Pues como hobo llegado todo el aparejo para hacer los bergantines, luego Cortés se lo fue a hacer saber al gran Montezuma que quería hacer dos navíos chicos para se andar holgando en la laguna; que mandase a sus carpinteros que fuesen a cortar la madera, y que irían con nuestros maestros de hacer navíos, que se decían Martín López y un Andrés Núñez. Y como la madera de roble estaba obra de cuatro leguas de allí, de presto fue traída y dado el gálibos della. Y como había muchos carpinteros de los indios, fueron de presto hechos y calafateados y breados y puestos sus jarcias y velas a su tamaño y medida y una tolda a cada uno, y salieron tan buenos y veleros como si estuvieran un mes en tomar los gálibos, porque el Martín López era muy extremado maestro, y éste fue el que hizo los trece bergantines para ayuda a ganar Méjico, como adelante diré, y fue un buen soldado para la guerra.
Dejemos aparte esto, y diré cómo el Montezuma dijo a Cortés que quería salir e ir a sus templos a hacer sacrificios y cumplir sus devociones para lo que a sus dioses era obligado, como para que conozcan sus capitanes y principales, especial ciertos sobrinos suyos que cada día lo vienen a decir le quieren soltar y darnos guerra, y quel les da por respuesta quél se huelga destar con nosotros porque crean ques como se lo ha dicho, e se lo ha mandado su dios Huichilobos, como ya otra vez se lo ha hecho creer. Y cuanto a la licencia que le demandaba, Cortés le dijo que mirase que no hiciese cosa con que perdiese la vida, y que para ver si había algún descomedimiento o mandaba a sus capitanes o papas que le soltasen o nos diesen guerra, que para aquel efeto enviaba capitanes e soldados para que luego le matasen a estocadas en sintiendo alguna novedad de su persona, e que le vaya mucho en buena hora, y que no sacrificase ningunas personas, que era gran pecado contra nuestro Dios verdadero, ques el que le hemos pedricado, y que allí estaban nuestros altares y la imagen de Nuestra Señora ante quien podría hacer oración. Y el Montezuma dijo que no sacrificaría ánima ninguna; e fue en sus ricas andas muy acompañado de grandes caciques, con gran pompa, como solía, y llevaba delante sus insinias, que era como vara o bastón, que era la señal que iba allí su persona real, como hacen a los visorreyes desta Nueva España. Y con él iban para guardalle cuatro de nuestros capitanes, que se decían Juan Velázquez de León, y Pedro de Alvarado, y Alonso de Ávila, y Francisco de Lugo, con ciento y cincuenta soldados, y también iba con nosotros el padre de la Merced para lo retraer el sacrificio, si le hiciese, de hombres.
E yendo como íbamos al cu del Huichilobos ya que llegábamos cerca del maldito templo, mandó que le sacasen de las andas, y fue arrimado a hombros de sus sobrinos y de otros caciques hasta que llegó al templo. Ya he dicho otras veces que por las calles por donde iba su persona todos los principales habían de llevar los ojos puestos en el suelo, y no le miraban a la cara. Y llegado a las gradas de lo alto del adoratorio, estaban muchos papas aguardándole para le ayudar a subir de los brazos, e ya le tenían sacrificado de la noche antes cuatro indios, y por más que nuestro capitán le decía y se lo retraía el fraile de la Merced, no aprovechaba cosa ninguna, sino que había de matar hombres y muchachos para hacer su sacrificio, y no podíamos en aquella sazón hacer otra cosa sino disimular con él, porque estaba muy revuelto Méjico y otras grandes ciudades con los sobrinos del Montezuma, como adelante diré. Y desque hobo hecho sus sacrificios, porque no tardó mucho en hacellos, nos volvimos con él a nuestros aposentos, y estaba muy alegre; y a los soldados que con él fuimos luego nos hizo merced de joyas de oro. Dejémoslo aquí y diré lo que más pasó.