Otro día de mañana mandó Cortés que se pusiese un altar para que se dijese misa, porque ya teníamos vino e hostias, lo cual misa dijo el clérigo Juan Díaz, porque el padre de la Merced estaba con calenturas y muy flaco, y estando presente Maseescasi y el viejo Xicotenga y otros caciques; y acabada la misa, Cortés se entró en su aposento y con él parte de los soldados que le solíamos acompañar, y también los dos caciques viejos, y díjole el Xicotenga que le querían traer un presente, y Cortés les mostraba mucho amor, y les dijo que cuando quisiesen. Y luego tendieron unas esteras y una manta encima, y trujeron seis o siete pecezuelas de oro y piedras de poco valor y ciertas cargas de ropa de henequén, que todo era muy pobre, que no valía veinte pesos, y cuando lo daban, dijeron aquellos caciques riendo: «Malinche: bien creemos que como es poco eso que te damos no lo rescibirás con buena voluntad; ya te hemos enviado a decir que somos pobres e que no tenemos oro ni ningunas riquezas, y la causa dello es que esos traidores y malos de los mejicanos, y Montezuma, que agora es señor, nos lo han sacado todo cuanto solíamos tener, por paces y treguas que les demandábamos porque no nos diesen guerra, y no mire ques de poco valor, sino recíbelo con buena voluntad, como cosa de amigos y servidores que te seremos». Y entonces también trujeron apartadamente mucho bastimento. Cortés lo rescibió con alegría y les dijo que más tenía aquello, por ser de su mano y con la voluntad que se lo daban, que si les trujeran otros una casa llena de oro en granos, y que ansí lo recibe, y les mostró mucho amor.
Y paresce ser tenían concertado entre todos los caciques de darnos sus hijas y sobrinas, las más hermosas que tenían que fuesen doncellas por casar; y dijo el viejo Xicotenga: «Malinche: porque más claramente conozcáis el bien que os queremos y deseamos en todo contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mujeres y hagáis generación, porque queremos teneros por hermanos, pues sois tan buenos y esforzados. Yo tengo una hija muy hermosa, e no ha sido casada, y quiérola para vos». Y ansimismo Maseescasi y todos los más caciques dijeron que traerían sus hijas, y que las rescibiésemos por mujeres; y dijeron otras muchas palabras y ofrescimientos, y en todo el día no se quitaban, ansí el Maseescasi como el Xicotenga, de cabe Cortés; y como era ciego de viejo el Xicotenga, con la mano alentaba a Cortés en la cabeza y en las barbas y rostro y por todo el cuerpo. Y Cortés les respondió a lo de las mujeres que él y todos nosotros se lo teníamos en merced, e que en buenas obras se lo pagaríamos el tiempo andando.
Y estaba allí presente el padre de la Merced. Y Cortés le dijo: «Señor padre: parésceme que será agora bien que demos un tiento a estos caciques para que dejen sus ídolos y no sacrifiquen, porque cualquier cosa harán que les mandáremos por causa del gran temor que tienen a los mejicanos». Y el fraile dijo: «Señor, bien es, y dejémoslo hasta que trayan las hijas, y entonces habrá materia para ello; y hará vuesa merced que nos las quiere rescibír hasta que prometan de no sacrificar; sí aprovechare, bien; sí no, haremos lo que somos obligados». Y ansí se quedó para otro día. Y lo que se hizo se dirá adelante.