13

—He reunido a todos los que he podido en tan poco tiempo —dijo Hillel—. Nos encontraremos en Reykjavik. Estaremos fuera de alcance de la red en Islandia.

—¿Crees que la red de Extro haya podido localizamos?

—Hay pocas posibilidades. He utilizado tan sólo dinero liquido, nada de TC. Además, era el tuyo.

—¿El mío?

—El de Capo Rip. La señora Curzon me lo entregó.

—¿Cuánto?

—Aproximadamente un millón y medio. Tengo las cuentas y el saldo a tu disposición.

—¿A quién has contactado del Grupo?

—A M'bantu, Tosca, Domino, Ampersand, Queenie, Herb Wells y el Sinnombre.

—¡Oh, Dios! No esa nulidad.

—Luego tú, por supuesto, yo, y nuestro anfitrión, Erik el Rojo.

—S. Erik controla la mayor parte de Groenlandia y Finlandia. Posee toda la energía de los géisers y probablemente la mitad de las fuentes cálidas de aquel inhóspito país.

—¿Y Poulos?

—El Griego no vendrá.

—¿Asuntos más importantes?

—No.

—¿Te ha sido imposible contactarlo?

—No.

—Eso no parece propio de ti, Hilly.

—Nadie podrá contactarlo nunca más.

—¿Qué?

—Está muerto.

—¿Qué? Oh, no. No Poulos…

—Un cris malayo clavado en el corazón.

Me quedé helado. Finalmente pude balbucear:

—Yo… No. No el Sindicato. No. No es posible. Es tan brillante… tan cuidadoso… tan prudente…

—No lo bastante para el Rajá.

—¿Dónde…?

—En Calcuta. La semana pasada.

—Déjame un momento, Hilly…

—Todo el tiempo que necesites.

Cuando volví del puente, me mojé la boca y el rostro. Rabia recuperado de nuevo el control.

—Has dicho un cris malayo. ¿Cómo lo sabes?

—Todavía estaba clavado en su corazón.

—¿Pero malayo?

—Un asesino a sueldo. Esos tipos retorcidos se estrangulan el miembro hasta que su agonía se hace insoportable, y entonces parten a su sagrada misión. La polizei local dice que todo fue planeado como un raid de comando, con soporte en la retaguardia, flancos guardados y línea de retirada. Dios sabe cuantos tipos de esos de primera clase tiene el Rajá en su nómina. El Griego debió haber hallado su rastro, y no tuvo ni una sola oportunidad.

—Si el Rajá es capaz de liquidar al Griego…

—Estamos todos muertos. ¿Cómo te sientes ahora? No hace falta que me lo digas: yo me sentí exactamente igual en Calcuta. ¿Eres capaz de darme ahora tus noticias?

—Lo intentaré —dije, haciendo un esfuerzo.

—Buen chico. Adelante. El gescheft es el gescheft. Los negocios son los negocios. Y ésta es nuestra única salvación.

—Tienes r., como siempre. No había nada que arreglar con Nat. Está de acuerdo en que detengamos a su hermano y lo salvemos al mismo tiempo. Ella tan sólo no quería que lo liquidáramos. Viene conmigo a Reykjavik. —Hacía daño el decirlo.

—Muy bien. ¿Y?

—Lanza Larga volvió a la gran canoa anteayer. Nada que informar. Sequoia sigue ocupándose de la educación de sus bebés.

—Estupendo. Podemos ir usando transportes con toda seguridad mientras él esté aislado de la Extro. El problema es que no sabremos cuándo volverá de nuevo a la superficie, así que hay que moverse rápidos. ¿Dónde están los bravos?

—Hilly era tremendamente eficaz. Eso ayudaba.

—Nat los ha enviado al Erie.

—Gung. Adelante hacia Islandia.

—¿Y la gran canoa?

—¡Gottenu! ¿Qué podemos hacer con ella? La abandonaremos. Quizá dé comienzo a un nuevo mar de los Sargazos en el lago Mitch. Ahora a Reykjavik.

La residencia de Erik en Islandia era un gigantesco y cálido invernadero poblado con exóticas plantas tropicales. Los huéspedes del Grupo estaban ya todos allá cuando llegamos. Todos ellos convenientemente caracterizados, y vaya caracterizaciones. Unos pocos toques: aquella mujercita desaliñada que uno no miraría dos veces seguidas era Tosca, la magnifica actriz que entusiasmaba a los media desde hacia generaciones con sus electrificantes interpretaciones. La llameante diva de ajustadas ropas era Queenie en plan travesti. Nunca hemos conseguido persuadirlo de que se hiciera un transex. Dice que prefiere seguir siendo marica. Erik no es pelirrojo, y ni siquiera tiene el pelo rizado. Parecía un Karl Marx en plan bufón.

Hubo numerosas efusiones, por supuesto, y el galante M'bantu ofreció su brazo a Natoma y la escoltó arriba y abajo, haciendo las presentaciones. Estaba particularmente orgulloso de los tremendos progresos de ella con el XX°. Yo empezaba a preguntarme si no tenia que transferir mis aprensiones del griego al zulú. Por supuesto que los dos me daban cien vueltas en clase, pero mirándolo fríamente creo que todos en el Grupo me superaban en clase, con excepción de la nulidad de Sinnombre, que no tenia allí más significación que cualquiera de los tallos de las plantas que nos rodeaban.

—Es Guig quien nos ha convocado —dijo Hilly casualmente—, pero creo que será mejor que antes yo os describa un poco la situación. Todos vosotros recordaréis que cuando os contacté os envié una nota escrita en un papel pidiéndoos que os reunierais rápidamente con Erik para un asunto urgente. Os recomendaba que no hablarais de ello con nadie, y que pagarais vuestros transportes con dinero en efectivo en lugar de usar las TC a fin de no dejar huellas. No he utilizado ni perlas auriculares ni cassettes por el mismo motivo.

Todo el planeta está atiborrado con la red electrónica de escucha más condenadamente depravada que puede concebirse, como resultado del reclutamiento por parte de Guig de nuestro último y más brillante miembro del Grupo. Más adelante puede llegar a ser nuestro máximo orgullo, pero por el momento ha creado una crisis que todos vosotros conocéis más o menos. Este es el escenario completo y lo expuso, rápida y concisamente. Luego me pasó la palabra. Era mi turno, y esta es la conferencia, de la que he suprimido los nombres para preservar la seguridad del Grupo.

—En primer lugar debo insistir en lo que os ha dicho el Judío. El renegado es un enemigo salvaje y peligroso. El asesinato de Poulos lo demuestra, y no sabemos quién va a ser la próxima víctima si no lo detenemos.

—¿Estás hablándonos del Rajá?

—No. Yo no estoy tan seguro como Hillel al respecto, debido a que el Rajá no encaja a mi modo de ver con una vendetta de este tipo. ¿Por qué? No puedo razonarlo, pero es así.

Creo que podría ser cualquiera de nosotros, incluso yo mismo. No confiéis en nadie.

Manteneos siempre en guardia.

—¿Crees que puede ser Adivina?

—No es probable. El es tan sólo la consola central humana que hace que todo esto sea posible. El problema es: ¿cómo eliminar esa consola? Cállate, Nat. No sabes a donde quiero ir.

—El veneno queda descartado. Seria unos entremeses para él.

—Al igual que el gas.

—Debe ser una muerte externa.

—Un puñal clavado en el corazón, como Poulos.

—O quemarle.

—Hacerle saltar con una explosión, como en el atentado contra Guig.

—O simplemente rebanarle la cabeza.

—¡Ugh!

—Si, lo sabemos. Estuviste a punto de acompañar a Danton en la carreta.

—A propósito, ¿qué sabemos del doctor Guillotina?

—Murió en su cama, y nadie lo lamentó.

—Si lo que queréis es una muerte limpia y segura, lo único que hay que hacer es enviar al doctor Adivina al espacio.

—¿Y cómo lo mataremos así?

—La exposición a las radiaciones. La malnutrición del vacio. O hacerle estallar debido a su propia presión interna.

—Seamos realistas. ¿Cómo vamos a enviar a un hombre desnudo al espacio? ¿Atándolo a la nariz de un cohete?

—Entonces metámoslo en una cápsula y enviémoslo hacia el sol. Estallará como una burbuja.

—¿Y cómo lo haremos para recuperar los pedazos?

—¿Qué?

—Esta es la cuestión. No podemos permitirnos el perderlo.

—Entonces, ¿por qué estamos hablando de matarlo?

—Para que todos nos enfrentemos con el problema. ¿Cómo podemos matar la consola central sin matar a Adivina? Aqui es donde quena llegar, Nat.

—Te pido perdón, Guig.

—Es un rompecabezas.

—Más bien una paradoja. ¿Cómo matar a un hombre sin matarlo?

—¿Qué hay acerca de un viaje en el tiempo de seis meses hacia atrás, para hacer abortar esta maldita crisis antes de que se inicie?

—No funcionara.

—¿Por qué no, Herb?

—Te convertirías en un fantasma.

—Los fantasmas no existen.

—Ya lo he intentado. No puedo enviar a un hombre hacia atrás dentro de su propio tiempo de vida. El cosmos no tolera dos identidades iguales. Una de ellas se convierte necesariamente en un fantasma.

—¿Cuál de ellas?

—La segunda.

—Así pues posesión es casi espacio-tiempo, y volvemos a estar en donde habíamos comenzado. ¿Cómo abortar el contacto-catalizador sin dañar a Adivina?

—Estás errando el blanco, Guig.

—¿S.? ¿Pq.?

—No se trata de matar a la consola central. Matemos a la computadora.

—¡C.! ¡M.! ¡C.! Es algo tan obvio que ni siquiera se me había ocurrido.

—Estás demasiado cerca de todo ello. Es por ello por lo que nos necesitas.

—Pero debo plantear algunas reservas. La simbiosis Adivina-Extro es única. Convendría explorarla.

—Esperar es demasiado peligroso. La situación es critica. ¡Gottenu! Puedo sentir el aliento del Rajá en mi nuca.

—Si la simbiosis es destruida, puede que nunca vuelva a producirse nada similar.

—Hay que sacrificarse si queremos sobrevivir.

—Si matamos a la Extro, ¿tenemos alguna garantía de que esto detenga al renegado?

—Lo hará. Quizá no del todo, pero si en una amplia medida.

—¿Cómo has llegado a esta conclusión?

—Ha esperado para iniciar su guerra a que la conexión Adivina-Extro se hubiera establecido. Así cuando la destruyamos, volverá a verse reducido a la impotencia; seguirá siendo peligroso, pero manejable.

—El Grupo siempre ha odiado el matar.

—N. el matar a los renegados. Es como un perro rabioso.

—S. Lo único que desearía saber es el por qué: esto haría el problema más fácil de resolver. Veamos ahora la siguiente cuestión: ¿Cómo llegar hasta la Extro?

—¿Te ocuparás tú personalmente de ello?

—Debo hacerlo. Es un asunto personal. ¿Cómo matar a la Extro?

—Fuego. Explosión. Fusión. Corte de energía. Etcétera.

—¿Sin que ella sepa que se está preparando un ataque contra su entidad?

—¿Estás seguro de que está en situación de saberlo?

—Esa maldita usurpadora con su condenada red sabe todo lo que hacemos, conoce todos nuestros movimientos.

—Sólo a condición de que Adivina esté en contacto para hacer posible el circuito.

—¿Tenemos alguna garantía de que permanecerá enterrado en las minas de sal?

—N. Podríamos intentar secuestrar a Adivina.

—¿Cómo, sin que la Extro lo sepa? En el momento en que llevemos a Adivina a la superficie esa espía de red será activada, y todos nosotros sabemos condenadamente bien que un Homol no puede mantenerse inconsciente mediante drogas.

—Estás yendo demasiado aprisa, Guig. Deja que las cosas vayan un poco por si mismas.

—No puedo. Cuando pienso en Chca-5 y en Poulos, la masacre de Efímeros, la… No, debo mantenerme tranquilo. Volvamos al asunto. Calma. La Extro sabe todo lo que hacemos y quizá también todo lo que pensamos. ¿Cómo podríamos hacer para engañarla?

—Hic-Haec-Hoc —dijo el Sinnombre.

Mi mandíbula colgó. ¿Aquello? ¿Viniendo del señor Nulidad? Incluso él me superaba en clase.

—No puede pensar. No puede hablar. Es un vacío absoluto.

—Pero obedece a los signos. Gracias, Sinnombre. Gracias a todos. Si Sam Pepys puede ser localizado y puede decirme dónde puedo encontrar a Hic, me reuniré con él y lo intentaremos.

Pero de todos modos primero intenté el salto en el tiempo, y H. G. Wells tenia razón: me convertí en un fantasma, invisible e inaudible. Peor que eso, parecía una proyección visiofónica de dos dimensiones. Me escurría. Me escurría por las paredes y por los suelos y por la gente, y empezaba a sentir lástima por los fantasmas. Herb y yo hablamos elegido cuidadosamente el lugar y el momento donde iba a ser lanzado: me materialicé en el JPL y me escurrí hasta el laboratorio de astroquím. en el preciso momento en que la afligida masa de accionistas salía en tropel y se abría paso a través mío. Alucinante.

Cuando me escurrí al interior, Edison estaba gritando histéricamente:

—Esa maldita idiota de chica te ha traído ácido nítrico fumante. Fumante. Y los vapores han convertido a esta habitación en un enorme baño de ácido nítrico. Todo está siendo roído.

—¿Has visto cómo lo hacía? ¿Has visto la etiqueta? ¿Por qué no la has detenido? —el Jefe sonaba furioso.

—No, no y no. Simplemente lo he deducido. No es una Emergente, tan sólo una Resultante.

—¡Buen Dios! ¡Buen Dios! Lo he arruinado todo con los accionistas de la U-Con.

Repentinamente, algo encajó en mí cerebro y él-yo lanzó un aullido. No me gustó su aspecto, pero supongo que a nadie le gusta su propio aspecto.

—¿Qué ocurre, Guig? —dijo el Grupo al unísono—. ¿Te encuentras mal?

—¡No, malditos imbéciles, y es precisamente por esto por lo que aúllo! ¡He aquí el triunfo del Gran Guignol! ¿No comprendéis? ¿Por qué no se ha dado cuenta de que era ácido nítrico fumante? ¿Por qué los vapores no lo han asfixiado? ¿Por qué no lo han roído hasta los huesos? ¿Por qué no se ha visto obligado a huir con Chca y todos los demás? ¡Reflexionad mientras saboreo mi triunfo!

Tras un largo momento, el Sindicato Griego dijo:

—Nunca tomé en serio tus tentativas, Guig. Te pido disculpas. Había una posibilidad entre un millón, así que espero que me perdones.

—Te perdono. Os perdono a todos. Tenemos ante nosotros a un nuevo Hombre Molecular. Tenemos un magnifico y hermoso Homol recién estrenado. ¿Comprendes, Uncas?

—No comprendo una palabra de lo que estáis hablando.

—Aspira una buena bocanada de ácido nítrico. Date este gusto. Puedes hacer lo que quieras para celebrarlo, ya que nada, pero absolutamente nada de lo que comas, bebas o respires podrá terminar contigo. Bienvenido al Grupo.

Y mientras todos abandonábamos el laboratorio de astroquím. y nos reuníamos con los tosientes accionistas, desapareció, pero esta vez mi pseudo-yo lo siguió a través del iris de una puerta y de una rampa inclinada que conducía al exterior. Yo gritaba y me desgañitaba, pero el fantasma susurraba con voz cavernosa:

—Jefe, soy yo, Guig. ¡Espera! ¡Escúchame! Estás en peligro. ¿Me escuchas?

No me escuchaba, ni me veía, ni me sentía; sólo prosiguió su escapada de cara de póquer.

Fue una de las más frustrantes y exasperantes experiencias que he tenido en mi vida, y me sentí aliviado cuando la mantis de Herbie Wells tiró de mí y me regresó. Herb vio mi expresión y se encogió filosóficamente de hombros.

—Te dije cómo te sentirías —comentó.

Así pues, Natoma y yo nos pusimos en lista de espera para el cohete a Saturno VI. conocido también con el nombre de la luna Titán. En lista de espera, ya que se trataba de viajar bajo mano. Nos sometimos sin protestar al registro en busca de materiales inflamables. Titán posee una atmósfera de metano, tóxica y explosiva cuando es picada con flúor. El metano es conocido también como gas de las marismas, y es producido por la descomposición de la materia orgánica.

Las gentes que no viajan creen que todos los satélites son parecidos: rocosos, arenosos, volcánicos. Titán es una masa de materia orgánica congelada, y los cosmólogos siguen aún discutiendo sobre ella. ¿Era el sol más caliente? ¿Era Titán un planeta interior (es mayor que la Luna terrestre) que fue arrancado por Júpiter y entregado a portes pagados a Saturno? ¿Fue sembrada por cosmonautas venidos del espacio profundo que abandonaron nuestro sistema solar hace incontables siglos?

Natoma iba conmigo no porque la necesitara con Hic-Haec-Hoc, sino porque no se llega a Saturno en una semana sino más bien en un mes, y todo tiene un límite. La espera no fue demasiado aburrida. Para distraernos teníamos la emisión de Ice-O-Rama, el pingüino sitcom. Zitzcom acababa precisamente de descubrir que su hija, Ritzcom, había aceptado la invitación de Witzcom de pasar la noche con él en un iceberg. Las complicaciones resultaban hilarantes. La noche antártica dura tres meses, y Zitzcom ignora que es la hermana gemela de Ritzcom, Titzcom, la que ha aceptado la invitación en un arrebato, debido a que su amor, Fitzcom, no la ha invitado al slide-in pingüinístico. Oh, la gente se desternillaba.

Había avisado a Nat de que Titán era una luna minera (la capa orgánica es cortada y expedida en enormes bloques congelados), pero ella no lo entendió realmente hasta que subimos a bordo del cargo y nos indicaron cuál era nuestra cabina privada para dos. Esto era el bajo mano. No pasajeros, no tripulación, tan sólo los oficiales de puente, y sin duda un par de ellos habían aceptado largarse con viento fresco a cambio de una sustancial compensación. El cargo hedía. El estiércol que transportaba a la vuelta lo impregnaba con su permanente aroma de tumba.

De todos modos, yo era lo bastante listo como para ir preparado: un cesto de mimbre con alimentos seleccionados para varios meses, ropa de recambio y mantas. Un cargo a Saturno no es un cohete de lujo, y aunque exista un capitán, no hay nada parecido a la mesa del capitán, un steward, comidas formales. Cada uno va a su aire, y cuando siente hambre o sed se va al congelador y toma lo que encuentra. Uno se conforma y sobrevive con el mínimo, lo cual es otra de las razones que hacen que Titán siga siendo una luna minera.

Permanecíamos casi constantemente en nuestra pequeña cabina, hablando, hablando, hablando. Había tantas cosas que decirse. Natoma intentó animarme un poco respecto a Poulos y su triste fin. Luego quiso saber todo lo que yo pudiera decirle de los clones del ACN. Le dije todo lo que pude acerca de los clones del ADN, que no era mucho, pero la técnica aún está dando sus primeros pasos. Cuando insistió en saber por qué sufría yo aquellas profundas depresiones y qué era la gran L., tuve que decírselo todo acerca del Lépcer.

—No quiero que nunca, nunca, nunca, corras otro riesgo físico —dijo severamente.

—¿Ni siquiera por ti?

—Sobre todo nunca por mí. Tu no atraparás la gran L esta vez. Lo sé porque poseo la segunda visión, todas las mujeres Adivina la tienen, pero si corres otro riesgo de nuevo te asaré a fuego lento, y entonces lamentarás no haber atrapado la gran L.

—Sí, madam —dije sumisamente—. Pero la explosión del linear no fue culpa mía, ya sabes.

Ella dijo una palabra en cherokee que probablemente hubiera escandalizado a su hermano.

Nat estaba haciendo también progresos, practicando la lectura en XX°.

—Titán es el mayor de los satélites de Saturno —me informó—. Está a un millón doscientos mil kilómetros de Saturno. Su período sideral es… No entiendo qué quiere decir esto.

—El tiempo que tarda en dar una vuelta a su alrededor.

—Es de quince coma nueve cuatro cinco días. La inclinación de su órbita con respecto al plano de los anillos (he tenido que mirar estas palabras) es de veinte apóstrofe. Su…

—No, querida. Esto es un símbolo astronómico que significa minutos. En el espacio muchas cosas se miden en grados, minutos y segundos. Un grado es un cero pequeñito.

Un minuto es un apóstrofe, y un segundo es unas comillas.

—Gracias. Su diámetro es de cinco mil setecientos kilómetros, y fue descubierto por… por… no sé como se pronuncia ese nombre. No está en el diccionario.

—Déjame ver. Oh. No mucha gente puede. Huyghens. Se pronuncia Higenz. Fue un gran científico holandés de hace mucho tiempo. Gracias, amor. Ahora ya lo sé todo sobre Titán.

Ella quiso hacerme algunas preguntas, pero le prometí que la llevaría a lo que en otro tiempo había sido Holanda y le enseñaría todo lo que quedaba de ella, incluido el lugar donde había nacido Higenz, si es que aún existía. Saturno era cada vez más grande, más impresionante. Nat había conseguido con su encanto ser admitida en el puente de mando, y se pasaba horas contemplando el frío, estriado, manchado disco rodeado por los dos anillos inclinados y por diez ceros pequeñitos.

Ya sólo quedaban dos de los anillos. Pese a las violentas protestas de los ecólogos y cosmólogos, la Better Building Conglomerate había conseguido el permiso de utilizar el tercer anillo para fabricar con él una especie de aglomerado para la construcción. Había crisis de alojamientos, y la B.B.C. pagaba unos impuestos enormes. Un enfurecido astrónomo había sido incluso eutanasiado por asar al presidente del consejo de administración.

Si creen ustedes que la inspección en nuestro embarque fue severa, tendrían que ver la que sufrimos a la llegada. Mientras descendíamos por el largo túnel hasta Mina City, fuimos escudriñados una y otra vez en busca de combustibles, metales ferrosos, cualquier cosa capaz de producir una chispa o una llama. Titán vivía constantemente al borde de la catástrofe. Una sola chispa en el exterior, y la atmósfera de metano convertiría a la luna en una nova.

La ciudad era horripilante. Así había nacido: los prospectores habían explotado al principio el congelado abono hasta una profundidad de quince metros. Cuando hubieron alcanzado una superficie de tres kilómetros cuadrados, el cráter fue techado con plástico por la O.R.G.A.S.M. (The Organic Systems and Manure Company, Ltd.) Fueron trazadas estrechas calles siguiendo un diseño rectilíneo, fueron construidas casas, y ahí estaba la ciudad minera en la explosiva luna minera. Siempre estaba oscuro: el sol no era más que una brillante luz de arco, pero se recibía un agradable resplandor térmico por parte de Mamá Saturno. Todo era tremendamente húmedo, lo cual eliminaba el riesgo de chispas electrostáticas, y hedia infernalmente a halógenos, a metano y a mierda.

Por supuesto no había ningún hotel, pero al menos había una residencia para los visitantes y clientes distinguidos. Fui directamente a ella, con mi bluff a punto:

—Soy Edward Curzon, de I.G. Farben, y no puedo comprender por qué no han recibido ustedes mi mensaje desde Ceres. Por favor, contacten al Director Poulos Poulos y verifíquenlo.

Distribuí propinas principescas, y puse en práctica lo que había necesitado años para aprender: actué tranquilamente, como si no dudara en ningún momento que mis órdenes iban a ser obedecidas. Y fueron obedecidas.

Encontré fácilmente a Hic al cuarto día. Llevaba conmigo un detector de influjos nerviosos, y todo lo que tenía que hacer era sobrevolar a los mineros en cada sector —se suponía que estaba interesado en las técnicas de producción, ¿comprenden?— y efectuar una lectura. Al cuarto día, la aguja dio un salto y seguí la dirección que señalaba a lo largo de unos dieciséis kilómetros, hasta llegar ante una choza hecha de abono y bastante parecida a las casas de barro que construían en América los pioneros del siglo diecinueve. Toda ella brillaba con los cristales de amoniaco, que estaban presentes por todos lados en Titán.

Había fisuras y espectaculares cráteres de meteoritos sobre la capa de hielo, y el magma volcánico hervía ("hervia" en sentido relativo: la temperatura media de Titán es menos ciento treinta ceritos Celsius), formando pozos de metano líquido. Saturno estaba amaneciendo dramáticamente tras la cabaña, y Hic-Haec-Hoc estaba acuclillado en su interior, como un predador espiando su presa.

Sé cuál es la impresión popular. Dile "Neanderthal" a cualquiera, e instantáneamente evocará la imagen de un hombre de las cavernas armado con una maza y arrastrando a una mujer por los cabellos. Bueno, los neanderthalianos no podían sujetar o arrastrar gran cosa: sus pulgares eran difícilmente oponibles. Eran incapaces de hablar debido a la inadecuada musculatura de su boca y garganta. Los antropólogos aún siguen discutiendo acerca de si ha sido la palabra y la oponibilidad del dedo pulgar los que han producido al Homo Sapiens. De acuerdo, el Homo Neanderthalensis poseía una capacidad craneana equivalente; pero no la había desarrollado. Si alguno de ustedes sabe leer XX°, busque en una enciclopedia el apartado Homo Neanderthalensis y tendrá una ligera idea de cómo se veía Hic: un boxeador sonado. Pero fuerte. Y como la mayoría de los animales, viviendo una vida de constante terror.

Me quité el casco, pero no sé si me reconoció o se acordó de mi. Como dice Sinnombre, no puede pensar; pero entendió mis gruñidos y mis signos. Además, había tenido la precaución de llenarme uno de los bolsillos con dulces, y cada vez que él abría la boca le metía uno, con gran deleite por su parte. Este es el método que usaban antiguamente los rusos con sus osos domesticados.

Fue una sesión infernal. Podría hacerles un diagrama de los signos, pero seguramente ustedes no los entenderían. Podría traducirles los gruñidos en símbolos fonéticos, pero no creo que les sirviera de mucho. Sin embargo, Hic comprendía. Es cierto que no puede pensar, pero únicamente en términos de memoria y secuencias racionales. Puede absorber y comprender una idea cada vez. Cuánto tiempo permanece en su interior depende del momento en que sea desposeída por el terror existencial. Los dulces ayudaban.

Tras haber hecho signos, gruñidos, amenazado y endulzado hasta conseguir su obediencia, el trabajo infernal fue meter a Hic en el traje térmico de repuesto que había llevado conmigo: no iba a pasearse en pelotas en medio del metano. La gente se haría preguntas.

Finalmente conseguí empaquetarlo convenientemente, y volvimos con nuestro paso gracioso a Mina City, el Coloso del Estiércol, la Madre del Metano, la Hija de la Destrucción, con el doble anillado Saturno a nuestras espaldas. Maldito Sequoia, tenía razón acerca de su podrida humanidad. ¿Cómo puede uno luchar con un tipo con el que en el fondo estás de acuerdo?

Tras una cuidadosa inspección, Natoma dijo:

—Hay que afeitarlo de arriba a abajo. Lo regresaremos como un hermanito tonto. —Luego me miró perpleja—. Guig, ¿cómo infiernos logró llegar hasta aquí?

—Probablemente como polizón. Un Homol puede aguantar durante meses el más extremado frío, y come cualquier cosa que caiga en sus manos.

Entre signos y dulces, nos las apañamos para bañar y afeitar a Hic-Haec-Hoc. Natoma lo decoró con graffiti para ponerlo a la moda. A Hic le gustaba Nat, y se sentía confortable junto a ella. Pienso que nunca debió tener una madre. Por otro lado también le gustó su baño. Estoy seguro de que tampoco había conocido nunca ninguno.

Durante nuestro viaje de regreso durmió en el suelo de nuestra cabina. Sólo tuvimos un problema: no le gustaba nada de la comida de nuestra cesta, y el olor constante del estiércol lo volvía loco de hambre. Pero era imposible obtener ni una pizca para él, se hallaba todo encerrado y sellado en las bodegas frigoríficas, de modo que empezó a devorar las cosas más lunáticas: nuestras ropas de repuesto, los extintores, nuestro equipaje, libros, cartas de juego. Tuvimos que vigilarle constantemente (entre otras cosas mi propio reloj cayó entre sus fauces), o de lo contrario, si le hubiéramos dejado, creo que hubiera sido capaz de roer el casco de la nave.

Estaba habituado a la atmósfera de metano de Titán, de modo que no le gustaba el aire del cohete. Natoma lo arregló rociándole regularmente insecticida en las narices con un spray. Era como un niño difícil, pero era tan brutalmente fuerte que había que ir con cuidado con él. Pero Natoma lo llevaba maravillosamente. Imagino que sus experiencias con los guerreros del Erie la habían convertido en una experta.

Cuando iniciamos nuestra aproximación a la Tierra, Natoma dio un cóctel de despedida y agradecimiento para los oficiales del puente. Usó para ello el resto de nuestras provisiones, e incluso calentó algunas de ellas, un tremendo lujo. ¿Cómo diablos se las apañó en un cohete donde no había el menor sistema de ignición?, se preguntarán ustedes. Lo hizo al estilo de sus antepasados, haciendo girar un palo frotándolo contra un arco atado con una cuerda, hasta que se produjo una chispa. Unos copos de plástico sirvieron de estopa, y trozos de plástico arramblados de aquí y de allá de combustible, todo ello metido dentro de un recipiente de aluminio. No es tonta. Los oficiales se mostraron encantados, y su agradecimiento fue tanto que propusieron y todos ellos aceptaron preparar un plan para ayudarnos a salir del espaciopuerto sin problemas a causa del pasaporte que el idiota de mi "hermano" se había olvidado en Titán (Y sin despertar la atención de la red de la Extro, de la cual, por supuesto, no habían oído hablar nunca). Así podríamos volver tranquilamente a nuestra casa.

Y, cuando nos posamos, descubrimos que llevábamos un polizón con nosotros.