2

Era del tipo epiléptico. Esto fue evidente desde el momento en que lo vi por primera vez.

Un candidato maravilloso: grande, musculoso, fuerte como una roca. Transportó al incrustado hasta el hospital de la universidad sobre un solo hombro. Jonás gemía débilmente en arameo, la lengua que había aprendido en las rodillas de su madre. En Urgencias, mi candidato fue tratado con un gran respeto. "Sí doctor (Yassuh, médico), no doctor, seguro doctor". Me dije que debía de haber hecho algo sensacional, por ejemplo revivir las plagas para combatir la explo. demo. Dios, un genio.

Metieron a Jonás en una cama. No me preocupaba demasiado por él. Hace falta mucho más para conseguir que peligre la vida de un Homol. Pero me aterraba la idea del Lépcer.

Este es el peligro real, constante. Ya les hablaré más tarde del Lépcer.

—Te he registrado con el nombre de J. Kristman —le susurré a Jonás al oído—. No te preocupes. Me he hecho pasar por un pariente próximo. Me ocuparé de ti.

Mi chico dijo entonces, en XX°:

—¡Hey, hablas el Viejo Inglés! ¿Cómo es eso?

—¿Y tú, cómo es eso? —dije yo.

—Quizá te lo cuente algún día.

—Yo también. ¿Qué te parece si vamos a echar un trago?

—Encantado, pero no tengo derecho a tomar aguardiente. Soy pupilo del gobierno.

—Eso no tiene ningún problema. Yo hago el pedido y luego te lo paso. ¿Qué va a ser?

—Aguardiente.

—¿Quieres decir que existe algo así?

El rostro del tipo parecía de madera.

—¿Crees que soy de los que toman el pelo?

—Tienes el aspecto de un charlatán frente a un estanco.

—¿Existe algo así?

—Hubo un tiempo en que si existía. ¿Dónde vamos a beber?

—Al Input Apasionado. Te lo mostraré.

Era un típico garito de campus. Sombras psicodélicas, música orgásmica, chicos tendidos por el suelo en pleno viaje, proyecciones publicitarias por todos lados.

—Hola —estaba diciendo un alegre gigantón—, soy vuestro amistoso banco de reciclaje.

En nuestros fraternales esfuerzos en pro de la preservación de la ecología, queremos reciclar vuestro dinero para…

Avanzamos a través de la proyección hasta alcanzar la desierta barra.

—Un doble de aguardiente —dije—. Y un doble de soda para mi amigo.

—¿Gas en la soda? —preguntó el de la barra—. ¿Hash? ¿Anfets? ¿Sub?

—Tan sólo soda. Le basta para un viaje. —Todo ello en espanglés, por supuesto. Cuando nos trajo los dos dobles los mezclamos un poco, al estilo de la pareja tendida en el suelo allá a nuestro lado. Pero apenas probé el aguardiente estuve a punto de sufrir una convulsión.

—He estado a punto de sufrir una convulsión —dije.

—Normal —dijo él—. Es la estricnina que le echamos. A los rostros pálidos les encanta.

—¿A qué te refieres al decir nosotros?

—Destilamos ilegalmente esto en nuestra reserva del Erie, y lo vendemos a los rostros pálidos. Los tiempos han cambiado, ¿no? Es así como nos hemos hecho ricos. El aguardiente de la Repugnante Adormidera.

—Intentaré comprenderlo más tarde. Me llamo Prince. Ned Prince. ¿Y tú?

—Adivina.

—Lo intentaré, pero dame una idea.

—No, no. Este es mi nombre. Adivina. —Me echó una mirada inexpresiva—. ¿No has oído hablar nunca del finado, del gran George Adivina?

—¿Eres tú?

—Mi antepasado. Éste es el nombre que le dieron los rostros pálidos. Su verdadero nombre era Sequoia.

—¿Por el árbol?

—Llamaron así al árbol a causa de él.

Lancé un silbido.

—¿Fue célebre hasta tal punto? ¿Qué es lo que hizo?

—Fue el más grande de los indios eruditos. Entre otras cosas, inventó el alfabeto cherokee.

—¿Tú eres el doctor Adivina?

—Ajá.

—¿Médico?

—Físico, pero hoy en día es casi lo mismo.

—¿Aquí en la Union Carbide?

—Enseño aquí. Pero realmente trabajo en el JPL.

—¿En el Jet Propulsion Lab? ¿Y en qué consiste tu trabajo?

—Soy uno de los científicos del proyecto Misión Plutón.

Silbé de nuevo. No eran sorprendentes aquellos sí doctor, no doctor, por supuesto doctor.

Aquel gonser macher se tragaba algo así como un millón de dólares por semana en uno de los programas más célebres de toda la historia de la NASA, financiado por el United Conglomerate Fund con la fraternal esperanza de hacer del sistema solar un lugar más fácil para vivir destinado a la gente de categoría.

—Me parece más bien que el gobierno es tu pupilo. Adivina, ¿crees que aún tengo sed?

—Ajá.

—En este caso déjame hacer a mí la partición. Esa maldita cosa entra bien.

—Infiernos, tío. Te estaba tomando el pelo con esto de la prohibición de beber. Hace una eternidad que fue abolida.

—¿De veras? Mi memoria está llena de agujeros. Hey, chico, dos aguardientes. ¿Tienes algún nombre de pila, Adivina?

—Me llamo S. Adivina.

—¿S. de Sam?

—No.

—¿Saul? ¿Sol? ¿Stan? ¿Salvarsan?

Se echó a reír. Ustedes no han visto nada si no han visto su risa de cara de póquer.

—Eres un tipo tal cual, Prince. ¿Qué infiernos estaba haciendo tu amigo en ese berenjenal?

—El es así: nunca escucha los consejos. ¿Por qué no quieres decirme tu nombre?

—¿Qué ganarías con que te lo dijera? Llámame simplemente Doc.

—Puedo mirar en el directorio de la U-Con.

—No puedes. Figuro tan sólo como S. Adivina, doctor en física. ¡Chico! Otra ronda. A mi cuenta.

El muchacho de la barra objetó que ya habíamos bebido bastante alcohol, y nos sugirió tomar alguna otra cosa más respetable en su lugar, como por ejemplo mescalina.

Aceptamos. Un sosías de Colón, catalejo incluido, surgió del suelo.

—Amigos, ¿habéis considerado alguna vez lo que seria el Conocimiento sin Medios para desarrollarlo? Contribuid generosamente a la Fundación para la Investigación industrial adquiriendo los productos que exhiben nuestra etiqueta: Migs, Gigs, Puns, Fubs…

Lo ignoramos.

—Si yo te muestro mi pasaporte —dije—, ¿me enseñarás el tuyo?

—No tengo. No se necesita pasaporte para ir al espacio. Por ahora.

—¿Nunca viajas?

—Oficialmente, no me dejan salir de Mexifornia.

—¿Eres importante hasta tal punto?

—Sé demasiadas cosas. Tienen miedo de que caiga en malas manos. La Con Ed intentó raptarme el año pasado.

—Ya no puedo soportar más tiempo esta tortura. En realidad, soy un espía de AT and T disfrazado. Mi verdadero nombre es Nellie.

Se echó a reír de nuevo, sin abandonar su cara de póquer.

—Has ganado, Nellie. Soy puro cherokee.

—Nadie es ya puro en nuestros días.

—Yo sí. Mi madre me llamó Sequoia.

—Entonces comprendo por qué ocultas tu nombre. ¿Por qué te hizo esa mala pasada?

—Era una romántica. Quería que yo recordara que soy el vigésimo descendiente en línea directa del Gran Jefe.

Chca-5 entró en el tugurio, jugando ahora a la intelectual: gafas de concha sin cristales, desnuda como cuando vino al mundo, y cubierta de inscripciones pintadas por ella misma al spray.

—¿Qué vendes con eso? —preguntó Adivina.

—No, ella es real —dije.

—Un gas —dijo Chca al de la barra, y luego giró sus grandes ojos negros hacia nosotros—. Benny Diaz, gemmum.

—Está bien, Chca. El habla XX°. Es un tipo educado. El doctor Sequoia Adivina. Puedes llamarle Jefe. Jefe, te presento a Chca-5 Chino Grauman. ¡Vaya nombres!

—Un gran pesar es un divino y terrible resplandor que transforma al miserable —dijo Chca con voz sombría.

—¿Qué es eso, y quién es el miserable? —quiso saber, Sequoia.

—Podría ser cualquiera. Newton, Dryden, Bix, Von Neumann, Heinlein. Pon el nombre que quieras. Esta es mi Viernes-mujer.

—Y también sábado, domingo, lunes, martes, miércoles y jueves —dijo Chca, eructando su gas. Traspasó al Jefe con una cínica mirada—. Deseas acariciar mi boozalum —dijo—. Adelante. No te frustres por ello.

Sequoia le quitó sus gafas y las colgó de uno de sus boozalums, que eran recientes y fuente de gran orgullo.

—Este está un poco bizco —dijo—. ¿Qué clase de nombre es Chca? —me preguntó—. ¿Un diminutivo de chicana? ¿Chocallera? ¿Chacarandosa?

—De chica —corrigió Chca con gran dignidad. El Jefe agitó la cabeza.

—Creo que voy a volver al JPL —dijo—. Al menos las máquinas son sensatas.

—No, no —interrumpí yo—. Esto es sensato. Cuando nació…

—En la platea del Teatro Chino Grauman —dijo Chca muy orgullosa.

—La tonta de su madre no consiguió encontrarle un nombre, y entonces el empleado de Demografía se limitó a inscribirla como Chica. A su madre le gustó y empezó a llamarla Chca. Y ella se llama a sí misma Chca-5.

—¿Pero por qué cinco?

—Porque —explicó pacientemente Chca— nací en la quinta fila. Cualquier idiota podría comprender esto, pero contra la estupidez hasta los propios dioses luchan en vano. ¡Gas!

Una cápsula descendió sobre ellos, con las toberas escupiendo fuegos artificiales. Un astronauta rubio de ojos azules surgió de ella y se acercó a nosotros.

—Duh… —murmuró en kallikak—. Duh… duh… duh… duh…

—¿Qué es lo que vende? —preguntó Uncas.

—Duh —le dijo Chca—. Es todo lo que los Blancos saben decir, por eso han llamado así al producto. Creo que es un amplificador de la virilidad.

—¿Qué edad tiene tu squaw? —preguntó Sequoia.

—Trece.

—Un poco joven para su esquema referencial. Supongo que ahora vas a decirme que sabe también contar.

—Oh, sabe hacerlo, sabe hacerlo. Sabe hacer cualquier cosa. Lo recoge de las emisiones de radio cerebrales. Esa mocosa recibe todos los cerebros de la Tierra. De oído.

—¿Y cómo lo hace?

—No lo sé. Y ella tampoco.

—Probablemente alguna especie de interfaz —el Jefe extrajo un otoscopio del interior de sus ropas. Tuve apenas tiempo de echar un vistazo a algo que parecía un laboratorio portátil metido allí dentro—. Déjame echar una ojeada, Chocallera Chicana-Chica. —Ella le ofreció obedientemente su oreja y él echó una ojeada. Gruñó algo—. Fantástico. Nunca había visto unos canales tan sorprendentes: esto parece un otolito, y eso otro un radiofaro.

—Cuando muera —dijo Chca—, dejaré mis orejas a la ciencia.

—¿Cuál es la longitud de onda Fraunhofer del calcio? —dijo él de pronto.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Y bien? —dijo él tras una pausa.

—Espera. Necesito encontrar a alguien que esté hablando. Espera un poco…

—¿Qué es lo que oyes cuando escuchas así?

—Algo así como el viento pasando a través de un millar de hilos. ¡Ah! Aquí está. 3.968 angstroms, al extremo del violeta.

—Esa chica es un tesoro.

—No la halagues. Ya es bastante vanidosa sin ello.

—La necesito. Puedo utilizarla en el JPL. Haría una ayudante ideal.

—Tú no estás conectado —dijo Chca—. No te vigilan. ¿Lo sabías?

—Sí, lo sabia —dijo él—. Supongo que tú si lo estás.

—No —dije yo—. Ni Chca ni yo estamos conectados, nunca hemos pasado por el hospital.

Ella nació en un teatro y yo en un volcán.

—Voy a volver al JPL —gruñó él—. Estáis todos un poco liados aquí. ¿La dejas venir a trabajar conmigo?

—Si eres capaz de soportarla. Pero tiene que volver a casa por la noche. Y no muy tarde.

Tengo mis principios, ¿sabes? Pero supongo que no estás hablando en serio. ¿O sí, Gerónimo?

—Condenadamente en serio. No necesitaré perder el tiempo explicándole todo lo que debe saber una ayudante. Puede hallarlo por sí misma. ¡La cantidad de gente que he tenido que echar por incompetencia! ¡La educación en espanglés! ¡Uf!

—¿Dónde has sido educado tú para ser tan competente?

—En la reserva —dijo orgullosamente—. Los indios son conservadores. Todos nosotros veneramos a Sequoia, y poseemos las mejores escuelas del mundo. —Rebuscó en sus inagotables ropas, y sacó un medallón de plata que tendió a Chca—. No tienes más que llevarlo cuando vengas al JPL. Abre la puerta de entrada. Me encontrarás en el departamento de criónica. Y es mejor que vengas vestida. Hace un frío de todos los diablos.

—Cibelina de Siberia —dijo Chca.

—¿Esto quiere decir que acepta?

—Si ella lo desea y sí tú pagas mi precio —dije yo.

Tomó las gafas del pecho de Chca.

—Oh, estoy seguro de que lo desea. Desde hace rato me está haciendo señas con sus boozalums, y no es del tipo de las que renuncian.

—He sido rechazada por otros mucho mejores que tú —se indignó Chca.

—Entonces, ¿cuál es tu precio, Ned?

—Véndeme tu alma —dije brillantemente.

—Puedes tenerla gratis, si consigues arrancársela a la United Conglomerate.

—Vayamos primero a comer. El problema es saber si se da de comer a las chicas antes o después.

—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —gritó Chca—. Quiero ser una de las chicas.

—Esas vírgenes son tan pegajosas —dije.

—Fui violada a la edad de cinco años.

—El deseo es padre del pensamiento, Chca.

—¿Quién dijo esto? —le preguntó Moctezuma—. ¿Eh?

—Chist… No hay nadie hablando alrededor… ¡Ah! Aquí está. Shakespeare.

Enrique IV.

—Buena patada a Jung —dijo Adivina admirativamente—. Puede captar el consciente colectivo de todo el mundo. La necesito absolutamente.

—Sí voy contigo al JPL, ¿pagarás mi precio? —preguntó Chca.

—¿Cuál es tu precio?

—Violencia criminal.

El me miró. Le guiñé un ojo.

—De acuerdo, Chca. Y la violencia será real: en el interior de una centrífuga a 1.000 revoluciones por minuto; en la cámara de vacío a medio milímetro de mercurio; en un ataúd criónico con la tapa bajada. Te lo prometo.

—¡Rey!, ¿lo estás oyendo? —me dijo ella, con el mismo aire triunfal que hacia ocho meses, cuando sus pechos empezaron a hincharse.

—Nunca te hubiera creído tan conformista, Chca, muñeca. Y ahora ve al hospital y conforta un poco a Jonás. Está inscrito con el nombre de J. Kristman. Diles que eres la asistente particular del doctor Adivina, y se te echarán de bruces en el suelo.

—Mañana por la mañana a las ocho, chica-chicana. Y no se hable más.

Ella tendió una pata, y se estrecharon las manos.

—No se hable más —dijo ella, y salió fuera a través de Louis Pasteur, que blandía unos tubos de ensayo haciendo la publicidad de un producto antiagresiones.

Recogimos a una pareja de chicas que pretendían ser alumnas y que, al fin y al cabo, quizá incluso lo fueran. Una de ellas era capaz de recitar el alfabeto hasta la L. El problema consistía en hacerla callar cuando se había lanzado. Una snob. Las llevamos al tugurio de Powhatan, que era realmente impresionante, una enorme xipi custodiada por tres feroces lobos grises. Cuando estuvimos en el interior comprendí la razón de aquel dispositivo de seguridad: el lugar estaba decorado con algunas de las más hermosas muestras de arte que jamás hubiera visto en mí vida. Cambalacheamos nuestras chicas un par de veces, y luego Adivina nos preparó un plato tradicional cherokee en una enorme cazuela térmica: conejo, ardilla, cebollas, tomates, pimientos, maíz y frijoles. Lo llamó algo así como msiquatash. Luego acompañé a las chicas: vivían en la carlinga de un Messerschmitt, en medio de un almacén de repuestos de televisión, y luego llamé a Pepys a París.

—Sam, soy Guig. ¿Puedo proyectarme?

—Adelante, Guig. Ven.

Me proyecté. Estaba desayunando bajo el brillante sol de la mañana. Uno pensaría que el cronista del Grupo habría querido identificarse con alguien tipo Tácito, o Gibbon; en absoluto: era Balzac, completo con su hábito de monje. Todos estamos un poco tocados.

—Me alegro de verte, Guig. Siéntate y acompáñame.

Era una broma, por supuesto. Cuando uno se proyecta no tiene más que dos dimensiones, y siente tendencia a escurrirse entre los muebles o a través del suelo si no permanece en constante movimiento. Así que permanecí en constante movimiento.

—Sam, he hallado un nuevo candidato. Esta vez es una maravilla. Te explicaré.

Le describí a Sequoia. Sam asintió con aire convencido.

—Me parece perfecto, Guig. ¿Dónde está el problema?

—El problema soy yo. Ya no tengo confianza en mi mismo, Sam. He fracasado demasiadas veces. Te aseguro que si esta vez no funciona con Lluvia-Contra-El-Rostro abandono definitivamente.

—Entonces deberemos procurar que esta vez no fracases.

—Por eso precisamente estoy aquí. Tengo miedo de intentarlo solo. Quiero que el Grupo me eche una mano.

—Para asesinar a un hombre. Hum. ¿Tienes ya algún plan?

—Ninguno por el momento. Pero querría precisamente que el Grupo me ayudara a elaborarlo, que colaborara en ejecutarlo.

—Ten cuidado, Guig. Estás jugando con fuego. Sabes que algunos miembros del Grupo desaprueban por completo tus métodos.

—Lo sé.

—Algunos ni siquiera creen en ellos.

—También lo sé. Pero hay otros cuyas ideas son amplias. Son esos los que me interesan.

—No me gustaría que fracasaras, Guig. Te ayudaré del mejor modo que pueda. El doctor Adivina sería una magnífica adquisición para el Grupo. Siempre he pensado que necesitamos sangre nueva. Hablaré de ello a los demás. Te tendré al corriente.

—Gracias, Sam. Sabía que podía contar contigo.

—Espera, no te vayas. Hace una eternidad que no me hablas de tus pequeñas maquinaciones. ¿Qué hay de nuevo?

—Te enviaré una copia de mi diario. ¿Por el mismo canal que de costumbre?

—Si. Y esa notable muchacha, Chca-5. ¿Hemos de prever también su reclutamiento?

Lo contemplé, mudo de asombro. Ni siquiera se me había ocurrido la idea. Mi primera reacción fue negar rotundamente con la cabeza.

—¿Pero por qué, Guig? Es una personalidad tan fascinante como la del doctor Adivina.

—No lo sé —gruñí—. Au revoir, Sam —y me retroproyecté.

Confusión y nerviosismo. Fui a la habitación de Chca para mirarla. Dormía enfundada en un pijama blanco, muy limpia y atildada, los cabellos cuidadosamente peinados, con su desayuno preparado en la mesilla de noche para la mañana siguiente. Preparada para la dura jornada del día siguiente. Lo examiné. Había bastante para dos personas, incluido un kilo de mi caviar privado traído especialmente de una factoría del lago San Lorenzo. Hum.

Su cama estaba murmurando:

—El gran tanque criogénico garantizado al vacío absoluto de la United Conglomerate en el centro espacial del JPL es capaz de contener cuatrocientos mil hectolitros de hidrógeno líquido destinado a la propulsión de los cohetes de la Misión Plutón. En términos de energía, esto representa… —Uau. Preparándose para ser digna del gran Toro Sentado.

Hum…

Salí de su habitación y fui a teclear suavemente en la consola de mi diario. Tenía que saber qué era lo que no funcionaba conmigo. ¿Mi instinto protector estaba demasiado desarrollado? ¿Temía por ella? ¿La odiaba? ¿Era ella quien me odiaba a mi? ¿Rechazaba la perspectiva de tener que soportarla por toda la eternidad? ¿TERMINAL PREPARADO?

PREPARADO. ENTRE NUMERO PROGRAMA.

NUEVO PROGRAMA. CODIGO 1001.

DESCRIBA PARAMETROS.

UTILICE TODAS LAS RELACIONES ENTRE CHCA-5 Y TERMINAL COMO VARIABLES ENTRE

COMA FIJA Y COMA FLOTANTE.

ENUNCIE METODO RAZONAMIENTO.

¿EXISTE UNA COMPATIBILIDAD ENTRE CHCA-5 Y MIEMBROS TERMINAL?

CODIGO 1001 CARGADO.

POSIC. + CODIGO. EMPIEZA CUENTA.

Se necesitaron diez minutos, y si uno lo calcula en nanosegundos no hay bastantes ceros para expresarlo.

CODIGO 1001 TERMINADO.

MCS. IMPRESO. W.H. FIN.

La impresora cliqueteó:

SEGUN PARAMETROS MATEMATICOS CHCA-5 N = TERMINAL.

SEGUN PARAMETROS AFECTIVOS CHCA-5 = TERMINAL.

—¡Afectivos! —le aullé a mi maldito diario—. ¿Qué tiene que ver eso con el asunto? —Estrujé (furioso) la hoja de papel pautado, y me fui a dormir.

A la mañana siguiente acompañé en heli a Chca hasta el JPL, donde se negaron a dejarme entrar. Ella se alejó moviendo el trasero, no sin lanzarme antes una triunfal mirada por encima de su hombro. Miré a mi alrededor. Recordaba la época en que allí no había habido más que una miserable colina con algunas manchas negras aquí y allá, en los lugares donde los estudiantes de Cal Tech jugaban con sus cohetes en miniatura. Ahora había allí un complejo tan enorme que el JPL amenazaba con separarse de Mexifornia y dedicarse por su cuenta a los negocios.

Tras pasar algunas horas con Jonás en el hospital (donde se porta muy bien), y echar una ojeada al campus (a la Brigada Antiplacer), regresé a mi casa justo a tiempo para abrirle la puerta a un enorme personaje vestido con un traje de buzo.

—Lo siento, no necesito nada hoy —dije, empezando a cerrar la puerta. Entonces el tipo abrió la visera de su escafandra, y una docena de litros de agua de mar brotaron de ella.

—¡Soy yo, Guig! —me dijo el tipo en XX°— ¡He venido a ayudarte!

Era el capitán Nemo, un chalado desde hacía tanto tiempo por la biología marina que prefiere vivir en un medio acuático.

—¡Podéis traerlo, chicos! —gritó hacia atrás en espanglés, mientras de su casco chorreaba aún un poco de agua. Tres cosas parecidas a hombres aparecieron, arrastrando un enorme tanque que metieron en la casa—. Id con cuidado, chicos —recomendó Nemo—. Ahí. Suavemente. Un poco al lado. Así. Con cuidado. —Los energúmenos se largaron. Nemo se quitó el chorreante casco y se volvió hacia mí, radiante—. Ya he resuelto todos tus problemas, Guig. Déjame que te presente a Laura.

—¿Laura?

—Ajá. Mira al tanque.

Quité la tapa y me incliné para mirar. Me di de narices contra el tentáculo más grueso que jamás haya visto en mi jodida existencia.

—¿Eso es Laura?

—Mi orgullo y mi alegría. Dale los buenos días.

—Hey, Laura.

—No, no, así no. Ella no te oye. Has de meter la cabeza en el agua.

—Blug, blaugblag —burbujeé.

Que el diablo se me lleve si ella no abrió su pico para responderme:

—Heygrrr —mientras sus ojos se clavaban fijamente en mi.

—¿Sabes decir tu nombre, encanto?

—Raura.

Saqué la cabeza y me volví hacia el capitán Nemo, que babeaba de contento.

—¿Y bien? —preguntó.

—Fantástico.

—Es brillante, si. Posee un vocabulario de más de cien palabras.

—Me atrevería a decir que tiene un ligero acento japonés.

—Bueno, si. He tenido un pequeño problema con el transplante de su boca.

—¿Transplante?

—Bueno, no creerás que uno encuentra así como así un pulpo capaz de pensar y hablar, he creado a Laura mediante trasplantes.

—Nemo, eres un genio.

—Lo admito —dijo modestamente.

—¿Y Laura va a ayudarme a hacerle la rosca a Sequoia Adivina?

—Con ella no puedes fallar. Le explicaremos lo que tiene que hacer, y tu muchacho morirá de una manera tan horrible que te odiará todo el resto de su vida.

—¿Cuál es tu plan?

—¿Tendrás por casualidad una piscina? Estoy empezando a sentirme seco.

—No, pero puedo fabricar una.

Sprayé la pequeña habitación con perspex transparente, hasta unos dos metros del suelo, incluidos los muebles, por supuesto, formando una capa de unos cinco centímetros de espesor, y muy pronto nos hallamos en una piscina en forma de salón, decoración incluida.

La llené de agua utilizando la bomba rápida. Nemo se quitó la escafandra, pasó a la otra estancia, y regresó con Laura en los brazos. Se metieron en la piscina, y Nemo se sentó en el sofá lanzando una burbuja de alivio mientras Laura exploraba el lugar. Luego me hizo señas para que me reuniera con ellos. Me sumergí. Laura me abrazó afectuosamente con todos sus tentáculos.

—Te quiere —dijo Nemo.

—Estupendo. Entonces, ¿cuál es tu plan?

—Llevamos a tu muchacho a dar una vuelta en aqualung. Le hacemos bajar mucho. Tendremos preparado un sistema atmosférico cerrado, con una mezcla a presión de oxigeno y helio. El helio es para la descompresión.

—¿Y?

—Laura ataca. El monstruo de las profundidades.

—¿Y lo ahoga?

—No, no, no. Es mucho más diabólico que eso. Laura está bien entrenada. En la lucha, corta el suministro de helio de él.

—¿Y? Entonces él recibirá oxigeno puro.

—Es ahí donde la cosa se vuelve diabólica. El oxigeno a alta presión provoca síntomas de tétanos, de envenenamiento por estricnina, y espasmos epilépticos. Amplifica la producción de energía excitomotriz a través de la médula espinal, y provoca convulsiones violentas. Tu muchacho morirá tras una lenta y horrible agonía.

—Me parece suficientemente sádico, Nemo. Pero ¿cómo lo salvaremos?

—Con cloroformo.

—¿Con qué?

—Cloroformo. Es el antídoto del envenenamiento con oxígeno.

Medité unos instantes.

—Suena bastante complicado, Nemo.

—¿Y qué es lo que quieres, un volcán? —dijo irritadamente.

—Lo siento, lo siento… Tan sólo querría estar seguro de que la cosa funcionará. De acuerdo, podemos intentarlo. Podemos… Espera un momento. Oigo un jaleo tremendo en la puerta de entrada.

Salí del agua y fui a abrir, sin recordar que iba desnudo. Cuando el iris se abrió me hallé ante Canción Perfumada, que esta vez se parecía más que nunca a una princesa de la dinastía de los Ming. Tras ella había un elefante, martilleando fuertemente la puerta con su trompa.

—La visión de tu sublime presencia rodea con una aureola de luz celestial mis cóncavos e indignos ojos —dijo—. Ya basta, Sabú; vas a derribar la puerta.

El elefante alzó la trompa en ristre.

—Hola, Guig —dijo ella—. Hace tanto tiempo que no nos vemos.

La besé.

—Entra, princesa. Hace una enormidad de tiempo, es cierto. ¿Me presentas a tu amigo?

—Es lo más parecido a un mastodonte que he podido encontrar.

—Supongo que no querrás decir…

—¿Por qué no? Si funcionó con Hic-Haec-Hoc, ¿por qué no va a funcionar con tu candidato?

—¿Qué piensas hacer?

—Yo seduzco a tu multifacetada joya. En el momento crucial, somos sorprendidos en flagrante delito por Dumbo, el cual, en un arrebato de celos pasionales, nos aplasta len-tamen-te hasta la muerte. Yo grito, pero en vano. Está loco de celos, ¿comprendes? Tu muchacho resiste heroicamente, pero esto no impide que su masiva frente golpee, y golpee, y golpee…

—No está mal —dije admirativamente.

—A propósito de la masiva frente de Sabú, convendría que lo hicieran entrar. Su cerebro no es muy brillante, y tal vez nos causará problemas. Abre un poco más el iris, por favor.

Aumenté el diafragma, y la princesa hizo entrar al mastodonte. No era muy brillante, en efecto: mientras había permanecido allá afuera se había dejado llenar de pintadas al spray, todas ellas horriblemente obscenas. Mariposeó un poco, olisqueó a Canción Perfumada con su trompa para tranquilizarse, y luego desapareció repentinamente a través del suelo de la sala de estar, que se hundió bajo su peso. Nos llegó un gimiente berrido del sótano, seguido por algunos lamentosos gemidos procedentes del salón.

—Ya no se construyen las casas como antes —comentó la princesa—. ¿Qué es todo ese alboroto?

No tuve que explicárselo. El capitán Nemo llegó a la carga.

—¡Maldita sea!, ¿qué es todo este alboroto? Ah, hola, princesa. La has organizado buena, Guig. Laura está bajo un terrible estado de pánico. Es una chiquita muy sensible.

—No he sido yo, Nemo. Ha sido Sabú. Ha caído un poco.

Nemo metió la cabeza en el agujero.

—¿Qué diablos es eso?

—Un mastodonte peludo.

—No veo ningún pelo.

—Lo afeito cada mañana —dijo Canción Perfumada.

Parecía un poco fría. Imaginé una posible rivalidad entre Laura y Sabú. Entonces arañaron a la puerta de entrada. Fui a abrir, y me encontré ante una pitón enrollada sobre sus propios anillos, formando una masa de más de dos metros de altura.

—Lo siento, pero hoy no tengo ningún conejo —dije—. Vuelva mañana.

—No le gustan los conejos —dijo una voz atiplada de perfecta entonación a la que conocía muy bien—. Tan sólo le gustan los hombres.

Unos afilados dedos entreabrieron dos anillos y vi aparecer a M'Bantu, sonriente, rodeado por la pitón.

—Mi zulú preferido —dije—. Entra, McBee. Y trae a tu compañera, a menos que sea demasiado tímida.

—No es tímida, Guig. Tan sólo está un poco soñolienta. Necesita dormir unos diez días más, y luego estará dispuesta para tu buen doctor Adivina. Buenas tardes, princesa.

Capitán Nemo. Qué agradable reunión.

Se husmearon mutuamente sin preocuparse de disimular su recíproca animosidad. Vaya rivalidades. Me sentía feliz dándome cuenta de que el Grupo no me iba a dejar solo, pero ¡vaya competencia! M'Bantu desplegó la pitón, que tendría unos cinco metros de largo, y la enrolló cariñosamente en torno a una de las columnas. La pitón siguió durmiendo.

—¿Qué es ese bulto que tiene en medio? —preguntó Nemo.

—El desayuno —dijo educadamente McBee, sin entrar en detalles.

—¿Acaso le gusta el pescado?

—Sin duda prefiere los elefantes —dijo Canción Perfumada—. Es bastante grande como para eso.

—Su próxima comida será el doctor Sequoia Adivina —dijo M'b placenteramente—. Es decir, con tu permiso, Guig. Morirá entre atroces sufrimientos, pero más atroces serán aún mis propios sufrimientos cuando tengamos que sacrificar a mi amiga para salvar al doctor.

Sin embargo, che sara sara.

La puerta de entrada se abrió de par en par en un destello de chispas, y nuestro amigo Edison entró, con su caja de herramientas en la mano.

—Ya te he dicho muchas veces que esas cerraduras magnéticas no valían un pimiento, Guig. ¿Cuánta potencia eléctrica posee tu cacique en su casa? Princesa. Nemo. M'bantu. ¿Y bien?

—Ninguna —dije—. Vive en una xipi, al estilo indio. Gracias por venir, Ed.

—Entonces habrá que traerlo aquí. ¿Tienes la potencia necesaria?

—Puedo dar diez kilowatios.

—Suficiente. Pero tú siempre con retraso sobre tu tiempo, ¿eh?

—Un poco conservador, si.

—¿Cocina conservadora?

—Sí.

—¿Horno conservador?

—Un viejo modelo, si. Sin elevador.

—Perfecto. Así es como lo cogeremos. —Edison abrió su caja de herramientas y sacó un diagrama—. Mira esto.

—Explícanoslo, Ed.

—Modificamos esto, lo conectamos así, es decir lo convertimos en un horno a inducción magnética.

—¿Y eso que significa?

—Funde el metal; tan sólo eso. Y únicamente los metales conductores. ¿Entiendes?

—Un poco.

—Es sencillo. Tu metes la mano dentro, y no sientes nada. Pero si llevas un anillo, el metal se funde y te quema el dedo. La inducción.

—Uf. Suena horrible.

—¿Verdad que sí? Metes a tu indio en el horno. Conectas la inducción poco a poco… y la tortura comienza.

—¿Sus dedos se queman?

—No. Su cerebro es el que se quema. Supongo que estará conectado, ¿no?

—No.

—Las conexiones están hechas con platino —indudablemente, Ed no había escuchado mi respuesta—. El platino es conductor. QEPD.

En aquel punto los otros tres, que habían permanecido escuchando fascinados, se echaron a reír, mientras Edison los fulminaba con la mirada. Yo empezaba a darme cuenta de que aquel leal y amistoso raylle iba a terminar mal, y que el asesinato de Sequoia iba para largo. Estaba empezando a preguntarme cómo restablecer la calma cuando Chca-5, bendita sea, llamó y preguntó si podía proyectarse. La invité a hacerlo e inmediatamente apareció, vestida con una blusa blanca de ayudante de laboratorio, y con el aire terriblemente serio de un joven científico.

—Quiere que vengas inmediatamente al JPL —jadeó, en XX°. Luego miró a su alrededor—. Oh, perdón, tienes compañía. No creía que hubiera nadie. ¿Te molesto? —siempre en XXº.

—No te preocupes, Chca. Son unos amigos. Precisamente estábamos hablando del Jefe. ¿Qué ocurre?

—Hay un elefante en el sótano. ¿Lo sabías?

—Si, lo sabemos.

—Y una serpiente ahí, en la columna.

—Lo sabemos también. Y un pulpo en el salón. ¿Qué quiere el doctor Adivina de mí?

Ella se animó de nuevo.

—El acontecimiento del siglo. La criocápsula experimental va a posarse dentro de una hora. Tres crionautas han permanecido en órbita durante tres meses, y ahora vuelven. Todas las celebridades de la U-Con estarán ahí. Quiere que tú también estés.

—¿Yo? No soy ninguna celebridad. Ni siquiera poseo una acción de la United Conglomerate.

—Pero le caes bien. No sé por qué. Nadie lo sabe.

—Bueno, pregúntale si puedo llevar a cuatro amigos.

Chca asintió con la cabeza y se retroproyectó. Los demás protestaron, argumentando que no estaban en absoluto interesados en el acontecimiento del siglo. Habían visto demasiados acontecimientos del siglo últimamente, y ya estaban hartos. Empezaron a hablar todos al mismo tiempo. Que si la revolución de los Boxers, que si Franklin y su cometa, que si los amotinados de la Bounty… Intenté apaciguarlos.

—No comprendéis —les dije—. Me importan un pimiento esos tipos congelados que van a aterrizar, pero ésta es una ocasión única de conocer al muchacho que queremos asesinar. ¿Acaso no queréis evaluar a vuestra futura víctima?

Chca reapareció.

—De acuerdo, Guig. Dice que cuantos más seamos más reiremos. Guig. Puedes traer también al elefante si quieres. Os espero en la puerta de entrada para que os dejen pasar —desapareció otra vez.

Subimos al tejado (sin el elefante) para tomar el heli, mientras todos hacían comentarios.

—¿Quién es ella?

—Sam dice que está con él desde hace tres años.

—¿Una de las tuyas, M'bantu?

—Oh, no, no lo creo. Es demasiado clara. Más probablemente una mezcla de maorí y azteca, con unas gotas de sangre blanca añadidas. Tan sólo la pincelada aria puede explicar la delicadeza de sus huesos.

—Guig siempre ha manifestado su inclinación por el exotismo.

—Siempre ha ido por detrás de su tiempo.

—Es hermosa.

—Y tan núbil como un delfín joven.

—Me pregunto cuántas veces se ha acostado con ella.

—Sam debe saberlo.

Yo también me hacía preguntas a mi mismo: ¿Cómo diablos sabía Chca-5 que mis amigos entendían el XX°? Sentía la desagradable sensación de que ignoraba tantas cosas de Chca.

Y tenía también como la intuición de que aquel maldito asunto cherokee iba a terminar en algo catastrófico. De veras, sentía deseos de ir corriendo al hospital de la universidad y decirle a Jonás que nos largáramos de allí.