Capítulo LIX. De un razonamiento que Cortés nos hizo después de haber dado con los navíos al través y [cómo] aprestábamos nuestra ida para Méjico

Después de haber dado con los navíos al través a ojos vistas, y no como lo dice el coronista Gómara, una mañana, después de haber oído misa, estando questábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortés en cosas en lo militar, dijo que nos pedía por merced que le oyésemos, y propuso un razonamiento desta manera. Que ya habíamos entendido la jornada que íbamos y que, mediante Nuestro Señor Jesucristo, habíamos de vencer todas las batallas y reencuentros; y que habíamos destar prestos para ello como convenía, porque en cualquier parte donde fuésemos desbaratados, lo cual Dios nos permitiese, no podríamos alzar cabeza por ser muy pocos, y que no teníamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teníamos navíos para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones y hechos heroicos de los romanos. Y todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase, que echada estaba la suerte de la buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón, pues eran todos nuestros servicios para servir a Dios y a Su Majestad. Y después deste razonamiento, que fue muy bueno (cierto con otras palabras más melosas y elocuencia que no yo aquí las digo), luego mandó llamar al cacique gordo y le tornó a traer a la memoria que tuviesen muy reverenciada y limpia la iglesia e cruz, y demás desto le dijo que se quería partir luego para Méjico a mandar a Montezuma que no robe ni sacrifique; e que ha menester docientos indios tamemes para llevar el artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas a cuestas e andan con el as cinco leguas, y también le demandó cincuenta principales hombres de guerra que fuesen con nosotros.

Estando desta manera para partir vino de la Villa Rica un soldado con una carta de Juan de Escalante, que ya le había mandado Cortés que fuese a la villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la carta decía el Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le había hecho ahumadas y otras grandes señas, y había puesto unas mantas blancas por banderas, y que cabalgó a caballo con una capa de grana colocada porque le viesen los del navío, y que te paresció a él que bien vieron las señas y banderas y caballo y capa y no quisieron venir al puerto; y que luego envió españoles a ver en qué paraje iba el navío, y que le trujeron respuesta que tres leguas de allí estaba surto, cerca de un río, y que se lo hace saber para ver lo que manda. Y como Cortés vio la carta, mandó luego a Pedro de Alvarado que tuviese cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con dicho Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varón muy esforzado, como siempre lo fue, y éste fue el primer cargo que tuvo el Sandoval, y aun por le haber dado aquel cargo y se le dejó de dar Alonso de Avila tuvieron ciertas cosquilla el Alonso de Ávila y el Sandoval. Y luego Cortés cabalgó con cuatro de caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta soldados de los más sueltos. E Cortés allí nos nombró los que habíamos de ir con él, y aquella noche llegamos a la Villa Rica. Y lo que allí pasamos se dirá adelante.