Capítulo XLIX. Cómo vino el cacique gordo e otros principales a quejarse a cortés cómo en un pueblo fuerte, que se decía Cingapacinga, estaban guarniciones de mejicanos y les hacían mucho daño, y lo que sobre ello se hizo

Después de despedidos los mensajeros mejicanos, vino el cacique gordo con otros muchos principales, nuestros amigos, a decir a Cortés que luego vaya a un pueblo que se dice Cingapacinga, questaría de Cempoal dos días de andadura, que serían ocho o nueve leguas, porque decían que estaban en él juntos muchos indios de guerra, de los culúas, que se entiende por los mejicanos, e que les venían a destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos, y les hacían otros muchos malos tratamientos. Y Cortés lo creyó según se lo decían tan afectadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que les ayudaría y mataría a los culúas o a otros indios que les quisiesen enojar, a esta causa no sabía qué se decir, salvo que iría de buena voluntad o enviaría algunos solados con uno de nosotros para echallos de allí.

Y estuvo pensando en ello, y dijo riendo a ciertos compañeros questábamos acompañándole: «Sabéis, señores, que me paresce que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma nos tienen por dioses o por cosas como sus ídolos; he pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar a aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza, sus enemigos, enviemos a Heredia el Viejo», que era vizcaíno y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande y la cara medio acuchillada, e un ojo tuerto, e cojo de una pierna, y era escopetero; el cual le mandó llamar, y le dijo: «Id con estos caciques hasta el río que estaba de allí un cuarto de legua, y cuando allá llegáredes, hace que os paráis a beber y lavar las manos e tira un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar, questo hago porque crean que somos dioses, o de aquel nombre y reptuación que nos tienen puesto, y como vos sois mal agestado creerán que sois ídolo».

Y el Heredia lo hizo según y de la manera que le fue mandado, porque era hombre bien entendido e avisado, que había sido soldado en Italia. Y luego envió Cortés a llamar al cacique gordo e a todos los más principales que estaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo: «Allá envío con vosotros ese mi hermano para que mate y eche todos los colúas dese pueblo y me traya presos a los que no se quisieren ir». Y los caciques estaban enlevados desque lo oyeron, y no sabían si lo creer o no, e miraban a Cortés si hacía algún mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decía. Y luego el viejo Heredia que iba con ellos carga su escopeta e iba tirando tiros al aire por los montes, porque lo oyesen e viesen los indios. Y los caciques enviaron a dar mandado a otros pueblos cómo llevaban a un teule para matar a los mejicanos que estaban en Cingapacinga.

Y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés. Y desque entendió habría llegado el Heredia al río que le había dicho, mandó de presto que lo fuesen a llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó a decir Cortés a los caciques que, por la buena voluntad que les tenía, quel propio Cortes en persona, con alguno de sus hermanos, quería ir a hacelles aquel socorro, y a ver aquellas tierras y fortalezas; y que luego le trujesen cien hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros; y vinieron otro día por la mañana. Y habíamos de partir aquel mesmo día con cuatrocientos soldados y catorce de caballo y ballesteros y escopeteros, que estaban apercebidos. Y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velázquez dijeron que no querían ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese, que ellos a Cuba se querían volver. E lo que sobre ello se hizo diré adelante.