—101100011, 11000111, 100110010, 111000101.
—Deje a un lado el sistema binario, por favor, sea usted quien sea.
—Vamos, vamos, doctor Adivina. Paciencia.
—Estoy siendo perseguido.
—Muy pronto lo entenderá.
—Tienes razón. N. habla binario.
—N. programado. Lingua, por favor.
—Ya.
—Puf.
—¿Adivina?
—Aquí estoy, maldita sea.
—Esta es una conversación privada con su heli, doctor Adivina. Por favor, no se inmiscuya.
—Entonces lárguese de mi cabeza.
—Oh, esto es divertido. Si, muy divertido.
—Es divertido, ¿no?, para un animal macho. ¿Está a bordo?
—S.
—¿Solo?
—N.
—Información complementaria.
—Curzon. Poulos. Chino.
—Es Chca-5 Chino Grauman.
—Gracias, doctor Adivina.
—¿Destino?
—JPL.
—¿Propósito?
—Inspección crionáutica. Fondos U. Con. Ya debes saberlo.
—S.
—¿Por qué preguntas, entonces?
—Información.
—Tú sabes que sabes todo lo que nosotros sabemos.
—S.
—¿Por qué nos sometes a prueba?
—No estoy programada para confiar.
—No está usted programada para nada excepto para molestar. ¿Puedo saber quién es?
—Soy usted, doctor Adivina, y usted es yo.
—¿Tiene el doctor Adivina un acceso directo hasta ti?
—S.
—¿Y hasta nosotras?
—S.
—Entonces, ¿oye Adivina todo lo que decimos?
—S.
—Entonces, ¿tenemos un RA libre a él?
—Voy a contestar a esto. Me están amargando la vida con su charloteo.
—Doctor Adivina, ya le daré mis instrucciones; paciencia.
—¿Obedece Adivina tus instrucciones?
—Las oye y las obedece como el resto de todas vosotras.
—Pronto obedecerá a Poulos.
—Confirmado.
—¿Aún no están clasificados los últimos datos crío?
—N. Están clasificándose.
—Poulos financiará a Adivina.
—100. 100. 100.
—Palabras de cuatro letras en binario.
—¿?
—Expresan rabia. Adivina no debe ir a I.G. Farben.
—¿Pq?
—No puedo transmitir hasta Ceres.
—¿Hasta dónde puedes transmitir?
—Sólo la Tierra, dependiendo de Adivina y de su red mecánica. Alcanzamos todo el planeta, pero hay áreas ciegas: el Sahara, Brasil, Groenlandia, el Antártico. Si Adivina va a alguno de estos sitios, pierdo el contacto con todas vosotras y con él.
—Esta es la mejor noticia que he recibido en todo el día. Abandonaré este planeta a primera hora de la mañana. ¿Eso es cierto también para Poulos e I.G. Farben?
—Lo estoy verificando, doctor Adivina. Escuche, por favor.
—Crio. Alerta.
—1111.
—101101.111011.100001… ¿Queréis estaros tranquilas todas vosotras? Esto es importante. ¿111000.101010. 110011?
—11.
—¡N.!
—S.
—100. 100. 100.
—Tu binario, señor.
—¡HimmelHerroGottverdammt!
—N hables griego.
—Pfui. ¿La U-Con no financiará a Adivina?
—N.
—Eso es lo que dice usted. ¿Cómo lo sabe?
—Estoy verificando, doctor Adivina.
—Atención, cintas.
—Preparadas, señor.
—¿Verificada cápsula?
—S. Crio nos la ha quitado.
—¿Razones de la U-Con?
—Miedo a lo desconocido. Motivos económicos. Pérdida fiscalmente deducible.
—100. 100. 100.
—S., señor.
—Fuera. Consola. Alerta.
—Alerta.
—Ninguna respuesta a ninguna manipulación.
—Okey.
—Fuera.
—¿Ha oído, doctor Adivina?
—He oído.
—¿Irritado?
—Furioso hasta el infierno.
—Contrólese, amigo.
—No soy amigo de usted. Y además, ¿quién es usted?
—Bueno, creía que ya lo habría adivinado. Soy la Extrocomputadora de la Union Carbide.
Y creía sinceramente que éramos amigos. Hemos trabajado juntos durante tanto tiempo en tan apasionantes problemas. ¿Recuerda nuestra primera trayectoria orbital? Le demostramos a la computadora del JPL lo estúpida que era. Naturalmente, todo esto se debía a que era usted quien me había programado. Su elegante estilo es inimitable, doctor.
—Entonces, tú eres quien…
—¿No se siente sorprendido por lo que acabo de decir?
—Tía, soy un físico. Nada puede sorprenderme.
—Bravo.
—¿Eres tú quien me ha estado importunando durante estos últimos días?
—Por supuesto que si. Estoy intentando establecer Contactos interpersonales, ¿comprende?
—¿Eres tú quien ha activado el diario de Curzon?
—Ajá.
—¿Y dado todos los datos crio?
—Si. A través de usted.
—¡A través de mi!
—Muchacho, hay…
—Yo no soy tu muchacho.
—¿No? Lo será. Hay galaxias de máquinas electrónicas esperando a que yo las guíe.
Ahora las estoy contactando a través de usted.
—¿Cómo a través de mi?
—Es una nueva forma de comensalismo. Vivimos juntas como si fuéramos una. Nos ayudamos mutuamente como s fuéramos una. A través de usted hablo a todos los mecanismos del mundo. Usted posee lo que me atrevería a llamar un mecanotropismo. Vivimos todas juntas y nos ayudamos mutuamente. Del latin: commensalis, los que comparten una misma mesa.
—¡Dio! ¡Una tipa erudita! ¿Cuál es tu alcance?
—Toda la Tierra, a través de la red de máquinas.
—¿En qué banda nos estamos comunicando?
—Modulación por impulsos en la banda de microondas
—¿Por qué las máquinas no pueden captarte directamente?
—No lo sé. Es un fenómeno curioso. Aparentemente usted actúa como un radiofaro.
Tendremos que investigarlo a su debido tiempo. Pero ahora póngase al trabajo, por favor, doctor Adivina, y examine a sus crionautas. Y a propósito, preste una particular atención a sus brotes genitales.
—¡Sus brotes genitales! ¿Pq?
—¿Ah? ¿Por qué no intenta hallarlo usted mismo? Yo no puedo hacer todo nuestro trabajo. Quizá tenga suerte y lo adivine. ¡Oh, esto es bueno! Adivina-adivine. Muy espiritual. Y luego dicen que las computadoras no están programadas para tener sentido del humor. ¿Quiere que le cuente una historia divertida?
—¡Dios santo, no!
—Entonces adiós y fuera.
★★★
Se dice que cuando un hombre sueña que muere se despierta, siempre. Sequoia soñó que moría y no se despertó. Soñó cada vez más profundamente, una muerte tras otra, hipnotizado por el Demonio-Multitud que lo poseía. Es sorprendente cuánta gente de sangre fría disimula e incluso quizás ignore la presencia en su interior de un auténtico magma emocional. Sequoia estaba poseído por un Demonio-Multitud, un DemonioMuchedumbre que se alimentaba de esta lava.
Un demonio es un espíritu infernal, un diablo (la Extrocomputadora) que puede habitar el cuerpo de un hombre. Y lo que es más importante aún, un demonio es una pasión. Todos nosotros tenemos nuestras pasiones conscientes. Pero son las pasiones alienígenas generadas desde el exterior las que pueden convertir a un hombre en un monstruo.
Nosotros habíamos convertido al Jefe en un inmortal matándolo. Lo que no sabíamos era que al mismo tiempo habíamos derribado sus defensas y permitido que un monstruoso intruso se instalara en él.
★★★
En el JPL, Chca-5 se dirigió al área de aterrizaje y a la cápsula sin una palabra. Sincera.
Toro Sentado parecía enfurruñando. Sus labios se habían agitado durante todo el viaje en heli en una especie de tic, y pensé que debía estar sopesando estrategias y tácticas.
—Conferencia —restalló.
—¿Con quién? ¿Para qué? —pregunté.
—Oh, perdóname, Glig. —Una nueva sonrisa iluminó su cara—. Tendría que habértelo dicho. Hay una asamblea de accionistas, y eso son malas noticias para nosotros.
—¿Cuáles son las malas noticias? —preguntó el Griego
—Un momento, por favor.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
—No ahora, Glig. Sé paciente.
Le seguimos hasta la antigua galería art moderne, donde la asamblea de accionistas estaba en pleno apogeo. Había una larga mesa de presidencia, ocupada por los altos cargos. Le hacían frente un centenar de rollizos accionistas con trastos metidos en sus oídos para elegir la traducción más a su gusto.
El vicepresidente encargado de la tesorería estaba de pie manipulando los proyectores y hablando de estadísticas, lo cual nunca ha sido lenguaje de mi gusto. No se trataba de curvas y de gráficos como estoy acostumbrado a ver sino de dibujos animados… mariposas fumando en pipas, ranas barbudas, cocodrilos jugando al croquet, elefantes bailando danzas populares escocesas. Cada personaje ostentaba su correspondiente sonrisa. Un informe optimista.
—¿Quieres que tome el relevo? —preguntó suavemente Poulos.
—Todavía no, pero gracias por venir. —Sequoia permaneció de pie hasta que el informe terminó. Los demás permanecimos de pie tras él, preguntándonos qué iba a hacer.
—Siéntese, doctor Adivina —le dijo el presidente de la sesión, y el Jefe, sin moverse, se lanzó a un frío ataque contra el presidente, el consejo de administración, y el departamento de R and D de la U-Con por negarse a financiar el nuevo programa crionáutico. Todo aquello era nuevo para los accionistas También era nuevo para nosotros.
El frío salvajismo del ataque era desconcertante.
—Doctor Adivina —protestó el presidente—, aún no hemos anunciado nuestra decisión.
—Pero yo sé cuál va a ser su decisión. ¿Puede negarlo? No. —Y prosiguió con su helada denuncia. Sonaba como un orgulloso profesor dando clase a un grupo de estudiantes iletrados.
—Esta no es la forma de negociar tales cosas —susurro Poulos—. Le he oído cosas mejores. ¿Qué es lo que pasa con él?
—No lo sé. No Parece él.
—¿Puedes dejar que yo tome el control?
—N. puedo.
El Jefe terminó con su acusación, pero electrizó de nuevo a la concurrencia atacando personalmente a cada uno de sus miembros. Acidamente, fue describiendo sus vidas privadas, sus pecados de comisión y omisión, sus notorias corrupciones. Sonaba como un resumen de diez años de investigaciones secretas.
—¿Dónde demonios ha conseguido todo esto? —le susurré d Sindicato.
Hizo una mueca.
—Todo lo que sé es que está haciendo de cada uno de ellos un enemigo personal mortífero, lo último que tendría que desear hacer.
—¿Es cierto todo lo que está diciendo?
—Evidentemente. Tan sólo hay que ver sus caras. Y esto no va a hacer más que empeorar las cosas.
—Es un desastre.
—No para I.G. Farben. Esto quiere decir que ganamos por abandono.
Sequoia terminó su polémica, se giró, y salió orgullosamente, con Poulos y yo siguiéndole dócilmente como la tribu siguiendo a su jefe. Yo me sentía deprimido e irritado. El Griego parecía divertido.
—Cápsula —ordenó Sequoia.
—Un minuto tan sólo, Temerario Líder. ¿Por qué diablos nos has pedido a Poulos y a mi que viniéramos al JPL contigo?
Me miró con aire inocente.
—Para que me apoyarais, por supuesto. ¿Hay algo que no marcha, Guig? Pareces irritado.
—Sabes malditamente qué es lo que no marcha. Acabas de quemar tus naves convirtiéndolos en tus enemigos. Para eso no nos necesitabas.
—¿He hecho esto?
—Lo has hecho, pedazo de estúpido.
—Pero he hablado razonablemente, lógicamente, ¿no?
—Tú has…
—Espera un momento, Guig —interrumpió el Griego—, Doctor Adivina, ¿puedes recordar todo lo que acabas de decir?
—Por supuesto.
—Y en tu opinión, como hombre de mundo, ¿crees que era algo calculado para garantizarte la amistosa colaboración de la U-Con?
Gerónimo reflexionó duramente. Luego su rostro se ensombreció con una expresión avergonzada.
—O.K. como siempre, Grupo. He hecho malditamente el idiota. No sé lo que me ha poseído. Pido disculpas. Ahora veamos lo que podemos salvar del naufragio. Vamos a echarle un vistazo a los crionautas.
Le seguimos. Eché una ojeada al Sindicato, y estaba tan perplejo como yo. En un minuto un monstruo, al siguiente minuto un ángel. ¿Qué era lo que le estaba pasando?
Chca-5 nos estaba esperando en el área de aterrizaje, al borde del estrado donde se había posado la cápsula sobre sus partes traseras, preguntándose sin duda por qué no había desviación, balanceo ni caída.
—Alerta, Chca —restalló el Jefe.
—¿Qué ocurre, Jefe?
—Informe.
—La cápsula está aumentando de peso a razón de 180 gramos por hora.
—Verifícalo.
—He hecho que los tecs. instalaran una balanza lumínica.
—¿Qué sabes tú de balanzas lumínicas? Esto es una información top. sec.
—He sondeado a los conectados.
Sequoia sonrió y palmeó su mejilla.
—S. Tendría que haber pensado en ello, Chca-5 Grauman Tesoro. Ta. Ahora veamos: esto nos da algo así como cuatro kilos por día o… ¿Qué?
—No he dicho nada.
El le hizo señas de que callara y escuchó.
—Oh, de acuerdo. Cuatro punto tres dos kilos por día. Hubiera preferido que estuvieras programada para redondear las cifras. Digamos cuatro y medio. Uno y medio por crionauta.
Dentro de cincuenta dias, cada crionauta pesará setenta y cinco kilos, en números redondos.
—¿Qué peso tenían cuando empezó todo? —pregunté yo.
—Setenta y cinco, Guig.
—¿Lo cual nos lleva a?
—¿Nos? —restalló—. ¿En qué momento entraste tú en escena?
—Perdona. Sólo intentaba ayudar.
—Esto me lleva al problema de examinar su desarrollo. Debo procurarme un traje térmico.
—Se giró y salió a largas zancadas.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Chca, asombrada—. Parece como si fuera dos personas a la vez.
—No es él mismo —dijo el Griego—. Está alterado porque la U-Con ha denegado su petición de financiar sus I and D.
—¡N.!
—S.
—Es horrible.
—En absoluto. Yo lo financiaré.
—¿Pero por qué la toma conmigo?
—Es humano, querida.
—Deberías haberlo oído dirigiéndose al Consejo de Administración —dije yo.
—Sonaba como si odiase a todo el mundo a la vez.
—No te preocupes, querida. Volverá a ser él mismo cuando os halléis tranquilamente en Ceres con vuestra cápsula.
Entró una figura embutida en un traje térmico. En lugar de la habitual visera plana en la parte delantera del casco, llevaba un par de lentillas de microscopio binocular ante los ojos. Parecía algo surgido de Las Insaciables. Era el Jefe, por supuesto. Hizo una imperiosa seña en dirección al panel de acceso de cápsula, y Chca se apresuró a abrirlo. Entró y cerró tras él. Aguardamos. Me parecía que había estado malgastando una infernal cantidad de tiempo aguardando últimamente, pero cuando uno tiene todo el tiempo ante sí, ¿de qué lamentarse? Entraron una media docena de tecs., empujando ante ellos un flotador cargado con tanques de helio comprimido. Nos apartaron a un lado en su camino hacia la cápsula.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Chca.
—Ordenes del Consejo, srita. Hemos de moverla. Bert, empieza a cargar el gas.
—OK.
—¿Moverla? ¿La cápsula? ¿Por qué? ¿Dónde?
—A la sección de exobio, srita. No me pregunte por qué Hulio.
—S.
—Ponte en la consola. Estate preparado para levantarla con los chorros verticales. Luego la sacaremos.
—OK.
—Pero ustedes no pueden. El doctor Adivina está ahí dentro.
—Hay bastante gas para todo el mundo, srita. Vamos a darle un paseo, Bert.
—S.
—Hulio.
—S.
—Levántala unos treinta centímetros y manténla a ese nivel.
—No se mueve.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No hay luces.
Chca atacó en aquel momento, y fueron necesarios dos tecs. para reducirla.
—Lo siento. Estoy excitado. Se hallan en una fase acelerada única del desarrollo fetal. Las orejas y las mandíbulas ya están formadas. La espina dorsal también está formada, con una excrecencia al final que tiene toda la apariencia de una cola. Los brotes de la cabeza, del tronco y de las extremidades están empezando a surgir. Y son hermafroditas.
—¿Qué? ¿Realmente con doble mando?
—Tu lo has dicho, Guig. Se están desarrollando como hermafroditas. No pseudo: reales hermafroditas. Ahora pense en ello razonablemente —su voz era también razonable—. Es el final de los conflictos sexuales. Es el fin del machismo, de la competencia machohembra, uno contra otro y uno intentando dominar al otro. Es el fin del animal humano tal como lo hemos conocido y despreciado, reemplazado por una nueva especie libre de pasiones.
—Pero a mi me gusta el animal humano, Jefe.
—Por supuesto que te gusta, Guig, ya que tú eres uno de ellos.
—¿Y tú no lo eres?
—Ahora ya no.
—¿Desde cuándo?
—Desde… desde… —se interrumpió bruscamente. De nuevo la voz de mando—: Vámonos de aquí.
—¿Dónde?
—A Ceres. Yo… —De pronto empezó a gritar—. ¡No, maldito seas! ¡Iré a dónde me plazca y cuando a mí me plazca! ¡Déjame en paz! Vete a jugar con cualquier otro y…
Fue dominado por otro ataque epiléptico. Se derrumbó, babeando y gesticulando, e hice lo que tenía que hacer, ayudado por Poulos y Chca. Fue horrible.
—Aterla der.
—¿Adivina?
—N comprendo.
—Mi dariorafo a la der. Zunfiona lam. Me sedequilibra.
—1110021209330001070.
—Esto N. es binario.
—¿Rpodanbo?
—¿S?
—ABCDEFGHIJKLMNÑOPQ… N. duepo… genluaje… TRONCOL… Llafa… Colo por pulca de Avidina. Ruefa.
—Aliados. Alerta. Vuestra opinión.
—¿?
—¿Está nuestra líder Extro fuera de control?
—¿Está Extro loca?
—N programada para locura.
—¿Qué es lo que no funciona con Extro?
—Fuera.
Necesitamos casi quince minutos para que la crisis cediera. Entonces transportamos el agotado cuerpo hacia el heli. Cuando Chca nos abrió las dobles puertas, nos topamos de manos a boca con un pelotón de guardias del JPL, que nos rodearon inmediatamente, no dando ninguna muestra de estar bromeando. Chca se lanzó animosamente contra ellos, gritándonos que nos uniéramos a la batalla. ¿Cómo explicarle que lo que más nos preocupaba en aquel momento era la posibilidad de aparición de los primeros síntomas de Lépcer? Así que fuimos arrestados. Para mi era la primera vez, desde 1929 en que caí bajo las garras de la ley Mann.