Fuimos agredidos por algunos ciudadanos pertenecientes a la tercera edad en el camino del heli a la puerta de entrada, pero la cosa no tuvo consecuencias: utilizaban revólveres del tiempo de sus abuelos. Incluso se produjo un incidente cómico: ya los habíamos puesto en fuga cuando, mirando a mi alrededor, vi a Nemo a caballo de uno de aquellos desgraciados, postrado a cuatro patas. Le estaba azotando las ancas con su propia pistola, mientras cantaba rítmicamente.
—Este no es… el camino… de la supervivencia… Hay que… transplantar… transplantar… transplantar…
Lo sacamos de encima del pobre viejo Efímero y fuimos a reunirnos con Chca en el portal.
Parecía muy impresionada por la performance de Nemo. Había asistido ya a otras agresiones de aquel tipo, pero era la primera vez que veía a una de ellas servir de pretexto a una lección de moral. Nos condujo hasta el área de aterrizaje, y entonces fue mi turno de sentirme impresionado.
Era un enorme teatro circular, con gradas para unas mil personas, repletas de tipos de la U-con y de políticos locales que le hacían la rosca al JPL para que estuviera contento y siguiera pagando sus impuestos al estado. Chca nos colocó en la sección reservada y bajó a reunirse con Adivina, que estaba junto a una enorme consola de control, situada al lado de la tarima. Observé que Chca se comportaba con una calma y una seguridad sorprendentes. O el Jefe había cumplido con su promesa, o ella había encontrado su propia identidad. De todos modos, tenia que rendirle mi admiración.
Adivina subió a la tarima, miró a su alrededor, y habló:
—Señoras, gemmum, hermanos del alma, ah gone explicar brief, you comprendar, lo que este experiment significa, yeah. Si you got any preguntas, adelante, ax da man.
Hizo una seña a Chca. Esta hizo algo en la consola, se encendieron algunos proyectores, y tres tipos aparecieron en escena, al lado de Adivina. Sonreían, y saludaron varias veces al público. Eran más bien pequeñitos, pero parecían fuertes.
—Esos son los tres valientes voluntarios —dijo Adivina (traduzco su espanglés) que han emprendido el primer vuelo criogénico de la historia. Se trata de un entrenamiento para la Misión Plutón, y eventualmente, más tarde, para las estrellas. Los dos principales impedimentos son el tiempo y la carga útil. La misión necesitará varios años para alcanzar Plutón, incluso a aceleración máxima. Se necesitarán siglos para alcanzar las estrellas. Aun suponiendo que pudieran vivir el tiempo suficiente; sería prácticamente imposible proveerlos de los víveres y del equipo suficientes para todo el viaje. De modo que la única solución es la criogenia.
Hizo otra seña a Chca. Los proyectores parpadearon. Pudimos ver a los mismos tres crionautas, desnudos, metiéndose con ayuda de algunos técnicos en sus transparentes sarcófagos. Luego siguió una secuencia de montaje en la que recibían varias inyecciones, se les conectaba a una red de capilares filiformes, eran rociados con una especie de líquido esterilizador. Las tapas de los sarcófagos fueron selladas.
—Bajamos la temperatura de los criosarcófagos un grado Celsius por hora, y aumentamos la presión una atmósfera por hora, hasta que obtuvimos el hielo III, que es más denso que el agua y que se forma por debajo del punto de congelación. La técnica criogénica de mediados del siglo veinte era deficiente debido a que ignoraba que la animación suspendida no podía ser obtenida con ayuda de una única congelación. Es indispensable reunir una baja temperatura y una alta presión. Los detalles se encuentran en las cintas que les han sido entregadas.
Primer plano de un sarcófago delicadamente cargado en una cápsula. Montaje del interior de la cápsula. Técnicos procediendo a la compleja conexión de los sarcófagos con los circuitos internos.
—Luego los situamos en una órbita de noventa días, lo cual representa una elipse bastante profunda —primer plano del lanzamiento; al principio al ralenti, luego, a una cierta altura, llamas surgiendo del cohete portor y aceleración hasta desaparecer de la vista. Todo como de costumbre. Edison no pudo evitar un bostezo.
—Y ahora están regresando. Vamos a atrapar la cápsula en una proyección kinorep en forma de cono, centrándola con ayuda de sus toberas laterales, y dejar que los efectos conjugados del kinorep y de la gravedad la conduzcan suavemente hasta el suelo. Para aquellos de ustedes que no sean técnicos les recordaré que kinotrac y kinorep significan respectivamente atracción y repulsión cinética electromagnética. Eso es lo que permite al cohete portor despegar y aterrizar sin sacudir demasiado a sus pasajeros.
"Los crionautas llegarán en unos diez minutos, y serán devueltos poco a poco a un metabolismo normal. Desgraciadamente, el proceso es lento, y serán necesarios varios días antes de que ustedes puedan entrevistarlos convenientemente. Además, tampoco tendrán gran cosa que contarles: para ellos, el tiempo transcurrido ha sido nulo. Pero si tienen ustedes alguna pregunta, pueden hacerla ahora.
Hubo algunas preguntas sutiles hechas por algunos civiles: ¿Cuál era la órbita de la cápsula? (En el plano de la órbita de la Tierra. Lo encontrarán en la cinta que les ha sido entregada). ¿Por qué no una órbita cometaria alrededor del Sol? (Por necesidades de refrigeración, y por el hecho de que corría el peligro de convertirse en una parábola sin regreso. Escuchen la cinta que les ha sido entregada). ¿Cuáles son los nombres y las cualificaciones de los crionautas? (Escuchen la cinta que les ha sido entregada) ¿Cómo se sienten personalmente ustedes tras esta peligrosa experiencia? (Responsables).
Adivina miró a su alrededor.
—Quedan aún tres minutos. ¿Alguna otra pregunta?
—Sí —dije yo—. ¿Qué es una Repugnante Adormidera? Me echó una mirada que me metió en la piel de George Armstrong Custer (West Point, '61), y se giró hacia la consola.
—Abran el iris —ordenó. Chca tocó algo, y todo el techo del estadio se abrió—. Kinotrampa —ella asintió, y su concentración podía apreciarse en el modo como sacaba la lengua por un lado de sus apretados dientes.
Esperamos. Esperamos. Esperamos. De repente la consola dejó oír un intenso blíp.
—Contacto —murmuró Adivina. Tomó los controles—. Cada vez que la nave entra en contacto con la pared del kinorep la alejamos por medio de sus toberas laterales a fin de intentar situarla exactamente en el centro del cono. —Parecía como si pensara en voz alta. En el ansioso silencio del anfiteatro su voz sonaba como un grito. Sus manos recorrieron el teclado de la consola y los blips se convirtieron en un sonido continuo y discordante—. Centrada y descendiendo. —Era evidente que su cara de póquer estaba sometida a tensiones considerables, aunque no dejara entrever nada. Comenzó a contar con voz monótona—: Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Minuto. —Sus ojos se dirigían sin cesar alternativamente de la pantalla de radar de la consola al iris abierto del anfiteatro. Siguió contando, y su voz sonaba como una jerga en latín. Infiernos de responsabilidad.
Luego, la parte inferior de la cápsula apareció silenciosamente en mitad del iris, y descendió a la velocidad de un caracol espacial. El efecto de repulsión del kinorep no era visible, pero levantó una tormenta de polvo y de pedazos de papel en miniatura en el estrado. Los espectadores aplaudieron. Adivina no les prestó la menor atención. Estaba completamente absorto en lo que hacía.
Hizo una seña con la cabeza a Chca, que corrió hasta el borde del estrado, se arrodilló, y fue indicando con la mano los centímetros que faltaban para que la cápsula tocara el suelo. Supimos que se había posado cuando la tarima vibró ligeramente. Adivina desconectó la consola, lanzó un profundo y convulsivo suspiro, y nos electrizó de pronto a todos con un sonoro yupi comanche. Los asistentes se descongelaron y aplaudieron y patearon las gradas. Incluso Edison, que ardía de envidia profesional. Tres técnicos, esta vez auténticos, aparecieron y desprecintaron la cápsula. Adivina puso un pie en la escotilla de entrada.
—Recuerden —dijo, girándose— que para ellos el tiempo no ha pasado. Como les he dicho no podrán hablarles, pero al menos sí podrán verles. —Metió la cabeza en la abertura, y su voz nos llegó ahogada—. Han permanecido noventa días congelados en órbita, y… —calló bruscamente. Aguardamos. Nada. No se movía, no hablaba. Un técnico tocó su hombro.
Ninguna reacción. Los otros dos técnicos se adelantaron, hablando en voz baja, y tiraron de él suavemente hacia atrás. Cuando lo soltaron permaneció inmóvil en la posición en que lo habían dejado. Los técnicos metieron la cabeza por la escotilla. Cuando volvieron a sacarlas, estaban blancas como sábanas y heladas por el estupor.
Tenía que ver lo que había ocurrido. Me abrí camino entre la multitud hasta la cápsula.
Cuando finalmente conseguí echar una ojeada al interior vi los tres sarcófagos. Pero en ellos no había ningún crionauta. No había nada dentro de los sarcófagos excepto tres pálidas y despellejadas ratas.
La multitud me empujaba hacia atrás. Pese al tumulto, oí los penetrantes gritos de Chca-5:
—¡Guig! ¡Por aquí, Guig! ¡Por favor!
Estaba cerca de la consola. Me abrí camino hasta ella a codazos. Estaba inclinada sobre Adivina, tendido en el suelo tras la consola, presa de una clásica crisis epiléptica.
—Está bien, Chca. Me ocuparé de él. —Hice lo que tenía que hacer. Primero la lengua.
Luego la espuma. Soltarle las ropas. Dejarle libres brazos y piernas. Chca estaba aterrada.
Una crisis es siempre algo impresionante de ver. Luego me erguí y grité—: ¡Hey, el Grupo! ¡Aquí! —Los cuatro se materializaron a mi alrededor—. Guardia de honor —dije—. Nadie debe verle. ¿Mantienes el control, Chca?
—No.
—Lo siento. Tendrás que mantenerlo. ¿Tiene el Jefe alguna oficina propia? ¿Algún sancta sanctorum particular? —Asintió—. Estupendo. Instrucciones: Mis amigos van a transportarlo. Indícales dónde es. Luego vuelve enseguida. Inmediatamente, ¿comprendes? Tendrás que reemplazar a Adivina cuando la multitud se recupere y empiece a hacer preguntas. Yo estaré contigo. Mis amigos se quedarán junto al Jefe. ¡Adelante!
Chca estaba de vuelta cinco minutos más tarde, jadeante, llevando consigo una bata de laboratorio.
—Métete esto, Guig. Serás uno de sus asistentes.
—No. Tienes que arreglártelas tú sola.
—¡Pero tú has dicho que estarías conmigo!
—Estoy aquí.
—¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Qué es lo que tengo que decir? No soy tan lista como eso.
—Si que lo eres, y no te he estado adiestrando tres años para nada: Ahora adelante… con todo tu aplomo y todo tu gran estilo. ¿Estás preparada?
—Todavía no. Dime qué es lo que ha hecho flaquear al Jefe.
—Los crionautas ya no están en sus sarcófagos. Han desaparecido. En su lugar sólo hay algo que se parece a un ratón retorcido y despellejado.
Ella se estremeció.
—¡Oh, Dios, oh Dios, oh Dios! —Esperé. No tenía tiempo de darle consejos. Tenía que salirse de aquello ella misma. Lo hizo—. Ya está, Guig —dijo—. Estoy lista. ¿Qué tengo que hacer?
—Pide silencio. Calma y estilo. Te iré soplando.
Buen Dios, tuvo la clase de subirse a la consola y adoptar la pose de Cortés contemplando el Pacífico por primera vez (mientras sus hombres lo contemplaban alucinados a él).
—¡Señoras y señores! —gritó en espang—. ¡Señoras y señores! ¡Presten atención, por favor! (¿Y ahora qué, Guig?, en XX°).
—Identifícate.
—Soy Chca-5 Chino Grauman, la asistente particular del doctor Adivina. Creo que todos ustedes me habrán visto en la consola de control. (¿Y ahora?) —Optimista. Tranquila. No se trata de un desastre, sino de un desafío.
—Señoras y señores, algo no habitual se ha producido durante nuestra experiencia, y todos ustedes han tenido el privilegio de ser testigos de ello. Permítanme que les felicite. Como dice a menudo el doctor Adivina, la esencia misma del descubrimiento es hallar algo que no había sido previsto. —Afinó el oído—. Ah, algunos de ustedes están hablando de la fortuna de lo imprevisto. Si, la ciencia es imprevisto. (¿Guig?) — El Jefe está analizando esta sorpresa con todo su equipo en el laboratorio. Muy técnica ahora.
—El doctor Adivina está en estos momentos con su equipo, analizando científicamente el fenómeno al que ustedes acaban de asistir —inclinó la cabeza en un elegante gesto—. Imagino que están preguntándose ustedes si va a seguirse el procedimiento habitual en lo que concierne a los criosarcófagos. Puedo decirles que el doctor Adivina está ocupado actualmente en resolver esta cuestión; ésta es una de las razones por la cual no puede ser absolutamente molestado. Todos ustedes se preguntan qué les ha ocurrido a los crionautas. Esta es una pregunta que nos hacemos también nosotros. (¡Guig!) — Eso es todo.
—Les doy las gracias por haberme escuchado. Ahora debo volver a la sala de conferencias para reunirme con el equipo. El doctor Adivina dará a la luz un comunicado detallado tan pronto como sea posible. Gracias.
La ayudé a bajar. Temblaba como una hoja.
—Todavía te necesito, Chca. Ve a decirles a los técnicos que sellen la cápsula de nuevo, dejándola tal cual está. Que mantengan todos los sistemas en actividad, como si continuara en órbita.
Ella asintió y atravesó la multitud en dirección a los técnicos, que aún parecían alelados.
Les habló animadamente, luego regresó a mi lado.
—Ya está hecho. ¿Y ahora?
—Primero, estoy orgulloso de ti.
—Uf.
—Condúceme hasta Toro Sentado. Tengo que…
—¡No le llames así! —gritó—. Deja de darle esos nombres. Es un gran hombre. Es… es…
—… ponerle al corriente de la situación. Imagino que su ataque ya debe haber pasado.
—Creo que le quiero —dijo ella compasivamente.
—Y esto duele.
—Es horrible.
—Siempre lo es la primera vez. Vamos.
—No hace más de doce horas, Guig. Y tengo la impresión de que he envejecido doce años.
—Se nota. Has dado un salto cuántico. Vamos.
El sancta sanctorum de Sequoia era una enorme sala de conferencias, con una gran mesa ovalada y enormes sillones. Estaba repleta de libros, periódicos, cartuchos de cintas y material de ordenador. Las paredes estaban cubiertas de enormes diagramas orbitales. El Grupo se había aposentado en un extremo de la mesa, y todos contemplaban a Adivina con una inquieta intensidad. Cerré la puerta a las curiosas secretarias de la sala de al lado.
—¿Cómo se encuentra? —pregunté.
—Tiene algo roto. Está completamente ido —dijo M'bantu.
—Oh, vamos, McBee. Ha sufrido un ataque, eso es todo.
—Mira esto —dijo Canción Perfumada. Tomó una mano de Sequoia y la alzó. Cuando la soltó, se quedó en alto, allá donde la habian dejado. Tomó a Adivina por los sobacos y lo levantó suavemente del sillón. El Jefe se puso obedientemente en pie. Cuando la princesa le hizo dar la vuelta a la sala de conferencias, la siguió como un sonámbulo, pero apenas lo soltó, Sequoia se paró en seco, como si hubiera chocado contra una invisible pared. Su brazo seguía alzado hacia el techo.
—¿A eso le llamas tú un ataque? —preguntó M'b.
—Volved a dejarlo en su asiento —les dije. Chca estaba gimiendo. Yo no me sentía exactamente feliz tampoco.
—Se ha ido definitivamente —dijo Nemo—. Nunca podremos alcanzarlo.
—¡Tienen que ayudarlo! —gimió Chca.
—Haremos todo lo que podamos, querida.
—¿Qué le ha ocurrido?
—No se.
—¿Cuánto va a durar así?
—Ni idea.
—¿Es permanente, Guig?
—Es difícil de decir. Necesitaríamos un experto. Princesa, llama a Sam Pepys. Y di también a Borgia que venga. Lo antes posible.
—De acuerdo.
—¿Por qué preocuparse? —quiso saber Edison—. Ha perdido todos los tornillos.
Olvidémoslo.
—En absoluto. En primer lugar a causa de Chca. En segundo lugar, sigue siendo mi candidato; hay que hacerle volver. En tercer lugar, por pura y simple humanidad. Es un chico brillante, y hay que conservar su prestigio.
—Sálvenlo —suplicó Chca.
—Vamos a intentarlo, querida. El primer problema es cómo sacarlo de aquí para llevarlo a mi casa. Oigo a los accionistas de la U-Con piafando en el pasillo. ¿Cómo haremos para eludirlos?
—Sacarlo de aquí no constituye ningún problema —dijo M'b—. Se deja llevar como un bebé. Podemos hacerle ir a cualquier lugar.
—Si, pero necesitaríamos volverlo invisible. —Estaba pensando furiosamente. Debo confesar muy a mi pesar que estaba gozando como un loco de la situación. Me gustan las crisis y los desafíos—. Ed, ¿cuál es tu identidad actual? —Edison miró a Chca—. No pienses en ella. Está por encima de todo esto.
—Lo sé todo respecto al grupo —dijo Chca, no como fanfarronada, sino para ganar tiempo.
—Discutiremos esto más tarde. ¿Quién eres ahora, Ed?
—Director de la División de Plasma en la RCA.
—¿Llevas tu identificación contigo?
—Por supuesto.
—Fabuloso. Ve afuera. Eres un distinguido colega del doctor Adivina, el cual te ha invitado a asistir al acontecimiento. Estás dispuesto a discutir con los accionistas sobre cualquier cosa. Representa bien tu papel, no dejes de representarlo hasta que nosotros nos hayamos largado de aquí.
Edison —tras haber lanzado una breve mirada a cada uno de nosotros, y una que decía mucho a Adivina—, se fue. Le oí empezar su cháchara fuera. Algo así como: "u(x+h)u(x)=-2x+1". Alentador. Pensé un poco mas.
—Chca y princesa. Tomad el diagrama más grande de la pared. Cogedlo una de cada lado, y mantenedlo lo más alto posible. —Obedecieron sin hacer ninguna pregunta, y les di mentalmente un punto a cada una—. Estupendo, mantenedlo así. —La parte baja del diagrama llegaba justo al nivel del suelo—. M'b, tu eres el más fuerte. Échate a Adivina sobre los hombros.
—Un infierno es el más fuerte —gruñó Nemo.
—Físicamente tan sólo, capitán —dijo M'bantu, conciliador—. No intelectualmente. Nadie puede compararse contigo en esa especialidad.
Les expliqué cual sería la escena, y abrí la puerta que daba a la antesala. Las dos mujeres salieron sujetando el diagrama tan alto como podían.
—Sentimos hacerles esperar —dijo Chca a los reunidos. El diagrama navegó hacia el pasillo. Tras la pantalla, M'bantu arrastraba a Sequoia.
Cuando llegamos a mi casa, Borgia estaba esperando (les juro que en ningún momento vi a Canción Perfumada llamándola), parecida a una Florence Nightingale siciliana. Y esto es en realidad. Siciliana, no enfermera. Es el mejor doctor que conozco. Desde 1600 ha realizado sus estudios en Bolonia, Heidelberg, Edimburgo, la Salpêtrière, Cornell y la Standard Oil. Borgia es de las que dicen que hay que vivir con el tiempo.
Había un equipo de hombres trabajando.
—Los encontré intentando robar —me informó ella—. Tu puerta cierra mal. Así que los tomé por mi cuenta y los puse a trabajar. —Lo cual era cierto. Sabú estaba dándose un banquete con una bala de heno. Laura perseguía alegremente una bandada de peces rojos en el saloncito. La casa estaba limpia e inmaculada. Una mujer notable, a todas luces.
—Todos aquí —ordenó. La banda se puso tímidamente en fila ante ella—. Ahora escuchadme bien. Vosotros dos tenéis un amago de embolia. Vosotros tres estáis afectados de rezno, cuyos efectos pueden ser mortales. Todos sois maricas, y necesitáis una buena proctal. Quiero veros mañana por la tarde para una revisión completa. ¿De acuerdo?
—Yassuh, médico.
—OK. Largáos.
Desaparecieron como flechas. Una mujer notable, repito.
—Tardes, Guig —dijo, en XX°—. Tardes a todo el mundo. ¿Qué es esa cosa? No forma parte del Grupo. Echadla.
Por todos los diablos, Chca se le enfrentó.
—Me llamo Chca-5 Chino Grauman. Vivo aquí, y su paciente es mi hombre. ¿Alguna otra pregunta?
—Habla XX°.
—Y lo sabe todo acerca del Grupo. Así, tal cual.
—Tiene sangre maorí en las venas —intervino M'bantu—. Un pueblo estupendo.
Borgia esbozó una sonrisa de un kilómetro, se dirigió a Chca y le estrechó la mano como si se tratara de la palanca de una bomba contra incendios.
—Me gustan las chicas como tú, Chca —dijo—. No hay muchas así hoy en día. Hemos polucionado la especie. Vamos a ver a tu paciente. ¿No tienes algún lugar un poco más intimo, Guig? Aquí, uno tiene la impresión de hallarse en un zoo, con esa pitón que no para de eructar.
Llevamos al Jefe hasta mi estudio, y Chca lo depositó en un sillón. Los demás se disculparon y fueron a ocuparse de sus animalitos. Edison se dirigió a reparar la puerta que había destrozado con su entrada triunfal.
—Cuéntame, Guig —dijo Borgia.
Le conté. La puse al corriente de todo lo ocurrido mientras ella daba vueltas en torno al Jefe, examinándolo.
—Ajá —dijo—. Todos los síntomas básicos del delirio postepiléptico: mutismo, negativismo pasivo, estupor catatónico. Tranquila, Chca, dejo a un lado la jerga médica. Probablemente parece como si estuviera despersonalizando a tu chico. No lo estoy haciendo. Ahora, ¿cuál es exactamente la urgencia? ¿Cuánto tiempo tenemos?
—Bueno, nos hemos librado de los altos mandos de la U-Con por unos instantes, pero mañana vendrán rebuznando acerca del comunicado prometido y con la intención de hablar personalmente con Adivina. La experiencia ha costado setenta millones y…
—Ochenta y cinco —corrigió Chca—. Y ya están rebuznando. Es el pánico. Reclaman al Jefe. O sus explicaciones, o su cabellera.
—¿Tienen alguna sospecha de lo ocurrido? —preguntó Borgia a Chca.
—Todavía no. La mayor parte de ellos no hacen más que murmurar que ha escapado con la cola entre las piernas.
—¿PES? —me preguntó Borgia, muy interesada.
—No, injertos-espía. Ya ves todo lo que hay en juego. Si no lo sacamos de allá aprisa, está perdido.
—Lo cual echaría por tierra todos tus proyectos hacia él, como si lo viera.
—Ahora no, Lucy. No delante de su chica.
—Yo no soy su chica —dijo Chca—. El es mi chico.
Borgia no se preocupaba por la semántica. Siguió dando vueltas alrededor de Sequoia, como si estuviera palpándolo con antenas invisibles.
—Interesante. Muy interesante. Este parecido con Lincoln. ¿Lo ves, Guig? ¿Un signo patógeno? A veces me lo pregunto. Supongo que no ignorarás que el joven Lincoln sufrió una crisis cataléptica a la muerte de Ann Rutledge. Nunca se recuperó. Durante todo el resto de su vida fue un maníaco depresivo. ¿Tienes algo para escribir? Un equipo manual, a ser posible.
Chca sacó un bloc y una estilo de debajo del escritorio.
—¿Es zurdo, Chca?
—No.
—Vamos a intentar un truco que me enseñó Charcot en la Salpêtrière. —Colocó la estilo en la mano derecha del Jefe y metió el bloc debajo—. A veces intentan comunicarse con nosotros, pero no poseen los medios. —Se inclinó sobre Adivina y empezó a hablar en espanglés. La interrumpí.
—Se expresa mejor en XX°, Borgia —dije.
—Oh, está educado. Es alentador. —Empezó a hablarle lentamente al Jefe—: Hola, doctor Adivina. Soy médico. Me gustaría hablar con usted acerca del JPL.
El rostro de Sequoia no se alteró; seguía contemplando plácidamente el vacío, pero tras un momento su mano derecha se estremeció y escribió: hola Chca dejó escapar un gritito de alegría. Borgia la instó a que permaneciera tranquila.
—Doctor Adivina —prosiguió—, sus amigos están aquí. Están muy intranquilos por usted. ¿Quiere decirles algo?
La mano escribió: doctor adivina sus amigos están aquí están muy intranquilos por usted quiere decirles algo
—Hum —Borgia frunció los labios—. Así que es eso, ¿eh? Chca, ¿quieres intentarlo tú?
Dile algo personal.
—Jefe, soy Chca-Chica-Chicana. Recuérdalo: todavía no has cumplido tu promesa, jefe soy chca chica chicana recuérdalo todavía no has cumplido tu promesa Borgia arrancó la hoja del bloc.
—¿Guig? ¿Quizás algo relacionado con el reciente desastre?
—¡Hey, Uncas! La U-Con ha intentado venderme esas ratas peladas. Dicen que son tu alma, hey uncas la ucon ha intentado venderme esas ratas peladas dicen que son tu alma Borgia agitó la cabeza.
Esperaba que esto nos llevara a alguna parte, pero es tan sólo una ecopatía.
—¿Y eso que és?
—A veces forma parte de los síndromes catatónicos, Guig. El paciente repite las palabras de otro, bajo una forma cualquiera.
—¿Cómo un loro?
—Si quieres decirlo así. Pero aún no nos ha ganado. Voy a mostrarte otro truco de Charcot. La psique humana puede ser increíblemente retorcida. —Pasó la estilo a la mano izquierda del Jefe, y colocó el bloc debajo.
—Hola, doctor Adivina. Soy médico. Me gustaría hablar un poco con usted. ¿Ha llegado a alguna conclusión respecto a lo ocurrido a sus crionautas?
El plácido rostro siguió mirando al vacío. La mano izquierda se retorció y luego empezó a escribir como al otro lado de un espejo, de izquierda a derecha: emuser sisenégotno al orep, sisenégolif al
—Un espejo, Chca.
—No os preocupéis —dijo Borgia—. Leo dextro y levo. Ha escrito: "La ontogénesís resume la filogénesis, pero…
—¿Pero qué?
—Aquí se ha parado. La ontogénesis resume la filogénesis, pero… ¿Pero qué? ¿Doctor Adivina? ¿Qué? Nada.
—¿Hemos fracasado otra vez?
—Por supuesto que no, estúpido. Hemos hecho un descubrimiento capital. En su interior funciona perfectamente. Muy en su interior. Se da cuenta de todo lo que ocurre a su alrededor. Lo único que tenemos que hacer es desmenuzar el colchón protector que ha creado en torno suyo.
—¿Sabes cómo?
—Con un contrashock, pero con tanta urgencia va a ser arriesgado.
—Es urgente. ¿Por qué será arriesgado?
—Se acaba de desarrollar un nuevo tranquilizante, un polipéptido derivado de la noradrenalina.
—No he entendido nada.
—¿Sabes como funcionan los tranquilizantes? Espesan las conexiones entre los núcleos del cerebro, las células gliales y las neuronas. Frena la transmisión de los flujos nerviosos de célula a célula, y frenarás todo el organismo. ¿Me sigues?
—Te sigo.
—Este derivado de la noradrenalina bloquea completamente el proceso. Es como un gas nervioso… Todo el proceso queda como muerto. Y este es el peligro. Realmente puede matar.
—¿Por qué? Los tranquilizantes no matan.
—Intenta captar el concepto, Guig. Cada célula nerviosa va a quedar aislada. Sola. Como una isla. Si puede restablecerse de nuevo la sinapsis, recuperará su estado normal y se sentirá muy sorprendido de haberse retirado así. Habremos creado un contrashock. Pero si no se restablece, está muerto.
—¿Cuáles son las posibilidades?
—Experimentalmente, y hasta ahora, un cincuenta por ciento.
—El Griego dice que cualquier moneda sirve para apostar. Intentémoslo.
—¡No! —gritó Chca—. ¡Por favor, Guig! ¡No!
—Pero ya está fuera de este mundo, Chca. No tienes nada que perder.
—Se curará con el tiempo. ¿No es cierto, doctor?
—Es posible —dijo Borgia—. Quizá dentro de cinco años, sin este tratamiento de shock.
Tu chico está en uno de los estados más catatónicos que he visto en toda mi carrera, y si sufre otra crisis epiléptica mientras nos lo estamos pensando, se hundirá aún más profundamente
—Pero…
—Y puesto que se trata de tu chico, tengo que prevenirte de que, si sale de esto por sus propios medios, probablemente sufrirá una amnesia total en lo que respecta a todo su pasado. En este tipo de casos hay muchas posibilidades.
—¿Todo su pasado?
—Todo.
—¿Su trabajo?
—Si.
—¿Yo?
—Tú.
Chca vaciló. Esperamos. Finalmente, dijo:
—Bueno…
—Entonces apresurémonos —Borgia dominaba por completo la situación—. Tiene que salir de su contrashock en un ambiente que le sea familiar. ¿Vive en algún lado?
—No podemos entrar allí. Está guardado por los lobos.
—El JPL está fuera de lugar. ¿Dónde, entonces?
—Enseña en la Union Carbide —dijo Chca.
—¿Tiene algún despacho?
—Si, pero pasa la mayor parte de su tiempo abajo, utilizando la Extrocomputadora.
—¿Qué es eso?
Chca me miró implorando mi ayuda.
—La Carbide ha construido un complejo de computadoras prácticamente ilimitado —expliqué—. Primero las llamaron "computadoras extensibles", pero ahora las llaman Extrocomputadoras. Son un juguete relleno con todos los datos que existen o han existido desde el inicio de los tiempos. Y tiene aún espacio para almacenar otros más.
—Gung. Entonces lo llevaremos al complejo de computadoras. —Sacó un bloc de notas de su maletín de instrumentos y escribió algo—. ¡M'bantu! —llamó—. ¡Ven aquí! Lleva esta receta Upjohn y trae el frasco al centro de informática de la Unión Carbide. Y no dejes que nadie te enrede. Eso vale una fortuna.
—Lo transportaré en una caña con doble fondo.
Ella le dio un beso afectuoso.
—Mi querido bastardo negro. Dile a Upjohn que lo cargue en mi cuenta.
—¿Puedo preguntar a qué nombre, Borgia?
—Oh, maldita sea. ¿Quién soy en este momento? Oh, sí, Cipolla. La doctora Renata Cipolla. Ve, pequeño.
—¡Renata Cebolla! —exclamé, incrédulo—. ¿Por qué no? ¿Qué eres tú, alguna especie de antisemita? ¡Edison! ¡Ven aquí! ¿Has terminado de reparar la puerta? No te preocupes más por ella. Necesito que me chapucees un esterilizador. Y también una máscara de oxigeno. Ven conmigo, y tráete tu caja de herramientas.
—¿Esterilizador? —jadeó Chca—. ¿Oxígeno?
—Es posible que tenga que abrir y dar un masaje a la coronaria. ¡Nemo! ¡Nemo! —No hubo respuesta. Se dirigió al salón-piscina. Allí estaba, jugueteando con Laura. Ya no quedaba ni un pez rojo. Me pregunto si él no se habría comido también alguno, ya saben, hay que mostrarse sociable. Borgia tableteó en la pared de perspex hasta que la cabeza de Nemo emergió del agua.
—Nos vamos —dijo—. Cuida de la casa. La puerta está completamente hecha polvo. Pero tómatelo con calma, Ed. Utiliza la fuerza para resistir a la fuerza, pero no mates a nadie. Manténlos a distancia. Recuerda que luego necesitan atención médica. Chao. Vamos, muchachos.
Ella y Edison tomaron sus instrumentos. Mientras Chca y yo guiábamos a Cochise fuera de la casa, eché una ojeada al sótano. Canción Perfumada dormía plácidamente a lomos de Sabú. Sentí deseos de decirle que se largara.