Después de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados a tan gran majestad del emperador nuestro señor, que fue ansí: s. c. c. R. M., y poner otras cosas que se convenían decir en la relación y cuenta de nuestra vida e viaje, cada capítulo por sí, fue esto que aquí diré en suma breve: Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés; los pregones que se dieron cómo veníamos a poblar, y que Diego Velázquez secretamente enviaba a rescatar y no a poblar; cómo Cortés se quería volver con cierto oro rescatado, conforme a las instrucciones que de Diego Velázquez traía, de las cuales hicimos presentación; cómo hicimos a Cortés que poblase y le nombramos por capitán general e justicia mayor hasta que otra cosa Su Majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que se hobiese, después de sacado su real quinto; cómo llegamos a Cozumel, y por qué ventura se hobo Jerónimo de Aguilar en la Punta de Cotoche, y de la manera que decía que allí aportó él e un Gonzalo Guerrero, que quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo llegamos a Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batalla que con ellos tuvimos; cómo los atrajirras que nos dieron y batalla que con ellos tuvimos, cómo los atrajimos de paz; cómo a doquiera que allegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejen sus ídolos y se les declara las cosas tocantes a nuestra santa fe; cómo dieron la obidiencia a su Real Majestad y son los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo trujeron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india, de mucho ser, que sabe la lengua de Méjico, ques la que se usa en toda la tierra, e que con ella y con el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el Montezuma, y lo que se decía de sus grandezas, y del presente que trujeron, y cómo fuimos a Cempoal, ques un pueblo grande, y desde allí a otro pueblo que se dice Quiaviztlan, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo liga y confederación con nosotros y quitaron la obidiencia a Montezuma en aquel pueblo, demás de treinta pueblos que todos le dieron la obidiencia y están en su real patrimonio; la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza, y que agora estamos en camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma; cómo aquesta tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísimas, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay muchas diversidades de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y matan en sacrificios muchos hombres e niños y mujeres, y comen carne humana e usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fue un Francisco Hernández de Córdoba, e luego cómo vino Juan de Grijalva, e que agora al presente le servimos con el oro que hemos habido, ques el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos, como se coge de las minas, muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras, y mantas de algodón muy labradas de plumas y primas, y otras muchas piezas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas e otras cosas que ya no se me acuerda, como ha ya tantos años que pasé; también enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenían a engordar en unas jaulas de madera para, después de gordos, sacrificallos y comérselos.
Y después de hecha esta relación e otras cosas dimos cuenta y relación cómo quedamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados en muy gran peligro, entre tanta multitud de pueblos e gentes belicosas y grandes guerreros, por servir a Dios y a su real Corona, y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes, y que no hiciese merced de la gobernación destas tierras ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales y ricas y de grandes pueblos y ciudades que convienen para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez questá por gobernador en la isla de Cuba, y la causa por qué se la dará la gobernación y otro cualquier cargo es que siempre le sirve con presentes de oro y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios, que le sacan oro de las minas; de lo cual había primeramente de dar los mejores pueblos para su real Corona, y no le dejó ningunos, que solamente por esto es dino de que no se le hagan mercedes, y que como en todo somos muy leales servidores y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo, y questamos determinados que hasta que sea servido, que nuestros procuradores que allá enviamos besen sus reales pies y vea nuestras cartas y nosotros veamos su real firma, que entonces los pechos por tierra para obedecer sus reales mandos; y que si el obispo de Burgos, por su mandado, nos envía a cualquier persona a gobernar o a ser capitán, que primero que se obedezca se lo haremos saber a su real persona a doquiera que estuviere, y lo que fuere servido mandar que lo obedeceremos, como mando de nuestro rey y señor, como somos obligados. Y demás destas relaciones le suplicamos que, entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernación a Hernando Cortés, y dimos tantos loores dél y tan gran servidor suyo, hasta ponelle en las nubes.
Y después de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenía, y cada capítulo por sí, declarando cada cosa cómo y cuando y de qué arte pasaron, como carta para nuestro y señor, y no del arte que va aquí en esta mi relación, y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, e fueron dos cartas duplicadas, y nos rogó que se las mostrásemos, y como vio la relación tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hobo mucho placer y dijo que nos lo tenía en merced, con grandes ofrescimientos que nos hizo; empero no quisiera que en ella dijéramos ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quién fueron los primeros descubridores, porque, según entendimos, no hacia en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba ni del Grijalva, sino dél solo, a quien atribula el descubrimiento, la honra e honor de todo, y dijo que agora al presente que aquello estuviera mejor por escrebir y no dar relación dello a Su Majestad, y no faltó quien lo dijo que a nuestro rey y señor que no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa.
Pues ya escritas estas cartas Y dadas a nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por vía ninguna no entrasen en la Habana ni fuesen a una estancia que tenía allí el Francisco de Montejo, que se decía el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase a saber Diego Velázquez lo que pasaba; y no lo hicieron ansí, como adelante diré. Pues ya puesto todo a punto para se ir a embarcar, dijo misa el padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, y en veinte y seis días del mes de julio de mil e quinientos diez y nueve años partieron de San Juan de Ulúa y con buen tiempo llegaron a la Habana. Y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó e atrajo al piloto Alaminos guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabi, hasta que le hizo hacer lo que quiso y fue a surgir a su estancia, porque Puerto Carrero iba muy malo y no hizo cuenta dél. Y la noche que allí llegaron desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas y avisos para el Diego Velázquez, y supimos quel Montejo le mandó que fuese con las cartas; y en posta fue el marinero por la isla de Cuba, de pueblo en pueblo, publicando todo lo por mí aquí dicho, hasta que Diego Velázquez lo supo. Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.