir y…

—Eso no me lo habías dicho.

—Sí. Tuvo una fiebre altísima y yo no sabía lo que hacer. Le di aspirina…

Y, gracias a Dios, Mike tampoco había oído aquello.

—Si Alf y Binnie están en peligro es por mi culpa —prosiguió Eileen—. Yo…

—Ssssh —la interrumpió Polly—. Viene alguien.

Escucharon. Muy por debajo de ellas se cerró una puerta y oyeron unos pasos subiendo los escalones de hierro.

—¿Eileen? ¿Polly? ¿Estáis ahí arriba?

—Es Mike —dijo Eileen, y bajó corriendo a su encuentro—. ¿Dónde has estado?

—He ido al depósito —dijo Mike.

«¡Oh, no! Demasiado tarde —pensó Polly—. Ya se ha enterado de lo de las cinco víctimas mortales.» Sin embargo, cuando Mike subió las escaleras, dijo alegremente:

—Me he enterado de un montón de nombres de aeródromos y tengo un trabajo, así que no tendremos que vivir únicamente del salario de Polly.

—¿Un trabajo? —le preguntó Eileen—. Si estás trabajando, ¿cómo podrás buscar a Gerald?

—Me han contratado como periodista a tiempo parcial para el Daily Express, así que podré salir en busca de noticias, también a los aeródromos, y me pagarán por ello. No he tenido suerte y no he encontrado ningún mapa, así que he ido al depósito del Express para buscar en ediciones anteriores referencias a los aeródromos…

«Al depósito del periódico —se dijo Polly—, a la hemeroteca, no a la morgue.»

—Y cuando les he dicho que era periodista y que había estado en Dunkerque me han contratado inmediatamente. Lo mejor de todo es que me han dado un pase de prensa con el que tendré acceso a los aeródromos. Así que ahora no necesitamos más que enterarnos de cuál es. —Se sacó una lista del bolsillo—. ¿Qué tal Digby? ¿Tal vez Dunkeswell?

—No. Era un nombre compuesto… creo —dijo Eileen.

—¿Great Dunmow?

—No. Lo he estado pensando. Puede que empezara por «B» en lugar de por «D».

«Lo que significa que no tiene ni idea de por qué letra empezaba», se dijo Polly.

—Boxter —le sugirió.

—No —negó Eileen.

—Por «B» —murmuró Mike, repasando la lista—. ¿Bentley Priory?

Eileen frunció el ceño.

—Algo así, pero…

—¿Bury St. Edmunds?

—No, aunque podría… ¡Oh, no lo sé! —Sacudió las manos, frustrada—. Lo siento.

—Tranquila, daremos con él —dijo Mike, arrugando la lista—. Hay muchos más aeródromos.

—¿No recuerdas algo más que Gerald dijera acerca de dónde iba? —le preguntó Polly.

—No. —Arrugó la frente, concentrada—. Me preguntó cuánto tiempo me quedaría en Backbury y le dije que hasta principios de mayo, y él dijo que era una lástima, que si me hubiera quedado más habría venido algún fin de semana para «alegrarme la existencia».

—¿Te dijo cómo iría?

—¿Cómo? ¿Te refieres a si en coche o en tren? No. Pero comentó: «¿Pasa el tren por un lugar tan apartado como Backbury?»

—Y el día que yo lo vi —agregó Mike— dijo que una de las cosas que tenía que hacer era consultar el horario de trenes.

—Bien —dijo Polly—. Eso significa que es un aeródromo cercano a una estación de tren. Mike, ¿dijiste que fue a Oxford?

—Sí, pero solo para los preparativos, no por su misión. Podría haber estado consultando el horario de un tren para cualquier sitio…

Polly cabeceó.

—Los viajes en época de guerra son impredecibles. El señor Dunworthy le habrá insistido en que su portal estuviera cerca de donde necesitaba ir. Los trenes militares provocan numerosos retrasos.

—Tiene razón. Algunos días el tren de Backbury no llegaba a pasar.

—Entonces buscaremos un aeródromo cercano a Oxford —dijo Mike.

—O a Backbury —sugirió Polly.

—O a Backbury. Y que esté cerca de una estación de tren, de nombre compuesto y que empiece por «D», «P» o «B». Eso acota las posibilidades considerablemente. Ahora, si encontramos un mapa…

—En ello estamos —dijo Polly—. Y estoy anotando todas las incursiones aéreas. —Dio a cada uno una copia de la lista de la semana siguiente.

—¿Habrá un bombardeo cada noche de la semana? —preguntó Eileen.

—Me temo que sí. Se espaciaron un poco en noviembre, cuando la Luftwaffe empezó a bombardear otras ciudades y luego, cuando llegó el invierno, arreciaron de nuevo.

—¿Después prosiguieron? —preguntó Eileen, desalentada—. ¿Cuánto duró el Blitz?

—Durará hasta mayo.

—¿Mayo? Pero las incursiones disminuyeron, ¿no?

—Me temo que no. El peor bombardeo de todo el Blitz fue durante los días nueve y diez de mayo.

—¿Ese fue el peor? —le preguntó Mike—. ¿A mediados de mayo?

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada. Da igual. Nos habremos ido antes. —Sonrió animoso a Eileen—. Lo único que tenemos que hacer es enterarnos del paradero de Gerald. ¿Recuerdas algo más que te dijera que pueda servirnos de pista? ¿Dónde estabais cuando mantuvisteis esa conversación?

—Estábamos los dos en el laboratorio, y luego en Oriel cuando fui a conseguir mi autorización para conducir. ¡Oh! Recuerdo una cosa que dijo sobre eso. Se puso a llover mientras me contaba lo importante y peligrosa que era su misión. Entonces miró hacia el cielo y puso la mano como hace uno para comprobar si realmente llueve. Luego señaló mi autorización, ya sabes, el formulario que hay que cumplimentar para las clases de conducción. Tú tenías uno igual, Polly.

Polly asintió.

—¿Un impreso, rojo y azul?

—Sí, uno de esos. Lo señaló y dijo: «Será mejor que guardes eso o nunca aprenderás a conducir. Desde luego, donde yo voy no», y se echó a reír como si hubiera hecho un comentario muy agudo. Siempre hace eso: se cree muy gracioso, aunque sus bromas no tienen la más mínima gracia, y esa no la entendí en absoluto. ¿Vosotros la entendéis?

—No —reconoció Polly, y no se le ocurría qué podía tener que ver el formulario con un aeródromo—. ¿Recuerdas algo más que dijera?

—O cualquier cosa acerca del rato que estuvisteis hablando —dijo Mike—. ¿Qué más pasaba?

—Linna estaba hablando por teléfono con alguien, pero no tenía nada que ver con la misión de Gerald.

—Sin embargo, puede que te traiga a la memoria el nombre del aeródromo. Intenta recordar cualquier detalle, por irrelevante que sea.

—Como la pelota del perro —dijo Eileen con entusiasmo.

—¿Gerald tenía una? —preguntó Mike.

—No… Sale una pelota de perro en una novela de Agatha Christie.

«Bueno, desde luego eso sí que es irrelevante», pensó Polly.

—En El testigo mudo —dijo Eileen—. Al principio parece no tener ninguna relación con el asesinato, pero al final resulta ser la clave de todo el misterio.

—Exactamente —convino Mike—. Escríbelo todo, a ver si algo te viene a la memoria. Entretanto, quiero que el lunes hagas una ronda por los almacenes y que cumplimentes solicitudes de empleo en todos ellos.

—Puedo preguntarle a la señorita Snelgrove si necesitan a alguien en Townsend Brothers.

—No se trata de que consiga trabajo —le explicó Mike—, sino de que tengan constancia de su nombre y su dirección cuando el equipo de recuperación venga a buscarnos.

«Lo que significa que las razones que le he dado esta mañana en Padgett’s lo han convencido de que, después de todo, no ha alterado la historia», pensó Polly. Pero cuando se hubieron acurrucado debajo de los abrigos en el rellano para dormir, la despertó y ambos pasaron de puntillas por encima de la dormida Eileen para ir al rellano de abajo.

—¿Te has enterado de algo más sobre Padgett’s? —le susurró.

—No —mintió Polly—. ¿Y tú?

Él negó con la cabeza.

«Gracias a Dios —pensó Polly—. Cuando suene el aviso de cese de alerta, me lo llevaré directamente al portal. Así no podrá hablar con nadie. Puede quedarse sentado allí hasta que yo vuelva del hospital. Si logro sacarlo de aquí sin que la señorita Laburnum nos aborde y suelte algo acerca de lo espantoso que es que hubiera cinco muertos…»

—Dijiste que hubo tres víctimas, ¿verdad? —le preguntó Mike.

—Sí, pero la información de mi implante puede ser errónea. Y…

—Y el supervisor, ¿cómo se llamaba? ¿Feathers?

—Fetters.

—Dijo que no faltaba ningún trabajador de Padgett’s.

—Sí, pero…

—He estado pensando… ¿Y si eran los de nuestro equipo de recuperación?