Y desque Cortés hobo llegado a Gueyacala, que ansí se llamaba, y los caciques de aquel pueblo le vinieron de paz, y les habló con doña Marina, la lengua, de tal manera que, al parescer, se holgaban, y Cortés les daba cosas de Castilla, y trujeron maíz y bastimento, y luego mandó llamar todos los caciques y se informó dellos del camino que habíamos de llevar, y les preguntó que si sabían de otros hombres como nosotros, con barbas y caballos, y si habían visto navíos ir por la mar, y dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas, y mujeres de Castilla, y caballos y tres acales, que en su lengua acales llaman a los navíos, de la cual nueva se holgó Cortés de saber, y preguntando por los pueblos y camino por donde habíamos de pasar, todo se lo trujeron figurado en unas mantas, y aun los ríos y ciénegas y atolladeros; y les rogó que en los ríos pusiesen puentes y llevasen canoas, pues tenían mucha gente y eran grandes poblazones. Y los caciques dijeron que, puesto que eran sobre veinte pueblos, que no les querían obedescer todos los más dellos, y en especial unos que estaban entre unos ríos, y que era nescesario que luego enviase de sus teules, que ansí nos llamaban a los soldados, y les hacer traer maíz y otras cosas; que les mandase que los obedeciesen, pues que eran sujetos.
Y desque aquello entendió Cortés, luego mandó a un Diego de Mazariegos, primo del tesorero Alonso de Estrada, que quedaba por gobernador en Méjico, que porque viese y conosciese que Cortés tenía mucha cuenta de su persona, le hacia honra de envialle por capitán aquellos pueblos y a otros comarcanos. Y cuando lo envió, secretamente le dijo que porque no entendía bien las cosas de la tierra, por ser nuevamente venido de Castilla y no tenía tanta expiriencia por ser en cosa de indios, que me llevase a mi en su compañía, y lo que le aconsejase, no saliese dello; y ansí lo hizo. Y no quisiera escrebir esto en esta relación porque no paresciese que me jactanciaba dello, y no lo escribiera sino porque fue público en todo el real, y aun después lo vi escrito de molde en unas cartas y relaciones que Cortés escribió a Su Majestad haciéndole saber de todo lo que pasaba, y del viaje de Indias. Por esta causa lo escribo.
Volvamos a nuestra materia. Y fuimos con el Mazariegos hasta ochenta soldados, en canoas que nos dieron los caciques. Y desque hobimos llegado a las poblazones, todos de buena voluntad nos dieron de lo que tenían, y trujimos sobre cien canoas de maíz, e bastimento, y gallinas, e miel, e sal, y diez indias que tenían por esclavas, y vinieron los caciques a ver a Cortés; de manera que todo el real tuvo muy bien de comer. Y dende a cuatro días, se huyeron todos los más caciques, que no quedaron sino tres guías, con los cuales fuimos nuestro camino, y pasamos dos ríos: el uno en puentes, que luego se quebraron al pasar, y el otro en balsas. Y fuimos a otro pueblo sujeto al mismo Acala, estaba ya despoblado; y allí buscamos comida, que tenían escondido por los montes.
Dejemos de contar nuestro trabajo y camino y digamos cómo Guatemuz, gran cacique de Méjico, y otros principales mejicanos que iban con nosotros habían puesto en pláticas o lo ordenaban, de nos matar a todos y volverse a Méjico, y, llegados a su ciudad, juntar sus grandes poderes y dar guerra a los que en Méjico quedaban, y tomarse a levantar. Y quien lo descubrió a Cortés fueron dos grandes caciques, que se decían Tapia e Juan Velázquez. Este Juan Velázquez fue capitán general de Guatemuz cuando nos dieron guerra en Méjico. E como Cortés lo alcanzó a saber, hizo informaciones sobre ello, no solamente de los dos que lo descubrieron, sino de otros caciques que eran en ello. Y lo que confesaron era que como nos vían ir por los caminos descuidados y descontentos, y que muchos soldados habían adolescido, y que siempre faltaba la comida y que se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador, y otros once o doce soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de Méjico, y se iban a su ventura por los caminos de guerra por donde habían venido, y que más querían morir que ir adelante, que seria bien que cuando pasemos algún río o ciénaga, dar en nosotros, porque eran los mejicanos sobre tres mil y traían sus armas y lanzas y algunos con espada. El Guatemuz confesó que ansí era como lo habían dicho los demás; empero, que no salió dél a quel concierto, y que no sabe si todos fueron en ello, o se efectuara, y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino solamente la plática que sobre ello hubo. Y el cacique de Tacuba dijo que entrél y Guatemuz habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus mazeguales y parientes. Y sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar al Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Y antes que los ahorcasen, los frailes franciscos los fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua doña Marina. Y cuando le ahorcaban, dijo el Guatemuz: «¡Oh Malinche: días había que yo tenía entendido questa muerte me habías de dar e había conoscido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la demande, pues yo no me la di cuando te me entregaste en mi ciudad de Méjico». El señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su muerte por morir junto con su señor Guatemuz. Y antes que los ahorcasen los fueron confesando los frailes franciscos con la lengua doña Marina.
E verdaderamente yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por habelles conoscido tan grandes señores, y aun ellos me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrescían, especial darme algunos indios para traer yerba para mi caballo. E fue esta muerte que les dieron muy injustamente, e paresció mal a todos los que íbamos.
Volvamos a ir nuestro camino con gran concierto, por temor que los mejicanos, viendo ahorcar a sus señores, no se alzasen; mas traían tanta mala aventura de hambre y dolencia, que no se les acordaba dello. Y después que los hobieron ahorcado, según dicho tengo, luego fuimos camino de otro poblezuelo, y antes de entrar en él pasamos un río bien hondable, en sus balsas, y hallamos el pueblo sin gente, que aquel día se habían ido; y buscamos de comer por las estancias, y hallamos ocho indios que eran sacerdotes de ídolos, y de buena voluntad se vinieron a su pueblo con nosotros. Y Cortés les habló, con doña Marina, para que llamasen sus vecinos, e que no hobiesen miedo, e que trajesen de comer. Y ellos dijeron a Cortés que le rogaban que mandase que no les llegasen junto a unos ídolos que estaban junto a una casa adonde Cortés posaba, e que traían comida y harían lo que pudiesen. Y Cortés les dijo quél haría lo que decían y que no les llegaría a cosa ninguna; mas que para qué querían aquellas cosas de ídolos, que son de barro y maderos viejos, y que eran cosas malas que les engañaban. Y tales rosas le predicó con los frailes y con doña Marina, que respondieron muy bien a lo que les decían, que los dejarían; y trajeron veinte cargas de maíz e unas gallinas. Y Cortés se informó de ellos que si sabían qué tantos soles de allí estaban los hombres con barbas como nosotros. Y dijeron que siete soles, e que se decía el pueblo donde estaban los de caballo Nito, y que ellos irían por guías hasta otro pueblo, y que habíamos de dormir una noche en despoblado antes de llegar a él. Y Cortés les mandó hacer una cruz en un árbol muy grande que se dice ceiba, que estaba junto a las casas a donde tenían los ídolos.
También quiero decir que como Cortés andaba mal dispuesto y aun muy pensativo e descontento del trabajoso camino que llevábamos, e como había mandado ahorcar a Guatemuz e a su primo el señor de Tacuba, e había cada día hambre, e que adolescían y morían muchos mejicanos paresció ser que de noche no reposaba de pensar en ello, y salía de la cama donde dormía a pasear en una sala a donde había ídolos, que era aposento principal de aquel poblezuelo, a donde tenían otros ídolos, y descuidóse y cayó más de dos estados abajo, y se descalabró en la cabeza; e calló, que no dijo cosa buena ni mala sobre ello salvo curarse la descalabradura, y todo se lo pasaba y sufría.
E otro día muy de mañana comenzamos a caminar con nuestras guías, y sin acontecer cosa que de contar sea fuimos a dormir cabe un estero y cerca de unos montes. E otro día fuimos por nuestro camino, e a hora de misas mayores allegamos a un pueblo nuevo, y en aquel día se había despoblado y metido en unas ciénegas, y eran nuevamente hechas las casas y de pocos días, y tenían en el pueblo hechas muchas albarradas de maderos gruesos, y todos cerrados de otros maderos muy recios, y hechas cavas hondas antes de la entrada en él; y dentro dos cercas: la una como barbacana, y con sus cubos y troneras; y tenían a otra parte por cerca unas peñas muy altas, llenas de piedras hechizas a mano, con grandes mamparos; y por otra parte, una gran ciénega que era fortaleza. Pues desque hobimos entrado en las casas, hallamos tantos gallos de papada y gallinas cocidas, como los indios las comen con sus ajios y de pan maíz que se dice entrellos tamales, que por una parte nos admirábamos de cosa tan nueva, y por otra nos alegramos con la mucha comida; y también hallamos una gran casa llena de lanzas chicas y flechas; y buscamos por los alrededores de aquel pueblo si había maizales y gente, y no había ninguna, ni aun grano de maíz.
Estando desta manera vinieron quince indios que salieron de las ciénegas, que eran principales de aquel pueblo, y pusieron las manos en el suelo y besan la tierra, y dicen a Cortés, medio llorando, que le piden por merced que aquel pueblo ni cosa ninguna no se le quemen, porque son nuevamente venidos allí a se hacer fuertes por causa de sus enemigos, que me paresció que dijeron que se decían lacandones, porque les han quemado y destruido los dos pueblos a donde vivían y les han robado y muerto mucha gente, los cuales pueblos veríamos abrasados adelante por el camino donde habíamos de ir, que están tierra muy llana; y allí dieron cuenta cómo y de que manera les daban guerra, y la causa por qué eran sus enemigos. Cortés les preguntó que cómo tenían tanto gallo y gallina a cocer; y dijeron por horas aguardaban a sus enemigos que les habían de venir a dar guerra, e que si los vencían que les habían de tomar sus haciendas y gallos, y llevalles cautivos; que porque no lo hobiesen ni gozasen, se lo querían antes comer, y que si ellos los desbarataban a los enemigos, que irían a sus pueblos y les tomarían sus haciendas. Y Cortés dijo que le pesaba dello y de su guerra, y por ir de camino no lo podía remediar. Llamábase aquel pueblo e otras grandes poblazones por donde otro día pasamos los Mazatecas, que quiere decir en su lengua los pueblos o tierras de venados; y tuvieron razón los pueblos de ponelles aquel nombre, por lo que adelante diré. Y desde allí fueron con nosotros dos indios de ellos, y nos fueron mostrando sus poblazones quemadas, y dieron relación a Cortés cómo estaban los españoles adelante. Y dejallo he aquí, y diré cómo otro día salimos de aquel pueblo y lo que más avino en el camino.