Capítulo CLXXIV. Cómo Hernando Cortés salió de Méjico para ir camino de las Higueras en busca de Cristóbal, de Olí y de Francisco de las Casas y de los demás capitanes y soldados que envió; y de los caballeros y qué capitanes sacó de Méjico para ir en su compañía, y del aparato y servicio que llevó hasta llegar a la villa de Guazacualco, y de otras cosas que pasaron

Como el capitán Hernando Cortés había pocos meses que había enviado al Francisco de las Casas contra el Cristóbal de Olí, como dicho tengo en el capitulo pasado, parecióle que por ventura no habría buen suceso la armada que había enviado, y también porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro; y a esta causa estaba muy codicioso, ansí por las minas como pensativo en los contrastes que podían acaescer en la armada, poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas la mala fortuna suele acarrear. Y como de su condición era de gran corazón, habíase arrepentido por haber enviado al Francisco de las Casas, sino haber ido él en persona; y no porque no conoscía muy bien quel que envió era varón para cualquier cosa de afrenta.

Y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en Méjico buen recaudo de artillería, ansí en la fortaleza como en las atarazanas, y por gobernadores en su lugar tenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y si supiera de las cartas que Albornoz hobo escrito a Castilla a Su Majestad diciendo mal dél no le dejara tal poder, y aún no sé yo cómo le aviniera por ello. Y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otra vez por mí nombrado, y por teniente del alguacil mayor y su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo; y dejó el mayor recaudo que pudo en Méjico; y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda del Rey, a quien dejaba el cargo de la gobernación, que tuviesen gran cuidado de la conversión de los naturales, y ansimismo lo encomendó a un fray Toribio Motolinea, de la orden de señor San Francisco y a otros buenos religiosos; y que mirasen no se alzase Méjico ni otras provincias. Y porque quedase más pacifico y sin cabeceras de los mayores caciques, trujo consigo al mayor señor de Méjico, que se decía Guatemuz, otras muchas veces por mí nombrado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a Méjico, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entrellos a Tapiezuelo, que era muy principal; aun de la provincia de Mechuacán trujo otros caciques, y a doña Marina, la lengua, porque Jerónimo de Aguilar ya era fallescido.

Y trujo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de Méjico, que fue Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marín, y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo y Pedro de Ircio, Avalos y Sayavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo el Romo, y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro Solís Casquete, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero, y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trujo un clérigo y dos frailes franciscos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino; y trujo por mayordomo a un Carranza, y por maestresala a Juan de Jaso, y a un Rodrigo Mañuelo, y por botiller a Serván Bejarano, y por repostero a un Fulano de San Miguel, que vivía en Guaxaca, y por despensero a un Guinea, que ansimismo fue vecino de Guaxaca; y trujo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata, un Tello de Medina; y por camarero, un Salazar, natural de Madrid; y por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de Méjico; y zurujano, a maese Diego de Pedraza; y otros muchos pajes, y uno dellos era don Francisco de Montejo, el que fue capitán en Yucatán el tiempo andando; no digo al adelantado su padre; y dos pajes de lanza, quel uno se decía Puebla; y ocho mozos despuelas; y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro, y Alvarado Montáñez; y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas, y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacia títeres; y caballerizo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo; y acémilas, con tres acemileros españoles; y una gran manada de puercos, que venía comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mil indios mejicanos, con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques.

Ya que estaban de partida para venir su viaje, viendo el factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en Méjico, que no les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacia tanta cuenta dellos como quisieran, acordaron de se hacer muy amigos del licenciado Zuaco y de Rodrigo de Paz y de todos los conquistadores viejos amigos de Cortés que quedaban en Méjico, y todos juntos le hicieron un requirimiento a Cortés que no salga de Méjico, sino que gobierne la tierra, y le ponen por delante que se alzará toda la Nueva España; y sobre ello pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés a los que hacían el requerimiento. Y desque no le pudieron convencer que se quedase, dijo el fator y veedor que le querían venir a servir y acompañarle hasta Guazacualco, que por allí era su viaje.

Pues ya partidos de Méjico de la manera que he dicho, saber yo decir los grandes rescibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaba se lo hacían fue cosa maravillosa, y más se le juntaron en el camino otros cincuenta soldados y gente extravagante, nuevamente venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco, porque para todos juntos no habría tantos bastimentos. Pues yendo por sus jornadas, el fator Gonzalo de Salazar y el veedor íbanle haciendo mil servicios a Cortés, en especial el fator, que cuando con el Cortés hablaba, la gorra quitada hasta el suelo y con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de grande amistad, con retórica muy subida le iba diciendo que se volviese a Méjico y no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndolo por delante muchos inconvenientes; y aun algunas veces, por le complacer, iba cantando por el camino junto a Cortés, y decía en los cantos: «¡Ay tío, y volvámonos! ¡Ay tío, volvámonos, questa mañana he visto una señal muy mala! ¡A tío, volvámonos!» Y responde Cortés, cantando: «¡Adelante, mi sobrino! ¡Adelante, mi sobrino, y no creáis en agüeros, que será lo que Dios quisiere! ¡Adelante, mi sobrino!» E dejemos de hablar en el fator y e sus blandas y delicadas palabras, y diré cómo en el camino, en un poblezuelo de un Ojeda el Tuerto ques cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña Marina, la lengua, delante de testigos.

Pasemos adelante, y diré cómo van camino de Guazacualco y llegan a un pueblo grande que se dice Guaspaltepeque que era de la encomienda de Sandoval. Y como lo supimos en Guazacualco que venía Cortés con tanto caballero, ansí alcalde mayor como capitanes y todo el cabildo y regidores fuimos treinta y tres leguas a lo rescibir a Cortés y a dalle el para bien venido como quien va a ganar beneficio. Y esto digo aquí porque vean los curiosos letores e otras personas qué tan tenido y aun temido estaba Cortés porque no se hacia más de lo que él quería, agora fuese bueno o malo. Y desde Guaspaltepeque fue caminando a nuestra villa; y en un río grande que había en el camino comenzó a tener contrastes, porque al pasar se le trastornaron dos canoas y se le perdió cierta plata y ropa, y aun al Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, no se pudo sacar cosa ninguna a causa que estaba el río lleno de lagartos muy grandes. Y dende allí fuimos a un pueblo que se dice Uluta, y hasta llegar a Guazacualco le fuimos acompañando, y todo por poblado.

Pues quiero decir el gran recaudo de canoas que teníamos ya mandado que estuviesen aparejadas y atadas de dos en dos en el gran río, junto a la villa, que pasaban de trecientas. Pues el gran rescibimiento que le hecimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de cristianos e moros, y otros grandes regocijos e invenciones de juegos; y le aposentamos lo mejor que pudimos, así a Cortés como a todos los que traía en su compañía, y estuvo allí seis días. Y siempre el fator le iba diciendo que se volviese del camino que traía; que mirase a quién dejaba en su poder; que tenía al contador por muy revoltoso e doblado e amigo de novedades, y que el tesorero se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no sentía bien de algunas cosas e pláticas; y que en ellos vio que hablaban en secreto después que les dio el poder, y aun de antes.

Y demás desto, ya en el camino tenía Cortés cartas que enviaban desde Méjico diciendo mal de su gobernación de aquellos que dejaba. Y dello avisan al factor sus amigos, y sobre ello decía el fator a Cortés que también sabría él gobernar, y el veedor que allí estaba delante, como los que dejaba en Méjico, y se le ofrescieron por muy servidores. Y decía tantas cosas melosas y con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diesen poder a el fator e a Chirinos, veedor, para que fuesen gobernadores, y fue con esta condición: que si viesen quel Estrada y el Albornoz no hacían lo que debían al servicio de Nuestro Señor y de su Majestad, gobernasen ellos solos. Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hobo en Méjico, como adelante diré después que haya pasado cuatro capítulos y hayamos hecho un muy trabajoso camino; y hasta lo ver acabado y estar en una villa que se llamaba Trujillo no contaré en esta relación cosa de lo acaescido en Méjico. Y quiero decir que a esta causa dijo el Gonzalo de Ocampo en sus libelos infamatorios:

¡Oh fray Gordo de Salazar,

fator de las diferencias!

Con tus falsas reverencias

engañaste al provincial.

Un fraile de santa vida

me dijo que me guardase

de hombre que así hablase

retórica tan polida.

Dejemos de hablar de libelos, y diré que cuando se despidieron el fator y el veedor de Cortés para se volver a Méjico, con cuántos cumplimientos y abrazos. Y tenía el fator una manera como de sollozos, que parescía que quería llorar al despedirse, y con sus provisiones en el seno, de manera quél las quiso notar. Y el secretario, que se decía Alonso Valiente, que era su amigo, las hizo. Vuelven para Méjico, y con ellos Hernán López de Ávila, que estaba malo de dolores e tullido de bubas. Y dejémoslos ir su camino, que no tocaré en esta relación en cosa ninguna de los grandes alborotos y cizañas que en Méjico hobo hasta su tiempo y lugar, desque hobiéremos allegado con Cortés todos los caballeros por mi nombrados con otros muchos que salimos de Guazacualco hasta que hayamos hecho esta tan trabajosa jornada, questuvimos en puntos de nos perder, a según adelante diré, porque en una sazón acaescen dos cosas y por no quebrar el hilo de lo uno por decir de lo otro, acordé de seguir nuestro trabajosísimo camino.