10

Fue entonces cuando se produjo la inesperada aparición de Hillel el Judío: saturnal, sefárdicamente blanco y negro, y dos veces mas astuto que el resto del mundo reunido.

Cuando Natoma y yo salimos de la aduana en el Corredor Nordeste (Brasil no tiene franquicia con Mexifornia, no me pregunte por qué), allá estaba, en medio de los porteadores mechos. Respondió a una señal que yo no había hecho, se abrió camino hasta nosotros, tomó nuestras maletas, y nos empujó hacia un pogo. Cuando iba a saludarle agitó la cabeza. Nos hizo sentar y murmuro:

—Propina.

Propineé. Gruñó su disgusto y desapareció. Reapareció con un uniforme de conductor de pogo y nos preguntó en un dudoso spang dónde diablos queríamos ir. Cuando se lo dije empezó a discutir pidiendo un suplemento de tarifa, Nunca me habian timado así en mi vida, y la temperamental Natoma estaba ya a punto de estrangularlo.

—Tranquila —le dije—. Esto es típico del Corredor. Es casi una costumbre.

Hilly me pasó una nota. Lei:

Prudencia. Somos vigilados. Os contactaré pronto. Se la mostré a Natoma. Sus ojos se agrandaron, pero asintió en silencio.

Llegamos al hotel en tres saltos, y aquel maldito Hillel empezó a discutir otra vez por la propina. El portero nos rescató y nos escoltó a través de las barreras de seguridad, perseguidos por los aullidos indignados del Hebe. Estaba maravilloso en su papel. La furia crónica está de moda ahora en el Corredor.

Tomamos una suite con agua corriente, caliente y fría, una extravagancia que diluyó inmediatamente el aire de superioridad del portero. El Corredor sufre una perpetua carestía de agua. La mayor parte de ella hay que comprarla en el mercado negro, y no hace falta decir que hay que pagar un ojo de la cara por ella. En el Corredor no le digas nunca a una chica que suba a tu casa a admirar tus aguafuertes: mejor invítala a tomar una ducha.

Así que tomamos una ducha, lo cual me dio la deliciosa impresión de ser un viejo verde, y mientras nos estábamos secando llegó el botones del piso llevando un par de fundas de escopeta de cuero.

—Los fusiles que ha pedido, señor —dijo, en un afectado euro de hotel—. Cañones superpuestos. Calibre.410. Tamaño de señora para modom. Una caja de cartuchos en cada funda.

Empecé a decir que no. Luego me di cuenta de que era de nuevo el Judío y callé.

—Mañana, al salir el sol, en el Páramo. A las cinco treinta ack emma —prosiguió suavemente Hillel—. El club ha aceptado soltar veinte pollos. Muy generoso por su parte. Si me permite usted una sugerencia, señor Curzon, creo que debería corresponder usted con una muestra de su generosidad.

—¡Pollos! —exclamé, incrédulo—. ¿Ni urogallos, ni faisanes, ni perdices?

—Imposible, señor. Esas especies están extintas en el Corredor. Se podrían importar de Australasia, pero llevaría semanas. De todos modos, los pollos han sido criados en la astucia y en la rapidez de reflejos. Estoy seguro de que usted y modom pasarán una estupenda mañana deportiva.

En el Páramo, mientras aguardábamos la llegada del alba y de los pájaros, un oficial de seguridad de tiro se acercó a nosotros. Llevaba un brillante chaleco de protección, y creí que iba a pedimos nuestros permisos. Luego vi que era de nuevo Hillel.

—¡Gottenu! —gruñó, sentándose en el cemento. Aquel lugar era llamado "el Páramo" tan sólo por cortesía. Hacía siglos había sido un aeropuerto para jets: kilómetros cuadrados de cemento que ahora eran propiedad del club de tiro—. He tenido que venir andando. Siéntese a mi lado, señora Curzon. De otro modo, si Guig nos presenta, tendré que levantarme, y no sé si voy a conseguirlo.

—¡Andando! —exclamé—. ¿Por qué?

—Para no correr riesgos. La red Extro es condenadamente eficaz, y por eso nos hallamos ahora aquí, donde no puede alcanzarnos. Buenos días, señora Curzon. Me llaman Hillel el Judío.

—¿Qué significa Judío? —preguntó Natoma, curiosa.

El Hebe cloqueó.

—Si tan sólo esta pregunta hubiera sido hecha hace cinco siglos, qué diferencia hubiera podido crear para el Pueblo Elegido. Es una antigua raza y cultura que precedió al cristianismo, señora Curzon.

—¿Qué significa cristianismo?

—Me gusta esa chica —dijo Hilly—. Tiene exactamente las lagunas correctas en su educación. Pájaro a las diez, Guig.

Tiré, y fallé a propósito. Odio matar a las criaturas.

—Parece ser usted todo el mundo en cualquier lugar —dijo Natoma—. ¿Qué es exactamente lo que hace?

—Es un inductor profesional —dije.

—No conozco esa palabra, Glig.

—La he inventado especialmente para Hillel. Es un genio de la inducción. Eso quiere decir que es capaz de observar y evaluar por separado hechos aparentemente desprovistos de toda correlación, y extraer conclusiones de conjunto que hubieran escapado a cualquier otro.

—Eres demasiado complicado para ella, Guig. Digámoslo de este modo, señora Curzon.

Veo lo mismo que ve todo el mundo, pero pienso lo que no todo el mundo piensa. Pájaro a las dos, volando rápidamente. Intenta resignarte y matar unos cuantos, Guig, aunque sea tan sólo para cubrir las apariencias.

—¿Se dan cuenta? Sabia que yo estaba fallando a propósito. Qué agudeza.

—Creo entender —dijo Natoma—. Mi esposo me contó que es usted el hombre más astuto del mundo.

—¿Cuándo dijo eso? —chilló el Hebe salvajemente—. Les advertí que tuvieran cuidado.

—No lo dijo, señor Hillel. Escribió una nota. Durante todo el tiempo hemos estado hablando a través de notas.

—Gracias a Dios —Hilly parecía aliviado—. Por un momento he creído que había andado todos esos kilómetros para nada.

—¿Pero es realmente la inducción una profesión, señor Hillel? ¿Cómo?

—Te daré un ejemplo, Nat —dije—. Estaba en una ocasión en una galería de pintura en Viena, donde se hallaba expuesto un Claude Monet. Algo en aquella pintura le pareció extraño al Judío.

—Terminaba bruscamente en todos los extremos —explicó Hilly—. Una mala composición.

—Entonces recordó otro Monet que había visto en Texas. Mentalmente los situó juntos.

Ambos ajustaban perfectamente.

—Sigo sin comprender —dijo Natoma.

—Es una práctica fraudulenta común en algunos marchantes de cuadros el tomar un cuadro grande firmado por un pintor cotizado y dividirlo en varios trozos para venderlos como obras separadas.

—Eso no es honesto.

—Pero es muy lucrativo. Bueno, a partir de ahí, Hilly se dedicó a la caza del tesoro: localizó y compró el resto de los fragmentos, y restauró el Monet auténtico.

—¿Con resultados también lucrativos?

El Hebe sonrió.

—S., pero ese no era el auténtico motivo. Hay casos en los que no puedo resistir el desafío. Nunca he podido.

—Y por eso precisamente estás ahora aquí, Hilly —dije.

—Así es, querida. El es tan astuto como pretende que lo soy yo. Quizá incluso más.

—Pero demasiado alocado.

—Eso es lo que he notado a lo largo de los años. Se niega a decidirse a nada en particular; prefiere tontear. ¡Gottenu! Si tan sólo quisiera ser lo serio que requiere la vida de tanto en tanto, qué extraordinario hombre tendríamos entre nosotros.

Aquello no me gustó, y tomé venganza en un pollo que llegaba por las ocho en punto.

—Dame el arma —dijo Hilly. Dio cuenta de cuatro pollos en rápida sucesión—. Esto impedirá que la Extro se haga preguntas.

Y ahora hablemos de negocios.

—Antes dime cómo estás al corriente del asunto —pedí.

—La inducción sirve para algo. Estaba en la G. M. City, tras las huellas de un Edsel antiguo, cuando recibí un mensaje de Volk, ya sabes que tiene una tienda de ejemplares raros de filatelia y numismática en Nueva Orleans, pidiéndome que acudiera. Había localizado una serie de seis sellos de un centavo de la Guayana Británica de 1856. Todos unidos aún entre sí. Sin matasellar.

—No sabia que ya existieran sellos en aquella época.

—No había muchos, y es por eso por lo que un Guayana de 1856 es algo que no tiene precio. Unos cien mil fácilmente. Así que una serie de seis todavía unidos y sin matasellar… bueno, casi tanto como vales tú.

—¿Qué? Los coleccionistas están locos.

—OK. Entré inmediatamente en sospechas y pedí confirmación del mensaje. Radex lo confirmó. Pedí ampliación de detalles a Volk. Ninguna respuesta. Pedí al radex confirmación de que mi mensaje había sido entregado. Confirmado. Así que volé a Orleans y fui a ver a Volk. Negó haberme enviado nada, y así supe que estaba tras las huellas de algo importante.

—¿Por qué sospechaste al principio, Hilly?

—En aquellos tiempos primitivos se grababan e imprimían sellos en planchas de dieciséis, cuatro por lado. Una serie de seis era ip. fac. falsa.

—¡Dios mío! A eso se le llama perspicacia.

—A mi regreso a la G. M. pensé que tal vez otro coleccionista estuviera intentando apartarme de la pista del Edsel. Entonces el radex me envió sus disculpas, junto con el reembolso de los gastos. Un error en la transmisión. Había que leer dieciséis timbres de 1856, no seis. Entonces mi sangre empezó a hervir.

—¿Por qué?

—Volk y yo habíamos tenido precisamente esta conversación, en su taller, solos. No había nadie allí, y sin embargo fuimos oídos.

—Volk está conectado.

—Sin duda, pero ¿por qué demonios la polizei se preocuparía por unos sellos raros?

—El precio.

—Nunca fue mencionado.

—Hum.

—Había alguien o algo más que nos había espiado, y que estaba intentando cubrir un fallo. Hubo una tercera tentativa de apartarme de la G. M., pero no voy a entrar en detalles. Era un desafío al que no me podía resistir. Hice lo que el cosaco no consiguió hacer… encontré a los del Grupo, todos ellos dispersados mediante falsos mensajes.

—¿Por qué?

—Luego. También descubrí lo de la red de la Extro, lo del doctor Adivina, y toda esa maldita conspiración de lunáticos.

—¿Lo sabe el Grupo?

—Más o menos. La mayor parte de los datos los obtuvo de Poulos.

—¿Dónde está? ¿Dispersado también?

—No, intentando descubrir al renegado. Si, el Griego me lo contó todo, y estoy de acuerdo con sus suposiciones. Es un revoltijo peligroso. Crucial. El o ella debe ser destruido antes de que el Grupo sea destruido. Ninguno de nosotros solo es de talla suficiente para enfrentársele, y creo que ésta es la razón por la que ha intentado dispersar al Grupo… para tenernos a todos uno por uno.

—¿Tienes alguna idea de quién pueda ser?

—Ni un indicio. Hay entre nosotros una proporción apreciable de miembros putrefactos.

Puedes elegir el que más te guste.

—Tan sólo una cosa. ¿Has dicho que la Extro puede cometer errores?

—Creía que habías superado la admiración ciega hacia las computadoras, Guig. Si, pueden cometer errores, como puede cometerlos el colaborador de la Extro, el doctor Adivina.

Incluso entre ellos pueden cometer errores, y es gracias a eso que vamos a hallar a Adivina y a sus tres fenómenos. ¿Qué piensas de ello, Guig? ¿Crees que están equipados al mismo tiempo de una rajita y de un pirulito? ¿Las dos cosas a la vez?

—No lo sé, Hilly, y no pienso ir a comprobarlo. Todo esto me produce repeluznos.

—Cuando localicemos a Adivina sabremos a qué atenernos. Ahora, vamos a lanzar un ataque desde tres puntos. Adivina y la cápsula han de estar escondidos en algún lugar de la Tierra.

—O quizá en órbita.

—Ninguna posibilidad.

—Explícate.

—El hizo salir la cápsula de la U-Con tras matar a tu chica. Houdini y Valentine se largaron. Tú estabas en estado de shock. La cápsula se fue para arriba, y nadie volvió a tener noticias de ella.

—¿Se puso en órbita?

—¿Cómo? Necesitaba un vehículo cohete para ello, y no lo tenía. La cápsula debió subir tan arriba como se lo permitió su sistema de repulsión, y entonces planeó.

—¿Acaso volvió a caer? —preguntó Natoma.

—Tenía chorros de propulsión para mantener su altitud en el espacio. Evidentemente eran suficientes para mantener la cápsula en el aire y llevarla hasta cualquier lugar que deseara Adivina. Pero tan sólo hasta un lugar de la Tierra. Ahora veamos nuestros tres puntos.

Señora Curzon, usted preguntará acerca de su famoso y distinguido hermano por todos lados. Lo adora, y está preocupada por su desaparición.

—Lo estoy, señor Hillel.

—La creo, y todo el mundo la creerá también. Hágase pesada. Consiga que la gente le huya como de una plaga. Envíe constantemente mensajes a Guig informando de sus progresos.

—Pero ¿y si no hay progresos?

—Entonces utilice su imaginación. Nosotros también podemos enviar falsos mensajes.

Cualquier cosa que usted haga llegará hasta su hermano a través de la red. Quizás esto lo anime a ponerse en evidencia para tranquilizarla.

—Entiendo. Espero que funcione.

—Guig, tu papel es más técnico. ¿Cuánto combustible había en la cápsula? ¿Hasta dónde podía llevarla? Necesitamos…

—Los depósitos estaban llenos de helio a presión.

—Hum. De todos modos, será mejor que lo calcules. Luego busca indicios que señalen la presencia de OVNIS: una cápsula espacial es un espectáculo poco habitual aquí en la Tierra. El doctor Adivina necesitará energía para mantener la presión y la refrigeración de la cápsula. Sí se pone a cubierto, las placas solares no podrán cargar las baterías. Busca la fuente de cualquier demanda no habitual de energía. Y otra cosa. ¿Qué ocurrirá silos crionautas no se desarrollan más allá de la infancia? Una mente infantil en un cuerpo de adulto.

—¡Dios mío! Nunca pensé en eso.

—Nadie pensó en eso.

—Boris —observó Natoma— nos dijo que él renació con todas sus aptitudes gracias a los clones del ACN.

—Los clones de ADN, querida.

—Oh, gracias, Glíg.

—No es lo mismo, señora Curzon —dijo Hilly—. Adivina tendrá que entrenarlos y educarlos, empezando por enseñarles a hablar. Así que habrá que investigar a todos los proveedores de material pedagógico especializado para niños retrasados o autísticos. Y las direcciones de todos los que hayan pasado pedido durante este último mes. Va a ser pesado, ya lo sé.

Me alcé de hombros.

—¿Y el tercer punto?

—Para mi. Lo más duro de todo. ¿Por qué hubo tres tentativas separadas de hacerme salir de la G. M.?

—Pero el renegado y la Extro dispersaron a todo el Grupo.

—Exacto. Tienen miedo de nosotros. Pero hubieran podido sacarme fácilmente de la G. M. poniéndome sobre la pista del Edsel. ¿Por qué no lo hicieron? Tal vez el coche no exista.

Es una posibilidad. Quizá cometieron un error en su evaluación de mi carácter. Es otra posibilidad. Pero creo que debe haber una tercera posibilidad.

—¿Cuál es?

—No tengo la menor idea. Ni siquiera estoy seguro de que exista.

—¿Cuál es tu opinión, Hilly? ¿Es Adivina un monstruo?

—N. N. N. La Extro y el renegado son los monstruos. Desgraciadamente, debemos contraatacarles a través de Adivina, que es tan sólo un chico travieso.

—¡Un chico travieso!

—Lo repito, un chico travieso. Se ha visto enfrentado a sensacionales descubrimientos, y está tan borracho como un adolescente enamorado de su primera chica. No puedo recriminarle por ello. Es algo tan poco corriente que cualquier persona se intoxicaría igual.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—Desintoxicarlo. En el fondo es un buen muchacho; un problema por el momento, pero no una fuente de peligro más tarde. Hemos de concentrarnos en la auténtica amenaza: la Extro y el renegado.

—¿Crees que ellos también están íntimamente unidos?

—¿Chi sa? Ahora debemos separarnos y dedicarnos cada uno a nuestro trabajo, por separado. Ya basta de jugar a los papás y a las mamás, Guig. Lo siento, pero ya no estáis en vuestra luna de miel. Recordad, debéis telexearos y radexearos constantemente el uno al otro, pero no debéis creer ningún mensaje que recibáis. Ignoradlos.

—Pero si…

—No hay peros. Has dicho a Boris que se trataba de una persecución clandestina. Es cierto. Mentíos mutuamente. Inventad. Exagerad. Esto pondrá en crisis a la red intentando descubrir si estáis usando algún tipo de código, que ella no puede identificar. Y recordad que ella también fabricará falsos mensajes, así que no creáis nada y proseguid vuestra tarea. Los tres actuaremos separadamente. ¿Comprendido?

—S., señor.

—Guig. Dadme media hora de ventaja. Encantado de conocerla, señora Curzon. No olvides de recoger tus pollos, Guig.

—No olvide que Sequoia es mi hermano —dijo Natoma.

El Judío se giró y sonrió.

—Ni, lo que es más importante aún, que forma parte del Grupo, señora Curzon, y que siempre tenemos una atención especial hacia nuestros meshugenehs. Pregunte a su marido lo que tuvimos que pasar con el ladrador de Kafka —y desapareció. Rápido y eficaz.

—¿Kafka? —preguntó Natoma—. ¿Ladrador?

—Creía que era una colonia de focas. ¿No será este cemento demasiado duro para tu espalda, cariño?

—Si, pero no para la tuya.

Así que dimos a Hillel su media hora, y al irnos no olvidé mis pollos.

LEMURIDO DE METRO Y MEDIO DESCUBIERTO EN MADAGASCAR.

FOSIL VIVIENTE. NOTIFICA URGENTEMENTE A TU HERMANO.

SEQUOIA VISTO EN THETIS.

TELFORD DICE QUE TU HERMANO ESTA TRABAIANDO EN UNA CURA CONTRA EL ASMA

DE LOS SALTAMONTES.

¿PUEDES CONFIRMAR? TIENE EL PREMIO NOBEL ASEGURADO SI CONSIGUE DESCUBRIR

SALTAMONTES ASMATICOS.

N. PUEDO CONFIRMAR. HE OIDO QUE SE HA INICIADO EN EL CULTO INCA EN MEXICO.

G. ESTOY EN TINKER TOY. TU HERMANO ESTA CERCA. PERO LOS FONDOS DE HIELO

HACEN DIFICIL LA BUSQUEDA.

URGENTE. VEN INMEDIATAMENTE A GARBO. ACABO DE PARTIRME LA CADERA.

LO SIENTO. NUNCA ME HA GUSTADO TU CADERA.

SIGO MI BUSQUEDA DE ADIVINA EN SAN MIGUEL ALLERGY.

PIDO RESPETUOSAMENTE EL DIVORCIO.

EXIJO PROCESO POR EL CRIMEN DE FLEBOTOMIA COMETIDO CON TU HERMANO.

¿CÓMO TE HAS PARTIDO LA CADERA EN GARBO?

N. GARBO. ESTOY EN DIETRICH.

MI CADERA ESTA INTACTA.

TU HERMANO DICE QUE LA CAPSULA ESTA ESCONDIDA A SALVO;

PERO NO DICE DONDE. ¿LO SABES TU?

ESTOY ENAMORADA DE ECZEMA DIABOLICO.

PIDO RESPETUOSAMENTE EL DIVORCIO O TU SUICIDIO.

MI HERMANO NO ME HA DICHO NADA.

URGENTE. INFORMA A SEQUOIA DE UN NUEVO FOSIL VIVIENTE DESCUBIERTO EN

CANASKA.

UN DINAHSHORE. GERMAFRODITA.

EDISON DICE QUE TU HERMANO Y LA CAPSULA ESTAN EN ORBITA.

DICE QUE SEQUOIA TIENE EL ASPECTO DE UN MONO MUY BRONCEADO.

N. CREO A EDISON.

SEQUOIA NO ESTA EN MEJICO.

¿QUÉ ESTAS HACIENDO TU EN PANDG?

DEBES HABERTE EQUIVOCADO EN LA TRANSMISION.

URGENTE. NECESITO ME ENVIES FONDOS.

HE RECIBIDO FACTURA DE TRAZADORES ASOCIADOS POR 1110110011

MILLAS EXTRAS RECORRIDAS EN PERSECUCION DE TUS MENSAJES.

IMPOS. 1110110011 MILLAS ES LA DISTANCIA DE AQUÍ AL SOL; IDA Y VUELTA

¿ES ALLA DONDE SE ENCUENTRA AHORA TU HERMANO?

RECTIFICO. N. MILLAS. KILOMETROS.

REPITO: SIGUE SIENDO LA DISTANCIA AL SOL.

¿ESTA TU HERMANO EN ORBITA CON LA CAPSULA?

RECTIFICO: HE UTILIZADO SISTEMA BINARIO EN LUGAR DEL DECIMAL.

EN REALIDAD SON 947 MILLAS.

S., SEQUOIA Y LA CAPSULA ESTAN EN ORBITA

El Judío tenia razón, como siempre. Estábamos consiguiendo que la red Extro se volviera loca: transmisiones distorsionadas, falsos mensajes, correcciones estúpidas. Mientras tanto, yo iba siguiendo el camino que me había trazado. La cápsula estaba llena de combustible, lo suficiente para ir tan lejos como Houston, Memphis, Duluth, Toronto. No valía la pena trazar mapas. También había docenas de informes de OVNIS en Nevahado, Utoming, Iowaska e Indinois. También en Hawai. Otro fracaso.

Tampoco tuve éxito en el campo energético. Tras media docena de consultas con las compañías descubrí que no tomaban ya en cuenta las fugas de energía. Les resultaba más barato aplicarlas a la cuenta de gastos generales y subir proporcionalmente las tarifas en el siguiente ejercicio. ¡Ah, pero con los Utiles de Enseñanza Autísticos! Allí estaba la buena pista. Un diluvio de pedidos de métodos acelerados había llovido sobre varias sucursales, provenientes todos ellos de algo que se autotitulaba la Neo-Escuela. Los pedidos provenían de una oficina central radicada en Tchícago, que lo único que sabía era dónde debía enviarlas. Había muchas posibilidades de que se tratara de Hiawatha y sus tres bebés maquisbianos. Tenía que ir a meter un poco las narices en Tchícago.

Pero entretanto pareció que yo también estaba siendo perseguido. Primero empezó como algo pequeño. Recibí la visita de representantes de terrenos privados de abono. Me trajeron pasteles de boda rodeados de horribles luces de neón. Recibí contra reembolso trajes, alfombras, dormitorios, alcoholes, ácidos, cinturones para contener la hernia.

Médicos especialistas en acupuntura a los que no conocía me pasaron sus facturas. Recibí confirmaciones de vuelos a Venus, Marte, Júpiter y los satélites de Saturno, todos ellos en clase de lujo, por supuesto.

Luego la cosa se agravó. Añadan ustedes a la adoración del hombre hacia las computadoras la revolución de las máquinas electrónicas, y tendrán un cuadro espantoso.

No hay nada que esas malditas máquinas no puedan hacer cuando los humanos inclinan sus cabezas y dan su infalibilidad por supuesta. Al menos, los druidas adoraban a los árboles, que son sensibles y razonables. Uno no puede corromper a un árbol.

Seis acusaciones por asesinato fueron lanzadas contra mí por la máquina del Provocador General. Seguidas por el anuncio de mi suicidio a través de la cadena interplanetaria de la Solar Press. Luego mi pasaporte y mis tarjetas de crédito fueron canceladas como falsificadas tras una revisión de rutina de la computadora. Me convertí en un apátrida.

Mis siete bancos y casas de corretaje me informaron secamente que mis cuentas señalaban un gran descubierto. No podían ofrecerme más facilidades. Estaba en quiebra.

Luego mi antiguo hogar —ahora del Jefe— ardió hasta los cimientos. Había tomado la precaución de retirar todos los tesoros de la xipi para ponerlos a salvo. Todos fueron destruidos o robados. Pasé toda una noche removiendo las cenizas aún calientes en busca de un fragmento de recuerdo. Los ladrones habían llegado antes que yo y tan sólo me habían dejado sus excrementos y una extraña arma que debían haber olvidado inadvertidamente en su excitación. Era una corta daga con una hoja gruesa y puntiaguda.

La empuñadura eran dos barras paralelas unidas por una pieza transversal. La metí en mi bota. Quizá me ayudara a localizar a los bandidos y recuperar algunos de los objetos robados.

Aquella noche lo hubiera abandonado todo, pero tuve una vivida imagen de las represalias de Hillel y Natoma si lo hacía, y aquello me dio el valor de los cobardes. A la mañana siguiente pagué en especies un billete para el linear de Tchicago. Fui desviado a Cannibal, Mo. Allí fui transferido con los demás pasajeros y con gran cantidad de disculpas a otro linear que iba a Tchicago, y esta vez nos hallamos en Duluth. Nueva transferencia y nueva confusión ("Pero si todo está controlado y pilotado por computadora"), pero esta vez el Guig-ojo-de-buitre fue listo. ¿Así que no querían que fuera a Tchicago? OK. Me cambié al enlace a Buffalo, y llegué a Tchicago sin problemas.

Así me hallé en la otra punta de la reserva del Erie, y esta vez la suerte me acompañó. La puerta estaba custodiada por un equipo de cherokees, entre los que había uno de mis parientes totémicos que me reconoció inmediatamente. Me sonrió, chocó cuatro veces sus nudillos los unos contra los otros, me metió en un heli, y volamos hacia la choza de mármol de los Adivina.

Mi aspecto debía ser horrible. Mamá me miró, se echó a llorar, y me envolvió en sus repliegues. Luego me extrajo de ellos, me desvistió, me bañó, me metió en la cama, y me dio un potaje que llenó de bienestar mi buche. Nunca había tenido una madre como aquélla. La adoraba. Una hora más tarde apareció papá acompañado por un gnomo… todo cabeza, y no el suficiente cuerpo como para ir con ella. Ojos eslavos y altos pómulos. Un personaje surgido de "El Vestíbulo del Rey de la Montaña".

—Like buenas tarthes, man —dijo el gnomo, en un melifluo espang—. ¿How está you?

—Me sentiré mejor hablando XX°. —dije—. ¿Lo habla usted?

—Por supuesto que sí. Soy Larsen, profesor de Lingüística en la universidad. Espero que no esté usted enfermo, señor Curzon.

—Tan sólo cansado, molido, agotado.

—El Sachem pregunta primero por usted, su nuevo hijo. Se lo diré. —Habló a papá en cherokee. Papá asintió con la cabeza y chasqueó la lengua—. Ahora pregunta sobre su otro hijo e hija.

—Los dos están vivos y en buena salud, según mis noticias.

—Esto es ambiguo, señor Curzon.

—No lo dudo, profesor Larsen, pero los hechos son tan complicados que necesitaría todo el resto del día para explicarlos. Dígale tan sólo que ambos están vivos y bien felices.

Tras intercambiar algunos sonidos, el gnomo dijo:

—El Sachem pregunta por qué no están con usted.

—Dígale que precisamente ahora voy a reunirme con ellos.

—¿Es esta una visita de cortesía?

—Si y no.

—Esto es también ambiguo, señor Curzon.

—Forma parte de la complicación general. Necesito un poco de dinero en efectivo.

—Pero usted es considerado como un multimillonario, señor Curzon.

—Y lo soy. Es cosa de las complicaciones que le he dicho.

—Me gustaría oírlas. Nunca me he sentido tan intrigado. Discúlpeme —se giró y cacareó un poco con papá, y luego se giró de nuevo—. El Sachem dice que sí, que por supuesto. ¿Cuánto necesita?

—Cien mil.

Larsen se quedó helado. Papá no. Asintió calmadamente, y también lo adoré. Nunca he tenido un padre como aquél. Salió de la habitación y regresó con diez crujientes fajos de billetes dorados, lo cual revelaba que eran de mil. Los apiló en la mesilla de noche, luego se sentó al borde de la cama y me miró largamente. Puso una mano en mi frente y murmuró.

—El Sachem dice que, pese a su cansancio, el matrimonio con su hija parece favorecerle.

—Por favor, dígale que ella está también más hermosa que nunca.

—Será mejor que no, señor Curzon. En la reserva existe la tradición de que un hombre no debe admirar nunca a su squaw.

—Gracias, profesor Larsen. Dígale que Natoma es una squaw muy trabajadora.

—Creo que le gustará oír esto.

La puerta se abrió de par en par, y la trabajadora squaw penetró en la habitación, con el aspecto de una agitada diosa… si es que las diosas se han vestido alguna vez a la última moda. Se arrojó literalmente sobre mi.

—¿Qué te ocurre, Glig? ¿Estás enfermo? ¿Por qué estás en la cama? ¿Te estoy haciendo daño? ¿Qué haces aquí? ¿Acaso tenías que estar aquí? ¿Sabías que yo venía? ¿Cómo lo sabías? ¿Por qué no me has dicho nada?

Cuando tuve ocasión de meter baza la metí, y así pude preguntarle qué estaba haciendo ella allí.

—Tenía que venir —dijo Natoma—. Tenía que hacerlo para no volverme loca. Necesitaba ver a mi padre, y estoy furiosa.

Estaba muriéndome por saber las noticias que traía, pero no era momento de hablar: la comida estaba a punto. Papá, el profesor, los hermanos pequeños y yo pasamos a la mesa, mientras mamá y Natoma nos servían. Mi incomparable esposa había tenido el encanto de volver a las tradiciones de la reserva. Llevaba ropas de ante, mantenía baja la mirada, e incluso enrojeció cuando los hermanos mayores empezaron a hacer chistes verdes sobre su matrimonio que Larsen se negó a traducirme.

Cuando le hice señas de que saliera para dar un pequeño paseo por el atardecer, asintió con la cabeza pero me hizo señas de que esperara. Tenía que ayudar a mamá con los platos. Cuando finalmente salimos de la choza anduvo humildemente los tres pasos tradicionales tras de mí hasta que estuvimos fuera de la vista de los demás. Entonces se echó a mis brazos y estuvo a punto de tirarme de espaldas.

—Te quiero. ¡Oh, cómo te quiero! Te querría aunque fueras detestable. Tú me has rescatado de todo esto.

—Te habrías rescatado tú misma, Nat.

—¿Cómo hubiera podido? Nunca supe que existiera otro mundo. No, tú me liberaste, y ahora soy una mujer completa.

—Yo también soy un hombre completo. La cosa funciona en los dos sentidos.

Me condujo a su escondite de niña, un gigantesco cedro del Líbano al que se podía trepar, sentarse uno al lado del otro y unir las manos sin atraer cáusticos comentarios de los elementos conservadores del Erie.

—¿Quién empieza, tú o yo? —preguntó.

—Tú.

—El señor Hillel tenía razón. Mí hermano vino a verme.

—¿Dónde os encontrasteis?

—En Boxton.

—Nunca supe que hubieras ido allí.

—Las máquinas nos mantenían separados a propósito.

—Sí. ¿Y? ¿Intentó tranquilizarte?

—No. Me atemorizó. No es tan sólo un chico travieso; es frío, frío, frío. Sin corazón.

—Ah.

—Ya no es mi hermano.

—No ahora, pero volverá a serlo.

—Me dijo que estaba en guerra sin cuartel con la raza humana, que estaba buscando esto desde hacía más de mil años. Muerte y destrucción. Sin piedad. —¡Dio! Ya sabíamos que él y la red no bromeaban.

—Me dijo que volviera a casa y me pusiera a salvo. La red no tiene acceso a la reserva.

Hay otros lugares también. El Sahara y Brasil y… y… lo he olvidado porque no le escuchaba.

—¿Por qué no?

—Perdí el control. Le dije… ¿Por qué estás sonriendo?

—Porque sé lo que pasa cuando pierdes el control.

—Le dije que era un traidor contra mí, contra su familia, contra su pueblo, contra todo su maravilloso mundo que tú me has hecho conocer.

—¡Oh, boy! Debías estar realmente fuera de control.

—Lo estaba. Le dije que yo ya no era una squaw; que tú me habías convertido en una persona pensante, independiente, y que haría todo lo que estuviera en mi mano para detenerle y para castigarle, aunque para ello tuviera que reunir a todas las tribus y todos los pueblos del Erie para lanzarlos tras sus huellas. Tienen contactos con la Mafia Internacional, y no veo que hayan de tener problemas con él y su maldita computadora.

—Muy bien dicho, Nat. ¿Querrán ayudar las tribus y los pueblos?

—Estoy segura. Nos las hemos arreglado sin la electrónica durante generaciones, fuera de los sistemas de seguridad y otros juguetes parecidos, de modo que no nos vamos a dejar imponer por una vulgar computadora. Y además nuestros bravos están muriéndose de ganas por lanzarse de nuevo al combate.

—¿Incluso contra el hijo del Gran Sachem?

—No van a matarlo. Tan sólo lo asarán a fuego lento, al buen estilo iroqués, hasta que recobre su lucidez. Eso bastará para desintoxicarlo.

—¿Le mencionaste a nuestro auténtico enemigo, el renegado?

—No.

—¿Y qué dijo él de todo eso?

—Nada. Tan sólo se dio la vuelta y se fue como uno se levanta y se va de un sillón.

—¿Para ir dónde?

—No me lo dijo.

—¿A la cápsula?

—No lo sé. Se fue, y yo vine aquí.

—Por supuesto. Y vas a quedarte aquí.

—N.

—¿Por qué N.?

—Quiero ir contigo.

—¡Natoma!

—¡Edward!

Discutimos tan duro que estuve a punto de caerme del árbol. Enumeré todos los desastres que había sufrido por culpa de la red de computadoras. Nada. Ni siquiera una lágrima por la destrucción del Sévres. Simplemente adoptó una actitud de profunda determinación. Era tan testaruda como el viejo golfo que era yo, y se hacía lo que ella decía o nada. Así que renuncié. Mí maldita esposa cherokee me había echado encima su sortilegio indio.

Consiguió incluso burlar la red antí-Tchicago. Tomamos el enlace de Buffalo hasta Pittsburgh. Luego, de Pittsburgh a Charleston. Allí pensábamos ir de Charleston a Springfield y allí tomar el hovercraft hasta Tchicago. Pero alguien debió cometer un error en el billete de Natoma. La llamaron a la taquilla de Charleston poco antes de la partida.

Como su espang no era tan bueno como su XX°, la dejé en el enlace y bajé yo para ver qué sucedía.

Discutí y discutí con los cabezas cuadradas de la compañía, y ellos discutieron conmigo: el control del ordenador (infalible), indicaba que el billete no era válido. Aplasté un dorado papel de a mil contra el mostrador y pedí otro billete. Pero rápido, por favor. Fueron rápidos, pero el control automático lo era más, y el enlace alzó el vuelo mientras yo aguardaba. A treinta metros de altura, una explosión lo volatilizó, reventó las paredes de la sala de espera, y me sumergió en el olvido.