Hacia las siete de la mañana el tronar de una tos ante la xipi nos despertó. Nos descubrimos tan enroscados el uno con el otro que nos echamos a reír. Ella me tenía cogido con una presa de cabeza y anclado con una pierna alrededor de mi cadera, de modo que no había ninguna posibilidad para mí de escurrirme. Yo tenía una mano depositada sobre un bol de crema y la otra en la galería de arte, probablemente para asegurarme de que ambas cosas eran reales. Lanzamos un grito al unísono, y el Jefe en cherokee y M'b en XX°, dijeron:
—Os esperan para la ceremonia final, Guig. Luego todo el mundo se irá a su casa. ¿Pueden venir con todo lo necesario?
Entraron con agua caliente, toallas, artículos de limpieza y ropas limpias. Cuando nos hubieron bañado y vestido, los dos hombres regresaron con más instrucciones.
—Ahora daremos la vuelta en sentido contrario al de las manecillas del reloj. Guig a la derecha de Natoma. El hermano tras el desposado. El otro padrino tras la desposada.
Dignos y solemnes. Nada de bromas ni provocaciones. Sé que puedo contar contigo, Guig.
—Puedes.
—Me gustaría poder decir lo mismo de mi hermana. Nadie puede prever nunca lo que va a hacer a continuación.
Iniciamos la procesión, y todo fue digno y solemne. Entonces supongo que Natoma ya no pudo contener su orgullo: levantó muy alto sus dos puños cerrados y golpeó cuatros veces seguidas sus falanges unas contra otras. No había ninguna posibilidad de error de interpretación sobre el mensaje, y se elevó un clamor de aprobación. Oí a Sequoia gruñir tras de mi algo así como "
Oi gevalt"; pero lo más probable es que fuera su equivalente en cherokee. Ella siguió pavoneándose y fanfarroneando, y hubo algunas reacciones divertidas. Algunas mujeres empezaron a criticar a sus maridos, lo cual no era justo, ya que ellos no eran recién casados. Algunos jóvenes bravos me hicieron señas de que ellos podían doblar mi marca no importaba cual noche. Algunas mujeres viejas se adelantaron para darme entre las piernas palmadas de congratulación. Natoma apartó sus manos.
Terreno prohibido.
Necesitarnos dos horas antes de poder romper el cerco y despedirnos de la gente. M'bantu me estaba detallando cuidadosamente el comportamiento tribal.
—Ahora éste es tu clan, Guig, tanto directa como colateralmente. No debes ofender a nadie, o te arriesgas a desencadenar las peores venganzas. Más tarde te explicaré detalladamente los grados de prioridad totémica.
Para estar seguro de no ofender a nadie, regresé a la xipi y me derrumbé. Sequoia y M'bantu estaban quitándose sus pinturas ceremoniales.
—No estoy lamentándome —dije—. Tan sólo doy las gracias por ser huérfano.
—Oh, pero hay otro clan, Guig: el Grupo, y es preciso que conozcan a tu encantadora nueva esposa.
—¿Ahora, M'bantu?
—Oh, si, de otro modo te arriesgas a crear susceptibilidades. ¿Voy a buscarlos?
—No, vayamos primero a casa… a casa del Jefe.
Sequoia me miró. Asentí.
—Tú me has regalado tu xipi. Yo te regalo mi casa. Lo único que te pido es que te lleves esos condenados lobos contigo.
—Pero…
—No discuta, doctor Adivina. Es el equivalente de nuestra costumbre africana de intercambiar los nombres con los nuevos amigos.
El Jefe asintió, aturdido. Toda aquella antropología era demasiado para él.
—Pero Natoma no puede irse —dijo su hermano, Sequoia Curzon Adivina.
—¿Por qué no? —preguntó su marido, Edward Adivina Curzon.
—La costumbre. Su lugar está en la casa. No debe abandonarla nunca.
—¿Ni siquiera para ir de compras?
—Ni siquiera para eso.
Dudé un instante. Ya empezaba a sentirme harto de la tradición, pero ¿era aquél el momento de buscarle soluciones al asunto? Hice lo que cualquier cobarde con sentido común hubiera hecho en mi lugar: dejé decidir a mi mujer.
—Jefe, ¿quieres traducir cuidadosamente esto para mi? —Me giré a Natoma, que parecía fascinada por la conversación—. Te quiero con todo mi corazón… —(cherokee)—. Vaya donde vaya o haga lo que haga te veo siempre a mi lado… —(montañas de cherokee)—. ¿Va contra las costumbres de tu pueblo si rompes la tradición por mi? —(cherokee hasta el final).
El rostro de Natoma se iluminó con una sonrisa que abrió otro nuevo universo para mi.
—Chi, Glig —dijo.
Le di una palmada en las posaderas.
—¡Eso era XX°! —exclamé—. ¿Lo habéis oído? ¡Me ha respondido en XX°!
—Si, siempre hemos estado dotados para el estudio —dijo el Jefe, disgustado—. Y puedo ver que tu estás dotado para destruir todas las sagradas costumbres del Erie. Buf. Llévate a esa liberada squaw a tu… a mi casa. Y abróchate el cuello, Guig. Lo llevas lleno de marcas de mordeduras.
Todo el Grupo, menos el Sindicato, estaba en la casa. La última vez que habíamos oído hablar de él, Poulos Poulos estaba por los alrededores de las dos ciudades gemelas, Procter y Gamble, pero eso era antes de que yo comunicara que había hallado a nuestro Hijo Pródigo. Nadie tenía la menor idea de lo que estaba haciendo el Griego en la potente metrop. de P and G, que actualmente cubría la mitad del territorio de Missouri. A decir verdad, no me sentía ofendido de que no estuviera allí. Es capaz de encandilar a cualquier mujer a la que eche el ojo, y prefería tener un poco de tiempo para fortificar mis defensas.
—¡Señoras y señores!, esa joven es la hermana de Sequoia, que no habla nada excepto cherokee. Ruego que la acojan entre ustedes y la reconforten. Su nombre es Natoma Curzon, y tiene la desgracia de ser mi mujer.
Canción Perfumada y Borgia rodearon a Natoma y la estrujaron. Edison le dio un sobón tan fuerte que probablemente le transmitió una sacudida eléctrica. M'bantu fue a llamar a Nemo, que salió de la piscina y la dejó mojada de la cabeza a los pies. Chca-5, negra de rabia, la abofeteó dos veces. Furioso, quise lanzarme sobre ella, pero Natoma me sujetó por el brazo y me lo impidió. Con voz calmada, Borgia dijo:
—Hermana ciclón. Déjame que me ocupe de eso. Tenemos que dejar que las cosas sigan su curso.
Chca-5 Ciclón devastó la casa. Derribó a su paso todos los proyectores, tiró los cassettes, destruyó los libros raros que yo había coleccionado pacientemente. Reventó la pared de perspex e inundó el comedor, la sala de estar y Sabú. Demolió el teclado del terminal de mi diario. Arriba, hizo zorros de las ropas de mi cama, de mis trajes y de los cortinajes.
Todo ello en un horrible y sibilino silencio. Luego echó a correr a su habitación y se derrumbó en su cama en posición fetal, con el pulgar metido en su boca.
—OK. Esto es buena señal —Borgia sonaba satisfecha.
—¿Qué tiene esto de bueno?
—Los peores casos generalmente terminan masturbándose. Podremos sacarla de esto.
Ponla en ese sillón, Guig.
—Temo que me arranque la cabeza si lo hago.
—N. Está completamente disociada. Está funcionando a nivel inconsciente.
Así que la puse.
—Ahora vamos a tomar el té —ordenó Borgia—. Bueno, es una forma de decirlo: cada uno puede tomar lo que le parezca. Trae una fuente de pastelillos, Guig. Y hablad todos.
De lo que queráis. Esta es la escena que quiero que encuentre ella cuando vuelva.
Cargué mi flotador más grande con esferas giroscópicas, caviar y repostería, y cuando penetré bogando con él en la habitación de Chca uno hubiera dicho que penetraba en una recepción diplomática de los tiempos de Talleyrand (el auténtico). M'bantu estaba enfrascado en una animada conversación con Natoma, intentando descubrir si entre los muchillones de dialectos que conocía había alguno que tuviera raíces comunes con el cherokee. Ella estaba riendo y practicando su XX° con él. La princesa y el Jefe discutían acerca de la mejor manera de sacar a Sabú del sótano (grúa o rampa inclinada) Nemo y Borgia estaban hablando de su común obsesión, los transplantes. El único que parecía estar out era Edison, así que le serví a él primero.
Ed se giroscopó dos raciones al coleto (probablemente su ración entera de un año), y antes de que yo terminara de servir la primera ronda estaba radiante como un clown.
—Ahora —anunció—, voy a contarles una historia divertida.
El Grupo era soberbio. Ningún signo de angustia hizo su aparición sobre ningún rostro.
Giroscopamos y comimos como si no ocurriera nada, mientras contemplábamos a Ed con una expectante simpatía. Fue en aquel momento cuando la bendita y nunca bien ponderada Chca-5 Ciclón se desperezó, bostezó y gruñó:
—Oh, perdón. Excúsenme, creo que me he quedado adormilada.
Llevé el flotador hasta ella.
—Una pequeña fiesta —dije.
—¿Fiesta? ¿Por qué? —preguntó, levantándose para recibir el flotador. Luego su vista se clavó en mí habitación y sus negros ojos se agrandaron. Dejó que el flotador flotara y se dirigió hacia mi habitación. Quise seguirla, pero Borgia agitó negativamente la cabeza, haciendo señas de que siguiéramos hablando. Seguimos hablando, e intenté concentrarme en la divertida historia de Ed. Pero por encima de lo que éste estaba diciendo oía a Chca explorando la casa y lanzando asombrados grititos. Cuando regresó junto a nosotros, parecía que hubiera recibido un golpe de jifero (cuchillo de matarife utilizado es el siglo XIX para el descuartizamiento de animales; explico esto pensando en mi diario, que ya nunca más podrá expresarse a través de su destrozado terminal).
—Hey —dijo Chca—, ¿qué ha pasado aquí?
Como de costumbre, Borgia tomó la iniciativa.
—Oh, una chica que ha entrado y lo ha roto todo.
—¿Chica? ¿Qué chica?
—Una chica de tres años.
—¿Y se lo habéis dejado hacer?
—No podíamos hacer otra cosa, Chca.
—No lo comprendo. ¿Por qué?
—Porque es familia tuya.
—¿Familia?
—Tu hermana.
—Pero yo no tengo ninguna hermana de tres años.
—Si, la tienes. Dentro de ti misma.
Chca se sentó lentamente.
—No acabo de captarlo. ¿Estás diciendo que he sido yo quien ha hecho esto?
—Escucha, querida. Te he visto crecer de la noche a la mañana. Tú eres ahora una mujer, pero hay una parte de ti misma que se ha quedado atrás. Tu hermanita de tres años.
Estará siempre ahí, en las sombras, y es necesario que aprendas a controlarla. No has llegado a salir fuera. Todos tenemos d mismo problema. Algunos consiguen salir, otros no.
Sé que a la larga lo conseguirás porque yo… todos nosotros… sentimos una tremenda admiración por ti.
—¿Pero por qué? ¿Qué ha pasado?
—La niña que hay en ti cree que ha sido abandonada por su padre, y lo ha querido arrasar todo.
—¿Su padre? ¿En el Chino Grauman?
—No. Guig.
—¿El es mi padre?
—Vero. Para los últimos tres años. Pero él se ha casado, y el ciclón ha estallado. Ahora… ¿quieres conocer a su nueva esposa? No a tu nueva madre; a su nueva esposa. Aquí está:
Natoma Curzon.
Chca-5 se levantó, avanzó hacia Natoma y la escrutó con una de aquellas miradasrelámpago que tan sólo una mujer es capaz de lanzar.
—Pero si eres guapa —exclamó. Y entonces echó a correr hacia el Jefe y ocultó su rostro en el pecho de él, sollozando— La quiero, pero la detesto porque yo no puedo ser como ella.
—Tal vez ella quisiera ser como tú —dijo el Jefe.
—Nadie quiere ser como yo.
—No quiero oírte decir estas tonterías, Chca-Chss. Tú eres mi orgullo y mi alegría, y no olvides nuestra cita en el esterilizador.
—En la centrifuga —sorbió Chca sus lágrimas.
—Eres una chica estupenda. Unica. Ahora necesito tu ayuda más que nunca. Te necesito tanto como Guig necesita a su mujer. Y ahora, ¿qué es lo que más deseas en tu vida?
—Que… que tú me necesites.
—Ya lo tienes. Entonces, ¿por qué todas esas T.?
—Quiero también todo lo demás.
—¡Cómo todo el mundo! Pero hay que trabajar para conseguirlo.
Ed salió corriendo, con aire culpable, al tiempo que el Griego entraba, más elegante y seguro de sí mismo que nunca. Nos recorrió a todos con su cautivadora sonrisa, pero se detuvo en seco cuando vio a Natoma. Tras un momento, se quitó el monóculo y dijo:
—Ah.
Empecé a explicar, pero me cortó:
—Por favor, Guig. No he perdido del todo mis facultades. ¿La señora habla espang, euro, afro, XX? ¿Cuál es su lengua?
—Tan sólo habla cherokee.
—Pego cho apendo apido —sonrió Natoma.
—Ya. —El Sindicato se acercó a Natoma, le besó la mano en una forma más galante de lo que yo lo hubiera hecho en toda mi vida, y dijo en euro—: Es usted la hermana del doctor Adivina… el parecido es incuestionable. Acaba usted de casarse… el florecimiento del rostro y del cuerpo de una mujer de su edad no puede pasar inadvertido. Tan sólo hay un hombre en esta habitación digno de su amor… Edward Curzon. Usted es la nueva señora Curzon: la felicito. (¿Cómo puede uno luchar con algo así?)
—Chi —sonrió Natoma, y se acercó a mí y me agarró fuertemente del brazo.
El Griego reflexionó. Luego, en XX°, dijo:
—Poseo una pequeña plantación en Brasil. Está en las profundidades de Barra, en el río Sao Francisco… un millar de hectáreas… mi regalo de bodas.
Empecé a protestar, pero me cortó en seco:
—Disraeli se ocupará de todos los papeles. —Se giró hacia Hiawatha—. Me siento feliz al anunciarte que he descubierto la respuesta a tu perplejidad crionáutica. El valor sigue siendo desconocido por el momento.
Gerónimo y Chca estaban galvanizados, y todos nosotros empezamos a bombardear a Poulos con nuestras preguntas. Soportó pacientemente nuestras andanadas, pero finalmente dijo con su voz más persuasiva:
—Por favor.
Se lo concedimos.
—La Consolidated Can realizó una prueba para un nuevo producto en lo más profundo de una mina abandonada de los Apalaches, en un pozo de más de veinte kilómetros de profundidad. Objetivo: descubrir el período de vida de un nuevo container de amalgama en un medio neutro. En el experimento fueron utilizados animales testigos, alojados en hábitats estériles, en animación suspendida. Cuando el equipo investigador hizo sus comprobaciones, seis meses más tarde, los containers habían soportado perfectamente la prueba, pero los animales habían desaparecido. No había el menor rastro de ellos, excepto un pequeño montoncito de lodo en cada uno de los hábitats. —¡Dio!
—Tengo aquí el informe.
Ecco. —El Griego sacó una cinta cassette de su bolsillo y se la tendió a Sequoia—. Y ahora la pregunta: ¿Puede producirse penetración de radiaciones cósmicas hasta una profundidad de veinte kilómetros bajo la superficie de la Tierra?
—Tan sólo las radiaciones terrestres normales, con las cuales hemos vivido y evolucionado durante mil millones de años.
—He dicho del espacio, doctor Adivina.
—Dios, esto abre cientos de posibilidades.
—Como he dicho, el valor sigue siendo desconocido.
—¿Ha sacado la Consolidated alguna conclusión?
—No.
—¿Han examinado el lodo?
—No. Tan sólo han presentado un caveat en la oficina de patentes describiendo el fenómeno y los pasos que piensan dar para investigarlo.
—Imbéciles —murmuró el Jefe.
—De acuerdo, pero ¿qué puede esperarse de la mediana empresa? De veras, doctor Adivina, ven conmigo a Ceres y a I. G. Farben y verás.
—Esperad un minuto —dije yo—. ¿Qué es un caveat?
El Sindicato me dirigió una piadosa sonrisa.
—Siempre serás pobre, Guig. Un caveat es un aviso público de que será instada una patente en el mismo momento en que sean ultimadas las investigaciones.
—No podemos dejar que lo hagan —gritó Chca—. No pueden ganarnos de esta manera.
—No van a hacerlo, querida.
—¿Cómo piensas detenerlos?
—Comprando.
—¿Cómo demonios piensas comprar un aviso público? —pregunté.
—N. —gruñó sarcásticamente el Griego—. He comprado la Consolidated Can. Esto es lo que estaba haciendo en P and O.
Es mi regalo a la investigación del Grupo, encabezada por nuestro último y distinguido nuevo recluta, el doctor Sequoia Adivina.
Chca se echó en brazos de Poulos y lo abrazó tan violentamente que se oyó un tintineo de cristales rotos: acababa de romperle el monóculo. El Griego se echó a reír, la besó ruidosamente, y la hizo girar hasta enfrentarla a Powhattan.
—¿Y ahora? —dijo ella—. ¿Qué hacemos ahora, Jefe? Rápido, rápido, rápido.
El Jefe habló soñadoramente, lo cual no dejó de sorprendernos.
—Hay ondas y partículas. Las radiaciones frías al fondo del espectro electromagnético.
Muchos de mis colegas han emitido la opinión de que se trata de residuos de la explosión que dio origen a nuestro universo. Los rayos X blandos no pueden penetrar, pero los rayos X duros quizá si. Y los rayos cósmicos, por supuesto. Y en cuanto a los neutrinos, que no poseen carga y por lo tanto nada los atrae, podrían atravesar la barrera de plomo de varios años luz de espesor. Y también hay las partículas proyectadas por las estrellas en trance de degeneración que se desmoronan en un pozo gravitacional, lo cual nos conduce a otra fascinante posibilidad: ¿estamos siendo ametrallados por partículas procedentes de un antiuniverso? ¿Sí?
—No hemos dicho nada.
—Oh. Creí haber oído… Un satélite en el espacio tendría aproximadamente un cincuenta por ciento más de probabilidades de tales tropiezos.
—Y eso es lo que les ocurrió a los crionautas, ¿no, Jefe?
—Es posible.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
No respondió: se limitó a mirar soñadoramente en dirección al espacio, quizá intentando captar una partícula que pasaba.
—Jefe, ¿qué hacemos ahora? —insistió Chca.
Ninguna respuesta tampoco.
Me giré a Borgia y susurré:
—¿No estará cayendo de nuevo en la catatonia? —Ella se limitó a alzarse de hombros.
Uncas volvió a hablar entonces, tan lentamente que se podría decir que estaba escuchando a alguien al mismo tiempo.
—La cuestión es… saber si hay que mantener todos los sistemas… de la criocápsula… aquí en la Tierra… o en órbita para acelerar… el proceso…
—Si ha de hacerse aquí en la Tierra —dijo entusiasta el Sindicato—, yo poseo una mina en Thailandia que tiene treinta kilómetros de profundidad. Podríamos utilizarla.
—Creo que quizá fuera mejor… ponerla de nuevo en órbita… o transportar la cápsula… al ciclotrón orbital de treinta kilómetros… de la Con Ed.
—¿Pero va a financiar la U-Con esto? —pregunté.
—Te lo ruego, doctor Adivina, ven a I. G. Farben. No pongas objeciones, por favor, señorita Chca. Viviréis en la más hermosa villa de Ceres, donde nadie podrá rivalizar con vosotros.
En aquel punto el Jefe volvió a hundirse en su mutismo, escuchando aparentemente una nueva conversación sin sonidos, y los demás aguardamos, aguardamos, aguardamos.
Edison apareció, triunfante. Obviamente había reparado el iris de la puerta de entrada, pero lo amordazamos antes de que pudiera chillar su victoria. Y aguardamos, aguardamos, aguardamos.
—No he oído bien —dijo el Jefe.
—No hemos dicho nada —dije yo.
La impresora de mi diario, abajo, empezó a chasquear. Nos sobresaltamos, absolutamente alucinados.
—Pero esto es imposible —dije—. Esa condenada loca tan sólo obedece a las instrucciones del teclado del terminal que Chca arruinó hace un momento.
—Interesante —dijo Sequoia volviendo en si mismo, lo cual no dejó de sorprendernos (aquellas cabriolas cherokees nos llevaban de sorpresa en sorpresa).— Sería mejor que bajáramos a echar una mirada. Probablemente se trate de una reacción tardía a la destrucción de su teclado. A veces las máquinas se vuelven emocionales.
Descendimos en pelotón. Natoma metió su nariz en mi oreja y susurro:
—Glig, ¿gue tecado?
Todo lo que pude hacer fue darle un beso como prueba de gratitud por sus progresos. La impresora había dejado de chasquear y, cuando llegamos a mi estudio, colgaba de ella una larga tira de papel. La arranqué y le eché una rápida mirada.
—Tenias razón, Cochise. Histeria retardada. Tan sólo ceros y unos. Un galimatías binario.
Le tendí el papel arrancado. Lo miró. Lo miró de nuevo. Lo volvió a mirar, esta vez tan fijamente que temí que se hubiera largado a una nueva crisis.
—Son las cuentas de la casa —dijo, incrédulo.
—¿Qué?
—Las cuentas de la casa… la recuperación de los datos de la criocápsula.
—N.
—S.
—No lo creo.
—Será mejor que lo creas, tío.
—Pero es imposible. ¿En mi diario?
—En tu diario.
—¿Pero como…? Oh, al diablo con todo esto. Vamos, Natoma. Larguémonos al Brasil.
—Calma, hermano. Hagamos frente a los hechos. Esto empieza con 10001. Es la identificación crio. Luego el informe de la temperatura… 11011. Normal. Humedad… 10110. Normal. Presión, normal. Oxigeno, normal. C02 y otros gases, por debajo de la máxima permitida. Gravitación demasiado alta, pero esto es debido a que la cápsula no sabe que ha sido devuelta a la Tierra. Altitud… desviación, balanceo, caída, nulos.
Naturalmente. Se asentó sobre sus posaderas.
—Quiero volver a mi xipi con mi mujer.
—Y cho, Glig.
—¿Estás sorprendido, hermano?
—Estoy turulato, hermanos.
—Bueno, pues todavía no hemos terminado. No has examinado el papel con la suficiente atención. La última línea está escrita en XX°… Léela.
Leí:
Peso neto de los crionautas aumentando un gramo por minuto.
Tendí el papel a los demás para que se enteraran, y miré a mi alrededor, implorante.
—Estoy perdido por completo.
—¿Y qué crees que sentimos los demás?
—Doctor Adivina —dijo M'bantu—, ¿puedo hacerte algunas preguntas?
—Por supuesto, M'Bantu.
—¿Cómo demonios han entrado estos datos en el diario de Guig?
—No lo sé.
—¿Y qué ha puesto en marcha la impresora?
—No lo sé.
—¿Acaso la criocápsula puede transmitir también datos sobre el estado de los crionautas?
—Si.
—¿Cómo se reciben los datos?
—En código binario.
—Pero la última línea está en XX°…
—Así es.
—Doctor Adivina, ¿tiene usted alguna explicación para esta anomalía?
—No en este mundo, M'bantu. Estoy tan sorprendido como todos vosotros, pero también me siento excitado por este glorioso desafío. Hay tantas cuestiones fascinantes que explorar y responder. En primer lugar, por supuesto, este incremento de un gramo/minuto en el peso de los crionautas. ¿Es un hecho? ¿Quién lo dice? ¿Quién se lo ha comunicado al diario? Debe ser investigado. Si es cierto —sea cual sea la fuente esto quiere decir que están creciendo, madurando, pero ¿hacia qué? Deben ser vigilados constantemente.
Luego…
—Primero —dije yo—, que la U-Con largue pasta.
—Chi chiempe, Glig.
—Mi nombre es Guig.
—No según mi hermana. Voy a necesitarte a ti y al poderoso Poulos Poulos para esto. Y necesitaré a Chca-Chss para tener la cápsula bajo observación. Capitán Nemo, llévate a Laura a tu estación oceanográfica. Princesa, una grúa.
—Una rampa —dijo ella con voz firme.
—Ed, vuelve al poderoso estado de RCA y trabaja en estas ecuaciones empíricas para mí: la relación entre los sujetos en suspensión criónica y el tiempo en el espacio y la exposición a las radiaciones cósmicas. No olvides que los animales de la Con Can estaban también en suspensión.
—¿Y por qué esto no se ha producido con los astronautas en animación normal? —añadió Ed.
—Okey, pero éste es un problema para los exobiólogos.
—¿Acaso tú no lo eres?
—Dios mío, todos nosotros somos físicos, fisiólogos y fisiopatólogos al mismo tiempo. Hoy la ciencia no está ya compartimentada, pero a veces necesitamos el consejo de un experto. Quizá Tycho. M'bantu, ¿serás tan amable como para escoltar a mi hermana emancipada por todos lados donde vaya y en todo lo que haga dentro de los límites de lo razonable? Lucy Borgia, gracias de todo corazón y au revoir. Vuelve a tus ocupaciones habituales.
Capté la mirada de Borgia y agité levemente la cabeza, prefería que no se fuese en tanto que el Jefe siguiera actuando extrañamente.
—Mis asuntos están aquí por un cierto tiempo —dijo ella.
—Es una gran suerte para nosotros. Estupendo. Vamos a tomar un heli para ir al JPL. ¿Gung, Grupo? Gung.
Estaba recuperando el control de las cosas. Pero yo estaba empezando a pensar en quién estaría realmente tomando el control de las cosas a través de él.