No tuvimos ningún problema para llegar hasta el Centro: si doctor, no doctor, por supuesto doctor; el sonámbulo era una fachada perfecta. Había gente dentro: algunas cabezas brillantes jugando a las cartas con Extro (y perdiendo) o siguiendo el serial en espanglés más popular de la época, Las Insaciables. Echamos a la gente, pero no podíamos echar al serial. Dick el Serio, Tom el Divertido y Sam el Alocado eran ahora cadetes de la Academia Militar del Pentágono (tras su operación transex realizada en Dinamarca), y estaban comprando yerba, maíz para tostar, hash, repugnante adormidera y refrescos, para una orgía con la que celebrar la elección de Dick el Serio como Proveedor Pomo de su compañía.
—No llego a comprender cómo este lugar no está aislado como tu casa —se quejó Borgia.
—Lo está, pero la emisión se infiltra pese a todo por las lineas de alta tensión —expliqué—. Ignórala. ¿Qué hacemos con el Jefe?
—Tendedlo en el suelo, de espaldas. Ed, empieza a preparar el esterilizador y la máscara de oxigeno, mientras esperamos a que M'bantu llegue. Mira lo que puede servirte de aquí.
Improvisa, anda.
Naturalmente, el centro estaba en funcionamiento, como todo el resto de la universidad.
En primer lugar, una computadora no se detiene nunca. En segundo lugar, en nuestros días todo funciona veinticuatro horas sobre veinticuatro. ¿Cómo puede proporcionar uno trabajo a un jillón de casos sociales dignos de ser tenidos en cuenta si no crea doce turnos de dos horas cada veinticuatro?
Ustedes ya saben a qué se parece un complejo de computadoras, con su hardware evocando una reunión de relojes de la abuelita y las computadoras satelizando a su alrededor. La única diferencia con la Extro es que los satélites necesitan otros satélites para alimentarlos. Hay que franquear toda una serie de barreras antes de alcanzar al gran jefe, y la cosa no es fácil. Su trabajo consiste en tomar una pequeña pregunta a la cual nadie sabe responder, pasarla a través de un número infinito de bits, y traducirla en una breve respuesta.
Las Insaciables estaban en plena función. Su padre ha desaparecido desde hace un año.
La señora Stanhope, madre viuda del amiguito de Dick el Serio, es malévolamente seducida por Josiah Crabtree, profesor en el Pentágono, que tiene puestas sus miras en la riquísima fábrica de ácido de la viuda. Siente también debilidad por otro cadete del Pentágono, el bravucón Dan Baxter, que detesta a las Insaciables. El pérfido Crabtree y Dan Baxter son blancos, por supuesto.
Edison y M'bantu (senza su caña hueca) llegaron al mismo tiempo. Ed iba ayudado por dos tipos que arrastraban un carrito cargado de material: bombona de oxigeno, esterilizador, accesorios de fontanería. No me pregunten cómo convenció a los dos tipos de que lo ayudaran o cómo consiguió el material. Todos los miembros del Grupo saben hacer estas cosas. No es deliberado, pero intimidamos a los Efímeros. La juventud representa la belleza, la longevidad la autoridad.
—OK. —Borgia tomó de nuevo el control—. Aquí. ¿Preparados, Ed? —Abrió su propia caja de herramientas, sorprendentemente parecida a la de Edison—. El frasco, M'b. Eficacia y rapidez. Chca-5, tú responde a algunas preguntas y luego lárgate. ¿Su estatura?
—Uno ochenta.
—¿Peso?
—Noventa.
—¿Edad?
—Veinticuatro.
—¿Condiciones físicas?
—Lo he visto en plena actuación —intervine—. Rápido y duro.
—Gung —Borgia llenó profesionalmente una jeringa con el contenido del frasco de M'bantu—. ¿Preparado, Ed?
—Preparado.
—Lárgate, Chca.
—No.
—Fuera.
—Dame una buena razón.
Era una Batalla de Gigantes. Borgia descendió un tanto.
—Va a ser horrible de ver, gatita, sobre todo tratándose de tu chico.
—Ya no soy una niña.
Borgia se alzó de hombros.
—Todavía lo serás menos cuando eso haya terminado. —Se inclinó sobre el Jefe y le aplicó una lenta y delicada intravenosa—. Cronometra, Guig.
—¿Desde cuándo?
—Ya te indicaré.
Esperamos, sin saber exactamente qué esperábamos. Repentinamente, el Jefe lanzó un gemido que partía el alma.
—Ahora, Guig.
El gemido se moduló en un quejido agónico. Todo lo que había en Sequoia se vació: excrementos, orina, esperma, saliva, sinus, glándulas sudoríparas. Chca estaba a mi lado, jadeando y temblando. Incluso a mí me costaba respirar.
—Las conexiones de sus sinapsis se están rompiendo —dijo Borgia con un monótono acento profesional—. Después de esto va a necesitar un buen baño y ropas limpias. ¿Tiempo?
—Diez segundos.
—Si sobrevive, por supuesto. —Repentinamente, el Jefe dejó de agitarse—. ¿Tiempo, Guig?
—Veinte.
Borgia sacó un estetoscopio de su maletín y examinó al Jefe.
—¿Tiempo?
—Un minuto.
—Asintió.
—Por ahora todo va bien. Está muerto.
—¡Muerto! —gritó Chca—. ¿Está muerto?
—OK. Todo se ha parado. Cállate. Te dije que te largaras. Tenemos cuatro minutos antes de que los daños sean irreversibles.
—Tienes que hacer algo. Tienes que…
—Te he dicho que te calles. Su sistema nervioso hará todo lo necesario por sí mismo. O no lo hará. ¿Tiempo?
—Uno y medio.
—Ed, busca ropas, jabón y agua. Hiede. M'b, quédate en la puerta. Que nadie entre.
Moveos. —Examinó de nuevo al Jefe—. Esplendorosamente muerto. ¿Tiempo?
—Uno cuarenta y cinco.
—¿Puedes mover tus posaderas, Chca?
—S… si.
—Entonces léeme la temperatura del esterilizador. El indicador de la derecha.
—Trescientos.
—Páralo. El botón de la izquierda. ¿Tiempo?
—Dos diez.
Otro examen. Edison llegó resoplando con ropas, seguido de sus fieles esclavos arrastrando una bañera móvil llena de humeante agua.
—Desnudadlo y limpiadlo. No le mováis más que lo estrictamente necesario. ¿Tiempo?
—Dos y medio.
—Si la cosa no funciona, al menos tendremos un cadáver limpio y bien vestido.
La aparente frialdad de Borgia no me engañaba: estaba tan tensa como todos los demás.
Tras haber lavado al Jefe empezamos a vestirlo, pero ella nos detuvo.
—Puede que tenga que abrirlo. Vosotros, chicos, gracias. Quitad toda esa porquería de aquí. Chca, el alcohol de mi maletín. Rocíale el pecho hasta el ombligo. Rápido. ¿Tiempo?
—Tres y un cuarto.
—¿Está preparada la máscara, Ed?
—Está preparada.
—Va a ser justo. —Una hora más tarde, preguntó—: ¿Tiempo?
—Tres y medio.
El iris de la puerta se abrió, y Jonás entró seguido de M'bantu, que intentaba inútilmente detenerlo.
—¡Guig! ¿Qué diablos estás haciéndole a ese pobre hombre? ¡Desvergonzado!
—Lárgate de aquí, Jonás. Además, ¿cómo lo sabes?
—Todo el mundo en la universidad sabe que aquí se está torturando a un hombre. Tenéis que parar esto.
—Vuelve a tu cama, Jonás —dijo Borgia—. Rocía mis manos, Chca, hasta los codos. Luego apártate. Apartaos todos. Ahórrate los sermones, Jonás. Quizá vayamos a necesitarlos más tarde. —Miró a Sequoia con ojos llameantes—. ¡Despierta, hijo de todas las putas, reconéctate! —Miró furiosa a su alrededor—. ¿Dónde infiernos están las Insaciables? Dije que todo tenia que ser familiar. Precisamente ahora que las necesitamos… ¿Tiempo?
—Tres cincuenta.
Aguardamos. Aguardamos. Aguardamos. Chca-5 empezó a gemir suavemente. Borgia me dirigió una negra mirada de desesperación, fue al esterilizador, y empezó a sacar sus instrumentos. Se situó de rodillas ante Sequoia y blandió su escalpelo, dispuesta a realizar una primera incisión. De repente, el pecho del Jefe se hinchó hasta casi rozar la punta del instrumento. Fue la más profunda, la más hermosa inspiración que jamás haya visto efectuar en mi vida. Empezamos a balbucear.
—Callaos —ordenó Borgia—. Dadle un poco de tiempo. No hagáis ruido. Alejaos. Todo debe ser familiar cuando despierte. Se sentirá débil, no lo fatiguéis innecesariamente.
La respiración fue normalizándose, aunque acompañada de tics y de contracciones musculares.
—Las conexiones van volviendo a su sitio —dijo Borgia, a nadie.
Los ojos del Jefe parpadearon y luego se centraron en la escena que lo rodeaba.
—…pero la criología recicla la ontogénesis —acabó. Quiso Ponerse en pie. Borgia le hizo una seña a Chca, que corrió hacia él y lo sostuvo en el momento en que vacilaba. Sequoia se miró a si mismo, miró a todos los demás, y luego sonrió. Debía ser su primera toma de conciencia y debía ser dolorosa, pero era una hermosa sonrisa. Chca se echó a llorar.
—Las viejas caras familiares —dijo. Avanzó vacilante hasta mí y chocó la palma de mi mano—. Gracias, tío. Eres un hacha. Chca, tu eres mi chica, más que nunca. Lucy Borgia, deja tus cacharros —ella los metió de nuevo en el maletín y el chocó su palma—. Edison.
M'bantu. Gung por todo. Jonás, ya has oído a la dama, vuelve a tu cama. ¿Dónde están esas ropas? Oh. Las Insaciables se toman un descanso cada dos horas para dejar sitio al nuevo equipo, Borgia. Será mejor que nos larguemos de aquí antes de que vuelvan.
Miré a Borgia. Sonreía.
—Ya te dije que se daba cuenta de todo —observó.
—Guig, lo mejor que has hecho nunca fue encargarte de la criocápsula. Chca, toma un heli hasta el JPL y concierta una reunión de accionistas para dentro de exactamente una hora.
Miré de nuevo interrogativamente a Borgia.
—Absolutamente todo —me dijo.
—Va a ser tremendo —dijo el Jefe—. Esas ratas peladas han abierto una tal caja de Pandora que… Me gustaría comer algo. ¿Dónde?
—En mi casa —dije—; pero no te metas en el horno, la puerta no funciona bien.
Edison fue a protestar con vehemencia. Sequoia lo tranquilizó.
—No hagas caso, Ed. Tu pantalla de humo en el JPL me ha impresionado. Eres un tipo brillante. Todo el Grupo es brillante.
—Sabe demasiado —murmuré a Borgia—, y esto me da miedo.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Está al corriente de todo lo que ha pasado.
—Sí, pero tengo la impresión de que sabe cosas que no han ocurrido delante de él. Tengo la sensación de estar sujetando a un tigre por la cola.
—Entonces, suéltala.
—Ya no puedo. Lo único que espero es que no volvamos de nuestro paseo conmigo en el buche y la sonrisa en el rostro del tigre.
Las Insaciables regresaron de nuevo, y nos apresuramos a esfumarnos mientras el corrompido Dan Baxter vendía las señales secretas a Annapolis. Enviamos a Jonás a su cama y regresamos a mi casa, donde Canción Perfumada y M'bantu nos habían chapuceado una especie de cena afrochina. No estaba mal: me recordó el Sachem de sus lobos. Confesó que había esperado que algún saboteador hubiera tenido la buena idea de entrar a saco en su tienda y que así hubieran podido disponer de algo decente que llevarse a la boca. Mientras permanecíamos sentados con las piernas cruzadas en el suelo del comedor, Chca-5 entró.
—Todo está preparado para las cuatro en punto, Jefe. ¿Qué es lo que vas a decirles?
—Todavía no lo sé —gruñó él—. Es algo demasiado condenadamente grande como para simplificarlo, y los cabezas grandes de la U-Con no son excesivamente brillantes.
—¿Cuál es exactamente el problema, doctor? —preguntó M'b.
—Cuestión de cambio de velocidades, M'bantu. Estuve a punto de quedar atrapado cuando eché la primera mirada al interior de la cápsula, y tuve que ser un imbécil para dejarme coger de esa manera por el choque. Benditos sean todos ustedes por haberme salvado. Dios mío, casi parece una emboscada tendida por los rostros pálidos…
—¿Cuándo viste las ratas peladas? —pregunté.
—No son ratas.
—Entonces alienígenas del espacio quizá, venidos a conquistar nuestro planeta.
—No hagas la Insaciable conmigo, Guig. Ya hallarás la respuesta en su momento. Primero tengo que meterlo todo en Orden dentro de mi cabeza. Seria una gran idea si pudieras transplantar otro cerebro extra dentro de mi cabeza, Nemo.
—No lo necesitas, muchacho.
—Gracias. Ahora dejadme pensar un minuto.
Seguimos comiendo en silencio mientras esperábamos. Incluso Chca permanecía callada: estaba haciendo un verdadero salto cuántico.
—Estos son los problemas —dijo finalmente Sequoia—. Explicar a la United Conglomerate lo que ha ocurrido en realidad, y los formidables horizontes que acaban de abrirse. Es preciso que consiga darles una idea de las implicaciones de la explotación de un tal descubrimiento. Deben comprender que la Misión Plutón ha quedado descartada.
—¡Descartada! ¿Tras todo ese berenjenal publicitario?
—Ya sé que la cosa va a escocer, Guig, pero los resultados de la experiencia criogénica han barrido por ahora la Misión Plutón… quizá para siempre. Por otro lado, se ha producido algo tan tremendamente conturbador e inesperado que es absolutamente imprescindible que consiga persuadirlos de transferir los fondos de Plutón a un nuevo proyecto. Lo malo es que me defiendo muy bien dentro de la jerga científica, pero soy una completa nulidad en el arte de venderle algo a alguien.
—Necesitaríamos al Sindicato Griego para que nos aconsejara en esto —le susurré a la princesa. Ella asintió y se deslizó fuera.
—La única razón de que me abra así a vosotros es que he aprendido a respetar y a confiar en el Grupo.
—¿Qué es lo que sabes acerca del Grupo, Sachem?
—Algo.
—¿Te lo ha dicho Chca?
—¡No le he dicho una palabra! —protestó ella.
—Has leído mi diario, ¿eh, Chca?
—Sí.
—¿Cómo diablos has aprendido a decodificar el teclado de mi terminal privado?
—He aprendido yo sola.
Levanté mis manos al cielo. Eso es lo que pasa por vivir con un pequeño genio.
—¿Qué es lo que le has pasado a tu chico?
—Nada —dijo Sequoia, con la boca llena—. Lo poco que sé lo he aprendido por inducción, deducción, intuición y todo eso. Soy un científico, recuérdalo, y voy a decirte algo más: no me contento tan sólo con hablar XX°, puedo leer cualquier variante del inglés. Así que, ¿por qué no lo dejamos correr? Tengo que enfrentarme a una concurrencia difícil, y dependo de vuestro Grupo para que me ayude. ¿De acuerdo?
—¿Por qué deberíamos ayudarte?
—Podría decir todo lo que sé de vosotros.
—U-hu.
—Seamos realistas —sonrió de nuevo, en una forma muy convincente—. Porque nos apreciamos mutuamente y queremos ayudarnos mutuamente.
—Indio de mierda. De acuerdo.
—Estupendo. Te necesito a ti y a Edison. También a Chca, por supuesto. Os lo contaré en pocas palabras en el heli a fin de que podáis hacer las preguntas adecuadas a la asamblea.
Vamos allá.
Cuando llegamos al JPL yo estaba tan alucinado por la enormidad del descubrimiento de Sequoia y por las fronteras que abría que no me daba absolutamente cuenta de lo que pasaba a nuestro alrededor. Lo único que sé es que tomé de nuevo contacto con la realidad en el interior de un enorme laboratorio de astroquímica, sentado en un quinobanco en compañía de una cincuentena de los accionistas mayoritarios de la United Conglomerate. Estábamos frente a Hiawatha, que permanecía apoyado contra un largo mostrador repleto de aparatos de química. Parecía fresco y bien dispuesto, y satisfecho de si mismo, como si fuera a desembalar ante la United Co. una caja con una sorpresa. Y eso era precisamente lo que iba a hacer. Lo único que faltaba saber era si ellos iban a comprar lo que él quería venderles. La exposición se hizo en espanglés, por supuesto, pero traduzco para mi maldito diario y para Chca-chafardera Chino Grauman.
—Señoras y señores, buenos días. Estaban ustedes esperando tan ansiosamente nuestro comunicado que no he dudado en hacerles acudir a las cuatro de la madrugada de una forma tan repentina. Todos ustedes saben quien soy. Soy el doctor Adivina, encargado de la parte científica de la misión Plutón, y tengo remarcables noticias que comunicarles.
Algunos de ustedes estarán esperando que todo esto se convierta en un completo fracaso, pero…
—Ya basta de cháchara —grité. Nos habíamos puesto de acuerdo en que yo representaría el papel del Chico Malo—. Díganos tan sólo en qué ha fallado usted, haciéndonos perder noventa millones. —Algunos de los accionistas me echaron una mirada sibilina, y éste era precisamente el objetivo de nuestra maniobra: desviar hacia mí la hostilidad general.
—Una pregunta interesante, señor, pero completamente equivocada. No hemos fallado en nada; por el contrario, hemos logrado un éxito más allá de toda expectativa.
—¿Matando a tres crionautas?
—No los hemos matado.
—¿Haciéndolos desaparecer, entonces?
—No han desaparecido.
—¿No? Yo no los he visto. Nadie los ha visto.
—Usted ha tenido que verlos, señor, en los criosarcófagos.
—Allí no he visto más que unas cosas que se parecían a ratas despellejadas.
—Son los crionautas.
Me eché a reír sardónicamente. Los accionistas se agitaron revelando un cierto interés, y hubo algunos gruñidos en mi dirección:
—Tranquilo, chico. Dejémosle hablar.
Me calmé, y Edison tomó el relevo.
—Doctor Adivina, lo que acaba de decir usted es sorprendente, incluso inaudito en la historia de la ciencia. ¿Podría damos una explicación más detallada, por favor? —Ed representaba el papel del Chico Bueno—. ¡Oh! Mi buen amigo de la división de plasma de la R.C.A. Esto le interesará particularmente a usted, doctor Crookes, puesto que las descargas electrónicas que nosotros llamamos plasma tienen probablemente algo que ver en este asunto. —Adivina se giró hacia la asamblea—. El profesor Crookes es uno de los expertos a los que invité a asistir a la llegada de la cápsula.
—¡Déjese de perder el tiempo y suelte su coartada! —grité.
—Por supuesto, señor. Seguramente algunos de ustedes recordarán una antigua teoría histórica concebida dentro del campo de la embriología hace ya algunos siglos: la ontogénesis resume la filogénesis. En otras palabras, el desarrollo del embrión dentro del útero duplica los distintos estadios perdidos de la evolución de las especies. Espero que recuerden ustedes este clásico.
—Si lo hubieran olvidado, doctor Adivina —dijo gentilmente Edison—, estoy seguro de que sus palabras habrán refrescado abundantemente su memoria.
Me dije que aquél era el momento de clavar otro aguijón.
—¿Y cuánto le paga usted a tan leal amigo por su inquebrantable apoyo? ¿Qué porcentaje de nuestros cien millones le corresponde?
Los murmullos de descontento en mi dirección crecieron. Afortunadamente, Chca había estado presente en nuestra preparación del acto, ya que de otro modo estoy seguro de que me habría destrozado el rostro con sus uñas. Sequoia hizo como si ignorara al perturbador de la tercera fila y prosiguió:
—La ontogénesis resume la filogénesis, pero… —una pausa—… pero creo que acabamos de descubrir que la criología recicla la ontogénesis.
—¡Buen Dios! —exclamó Edison—. ¡Esto hará historia en el JPL! ¿Está seguro de lo que está usted diciendo, doctor Adivina?
—Tan seguro como puede estarlo un experimentador, profesor. Esas comillas ratas despellejadas comillas no son más que embriones. Los embriones de nuestros tres crionautas. Tras noventa días en el espacio, han regresionado a un estadio precoz del desarrollo fetal.
—¿Hay alguna teoría al respecto? —preguntó un accionista de mente despierta.
—Quiero ser honesto: todavía no. Ni siquiera sospechamos una posibilidad tan fantástica durante nuestros preparativos. Todas nuestras experiencias fueron realizadas en tierra, bajo la protección de nuestra densa capa atmosférica. Por supuesto, habíamos lanzado algunos animales en órbita, pero tan sólo por períodos de tiempo muy cortos. Los tres crionautas fueron los primeros en estar expuestos a las radiaciones espaciales durante un período de tiempo relativamente largo, y no tenemos la menor idea de cuales son los factores que han producido el fenómeno.
—¿El plasma? —preguntó Edison.
—Por supuesto, claro. Los protones y electrones de los cinturones Van Allen; los vientos solares; los neutrones, los quasars; las emisiones de los iones del hidrógeno; todo el espectro electromagnético… hay cientos de posibilidades. Todas deberán ser exploradas.
Edison, entusiasta:
—Me sentiré muy honrado si se me permite asistirle en este tremendo proyecto, doctor Adivina. —Y, en XX°, añadió—: Y lo digo en serio.
—Me sentiré muy honrado de contar con su colaboración, profesor Crookes.
Un accionista dijo, con tono lacrimógeno:
—¿Pero, y esos pobres y queridos crionautas? ¿Y sus familias? ¿Y…?
—Este es nuestro más urgente problema. ¿Se trata tan sólo de una inversión de la ontogénesis, o es un reciclaje completo? ¿Van a regresionar hasta el estado de óvulo y morir? ¿Han superado ya ese estadio para desarrollarse de nuevo hacia la madurez? ¿En qué se transformarán, en niños, en adultos? ¿Cómo explorar todo esto? ¿Cómo continuar el proceso?
Confusión general. Era el momento de mi próxima pregunta, no muy malévola esta vez.
—Admito que podría decir usted la verdad, Adivina.
—Gracias, señor.
—Y admito que puede tratarse de un maravilloso descubrimiento. Pero ¿está usted pidiéndole a la United Conglomerate que financie lo que parece ser investigación pura?
—Bueno, verá, señor, puesto que la misión Plutón deberá ser pospuesta…
Gritos angustiados de algunos accionistas.
—¡Señoras y señores, por favor! La misión Plutón se basaba en la convicción de que podríamos enviar crionautas al espacio. Hemos descubierto que por el momento esto es imposible. Todo debe ser provisionalmente pospuesto hasta que sepamos con certeza qué les ocurre a los crionautas. Naturalmente, lo más lógico sería esperar que la United Conglomerate transfiera al JPL los fondos previstos inicialmente para la misión Plutón a esta investigación pura pero esencial. Creo que éste es el único medio de proteger sus inversiones.
Más gemidos de los accionistas. Entonces resonó una voz potente, elevándose por encima de la confusión general desde el fondo del laboratorio.
—Si no es así, nosotros la financiaremos.
Adivina mostró una genuina sorpresa.
—¿Quién es usted, señor?
El Sindicato Griego se puso en pie; rechoncho, espesos cabellos, bigote fino, elegante con su monóculo.
—Me llamo Poulos Poulos, director de inversiones del soberano e independiente estado de I. G. Farben Gesellschaft. Mi palabra es mi honor, y doy mi palabra de que I. G. Farben financiará sus investigaciones hasta el límite. Nunca hasta el presente hemos llegado a rozar nuestro límite.
Sequoia me miró.
—El Grupo —le dije en XX°.
El Jefe sonrió.
—Gracias, señor Poulos. Me sentiré feliz de aceptar su oferta si…
Gritos coléricos:
—¡No! ¡No! ¡No! Esto es nuestro. Hasta ahora hemos estado pagando. Tenemos un contrato. De cemento armado. Los resultados de las investigaciones nos pertenecen. Aún no hemos dicho no. Desearíamos ser informados un poco más. Luego decidiremos. Usted no puede echarnos a un lado así. Pedimos un plazo de doce horas. Veinticuatro. Ahora no sabemos exactamente dónde estamos.
—Deberán saberlo —dijo despectivamente el Sindicato Griego—. Nosotros sabemos exactamente donde estamos. Ustedes prueban la exactitud de la antigua máxima: Nunca hay que mostrarle nada a medio terminar ni a un niño ni a un tonto. Nosotros, en I. G.
Farben, no somos niños ni tontos. Venga con nosotros, doctor Adivina. Si esos estúpidos inician alguna acción legal, nosotros sabremos cómo pararles los pies.
Chca-5, que hasta entonces había permanecido tranquilamente de pie tras el escritorio con la oreja tendida, dijo:
—Los accionistas no saben qué pensar debido a que usted aún no les ha dicho los resultados que espera obtener de sus investigaciones, doctor Adivina. Eso es precisamente lo que desean saber.
—Pero no puedo decírselo. Se trata de un programa Emergente.
—¡Ajá! —Edison estaba genuinamente lanzado—. Muy cierto. Lo ha dicho usted del mejor modo posible, doctor Adivina. Permítame. —Se puso en pie—. Señoras y señores, les ruego que escuchen a su encargado de la parte científica del proyecto. El les responderá a su crucial pregunta. —Todos se callaron. A eso le llamo yo autoridad.
—Un concepto básico en investigación —dijo el Jefe cautelosamente— es la cuestión de saber si las partes constituyentes de la experimentación producirán descubrimientos Resultantes o Emergentes. En esencia, podemos comparar esto a la aproximación mutua de dos personas. ¿Se convertirán en amigos, amantes, enemigos? ¿Cómo puede predecirse esto? Todos sabemos que es imposible.
Un accionista sorbió ruidosamente sus lágrimas.
—En un experimento Resultante, las conclusiones pueden ser deducidas de la naturaleza misma de sus constituyentes. Ninguna propiedad nueva o imprevisible nacerá de la combinación de los distintos constituyentes.
Edison (el profesor Crookes) iba asintiendo con la cabeza, feliz y radiante. A mi me costaba seguir la exposición, y me parecía que bastantes de las brillantes cabezas de la U-Con se hallaban en mi misma situación, aunque daban la sensación de estar tremendamente impresionados por lo que oían.
—La naturaleza de una Emergente no puede ser deducida de la naturaleza de sus constituyentes tal como estaban antes de ser combinados. La naturaleza de una Emergente tan sólo puede ser descubierta a través de la experimentación y la observación, y no puede trazarse ninguna hipótesis a su respecto. Aparece de repente a su debido tiempo, nueva e inesperada, ante la sorpresa de todo el mundo.
—¡Un ejemplo! —pidió Edison.
—Aquí tenemos un ejemplo. Todos conocemos los constituyentes del animal humano. A partir de estos conocimientos, ¿es posible predecir el fenómeno del pensamiento abstracto? La abstracción, ¿es una Resultante o una Emergente?
—Demasiado complicado —dije en XX°— Necesitamos un ejemplo sencillo, gráfico, capaz de entrar en cualquier mollera.
Toro Sentado reflexionó un instante. Luego se giró hacia Chca.
—Acido nítrico. Acido clorhídrico. Tres probetas. Tres bolitas de oro.
Mientras ella iba a buscar lo pedido en los armarios del material, él se giró sonriente a la concurrencia y dijo:
—Voy a hacerles una demostración sencilla. Voy a mostrarles que ni el ácido nítrico ni el ácido clorhídrico atacan a los metales nobles. Sus propiedades son bien conocidas. Sin embargo, cuando se los combina forman una Emergente llamada agua regia, que disuelve los metales nobles. Los antiguos químicos no poseían ningún medio de predecir esto. Hoy, con nuestros conocimientos sobre la transferencia de iones, lo comprendemos y podemos predecirlo, especialmente cuando somos auxiliados por un análisis de computadora. Esto es lo que quiero decir cuando me refiero a que la nueva investigación criogénica es Emergente. Nada puede ser predicho. Las computadoras no pueden ayudarnos, puesto que una computadora no vale más de lo que valen las informaciones que posee almacenadas, y por el momento no poseemos ninguna información al respecto. Gracias, Chca.
Colocó las tres probetas ante él, dejó caer una bolita de oro en cada una de ellas, y destapó los frascos de ácido.
—Observen atentamente, por favor. En cada probeta hay una bolita de oro. En la primera echo ácido clorhídrico. En la segunda, ácido nítrico. Agua regia en la…
Fue interrumpido por un estallido de toses y sofocaciones. Parecía como si cincuenta personas se estuvieran asfixiando al mismo tiempo. En medio minuto todo el auditorio vació enloquecido el laboratorio; tan sólo Edison, el Sindicato y yo quedamos con el Jefe.
Sequoia nos miró asombrado.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó en XX°.
Todo lo que era cristal en la habitación empezó a caer y romperse cuando los soportes de metal comenzaron a ceder. Contraventanas y valencias y diagramas de espectros se derrumbaron estrepitosamente. Los soportes de las luces cedieron y se produjeron relampagueos de cortocircuitos, y muy pronto nos hallamos a oscuras.
—¿Qué ha ocurrido? —repitió Adivina.
—¿Qué qué ha ocurrido? Yo te diré lo que ha ocurrido —masculló Edison conteniendo a duras penas la risa—. Esa maldita idiota de chica te ha traído ácido nítrico fumante.
Fumante. Y los vapores han convertido a esta habitación en un enorme baño de ácido nítrico. Todo está siendo roído.
—¿Has visto cómo lo hacía? ¿Has visto la etiqueta? ¿Por qué no la has detenido? —el Jefe sonaba furioso.
—No, no y no. Simplemente lo he deducido. No es una Emergente, tan sólo una Resultante.
—¡Buen Dios! ¡Buen Dios! Lo he arruinado todo con los accionistas de la U-Con —desesperado.
Repentinamente, algo encajó en mi cerebro y lancé un aullido.
—¿Qué ocurre, Guig? —dijo el Grupo al unísono—. ¿Te encuentras mal?
—¡No, malditos imbéciles, y precisamente por esto es por lo que aúllo! ¡He aquí al triunfante Grand Guignol! ¿No comprendéis? ¿Por qué no se ha dado cuenta de que era ácido nítrico fumante? ¿Por qué los vapores no lo han asfixiado? ¿Por qué no lo han roído hasta los huesos? ¿Por qué no se ha visto obligado a huir con Chca y todos los demás? ¡Reflexionad mientras saboreo mi triunfo!
Tras un largo momento el Sindicato Griego dijo:
—Nunca tomé en serio tus tentativas, Guig. Te pido disculpas. Había una posibilidad entre un millón, así que espero que me perdones.
—Te perdono. Os perdono a todos. Tenemos ante nosotros a un nuevo Hombre Molecular. Tenemos un magnífico y hermoso Homol recién estrenado. ¿Comprendes, Uncas?
—No comprendo una palabra de lo que estáis hablando.
—Aspira una buena bocanada de ácido nítrico. Date este gusto. Puedes hacer lo que quieras para celebrarlo, ya que nada, pero absolutamente nada de lo que comas, bebas o respires podrá terminar contigo. Bienvenido al Grupo.