Pasa medio año en Saturno (más de una década en la Tierra) y en ese tiempo han cambiado muchas cosas. El gran proyecto de terraformación está casi terminado, el planeta festival engalanado para unas celebraciones que durarán casi veinte de sus años (cuatro vidas presingularitarias), hasta que llegue el momento de la demolición. Los hábitats nenúfar han proliferado, han ido pegándose unos a otros hasta formar placas del tamaño de continentes que flotan sin rumbo por encima de las nubes de Saturno. Y los refugiados han empezado a llegar.
Existe un mercado especializado en ropa y accesorios de moda a unos cincuenta kilómetros del museo transplantado donde vive la madre de Sirhan, en un nexo de transporte entre los hábitats nenúfar en el que los trenes de levitación magnética del metro se cruzan en un enorme intercambiador. El mercado está atestado de extraños y espectaculares visuales, algoritmos que se despliegan más rápido que el tiempo real ante el rayado multicolor de las marquesinas de los puestos. Las yurtas abovedadas expelen humos aromáticos que proceden de auténticas chimeneas (¿qué tendrá el fuego que tanto fascina a estos primates pelones?) en torno a la base de los rascasuelos con sus muros de diamante que se desplazan cautelosos por las carreteras inteligentes de la ciudad. La multitud es un abigarrado crisol de culturas, inmigrantes de todos los continentes comprando y regateando y, en algunos casos contados, saliéndose de sus cráneos colocados con extrañas sustancias, tirados en las aceras delante de las enormes conchas de caracol de las cantinas y los búnkeres de los okupas hechos con finas capas de hormigón recubierto con aerogel de burbuja. No hay automóviles, pero sí una apabullante gama de vehículos personales, desde saltadores giroestabilizados y segways a mototanques y literas araña, que intentan hacerse un hueco entre viandantes y animales.
Dos mujeres se paran delante de lo que en un siglo anterior podría haber sido el escaparate de una tienda de moda: la más joven (que es rubia, lleva el pelo recogido en unas elaboradas trencitas y viste mallas negras y una chaqueta larga de cuero negro encima de una camiseta con estampado de camuflaje) señala un vestido primorosamente retro.
—Eso me haría un culo muy grande, ¿no crees? —pregunta insegura.
—Ma chérie, pruébatelo y saldrás de dudas. —La otra mujer (que es alta y viste un traje de hombre de raya diplomática de hace un siglo) le lanza una idea al escaparate y el maniquí se transforma, le brota la cabeza de la más joven y adopta su postura y su expresión.
—Nunca he sabido lo que es ir de compras de verdad, ¿sabes? Se me hace raro estar en un sitio en el que hay tiendas. Es lo que tiene depender de las bibliotecas de diseños de dominio público durante demasiado tiempo —dice Amber moviendo las caderas, viendo cómo le queda el vestido—. Se te olvida lo que es buscar y buscar. No tengo muy claro lo del rollo retro este. El voto Victoriano no es tan importante, o sí… —Se le va apagando la voz.
—Eres una plataforma del siglo XXI que tiene que venderse a unos electores resimulados y encarnados de la Edad Dorada. Y sí, un polisón te hace un buen derriére. Pero… —Annette se queda pensando.
—Hmm. —Amber frunce el ceño y el maniquí del escaparate se gira y mueve las caderas hacia ella proyectando hileras superpuestas de faldas que hacen frufrú por el suelo. Su ceño se frunce aún más—. Si vamos a seguir adelante con esta mierda de las elecciones, no sólo tendré que convencer a los votantes resimulados, también tendré que hacerlo con los contemporáneos, y con ésos lo que cuenta es el contenido, no la imagen. Están más que acostumbrados a la guerra mediática. Todo lo que no sea un ataque cognitivo directo les deja indiferentes, son inmunes a cualquier ofensiva semiótica. Si les envío parciales para sondearlos y les da la impresión de que estoy intentando manipularlos…
—… se quedarán con el mensaje y ni tu ropa ni lo que les puedas decir les afectará lo más mínimo. No te preocupes por ellos, ma chérie. Los resimulados son distintos, son cándidos y tal vez se dejen influenciar. Esta tu primera aventura democrática es, ¿en cuántos años? Ahora tu intimidad es una ilusión. La cuestión es: ¿qué imagen vas a proyectar? Para que la gente te escuche tienes que ganarte su atención. Además, tú a los votantes indecisos debes llegar, son unos pusilánimes abrumados por el futuro. Tu plataforma es radical. ¿No deberías proyectar una imagen claramente conservadora?
Amber tuerce el gesto, una expresión de ligera aversión por el programa populista en general.
—Sí, supongo, si hiciera falta. Pero pensándolo mejor, eso… —Amber chasquea los dedos y el maniquí se gira una vez más antes de volver a su forma original, las areolas dos discos perfectos arrugados que sobresalen por el borde del corpiño—… ya es pasarse.
No necesita incorporar las opiniones de las distintas personalidades parciales, ni las de los críticos de moda ni las de los psefólogos, para llegar a la conclusión de que adoptar la moda victoriana/cretense (una fantasía fetichista de tetas y culos) no es la mejor forma de presentarse como una política seria ante un electorado postsingularitario del siglo XIX.
—No me presento a las elecciones como madre de la nación, me presento porque creo que nos quedan unos mil millones de segundos, como mucho, para salir de esta ratonera de pozo gravitatorio antes de que la Vil Descendencia se ponga a practicar el medievo con los ciclos de nuestras CPUs, y si no los convencemos para que se vengan con nosotros, están condenados. Busquemos algo más práctico que podamos recargar con los significantes apropiados.
—¿Algo como el vestido de tu coronación?
Amber hace una mueca.
—Touché. —El Imperio Anillo está muerto, como también lo está lo que pudiera quedar del marco legal orbital de sus comienzos, y Amber tiene suerte de estar viva y ser ciudadana de esta fría y nueva era al borde del halo—. Pero eso era sólo parte del decorado. Entonces no sabía muy bien lo que hacía.
—Bienvenida a la madurez y a la experiencia. —Annette sonríe vagamente al acordarse de algo—. No es que te sientas más vieja, lo que pasa es que esta vez sabes lo que haces. A veces me pregunto qué pensaría Manny si estuviera aquí.
—Ese cabeza de chorlito —dice Amber con desdén, indignada ante la idea de que su padre pudiera aportar algo. Sigue a Annette y pasan por delante de una pandilla de mendicantes evangelistas que predican alguna religión de nuevo cuño y finalmente atraviesan una puerta que da acceso a unos grandes almacenes auténticos, con personas de verdad que te atienden y probadores donde te arreglan la ropa—. Si voy a usar varias versiones parciales de mí misma adaptadas a los distintos segmentos poblacionales, ¿no es un poco contraproducente que me decida por una sola imagen? Quiero decir que ya puestas podríamos adaptar un parcíal para cada elector.
—Qui-zás. —La puerta se reconstituye tras ellas—. Pero necesitas una identidad principal. —Annette recorre la tienda con la mirada buscando al encargado—. Empezar con un diseño básico, un estilo, y trabajar a partir de ahí, adaptándote a tu público. Y además está lo de esta noche… ¡Ah, bonjour!
—Hola. ¿En qué podemos ayudarle?
De detrás de unas pantallas (que muestran en bucle una historia de la industria de la alta costura, modelos de pasarela mezclando y combinando siglos de moda) salen tres vendedores, dos mujeres y un hombre, que son claramente partes de la misma personalidad principal, instancias unidas por su obsesión sartorial ampliada. Si no son un borganismo de la moda, no deben de andar lejos, vestidos de pies a cabeza con réplicas de Chanel y Armani de la mejor calidad, toda una declaración de principios típica del siglo XX. Esto no es sólo una tienda, es un templo erigido a un arte muy peculiar, y sus empleados han sido entrenados para ser los guardianes de los secretos esotéricos del buen gusto.
—Mais oui. Estamos buscando ropa para mi sobrina aquí presente. —Annette se pone a mirar la variedad de sugerencias mapeada en la caché de ubicación de la tienda y saca un listado de requisitos que uno de sus fantasmas acaba de preparar—. Ella en política se va a meter y la cuestión de su imagen es importante.
—Les asesoraremos con muchísimo gusto —dice melosa la propietaria, dando un pasito hacia delante—. ¿Tal vez podría decirnos qué tienen en mente?
—Oh. Muy bien. —Amber respira hondo, mira de reojo a Annette; Annette le devuelve la mirada sin parpadear. «Es tu campaña», le envía—. Participo en el programa administrativo aceleracionista. ¿Lo conoce?
La jefa del borganismo de alta costura frunce ligeramente el entrecejo y se le forman dos arrugas idénticas en medio de unas cejas perfectamente simétricas, depiladas a juego con su clásico traje New Look.
—Algo he oído, pero a una señora de la moda como yo no le preocupa la política —dice no sin cierto rubor—. Especialmente la política de sus clientes. Su, esto… tía dijo que era una cuestión de imagen, ¿no?
—Sí —dice Amber encogiéndose de hombros, por un instante consciente de que va vestida de trapillo—. Es mi asesora electoral. Mi problema, como ella dice, es que hay un cierto segmento de la población que confunde la imagen con el contenido y le tiene miedo a lo que no conoce, y necesito hacerme con un vestuario que nada más verlo haga pensar en integridad, respeto y ponderación. Uno adecuado para una representante con una agenda política radical pero con una trayectoria notable. Lo primero es que hay que darse algo de prisa, esta misma noche doy una gran fiesta para recaudar fondos. Sé que no hay tiempo, pero necesito algo, me vale con lo que tengas por ahí.
—¿Qué espera conseguir exactamente? —pregunta el diseñador masculino con voz ronca, arrastrando las erres con una especie de acento mediterráneo. Parece fascinado—. Si cree que puede afectar al tipo de ropa que…
—Me presento a la asamblea —dice Amber sin rodeos—. En una plataforma que pide la declaración del estado de emergencia y un compromiso inmediato y total para montar una nave espacial. Este sistema solar no va a seguir siendo habitable mucho tiempo y tenemos que emigrar. Todos, usted también, antes de que la Vil Descendencia decida reprocesarnos y convertirnos en computronio. Voy a ir de puerta en puerta por todo el electorado en paralelo, y la experiencia tiene que personalizarse. —Consigue esbozar una sonrisa—. Eso implica, calculo, unos ocho conjuntos distintos y cuatro variables independientes para cada uno de ellos, accesorios y dos o tres sombreros, lo suficiente para que cada uno sea visto sólo por unos cuantos miles de votantes. Telas físicas y virtuales. Además, me gustaría ver su gama de ropa de etiqueta de corte histórico, pero de momento eso puede esperar. —Sonríe—. ¿Tiene algún sitio donde pueda probar cómo reaccionan a las combinaciones los diferentes tipos de personalidad de las distintas épocas? Si pudiéramos hacer algunos modelos sería muy práctico.
—Creo que podemos hacer algo todavía mejor. —La encargada asiente sin reservas, quizás pensando en la cuenta de depósito con garantía oro de Amber—. Hansel, si eres tan amable, ¿podrías entretener a los demás clientes hasta que hayamos atendido a la señora…?
—Macx. Amber Macx.
—… ¿Macx? —No parece que le suene el nombre. Amber esboza una mueca; esto sólo demuestra lo vasta que es la población del halo y lo muy segregados que han acabado los hijos de Saturno. Sólo ha pasado una generación y ya casi nadie se acuerda de la reina del Imperio Anillo—. Si es tan amable de acompañarme, podemos empezar buscando una combinación de eigenestilos que se ajuste a sus necesidades…
Sirhan, atrincherado en sus pensamientos, camina entre las multitudes que se han congregado para el festival. Los únicos que pueden verlo son los fantasmas parlanchines de los políticos y los escritores muertos, deportados del sistema interior por orden de la Vil Descendencia. Bajo un cielo amarillo limón, la verde y agradable llanura se extiende hacia un horizonte a mil kilómetros de distancia. El aire huele ligeramente a amoniaco y los grandes espacios están llenos de ideas pequeñas; pero a Sirhan no le importa porque, por el momento, está solo.
Pero en realidad no lo está.
—Disculpe, ¿es usted real? —pregunta alguien en inglés con acento americano.
Sirhan tarda un rato en salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que le están dirigiendo la palabra.
—¿Qué? —pregunta algo confuso. Enjuto y pálido, Sirhan cubre su cuerpo con las ropas de un cabrero bereber y por encima de la cabeza lleva el halo numinoso de un banco de niebla útil. Abstraído, se parece un poco a un pastor angelical de un belén postsingularitario—. Repito: ¿qué? —La indignación bulle en el fondo de su cabeza («¿es que ya no se puede estar tranquilo en ninguna parte?»), pero al darse la vuelta ve que una de las vainas fantasma se ha partido por la corona en forma de hongo y de ella sale un hilillo de restos de fluido constructor y un hombre anglosajón completamente depilado que parece un tanto perplejo; la expresión de su cara es de profunda sorpresa.
—No puedo encontrar mis implantes —dice el tipo anglosajón negando con la cabeza—. Pero estoy aquí de verdad, ¿no? ¿Encarnado? —pregunta echándole un vistazo a las otras vainas—. Esto no es una simulación.
Sirhan suspira («otro exiliado») y envía un daemonio para que interrogue a la interfaz abstracta de la vaina fantasma. No le cuenta mucho. A diferencia de la mayoría de los resucitados, éste parece ser un indocumentado.
—Estaba muerto. Ahora está vivo. Supongo que eso significa que es casi tan real como yo. ¿Qué más necesita saber?
—¿Cuándo…? —El recién llegado se interrumpe—. ¿Puede indicarme cómo llegar al centro de procesamiento? —pregunta con cautela—. Estoy desorientado.
Sirhan está sorprendido. La mayoría de los inmigrantes tardan bastante más en darse cuenta.
—¿Ha muerto hace poco? —pregunta.
—No sé si he llegado a morirme. —El recién llegado se palpa su calva cabeza, confundido—. ¡Eh, sin enchufes! —Exasperado, se encoge de hombros—. Mire, ¿el centro de procesamiento…?
—Por allí —dice Sirhan señalando hacia la monumental masa del Museo de la Ciencia de Boston (enviado desde la Tierra hace un par de décadas para rescatarlo de la demolición del sistema interior)—. Lo lleva mi madre —dice esbozando apenas una sonrisa.
—Su madre… —El inmigrante recién resucitado se lo queda mirando fijamente y luego pestañea—. La hostia —dice dando un paso hacia Sirhan—. Eres tú…
Sirhan retrocede y chasquea los dedos. La fina estela de nube vaporosa que le ha estado siguiendo todo el tiempo, protegiendo su afeitada cabeza del difuso resplandor rojo del hervidero de capas de nanocomputadoras orbitales que han sustituido a los planetas interiores, extrude un báculo de borrosa bruma azul que se extiende hacia abajo desde la nada y viene a impactar en su mano como una pica hecha de burbujas.
—Caballero, ¿me está amenazando? —pregunta con fingida amabilidad.
—Yo… —El recién llegado se para en seco. Entonces echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada—. No seas tonto, hijo. ¡Somos familia!
—¿Hijo? —dice Sirhan irritado—. ¿Quién se ha creído que es? —Se le ocurre una idea horrible—. Oh. Madre mía. —Un subidón de adrenalina lo deja empapado en sudor—. Creo que nos conocemos, en cierto sentido… —«Vaya, esto va a desbaratar tantos planes», piensa, y genera un fantasma para que medite sobre la cuestión. Las implicaciones son enormes.
El recién llegado asiente; está desnudo y se ríe abiertamente de algún chiste que sólo él entiende.
—Desde esta altura se te ve distinto. Y ahora vuelvo a ser humano. —Se palpa las costillas con las manos, se detiene y mira a Sirhan muy serio—. Esto… No pretendía asustarte. Pero ¿supongo que no podrás encontrarle algo de ropa a tu viejo abuelo?
Sirhan suspira y apunta con su báculo directamente al cielo. Los anillos están de canto (el continente nenúfar sigue el ecuador de Saturno flotando sobre un océano de gas frío) y resplandecen como un haz láser de color rojo rubí que rasgara el cielo.
—Que se haga el aerogel.
Una tenue nube de pompas de jabón se coagula en forma de cono por encima del viejo recién resucitado y se precipita sobre él formando un caftán.
—Gracias —dice él. Mira a su alrededor torciendo el cuello y hace una mueca—. Joder, qué daño. Tengo que hacerme con unos implantes.
—Puede conseguirlos en el centro de procesamiento. Está en el sótano del ala oeste. También le darán una ropa más adecuada. —Sirhan lo mira detenidamente—. Su cara… —Consulta memorias que casi nunca utiliza. Sí, es Manfred con el mismo aspecto que tenía a principios del siglo pasado, como era cuando nació su no madre. Hay algo decididamente indecoroso en el hecho de conocer a tu abuelo en su más tierna juventud—. ¿Está seguro de que no ha manipulado su fenotipo? —pregunta desconfiado.
—No, así es como era. Creo. Vuelvo a ser un mono desnudo, después de todos estos años siendo una función emergente de una bandada de palomas migratorias. —El abuelo se sonríe—. ¿Qué va a pensar tu madre?
—La verdad es que no lo sé —dice Sirhan negando con la cabeza—. Venga, vayamos a inmigración a hacer los trámites. ¿Está seguro de que no es una simple simulación histórica?
El lugar ya está plagado de gente resimulada. Sirhan no tiene la más remota idea de por qué la Vil Descendencia parece sentir la necesidad de dedicar valiosos exaquops a la tarea de derivar simulaciones exactas de humanos muertos (simulaciones ridiculamente perfectas de gente que la palmó hace mucho tiempo, recocidas hasta que su corpus escrito coincide con el heredado de la era presingularitaria en forma de garabatos sobre pulpa de celulosa); y mucho menos por qué los envían por láser a los campos de refugiados de Saturno. Pero le gustaría que pararan.
—Hace sólo un par de días me cagué en tu césped. Espero que no te importe. —Manfred ladea la cabeza y clava unos ojos brillantes en Sirhan—. Lo cierto es que estoy aquí por las próximas elecciones. Tienen el potencial para convertirse en una crisis seria y pensé que Amber podría necesitarme.
—Bien, entonces será mejor que venga —dice Sirhan con resignación mientras sube las escaleras, luego entra en el vestíbulo y conduce a su turbulento abuelo hacia la neblina de nanomáquinas útiles que llena el edificio.
Está impaciente por ver la reacción de su madre cuando vea a su padre en carne y hueso después de tanto tiempo.
Bienvenido a Saturno, su nuevo planeta. Este FAQ (Preguntas Más Frecuentes) está diseñado para orientarle y explicarle lo siguiente:
Si ya recuerda esta presentación lo más probable es que haya sido resimulado. Que no es lo mismo que haber sido resucitado. Puede que recuerde haber muerto. No se preocupe: como el resto de sus recuerdos, es pura invención. De hecho, ésta es la primera vez que ha estado vivo. (Excepción: si usted murió después de la singularidad, es muy posible que sea un resucitado genuino. En tal caso, ¿qué hace leyendo este FAQ?)
CÓMO LLEGÓ AQUÍ:
El centro del sistema solar (Mercurio, Venus, la Luna de la Tierra, el cinturón de asteroides y Júpiter) han sido desmantelados, o están siendo desmantelados, por semideidades inteligentes. [Nota: el clero monoteísta y los europeos que recuerden haber vivido antes de 1600, consulten el compendio memético: en el principio]. Una semideidad inteligente no es algo sobrenatural, es el producto de una sociedad muy avanzada que aprendió a crear almas de forma artificial [finales del siglo XX: software] y a traducir la mente humana en almas y viceversa. [Conceptos básicos: todos los seres humanos tienen alma. Las almas son objetos de software. El software no es inmortal.]
Algunas semideidades inteligentes parecen cultivar un interés por sus antecesores humanos. Se desconoce por qué motivo. (Este interés se manifiesta de distintas maneras, desde el estudio de la historia a través de la horticultura al esparcimiento mediante juegos de rol en vivo, la venganza y la falsificación de moneda). Aunque no se puede realizar un análisis definitivo, hasta la fecha todas las personas resimuladas comparten ciertas características: todas se basan en personajes históricos cuya existencia está bien documentada, sus memorias presentan sospechosas lagunas [consulte: humo y espejos], y desconocen o nacieron antes de la singularidad [consulte: Oráculo de Turing, catástrofe de Vinge].
Se piensa que las semideidades le han creado como un vehículo para el estudio introspectivo de su antecesor histórico mediante la secuenciación regresiva del corpus de sus trabajos documentados y el croma genónico derivado de sus descendientes consanguíneos, con el fin de generar una descripción de su vector de estado computacional. Esta técnica es sumamente intensiva [consulte: algoritmos expTime-completos, Oráculo de Turing, viaje en el tiempo, magia industrial], pero poco plausible sin recurrir a explicaciones sobrenaturales.
Después de experimentar su vida, las semideidades le han expelido. Por razones que se desconocen, decidieron hacerlo transmitiendo su estado digital y su compuesto genoma/proteoma a unos receptores propiedad de un consorcio de organizaciones benéficas con sede en Saturno que también se encarga de su funcionamiento. Estas organizaciones benéficas se han hecho cargo de sus necesidades básicas, incluyendo el cuerpo que ocupa en este momento.
En resumen: usted es una reconstrucción de alguien que vivió y murió hace mucho tiempo, no una reencarnación. No tiene el derecho inalienable a la identidad que usted cree que es suya y una amplia jurisprudencia establece que no es heredero de las posesiones de su antecesor. Por lo demás, es usted una persona libre.
Tenga en cuenta que la resimulación ficcional está estrictamente prohibida. Si tiene motivos para pensar que puede ser un personaje ficticio, debe ponerse en contacto con la ciudad inmediatamente. [Consulte: James Bond, Spider Jerusalem]. De no hacerlo, estaría incurriendo en un delito.
DÓNDE ES «AQUÍ»:
Usted se encuentra en Saturno. Saturno es un planeta gigante gaseoso de 120.500 kilómetros de diámetro, situado a 1.500 millones de kilómetros del Sol. [Nota: los europeos que recuerden haber vivido antes de 1580, consulten el compendio: la Tierra plana, no]. Saturno ha sido parcialmente terraformado por posthumanos emigrados de la Tierra y de la órbita de Júpiter: la tierra que pisa es en realidad la base de un globo de hidrógeno del tamaño de un continente, que flota en las capas altas de la atmósfera de Saturno. [Nota: los europeos que recuerden haber vivido antes de 1790, deben interiorizar el compendio suplementario: los hermanos Montgolfier]. El globo es muy seguro, pero el aire en el exterior es irrespirable y muy frío, por lo que se condena enérgicamente cualquier tipo de actividad minera, así como el uso de armas de fuego.
La sociedad en la que ha sido instanciado es inmensamente rica desde la perspectiva de la Economía 1.0, el sistema de transferencia de valores desarrollado por los seres humanos durante y después de su época. El dinero existe y se utiliza para comprar los artículos y los servicios habituales, pero lo esencial (comida, agua, aire, energía, ropa genérica, vivienda, entretenimiento histórico y camiones monstruo) es gratis. Un contrato social implícito establece que a cambio del acceso a estos servicios debe acatar ciertas normas.
Si decide no aceptar este contrato social, tenga en cuenta que otros mundos pueden ejecutar la Economía 2.0 o versiones posteriores. Estos sistemas de transferencia de valores son más eficaces (y por tanto más prósperos) que la Economía 1.0, pero la plena participación en la Economía 2.0 no es posible sin cirugía cognitiva deshumanizante. Por tanto, en términos absolutos, aunque esta sociedad es más rica que cualquier otra que haya conocido, comparada con sus vecinas es un páramo sumido en la pobreza.
COSAS QUE DEBERÍA EVITAR:
Muchas actividades tipificadas como crímenes en otras sociedades aquí son legales. Éstas incluyen, entre otras: prácticas religiosas, artísticas, sexuales, comerciales y actos de violencia y comunicaciones consensuados entre seres inteligentes competentes de cualquier especie, salvo en el caso de que tales prácticas transgredan la lista de prohibiciones que se indica a continuación. [Consulte el compendio adicional: definición de competencia].
Aquí están prohibidas algunas actividades que pudieron haber sido legales en su experiencia anterior. Entre ellas se encuentran la privación deliberada de la capacidad para dar consentimiento [consulte: esclavitud], la intromisión sin consentimiento [consulte: menores, régimen jurídico], la creación de empresas de responsabilidad limitada [consulte: singularidad], y la invasión de la privacidad [consulte: la babosa, timos piramidales cognitivos, hackeo cerebral, abuso de confianza de Thompson].
Algunas actividades desconocidas para usted son totalmente ilegales y debería evitarlas a toda costa. Éstas comprenden: la tenencia de armas nucleares, la tenencia de ensambladores moleculares autónomos sin limitaciones [consulte: plaga gris], el asimilacionismo coercitivo [consulte: borganismo, agresivo], la interrupción coercitiva de personalidades Turing equivalentes [consulte: basiliscos] y la ingeniería teológica aplicada [consulte: incordiar a Dios].
Algunas actividades que le pueden sonar de algo son básicamente idioteces y debería evitarlas por su propia seguridad, aunque no sean ilegales. Éstas comprenden: darle los detalles de su cuenta bancaria al hijo del ministro de Economía nigeriano; adquirir el título de propiedad de puentes, rascacielos, astronaves, planetas u otros bienes raíces; el homicidio; vender su identidad; y celebrar contratos financieros con entidades que ejecutan la Economía 2.0 o una versión posterior.
COSAS QUE LE CONVENDRÍA HACER CUANTO ANTES:
Muchos artefactos materiales que puede considerar esenciales para la vida son gratis, sólo tiene que pedírselo a la ciudad y ésta le generará ropa, una casa, comida y demás artículos de primera necesidad. No obstante, tenga en cuenta que la biblioteca de plantillas estructurales de dominio público es restrictiva por necesidad y no contiene artículos que estén muy de moda o que sigan estando protegidos por derechos de autor. La ciudad tampoco le facilitará ensambladores moleculares, armas, favores sexuales, esclavos o zombis.
Se le recomienda que se inscriba como ciudadano lo antes posible. Si se puede confirmar la defunción de la persona que usted está resimulando, podrá adoptar su nombre, pero (por ley) no adquirirá sus derechos de retención ni podrá reclamar sus propiedades, sus contratos o su descendencia. Para inscribirse como ciudadano sólo tiene que pedírselo a la ciudad; el proceso es indoloro y normalmente no dura más de cuatro horas. Si no se inscribe, su personalidad jurídica como organismo inteligente puede ser impugnada. La capacidad para solicitar los derechos de ciudadanía es una de las pruebas legales que demuestran inteligencia; en caso de no superar dicha prueba se abriría la posibilidad de que le condenen en una causa penal. Puede renunciar a su ciudadanía en cualquier momento que lo desee: esto puede ser recomendable si decide emigrar a otra jurisdicción.
Aunque muchas cosas son gratuitas, es muy probable que sus habilidades no le permitan encontrar un empleo y por tanto no tendrá forma de generar ingresos con los que comprar artículos no gratuitos. El ritmo del cambio del siglo pasado ha dejado anticuadas casi todas las habilidades que pudiera tener [consulte: singularidad]. Sin embargo, debido al vertiginoso ritmo del cambio, existen muchas cooperativas, fundaciones y gremios que ofrecen prácticas o préstamos para estudiantes.
Su capacidad para aprender depende de su capacidad para asimilar información en el formato en que se ofrece. Se suelen utilizar implantes para conseguir un enlace directo entre el cerebro y las máquinas inteligentes que lo rodean. Puede solicitar un juego de implantes básicos a la ciudad. [Consulte: seguridad de los implantes, cortafuegos, wetware].
Si acaba de ser reinstanciado lo más probable es que su salud sea buena y que lo siga siendo por un tiempo. La mayoría de las enfermedades se pueden curar y en caso de una dolencia o una lesión incurable, se le puede facilitar un cuerpo nuevo, previo pago de una cantidad. (En caso de homicidio, se le proporcionará un nuevo cuerpo a expensas de su asesino). Si padece alguna enfermedad o tiene algún tipo de discapacidad, consulte a la ciudad.
La ciudad es una democracia participativa wikiagórica con una constitución de responsabilidad limitada. Su órgano ejecutivo actual es una semideidad inteligente que elige asociarse con inteligencias equivalentes a la humana: este órgano se conoce de forma coloquial con el nombre de «Hello Kitty», «Lindo Gatito» o «Aineko» y puede manifestarse con diferentes avatares físicos si se desea una interacción de tipo corpóreo. (Antes de la llegada de «Hello Kitty» la ciudad usaba varios sistemas expertos diseñados por humanos que tenían un rendimiento poco satisfactorio).
El propósito de la ciudad es ofrecer un entorno mediador para inteligencias equivalentes a la humana y preservarlo frente a cualquier amenaza exterior. Se anima a los ciudadanos a que participen en los continuos procesos políticos que determinan las respuestas a tales amenazas. Como ciudadano también tiene la obligación de ser jurado cuando se le convoque (senadores incluidos) y de defender la ciudad.
DÓNDE CONSEGUIR MÁS INFORMACIÓN:
Hasta que no se haya inscrito como ciudadano y haya obtenido los implantes básicos, si tiene más preguntas debe dirigirse a la ciudad. Una vez que haya aprendido a usar sus implantes no tendrá necesidad de hacer esta pregunta.
Bienvenido a la novena década. Ha pasado un gigasegundo desde la singularidad (o puede que más; nadie está seguro de cuándo, o de si se ha llegado a crear una singularidad). La población humana del sistema solar se eleva a seis mil millones de habitantes, o sesenta mil millones, dependiendo de si cuentan los vectores de estado bifurcados de los posthumanos y las simulaciones de los fenotipos muertos que se ejecutan en las cajas de Schrödinger de la Vil Descendencia como si fueran personas. La mayoría de la gente físicamente encarnada sigue viviendo en la Tierra, pero los nenúfares que flotan en la base de los gigantescos globos de hidrógeno caliente en las capas altas de la atmósfera de Saturno ya tienen unos cuantos millones de habitantes, y los planetas rocosos interiores tienen los días contados. El resto de inteligencias equivalentes a la humana con dos dedos de frente intenta emigrar antes de que la Vil Descendencia decida reciclar la Tierra para llenar el hueco en las capas concéntricas de nanocomputadoras en las que se ejecuta. El cerebro matrioska medio construido ya oscurece los cielos de la Tierra y ha provocado un gran descenso en la biomasa fotosintética del planeta, ya que priva a las plantas de luz de longitud de onda corta.
Desde la séptima década la densidad computacional del sistema solar se ha disparado. Dentro del cinturón de asteroides, más de la mitad de la masa planetaria disponible se ha convertido en nanoprocesadores unidos mediante entrelazamiento cuántico que forman una red tan densa que cada gramo de materia puede simular todas las vidas posibles de una persona en cuestión de minutos. La misma Economía 2.0 se ha quedado anticuada. La llegada de la babosa la obligó a mutar, haciendo que se embarcara en una vertiginosa carrera armamentística por la supervivencia. De ella sólo ha quedado el nombre, una etiqueta que las inteligencias equivalentes a la humana usan para describir de forma vaga interacciones que no comprenden.
La última generación de entidades posthumanas es abiertamente menos hostil hacia los humanos que las generaciones de los cincuenta y los setenta, pero es mucho más incomprensible. Una de las actividades más enigmáticas que desarrolla la Vil Descendencia es la exploración del espacio de fases de todas las experiencias humanas posibles habidas y por haber. Tal vez pillaron una cepa de herejía tiplerita por el camino, porque ahora hay un flujo constante de copias resimuladas recorriendo los relés del sistema en la órbita de Titán. Al éxtasis de los friquis le ha seguido la resurrección de los extremadamente perplejos, sólo que en realidad no ha resucitado nadie. Se trata de simulaciones basadas en las historias grabadas de sus originales, fragmentos parcheados de sus memorias, tan atolondradas como patitos que siguieran a su madre hasta la trituradora del futuro.
Sirhan al-Khurasani las desprecia con la misma arrogancia imprecisa que un anticuario siente hacia una falsificación lograda pero en el fondo evidente. Pero Sirhan es joven y tiene tanta arrogancia que no sabe qué hacer con ella. Es una válvula de escape que le viene muy bien a su frustración. Tiene motivos más que suficientes para estar frustrado, empezando por esa familia suya que tan pronto es disfuncional como deja de serlo, esas viejas estrellas en torno a las que su planeta órbita con trayectorias caóticas de entusiasmo y desagrado.
Sirhan se tiene por un filósofo e historiador de la época singular, un cronista de lo incomprensible, lo que no estaría mal si no fuera porque sus mayores intuiciones son obra de Aineko. Tan pronto pone a su madre en un pedestal como está despotricando de ella; en este momento su madre es la luz que guía la comunidad de refugiados. Sirhan honra a su padre (cuando no está intentando pasar de él), quien se ha convertido en un patriarca filosófico en auge dentro de la facción conservacionista. En secreto siente una gran admiración (amén de cierto resentimiento) por su abuelo Manfred. De hecho, su repentina reencarnación le ha desconcertado bastante. Y a veces escucha lo que dice su abuela política Annette, quien después de pasarse unos años como un gran simio se ha reencarnado más o menos en su cuerpo original de la década de 2020; Annette parece que ve a Sirhan como una especie de proyecto personal.
Sólo que en este momento Annette no está siendo de mucha ayuda. Su madre está en plena campaña como parte de una plataforma electoral que pide el voto para la destrucción del mundo, Annette la está ayudando a llevar la campaña, su abuelo está intentando convencerle para que ponga todo lo que valora profundamente en manos de una langosta descarriada y la gata, como de costumbre, se muestra felina y evasiva.
Para que luego digan de familias con problemas…
Han transplantado la Bruselas imperial a Saturno, enterita. Han cartografiado hasta el último nanómetro decenas de megatoneladas de edificios y los han enviado en un haz hacia la oscuridad del espacio exterior para que sean reinstanciadas en las colonias nenúfar que salpican la estratosfera del gigante gaseoso. (Con el tiempo toda la superficie de la Tierra correrá el mismo destino, tras lo cual la Vil Descendencia descorazonará el planeta como una manzana, lo desmantelará y lo convertirá en una nube de flamantes nanocomputadoras cuánticas que se añadirán a su creciente cerebro matrioska). Debido a un problema de contención de recursos en el algoritmo de planificación del comité del festival (o quizá sea sólo una broma rebuscada), ahora Bruselas empieza justo al otro lado de una de las paredes de burbuja de diamante del Museo de la Ciencia de Boston, a menos de un kilómetro en línea recta. Por eso, cuando llega el momento de celebrar un cumpleaños o una onomástica (por poco sentido que esos conceptos tengan en la superficie sintética de Saturno), Amber suele hacer que la gente se acerque hasta las luces brillantes de la gran ciudad.
En esta ocasión está dando una fiesta bastante especial. A sugerencia de la astuta Annette, ha tomado prestado el Atomium y ha convocado a una horda de invitados para un gran acontecimiento. Más que una juerga familiar (aunque Annette le ha prometido una sorpresa), es una reunión de negocios para tantear el terreno como preámbulo a la presentación oficial de su candidatura. Es un golpe de efecto mediático, una forma de preparar la vuelta de Amber a la política generalista del sistema humano.
Lo cierto es que Sirhan no quiere estar aquí. Tiene cosas mucho más importantes que hacer, como seguir catalogando las memorias de Aineko del viaje de la Circo Ambulante. También está recopilando una serie de entrevistas con positivistas lógicos resimulados de Oxford, Inglaterra (con los que no se han puesto a farfullar al borde de la catatonía al enterarse de que sus vectores de estado pertenecen al conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos), cuando no está intentando establecer un argumento sólido y racional para su teoría de que la superinteligencia extraterrestre es un oxímoron y que la red de routers es sólo un accidente, una de las bromitas de la evolución.
Pero la tía Annette le insistió y le prometió que le encantaría la sorpresa si venía a la fiesta. Y a pesar de todo, no se perdería el próximo encuentro entre Manfred y Amber ni por todo el oro del mundo.
Sirhan camina hasta la reluciente cúpula de acero inoxidable que contiene la entrada al Atomium y espera el ascensor. Delante de él en la cola hay una pandilla de jovencitas, flacuchas y elegantes con sus vestidos de cóctel y sus diademas sacadas de las películas mudas de la década de 1920. (Annette decidió que el tema de la fiesta sería una época elegante, sabiendo muy bien que con ello obligaba a Amber a centrarse en su imagen pública). Sin embargo, la atención de Sirhan se centra en otra cosa. Las distintas partes de su mente se mantienen ocupadas: está entrevistando simultáneamente a tres filósofos («de lo que no se puede hablar, hay que callar» a punta pala), controlando a dos bots que están revisando las tuberías y el sistema de reciclaje del aire del museo, y enfrascado en un debate con Aineko sobre las observaciones del artefacto alienígena que órbita alrededor de la enana marrón Hyundai +4904/-56. Lo que queda de él se muestra tan sociable como un chucrut.
El ascensor llega, se llena hasta los topes y sube a toda pastilla los sesenta metros que lo separan de la plataforma de observación en lo alto del Atomium, con Sirhan arrinconado entre las risotadas de la alta sociedad y una aromática nube de humo proveniente de un improbable portapitillos de marfil. La plataforma es un globo de metal de diez metros de diámetro, conectado mediante escaleras de caracol y escaleras mecánicas a las siete esferas ubicadas en los vértices de un octaedro que forman la que fuera la pieza central de la Exposición Universal de 1958. A diferencia del resto de Bruselas, los bits y los átomos son los originales, estructuras anteriores a la era espacial enviadas a Saturno con un coste desorbitado. Al llegar a su destino el ascensor da una ligera sacudida.
—Perdone —le chilla una de las alegres chicas que está a punto de caerse hacia atrás empujando a Sirhan.
Él se limita a parpadear; apenas percibe una melena negra con mechas de cromatóforos a juego con los ojos.
—No se preocupe.
De fondo tiene a Aineko que sigue con su sarcástica perorata sobre la falta de interés que la tripulación de la Circo Ambulante mostró por su trabajo descompilando al autoestopista de la nave, la babosa. Es molesto que te cagas, pero Sirhan siente la desesperante necesidad de comprender lo que pasó en el espacio profundo. Es la clave para entender las obsesiones y los puntos flacos de su no madre, lo que intuye que será de vital importancia en los días venideros.
Se deshace de la pandilla de chicas alegres y emperifolladas y se dirige a una de las dos plataformas de acero inoxidable que bisecan la esfera, concretamente a la inferior. Acepta el cóctel de frutas que le ofrece un robot camarero discretamente humanoide y se dirige hacia una fila de ventanas triangulares que dan al recinto ferial mirando hacia el pabellón americano y la Aldea Global. Unas vigas pintadas de turquesa apuntalan las paredes de metal y el tiempo ha empañado las transparencias de plexiglás. Apenas puede ver el modelo a escala uno diez del transatlántico atómico saliendo del muelle, ni el hidroavión gigante de ocho motores que tiene al lado.
—Cuando estábamos a bordo de la nave no me preguntaron ni una sola vez si la babosa había intentado mapearse en un espacio compatible con los seres humanos —se queja Aineko—. No esperaba que lo hicieran, ¡pero joder! Tu madre es demasiado confiada, chaval.
—¿Supongo que tomaste precauciones? —le murmura a la gata el fantasma de Sirhan. Esto hace que el irascible metafelino se ponga a mover la cola y se embarque en otra de sus interminables peroratas sobre la inestabilidad de los instrumentos financieros que se amoldan a la Economía 2.0. Al parecer la Economía 2.0 sustituye la capa de indireccionalidad única del dinero convencional y las correlaciones de varias indirecciones de los mercados de valores por una especie de marco relacional de objetos de un barroquismo delirante basado en los deseos parametrizados y en los valores experienciales subjetivos de los participantes, y en lo que concierne a la gata, esto hace que todas estas transacciones sean intrínsecamente poco fiables.
«Que es por lo que sigues aquí con nosotros los simios», reflexiona cínicamente el Sirhan principal al tiempo que genera un fantasma Eliza para que siga asintiéndole a la gata mientras él experimenta la fiesta.
En la esfera del Atomium hace un calor insoportable (y no es de extrañar, pues debe de haber treinta personas pululando por aquí arriba, sin contar a los robots camarero) y hay varios canales locales multisesión programando distintos estilos de música que se sincronizan con los cambios de ánimo de los juerguistas: hardcore techno, vals, raga…
—Nos estamos divirtiendo, ¿eh? —Sirhan corta la integración de uno de sus tímidos filósofos y se da cuenta de que su copa está vacía y de que su madre le dedica una inquietante sonrisa por encima del borde de una copa de cóctel que contiene algo que brilla en la oscuridad. Lleva unas botas con tacones de aguja y una malla de seda negra de cuerpo entero que se pega a sus curvas como una segunda piel, y ya se está emborrachando. En años de tiempo humano ella es más joven que Sirhan; es como si una hermana pequeña con la que uno puede conchabarse de manera harto extraña se hubiera colado misteriosamente en su vida para sustituir a la eigenmadre que se quedó en casa y murió hace décadas junto con el Imperio Anillo—. ¡Mírate, escondido en un rincón en la fiesta de tu abuelo! Eh, tu copa está vacía. ¿Quieres probar esta caipiriña? Por ahí hay alguien que tienes que conocer…
Es en momentos como éste cuando Sirhan se pregunta qué diantres pudo ver su padre en esta mujer. (Pero claro, en la línea de universo de la que ha vuelto esta instancia de ella, él no le vio nada. Lo que eso significa está por ver).
—Siempre que no tenga zumo de uva fermentado —dice con resignación, y se deja llevar atravesando una nube de conversaciones y pasando por delante de un gorila que parece acongojado mientras sorbe con una pajita de un vaso de tubo—. ¿Más aliados tuyos aceleracionistas?
—Puede que no. —Se trata de la pandilla de chicas que evitó en el ascensor, todas con los ojos brillantes, disfrutando a tope de esta fiesta con trapitos de principios del siglo XX, moviendo alegremente sus portapitillos y sus copas de cóctel—. Rita, te presento a Sirhan, el hijo de mi otra bifurcación. Sirhan, ésta es Rita. Ella también es historiadora. ¿Por qué no…?
Ojos oscuros, realzados no con polvos o maquillaje, sino con cromatóforos en el interior de las células de su epidermis: el pelo negro, una cadena de perlas gigantes, un fino vestido negro arrastrando por el suelo, una mirada de ligero bochorno en un rostro con forma de corazón. Podría ser un clon de Audrey Hepburn.
—¿No nos hemos visto hace un momento en el ascensor? —El bochorno se traslada a sus mejillas, haciéndose visible.
Sirhan se pone colorado, no sabe muy bien qué contestar. En ese preciso momento una intrusa entra en escena, colándose entre los dos.
—¿Es usted el comisario que reorganizó la galería del precámbrico de acuerdo con las líneas teleológicas? ¡Tengo algunas cosas que decir al respecto!
La intrusa es alta, enérgica y rubia. Sirhan la odia desde el mismo instante en que la ve haciendo un gesto admonitorio con el dedo.
Para su sorpresa, Rita la historiadora se vuelve enfadada contra la intrusa.
—Oh, Marissa, cállate, esto es una fiesta, llevas dando el coñazo toda la tarde.
—No importa —consigue decir. En su cabeza, en segundo plano, algo hace que el yo-títere rogeriano que está escuchando a la gata se incorpore y de golpe agregue a su mente una serie de memorias recientes (algo importante, algo sobre que la Vil Descendencia va a enviar una astronave para que traiga algo del router), pero la gente a su alrededor requiere tanta atención que tiene que archivarlo para más tarde.
—Sí que importa —declara Rita. Apunta con el dedo a la intrusa, que está diciendo algo sobre la falta de validez de las interpretaciones ideológicas, intentando justificarse, y dice—: Plonk. Uf. ¿Por dónde íbamos?
Sirhan no acaba de entender lo que pasa. De repente todos menos él parecen ignorar a la pesada de Marissa.
—¿Qué ha pasado? —pregunta cauteloso.
—La he filtrado. ¿No me digas que todavía no usas Superplonk? —Rita le lanza una idea de la caché de ubicación y él la coge con cuidado, generando un par de Oráculos de Turing especializados para comprobar que no tiene estados de detención. Parece ser algún tipo de solución para el lóbulo óptico que permite acceder a una base de datos colaborativa de eigencaras, con una especie de interfaz lateral que conecta con la región de Broca—. Comparte y disfruta, fiestas sin malos rollos.
—Nunca había visto… —La voz de Sirhan se va apagando mientras carga el módulo distraídamente. (En algún rincón de su cabeza la gata sigue divagando sobre módulos dios y entrelazamiento metastásico y lo difícil que es disponer de personalidades generadas a medida, mientras su yo fraccional asiente con prudencia cada vez que hace una pausa). Algo parecido a un párpado interior se cierra. Mira a su alrededor; en un lado de la habitación hay una vaga mancha que emite un zumbido molesto. Su madre parece estar manteniendo una animada conversación con ella—. Es muy interesante.
—Sí, viene de perlas en este tipo de eventos. —Rita le sorprende cogiéndole de la mano izquierda (su portapitillos se marchita y se condensa hasta que no es más que un ligero relieve alrededor de la muñeca de su guante de ópera) y lo conduce hacia un robot camarero—. Siento lo del pie, hace un momento, estaba un poco agobiada. ¿Es verdad que Amber Macx es tu madre?
—No exactamente, es mi eigenmadre —dice él entre dientes—. La copia reencarnada de la versión que fue hasta Hyundai +4904/-56 a bordo de la Circo Ambulante. En vez de con mi padre se casó con un experto en estafas franco-argelino, pero creo que se divorciaron hace un par de años. Mi verdadera madre se casó con un imán, pero los dos murieron en el periodo que siguió a la Economía 2.0. —Parece que lo quiere llevar hacia la ventana en saliente de la que antes le apartó Amber—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque no se te da muy bien lo de charlar —dice Rita con tranquilidad— y no pareces estar muy a gusto entre multitudes. ¿Estoy en lo cierto? ¿Fuiste tú quién hizo esa increíble disección del mapa cognitivo de Wittgenstein? ¿La que incluía la serie preverbal de Godel?
—Fue… —Carraspea un poco—, ¿Crees que fue increíble?
De pronto, siguiendo un impulso, destaca un fantasma para que identifique a esta tal Rita y descubra quién es, qué quiere. Normalmente no merece la pena conocer a nadie más allá de una charla anodina, pero ella parece que ha estado investigando su pasado, y quiere saber por qué. Junto con el yo que está charlando con Aineko, son tres las instancias que consumen recursos casi en tiempo real. Si sigue bifurcando fantasmas a este ritmo, no va a tardar en tener una duda existencial.
—Eso me pareció —dice ella. Enfrente de la pared hay un banco y sin saber muy bien cómo acaba sentado en él junto a ella. «No hay peligro, no estamos en privado ni nada», se dice para sí fríamente. Ella le sonríe, la cabeza ligeramente ladeada y los labios abiertos, y por un instante le inunda la embriagadora sensación de que puede pasar cualquier cosa. «¿Y si ella estuviera a punto de perder las formas? ¡Qué indecoroso!» Sirhan cree en el dominio de uno mismo y en la dignidad—. Me interesaba mucho ésta… —le dice pasándole otra mancha de carga dinámica, que incluye una crítica detallada de su análisis de la matriofobia de Wittgenstein en el contexto de los constructos de género del lenguaje y la sociedad vienesa del siglo XIX, junto con una hipótesis que le indigna tanto que prácticamente lo deja sin respiración: que él precisamente pudiera compartir el punto de vista sesgado de Wittgenstein—. ¿Qué te parece? —pregunta ella sonriéndole con picardía.
—Nnngk. —Sirhan intenta no atragantarse con su propia la lengua. Rita cruza las piernas haciendo un ruido sibilante con el vestido—. Yo, ah, quiero decir… —En ese preciso momento sus parciales se reintegran, descargando un montón de imágenes claramente pornográficas en sus memorias. «¡Es una trampa!», le gritan, sus pechos y sus caderas y su pubis (no puede evitar darse cuenta, afeitado) apretándose contra él con calenturiento desenfreno, «¡Madre intenta que te vuelvas disoluto como ella!» y recuerda lo que sería despertarse en la cama al lado de esta mujer que apenas conoce después de haber estado casado con ella durante un año, porque uno de sus fantasmas cognitivos acaba de pasar varios segundos de tiempo de red (o varios meses subjetivos) revolcándose y sudando con un fantasma de ella, y la verdad es que tiene ideas interesantes sobre la investigación, aunque en el fondo no sea más que una mujer prepotente y ultraoccidentalizada que piensa que puede manejarle la vida—. ¿Qué es todo esto? —farfulla, las orejas rojas como tomates y las ropas de pronto demasiado ceñidas.
—Sólo especulaba con las posibilidades. Juntos podríamos llegar lejos. —Sibilinamente le coloca un brazo en los hombros y se lo acerca con suavidad—. ¿No quieres saber si lo nuestro funcionaría?
—Pero, pero… —Sirhan está que arde. «¿Le está ofreciendo un polvo rápido?» Se pregunta, profundamente avergonzado por su falta de pericia para leer las señales de ella—. ¿Qué quieres? —le pregunta.
—Estoy segura de que sabes que Superplonk no sólo sirve para filtrar a idiotas pesados —le susurra en la oreja—. Si quieres, podemos hacernos invisibles ahora mismo. Es genial para reuniones confidenciales, y también para otras cosas. Juntos podemos funcionar a las mil maravillas, nuestros fantasmas se compenetraron muy bien…
Con la cara ardiendo Sirhan se incorpora de un salto y se aparta.
—¡No, gracias! —dice bruscamente, enfadado consigo mismo—. ¡Adiós!
Sus otras instancias, interrumpidas por una señal saturada de emociones, se distraen de sus tareas y refunfuñan indignadas. La expresión dolida de Rita es demasiado para él: el filtro se activa y la desdibuja hasta que no queda más que un borrón negro e indistinto en la pared, velado por su propio cerebro mientras da media vuelta y se aleja caminando. Está furioso con su madre. ¿Cómo puede ser tan injusta? ¿Cómo se atreve a exponerlo al abismo de la pasión de la carne?
Entre tanto, en una de las esferas inferiores recubierta con almohadillas aislantes de color azul plateado pegadas con cinta aislante, la plana mayor de la facción aceleracionista debate sobre su intento de hacerse con el poder mundial a una fracción de la velocidad de la luz.
—No podemos superarlo todo. Por ejemplo, un colapso del falso vacío —insiste Manfred, algo descoordinado y arrastrando las vocales bajo la influencia de la primera copa de ponche de frutas que ha experimentado en casi veinte años de tiempo real. Su cuerpo es joven y de momento no presenta ninguna característica especial, el pelo no le ha crecido del todo y por fin ha dejado atrás su antigua manía de no llevar implantes y ha adoptado una matriz de interfaces que le permiten internalizar todos los procesos del exocórtex que antes ejecutaba fuera de su cuerpo en una matriz de máquinas de Turing no inteligentes. Se guía exclusivamente por su propio sentido de la moda y es la única persona en la sala que no lleva alguna variante del esmoquin o del clásico vestido de noche—. Todo eso del intercambio entrelazado mediante routers está muy bien, pero no nos permitirá escaparnos del universo mismo. Todo cambio de fase acabará recuperándose, la red no puede ser infinita. ¿Y dónde nos dejará eso, Sameena?
—Eso no lo pongo en duda. —La mujer a quien se dirige, que lleva puesto un sari verde y oro y el equivalente al rescate de un marajá del medievo en oro y diamantes naturales, asiente muy seria—. Pero no ha pasado todavía y tenemos pruebas de que las inteligencias sobrehumanas llevan gigaaños vagando por este universo, así que es bastante sensato pensar que las hipótesis más catastrofistas son poco probables. Y si nos fijamos más cerca de casa, no sabemos para qué sirven los routers, ni quién los construyó. Hasta entonces… —Se encoge de hombros—. Mira lo que pasó la última vez que alguien intentó explorarlos. Sin ánimo de ofender.
—Ya ha pasado. Si lo que me cuentan es cierto, la Vil Descendencia no tiene tantos reparos en usar los routers como a unos metahumanos anticuados como nosotros nos gustaría creer. —Manfred frunce el entrecejo intentando recordar alguna anécdota borrosa. Está experimentando con un nuevo algoritmo de compresión de memoria requerido por sus ratoniles hábitos mnemónicos de cuando era joven, y a veces tiene la sensación de que casi tiene el universo entero en la punta de la lengua—. Entonces, parece que no podemos estar más de acuerdo en que necesitamos saber más sobre lo que está pasando, y que tenemos que averiguar qué es lo que están haciendo ahí fuera. Tenemos anisotropías de fondo cósmico provocadas por el calor residual de procesos computacionales que se extienden millones de años luz. Para lograr algo así hace falta una civilización interestelar grande, y no parece que ellos hayan caído en la misma trampa que las civilizaciones de cerebros matrioska locales. Y nos han llegado rumores bastante preocupantes que dicen que la VD está manipulando la estructura del espaciotiempo para dar con una solución al enlace de Bekenstein. Si la VD está intentando algo así, entonces la gente que está cerca del supergrupo ya conoce las respuestas. La mejor manera de enterarse de lo que está pasando es ir y hablar con los responsables. ¿Estamos de acuerdo por lo menos en eso?
—Puede que no. —Tiene los ojos brillantes, parece que se está divirtiendo—. Todo depende de si uno cree en estas civilizaciones para empezar. Sé que tu gente hace referencia a unas imágenes obtenidas con una cámara de campo profundo que proceden de una bola de cristal medio rota hubble-nosecuantos de las postrimerías del siglo XX, pero no tenemos pruebas, lo único que tenemos son teorías sobre el efecto Casimir y la producción de pares y vasos de precipitados que giran llenos de helio-3. ¡Y aún tenemos menos pruebas de que un montón de civilizaciones alienígenas galácticas estén intentando colapsar el falso vacío y destruir el universo! —Bajando un poco el tono de voz añade—: Por lo menos, no las suficientes para convencer a la mayoría de la gente, Manny querido. Sé que esto puede sorprenderte, pero no todo el mundo es un posthumano neofílico que se cambia de cuerpo como de chaqueta, cuya idea de un periodo sabático es pasarse veinte años siendo una bandada de palomas conectadas en red para probar y demostrar la tesis del Oráculo de Turing…
—No a todo el mundo le preocupa el futuro profundo —la interrumpe Manfred—. ¡Es importante! Si vivimos o morimos, eso no es lo que importa; eso es tener las miras muy cortas. La gran pregunta es si la información que se origina en nuestro cono de luz se conserva, o si estamos atrapados en un medio inestable en el que nuestra propia existencia no vale para nada. Es francamente vergonzoso pertenecer a una especie con una falta de curiosidad tan profunda sobre su propio futuro, ¡en especial cuando nos afecta a todos personalmente! Quiero decir que, si va a llegar el momento en que nada ni nadie se va a acordar de nosotros, entonces qué sentido…
—¿Manfred?
Él se interrumpe en medio de la frase, se queda atontado, mirando boquiabierto.
Es Amber, embutida en una malla negra de cuerpo entero con una copa de cóctel en la mano. En su expresión puede verse que está francamente confundida, que es terriblemente vulnerable. Un líquido azul se vuelca y está a punto de salirse de su copa, el borde apenas tiene tiempo de expandirse para coger las gotas. A su espalda está Annette, con una amplia sonrisa de autosuficiencia en la cara.
—Tú. —Amber se para, la mejilla le tiembla mientras partes de su mente entran y salen de su cráneo, sondeando fuentes de información externas—. Realmente eres tú…
Una nube se materializa rápidamente por debajo de su mano en el momento en que sus dedos se relajan dejando caer la copa.
—Ja. —Manfred se la queda mirando fijamente, sin saber qué decir—. Yo, esto… —Después de un momento baja la mirada—. Lo siento. ¿Quieres que te traiga otra copa…?
—¿Por qué no me avisó nadie? —se queja Amber.
—Pensamos que te vendrían bien sus consejos —dice Annette rompiendo el extraño silencio—. Y una reunión familiar. Se suponía que iba a ser una sorpresa.
—Una sorpresa. —Amber parece perpleja—. Es una manera de decirlo.
—Eres más alta de lo que esperaba —dice Manfred de improviso—. La gente se ve distinta cuando no se usan ojos humanos.
—¿Sí? —Ella lo mira y él gira ligeramente la cabeza para verla mejor. Es un momento histórico y Annette lo está grabando todo en un diamante de memoria, desde todos los ángulos. El secretillo de la familia es que Amber y su padre nunca se han visto en persona, cara a cara en la proximidad física de la carne-máquina. Al fin y al cabo ella nació años después de que Manfred y Pamela se separaran, decantada prefertilizada desde un tanque de nitrógeno líquido. Ésta es la primera vez que se ven las caras de verdad sin intermediación electrónica. Y aunque formalmente se han dicho todo lo que tenían que decirse, la política de la familia antropoide sigue siendo en esencia cuestión de lenguaje corporal y feronomas—. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí? —pregunta ella, intentando ocultar su confusión.
—Unas seis horas. —Manfred consigue soltar una risita compungida, intentando abarcarla de un vistazo—. Vamos a buscarte otra copa y estudiémoslo juntos, ¿te parece?
—Vale. —Amber respira hondo y le lanza una mirada a Annette—. Esto fue idea tuya, así que te toca limpiarlo.
Annette se limita a sonreír, satisfecha con su fechoría.
La fría luz del amanecer encuentra a un Sirhan furioso, sobrio y listo para enzarzarse con la primera persona que entre en su oficina. La habitación tiene unos diez metros de ancho, con un suelo de mármol pulido y tragaluces abiertos en la intrincada escayola del techo. El bosquejo de su actual proyecto se expande en medio del suelo como el fantasma de una coliflor abstracta, ramas de fractales que se van reduciendo hasta formar nodos plegados sobre sí mismos, etiquetados con identificadores comprimidos. Las ramas se extienden y se contraen a medida que Sirhan da vueltas a su alrededor, ampliándose hasta hacerse legibles en respuesta a la dinámica de sus ojos. Pero no le está haciendo mucho caso. Está demasiado trastornado, inseguro, intentando buscar un culpable. Por eso, cuando la puerta se abre de golpe, se enfada y se pone a dar vueltas sobre sí mismo abriendo la boca; luego se para.
—¿Qué quieres? —pregunta.
—Me gustaría hablar un momento contigo. —Annette echa un vistazo a la habitación distraídamente—. ¿Eso es tu proyecto?
—Sí —le dice cortante y con un gesto de la mano hace desaparecer el bosquejo—. ¿Qué quieres?
—No estoy segura. —Annette hace una pausa. Por un segundo parece agotada, mucho más cansada de lo que se puede expresar con meras palabras, y Sirhan se pregunta si tal vez no estará culpando a demasiada gente. Esta mujer francesa de noventa y tantos años que no le toca nada, que hace años fue el amor de la vida del cabeza de chorlito de su abuelo, parece la última persona que intentaría manipularlo, al menos de una manera tan íntima y desagradable. Pero nunca se sabe. Las familias son algo extraño y aunque las instanciaciones actuales de su padre y de su madre no son las que hicieron ejecutar su cerebro preadolescente en un par de docenas de líneas vitales alternativas antes de que cumpliera los diez, no puede estar seguro. Como tampoco puede estarlo de que no hayan reclutado a la tía Annette para que les ayude a joderle la cabeza—. Tenemos que hablar sobre tu madre —prosigue ella.
—¿De verdad? —Sirhan se da la vuelta y ve el vacío de la habitación tal y como es, una cavidad, como un diente arrancado que se define tanto por lo que falta como por lo que está presente. Chasquea los dedos y un intrincado banco de niebla útil azulada y traslúcida se solidifica a su espalda. Él se sienta: Annette que haga lo que le plazca.
—Oui. —Se mete las manos en los bolsillos de la bata que lleva puesta (un cambio radical en su estilo habitual) y se apoya en la pared. Físicamente parece lo bastante joven como para haberse pasado toda la vida merodeando por la galaxia a tres novenas partes de la velocidad de la luz, pero su postura denota un cierto hastío y un cierto número de experiencias acumuladas. La historia es un país extranjero y los ancianos son emigrantes forzosos, agotados por el trasiego de tanto viaje—. Tu madre ha decidido ocuparse de una tarea muy importante, pero es algo que tiene que hacerse. Tú estabas de acuerdo en que tenía que hacerse, hace años, con el repositorio de archivos. Ahora está intentando ponerlo en marcha, de eso va la campaña, de darle al electorado la oportunidad de elegir la mejor forma de trasladar una civilización entera. Así que te pregunto, ¿por qué interfieres?
Sirhan mueve la mandíbula, tiene ganas de escupir.
—¿Por qué? —dice bruscamente.
—Sí. ¿Por qué? —Annette cede y hace aparecer una silla del banco de niebla que se arremolina en el techo. Se acuclilla en ella mirándolo fijamente—. Es una pregunta.
—No tengo nada en contra de sus maquinaciones políticas —dice Sirhan tenso—. Pero nadie le ha pedido que interfiera en mi vida personal…
—¿Quién ha interferido?
—¿Es una pregunta? —dice sin quitarle ojo de encima. Se queda callado un momento. Luego añade—: Anoche me echó encima a esa libertina…
Annette se lo queda mirando.
—¿A quién? ¿De qué estás hablando?
—De esa, ¡de esa mujer disoluta! —Sirhan sólo es capaz de farfullar—. ¡Una pura farsa! Si es una de las ideas de casamentero de padre, es tan deplorable que…
Annette niega con la cabeza.
—¿Estás loco? Tu madre sólo quería que conocieras al equipo de la campaña, que te unieras a nosotros para planear la estrategia. ¡Tu padre no está en este planeta! Pero te fuiste corriendo, Rita está muy disgustada, ¿lo sabías? ¡Rita es la mejor del equipo construyendo historias y manteniendo la confianza! Y aun así tú a lágrimas la redujiste. ¿Qué te pasa?
—Yo… —Sirhan traga saliva—. ¿Ella es qué? —vuelve a preguntar con la boca seca—. Pensé… —Se le va apagando la voz. No quiere decir lo que ha pensado. ¿Esa mujerzuela descarada forma parte del partido de su madre? ¿No era parte de una trama para corromperlo? ¿Y si no fue más que un terrible malentendido?
—Creo que tienes que pedirle disculpas a alguien —dice fríamente Annette, levantándose. La cabeza de Sirhan da vueltas entre una docena de diálogos de actores y fantasmas, una grabación de la fiesta se repite ante su asqueada mirada interior. Hasta las paredes se han puesto a temblar en respuesta a la intensidad de su desazón. Annette le clava una mirada de desprecio—. Cuando puedas a una mujer tratar como una persona, no una amenaza, podremos de nuevo hablar. Hasta entonces.
Se levanta y sale de la habitación, dejándolo que contemple el muñón hecho trizas de su rabia, tan sorprendido que apenas puede concentrarse en su proyecto, pensando, «¿De verdad soy así? ¿Así es cómo ella me ve?», mientras el cladógrafo va girando lentamente delante de él, las ramas denudadas extendidas a la espera de ser llenadas con los nodos de la red alienígena interestelar tan pronto como convenza a Aineko para que le ponga precio al viaje en profundidad por las sombras.
Manfred solía ser una bandada de palomas, literalmente. Su exocórtex se repartía entre una muchedumbre de cerebros de pájaro, picoteando hechos de relucientes colores, cagando conclusiones semidigeridas. Volver a ser humano le produce una sensación de extrañeza que no puede explicar, aun sin las distracciones añadidas de su apetito sexual, que se ha desactivado hasta que vuelva a acostumbrarse a ser unitario. No sólo le dan pinchazos en el cuello cada vez que intenta mirar por encima del hombro izquierdo con el ojo derecho, sino que ha olvidado cómo se generan agentes exocorticales para que vayan a consultar una base de datos o un robot arbusto o lo que sea, y le informen al respecto. En cambio sigue tratando de volar en todas las direcciones a la vez, lo que suele acabar con él en el suelo.
Pero en este momento eso no es un problema. Está cómodamente sentado en una mesa de madera en el patio de un bar detrás de un salón traído de algún sitio como Frankfurt, con una jarra de litro que contiene un líquido de color paja al alcance de la mano y el agradable cosquilleo que le produce el susurro constante de los ríos de datos recorriéndole la nuca. Su atención se centra mayormente en Annette, quien en este momento le está frunciendo el ceño con una mezcla de preocupación y afecto. Puede que hayan vivido vidas separadas durante casi un tercio de siglo, desde que ella rehusara digitalizarse con él, pero él sigue mostrando una profunda afinidad con ella.
—Vas a tener que hacer algo con ese chico —le dice comprensiva—. Está a punto de hacer que Amber se enfade. Y sin Amber, tendremos un problema.
—También voy a tener que hacer algo con Amber —contesta Manfred—. ¿Cuál era la idea al no avisarle de que venía?
—Se suponía que era una sorpresa —dice Annette, prácticamente haciendo un mohín. Manfred no le ha visto un gesto parecido en todo este tiempo. Le trae agradables recuerdos; alarga el brazo por encima de la mesa para cogerle la mano.
—Sabes que no me manejo bien con las sutilezas humanas siendo una bandada. —Le dice acariciándole la muñeca. Después de un momento ella la retira, pero lentamente—. Esperaba que tú te encargaras de eso.
—De eso —dice Annette negando con la cabeza—. Es tu hija, ¿sabes? ¿No sentías ninguna curiosidad?
—¿Cómo pájaro? —Manfred ladea la cabeza tan bruscamente que se hace daño en el cuello y hace una mueca—. No. Ahora sí la siento, pero creo que se ha mosqueado conmigo…
—Lo que nos trae de vuelta al primer punto.
—Le mandaría una disculpa, pero pensará que estoy intentando manipularla —Manfred le pega un buen trago a su cerveza— y estaría en lo cierto. —Suena ligeramente deprimido—. En esta década todas mis relaciones son absurdas. Y me siento solo.
—¿Y? No le des más vueltas. —Annette aparta la mano—. Ya verás cómo al final se arregla. Ahora mismo tenemos trabajo, el problema electoral se está complicando. —Con una punzada de nostalgia se percata de que cuando está con él los restos de lo que fue su fuerte acento francés desaparecen casi por completo en un deje transatlántico. Se ha pasado demasiado tiempo no siendo humano. La gente que realmente le importaba ha cambiado en su ausencia.
—Le daré todas las vueltas que quiera —dice él—. Ni siquiera tuve ocasión de despedirme de Pam, ¿la tuve? No después de lo que pasó en París con los gánsteres… —Se encoge de hombros—. Me estoy volviendo un viejo nostálgico —dice resoplando.
—No eres el único —dice Annette con mucho tacto—. Aquí las reuniones sociales son un campo de minas, uno tiene que moverse con sumo cuidado entre tantísimos problemas, la gente tiene historia para dar y tomar. Y nadie sabe todo lo que está pasando.
—Ése es el problema de este maldito sistema de gobierno. —Manfred le pega otro trago a su hefeweisen—. Ya tenemos seis millones de habitantes en este planeta, y crece tan rápido como la internet de primera generación. Los que son alguien conocen a todo el mundo, pero hay tantos recién llegados que diluyen la mezcla y que no tienen ni idea de que ya existe una pequeña red a escala planetaria, que volvemos a estar donde empezamos cada dos megasegundos. Se forman nuevas redes y ni siquiera sabemos que existen hasta que no crean sus propias agendas políticas y nos salen de debajo de los pies. No hay mucho tiempo, tenemos que actuar rápido. Si no conseguimos ponemos en marcha ahora, nunca conseguiremos… —Sacude la cabeza—. Cuando estabas en Bruselas no era así, ¿verdad?
—No. Bruselas era un sistema maduro. Y después de que te marcharas tuve que hacerme cargo de Gianni, que empezaba a chochear. Creo que a partir de ahora la cosa sólo puede empeorar.
—Democracia 2.0 —Siente un ligero escalofrío al decirlo—. En estos tiempos no tengo ninguna fe en la votación de los proyectos. Dar por supuesto que todo el mundo tiene la misma importancia me parece una idea terriblemente anticuada. ¿Crees que podemos hacer que esto funcione?
—No veo por qué no. Siempre que Amber esté dispuesta a representar su papel de princesa del pueblo para nosotros… —Annette coge una rodaja de leberwurst y se pone a masticarla con aire meditabundo.
—No tengo claro que sea factible, lo hagamos como lo hagamos —dice Manfred muy serio—. Todo el rollo de la participación democrática me parece cuestionable dadas las circunstancias. Una amenaza se cierne sobre nosotros, por mucho que sea a largo plazo, y toda esta cultura corre el peligro de convertirse en un estado nación clásico. O peor aún, en varios, unos encima de los otros con una colocación geográfica completa, pero ninguna interpenetración social. No estoy seguro de que sea buena idea intentar gobernar algo así; si alguna de las partes se soltara, tendría consecuencias muy desagradables. Aunque por otro lado, si pudiéramos movilizar a un número suficiente de simpatizantes para convertirnos en la primera fuerza política visible en todo el planeta…
—Necesitamos que estés concentrado —añade Annette de improviso.
—¿Concentrado? ¿Yo? —Se ríe brevemente—. Solía tener una idea por segundo. Ahora es más bien una idea por año. Sólo soy un viejo cabeza de chorlito melancólico.
—Sí, pero ¿conoces el viejo refrán? El zorro tiene muchas ideas, el erizo sólo tiene una, pero es una muy buena.
—Y dime, ¿cuál es esa idea mía tan buena? —dice Manfred echándose hacia delante, con un codo apoyado en la mesa y un ojo enfocado en su fuero interno mientras un hilo candente de consciencia le espeta índices de rendimiento psefológico, analizando la partida que les espera—. ¿Dónde crees que voy?
—Creo que… —Annette se calla de repente y se queda mirando por encima del hombro de Manfred. Ya no están solos y por un instante el tiempo se congela y Manfred se gira con cierto pánico y ve a los treinta o cuarenta invitados en el atestado patio, bien apretaditos, levantando la voz por encima de la cháchara de fondo—. ¡Gianni! —dice levantándose con una amplia sonrisa—. ¡Qué sorpresa! ¿Cuándo has llegado?
Manfred no da crédito. Un tipo joven y esbelto que se mueve con la gracia de un adolescente, pero sin la típica torpeza de movimientos ni la deprimente falta de elegancia. Es mucho más viejo de lo que aparenta, la genética del narciso asaltacunas. «¿Gianni?» Siente cómo una enorme oleada de recuerdos le recorre el exocórtex. Se ve a sí mismo llamando a un timbre en la polvorienta y calurosa Roma: un albornoz blanco, la economía de la escasez, un autógrafo firmado por la mano muerta de Von Neumann…
—¿Gianni? —pregunta incrédulo—. ¡Ha pasado mucho tiempo!
El radiante joven, la viva imagen del gigoló metropolitano de la primera década del siglo XXI, sonríe abiertamente y le da un fuerte abrazo a Manfred. Luego se desliza hasta el banco junto a Annette, a quien besa con toda familiaridad.
—¡Ah, cómo me gusta volver a estar entre amigos! ¡Ha pasado demasiado tiempo! —Echa un vistazo a su alrededor con curiosidad—. Hmm, qué bávaro es todo esto. —Chasquea los dedos—. Voy a tomarme una, ¿qué me recomendáis? Ha llovido mucho desde mi última cerveza. —Su sonrisa se desborda—. No para este cuerpo.
—¿Eres resimulado? —pregunta Manfred, incapaz de contenerse.
Annette le mira con el ceño fruncido.
—¡No, tonto! Vino por el portal de teletransporte…
—Oh. —Manfred sacude la cabeza—. Lo siento…
—No pasa nada.
Es evidente que a Gianni Vittoria no le importa que lo tomen por un recién llegado histórico, en vez de por alguien que ha recorrido las décadas por sí mismo. «Ya debe de tener más de cien años», observa Manfred, sin molestarse en generar un hilo de búsqueda para confirmarlo.
—Ya era hora de cambiar y, bueno, mi viejo cuerpo no quería cambiar conmigo, así que, ¿por qué no renunciar a él con dignidad y aceptar lo inevitable?
—No te tomaba por un dualista —dice Manfred con pesar.
—Ah, no lo soy, pero tampoco soy un insensato. —La sonrisa de Gianni desaparece por un momento. El que fuera ministro de asuntos transhumanos, teórico económico y más tarde miembro honorario del consejo tribal de los liberales policognitivos, se pone serio—. Nunca antes me había digitalizado, ni me había cambiado de cuerpo o teleportado. Ni siquiera cuando mi viejo yo estaba seriamente… ¡bah! Tal vez dejé pasar demasiado tiempo. Pero aquí estoy, para que a uno lo clonen y lo descarguen cualquier planeta es bueno, ¿no creéis?
—¿Le has invitado tú? —Manfred le pregunta a Annette.
—¿Por qué no iba a hacerlo? —Hay un brillo travieso en sus ojos—. ¿Esperabas que viviera como una monja mientras eras una bandada de palomas? Puede que hiciéramos campaña contra la muerte legal de los transubstanciados, Manfred, pero todo tiene un límite.
Manfred pasa la mirada de uno a otro y se encoge de hombros un poco avergonzado.
—Todavía no me he acostumbrado del todo a ser humano —admite—. Necesito tiempo para ponerme al día. Por lo menos a nivel emocional. —Enterarse de que Gianni y Annette tienen una historia juntos no le sorprende: al fin y al cabo, es una de las cosas a las que uno tiene que adaptarse cuando abandona la especie humana. Piensa que por lo menos la supresión de la libido le está ayudando. Nadie se va a sentir incómodo porque no va a proponer ningún ménage á trois. Fija su atención en Gianni—. Tengo la sensación de que estoy aquí por algún motivo y de que no tiene nada que ver conmigo —dice con calma—. ¿Por qué no me cuentas qué tienes en mente?
—Ya conoces la situación en conjunto —dice Gianni encogiéndose de hombros—. Somos humanos, metahumanos y humanos aumentados. Pero los posthumanos son cosas que en realidad nunca han sido humanas. La Vil Descendencia ha llegado a la adolescencia y quiere quedarse con el sitio para poder montar una fiesta. Tenemos los días contados, ¿no crees?
Manfred se lo queda mirando fijamente.
—La idea de huir en el plano físico está plagada de peligros —dice pausadamente. Coge su jarra de cerveza y la mueve despacio—. Mira, ya sabemos que una singularidad no se convierte en un depredador voraz que va comiéndose toda la materia inepta que se encuentra a su paso, no desencadena ningún cambio de fase en la estructura del espacio. No a menos que le hayan hecho algo realmente estúpido a la estructura del falso vacío en alguna parte fuera de nuestro cono de luz actual.
«Pero si salimos corriendo, vamos a seguir estando ahí. Tarde o temprano vamos a tener el mismo problema otra vez; aumento de la inteligencia descontrolada, autoexpresión, inteligencias modificadas, lo que tú quieras. Es muy posible que eso fuera lo que pasó más allá del vacío de Böotes, no una civilización a escala galáctica, sino una carrera de cobardes patológicos que huían de su propia trascendencia exponencial. Allá donde vayamos, llevamos con nosotros las semillas de una singularidad, y si tratamos de deshacernos de esas semillas, dejamos de ser humanos, ¿no? Entonces… ¿por qué no me cuentas lo que crees que deberíamos hacer?»
—Es un dilema. —Un robot camarero se cuela por el filtro de privacidad de su campo de visión. Coloca un vaso de diamante delante de Gianni y vomita cerveza en él. Manfred prefiere esperar a que Gianni beba antes de rellenar su jarra—. ¡Ah, los simples placeres de la carne! He estado manteniendo correspondencia con tu hija, Manny. Me prestó el compendio de sus experiencias en el viaje a Hyundai +4904/-56. Me pareció bastante preocupante. Nadie ha puesto sus observaciones en entredicho, no después de que la burbuja autopropulsada del mercado de valores o la estafa nigeriana o lo que fuera se extendiera sin control por la esfera de la Economía 2.0, pero las implicaciones… La Vil Descendencia se comerá el sistema solar, Manny. Entonces se calmarán. ¿Pero dónde nos deja eso a nosotros? Es una pregunta. ¿Qué podemos hacer unos ortohumanos como nosotros?
Manfred asiente muy serio.
—¿Supongo que estás al tanto de la polémica entre los aceleracionistas y la facción de los aglutinadores de tiempo? —pregunta.
—Por supuesto. —Gianni le pega un buen trago a su cerveza—. ¿Qué piensas de nuestras opciones?
—Los aceleracionistas quieren copiar a todo quisqui en una flota de sondas estelares y salir pitando a colonizar el sistema planetario deshabitado de alguna enana marrón. O quizá robar un cerebro matrioska que haya sucumbido a la demencia senil y convertirlo en biomedios planetarios con núcleos de computronio en fase de diamante para hacer realidad la chifladura pastoral de algún nostálgico. Los robots universales de Rousseau. Deduzco que a Amber le parecerá una buena idea porque ella ya lo ha hecho, al menos lo de salir pitando a bordo de una sonda estelar. «Para aventurarnos donde ninguna otra colonia metahumana digitalizada ha estado nunca» suena bastante bien, ¿no crees? —Manfred asiente para sí—. Como te digo, no funcionará. Habremos vuelto a la primera iteración del modelo de cascada de formación de singularidades a los dos gigasegundos de llegar. Por eso estoy aquí: para prevenirla.
—¿Entonces? —le pincha Gianni, haciendo como que no ve la mirada asesina que le está lanzando Annette.
—Y en cuanto a los aglutinadores —dice Manfred asintiendo de nuevo—, son como Sirhan. Profundamente conservadores, extremadamente desconfiados. Pretenden aguantar aquí tanto como sea posible, hasta que la Vil Descendencia llegue a Saturno, y luego mudarse bit a bit hasta el cinturón de Kuiper. Hábitats colonia sobre bolas de nieve a medio año luz de ninguna parte. —Se estremece—. Incomunicado a una hora luz de cualquier compañía civilizada si a tus colegas les da por reinventar el estalinismo o el objetivismo. ¡No, gracias! Sé que han estado farfullando sobre teleportación cuántica y robar juguetitos de los routers, pero me lo creeré cuando lo vea.
—¿Entonces qué nos queda? —pregunta Annette—. Manny, todo eso está muy bien, rechazar los dos programas, el aceleracionista y el de los aglutinadores, pero ¿qué propones en su lugar? —dice con aire afligido—. ¡Hace cincuenta años habrías tenido seis ideas geniales antes del desayuno! Y una erección.
Manfred le lanza una mirada lasciva con poca convicción.
—¿Quién dice que no pueda tenerlas ahora?
—¡Déjalo! —le dice fulminándolo con la mirada.
—De acuerdo. —Manfred se chasca un cuarto de litro de cerveza, apurando su vaso, y lo deja en la mesa dando un golpetazo—. Resulta que sí que tengo una idea. —Parece que va en serio—. Llevo un tiempo discutiéndola con Aineko y la gata se la ha estado vendiendo a Sirhan. Si queremos que funcione, tendremos que convencer tanto al electorado aceleracionista como al conservador. Que es por lo que, no sin ciertas condiciones, apoyo la tontería esta de las elecciones. A ver, ¿qué estáis dispuestos a darme a cambio de que os lo explique?
—A ver, ¿quién era el pánfilo que te tenía tan liada hoy? —pregunta Amber.
—Un aburrido y prolijo autor de novelas baratas de principios del XX, con una fobia al cuerpo de proporciones extropianas —dice Rita encogiéndose de hombros—; me dio la impresión de que empezaría a babear y pondría los ojos en blanco si cruzaba las piernas. Lo gracioso es que también estuvo a punto de salir espantado cuando le mencioné la palabra implante. Tenemos que encontrar la forma de tratar con estos dualistas mente/cuerpo, sí o sí.
Observa a Amber casi con admiración; es nueva en el círculo de asesores más allegados de la facción de investigación aceleracionista, y la reputación de Amber está por las nubes. Rita tiene mucho que aprender de ella, si es que puede acercarse lo suficiente. Este preciso momento, siguiéndola por un sendero que recorre el espacio ajardinado por detrás del museo, parece una oportunidad de oro.
Amber sonríe.
—Me alegro de no tener que estar procesando inmigrantes estos días; la mayoría son tan tontos que después de un rato ya te entran ganas de subirte por las paredes. Yo se lo achaco al efecto Flynn, pero a la inversa. Todos tienen un pasado de aislamiento sensorial. Nada que no se pueda arreglar con unos cuantos potenciadores del crecimiento neuronal en uno o dos años, pero después de reventarles la cabeza a los cuatro primeros, todos los demás son iguales. Aburridísimo. A no ser que tengas la mala suerte de que te toque uno de los protagonistas de un periodo religioso puritano. No me considero ninguna fluffragista, pero te juro que si me vuelve tocar otro clérigo supersticioso misógino, me voy a plantear lo de prescribir cirugía de reasignación de sexo forzosa. Al menos los ingleses de la época victoriana, aparte de su recato social, son básicamente unos libidinosos abiertos de mente. Y les gustan las nuevas tecnologías.
Rita asiente con la cabeza. «Misógino, etcétera…» Por lo visto el patriarcado todavía colea en la actualidad, y no sólo en las resimulaciones de los ayatolás y los arzobispos de la Alta Edad Media.
—Mi autor parece que aúna lo peor de ambos mundos. Un tipo llamado Howard, de Rhode Island. Me estuvo mirando todo el rato como si temiera que fueran a salirme alas de murciélago y tentáculos o algo. —«Como tu hijo», no añade. «¿En qué estaría pensando?», se pregunta. «Estar tan sumámente jodido de la cabeza debe costarle lo suyo…»— ¿En qué estás trabajando, si no es mucho preguntar? —le dice, intentando cambiar el hilo de sus pensamientos.
—Oh, en darme un baño de multitudes, supongo. La tía Nette quería que me reuniera con un politicastro, un viejo contacto suyo que ella cree que puede ayudarme con el programa, pero se ha pasado todo el día encerrado con ella y con papá. —Hace una mueca—. Tenía otra sesión con los estilistas para probarme más ropa, están intentando convertirme en una petimetra de la pasarela política. Y otra vez los segmentos poblacionales del programa. Están llegando unos mil inmigrantes nuevos al día, en todo el planeta, pero va acelerando rápido y deberíamos llegar a los ochenta a la hora para cuando sean las elecciones. Eso va a ser un problema importante, porque si empezamos la campaña demasiado pronto tendremos un cuarto del electorado que no sabrá lo que se supone que está votando.
—Quizá sea a propósito —sugiere Rita—. La Vil Descendencia está intentando alterar el resultado inyectando votantes. —En el canal abierto de Amber percibe un smiley, lo que consigue arrancarle una tenue sonrisa—. Ganará el partido de los tontainas, eso está claro.
—Aja. —Amber chasquea los dedos y espera con aire impaciente a que una nube pasajera se solidifique por encima de su cabeza y le baje un vaso de zumo de arándanos—. Papá dijo algo bastante acertado, estamos enmarcando todo el debate en torno a lo que deberíamos hacer para evitar un conflicto con la Descendencia. En lo que no nos ponemos de acuerdo es en cómo escapar y hasta dónde llegar en nuestra huida y en qué programa invertir los recursos, pero no nos planteamos cuándo escapar o si hay que escapar, y ya no te digo qué otras opciones tenemos. Tal vez deberíamos haberlo meditado un poco más. ¿Nos están manipulando?
Por un instante Rita parece distraída.
—¿Es una pregunta? —dice. Amber asiente y ella niega con la cabeza—. Entonces tengo que decir que no lo sé. De momento las pruebas no son concluyentes. Pero no es que me alegre. La Descendencia no va a contarnos lo que quiere, pero no hay razón para creer que no sabe lo que queremos nosotros. Quiero decir que intelectualmente nos dan mil vueltas, ¿no?
Amber se encoge de hombros y se detiene para mover el seto que da acceso a un laberinto de arbustos aromáticos.
—No sabría decirte. Puede que no les importemos, o que ni siquiera se acuerden de que existimos. Tal vez los resimulantes se generan mediante un mecanismo automático y en realidad no son parte de la consciencia superior de la Descendencia. O puede que sea un meme post-tiplerita pasado de vueltas que ha acumulado más capacidad de procesamiento que la que tenía la red presingularitaria entera, una especie de proyecto metamormón pensado para garantizar que toda persona que haya existido en algún momento viva correctamente para satisfacer una serie de extraños requisitos cuasi religiosos que desconocemos. O podría ser un mensaje que no podemos descifrar porque no somos lo bastante inteligentes. Ése es el problema, que no lo sabemos.
Entra en el laberinto y desaparece. Rita se da prisa para no perderla, ve que está a punto de meterse en otro callejón y da un salto tras ella.
—¿Qué más? —pregunta jadeando.
—Podría ser —giro a la izquierda— cualquier cosa, la verdad. —Bajan seis escalones hasta un oscuro túnel que se bifurca a la derecha, avanzan cinco metros y suben otros seis escalones que llevan de vuelta a la superficie—. La pregunta es, ¿por qué —giro a la izquierda— no nos dicen lo que quieren de una vez?
—Para ellos debe de ser como hablarle a unas lombrices. —Rita está a punto de alcanzar a Amber, que se mueve por el laberinto como si se lo conociera de memoria—. Así es como nos debe de ver un cerebro matrioska naciente, nos concede la capacidad intelectual que nosotros le damos a un gusano. Y, ¿haríamos lo que nos dijeran?
—Quizá. —Amber se para en seco y Rita mira a su alrededor. Se encuentran en una celda abierta cerca del centro del laberinto, cinco metros cuadrados, cercada con setos por todos sus lados. Tiene tres entradas y un altar de pizarra que llega a la altura de la cintura y que el tiempo ha cubierto de liqúenes—. Creo que sabes la respuesta a esa pregunta.
—Yo… —Rita se la queda mirando fijamente.
Amber le devuelve una mirada penetrante y oscura.
—Tú eres de uno de los orbitales de Ganímedes y has vivido en Titán. Conociste a mi eigenhermana cuando yo estaba fuera del sistema solar volando en un diamante del tamaño de una lata de Coca-Cola. Eso es lo que me dijiste. Tienes un currículum que se ajusta perfectamente al grupo de investigación de la campaña y me pediste que te presentara a Sirhan para luego camelártelo como una profesional. ¿A qué juegas? ¿Por qué debería fiarme de ti?
—Yo… —dice Rita arrugando el gesto—. ¡Yo no me camelé a nadie! Fue él quien pensó que estaba intentando llevármelo a la cama —dice mirándola desafiante—. Pero no lo estaba, quiero aprender, quiero saber qué es lo que… os mueve… a ti, a él. —Enormes y oscuras consultas de datos estructurados baten contra su exocórtex, activando alarmas. Alguien está revolviendo las bases de datos distribuidas de series temporales por todo el sistema externo, evaluando su pasado micra a micra. Avergonzada y furiosa clava los ojos en Amber. Es el súmmum de la desconfianza: tiene que confirmar la veracidad de sus palabras en los registros públicos—. ¿Qué estás haciendo?
—Tengo una sospecha. —Amber se prepara, como si pensara salir huyendo. «¿Huyendo de mí?», Rita piensa sorprendida—. Dijiste: ¿y si los resimulantes vinieran de una función del subconsciente de la Descendencia? Y mira tú qué gracia, he estado comentando esa posibilidad con papá. Sigue siendo un lince cuando se le plantea un problema, sabes.
—¡No entiendo nada!
—No, no creo que lo entiendas —dice Amber, y Rita nota una tensión inconmensurable a su alrededor: el entorno de computación ubicua al completo, los chips del tamaño de motas de polvo, la niebla útil y la neblina de procesadores ópticos que brillan como diamantes en la tierra y en el aire y en su piel, todo se emborrona y se ralentiza, retorciéndose bajo el peso de lo que sea que Amber (con su acceso de superusuario) le está ordenando que haga. Durante unos segundos Rita deja de sentir la mitad de su mente, y tiene la horrible sensación claustrofóbica de estar atrapada dentro de su propia cabeza. Entonces se para.
—¡Dime! —insiste Rita—. ¿Qué intentas probar? Tiene que ser un error… —Amber es la primera sorprendida y asiente entre cansada y taciturna—. ¿Qué crees que he hecho?
—Nada. Eres coherente. Te pido disculpas.
—¿Coherente? —Rita oye cómo se va alzando su voz a medida que crece su indignación. Percibe cómo se estremecen aliviadas las partes de sí misma que han estado separadas de ella durante varios segundos—. ¡Yo te daré coherencia! Asaltar mi exocórtex…
—Cállate. —Amber se masajea la cara y al mismo tiempo le lanza a Rita el extremo de un canal encriptado.
—¿Por qué debería? —pregunta Rita, negándose a aceptar el protocolo de intercambio.
—Porque sí. —Amber mira a su alrededor. «¡Está asustada!» Rita se da cuenta de pronto—. Hazlo sin más —le espeta.
Rita lo acepta y una cantidad ingente de datos expositivos sin procesar se desliza súbitamente por el canal; datos estructurados y etiquetados con puntos de entrada y directorios de metadatos que apuntan a…
—¡La hostia! —susurra al darse cuenta de lo que es.
—Sí. —Amber sonríe sin gracia y continúa por el canal abierto—: «Parece que son anticuerpos cognitivos, generados por el sistema inmunológico semiótico del mismísimo diablo. Es lo que tiene tan ocupado a Sirhan: está buscando la forma de evitar que se activen y que todo se venga abajo de repente. Olvídate de las elecciones, vamos a estar con la mierda al cuello más pronto que tarde, y todavía no sabemos cómo sobrevivir. ¿Te sigue interesando?»
—¿Si me sigue interesando qué? —pregunta Rita con voz trémula.
—«El bote salvavidas en el que papá está intentando meternos a todos bajo pretexto de una escisión aceleracionista/conservacionista, antes de que el sistema inmunológico de la Vil Descendencia descubra cómo manipularnos para que nos separemos en facciones y nos matemos unos a otros…»
Bienvenido a los rescoldos de la supernova de la inteligencia, pequeña solitaria.
Las solitarias tienen del orden de mil neuronas que laten frenéticamente para mantener sus cuerpecitos en movimiento. Los seres humanos tienen del orden de cien mil millones de neuronas. Lo que está pasando en el sistema solar interior mientras la Vil Descendencia revuelve y reconfigura las nubes pensantes de polvo estructurado que una vez fueron planetas está tan lejos de la comprensión de la mera consciencia humana como los pensamientos de un Gödel de los tropismos espasmódicos de una lombriz. Módulos de personalidad limitados por la velocidad de la luz que absorben miles de millones de veces la capacidad de procesamiento de un cerebro humano se forman una y otra vez en el reluciente halo de nanoprocesadores que envuelve el Sol en una resplandeciente nube rojiza.
Mercurio, Venus, Marte, Ceres y los asteroides: no queda ninguno. La Luna es una esfera iridiscente y plateada, pulida a escala micrométrica, los patrones de la difracción la hacen relucir. Sólo la Tierra, la cuna de la civilización humana, permanece intacta; y muy pronto también será desmantelada. Ya se ha construido un enrejado de ascensores espaciales en torno a su ecuador, y ya están sacando a la órbita la materia inepta refugiada y arrojándola a los bárbaros dominios del sistema exterior.
La floración de la inteligencia que roe las lunas de Júpiter con colmillos de maquinaria molecular no se detendrá hasta que no quede ni un solo gramo de materia estúpida que convertir en computronio. Para cuando lo haga, tendrá la capacidad intelectual que se conseguiría si se pusiera un planeta con una población de seis mil millones de primates abrumados por el futuro en órbita alrededor de todas y cada una de las estrellas de la Vía Láctea. Pero en este momento sigue siendo estúpida, apenas ha convertido un uno por ciento de la masa del sistema solar; es una civilización del tamaño de las Nubes de Magallanes, torpe y pueril, estancada peligrosamente cerca de unas raíces hundidas en la química del carbono.
Para unas solitarias que viven en un cálido mantillo intestinal, con esos cerebros de mil neuronas, no es fácil llegar a entender de qué hablan las entidades infinitamente más complejas que las alojan, pero una cosa está clara: los propietarios se traen muchas cosas entre manos, y aunque creen tener un control consciente sobre todas ellas, se les escapa más de una. El simple cerebro de una solitaria es incapaz de comprender el movimiento de las secreciones gástricas y la constante ventilación de los pulmones, pero a los humanos les permite seguir vivos y a las lombrices les proporciona el medio en el que viven. Hay otras funciones aún más esotéricas que contribuyen a la supervivencia (la intrincada danza de los clones de linfocitos especializados de la médula ósea y los nodos linfáticos, las permutaciones aleatorias de los anticuerpos en perpetuo movimiento cotejando posibles moléculas intrusas que avisan de la presencia de polución) y que se desarrollan por debajo del umbral del control consciente.
Defensas autónomas. Anticuerpos. Floración de inteligencia royendo en los límites del sistema exterior. Y los humanos no son tan ingenuos como unos bichos que se revuelcan en un mantillo, son capaces de ver cuándo les ha llegado la hora. ¿Sorprende entonces que, entre los que miran hacia el futuro, no se esté debatiendo sobre si se sale o no se sale corriendo, sino sobre cuán lejos y cuán rápido hacerlo?
El equipo se reúne al día siguiente, por la mañana temprano. Afuera sigue oscuro y la mayoría de los asistentes in vivo tiene la cara ligeramente demacrada del que ha estado abusando de los antagonistas de la melatonina. Rita ahoga un bostezo mientras recorre la sala de conferencias con la mirada (las paredes se han expandido convirtiéndose en imponentes espacios virtuales para alojar a unos treinta fantasmas exocorticales de socios que duermen y se despertarán con el recuerdo de un sueño lúcido particularmente vivido), y ve a Amber hablando con su famoso padre y con un hombre más joven que uno de sus parciales reconoce como un político de la CE del siglo pasado. Parece haber cierta tensión entre ellos.
Ahora que Rita se ha ganado algo de la confianza de Amber, tiene a disposición de su tercer ojo toda una serie de datos sobre la campaña; material que se disimulaba esteganográficamente en una capa oculta del espacio colectivo de memoria del proyecto. Se encuentra con cosas que no se esperaba, inquietantes estudios sobre los segmentos de población resimulantes, informes sobre las tasas de emigración del sistema interior, árboles cladísticos que diseccionan las distintas y poco sutiles formas de manipulación que se hacían el loco en el wetware de los refugiados. La razón por la que Amber, Manfred y (a regañadientes) Sirhan están luchando por una facción radical en unas elecciones planetarias, a pesar de que todos tengan sus dudas sobre la validez del mismo concepto de democracia en esta era posthumana. Ligeramente desconcertada los aparta con un parpadeo y bifurca un par de docenas de subhilos de personalidad para que los vayan mirando.
—Necesito un café —le masculla a la mesa mientras ésta le ofrece una silla.
—¿Estamos todos en línea? —pregunta Manfred—. Entonces empiezo. —Se le ve cansado y preocupado; tiene un físico joven, pero se le nota el peso de los años—. Gente, se nos viene encima una crisis. Hace como unos cien kilosegundos la tasa de bits de la corriente de la resimulación subió de golpe. En este momento estamos interceptando alrededor de un vector de estado resimulado por segundo, aparte de la inmigración legítima que estamos procesando. Si vuelve a subir por el mismo factor va a paralizar nuestra capacidad para comprobar que los inmigrantes no son zimbos in vivo; tendríamos que pasar a ejecutarlos en un archivo seguro o sencillamente resucitarlos a ciegas, y si hay algún joker en la baraja eso sería lo más arriesgado que podríamos hacer.
—¿Por qué no se los mandas temporalmente al diamante memoria? —pregunta con un tono casi divertido el joven y atractivo ex político que tiene a su izquierda, como si ya supiera la respuesta.
—La política no es tan sencilla —dice Manfred encogiéndose de hombros.
—Haría un agujero en nuestro contrato social —dice Amber como si acabara de tragarse algo desagradable, y Rita siente admiración por la manera en que está dirigiendo la reunión. Incluso está hablando con su padre, como si se sintiera cómoda teniéndolo cerca, aunque su mera presencia le recuerde su escaso éxito en la vida. De momento nadie más ha abierto la boca—. Si no los instanciamos, el siguiente paso lógico sería negarle la licencia a las mentes resimuladas. Lo que a su vez nos acabaría llevando a una desigualdad institucional. Y eso sería dar un gran paso, aunque no os convenza la idea de zanjar complejas cuestiones políticas en función de un voto popular, porque todo nuestro sistema de gobierno se basa en la idea de que las inteligencias menos competentes (nosotros) merecen consideración.
—Ejem. —Alguien carraspea. Rita se da la vuelta y se queda de piedra: se trata del petardo del eigenhijo de Amber, que justo acaba de materializarse en la silla de al lado. «¿Así que después de todo está usando Superplonk?», observa cínicamente. Él evita mirarla obstinadamente—. Ése era mi análisis —dice de mala gana—. Los necesitamos vivos. Para la opción del arca, como poco, y si no, incluso la plataforma aceleracionista los va a necesitar más tarde.
«Campos de concentración», piensa Rita, intentando ignorar la presencia de Sirhan cerca de ella, porque es una fuente de irritación constante, «llenos en su mayoría de prisioneros humanos confusos y asustados; y los que no lo son se creen que lo son». Es una idea inquietante, y engendra un par de fantasmas completos para que lo sueñen en profundidad por ella, jugando todos los ángulos posibles.
—¿Cómo van tus negociaciones para los diseños del salvavidas? —le pregunta Amber a su padre—. Necesitamos tener perfilada una estrategia antes de que empiecen las elecciones…
—Cambio de planes —dice Manfred encorvándose hacia delante—. Esto no tiene por qué continuar, pero a Sirhan y Aineko se les ha ocurrido algo interesante. —Parece preocupado.
Sirhan mira fijamente a su eigenmadre con ojos entornados y Rita tiene que controlarse para no pegarle un buen codazo en las costillas. Ahora ya lo conoce lo bastante para darse cuenta de que no conseguiría llamar su atención (por lo menos no como ella querría, no por las buenas razones), y en cualquier caso, está más encerrado en sí mismo de lo que su fantasma haya tenido ocasión de ver. (Cómo puede alguien formar parte de un intercambio de vidas simuladas tan detallado como éste y al mismo tiempo rechazar la oportunidad de hacerlo en la vida real es algo que se le escapa; la única explicación que se le ocurre es que sea un trauma de juventud, de cuando sus padres, en su afán anticipatorio, le hicieron vivir una docena de niñeces simuladas y acabaron con un hijo obtuso y testarudo…)
—Tiene que seguir pareciendo que planeamos usar un salvavidas —dice en voz alta—. Está el asuntillo del precio que nos piden a cambio de la otra opción.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Amber suena confusa—. Pensaba que estabas trabajando en una especie de mapa cladístico. ¿Qué es eso de un precio?
Sirhan esboza una gélida sonrisa.
—Podría decirse que soy yo quien está trabajando en un mapa cladístico. Tú desperdiciaste tu oportunidad cuando viajaste al router, sabes. He estado hablando con Aineko.
—Tú… —Amber se pone roja—. ¿De qué? —Rita puede ver que está furiosa. Sirhan está pinchando a su eigenmadre. «¿Por qué?»
—De la topología de unos tipos de red de mundo pequeño bastante interesantes —dice Sirhan echándose para atrás en la silla, mirando la nube por encima de la cabeza de su no madre—. Y del router. Tú lo atravesaste y saliste con el rabo entre las piernas tan rápido como pudiste, ¿no? Ni siquiera te paraste a comprobar que tu pasajero no fuera un parásito hostil.
—No tengo que soportar esto —le espeta Amber—. Tú no estabas allí y no tienes ni idea de las limitaciones que teníamos.
—¿De verdad? —Sirhan levanta una ceja—. Es igual, perdiste una oportunidad. Sabemos que los routers (por la razón que sea) son autorreplicantes. Se expanden de enana marrón en enana marrón, incuban, se enchufan a la protoestrella para conseguir energía y material y sueltan un montón de hijos. En otras palabras, son máquinas de Von Neumann. También sabemos que posibilitan las comunicaciones de ancho de banda alto con otros routers. Cuando pasaste por el que había en Hyundai +4904/-56, acabaste en una zona desmilitarizada abandonada que estaba unida a un cerebro matrioska alienígena que por alguna razón había degenerado. De lo que se deduce que alguien había cogido un router y se lo había llevado a casa para enlazarse con el CM. ¿Por qué no te trajiste tú uno?
Amber lo fulmina con la mirada.
—La carga útil total a bordo de la Circo Ambulante era de unos diez gramos. ¿Cómo de grande te crees que es una semilla de router?
—Así que en vez de un router te trajiste una babosa que puede que ocupara la mitad de la capacidad de almacenamiento que tenías y estaba dispuesta a destrozar…
—¡Niños! —Los dos se dan media vuelta de forma automática. Rita ve que se trata de Annette, y todo esto no parece que le haga ninguna gracia—. ¿Por qué no os guardáis esta disputa para más tarde? —pregunta—. Tenemos unos objetivos que cumplir. —Lo de que no le hace gracia es un eufemismo. Annette está que echa humo.
—Tengo entendido que esta encantadora reunión familiar fue idea tuya, ¿no? —dice Manfred dedicándole una sonrisa, y luego, fríamente, le hace un gesto con la cabeza al político retirado de la CE que tiene sentado al lado.
—Por favor. —Es Amber—. Papá, ¿puedes dejarlo para luego? —Rita se reacomoda en su silla. Por un momento Amber parece una anciana, mucho mayor que el gigasegundo subjetivo que tiene—. Tiene razón. No pretendía fastidiarte. Olvidémonos de la historia familiar por un momento y resolvamos estas cuestiones en privado. ¿De acuerdo?
Manfred parece avergonzado. Pestañea rápido.
—De acuerdo. —Respira hondo—. Amber, he invitado a unos viejos conocidos míos. Si ganáramos las elecciones, para salir de aquí lo más rápido posible, tendremos que combinar las dos ideas principales que hemos estado discutiendo: guardar temporalmente tanta gente como sea posible en dispositivos de alta densidad hasta que lleguemos a algún sitio con el espacio, la masa y la energía suficientes para poder reencarnarlos, y hacernos con un router. El gobierno planetario no puede permitirse pagar el presupuesto energético de una nave relativista lo bastante grande para alojarnos a todos, aunque sea como copias, y una nave subrelativista sería una presa demasiado fácil para la Vil Descendencia. Por lo tanto, en vez de conformarnos con el destino que nos toque, deberíamos familiarizarnos con los protocolos que utiliza el router, encontrar algún tipo de moneda transferible que podamos usar para pagar nuestra reinstanciación en el otro extremo, y además aprender a elaborar una especie de mapa para saber dónde vamos. Lo más difícil va a ser encontrar un router y entenderlo, y pagar; lo que quiere decir que vamos a tener que viajar con alguien que comprenda la Economía 2.0 pero que no quiera estar cerca de la Vil Descendencia.
«Resulta que estos viejos conocidos míos se largaron por ahí y se trajeron una semilla de router, por su propio interés. Se encuentra a unas treinta horas luz de aquí, en el cinturón de Kuiper. Ahora mismo están intentando incubarla. Creo que Aineko podría estar dispuesta a venir con nosotros y hacerse cargo de las negociaciones comerciales. —Levanta la palma de su mano derecha y suelta un paquete de etiquetas en la caché compartida de la memoria del círculo de allegados».
Langostas. Hace décadas, en el oscuro erial de la depresión de principios del siglo XXI, las langostas digitalizadas se escaparon. Manfred les consiguió un trato para que tuvieran su propia colonia fábrica en un cometa. Años más tarde, la expedición de Amber al router se topó con unas espeluznantes langostas zombi, imágenes de las copias originales que habían sido usurpadas y reanimadas por los Finanfieros. Pero hasta dónde llegaron las auténticas langostas…
Por un instante Rita se ve a sí misma flotando en la oscuridad del vacío, muy por debajo puede oír el lejano canto de sirena de un pozo gravitatorio planetario. A su… ¿izquierda?, ¿al norte?… reluce una neblinosa masa de color rojo oscuro del tamaño de la luna llena vista desde la Tierra, una nube que emite un zumbido constante de ruido de fondo, el calor residual de una civilización galáctica que sueña febrilmente con ideas incoloras. Entonces descubre cómo cambiar este punto de vista sin ojos ni parpadeos y ve la nave.
Es una nave espacial con forma de crustáceo de tres kilómetros de largo. Es achatada y está dividida en segmentos, con unas patas que salen de la base abdominal y se extienden rígidamente hacia los lados sujetando unos enormes globos cargados de combustible a base de deuterio criogénico. La cola, de un tono azul metalizado, es un abanico aplanado que envuelve el delicado aguijón de un reactor de fusión. Cerca de la cabeza las cosas cambian: no hay grandes pinzas, lo que hay es el delicado entramado de fibras de los robots arbusto, nanoensambladores listos para reparar cualquier desperfecto en pleno vuelo y hacer girar el paracaídas Bussard cuando la nave se disponga a desacelerar. Una robusta armadura protege la cabeza de las devastadoras arremetidas del polvo interestelar, y sus ojos radar son un destello de superficies compuestas hexagonales que la miran directamente.
De fondo, por debajo de la nave-langosta puede apreciarse un vasto y vaporoso anillo planetario. La langosta está en la órbita de Saturno, a escasos segundos luz de distancia. Rita no puede apartar la vista, muda de asombro, y entonces la langosta-nave le guiña un ojo.
—No tienen nombre, al menos no como identificadores individuales —dice Manfred disculpándose—, así que le pregunté si quería que la llamásemos de algún modo. Me dijo que Azul, porque lo es. Así que os presento a la langosta Algo Azul.
Sirhan le interrumpe.
—Sigues necesitando mi proyecto de cladística para saber cómo moverte una vez en la red. —Suena un poco engreído—. ¿Tienes algún destino concreto en mente?
—Sí a las dos preguntas —admite Manfred—. Tenemos que enviar duplicados fantasma a todos los destinos posibles del router, esperar el eco y entonces iterar y repetir. Traversal en profundidad recursivo. El objetivo… Eso es más difícil. —Señala al techo, que se transforma en una caótica telaraña 3D que Rita reconoce, después de pasarse unas cuantas horas subjetivas estudiando los archivos, como un mapa de la distribución de la materia oscura en un radio de mil millones de años luz, las galaxias pegadas como pelusas a los nodos donde convergen filamentos de seda puesta a secar—. Desde hace más de un siglo sabemos que ahí fuera pasa algo raro. Más allá del vacío de Böotes hay un par de supercúmulos galácticos, y en sus inmediaciones la anisotropía del fondo cósmico no es normal. Casi todos los procesos computacionales generan entropía de forma involuntaria, y es como si algo estuviera inundando la zona con el calor residual procedente de todas las galaxias de la región, distribuyéndolo equitativamente de manera que refleje la distribución de metales de esas galaxias, a excepción de los núcleos. Y según las langostas, que se han permitido el lujo de estudiar la interferometría del fondo, la mayoría de las estrellas del cúmulo más cercano son más rojas de lo que cabría esperar y prácticamente no tienen metales. Como si alguien los hubiese estado extrayendo.
—Ah. —Sirhan clava la mirada en su abuelo—. ¿Por qué deberían ser distintas a los nodos locales?
—Mira a tu alrededor. ¿Ves algo que invite a pensar en una obra de ingeniería cósmica a gran escala en un radio de un millón de años luz? —Manfred se encoge de hombros—. Localmente no ha llegado nada… Bueno. Ahora podemos hacer conjeturas sobre el ciclo de vida de una civilización postpico, ¿verdad? Hemos palpado el elefante. Hemos visto las ruinas de unas mentes matrioska decrépitas. Sabemos que la exploración no atrae lo más mínimo a las inteligencias postsingularitarias, hemos visto cómo el déficit de ancho de banda las retiene en casa. —Señala el techo con el dedo—. Pero ahí fuera las cosas han sido distintas. Están haciendo cambios que abarcan un supercúmulo galáctico entero, y parece que están coordinados. Esta gente sí salió, esta gente ha estado en unos cuantos sitios, y sus descendientes puede que sigan por ahí. Parece que trabajan de forma coordinada en algo concreto, algo de una magnitud inimaginable. Tal vez se trate de un ataque temporal a la máquina virtual que ejecuta el universo, o una simulación anidada de un universo totalmente distinto. ¿Hacia arriba o hacia abajo, hay infinitas tortugas una encima de otra, o ahí fuera hay algo que es más real que nosotros? ¿Y no crees que merece la pena intentar averiguarlo?
—No —dice Sirhan cruzándose de brazos—. No especialmente. Me interesa que la Vil Descendencia se cobre el menor número de víctimas posible, no jugármelo prácticamente todo a unos misteriosos alienígenas trascendentes que puede que hace mil millones de años construyeran una máquina para manipular realidades del tamaño de una galaxia. Te vendo mis servicios, e incluso estoy dispuesto a mandar un fantasma, pero si esperas que me juegue mi futuro…
Esto ya es demasiado para Rita. Desviando su atención de la vertiginosa vista panorámica del espacio interior, le mete el codo en las costillas a Sirhan. Él se gira para mirar sin comprender, luego, cuando quita el filtro, su mirada es puro veneno.
—De lo que no se puede hablar, hay que callar —le suelta ella. Entonces, sabiendo que se arrepentirá más tarde, cede a un impulso secundario y deja un canal privado en su bandeja de entrada pública.
—Nadie te lo ha pedido —está diciendo Manfred a la defensiva, cruzado de brazos—. Esto yo lo veo como una especie de proyecto Manhattan: hay que mantener todos los programas en paralelo. Si ganamos las elecciones, tendremos los recursos necesarios para hacerlo. Todos deberíamos pasar por el router y todos dejaremos copias de seguridad a bordo de Algo Azul. Azul es lenta, como mucho alcanza una décima parte de c, pero lo que podemos hacer es sacar una cantidad suficiente de diamante memoria fuera del espacio circunsolar antes de que se activen las defensas automáticas de la Vil Descendencia, independientemente de la argucia que tengan planeada para los megasegundos que sigan.
—«¿Qué quieres?» —pregunta Sirhan iracundo por el canal. Sigue sin mirarla, y no sólo porque esté concentrado en la visión azul que domina el espacio compartido de la reunión del equipo.
—«Deja de engañarte» —le contesta Rita—. «Mientes sobre tu propios objetivos y motivaciones. Puede que no quieras saber la verdad que reveló tu propio fantasma, pero yo sí quiero. Y no voy a dejar que niegues lo que pasó».
—«Y a mí qué me importa si uno de tus agentes sedujo a una imagen de mi personalidad…»
—«Y una mierda…»
—¿Pretendes declarar abiertamente esta plataforma? —pregunta el tipo joven-viejuno que está cerca del estrado, el europolítico—. Porque si es así, vas a comprometer la campaña de Amber…
—No pasa nada —dice Amber con aire cansado—, estoy acostumbrada a que papá me ayude con su inimitable estilo.
—Está bien —dice otra voz—. Yo somos feliz estado-espera pastando en eclíptica. —Es el amistoso salvavidas langosta, que tiene una latencia considerable debido a que su trayectoria está fuera del sistema anillo.
—«Eres feliz escondiéndote detrás de una noción de pureza moral hipócrita cuando te hace sentir que puedes mirar por encima del hombro a la gente, pero en el fondo eres como todo el mundo…»
—«… ella te lió para emponzoñarme, ¿verdad? Sólo eres el cebo de sus maquinaciones…»
—La idea es almacenar copias de seguridad incrementales en la caché del cargamento de la Azul por si una semideidad inteligente del sistema interior intenta activar los anticuerpos que ya han diseminado por toda la cultura festival —explica Annette, interviniendo en lugar de Manfred.
Nadie en el espacio de discusión parece haberse dado cuenta de que Rita y Sirhan están enzarzados como hienas en un canal privado, lanzándose mutuamente granadas emocionales como avezados divorciados.
—Como solución al problema de la evacuación, no es satisfactoria, pero debería bastar para contentar a los conservadores, y como seguro…
—«¡Cómo quieras, échale la culpa a tu eigenmadre! ¿Se te ha ocurrido pensar que no le importas tanto como para montar un numerito como ése? Creo que has pasado demasiado tiempo con la loca de tu abuela. Ni siquiera has integrado ese fantasma, ¿a que no? ¡No vaya a ser que te contamine! Apuesto a que ni siquiera te molestaste en ver qué se sentía por dentro…»
—«Sí que lo hice…» —Sirhan se paraliza durante un instante, sus módulos de personalidad recorren su cerebro como un enjambre de abejas cabreadas…— «quedar como un tonto» —añade en voz baja y se deja caer en el respaldo de su asiento—. «Me da tanta vergüenza…» —dice cubriéndose el rostro con las manos—. «Tienes razón».
—«¿La tengo?» —Después de la sorpresa inicial, Rita entiende lo que ha pasado: Sirhan ha integrado por fin los recuerdos de los parciales que ambos hibridaron anteriormente. Estirado y orgulloso como es, la disonancia cognitiva debe de ser enorme—. «No, no la tengo. Lo que te pasa es que siempre estás a la defensiva».
—«Estoy…» —Avergonzado. Porque Rita lo conoce, de arriba abajo. Tiene los recuerdos fantasma de seis meses en un espacio simulado con él, probando ideas, intercambiando intimidades, y luego confidencias. Tiene el recuerdo fantasma de su abrazo, puro fuego que podría haberse avivado en el espacio real si su primera reacción al darse cuenta de que podía pasar no hubiera sido meter en un congelador la parte de su mente contaminada con pensamientos impuros y negarlo todo.
—Todavía no tenemos un perfil de la amenaza —dice Annette, cortando su conversación privada—. Si existe tal amenaza directa (de lo que todavía no estamos seguros, pues la Vil Descendencia podría ser lo bastante sofisticada como para dejarnos tranquilos sin más), lo más seguro es que sea una especie de ataque soterrado que apunte directamente a la raíz de nuestra identidad. Hay que buscar burbujas crediticias, índices de confianza distribuida que de repente se devalúan mientras la gente se engancha a una especie de religión rara, ese tipo de cosas. Tal vez unos resultados electorales absurdos. Y no será repentino. No son tan estúpidos como para precipitarse y atacar sin antes haberse allanado el camino con un lento proceso de corrupción.
—Es evidente que llevas tiempo pensándolo —dice Sameena con un énfasis cortante—. ¿Qué gana con todo esto tu amigo, este… Azul? ¿Has conseguido sacarle a la metaburbuja de la Economía 2.0 el crédito suficiente para pagar el alquiler de una nave espacial? ¿O nos estás ocultando algo?
—Um. —Manfred parece un niño pequeño a quien acabaran de pillar con la mano metida en el tarro de los caramelos—. Bueno, el hecho es que…
—Sí, papá, ¿por qué no nos cuentas lo que va costar todo esto? —pregunta Amber.
—Ah, bien. —Parece nervioso—. Son las langostas, no Aineko. Quieren algo a cambio.
Rita alarga la mano y coge la de Sirhan: él no se resiste.
—«¿Tú sabes algo de esto?» —le pregunta Rita.
—«Lo primero que oigo…»
Un hilo parcial confundido sigue escuchando su respuesta y por un momento ella se une a él en su ensueño introspectivo, tratando de entender las implicaciones de saber lo que ellos saben sobre la posibilidad de una relación mutua.
—Quieren un mapa conceptual escrito. Un mapa de todos los espacios meméticos accesibles que cuelgan de la red de routers, compilado por exploradores humanos que puedan utilizar como línea de base, dicen. Es bastante sencillo: a cambio de un billete para salir del sistema, algunos de nosotros tendremos que ponernos a explorar. Pero eso no significa que no podamos dejar copias de seguridad.
—¿Han pensado en algunos exploradores en concreto? —dice Amber con desdén.
—No —dice Manfred—. Sólo un equipo con algunos de nosotros, para que trace el mapa de la red de routers y se asegure de que reciban algún tipo de aviso ante cualquier amenaza exterior. —Hace una pausa—, Supongo que querrás apuntarte, ¿no?
La campaña previa a las elecciones dura aproximadamente tres minutos y consume más ancho de banda que todos los canales de comunicaciones terrestres desde la prehistoria hasta 2008 juntos. Aproximadamente seis millones de fantasmas de Amber, individualmente adaptados al perfil de la audiencia objetivo, se bifurcan por la malla de fibra oscura que apuntala las colonias nenúfar, y luego por el engranaje de redes de banda ultraancha, instanciadas en implantes y motas de polvo flotantes, para acorralar a los votantes. Muchos de ellos no consiguen llegar a su público, y muchos más acaban debatiendo infructuosamente; unos seis deciden que se han separado tanto de su original que constituyen personas distintas y se inscriben como ciudadanos independientes, dos de ellos se pasan al otro bando y uno se fuga con un enjambre de abejas africanas modificadas sumamente empático.
Los de Amber no son los únicos fantasmas que compiten por captar la atención en el zeitgeist público. De hecho son una minoría. La mayoría de los agentes electorales autónomos hacen campaña a favor de una serie de propuestas que van desde la introducción de impuestos sobre la renta progresivos (nadie sabe muy bien por qué, pero parece ser una tradición) hasta una moción que pide que se pavimente el planeta entero, ignorando por completo el hecho de que en la capa superior de la atmósfera de un gigante gaseoso escaso de metales abundan los elementos, por no hablar de la que se puede armar con el clima. Los Sin Rostro hacen campaña a favor de que a todo el mundo se le asigne un nuevo juego de músculos faciales cada seis meses, los Graciosillos Lívidos piden la igualdad de derechos para las entidades subsensibles, y numerosos grupos de presión monotemáticos protestan por las causas perdidas de siempre.
Cómo se va fraguando el proceso electoral es un misterio arcano (por lo menos para los que no están al corriente del funcionamiento del Comité del Festival, el grupo que primero tuvo la idea de pavimentar Saturno con globos de hidrógeno caliente), pero después de una jornada entera, casi cuarenta mil segundos, se empieza a apreciar una pauta. Durante mucho tiempo esta pauta sistematizará el margen de error de las redes de comunicaciones que trafican con puntos de reputación en todo el sistema de gobierno planetario; puede que unos cincuenta millones de segundos, acercándose a un año marciano entero (si Marte siguiera existiendo). Finalmente creará un parlamento: un borganismo resultado de la fusión de una mente grupal que se expresa como una única supermente construida a partir de las creencias de los vencedores. Y las noticias no son buenas, como lentamente va comprobando el grupo reunido en la esfera superior del Atomium (Manfred insistió en que Amber lo alquilara para la fiesta poselectoral). Amber no ha asistido, lo más seguro es que ande por ahí ahogando sus penas o liada con alguna confabulación poselectoral de otra naturaleza. Pero algunos miembros del equipo si están por aquí.
—Podría ser peor —racionaliza Rita, ya bien entrada la noche. Está sentada en un rincón del séptimo nivel, en una silla de rejilla de alambre de la década de 1950, sostiene una copa de whisky de malta sintético y mira las sombras—. Si fueran unas elecciones reñidas como las de antes, habría una explosión de mierda salpicando por todas partes. Al menos así podemos seguir en el anonimato y mantener cierta decencia.
Uno de sus puntos ciegos se despega de su visión periférica y se le acerca. Se va haciendo visible y de repente se materializa en Sirhan. Se le ve taciturno.
—¿Qué te preocupa? —le pregunta ella—. Tu antigua facción va ganando en el escrutinio.
—Puede ser. —Se sienta a su lado, con cuidado de evitar su mirada—. Tal vez sea para bien. Y tal vez no.
—¿Cuándo te vas a unir al sincitio? —pregunta ella.
—¿Yo? ¿Unirme a eso? —parece asustado—. ¿Crees que quiero formar parte del borg parlamentario? ¿Por quién me tomas?
—Oh —dice ella negando con la cabeza—. Suponía que me estabas evitando porque…
—No —dice levantando una mano, y un robot camarero que justo pasaba le coloca una copa en ella. Respira hondo—. Te debo una disculpa.
«Ya era hora», piensa ella nada caritativa. Pero él es así. Obstinado y orgulloso, le cuesta reconocer los errores, pero si se digna pedir disculpas es porque son muy sentidas.
—¿Por qué? —pregunta ella.
—Por no darte el beneficio de la duda —dice pausadamente, haciendo rodar la copa entre las palmas de las manos—. Debería haberme escuchado a mí antes, en vez de apartarlo de mí.
El yo del que está hablando a ella le parece evidente.
—No es fácil acercarse a un hombre como tú —dice ella quedamente—. Tal vez ése sea parte de tu problema.
—¿Parte? —dice riendo amargamente—. Mi madre… —Se muerde la lengua y se guarda lo que iba a decir—. ¿Sabes que soy mayor que ella? Que esta versión, quiero decir. Me saca de quicio con todas sus conjeturas sobre mí…
—Ella pensará lo mismo de ti. —Rita le coge la mano y esta vez no la rechaza, la aprieta enseguida—. Mira, parece que no va a conseguir entrar en el parlamento de las mentiras. Los conservadores han arrasado, esta gente se niega categóricamente a ver la realidad. Alrededor del ochenta por ciento de la población son resimulantes o veteranos de la Tierra, y eso no va a cambiar antes de que la Vil Descendencia se nos eche encima. ¿Qué vamos a hacer?
Sirhan se encoge de hombros.
—Sospecho que todos los que creen que estamos realmente en peligro se largarán. No sé si lo sabes, pero después de esto los aceleracionistas perderán su fe en la democracia. Todavía tienen un plan viable (el amigo langosta de Manfred trabajará sin necesidad de contar con el presupuesto energético de todo un planeta), pero la derrota les va a doler. No puedo evitar pensar que quizá el verdadero objetivo de la Vil Descendencia era sencillamente manipularnos para que no les quitásemos los recursos. Es torpe, es poco sutil, así que asumimos que no podía ser eso. Pero puede que a veces tengan que ser burdos.
Ahora es Rita quien se encoge de hombros.
—La democracia y los salvavidas no combinan bien. —Pero la idea le sigue incomodando—. Y pienso en toda la gente que dejaremos atrás.
—Bueno. —Sonríe intranquilo—. Si se te ocurre alguna manera de animar a las masas a que se nos unan…
—Para empezar estaría bien dejar de considerarlos masas manipulables —dice Rita mirándole fijamente—. Parece que tu familia ha estado cultivando una veta elitista hereditaria, y no es que sea agradable, precisamente.
Sirhan parece incómodo.
—Si crees que lo mío es malo, deberías hablar del tema con Aineko —dice con aire autorreprobatorio—. A veces no sé qué pensar de esa gata.
—Tal vez lo haga. —Se interrumpe—. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Vas a unirte a los exploradores?
—Yo… —dice mirándola de reojo—. Puedo verme mandando un eigen-hermano —dice con voz queda—. Pero no voy a arriesgar todo mi futuro intentando llegar a la otra punta del universo observable en router. Últimamente he tenido excitación suficiente para toda una vida. Creo que una copia para el archivo de seguridad enterrado en el hielo, otra para ir a explorar, y otra para sentar la cabeza y formar una familia. ¿Y tú?
—¿Vas a coger tres opciones? —pregunta ella.
—Sí, creo que sí. ¿Qué vas a hacer tú?
—Iré donde tú vayas —dice apoyándose en él—. ¿No es eso lo que importa al final? —susurra.