Una mañana comenzamos a marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, e íbamos con el mayor concierto que podíamos, porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas o guerras nos apercebíamos muy mejor, e aquel día fuimos a dormir a un río que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está agora hecha una puente de piedra, e allí nos hicieron unas chozas e ranchos. E esta misma noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, a darnos el para bien venidos a su tierra, e trajeron bastimentos de gallinas y pan de su maíz, e dijeron que en la mañana vernán todos los caciques y papas a nos rescibir, e que les perdonemos porque no habían salido luego. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, que se lo agradescía, ansí por el bastimento que traían como por la buena voluntad que mostraban. E allí dormimos aquella noche con buenas velas e escuchas e corredores del campo, y desque amanesció comenzamos a caminar hacia la ciudad. E yendo por nuestro camino ya cerca de la población nos salieron a rescibir los caciques e papas e otros muchos indios, e todos los más traían vestidas unas ropas de algodón de hechuras de marlotas, como las traen los indios zapotecas, y esto digo a quien las ha visto e ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usaban; e venían muy de paz e de buena voluntad, y los papas traían braseros con ensencio con que sahumaron a nuestro capitán e a los soldados que cerca dél nos hallamos. He parecer aquellos papas y principales, como vieron los indios tascaltecas que con nosotros venían, dijéronselo a doña Marina que se lo dijese al general que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad. Y como nuestro capitán lo entendió, mandó a los capitanes e soldados y el fardaje que parásemos, y desque nos vio juntos e que no caminaba ninguno, dijo: «Parésceme, señores, que antes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras a estos caciques e papas y veamos ques su voluntad, porque vienen murmurando destos nuestros amigos tascaltecas, y tienen mucha razón en lo que dicen, e con buenas palabras les quiero dar a entender la causa por qué venimos a su ciudad; y porque ya, señores, habéis entendido lo que nos han dicho los tascaltecas, que son bulliciosos, y será bien que por bien den la obidiencia a Su Majestad. Y esto me paresce que conviene».
Y luego mandó a doña Marina que llamase a los caciques y papas allí donde estaba a caballo e todos nosotros juntos con Cortés. Y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron: «Malinche: perdónanos porque no fuimos a Tascala a te ver e llevar comida, no por falta de voluntad, sino porque con nuestros enemigos Maseescasi e Xicotenga e toda Tascala, e que han dicho muchos males de nosotros e del gran Montezuma, nuestro señor». E que no basta lo que han dicho, sino que agora tengan atrevimiento, con vuestro favor, de venir con armas a nuestra ciudad, y que le piden por merced que les mande volver a sus tierras, o al de menos que se queden en el campo e que no entren de aquella manera en su ciudad, e que nosotros que vamos mucho en buen hora. E como el capitán vio la razón que tenían, mandó luego a Pedro de Alvarado e al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí. que rogasen a los tascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos e chozas e que no entrasen con nosotros sino los que llevaban la artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa por qué se les mandaba era porque todos aquellos caciques e papas se temen dellos, e que cuando hobiésemos de pasar de Cholula para Méjico que los enviara a llamar, e que no lo hayan por enojo.
Y desque los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parescían que estaban más sosegados, y les comenzó Cortés a hacer un parlamento, diciendo que nuestro rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene tan grandes poderes y tiene debajo de su mando a muchos grandes príncipes y caciques, y que nos envió a estas tierras a les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres, ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades, e que por ser el camino por allí para Méjico, adonde vamos a hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y también para tenelles por hermanos, e que pues otros grandes caciques han dado la obidiencia a Su Majestad, que será bien que ellos la den como los demás. E respondieron que aún no habemos entrado en su tierra e ya les mandábamos dejar sus teules, que ansí llamaban a sus ídolos, que no lo pueden hacer, y que dar la obidiencia a ese vuestro rey que decís, les place, y ansí la dieron de palabra e no ante escribano. Y esto hecho, luego comenzamos a marchar para la ciudad. E era tanta la gente que nos salía a ver, que las calles e azoteas estaban llenas, e no me maravilla dello, porque no habían visto hombres como nosotros ni caballos. Y nos llevaron aposentar a unas grandes salas, en que estuvimos todos e nuestros amigos los de Cempoal y los tascaltecas que llevaron el fardaje. Y nos dieron de comer aquel día e otro muy bien e abastadamente. E quedarse ha aquí, y diré lo que más pasamos.