Pues como estábamos poblados en aquella villa de Guazacualco muchos conquistadores viejos y personas de calidad y teníamos grandes términos repartidos entre nosotros que era la misma provincia de Guazacualco e Zitla, y lo de Tabasco e Zimatán y Chontalpa, y en las sierras arriba lo de Cachula e Zoques e Quilenes hasta Zinacantán y Chamula, y la ciudad de Chiapa, de los indios, y Papanaguastla y Pinola, y de otra parte, hacia la banda de Méjico, la provincia de Xaltepeque, e Guaspaltepeque, e Chinanta, e Tepeaca y otros muchos pueblos, y como a los principios todas las más provincias que habido en la Nueva España muchas dellas se alzaban cuando les pedían tributos y aun mataban a sus encomenderos, y los españoles que podían tomar a su salvo les acapillaban, ansí acontesció en aquella villa, que casi no quedó provincia que todas no se rebelaron, y a esta causa siempre andábamos de pueblo en pueblo con una capitanía atrayéndolos de paz, y como los de Zimatán no querían venir a la villa ni obedescer mandamientos que les enviaban, acordó el capitán Luis Marín que, por no enviar capitanía de muchos soldados contra ellos, que fuésemos cuatro vecinos a los traer de paz; yo fui uno dellos, y los demás se decían Rodrigo de Nao, natural de Ávila, e un Francisco Martín, medio vizcaíno, y el otro se decía Francisco Jiménez, natural de Inguijuela, de Extremadura, y lo que nos mandó el capitán fue que buenamente y con amor los llamásemos de paz, e que no les dijésemos palabras donde se enojasen.
E yendo que íbamos a su provincia, que son las poblazones entre grandes ciénegas y caudalosos ríos, e ya que llegábamos dos leguas de su pueblo, les enviamos mensajeros a decir cómo íbamos, y la respuesta que dieron fue que salen a nosotros tres escuadrones de flecheros y lanceros, que a la primera refriega de flecha mataron a los dos de nuestros compañeros, e a mí me dieron la primera herida de un flechazo en la garganta que con la mucha sangre que me salía e en aquel tiempo no podía apretallo ni tomar la sangre, estuvo mi vida en harto peligro; pues el otro mi compañero que estaba por herir, que era el Francisco Martín, vizcaíno, puesto que yo y él siempre hacíamos cara e heríamos algunos contrarios, acordó de tomar las de Villadiego y acogerse en unas canoas que estaban cabe un río grande que se decía Mazapa, y como quedaba solo y malherido, porque no me acabasen de matar e sin sentido e poco acuerdo, me iba a meter entre unos matorrales altos, y volviendo en mi, con fuerte corazón, dije: «¡Oh, válgame Nuestra Señora, si es verdad que tengo de morir hoy aquí en poder destos perros!» Y tomé tal esfuerzo, que salgo otra vez de las matas y rompo por los indios, que a buenas cuchilladas y estocadas me dieron lugar que salí de entrellos, y aunque me tornaron a herir, y me fui a las canoas, donde estaba ya dentro de la una dellas mi compañero Francisco Martín, vizcaíno, con cuatro indios amigos nuestros, que eran los que habíamos traído con nosotros, que nos llevaban nuestro hato; que estos indios, cuando estábamos peleando con los zimatecas, dejando las cargas se acogen al río en las canoas, y lo que nos dio la vida a mi e al Francisco Martín fue que los contrarios se embarazaron en robar nuestra ropa e petacas.
Y dejemos de más hablar en esto y digamos que Nuestro Señor Jesucristo fue servido escaparnos de morir allí, y en las canoas pasamos aquel río, que es muy grande e hondo e hay en él muchos lagartos, y porque no nos siguiesen los zimatecas, que ansí se llaman, estuvimos ocho días por los montes, y dende a pocos días se supo en Guazacualco esta nueva, y dijeron los indios que habíamos traído, que llevaron la mesma nueva, que todos los cuatro indios que quedaron en las canoas, como dicho tengo, que éramos muertos, y estos indios que dicho tengo que llevaron nuevas, desque nos vieron heridos se fueron huyendo y nos dejaron en la pelea, y en pocos días llegaron a la villa, y como no parescíamos ni había nueva de nosotros, creyeron que éramos muertos. Y como es costumbre de indios, y en aquella sazón se usaba, ya había repartido el capitán Luis Marín en otros conquistadores nuestros indios, e echó mensajeros a Cortés para enviar las cédulas de encomienda, y aun vendido nuestras haciendas, y al cabo de veinte días aportamos a la villa, de lo cual se holgaron algunos de nuestros amigos, mas a quien habían dado los indios les pesó…
E viendo el capitán Luis Marín que no podíamos pacificar aquellas provincias por mi memoradas antes mataban muchos de nuestros españoles, acordó de ir a Méjico a demandar a Cortés más soldados e socorros e petrechos de guerra, y mandó que entretanto que iba no saliésemos de la villa ningunos vecinos a los pueblos lejanos, si no fuese a los que estaban cuatro o cinco leguas de allí, para solamente traer comida. Pues llegado a Méjico dio cuenta a Cortés de todo lo acaescido, y entonces le mandó que volviese a Guazacualco, y envió con él obra de treinta soldados y entrellos a un Alonso de Grado, por mí muchas veces nombrado, y le mandó que con todos los vecinos questábamos en la villa y los soldados que traía consigo fuésemos a la provincia de Chiapa, que estaba de guerra, que la pacificásemos y poblásemos una villa. Y como el capitán hobo venido con aquellos despachos, nos apercebimos todos, ansí los questábamos allí poblados como los que traía de nuevo, y comenzamos abrir camino por unos montes y ciénegas muy malas, y echábamos en ellas maderos y ramos para poder pasar los caballos, y con gran trabajo fuimos a salir a un pueblo que se dice Tepuzuntlán, que hasta entonces por el río arriba solíamos ir en canoas, que no había otro camino abierto, y desde aquel pueblo fuimos a otro pueblo la sierra arriba, que se dice Cachula, y, para que bien se entienda, este Cachula es en la sierra, provincia de Chiapa, y esto digo porquestá otro pueblo del mismo nombre junto a la Puebla de los Ángeles, y desde Cachula fuimos a otros poblezuelos subjetos al mesmo Cachula. Y fuimos abriendo caminos nuevos el río arriba, que venía de la poblazón de Chiapa, porque no había camino ninguno.
Y todos los rededores que estaban poblados habían gran miedo a los chiapanecas, porque ciertamente eran en aquel tiempo los mayores guerreros que yo había visto en toda la Nueva España, aunque entren en ellos tascaltecas y mejicanos, ni zapotecas ni minxes. Y esto digo porque jamás Méjico los pudo señorear, porque en aquella sazón era aquella provincia muy poblada, y los naturales della eran en gran manera belicosos y daban guerra a sus comarcanos, que eran los de Zinacatán, y a todos los pueblos de la lengua quilena, y asimismo a los que se dicen los zoques, y robaban y cautivaban a la contina otros pueblezuelos donde podían hacer presa, y con los que dellos mataban hacían sacrificios y hartazgas. Y demás desto, en los caminos de Teguantepeque tenían en pasos malos puestos muchos guerreros para saltear a los indios mercaderes que trataban de una provincia a otra, y a esta causa de miedo dellos dejaban algunas veces de tratar las unas provincias con otras, y aun habían traído por fuerza a otros pueblos y hécholes poblar y estar junto a Chiapa, y los tenían por esclavos y con ellos hacían sus sementeras.
Volvamos a nuestro camino, que fuimos río arriba hacia su ciudad, y era por Cuaresma, en el año de mil y quinientos y veinte y tres años; y esto de los años no se me acuerda bien, y antes de llegar a la poblazón de Chiapa se hizo alarde de todos los de a caballo, escopeteros y ballesteros y soldados que íbamos en aquella entrada, y no se pudo hacer hasta entonces por causa que algunos vecinos de nuestra villa y otros forasteros no se habían recogido que andaban en los pueblos de la hacienda de Cachula demandando el tributo que les eran obligados a dar y con el favor de venir capitán con gente de guerra, como veníamos, se atrevían de ir a ellos, que de antes ni daban tributo ni se daban por nosotros dos castañetas.
Volvamos a nuestro alarde, que se hallaron veinte y siete de a caballo que podían pelear, y otros cinco que no eran para ello, y quince ballesteros y ocho escopeteros, y un tiro y mucha pólvora, y un soldado por artillero, que decía el mesmo soldado que había estado en Italia: y esto digo aquí porque no era para cosa ninguna, y era muy cobarde; y llevábamos sesenta soldados despada y rodela y obra de ochenta mejicanos, y el cacique de Cachula con unos principales suyos, y estos de Cachula que he dicho iban temblando de miedo, y por halagos los llevávamos porque nos ayudasen abrir caminos y a llevar el fardaje. Pues yendo nuestro camino en concierto e ya que llegamos cerca de sus poblazones siempre íbamos adelante por espía y descubridores del campo cuatro soldados de los más sueltos que había, e yo era el uno dellos, e dejaba mi caballo que lo llevasen otros, porque no era tierra por donde podía correr a caballo, e íbamos siempre media legua adelante de nuestro ejército; y como los chiapanecas son grandes cazadores andaban entonces a caza de venados, y desque nos sintieron apellídanse todos con grandes ahumadas y como llegamos a sus poblazones tenían muy anchos caminos y grandes sementeras de maíz y otras legumbres.
Y en el primer pueblo que topamos se dice Eztapa, questá de la cabecera obra de cuatro leguas, y en aquel instante le habían despoblado, y tenían mucho maíz y otros bastimentos, que tuvimos bien que comer y cenar; y estando reposando en el puesto que teníamos puestas nuestras velas y escuchas y corredores del campo, vienen dos de a caballo que estaban por corredores a dar mandado y diciendo: «¡Al arma, al arma, que vienen por todas sabanas y caminos llenos de guerreros chiapanecos!», y nosotros, que siempre estábamos muy apercebidos, les salimos al encuentro antes que llegasen al pueblo, y tuvimos una gran batalla con ellos, porque traían muchas varas tostadas con sus tiraderas, y arcos y flechas y lanzas muy mayores que las nuestras, con buenas armas de algodón y penachos, y otros traían unas porras como macanas. Y allí donde estuvimos y fue la batalla había mucha piedra; y con hondas nos hacían mucho daño, y nos comenzaron a cercar, de arte que de la primera rociada mataron a dos de nuestros soldados y cuatro caballos y se hirieron sobre trece soldados y a muchos de nuestros amigos y al capitán Luis Marín le dieron dos heridas, y estuvimos en aquella batalla desde la tarde hasta después que anocheció; y como hacia escuro y habían sentido el cortar de nuestras espadas, y escopetas y ballestas y las lanzadas, se retiraron, de lo cual nos holgamos, y hallamos quince dellos muertos y otros muchos heridos que no se pudieron ir; de dos dellos, que nos parescían principales, que allí prendimos se tomó aviso y plática, y dijeron que estaba toda la tierra apercebida para dar otro día en nosotros, y aquella noche enterramos los muertos y curamos los heridos y al capitán, que estaba malo de las heridas, porque se había desangrado mucho y por causa de no se apartar de la batalla para se las curar o apretar, y se le había metido frío. Pues ya hecho esto pusimos buenas velas y escuchas y corredores del campo, y teníamos los caballos ensillados y enfrenados, y todos nuestros soldados muy a punto, porque tuvimos por cierto que vernían de noche sobre nosotros.
Y como habíamos visto el tesón que tuvieron en la batalla pasada, que ni por ballestas, ni lanzas, ni escopetas, ni aun estocadas, no les podíamos retraer ni apartar un paso atrás, tuvímoslos por muy buenos guerreros y osados en el pelear, y esa noche se dio orden cómo para otro día los de a caballo habíamos de arremeter de cinco en cinco hermanados, y las lanzas terciadas, y no pararnos a dar lanzada hasta ponerlos en huida, sino las lanzas altas y por las caras y atropellar y pasar adelante. Y este concierto ya otras veces lo había dicho el Luis Marín y aun algunos de nosotros de los conquistadores viejos se lo habíamos dado por aviso a los nuevamente venidos de Castilla, y algunos dellos no curaron de guardar la orden, sino que pensaban que en dar una lanzada a los contrarios que hacían algo, y salióles a cuatro dellos al revés, porque les tomaron las lanzas y les hirieron a ellos y los caballos con ellas; quiero decir que se juntaban seis o siete de los contrarios y se abrazaban con los caballos, creyendo de los tomar a mano, y aun derrocaron a un soldado del caballo, y si no le socorriéramos ya le llevaban a sacrificar, y desde ahí a dos días se murió.
Volvamos a nuestra relación. Y es que otro día de mañana acordamos de ir por nuestro camino para su ciudad de Chiapa, y verdaderamente se podía llamar ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en concierto, y de más de cuatro mil vecinos, sin otros muchos pueblos subjetos a él que estaban poblados a su rededor; e yendo que íbamos con mucho concierto y el tiro puesto y el artillero bien apercebido de lo que había de hacer, y no habíamos caminado cuatro leguas, cuando nos encontramos con todo el poder de Chiapa, que campos y cuestas venían llenos dellos con grandes penachos y buenas armas y grandes lanzas, pues flecha y vara con tiraderas, pues piedra y hondas y grandes voces e grita y silbos era cosa despantar cómo se juntaron con nosotros pie con pie e comenzaron a pelear como rabiosos leones, y nuestro negro artillero que llevábamos, que bien negro se podía llamar, cortado de miedo y temblando, ni supo tirar ni poner fuego al tiro, e ya que a poder de voces que le dábamos pegó fuego, hirió a tres de nuestros soldados, que no aprovechó cosa ninguna; y desque el capitán vio de la manera que andábamos, rompimos todos los de a caballo puestos en cuadrillas, según lo habíamos concertado, y los escopeteros y ballesteros y despada y rodela, hechos un cuerpo, nos ayudaron muy bien; mas eran tantos los contrarios que sobre nosotros vinieron, que si no fuéramos de los que en aquellas batallas nos hallamos cursados a otras afrentas, pusiera a otros gran temor y aun nosotros nos admiramos dello, y como el capitán Luis Marín nos dijo: «Ea, señores, ¡Santiago y a ellos!, y tornémosles otra vez a romper con ánimos esforzados», dímosles tal mano, que a poco rato iban vueltas las espaldas, y como había allí donde fue esta batalla muy malos pedregales para correr caballos, no les podíamos seguir.
E yendo en alcance e no muy lejos donde comenzamos aquella pelea, ya que íbamos algo descuidados creyendo que por aquel día no se tornarían a juntar estaban tras unos cerros otros mayores escuadrones de guerreros que los pasados, con todas sus armas, y muchos dellos traían sogas para echar lazos a los caballos y asir de las sogas para los derrocar, y tenían tendidas en todas las partes muchas redes con que suelen tomar venados, para los caballos y para nosotros; y todos los escuadrones que he dicho se vienen a encontrar con nuestro ejército, y como muy fuertes y recios guerreros nos dan tal mano de flecha y vara y piedra, que tornaron a herir casi que a todos los nuestros, y tomaron cuatro lanzas a los de a caballo, y mataron dos soldados y cinco caballos, y entonces traían en medio de sus escuadrones una india algo vieja y muy gorda, y, según decían, aquella india la tenían por su diosa y adivina, y les había dicho que ansí como ella llegase adonde estábamos peleando, que luego habíamos de ser vencidos, y traía en un brasero unos sahumerios unos ídolos de piedra, y venía pintada todo el cuerpo y pegado algodón a las pinturas, y sin miedo ninguno se metió entre los indios nuestros amigos, que venían hechos un cuerpo con sus capitanías, y luego fue despedazada la maldita diosa.
Volvamos a nuestra batalla; que desque el capitán Luis Marín y todos nosotros vimos tanta multitud de guerreros contra nosotros, y que tan osadamente peleaban, encomendándonos a Dios y arremetiendo a ellos con el concierto pasado, les fuimos rompiendo poco a poco y les pusimos en huida, y se escondían entre unos grandes pedregales, y todos los más se echaron al río, que estaba cerca e hondo, y se fueron nadando, que son en gran manera buenos nadadores. Y desque les hobimos desbaratado, dimos muchas gracias a Dios, y hallamos muertos donde hobimos esta batalla muchos dellos, y otros heridos; y acordamos de nos ir a un pueblo que estaba junto al río, cerca del pasaje de la ciudad, donde había muy buenas ciruelas, porque como era Cuaresma y en aqueste tiempo las hay maduras y en aquella poblazón son las muy buenas, allí nos estuvimos todo lo más del día enterrando a los muertos en partes que no los pudieran haber ni hallar los naturales de aquel pueblo, y curamos los heridos y diez caballos, y allí acordamos de dormir con gran recaudo de velas y escuchas.
Y a poco más de media noche pasaron de dos poblezuelos que estaban poblados junto a la cabecera e ciudad de Chiapa, en cinco canoas del mesmo río, ques muy grande y hondo, y venían a remo, callados, y los que remaban eran diez indios, personas principales, naturales de los poblezuelos que estaban junto al río de los pueblos, y como desembarcaron hacia la parte de nuestro real, en saltando en tierra luego fueron presos por nuestras velas y ellos lo tuvieron por bien que los prendiesen; y llevados antel capitán, dijeron: «Señor, nosotros no somos chiapanecos, sino de otras provincias que se dicen Xaltepeque, y estos malos de chiapanecas, con grandes guerras que nos dieron, nos mataron mucha gente, y todos los más de nuestros pueblos nos trujeron aquí a poblar con nuestras mujeres e hijos, y nos han tomado cuanta hacienda teníamos, y ha más de doce años que nos tienen por esclavos, y les labramos sus sementeras y maizales, y nos hacen ir a pescar y hacer otros oficios, y nos toman nuestras hijas y mujeres, y venimos a daros aviso porque nosotros os traeremos esta noche muchas canoas en que paséis este río, y también os mostraremos un vado, aunque no muy bajo, y lo que, señor capitán, os pedimos de merced, que pues os hacemos esta buena obra, que desque hayáis vencido y desbaratado estos chiapanecas, que nos deis licencia para que salgamos de su poder e irnos a nuestras tierras, y para que mejor creáis lo que os decimos ques verdad, en las canoas que agora pasamos, que dejamos escondidas en el río con otros nuestros compañeros y hermanos, os traemos presentadas tres joyas de oro, que eran unas como diademas, y también traemos gallinas y cirgüelas». Y demandaron licencia para ir por ello, y dijeron que había de ser muy callando, no los sintiesen los chiapanecas, que estaban velando y guardando los pasos del río.
Y desque el capitán entendió lo que los indios le dijeron y la gran ayuda que era para pasar aquel recio y corriente río, dio gracias a Dios, y mostró buena voluntad a los mensajeros, y les prometió de hacerlo como lo pedían, y aun de dalles ropa y despojo de lo que hobiésemos de aquella ciudad, y se informó dellos cómo en las dos batallas pasadas les habíamos muerto y herido más de ciento y veinte chiapanecas; que tenían aparejados para otro día otros muchos guerreros, y que a los de aquestos poblezuelos donde eran estos mensajeros los hacían salir a pelear contra nosotros, y que no temiésemos dellos, que antes nos ayudarían, y que al pasar del río nos habían de aguardar porque tenían por imposible que terníamos atrevimiento de pasalle, y que cuando lo estuviésemos pasando que allí nos desbatarían; y dado este aviso se quedaron dos de aquellos indios con nosotros y los demás fueron a su pueblo a dar orden para que muy de mañana trujesen veinte canoas lo cual cumplieron muy bien su palabra; y después que se fueron reposamos algo de lo que quedó de la noche, y no sin mucho recaudo y ronda y velas y escuchas, porque oíamos el gran remor de los guerreros que se juntaban ribera del río, y el taller de sus trompetillas y atambores y cometas. Y desque amanesció y vimos las canoas, que ya descubiertamente las tratan a pesar de los de Chiapa, porque, según paresció, ya habían sentido cómo los naturales de aquellos poblezuelos se les habían levantado hecho fuertes y eran de nuestra parte y habían prendido algunos ellos y los demás se habían hecho fuertes en un gran cu, y a esta causa había revueltas y guerras entre los chiapanecas y los poblezuelos que dicho tengo.
Y luego nos fueron a mostrar el vado; entonces nos daban mucha priesa aquellos amigos que pasásemos presto el río por temor no sacrificasen a sus compañeros que habían prendido aquella noche. Pues desque llegamos al vado que nos mostraron, venía muy hondo, y puestos todos en gran concierto, ansí los ballesteros como escopeteros, y los de a caballo y los indios de los dos poblezuelos nuestros amigos con sus canoas, y aunque nos daba el agua cerca de los pechos, todos hechos un tropel, para soportar el ímpetu y fuerza del agua, quiso Nuestro Señor que pasamos cerca de la otra parte de tierra; y antes de acabar de pasar vienen contra nosotros muchos guerreros y nos dan una buena rociada de vara con tiraderas y flecha y piedra, y otros con grandes lanzas, que nos hirieron casi que a todos los más y algunos a dos y a tres heridas, y mataron dos caballos, y un soldado de a caballo que se decía Fulano Guerrero o Guerra se ahogó al pasar del río, que se metió con el caballo a un recio raudal, y era natural de Toledo, y el caballo salió a tierra sin el amo.
Volvamos a nuestra pelea, que nos estuvieron un buen rato dando guerra al pasar el río, que no les podíamos hacer retraer, ni nosotros podíamos llegar a tierra, y en aquel instante los de los poblezuelos que se habían hecho fuertes contra los chiapanecas nos vinieron ayudar y dan en las espaldas a los que estaban al río batallando con nosotros, e hirieron y mataron muchos dellos, porque les tenían gran enemistad, como les habían tenido presos muchos años. Y desque aquello vimos, de presto salimos a tierra los de a caballo, y luego ballesteros y escopeteros, y los despada y rodela, y los amigos mejicanos, y dámosles una buena mano que se van huyendo por su pueblo adelante, que no paró indio con indio, y luego sin más tardar, puestos en buen concierto, con nuestras banderas tendidas y muchos indios de los dos poblezuelos con nosotros, entramos en su ciudad, y como llegamos en lo más poblado, donde estaban sus grandes cues y adoratorios, tenían las casas tan juntas que no osábamos asentar real, sino en el campo y en parte que aunque pusiesen fuego no nos pudiesen hacer daño; y luego nuestro capitán envió a llamar de paz a los caciques y capitanes de aquel pueblo, y fueron los mensajeros tres indios de los poblezuelos nuestros amigos, quel uno dellos se decía Xaltepeque, y ansimismo envió con ellos seis capitanes chiapanecos que habíamos preso en las batallas pasadas, y les envió a decir que vengan luego de paz y que se les perdonará lo pasado, y que si no vienen, que les iremos a buscar y les daremos mayor guerra que la pasada y les quemaremos su ciudad. Y con aquellas bravosas palabras luego a la hora vinieron, y aun trujeron un presente de oro, y se desculparon por haber salido de guerra, y dieron la obidiencia a Su Majestad, y rogaron a Luis Marín que no consintiese a nuestros amigos que quemasen alguna casa, porque ya habían quemado antes de entrar en Chiapa, en un poblezuelo que estaba poblado antes de llegar al río, muchas casas; y Luis Marín se lo prometió que ansí lo haría, y mandó a los mejicanos amigos que traíamos y a los de Cachula que no hiciesen mal ni daño.
Quiero tornar a decir queste Cachula que aquí nombro no es la questá cerca de Méjico, sino un pueblo que se dice como el questá en las sierras camino de Chiapa, por donde pasamos. Y dejemos desto, y digamos cómo en aquella ciudad hallamos tres cárceles de redes de madera llenas de prisioneros atados con collares a los pezcuezos, y éstos eran de los que prendían por los caminos, e algunos dellos eran de Teguantepeque, y otros zapotecas, e otros quilenes, otros de Soconusco, los cuales prisioneros sacamos de las cárceles e se fue cada uno a su tierra, y quebramos las redes; también hallamos en los cues muy malas figuras de los ídolos que adoraban, y muchos indios y muchachos de dos días sacrificados, y hallamos muchas cosas malas de sodomías que usaban. MandóIes el capitán que luego fuesen a llamar a los pueblos comarcanos que vengan de paz a dar la obidiencia a Su Majestad; los primeros que vinieron fueron los de una poblazón que se dice Zinacantán, y Copanahuastla, e Pinola, e Gueguistlán, e Chamula, y otros pueblos, que ya no se me acuerdan los nombres dellos, Quelenes, e otros pueblos que eran de la lengua zoque, y todos dieron la obidiencia a Su Majestad, y aun estaban espantados cómo tan pocos como éramos podimos vencer a los chiapanecas, y ciertamente mostraron todos gran contento, porque estaban mal con ellos. Y estuvimos en aquella ciudad cinco días.
Y en aquel instante un soldado de los que traíamos en nuestro ejército desmandóse del real y vase sin licencia del capitán al un pueblo que había venido de paz, que ya he dicho que se decía Chamula, y llevó consigo ocho indios mejicanos de los nuestros, y demandó a los de Chamula que le diesen oro, y decía que lo decía el capitán; e los de aquel pueblo le dieron joyas de oro y porque no le daban más echó preso al cacique; y desque vieron los del pueblo hacer aquella demasía quisieron matar el atrevido y desconsiderado soldado, y luego se alzaron, y no solamente ellos, que también hicieron alzar a los de otro pueblo que se dice Güeyguiztlán sus vecinos, Y desque aquello alcanzó a saber el capitán Luis Marín, prende al soldado y luego le mandó en posta le llevasen a Méjico para que Cortés le castigase; y esto hizo el Luis Marín porque era un hombre el soldado que se tenía por principal, que por su honor no nombro su nombre hasta que venga a coyuntura en parte que hizo otra cosa peor, y como era malo y cruel con los indios, desde a obra de un año murió en lo de Xicalango en poder de indios, como adelante diré. Y después de esto hecho, el capitán envió a llamar al pueblo de Chamula que vengan de paz, e les envió a decir que ya había castigado y enviado a Méjico al español que les iba a demandar oro y les hacía aquellas demasías, y la respuesta que dieron fue mala, y la tuvimos por muy peor por causa de los pueblos comarcanos que habían venido de paz no se alzasen, y fue acordado que luego fuésemos sobre ellos y hasta traelles a de paz no les dejar. Y después de que se habló muy blandamente a los caciques chiapanecas y se les dijo con buenas lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que dejasen ídolos y sacrificios y sodomías y robos, y se les puso cruces e una imagen de Nuestra Señora en un altar que les mandamos hacer y se les dio a entender cómo éramos vasallos de Su Majestad e otras muchas cosas que convenían, y aun les dejamos poblado más de la mitad de su ciudad, y los dos pueblos nuestros amigos, que nos trujeron las canoas para pasar el río y nos ayudaron en la guerra, salieron del poder dellas con todos sus haciendas e mujeres e hijos y se fueron a poblar el río abajo obra de diez leguas de Chiapa, donde agora está poblado lo de Xaltepeque, y el otro poblezuelo, que se dice Istatán, se fue a su tierra, que eran de Teguantepeque.
Volvamos a nuestra partida para Chamula, y es que luego enviamos a llamar a los de Zinacantán, que eran gente de razón y muchos dellos mercaderes, y se les dijo que nos trujesen docientos indios para llevar nuestro fardaje, e que íbamos a su pueblo porque por allí era el camino de Chamula, e ansimismo demandó a los de Chiapa otros docientos indios y guerreros con sus armas para ir en su compañía, y luego los dieron, y salimos de Chiapa una mañana y fuimos a dormir a unas salinas donde nos tenían unos buenos ranchos, y otro día, a mediodía, llegamos a Zinacantlán, e allí tuvimos la santa pascua de Resurrección, y tornamos a enviar a llamar de paz a los de Chamula, e no quisieron venir, y hobimos de ir a ellos, que sería entonces donde estaban poblados de Zinacantlán obra de tres leguas, e tenían entonces las casas e pueblo de Chamula en una fortaleza muy mala de ganar, e muy honda cava por la parte que les habíamos de combatir, e por otras partes muy peor e más fuerte.
E ansí como llegamos con nuestro ejército nos tiran desde lo alto tanta piedra y vara flecha que cubría el suelo; pues lanzas muy largas con más de dos brazas de cuchilla de pedernales, que ya he dicho otras veces que cortan más que nuestras espadas, y unas rodelas hechas a maneras de pavesinas, que se cubren todo el cuerpo cuando pelean, y cuando no las han menester las arrollan y doblan de manera que no les hacen estorbo ninguno, y con hondas mucha piedra, y tal priesa se dan a tirar flecha y piedra, que hirieron a cinco de los nuestros soldados e a dos de a caballo, e con muchas voces e gran grita e silbos e alaridos e trompetillas y atabales y caracoles, que era cosa de poner espanto a quien no los conosciera. Y desque aquello vio Luis Marín, y entendió que los caballos allí no se podían aprovechar dellos, que era sierra, mandó que se tornasen a bajar a lo llano, porque adonde estábamos era gran cuesta y fortaleza, y aquello que les mandó fue porque temíamos que vernían allí a dar en nosotros los guerreros de otros pueblos que se dicen Quiaguiztlán, que estaba alzado, y porque hobiese resistencia en los de a caballo; y luego comenzamos a tirar a los de la fortaleza muchas saetas y escopetas, y no les podíamos hacer daño ninguno con los grandes mamparos que tenían, y ellos a nosotros sí, que siempre herían muchos de los nuestros; y estuvimos aquel día desta manera peleando, y no se daban cosa ninguna por nosotros, y si les procurábamos de entrar, donde tenían hechos unos mamparos y almenas estaban sobre mil lanceros en los puestos para la defensa de los que les probamos entrar, y ya que quisiéramos aventurar las personas en arrojamos dentro de la fortaleza, habíamos de caer de tan alto que nos habíamos de hacer pedazos, y no era cosa para ponernos en aquella ventura.
Y después de bien acordado cómo y de qué manera habíamos de pelear, se concertó que trujésemos madera y tablas de un poblezuelo que allí junto estaba despoblado e hiciésemos burros o mantas, que ansí se decían, y en cada uno dellos cabían veinte personas y con azadones y picos de hierro que traíamos, e con otros azadones de la tierra, de palo, que allí había, les cavábamos y deshacíamos su fortaleza, y deshicimos un portillo para podelles entrar, porque de otra manera era excusado, porque por otras dos partes tenían la mesma defensa, que todo lo miramos; más de una legua de allí alrededor estaba otra muy mala entrada y peor de ganar que adonde estábamos, por causa que era una abajada tan agra y tan mala, que a manera de decir era entrar en los abismos.
Volvamos a nuestros mamparos y mantas, que con ellas les estábamos deshaciendo sus fortalezas, y nos echaban de arriba mucha pez y resina ardiendo, y agua y sangre toda revuelta, muy caliente, y otras veces lumbre y rescoldo, y nos hacían, mala obra, y luego, tras ello, mucha multitud de piedras muy grandes, que desbarataron nuestros ingenios, que nos hobimos de retirar y tornalles adobar, y luego volvimos sobre ello; y desque y cuando vieron que les hacíamos mayores portillos, se ponen cuatro papas y otras personas principales sobre una de sus almenas, y vienen cubiertos con sus pavesinas e otros talabardones de madera y dicen: «Pues que deseáis o queréis oro, entra adentro, que aquí tenemos mucho», y nos echaron desde las almenas siete diademas e oro fino y muchas cuentas vaciadizas y otras cuentas como caracoles y ánades, y todo de oro, y tras ello mucha flecha y vara y piedra. E ya les teníamos hecho dos muy grandes entradas, e como era ya noche e comenzó a llover, en aquel instante dejamos el combate para otro día, y allí dormimos aquella noche con buen recaudo; y mandó el capitán a ciertos de a caballo que estaban en tierra llana que no se quitasen de sus puestos y tuviesen los caballos ensillados y enfrenados.
Volvamos a los chamultecas, que toda la noche estuvieron tañendo atabales y trompetillas y dando voces y gritos, y decían que otro día nos habían de matar, que así se lo había prometido su ídolo. Y desque amanesció volvimos con nuestros ingenios y mantas a hacer mayores entradas, y los contrarios con grande ánimo defendiendo su fortaleza, y aun hirieron aquel día a cinco de los nuestros, y aun a mí me dieron un buen bote de lanza que me pasaron las armas, y si no fuera por el mucho algodón y bien colchadas que eran, me mataran, porque con ser buenas las pasaron y echaron buen pelote de algodón fuera, y me dieron una chica herida, y en aquella sazón era más de mediodía, y vino muy grande agua y luego una muy escura neblina, porque como eran sierras altas siempre hay neblinas y aguaceros; y nuestro capitán, como llovía, se apartó del combate, e como yo era acostumbrado a las guerras pasadas de Méjico, bien entendí que en aquella sazón que vino la neblina no daban los contrarios tantas voces ni gritos como de antes, y vía que estaban arrimados a los adarbes y fortalezas y barbacanas muchas lanzas, que no las vía menear sino hasta docientas dellas, sospeché lo que fue, que se querían ir o se iban.
Entonces de presto les entramos por un portillo yo y otro mi compañero, y estaban obra de… docientos guerreros, los cuales arremetieron a nosotros y nos dan muchos botes de lanzas, y si de presto no fuéramos socorridos de unos indios de Zinacantán, que dieron voces a nuestros soldados, que entraron luego tras de nosotros en su fortaleza, allí perdiéramos las vidas; y como estaban aquellos chamultecas con sus lanzas haciendo cara y vieron el socorro, se van huyendo, porque los demás guerreros ya se habían huido con la neblina, y nuestro capitán con todos los soldados y amigos entraron dentro, y estaba ya alzado el hato, y aun la gente menuda y mujeres ya se habían ido por el paso muy malo, que he dicho que era muy hondo y de mala subida y de peor bajada, y fuimos en el alcance y se prendieron muchas mujeres y muchachos y niños y sobre treinta hombres, y no se halló despojo en el pueblo, salvo bastimento. Y hecho esto, nos volvimos con la presa camino de Zinacantlán y fue acordado que asentásemos nuestro real junto a un río, adonde está agora poblada la Ciudad Real, que por otro nombre llaman Chiapa de los Españoles, y desde allí soltó el capitán Luis Marín seis indios con sus mujeres, de los presos de Chamula, para que fuesen a llamar los de Chamula, y se les dijo que no hobiesen miedo y se les darían todos los prisioneros; y fueron los mensajeros, y otro día vinieron de paz llevaron toda su gente, que no quedó ninguna.
Y después de haber lado la obidiencia a Su Majestad, me depositó aquel pueblo el capitán Luis Marín, porque desde Méjico se lo había escrito Cortés que me diese una buena cosa de lo que se conquistase, y también porque era yo mucho su amigo del Luis Marín y porque fui el primer soldado que les entró dentro, y Cortés me envió cédula de encomienda dello, y hasta hoy en día tengo la cédula de encomienda guardada, y me tributaron más de ocho años. En aquella sazón no estaba poblada Ciudad Real, que después se pobló e se dio mi pueblo para la población.
Dejemos esto y volvamos a nuestra relación. Que como ya Chamula estaba de paz, e Güequiztlán, que estaba alzado, no quiso venir de paz, y aunque le enviamos a llamar, acordó nuestro capitán que fuésemos a los buscar a sus pueblos, y digo aquí pueblos porque entonces eran tres poblezuelos, y todos puestos en fortalezas, y dejamos allí, adonde estaban nuestros ranchos, los heridos y fardaje, e fuimos con el capitán los más sueltos y sanos soldados, y les de Zinacantán nos dieron sobre trecientos indios de guerra, que fueron con nosotros, y seria desde allí a los pueblos de Güeyguiztlán obra de cuatro leguas: y como íbamos a sus pueblos, hallamos los caminos cerrados, llenos de maderos y árboles cortados e muy embarazados, que no podían pasar caballos, y con los amigos que llevábamos los desembarazamos, e quitaron los maderos, y fuimos a un pueblo de los tres, que ya he dicho que era fortaleza, y hallámosle lleno de guerreros, y comenzaron a nos dar gritas y voces y a tirar vara y flecha, y tenían grandes lanzas y pavesinas, y espadas de a dos manos de pedernales que cortan como navajas, según y de la manera de los de Chamula; y nuestro capitán con todos nosotros les íbamos subiendo en la fortaleza, que era muy más recia y mala de tomar que no la de Chamula; acordaron de ir huyendo y dejar el pueblo despoblado y sin cosas ninguna de bastimentos, y los zinacantecas prendieron dos indios dellos, que luego trujeron al capitán, los cuales les mandó soltar para que llamasen de paz a todos los más sus vecinos, y aguardamos allí un día que volviesen con la respuesta, y todos vinieron de paz y trujeron un presente de oro de poca valía y plumajes de quetzales, que son unas plumas que se tienen entre ellos en mucho, y nos volvimos a nuestros ranchos.
Y porque pasaron otras cosas que no hacen a nuestra relación, se dejarán de decir, y diremos cómo desque hobimos vuelto a los ranchos pusimos en pláticas que sería bien poblar allí adonde estábamos una villa, según que Cortés nos mandó que poblásemos, y muchos soldados de los que allí estábamos que decíamos que era bien, y otros que tenían buenos indios en lo de Guazacualco eran contrarios, Y pusieron por achaque que no teníamos herraje para los caballos, y que éramos pocos y todos los más heridos, y que la tierra muy poblada, y los más pueblos estaban en fortalezas y en grandes sierras, e que no nos podíamos valer ni aprovechar de los caballos, y decían de Godoy otras cosas; y lo peor quel capitán Luis Marín e un Diego de Godoy, que era escribano del rey, persona muy entrometida, no habían voluntad de poblar, sino volverse a nuestra villa, e un Alonso de Grado, que ya le he nombrado otras veces en el capítulo, pasado el cual era más bollicioso que hombre de guerra, parece ser traía secretamente una cédula de encomienda firmada por Cortés, en que le daba la mitad del pueblo de Chiapa desque estuviese pacificado, y por virtud de aquella cédula demandó al capitán Luis Marín que le diese el oro que se hobo en Chiapa, que dieron los indios, e otro que se tomó en los templos de los ídolos del mesmo Chiapa, que serían mil quinientos pesos, y Luis Marín decía que aquello era para ayuda a pagar los caballos que habían muerto en la guerra en aquella jornada, sobre ello y sobre otras diferencias estaban muy mal el uno con el otro, y tuvieron tantas palabras, quel Alonso de Grado, como era mal acondicionado, se desconcertó en el hablar, y quien se metía en medio y lo revolvía todo era el escribano Diego de Godoy; por manera que el Luis Marín los echó presos al uno y al otro, y con grillos y cadenas los tuvo seis o siete días, y acordó de enviar al Alonso de Grado a Méjico, y al Godoy, con ofertas y prometimientos y buenos intercesores, le soltó, y fue peor, que se concertaron luego el Grado y el Godoy descrebir desde allí a Cortés muy en posta diciendo muchos males del Luis Marín, y aun el Alonso de Grado me rogó a mi que de mi parte escribiese a Cortés y en la carta le desculpase al Grado, porque le decía el Godoy al Grado que Cortés en viendo mi carta le daría créditos, e que no dijese bien del Marín, e yo escrebí lo que me paresció que era verdad, y no culpando al capitán Marín. Y luego le envió preso a Méjico al Alonso de Grado, con juramento que le tomó que se presentarla ante Cortés dentro en ochenta días, porque había desde Zinacantán por la vía y camino que venimos sobre ciento y noventa leguas hasta Méjico.
Dejemos de hablar de todas estas revueltas y embarazos. E ya partido el Alonso de Grado acordamos de ir a castigar a los de Zimatán que fueron en matar los dos soldados, ya por mí otra vez nombrados, cuando me escapé yo y Francisco Marín, vizcaíno, de sus manos; e yendo caminando para unos pueblos que se dicen Tapelola, e antes de llegar a ellos, había unas sierras y pasos tan malos, ansí de subir como de bajar, que tuvimos por muy dificultosa cosa pasar por aquel puerto, y Luis Marín envió a rogar a los caciques de aquellos pueblos que lo adobasen de manera que pudiésemos ir por ellos, e ansí lo hicieron, e con mucho trabajo pasaron los caballos; y luego fuimos por otros pueblos que se dicen Silo Suchiapa e Coyumelapa, y desde allí fuimos a este Panguaxoya, y llegados que fuimos a otros pueblos que se dicen Tecomayacate e Ateapán, que en aquella sazón todo era un pueblo y estaban juntas casas con casas, y era una poblazón de las grandes que había en aquella provincia, y estaba en mi encomendada, dada por Cortés, y aun hoy en día tengo las cédulas de encomienda firmadas de Cortés.
Y como entonces eran muchas poblazones y con otros pueblos que con ellos se juntaron salieron de guerra al pasar de un río muy hondo que pasa por el pueblo, e hirieron a seis soldados y mataron a tres caballos, y estuvimos buen rato peleando con ellos, y al fin pasamos el río y se huyeron, y ellos mismos pusieron fuego a las casas y se fueron al monte. Estuvimos cinco días curando los heridos y haciendo entradas, adonde se tomaron muy buenas indias, y se les envió a llamar de paz, que se les daría la gente que habíamos preso, y que se les perdonaba lo de la guerra pasada, y vinieron todos los más indios y poblaron su pueblo, y demandaban sus mujeres e hijos, como les habían prometido, y el escribano Diego de Godoy aconsejaba al capitán Luis Marín que no los diese, sino que herrase con el hierro del rey que se echaba a los que una vez habían dado la obidiencia a Su Majestad y se tornaban a levantar sin causa ninguna, y porque aquellos pueblos salieron de guerra y nos flecharon y mataron los tres caballos, y se pagasen los caballos con aquellas piezas de indias que estaban presas; yo repliqué que no se herrasen, e que no era justo, porque vinieron de paz, y sobre ello yo y el Godoy tuvimos grandes debates y palabras y aun cuchilladas, que entrambos salimos heridos, hasta que nos despartieron y nos hicieron amigos, y el capitán Luis Marín, como era muy bueno e no era malicioso e vio que no era justo hacer más de lo que le pedí por merced, mandó que diesen todas las mujeres y toda la más gente que estaba presa a los caciques de aquellos pueblos, los dejamos en sus casas y muy de paz.
Y desde allí atravesamos pueblo de Zimatán y a otros pueblos que se dicen Talatupán, y antes de entrar en el pueblo tenían hechas unas saeteras y andamios junto a un monte, y luego estaban unas ciénegas, y ansí como llegamos nos dan de repente una tan buena rociada de flecha con muy gran concierto y gran ánimo, que hirieron sobre veinte soldados y mataron dos caballos, y si de presto no les desbaratáramos y deshiciéramos sus cercados y saeteras, mataran e hirieran muchos más, y luego se acogieron a las ciénegas, y estos indios destas provincias son grandes flecheros, que pasan con sus flechas y arcos dos dobleces de armas de algodón bien colchadas, ques mucha cosa. Y estuvimos en su pueblo dos días y los enviarnos a llamar, y no quisieron venir de paz; y como estábamos cansados y había muchas ciénegas, que tiemblan que no pueden entrar en ellas los caballos, ni aun entrar ninguna persona sin que atolle en ellas, y han de salir arrastrando e a gatas, y aun si salen es maravilla, tanto son de malas, por no decir más palabras sobre este caso, por todos nosotros fue acordado que nos volviésemos a nuestra villa de Guazacualco, y volvimos por unos pueblos de la Chontalpa, que se dicen Guimango, e Acaxuyxuyca, e Teotitán Copileco, y pasamos otros pueblos, y a Ulapa, y al río de Agualulco, y al de Tonalá, y luego a la villa de Guazacualco, y del oro que se hobo en Chiapa e en Chamula, sueldo por libra, se pagaron los caballos que mataron en las guerras.
Dejemos esto, y digamos que como el Alonso de Grado llegó a Méjico delante de Cortés, y desque supo de la manera que iba, le dijo muy enojado: «¡Cómo, señor Alonso de Grado, que no podéis caber en una parte ni en otra! Pésame dello; lo que os ruego es que mudéis esa mala condición; si no, en verdad que os envíe a la isla de Cuba, aunque sepa daros tres mil pesos con que allá viváis, porque yo no os puedo sufrir». Y Alonso de Grado se humilló de manera que tornó a estar bien con el Cortés, y el Luis Marín escribió a Cortés todo lo acaescido. Y dejallo he aquí, y diré lo que pasó en la corte sobre el obispo de Burgos, arzobispo de Rosano.