Desque los caciques viejos de toda Tascala vieron que no íbamos a su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en hamacas e a cuestas, y otros a pie; los cuales eran los por mi ya nombrados que se decían Maseescasi, Xicotenga el Viejo e Guaxolocingo, Chichimeca Tecle, Tecapaneca de Topeyanco, los cuales llegaron a nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron a Cortés y a todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra. Y el Xicotenga el Viejo comenzó de hablar a Cortés desta manera, y dijo: «Malinchi, malinchi: muchas veces te hemos enviado a rogar que nos perdones porque salimos de guerra, e ya te enviamos a dar nuestro descargo, que fue por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creíamos que érades de su bando y confederados, y si supiéramos lo que agora sabemos, no digo yo saliros a rescibir a los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros a la mar adonde teníades vuestros acales (que son navíos), e pues ya nos habéis perdonado, lo que agora os venimos a rogar yo y todos estos caciques, es que vais luego con nosotros a nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviésemos. Y os serviremos con nuestras personas y haciendas. Y mira, Malinchi, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos, y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mejicanos alguna cosa de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas, que en todo son falsos; y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir a nuestra ciudad».
Y Cortés respondió con alegre semblante y dijo que bien sabía desde muchos años antes pasados, y primero que a estas sus tierras viniésemos, cómo eran buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, e que los mejicanos que allí estaban aguardaban respuesta para su señor Montezuma; e a lo que decían que fuésemos luego a su ciudad, y por el bastimento que siempre traían e otros cumplimientos, que se lo agradescía mucho y lo pagará en buenas obras, e que ya se hobiera ido si tuviera quién nos llevase los tepuzques, que son las lombardas. Y desque oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conosció, y dijeron: «Pues, ¿cómo por eso has estado y no lo has dicho?» Y en menos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y otro día muy de mañana comenzamos a marchar camino de la cabecera de Tascala con mucho concierto, ansí artillería como de caballo y escopetas y ballesteros y todos los demás, según lo teníamos de costumbre. Ya había rogado Cortés a los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tascala, y desde allí los despacharía, y que en su aposento estarían porque no rescibiesen ningún deshonor, porque, según dijeron, temíanse de los tascaltecas.
Antes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos, e en otros donde tenían noticia de nosotros, llamaban a Cortés Malinche, y ansí lo nombraré de aquí adelante Malinche en todas las pláticas que tuviéremos con cualesquier indios, ansí desta provincia como de la ciudad de Méjico, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga. Y la causa de haberle puesto aqueste nombre es como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especial cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en la lengua mejicana, por esta causa llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para más breve le llamaron Malinche; y también se le quedó este nombre a un Juan Pérez de Artiaga, vecino de la Puebla, por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar deprendiendo la lengua, y a esta causa le llamaban Juan Pérez Malinche, ques renombre de Artiaga de obra de dos años a esta parte lo sabemos. He querido traer algo desto a la memoria, aunque no había para qué, porque se entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche, y también quiero decir que desque entramos en tierra de Tascala hasta que fuimos a su ciudad se pasaron veinticuatro días; y entramos en ella a veinte y tres de setiembre de mil e quinientos y diez y nueve años. Y vamos a otro capítulo, y diré lo que allí nos avino.