Capítulo XXXI. Cómo llegamos al río de Grijalva, que en lengua de indios llaman Tabasco, y de la guerra que nos dieron, y lo que más con ellos pasamos

En doce días del mesmo marzo de mil e quinientos y diez y nueve años, llegamos con toda la armada al río de Grijalva, que se dice Tabasco, y como sabíamos ya, de cuando lo de Grijalva, que en aquel puerto y río no podían entrar navíos de mucho porte, surgeron en la mar los mayores y con los pequeños y los bateles fuimos todos los soldados a desembarcar a la punta de los Palmares, como cuando con Grijalva, que estaba del pueblo de Tabasco obra de media legua. Y andaban por el río y en la ribera e entre unos mambrales todo lleno de indios guerreros, de lo cual nos maravillamos los que habíamos venido con Grijalva, y demás desto, estaban juntos en el pueblo más de[7] doce mil guerreros aparejados para darnos guerra; porque en aquella sazón aquel pueblo era de mucho trato, y estaban sujetos a él otros grandes pueblos, y todos los tenían apercibidos con todo género de armas, según las usaban. Y la causa dello fue porque los de Potonchan y los de Lázaro y otros pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, y se lo daban en el rostro, por causa que dieron a Grijalva las joyas de oro que antes he dicho en el capítulo que dello habla, e que de medrosos no nos osaron dar guerra, pues eran más pueblos y tenían más guerreros que no ellos; y esto les decían por afrentallos, y que en sus pueblos nos habían dado guerra y muerto cincuenta y seis hombres. Por manera que con aquellas palabras que les habían dicho se determinaron a tomar las armas.

Y desque Cortés los vio puestos en aquella manera, dijo a Aguilar, la lengua, que entendía bien la de Tabasco, que dijese a unos indios que parescían principales, que pasaban en una gran canoa cerca de nosotros, que para qué andaban tan alborotados, que no les veníamos a hacer ningún mal, sino decilles que les queremos dar de lo que traemos como a hermanos, e que les rogaba que mirasen no encomenzasen la guerra, porque les pesaría dello; y les dijo otras muchas cosas acerca de la paz. Y mientras más lo decía el Aguilar, más bravos se mostraban, y decían que nos matarían a todos si entrábamos en su pueblo, porque le tenían muy fortalecido todo a la redonda de árboles muy gruesos, de cercas y albarradas. Y volvió Aguilar a hablalles con la paz, y que nos dejasen tomar agua, y comprar de comer, a trueco de nuestro rescate, y también a decir los calachonis cosas que sean de su provecho y juicio de Dios Nuestro Señor. Y todavía ellos a porfiar que no pasásemos de aquellos palmares adelante, si no que nos matarían.

Y desque aquello vio Cortés, mandó apercibir los bateles y navíos menores, y mandó poner en cada batel tres tiros, y repartió en ellos los ballesteros y escopeteros. Y teníamos memoria de cuando lo de Grijalva que iba un camino angosto desde los palmares al pueblo por unos arroyos. E mandó Cortés a tres soldados que aquella noche mirasen bien si iba a las casas, y que no se detuviesen mucho en traer la respuesta. Y los que fueron vieron que sí iba. Y visto todo esto, y después de bien mirado, se nos pasó aquel día dando orden en cómo y de qué manera habíamos de ir en los bateles.

Y otro día por la mañana, después de haber oído misa y todas nuestras armas muy a punto, mandó Cortés a Alonso de Ávila, que era capitán, que con cien soldados, y entre ellos diez ballesteros, fuese por el caminillo, el que he dicho que iba al pueblo, e que desque oyese los tiros, él por una parte y nosotros por otra diésemos en el pueblo. Y Cortés y todos los más soldados y capitanes fuimos en los bateles y navíos de menos porte por el río arriba. Y desque los indios guerreros que estaban en la costa y entre los mamblares vieron que de hecho íbamos, vienen sobre nosotros con tantas canoas al puerto adonde habíamos de desembarcar, para defendernos que no saltásemos en tierra, que toda la costa no había sino indios de guerra con todo género de armas que entre ellos se usan, tañendo trompetillas y caracoles y atabalejos. Y desque así vio la cosa, mandó Cortés que nos detuviésemos un poco y que no soltasen ballesta ni escopeta ni tiros; y como todas las cosas quería llevar muy justificadas, les hizo otro requirimiento delante de un escribano del rey que se decía Diego de Godoy, e por la lengua de Aguilar, para que nos dejasen saltar en tierra y tomar agua y hablalles cosas de Dios y de Su Majestad, y que si guerra nos daban y por defendernos algunas muertes hobiese u otros cualquier daños, fuesen a su culpa e cargo, y no a la nuestra. Y ellos todavía haciendo muchos fieros, y que no saltásemos en tierra, si no que nos matarían.

Y luego comenzaron muy valientemente a flechar y hacer sus señas con sus tambores, y como esforzados se vienen todos contra nosotros y nos cercan con las canoas con tan gran rociada de flechas, que nos hicieron detener en el agua hasta la cinta, y otras partes no tanto; e como había allí mucha lama y ciénaga no podíamos tan presto salir della, y cargan sobre nosotros tantos indios, que con las lanzas a manteniente y otros a flecharnos, hacían que no tomásemos tierra tan presto como quisiéramos, y también porque en aquella lama estaba Cortés peleando, y se le quedó un alpargato en el cieno que no le pudo sacar, y descalzo el un pie salió a tierra, y luego le sacaron el alpargato y se calzó. Y entre tanto que Cortés estaba en esto, todos nosotros, ansí capitanes como soldados, fuimos sobre ellos nombrando a Señor Santiago, y les hecimos retraer, y aunque no muy lejos, por amor de las albarradas y cercas que tenían hechas de maderas gruesas, adonde se mamparaban, hasta que las deshicimos y tuvimos lugar, por un portillo, de les entrar y pelear con ellos, y les llevamos por una calle adelante, adonde tenían hechas otras fuerzas, y allí tornaron a reparar y hacer cara, y peleaban muy valientemente y con gran esfuerzo, y dando voces y silbos, e decían: «Al calacheoni, al calacheoni», que en su lengua mandaban que matasen o prendiesen a nuestro capitán.

Estando desta manera envueltos con ellos, vino Alonso de Ávila con sus soldados, que había ido por tierra desde los palmares, como dicho tengo, y paresce ser no acertó a venir más presto por amor de unas ciénagas y esteros; y su tardanza fue bien menester, según habíamos estado detenidos en los requirimientos y deshacer portillos en las albarradas para pelear; ansí que todos juntos les tornamos a echar de las fuerzas donde estaban y les llevamos retrayendo, y ciertamente que como buenos guerreros nos iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas hasta un gran patio donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenían tres casas de ídolos, e ya habían llevado todo cuanto hato había. En los cues de aquel patio mandó Cortés que reparásemos y que no fuésemos más en seguimiento del alcance, pues iban huyendo.

Y allí tomó Cortés posesión de aquella tierra por Su Majestad y él en su real nombre, y fue desta manera: Que desenvainada su espada dio tres cuchilladas en señal de posesión en un árbol grandes que se dice ceiba, que estaba en la plaza de aquel gran patio, y dijo que si había alguna persona que se lo contradijese, que él lo defendería con su espada y una rodela que tenía embrazada, y todos los soldados que presentes nos hallamos cuando aquello pasó respondimos que era bien tomar aquella real posesión en nombre de Su Majestad, e que nosotros seríamos en ayudalle si alguna persona otra cosa contradijere. E por ante un escribano del rey se hizo aquel auto. Sobre esta posesión la parte de Diego Velázquez tuvo que remurmurar della.

Acuérdome que en aquellas reñidas guerras que nos dieron de aquella vez hirieron a catorce soldados, y a mí me dieron un flechazo en el muslo, mas poca herida, y quedaron tendidos y muertos diez e ocho indios en el agua adonde desembarcamos; y allí dormimos aquella noche con grandes velas y escuchas. Y dejallo he, por contar lo que más pasamos.