Hic me ayudó a transportar a Sequoia hasta fuera. El Jefe no podía andar. No podía hablar. Estaba desamparado. Y hacia sus necesidades en sus ropas; habría que ponerle panales. De todos modos, me sentí aliviado de salir del complejo antes de que los crionautas me pidieran que me ocupara también del Rajá. Llamé a un pogo, metimos a Tecumseh, y llegamos a la xipi en un solo salto. El Grupo estaba esperando allí, tenso y ansioso. Cuando nos vieron aparecer con el bebé se quedaron boquiabiertos.
—Todo ha terminado —dije cansadamente—. Podemos hablar y pensar tranquilamente.
Podemos tomar cualquier tipo de transporte. Podernos hacer cualquier maldita cosa que nos plazca. La guerra ha terminado.
—¿Pero qué le ha ocurrido a Adivina?
—Volverá a ser el mismo en una veintena de años. Lo único que necesita ahora es que lo limpien. Dadme algo bien cargado y os contaré toda la historia.
Se la conté y ellos escucharon, echando por turno ojeadas al bebé de metro ochenta de estatura. Natoma estaba tan fascinada por los acontecimientos y tan aliviada de que su hermano hubiera salido vivo de aquella crisis, que olvidaba incluso su regresión. Todos ellos se sintieron contentos del fin del traidor Rajá, en particular Hilly, lo cual no es de extrañar. Pareció que deseaba darle las gracias a Hic-Haec-Hoc, pero se lo pensó mejor.
Indudablemente el neanderthal había olvidado ya todo lo sucedido
—Ya sé que todos vosotros deseáis volver a vuestras casas y a vuestros asuntos —dije—, pero os ruego que permanezcáis aquí un poco más. Tengo otra misión que cumplir y quizá necesite vuestra ayuda.
—¿De qué se trata? —preguntó Ozymandias, con una voz asmática tan gruesa como su persona.
Les hablé de la oferta de los crionautas.
—Demasiado tarde —dijo Hilly—. Lo siento. Ha transcurrido demasiado tiempo.
—De todos modos debo intentarlo. Siempre hay esperanzas.
—No demasiadas.
—Es ya demasiado oscuro, Guig. Es peligroso. Espera a mañana.
—Cuanto más tiempo espere, menores serán las esperanzas.
—No vayas, Edward. Nunca la encontrarás.
—Debo intentarlo, Nat.
—Por favor, escúchame. Yo…
—¡Maldita sea!, ¿creéis que no sé que se trata de una búsqueda macabra? —grité—. Sé que es un trabajo repugnante, pero he de intentar recuperar una parte de su cuerpo para el clonaje ADN. Si tu no quieres animarme en mi intento porque estás celosa o cualquier otra cosa, al menos no me desanimes, o ya no sabré lo que me digo.
—Te has hecho comprender m. bien, Edward.
—OK. Perdona mis modales. He tenido un día infernal, y el trabajo aún no ha terminado.
—Vendremos contigo —dijo M'bantu.
—Gracias, no. Más de uno lo único que conseguirán será hacerse ver por un heli de vigilancia. Iré solo. Esperadme todos aquí. Probablemente os necesite para el servicio de mensajes. Volveré en una hora.
Tomé un pogo hasta el borde del terreno del cementerio, y mientras descendía un heli zumbo sobre mi barriendo los alrededores con su haz luminoso. La luz se posó unos instantes sobre mí y luego se retiró. Yo no tenía la menor idea de cuando volvería la patrulla. Dependía de cuántos terrenos privados tuviera que vigilar.
Era una noche oscura. Una noche oscura y tenebrosa, no por el miedo a los muertos sino por la revulsión que provoca todo lo que vive para la podredumbre y la descomposición.
Uno podía captar el olor de la descomposición a medida que se acercaba: amoniaco, nitratos; potasa, fosfatos, carroña pudriéndose. La muerte no podía ser malgastada en nuestros días, todo producto final de la vida se convertía en abono.
El Arrivederci ocupaba unas dos hectáreas —las fosas de abono públicas ocupaban diez veces este espacio— y utilizaba los cimientos de hormigón del viejo Waldorf West Hotel, que había sido demolido hacía una cuarentena de años para dejar paso a un complejo de oficinas que jamás llegó a ser construido. Los dos mil expropiados intentaron un proceso basándose en el derecho de permanencia y bloquearon todo el asunto. El asunto aún no había pasado a los tribunales, y la mayor parte de los componentes de las partes en litigio se habian convertido ellos también en abono. El progreso.
Los cimientos se parecían a un laberinto geométrico: compartimentos de las más variadas formas, cuadrados, rectangulares, algunos pentagonales o romboides, según las necesidades diseñadas por los arquitectos originales. Eran paredes de hormigón de dos metros de altura y uno de grosor, cuya plana parte superior formaba un paso ideal para los obreros y los cortejos fúnebres. Cada vez se veían men6s de estos últimos. Uno va a la fosa de abono una vez y no más, y las noticias corren. Los cadáveres son echados en ellas junto con otros detritus de origen orgánico y químico, y las pilas son aplanadas en su parte superior para recoger el agua de la lluvia. Tras un tiempo los extremos de los huesos empiezan indefectiblemente a apuntar por entre la masa.
Los huesos son el principal engorro cuando llega el momento de vaciar una fosa y sacar el abono ya madurado. Para ellos hay un tamiz enorme hecho con mallas de acero e instalado sobre cuatro pilares en la zona de carga. Su misión consiste en cribar la masa de materias en descomposición, y el montón de huesos y cráneos que retiene a cada cargamento forman una auténtica danse macabre. Pude ver todo aquello el día que acompañé el cuerpo de Chca-5 hasta la fosa para asegurarme de que iba a ser tratada respetuosamente.
Era una noche oscura. Una noche oscura y seca… hacia más de una semana que no había llovido… y me asusté ante los "fuegos fatuos", como se les llama, que ascendían de algunas de las fosas. Son generados por el intenso calor de la fermentación, y las llamas adoptan diversos colores a causa de los productos químicos. Podía ver perfectamente a la luz de esos fuegos fatuos, y no necesité para nada la linterna que habia traído conmigo.
Avancé por la cima de las paredes entre las fosas de abono, en dirección a la pequeña fosa donde recordaba que habia sido depositada Chca. Las miasmas me sofocaban. La fosa estaba oscura, no habia fuegos, así que encendí la linterna. Tan sólo había una capa plana de paja un metro por debajo de mí. Dominé mis nervios y descendí. La paja era esponjosa.
El calor era intenso. Si no me apresuraba, corría el riesgo de perder el conocimiento y asarme. Aparté la capa de paja, encontré una capa de cal triturada, metí las manos en ella y tirando extraje un cuerpo hinchado, carcomido, delicuescente. No era Chca. Era un hombre. Vomité.
Seguramente lo han metido después que Chca. He de echarlo a un lado. Echalo a un lado, Guig. Sé un mensch y échalo a un lado.
Me di ánimos a mi mismo y usé un pie para hacerlo rodar a un lado, y se deshizo por las articulaciones, dejando escapar un gas gangrenoso. Di una gran arcada de bilis. Debajo del cuerpo había un coagulón de sangre seca, y bajo este otro cuerpo adulto, grande, en el último estado de descomposición. Sólo unos pocos fragmentos de piel y pegotes de pelo adheridos a un desarticulado esqueleto.
Si Chca está ahí debajo, se ha ido para no volver. Definitivamente, Guig. Sin esperanzas.
No cuentes con ello, me dijeron…
Vomité de nuevo, sin que nada saliera ya de mi estómago.
Una voz chirrió en espang:
—Tipo doan yep ahí down.
Y otra:
—¿Nadie tell'm us leave nada?
Dirigí hacia ellos el haz de mi linterna. Tres figuras grotescas brillando contra la negrura del cielo. Ladrones de tumbas, resplandeciendo con joyas robadas.
—¿You got una sindicato carda, tipo? —dijo el tercero.
Se dejaron caer en la fosa. Todos ellos iban armados con gruesos fémures, y pensé que muy pronto yo iba a reunirme con el resto del abono, vivo o muerto. No tenía ningún arma, de modo que retrocedí ante su avance, buscando frenéticamente algún objeto de valor que pudiera lanzarles. Mantuve la luz enfocada directamente a sus ojos, pero se limitaron a parpadear mientras blandían sus fémures. M. pronto estaremos de nuevo juntos, Chca.
Mí búsqueda debía haber introducido el aire suficiente en la masa de abono como para iniciar una combustión. Una llamarada surgió de pronto de la cavidad y abarcó toda la fosa. Los tres imbéciles escalaron a toda prisa una de las paredes, con las ropas ardiendo.
Yo escalé a toda prisa la pared contraria, con las ropas ardiendo. Mientras ellos rodaban por el suelo para apagar sus prendas, yo eché a correr y salí de El Arrivederci como si me persiguiera el diablo. Sólo cuando estuve fuera me palmeé concienzudamente todo el cuerpo y las pocas ropas que me quedaban.
No tuve necesidad de hablar cuando me reuní con el Grupo en la xipi. Supieron inmediatamente. Nadie hizo ninguna pregunta, ni siquiera acerca de cómo me había puesto en aquel estado: las ropas casi totalmente quemadas, el pelo casi totalmente quemado, apestando horriblemente a abono. Se levantaron suavemente, echaron una última mirada al Jefe, que acababa de ser limpiado, y susurraron su simpatía a Natoma.
Luego se fueron para regresar a sus propios estilos de vida. ¿Por qué habían susurrado?
Aquello no era un funeral; sólo un aplazamiento en la vida de Sequoia. Pero me pasé de listo. Mi propio aplazamiento iba a llegar también dentro de poco.
—Te ayudaré a bañarte y a cambiarte —me sonrió Natoma—. Tengo dos bebés entre manos.
—Gracias. Este es un bebé m. m. m. cansado.
—Y entonces te irás a dormir.
—No me atrevo, amor. Si me voy a dormir ahora, me voy a pasar una semana durmiendo.
Y primero tenemos que llevar a nuestro hermano a su casa.
—Esto no es razonable, Edward. Estás queriendo hacer demasiado.
—Lo sé, tienes razón. Yo… Tenias razón con respecto a Chca. Debería haberte escuchado.
—No sabes hasta qué punto tengo razón —dijo ella, con un tono curioso. Pero estaba tan cansado que no le presté atención.
—Bueno, déjame desembarazarme de todo esto, y luego volveremos a estar solos los dos.
Completamente solos. No sabes cómo te he echado de menos.
Natoma lanzó un grito. Los tres crionautas acababan de entrar en la xipi, silenciosamente, acarreando un pesado paquete envuelto en plástico. Los lobos no habían rechistado: probablemente M'bantu se los había llevado consigo. Desorbité los ojos. Los crionautas seguían estando tan ciegos como siempre, pero se movían con gran seguridad. ¿La nueva conexión con la computadora, quizá?
—¿Esta es la hermana? ¿Tu esposa? —parecían darse cuenta de todo.
—S.
—No debe tener miedo. Dile quienes somos.
—Ya se lo he dicho.
—¿Y también confía en nosotros?
—Ustedes han salvado a mi hermano —dijo Natoma.
—Y él nos salvó a nosotros.
—Entonces debo… No. Entonces debo confiar.
—Es una gran mujer, Curzon, y valerosa. Sabemos cuánto impresiona a la gente nuestra apariencia. Ahora tendréis que iros, todos tres. Necesitamos hacer una hoguera tras esta tienda, y vosotros no debéis ver nada.
—¿Es el Rajá esto?
—Sí. Su carroña no es buena para el abono, sólo para ser quemada.
—¿Pero por qué aquí?
—Vamos a vivir aquí. Lo hemos heredado todo de Sequoia; también su hogar. ¿Con el permiso de su hermana?
—Lo tienen —dijo Natoma.
—Entonces marchaos, por favor. Tenemos mucho que hacer aquí, lo primero de todo dirigir a la Extro. Para ello necesitamos soledad.
—¿Soledad? ¿No vais a trabajar en el complejo?
—N. es necesario. Podemos controlar a la Extro en nuestra longitud de onda desde cualquier lugar. La hemos programado para que responda a nuestra valencia electrónica.
—¡Dios mío! Vais a convertiros en el propio Dios.
—No. Dios no es ni un hombre ni una mujer.
—Entonces, ¿quién es Dios?
—Dios es un Amigo.
Fue malditamente difícil para el señor y la señora Edward Curzon meter a su hermano en otro pogo, y peor fue aún hacerle tomar el linear hasta el Erie y sacarlo de él. Los shoshoni eran quienes estaban de guardia en la puerta oeste, y nos echaron una mano sin hacer preguntas, por lo cual les anoté un punto a su favor. Tomamos un hover hasta la choza de mármol, metimos a Sequoia dentro, y lo acostamos en un sofá. Se orinó en el sofá. Mamá lo miró atentamente y luego empezó a sollozar en cherokee. Los chicos corrieron al interior, con los ojos saltándoseles. Mamá les ladró una orden; echaron a correr afuera, y a los pocos momentos entraba el Sachem. Miró.
—Es todo tuyo —le dije a Natoma—. Explícaselo. Dales todos los detalles que sean capaces de comprender. No creo que haga falta que les digas que es un Homol. Sería demasiado.
Salí, dirigiéndome hasta la pared donde Sequoia y yo nos habíamos sentado juntos hacia tanto tiempo, y dejé que el sol de la mañana me calentara un poco. Tras un par de horas Natoma salió, miró a su alrededor, me vio, vino, y se sentó a mi lado. Parecía decepcionada y deprimida. No dije nada.
Finalmente dijo:
—Se lo he explicado.
—Sabía que lo harías bien. ¿Qué les has dicho?
—Que tú y mi hermano habíais realizado unas investigaciones científicas con una computadora, y que él había sufrido un accidente.
—No deja de ser verdad. ¿Y cómo se lo han tomado?
—No muy bien.
—No se lo reprocho. Su espléndido y brillante hijo. Espero que vivan lo suficiente como para verlo de nuevo tal como era antes.
—Mi padre dice que esto no hubiera ocurrido nunca si no te hubiera conocido.
—Nunca sospeché que las cosas ocurrieran así. ¿Cómo podría haberlo sabido?
—Mi padre dice que tú le has quitado su hijo.
Suspiré.
—Mi padre dice que tú debes reemplazarlo.
—¿Qué?
—Que tienes que convertirte en su hijo.
—¿Cómo?
—Aquí.
—¿En la reserva?
—Sí. Aquí. En el Erie. Nunca deberás abandonarlo.
—¡Dio!
—Y Sequoia será tu hijo. Deberás criarlo y educarlo hasta que vuelva a ser lo que era antes.
—Pero esto me va a llevar años de mi vida.
—Sí.
—Es un infierno de sacrificio.
—Sí, pero ¿has pensado en el mío?
—¿El tuyo?
—Tendré que convertirme de nuevo en una squaw.
—No para mí. Nunca.
—Pero sí para el Erie.
—Querida, amor, tu hermano está en buenas manos. Podemos irnos ahora mismo: al Brasil, a Ceres, al Corredor, a Mexas. a Africa. Tenemos todo el sistema solar ante nosotros, y tú no has visto más que una parte pequeñísima de él. ¿Sí?
—No, Edward. Debo quedarme y ayudar, pero sí quieres tú puedes irte.
—¿Dejándote? Nunca.
—Entonces, ¿te quedarás y harás lo que dice papá?
—Sí, maldita sea, sí. Me quedaré, y tú sabías que esto iba a pasar. ¿Por que entonces todos esos cautelosos rodeos?
Ella se contempló los desnudos dedos de sus pies.
—Te amo por un millar de razones. Pero principalmente porque nunca me has defraudado. Y nunca lo harás.
—Nunca.
—Ahora voy a decirte algo que prometí no decir nunca. Es tu recompensa.
—No necesito recompensas por hacer lo que debo hacer.
—Sabía que nunca encontrarías el cuerpo de Chca.
—Y tenías razón.
—Porque sabía que ya no estaba allí.
Necesité un largo momento, y al final no acabé de captar el significado.
—No te entiendo.
—Tras su muerte, y cuando estabas sufriendo tanto, Jonás te llevó afuera para consolarte.
—Lo recuerdo.
—Borgia y yo fuimos al abono. Yo quería que Chca fuera enterrada en una tumba privada, sabía que tu lo querrías. Pero Borgia dijo que no, y habló algo acerca de renacer.
—¿Qué? ¿El clonaje ADN?
—S. Dijo que habíamos llegado a tiempo, y se llevó a Chca. Le costó una enorme suma el hacerlo.
—Y tú nunca me lo dijiste.
—Borgia me dijo que había tenido suerte con Boris, pero que la operación era tan incierta que no quería darte falsas esperanzas. Así que me hizo prometer que no te diría nada. Por otro lado, tampoco pude comprender enteramente lo que me decía. Por aquel entonces mi XX° no era m. bueno.
Mi corazón empezó a bombear fuertemente.
—¿Y luego?
—Me dijo que me tendría al corriente de sus progresos.
—¿Y?
—Todavía no me ha dicho nada.
—Entonces hay esperanzas. ¡Gran Dios! Yo… no puedo expresarte hasta qué punto te estoy agra… Y yo acusándote estúpidamente de celos.
—Te lo perdono si tú me perdonas.
—Nada de tratos. Sólo nosotros dos, juntos, para siempre.
—No siempre —dijo ella solemnemente— Yo me haré vieja y moriré, por supuesto, mientras tú sigues viviendo. Esto es lo que mas duele. Esto debió torturar a la pobre Chca, que ni siquiera… Pero yo sé que tú estarás conmigo hasta el final. Si no, ¿quién se va a hacer cargo de ti?
—No tenemos que pensar en esto durante largo tiempo.
—Probablemente tú sentirás deseos de irte.
—Probablemente, pero no lo haré.
—Todos creerán que soy tu madre.
—O una vieja dama rica con la que me he casado por su dinero.
Se echó a reír.
—¿Por qué no has elegido a una de las damas eternas?
—Supongo que es porque prefiero a los seres humanos. El Grupo no es realmente tan humano, ya sabes.
—Tú si lo eres.
—Tenemos un largo tiempo ante nosotros en el Erie… Espero que nos tomaremos algunas vacaciones de tanto en tanto, y veremos el sistema solar… así que quizá cambies de idea respecto a eso.
Sonrió.
—Voy a decírselo a mi padre. Nos encontraremos en el árbol dentro de una hora.
—¿Por qué no ahora?
—Tengo que ayudar a mamá a bañar y ponerle los pañales a tu hijo.
Y aquí estoy yo, aquí en el Erie, hijo del Poderoso Sachem, príncipe de la adormidera, destilador de aguardiente, y es un trabajo condenadamente duro. Me han rebautizado con el nombre de Aguila Blanca. Estoy estudiando el cherokee, la síntesis de la Repugnante y las costumbres locales en la universidad. Obedezco. Paso todas las decisiones importantes al Sachem. Me ejercito con los bravos y me someto a sus escarnios. Mi esposa camina tres pasos detrás de mí con su cabeza humildemente bajada. Lo que hace a otras horas es algo que no le interesa a nadie sino tan sólo a mí.
Tengo esta registradora en la que voy grabando mi diario en XX°. Se lo he comunicado a Pepys, y el Grupo me visita ocasionalmente. M'bantu se quedó seis semanas, y para él fue un período glorioso. Hizo amigos por todos lados, y fue adoptado formalmente por el pueblo mandan. Tosca vino y estudió las danzas tribales para su nueva producción de Salomé. Disraeli me trajo mi informe financiero. Aparentemente, los crionautas han obligado a la Extro a tragarse su orgullo y mis negocios vuelven a estar a flote. Pude devolverle al Sachem su préstamo. Queenie vino también, pero los pawnees de la puerta no le dejaron entrar. Se puso lívido.
Creo que empiezo a tener una pequeña reputación en el Erie. El otro día, una delegación de las tribus y pueblos llegó a la choza con un problema de rivalidades internas, y no pararon de dirigirse a mí como "Gran Aguila". La semana próxima estoy de servicio como Jefe en la puerta Oeste para la primera invasión estacional turística. Natoma me ha prometido un trabajo de pintura que los va a llenar de espanto. El Sachem nos ha dado permiso para tomarnos todo el mes de junio, y creo que vamos a ir a la Luna. ¡Dio! Mi hijo está llorando de nuevo. Disculpen.