Pues he dado cuenta de cosas que se contienen, decir bien es los bienes que se han hecho ansí para el servicio de Dios y de Su Majestad con nuestras illustres conquistas, y aunque fueron tan costosas de las vidas de todos los más de mis compañeros, porque muy pocos quedamos vivos, y los que murieron fueron sacrificados, y con sus corazones y sangre ofrecidos a los ídolos mejicanos que se decían Tezcatepuca y Hicilobos.
Quiero comenzar a decir de los sacrificios que hallamos por las tierras y provincias que conquistamos, las cuales estaban llenas de sacrificio y maldades, porque mataban cada un año, solamente en Méjico y ciertos pueblos que están en la laguna sus vecinos, según se halló por cuenta que dello hicieron religiosos franciscos, que fueron los primeros que vinieron a la Nueva España cuatro e medio años antes que viniesen los dominicos, que fueron los franciscos muy buenos religiosos y de santa dotrina, y hallaron sobre dos mill[115] personas chicas y grandes; pues en otras provincias, a esta cuenta mucho más serían; y tenían otras maldades de sacrificios, y por ser de tantas maneras no los acabaré de escrebir todos por extenso, mas los que yo vi y entendí porné aquí por memoria. Tenían por costumbre que se sacrificaban las frentes y las orejas, lenguas y labios, los pechos y brazos y molledos, y las piernas y aun sus naturas, y en algunas provincias eran retajados y tenían pedernales de navajas con que retajaban.
Pues los adoratorios, que son «cues», que así los llaman entre ellos, eran tantos que los doy a la maldición, y me parece que eran casi que al modo como tenemos en Castilla y en cada ciudad nuestras santas iglesias y parroquias y ermitas y humilladeros, así tenían en esta tierra de la Nueva España sus casas de ídolos llenas de demonios y diabólicas figuras, y demás destos «cues» tenía cada indio e india dos altares, el uno junto donde dormía, y el otro a la puerta de su casa, y en ellos muchas arquillas y otras que llaman petacas llenas de ídolos, unos chicos y otros grandes, y pedrezuelas y pedernales, y librillos de un papel de cortezas de árbol que llaman amate, y en ellos hechos sus señales del tiempo e de cosas pasadas.
E demás desto eran todos los demás dellos sométicos, en especial los que vivían en las costas y tierra caliente; en tanta manera que andaban vestidos en hábito de mujeres muchachos a ganar en aquel diabólico y abominable oficio; pues comer carne humana, ansí como nosotros traemos vaca de las carnicerías, y tenían en todos los pueblos cárceles de madera gruesa hechas a manera de casas, como jaulas, y en ellas metían a engordar muchos indias e indios y muchachos, y estando gordos los sacrificaban y comían, y demás desto las guerras que se daban unas provincias y pueblos a otras, y los que captivaban y prendían los sacrificaban y comían.
Pues tener ecesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas y tíos con sobrinas, halláronse muchos que tenían este vicio desta torpedade; pues de borrachos, no lo sé decir tantas suciedades que entrellos pasaban; sólo una quiero aquí poner, que hallamos en la provincia de Pánuco: que se embudaban por el sieso con unos cañutos, y se henchían los vientres de vino de lo que entre ellos se hacía, como cuando entre nosotros se echa una melezina, torpedad jamás oída; pues tenían mujeres cuantas querían, y tenían otros muchos vicios y maldades.
Y todas estas cosas por mí recontadas quiso Nuestro Señor Jesucristo que con su santa ayuda que nosotros los verdaderos conquistadores que escapamos de las guerras y batallas y peligros de muerte, ya otras veces por mí dichos, se lo quitamos y les pusimos en buena policía, y les enseñamos la santa dotrina. Verdad es que, después de dos años pasados, ya que todas las más tierras teníamos de paz, y con la pulicía y manera de vivir que he dicho, vinieron a la Nueva España unos buenos religiosos franciscos que dieron muy buen ejemplo y dotrina, y desde ahí a otros cuatro años vinieron otros buenos religiosos de señor Santo Domingo, que se lo han quitado muy de raíz y han hecho mucho fruto en la santa dotrina[116]; mas si bien se quiere notar, después de Dios, a nosotros los verdaderos conquistadores, que lo descubrimos y conquistamos y desdel principio les quitamos sus ídolos y les dimos a entender la santa dotrina, se nos debe el premio y galardón de todo ello primero que otras personas, aunque sean religiosos, porque cuando el principio es bueno y medio alguno e al cabo todo es digno de loor; lo cual pueden ver los curiosos letores de la pulicía, cristiandad y justicia que les mostramos en la Nueva España. Y dejaré esta materia y diré los demás bienes que, después de Dios, por nuestra causa han venido a los naturales de la Nueva España.