Como salirnos de Castiblanco y fuimos por nuestro camino, los corredores del campo siempre adelante e muy bien apercebidos e gran concierto, los escopeteros y ballesteros como convenía, y los de a caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo teníamos de costumbre. Dejemos desto, que no sé para qué gasto más palabras sobre ello sino que estábamos tan apercebidos, ansí de día como de noche, que si diesen alarma diez veces en aquel punto, nos hallaran muy prestos, y con aquesta orden llegamos a un poblezuelo de Xalacingo; y allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias.
Y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de Cempoal a Tascala con una carta y con un chapeo vedejudo de Flandes, colorado, que se usaban entonces; y puesto que la carta bien entendimos que no la sabrían leer, sino que como viesen el papel diferenciado de lo suyo, conoscerían que era de mensajería. Y lo que les enviamos a decir era que íbamos a su pueblo, que lo tuviesen por bien, que no les íbamos a hacer enojo, sino tenelles por amigos: y esto fue porque en aquel poblezuelo nos certificaron que toda Tascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, según paresció, ya tenían noticia cómo íbamos y llevábamos en nuestra compañía muchos amigos, ansí de Cempoal como los de Cocotlán y de otros pueblos por donde habíamos pasado, y todos solían dar tributo a Montezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos, y como otras veces con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, pensaron querían hacer lo mismo agora. Por manera que luego que llegaron los dos nuestros mensajeros con la carta y el chapeo y comenzaron a decir su embajada, los mandaron prender, sin ser más oídos. Y estuvimos aguardando respuesta aquel día y otro, y desque no venían, después de haber hablado Cortés a los principales de aquel pueblo y dicho las cosas que convenían decir acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro rey y señor, que nos envió a estas partes para quitar que no sacrifiquen ni maten hombres, ni coman came humana, ni hagan las torpedades que suelen hacer, y se les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por donde pasábamos les solíamos decir, y después de muchos ofrescimientos que les hizo que les ayudarla, les demandó veinte indios principales de guerra que fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad. Y con la buena ventura, encomendándonos a Dios, partimos otro día para Tascala.
Y yendo por nuestro camino vienen nuestros dos mensajeros que tenían presos, que paresce ser que, como andaban revueltos en la guerra, los indios que los tenían a cargo y guarda se descuidaron y soltaron de las prisiones, y vinieron tan medrosos de lo que habían visto e oído, que no lo acertaban a decir, porque, según dijeron, cuando estaban presos, que les amenazaban y les decían: «Agora hemos de matar a esos que llamáis teules, y comer sus carnes, y veremos si son tan esforzados como publicáis; y también comeremos vuestras carnes, pues venís con traiciones y con embustes de aquel traidor de Montezuma». Y por más que les decían los mensajeros que éramos contra los mejicanos y que a todos los tascaltecas los queremos tener por hermanos, no aprovechaban nada sus razones. Y desque Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras y cómo estaban de guerra, puesto que nos dio bien qué pensar en ello, dijimos todos: «Pues que ansí es, adelante en buen hora». Y nos encomendamos a Dios, y nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral, porque ciertamente nos certificaron los indios del poblezuelo donde dormimos que habían de salir al camino a nos defender la entrada, y ansimismo nos lo dijeron los de Cempoal, como dicho tengo. Pues yendo desta manera siempre íbamos hablando cómo habían de entrar y salir los de caballo a media rienda y las lanzas algo terciadas y de tres en tres, porque se ayudasen, e que cuando rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras y no parasen a dar lanzadas, porque no les echasen manos dellas, y que si acaesciese que les echasen mano, que con toda fuerza la tuviesen y debajo del brazo se ayudasen, y, poniendo espuelas, con la furia del caballo se la tornarían a sacar o llevarían al indio arrastrando.
Dirán agora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros que nos acometiesen. A esto respondo y digo que decía Cortés: «Mira, señores compañeros, ya veis que somos pocos; hemos destar siempre tan apercebidos y avisados como si ahora viésemos venir los contrarios a pelear, y no solamente vellos venir, sino hacer cuenta que ya estamos en la batalla con ellos y que como acaesce muchas veces que echan mano de la lanza, Por esto habemos destar avisados para el tal menester; ansí dello como de otras cosas que convienen en lo militar, que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos nescesidad de avisos, porque he conoscido que por bien que yo lo quiera decir lo hacéis muy más animosamente». Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte, hecha de calicanto y de otro betún tan recio que con picos de hierro era mala de deshacer, y hecha de tal manera, que para defensa y ofensa era harto recia de tomar. Y parámonos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Cocotlán que a qué fin tenían aquella fuerza hecha de aquella manera. Y dijeron que como entre su señor Montezuma y los de Tascala tenían guerras a la contina, que los tascaltecas, para defender sus pueblos, la habían hecho tan fuerte, porque ya aquélla es su tierra. Y reparamos un rato y nos dio bien qué pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés dijo: «Señores, sigamos nuestra bandera, ques la señal de la santa cruz, que con ella venceremos». Y todos a una le respondimos que vamos mucho en buena hora, que Dios es la fuerza verdadera.
Y ansí comenzamos a caminar con el concierto que he dicho. Y no muy lejos vieron nuestros corredores del campo hasta treinta indios que estaban por espías y tenían espadas de dos manos, y rodelas y lanzas y penachos; y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las navajas, y son largas como montantes; y tenían sus divisas y penachos como he dicho. Y vistos por nuestros corredores del campo, volvieron a dar mandado. Y Cortés mandó a los mismos que corriesen tras ellos y que procurasen de tomar alguno, sin heridas; y luego envió otros cinco de caballo porque si hobiese alguna celada para que se ayudasen. Y con todo nuestro ejército dimos priesa, y al paso largo y con gran concierto, porque los amigos que traíamos nos dijeron que ciertamente tenían gran copia de guerreros en celadas. Y desque los treinta indios que estaban por espías vieron que los de a caballo iban hacia ellos y los llamaban con la mano, no quisíeron aguardar hasta que los alcanzaron, y quisieran tomar alguno dellos; mas defendiéronse muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos. Y desque los nuestros los vieron tan bravamente pelear y sus caballos heridos, procuraron hacer lo que eran obligados, y mataron cinco dellos.
Y estando en esto viene muy de presto y con furia un escuadrón de tascaltecas, que estaban en celada, de más de tres mil dellos, y comenzaron a flechar en todos los nuestros en caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una buena refriega de flecha y varas tostadas, y con sus montantes hacían maravillas. Y en este instante llegamos con nuestra artillería y escopetas y ballestas, y poco a poco comenzaron a volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto. Y en aquel reencuentro hirieron a cuatro de los nuestros, y parésceme que desde ahí a pocos días murió el uno de las heridas. Y como era tarde, se fueron recogiendo y no los seguimos, y quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos. Y donde aquellas rencillas pasamos era llano, y había muchas casas y labranzas de maíz e magueyales, ques donde hacen el vino; y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no lo había. Y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crían, puesto que estaban todas las casas despobladas y alzado el hato, y aunque a los perrillos llevaban consigo, de noche se volvían a sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento. Y estuvimos toda la noche muy a punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros. Y quedarse ha aquí, y diré de las guerras que nos dieron.