Capítulo CLXII. Cómo vino Francisco de Garay de Jamaica con grande armada para Pánuco, y lo que le acontesció, y muchas cosas que pasaron

Como he dicho en otro capítulo que habla de Francisco de Garay, como era gobernador en la isla de Jamaica e rico, y tuvo nueva que habíamos descubierto muy ricas tierras cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, y habíamos llevado a la isla de Cuba veinte mil pesos de oro, y los hobo Diego Velázquez, gobernador que era de aquella isla, y que venía en aquel instante Hernando Cortés con otra armada, tomóle gran cobdicia de venir el Garay a conquistar algunas tierras, pues tenía mejor aparejo que otros ningunos, y tuvo nueva y plática de un Antón de Alaminos, que fue el piloto mayor que habíamos traído cuando lo descubrimos, cómo estaban muy ricas tierras y muy pobladas desde el río de Pánuco adelante, e que aquella podía enviar a suplicar a Su Majestad que le hiciese merced; y después de bien informado el mismo Garay del piloto Alaminos en el descubrimiento, y de otros pilotos que se habían hallado juntamente con el Alaminos en el descubrimiento, acordó enviar a un su mayordomo, que se decía Juan Torralva, a la corte con cartas y dineros a suplicar a los caballeros que en aquella sazón estaban por presidente y oidores de Su Majestad que le hiciesen merced de la gobernación del río de Pánuco con todo lo demás que descubriese y estuviese por poblar; y como Su Majestad en aquella sazón estaba en Flandes, y estaba por presidente de Indias don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que lo mandaba todo, y el licenciado Zapata, y el licenciado Vargas, y el secretario Lope de Conchillos, y le trujeron provisiones que fuese adelantado del Río de San Pedro y San Pablo, con todo lo que descubriese y con aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta doscientos y cuarenta soldados, con muchos caballos y escopeteros y ballesteros y bastimentos, y por capitán dellos a un Alonso de Álvarez Pineda o Pinedo, otras veces por mí ya nombrado.

Pues como hobo enviado aquella armada, ya he dicho otras veces que los indios de Pánuco se la desbarataron y mataron al capitán Pineda y a todos los caballos y soldados que tenía, eceto obra e sesenta soldados que vinieron al puerto de la Villa Rica con un navío, y por capitán dellos a un Camargo, que se acogieron a nosotros; y tras aquellos tres navíos, viendo el Garay que no tenía nueva dellos, envió otros dos navíos con muchos soldados y caballos y bastimentos, y por capitán dellos a un Miguel Díaz de Ausuz e a un Ramírez, muchas veces por mí memorados, los cuales se vinieron también a nuestro puerto desque vieron que no hallaban en río de Pánuco pelo ni hueso de los que había enviado Garay, salvo los navíos quebrados, todo lo cual tengo ya dicho otras veces en mi relación, mas es necesario que se tome a decir desde el principio para que bien se entienda.

Pues volviendo a nuestro propósito y relación, viendo el Francisco de Garay que ya había gastado muchos pesos de oro, y oyó decir de la buena ventura de Cortés y de las grandes ciudades que había descubierto, y del mucho oro y joyas que había en la tierra, tuvo más envidia e cobdicia y levantó más la voluntad de venir él en persona y traer la mayor armada que pudiese; y buscó once navíos y dos bergantines, que fueron… velas; y allegó ciento y treinta y seis caballos y ochocientos y cuarenta soldados, todos los más ballesteros y escopeteros, y bastecióles muy bien de todo lo que hobieron menester, y era pan cazabi y tocinos y tasajos de vacas, que ya había harto ganado vacuno, que como era rico y lo tenía todo de su cosecha, no le dolía el gasto; y para ser hecha aquella armada en la isla de Jamaica fue demasiada la gente y caballos que allegó, y en el año de mil y quinientos y veinte y tres años salió de Jamaica con toda su armada por San Juan de junio e vino a la isla de Cuba a un puerto que se dice Jagua, y allí alcanzó a saber que Cortés tenía pacificada toda la provincia de Pánuco e poblada una villa, e que había gastado en la pacificar más de sesenta mil pesos de oro, e que había enviado a Su Majestad a suplicar le hiciese merced de la gobernación della juntamente con la Nueva España; y como le decían de las cosas heróicas que Cortés y sus compañeros habíamos hecho, y como tuvo nueva que con docientos y sesenta y seis soldados habíamos desbaratado a Pánfilo de Narváez, habiendo traído sobre mil y trecientos soldados con ciento de a caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros y diez y ocho tiros, temió la fortuna de Cortés.

Y en aquella sazón que estaba el Garay en aquel puerto de Jagua le vinieron a ver muchos vecinos de la isla de Cuba, y viniéronse en su compañía del Garay ocho o diez personas principales de aquella villa, e le vino a ver el licenciado Zuazo, que había venido aquella isla a tomar residencia a Diego Velázquez por mandado de la Real Audiencia de Santo Domingo; y platicando el Garay con el licenciado sobre la ventura de Cortés e que temía que había de tener diferencias con él sobre la provincia de Pánuco, le rogó que se fuese con el Garay en aquel viaje para ser intercesor entrél y Cortés; y el licenciado respondió que no podía ir por entonces sin dar residencia, mas que presto sería allá; y luego el Garay mandó dar velas y va su derrota para Pánuco, y en el camino tuvo un mal tiempo, y los pilotos que llevaba subieron más arriba hacía el río de Palmas, y surgió en el propio río día de señor Santiago; y luego envió a ver la tierra; y a los capitanes y soldados que envió no les paresció buena, o no hobieron gana de quedar allí, sino que se viniese al propio río de Pánuco a la poblazón e villa que Cortés había poblado, por estar más cerca de Méjico.

Y desque aquella nueva le trujeron acordó el Garay de tomar juramento a todos sus soldados que no le desmampararían sus banderas e que le obedescerían como a tal capitán general; nombró alcaldes e regidores y todo lo pertenesciente a una villa; dijo que se había de nombrar la villa Garayana; mandó desembarcar todos los caballos y soldados, e los navíos desembarazados enviólos costa a costa con un capitán que se decía Grijalva, y él y todo su ejército se vino por tierra costa a costa cerca de la mar, y anduvo dos días por malos despoblados que eran ciénagas; pasó un río que venía de unas sierras que vieron desde el camino, que estaban de allí obra de cinco leguas, y pasaron aquel gran río en balsas e en unas canoas que hallaron quebradas; luego en pasando el río estaba un pueblo despoblado de aquel día, y hallaron muy bien de comer maíz y aun gallinas, e habían muchas guayabas muy buenas. Allí en este pueblo el Garay prendió ciertos indios que entendían la lengua mejicana un poco, halagóles y dioles camisas, y envióles por mensajeros a otros pueblos que le decían estaban cerca para que le rescibiesen de paz, y rodeó una ciénega e fue a unos pueblos que eran los mismos, y recibiéronle de paz, diéronle muy bien de comer y muchas gallinas de la tierra y otras aves como a manera de ansarones que tomaban en las lagunas.

E como muchos de los soldados que llevaba iban cansados y paresce ser no les daban de lo que los indios les traían de comer se amotinaron algunos e se fueron a robar a los indios de aquellos pueblos por donde venían; estuvieron en este pueblo tres días, otro día fueron su camino con guías; llegaron a un gran río, no le podían pasar sino con canoas que les dieron los del pueblo de paz donde habían estado; procuraron de pasar cada caballo a nado, y remando con cada canoa un caballo que lo llevasen del cabestro, y como eran muchos caballos y no se daban maña, salen de aquel río, dan en unas malas ciénegas y con mucho trabajo llegaron a tierra de Pánuco; e ya que en ella se hallaron creyeron tener de comer y estaban todos los pueblos sin maíz ni bastimentos e muy alterados, y esto fue a causa de las guerras que Cortés con ellos había tenido poco tiempo hacía, y también si alguna comida tenían habíanla alzado y puesto en cobro, porque como vieron tantos españoles y caballos, tuvieron miedo dellos y despoblaron los pueblos, e adonde pensaba Garay reposar, tenía más trabajo; y demás desto, como estaban despobladas las casas donde posaban había muchos morciélagos e chinches y mosquitos, y todo les daba guerra.

Y luego les subcedió otra mala ventura: que los navíos que venían costa a costa no habían llegado al puerto, ni sabían dellos, porque en ellos traían muchos bastimentos, lo cual supieron de un español que les vino a ver o hallaron en un pueblo, que era de los vecinos que estaban poblados en la villa de Santisteban del Puerto, que estaba huido por temor de la justicia por cierto delito que había hecho, el cual les dijo cómo estaban poblados muy cerca de allí, y cómo en Méjico era muy buena tierra, e que estaban los vecinos que en ella vivían ricos; e como oyeron los soldados que traía Garay al español que con ellos habló que la tierra de Méjico era buena e la de Pánuco no era tan buena, muchos dellos se desmandaron y se fueron por los pueblos a robar, e se iban a Méjico.

Y en aquella sazón, viendo el Garay que se le amotinaban sus soldados y no los podía haber, envió a un su capitán, que se decía Ocampo, a la villa de Santisteban a saber qué voluntad tenía el teniente que estaba por Cortés que se decía Pedro de Vallejo, y aun le escribió haciéndole saber cómo traía provisiones y recaudos de Su Majestad para gobernar e ser adelantado de aquellas provincias, y cómo había aportado con sus navíos al río de Palmas, e del mal camino y trabajos que había pasado. Y el Vallejo hizo mucha honra al Campo y a los que con él iban y les dio buena respuesta, y les dijo que Cortés holgara de tener tan buen vecino por gobernador, mas que le había costado muy caro la conquista de aquella tierra y Su Majestad le había hecho merced de la gobernación, y que venga cuando quisiere con sus ejércitos, e que se le hará todo servicio, y que le pide por merced que mande a sus soldados que no hagan sinjusticias ni robos a los indios, porque se le han venido a quejar dos pueblos, y tras esto, muy en posta escribió el Vallejo a Cortés, y aun le envió la carta del Garay, e hizo quescribiese otra el mismo Gonzalo de Campo, y le envió a decir qué mandaba que se hiciese, o que presto enviase muchos soldados o viniese Cortés en persona. E desque Cortés vio la carta, envió a llamar a Pedro de Alvarado e a Gonzalo de Sandoval e a un Diego de Ocampo, hermano del otro Gonzalo de Ocampo que venía con Garay, y envió con ellos los recaudos que tenía cómo Su Majestad le había mandado que todo lo que conquistase tuviese en sí hasta que se averiguase la justicia entrél y Diego Velázquez, e que se lo notificasen al Garay.

Dejemos de hablar desto, y digamos que luego como Gonzalo de Ocampo volvió con la respuesta del Vallejo, al Francisco de Garay le paresció buena respuesta y se vino con todo su ejército a subjetar, y aun más cerca de la villa de Santisteban del Puerto; e ya el Pedro de Vallejo tenía concertado con los vecinos de la villa, e con aviso que tuvo de cinco soldados que se habían ido a la villa, que eran del mismo Garay, de los amotinados, cómo estaban muy descuidados, e que no se velaban, e cómo quedaban en un pueblo bueno e grande que se dice Nachapalán; y los del Vallejo, [que] sabían bien la tierra, dan en la gente de Garay y le prenden sobre cuarenta soldados y se los llevaron a su villa de Santisteban del Puerto, y ellos lo tuvieron por bueno su prisión; y la causa que dijo el Vallejo por qué los prendió era porque sin presentar las provisiones y recaudos que traía andaban robando la tierra. Y viendo esto Garay hobo gran pesar y tomó a enviar a decir al mismo Vallejo que le diese sus soldados, amenazándole con la justicia de nuestro rey y señor; y el Vallejo respondió que desque vea las reales provisiones que las obedescerá y porná sobre su cabeza, e que fuera mejor que cuando vino Ocampo las trujera y presentara para las cumplir, e que le pide por merced que mande a sus soldados que no roben ni saqueen los pueblos de Su Majestad. Y en este instante llegaron los capitanes que Cortés enviaba con los recaudos, y vino por capitán un Diego de Ocampo.

Y como el Diego de Ocampo era en aquella sazón el alcalde mayor por Cortés en Méjico, comenzó a hacer requirimientos al Garay que no entrase en la tierra porque Su Majestad mandó que la tuviese Cortés, y en demandas y en respuestas se pasaron ciertos días, entre tanto cada día se le iban al Garay muchos soldados que anochescían y no amanescían; y vio Garay que los capitanes de Cortés traían mucha gente de a caballo y escopetas, y de cada día le venían más, y supo que de sus navíos que había mandado costa a costa se habían perdido dos dellos con tormenta de Norte, ques travesía, y los demás navíos, que estaban en la boca del puerto, y quel teniente Vallejo les envió a requerir que luego se entrasen dentro en el río no les viniese algún desmán y tormenta como la pasada; si no, que los ternía por cosarios que andaban a robar; y los capitanes de los navíos, respondieron que no tuviese Vallejo que entender y mandar en ello, que ellos entrarían cuando quisiesen. Y en este instante el Francisco de Garay temió la buena fortuna de Cortés, y como andaban en estos trances, el alcalde mayor Diego de Ocampo y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval tuvieron pláticas secretas con los del Garay y con los capitanes que estaban en los navíos en el puerto, y se concertaron con ellos que se entrasen en el puerto y se diesen a Cortés, y luego un Martín de San Juan, lepuzcano, y un Castro Mocho, maestres de navío, se entregaron con sus naos al teniente Vallejo por Cortés.

E como los tuvo por de Cortés, fue en ellos el mismo Vallejo a requerir al capitán Juan de Grijalva, que estaba en la boca del puerto, que se entrase dentro a surgir o se fuese por la mar donde quisiese, y respondióle con tirarle muchos tiros; y luego enviaron en una barca un escribano del rey, que se decía Vicente López, a le requerir que se entrase en el puerto, y aun llevó cartas para el Grijalva del Pedro de Alvarado y de Sandoval y de Diego de Ocampo con ofertas y prometimientos que Cortés le haría mercedes; y como vio las cartas y que todas las naos habían entrado en el río ansí hizo el Juan Grijalva con su nao capitana y el Vallejo le dijo que fuese preso en nombre del capitán Hernando Cortés; mas luego lo soltó a él y a cuantos estaban detenidos. Y desque el Garay vio el mal recaudo que tenía y sus soldados huidos y amotinados, y los navíos dados al través y los demás estaban tomados por Cortés, si muy triste estaba antes que se los tomasen, más lo estuvo después que se vio desbaratado, y luego demandó, con grandes protestaciones que hizo a los capitanes de Cortés, que le diesen sus naos y todos sus soldados, que se querían volver a poblar el río de Palmas, y presentó sus provisiones y recaudos que para ello traía, y que por no tener debates ni quistiones con Cortés se quería volver. Y aquellos caballeros respondieron que fuese mucho en buena hora, y que ellos mandarían a todos los soldados que estaban en aquella provincia y por los pueblos amotinados que luego se vengan a su capitán y vayan en los navíos, y le mandarán proveer de todo lo que hobiere menester ansí de bastimento como de armas e tiros y pólvora, y que escribirían a Cortés lo proveyese muy cumplidamente de todo lo que hobiese menester; y el Garay con esta respuesta y ofrescimientos estaba contento.

Y luego se dieron pregones en aquella villa y en todos los pueblos y enviaron alguaciles a prender los soldados amotinados para los traer al Garay, y por más penas que les ponían era pregonar en balde, que no aprovechaba cosa ninguna, y algunos que traían presos decían que habían llegado a la provincia de Pánuco y que no eran obligados a más le seguir ni cumplir el juramento que les hobo tomado, y ponían otras perentorias: que decían que no era capitán el Garay para saber mandar, ni hombre de guerra. Y desque vio el Garay que no aprovechaban pregones ni la buena diligencia que le parescía que ponían los capitanes de Cortés en traer sus soldados, estaba desesperado. Pues viéndose desmamparado de todo, aconsejáronle los caballeros que venían por parte de Cortés que escribiese luego al mismo Cortés, e que ellos serían intercesores con él para que volviese al río de Palmas, y que tenían a Cortés por de tan buena condición, que le ayudarla en todo lo que pudiese, e que Pedro de Alvarado y el Sandoval serían fiadores dello y se lo harían cumplir.

Y luego el Garay escribió a Cortés dándole muy entera relación de su viaje y desdichas y trabajos, y que si su merced mandaba, que le iría a ver y a comunicar cosas cumplideras al servicio de Dios y de Su Majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo efetuase de manera que no fuese disminuida su honra. Y también escribieron Pedro de Alvarado y el Diego de Ocampo y Gonzalo de Sandoval suplicando a Cortés por las cosas del Garay y que en todo fuese ayudado, pues en los tiempos pasados habían sido grandes amigos. Y Cortés, viendo aquellas cartas, hobo mancilla del Garay y le respondió con mucha mansedumbre, y que le pesaba de todos sus trabajos, y que se venga a Méjico, que le promete que en todo lo que le pudiere a yudar lo hará de muy buena voluntad, y que a la obra se remite; y mandó que por doquiera que viniese le hiciesen mucha honra y le diesen todo lo que hobiese menester, y aun te envió al camino refresco, y cuando llegó a Tezcuco le tenía hecho un banquete, y llegado que fue a Méjico, el mismo Cortés y muchos caballeros le salieron a rescebir, y el Garay iba espantado de ver tantas ciudades, y más desque vio la gran ciudad de Méjico. Y luego Cortés le llevó a sus palacios, que entonces nuevamente los hacía, y después que se hobieron comunicado el Garay y Cortés, le contó sus desdichas y trabajos, y encomendándole que por su mano fuese remediado; el mismo Cortés se lo ofresció muy de voluntad, y aun Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval le fueron buenos medianeros.

Y de ahí tres o cuatro días que hobo llegado se trató que se casase una hija de Cortés, que se decía doña Catalina Cortés o Pizarro, que era niña, con un hijo de Garay, el mayorazgo, y le mandó Cortés en dote con doña Catalina gran cantidad de pesos de oro, y que Garay fuese a poblar el río de Palmas, e que Cortés le diese todo lo que hobiese menester para la poblazón y pacificación de aquella provincia, y aun le prometió que le daría capitanes y soldados de los suyos para que con ellos se descuidase en las guerras que hobiese, y con estos prometimientos y con buena voluntad que el Garay halló en Cortés estaba muy alegre. Yo tengo por cierto que ansí como lo había capitulado y ordenado Cortés lo cumpliría.

Dejemos todo lo del casamiento y de las promesas, y diré cómo en aquella sazón fue el Garay a posar en la casa de un Alonso de Villanueva, porque Cortés estaba haciendo sus casas y palacios, y eran tamaños y tan grandes y de tantos patios como el laberinto de Creta, y porque Alonso de Villanueva, según paresció, había estado en Jamaica cuando Cortés le envió a comprar caballos, que esto no lo afirmo si era entonces o después, era muy grande amigo del Garay, y por el conocimiento pasado suplicó a Cortés el mismo Garay para pasarse a las casas del Villanueva; y se le hacía toda la honra que podía, y todos los vecinos de Méjico le acompañaban.

Quiero decir cómo en aquella sazón estaba en Méjico Pánfilo de Narváez, que es el que hobimos desbaratado, como dicho tengo otras veces, y le vino a ver y hablar el Francisco de Garay, y abrazáronse el uno al otro y se pusieron a platicar cada uno de sus trabajos y desdichas, y como el Garay hablaba muy entonado, de plática en plática, medio riendo, le dijo el Narváez: «Señor adelantado don Francisco de Garay: hánme dicho ciertos soldados de los que se le han venido huyendo y amotinados que decía vuestra merced a los caballeros que traía en su armada: “Mirad que hagamos como varones y peleemos muy bien con estos soldados de Cortés, no nos tomen descuidados como tomaron a Narváez”; pues señor don Francisco de Garay, a mí peleando me quebraron este ojo y me robaron y quemaron cuanto tenía, y hasta que me mataron al alférez y muchos soldados y prendieron mis capitanes nunca me habían vencido tan descuidado como a vuestra merced le han dicho; hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no le habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar tan en ventura cada uno, en lo que tuvo entre manos, como Octaviano, y en el vencer, como Julio César, y en el trabajar y ser en las batallas, más que Aníbal». Y el Garay respondía que no había nescesidad que se lo dijesen, que por las obras se veía lo que decía; que ¿qué hombre hobo en el mundo que con tan pocos soldados se atreviesen a dar con los navíos al través y meterse en tan recios pueblos y grandes ciudades a les dar guerra? Y respondía Narváez recitando otros grandes hechos y loas de Cortés, y estuvieron el uno y el otro platicando en las conquistas desta Nueva España como a manera de coloquio.

Y dejemos estas alabanzas que entre ellos se tuvo, y diré cómo Garay suplicó a Cortés por el Narváez para que le diese licencia para volver a la isla de Cuba con su mujer, que se decía María de Valenzuela, que estaba rica de las minas y de los buenos indios que tenía el Narváez, y además de se lo suplicar el Garay con muchos ruegos, la misma mujer del Narváez se lo había enviado a suplicar a Cortés por escrito que le dejase ir a su marido, porque, según paresce, se conocían de cuando Cortés estaba en Cuba y eran compadres, y Cortés le dio licencia y le ayudó con dos mil pesos de oro. Y desque Narváez tuvo la licencia se humilló mucho a Cortés con prometimientos que primero le hizo que en todo le sería servidor; y luego se fue a Cuba.

Dejemos de más platicar desto, y digamos en qué paró Garay e su armada, y es que yendo una noche de Navidad del año de mil e quinientos y veinte y tres juntamente con Cortés a maitines, después de vueltos de la iglesia almorzaron con mucho regocijo, y desde ahí a una hora, con el aire que le dio al Garay y él que estaba de antes mal dispuesto, le dio dolor de costado con grandes calenturas; mandáronle los médicos sangrar y purgáronle, y de que vían que arreciaba el mal le dijeron que se confesase y hiciese testamento, lo cual luego hizo; dejó por albacea a Cortés, y después de haber rescibido los santos Sacramentos, dende a cuatro días que le dio el mal dio el alma a Nuestro Señor Jesucristo que la crió, y esto tiene la calidad de la tierra de Méjico, que en tres o cuatro días mueren de aquel mal de dolor de costado, questo ya lo he dicho otra vez, y lo tenemos bien experimentado de cuando estábamos en Tezcuco y en Cuyuacán, que se murieron muchos de nuestros soldados. Pues ya muerto Garay, ¡perdónele Dios, amén!, le hicieron muchas honras a su enterramiento, y Cortés y otros caballeros se pusieron luto, y como algunos maliciosos estaban mal con Cortés, no faltó quien dijo que le había mandado dar rejalgar en el almuerzo, y fue gran maldad de los que tal le levantaron, porque ciertamente de su muerte natural murió, porque ansí lo juró el dotor Ojeda y el licenciado Pedro López, médicos, que lo curaron; y murió el Garay fuera de su tierra en casa ajena y lejos de su mujer e hijos.

Dejemos de contar desto y volvamos a decir de la provincia de Pánuco. Que como el Garay se vino a Méjico, sus capitanes y soldados, como no tenían cabecera ni quién los mandase, andaban unos de los soldados que aquí nombraré, quel Garay traía en su compañía, [que] se querían hacer capitanes, los cuales se decían: Juan de Grijalva, Gonzalo de Figueroa, Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina el Tuerto, Juan de Ávila, Antonio de la Cerda y un Taborda: este Taborda fije el más bullicioso de todos los del real de Garay, y sobre todos ellos quedó por capitán un hijo del Garay que quería casar Cortés con su hija, y no le acataban ni tenían cuenta dél todos los que he nombrado, ni ninguno de los de su compañía, antes se juntaban de quince en quince y de veinte en veinte y se andaban robando los pueblos y tomando las mujeres por fuerza, y mantas y gallinas, como si estuvieran en tierras de moros, robando lo que hallaban.

Y desque aquello vieron los indios de aquella provincia se concertaron todos a una de los matar, y en pocos días sacrificaron y comieron más de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay; y en un pueblo hobo que sacrificaran sobre cien españoles juntos, y por todos los más pueblos no hacían sino a los que andaban desmandando matallos y comer y sacrificar, y como no hobiera resistencia ni obedescían a los vecinos de la Villa de Santisteban que dejó Cortés poblada, ya que salían a les dar guerra era tanta la multitud de guerreros, que no se podían valer con ellos, y a tanto vino la cosa y atrevimiento que tuvieron, que fueron muchos indios sobre la villa y la combatieron de noche y de día, de arte questuvo en gran riesgo de se perder, y si no fuera por siete o ocho conquistadores viejos de los de Cortés, y por el capitán Vallejo, que ponían velas y andaban rondando y esforzando a los demás, ciertamente les entraran en su villa, y aquellos conquistadores dijeron a los demás soldados de Garay que siempre procurasen destar juntamente con ellos en el campo, y que allí en el campo estaban muy mejor, y que no se volvieron a la villa, y así se hizo y pelearon con ellos tres veces; y puesto que mataron al capitán Vallejo y hirieron otros muchos, todavía los desbarataron y mataron muchos in dios dellos; y estaban tan furiosos todos los indios naturales de indios aquella provincia, que ya no se me acuerda el nombre, que quemaron y abrasaron una noche cuarenta españoles y mataron quince caballos, y muchos dellos eran de los de Cortés y todos los demás fueron de Garay.

Y como Cortés alcanzó a saber estos destrozos que hicieron en esta provincia, tomó tanto enojo, que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le había quebrado, no pudo venir, y de presto mandó a Gonzalo de Sandoval que viniese con cien soldados y cincuenta de a caballo y dos tiros y quince arcabuceros y escopeteros, y le dio ocho mil tascaltecas y mejicanos, y le mandó que no se viniese sin que les dejase muy bien castigados de manera que no se tornasen alzar. Pues como el Sandoval era muy ardid, y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía de noche, no se tardó mucho en el camino, que con gran concierto da orden cómo habían de entrar y salir los de a caballo en los contrarios, porque tuvo aviso que le estaban esperando en dos malos pasos todas las capitanías de los guerreros de aquellas provincias, y acordó de enviar la mitad de todo su ejército al un mal paso, y él se estuvo con la otra mitad de su compañía a la otra parte, y mandó a todos los escopeteros y ballesteros no hiciesen sino armar unos y soltar otros, y dar en ellos hasta ver si los podía hacer poner en huida; y los contrarios tiraban mucha vara y flecha y piedra, e hirieron a ocho soldados y a muchos de nuestros amigos. Y viendo Sandoval que no les podía entrar estúvose allí en aquel mal paso hasta la noche, y envió a mandar a los demás que estaban al otro paso que hiciesen lo mismo, y los contrarios nunca desmampararon su puesto, e otro día por la mañana, viendo Sandoval que no aprovechaba cosa estarse allí como había dicho, mandó enviar a llamar a las demás capitanías que había enviado al otro mal paso, e hizo que levantaba su real y que se volvía camino de Méjico como amedrentado.

Y como los naturales de aquellas provincias que estaban juntos les paresció que de miedo se iban retrayendo, salen al camino e iban siguiéndoles dándole grita y diciéndole vituperios, y todavía el Sandoval, aunque más indios salían tras él, no volvía sobre ellos, y esto fue por descuidarles para que, como habían ya estado aguardando tres días, volver aquella noche y pasar de presto con todo su ejército los malos pasos e ansí lo hizo, que a media noche volvió y tomóles algo descuidados: y pasó con los de a caballo, y no fue tan sin peligro que no le mataron tres caballos e hirieron muchos soldados. Y desque se vio en tan buena tierra y fuera del mal paso con sus ejércitos, él por una parte y los demás de su compañía por otra dan en grandes escuadrones que aquella misma noche se habían juntado desque supieron que volvió, y eran tantos que Sandoval tuvo recelo no le rompiesen y desbaratasen, y mandó a sus soldados que se tornasen a juntar con él para que peleasen juntos, porque vio y entendió de aquellos contrarios, que como tigres rabiosos se venían a meter en las puntas de las espadas, y habían tomado seis lanzas a los de a caballo, como no eran hombres acostumbrados a la guerra, de lo quel Sandoval estaba tan enojado, que decía que valiera más que trujera pocos soldados de los que conoscía y no los que trujo, y allí les mandó de la manera que habían de pelear los de a caballo que eran nuevamente venidos, y es que las lanzas algo terciadas, y no parasen a dar lanzadas, sino por los rostros y pasar adelante hasta que les hayan puesto en huida, y les dijo que vista cosa es que si se parasen a lancear, que la primera cosa que el indio hace desque está herido es echar mano de la lanza, y desque los vean volver las espaldas, que entonces a media rienda los han de seguir, y las lanzas todavía terciadas, y si les echasen mano de las lanzas, porque aun con todo esto no dejan de asir dellas, que para se la sacar de presto de sus manos poner piernas al caballo y la lanza bien apretada con la mano asida y debajo del brazo para mejor se ayudar y sacarla del poder del contrario, y si no la quiere soltar, le traer arrastrando con la fuerza del caballo. Pues ya que les estuvo dando orden cómo habían de pelear y vio a todos sus soldados y de a caballo juntos se fue a dormir aquella noche a orilla de un río y allí puso buenas velas y escuchas y corredores del campo, y mandó que toda la noche tuviesen los caballos ensillados y enfrenados, y ansimismo ballesteros y escopeteros y soldados muy apercibidos, y mandó a los amigos tascaltecas y mejicanos que estuviesen sus capitanías algo apartadas de los nuestros, porque ya tenía experiencia en lo de Méjico, porque si de noche viniesen los contrarios a dar en los reales, que no hobiese estorbo ninguno en los amigos.

Y esto fue porque Sandoval temió que vernían, porque vio muchas capitanías de contrarios que se juntaban muy cerca de sus reales, y tuvo por cierto que aquella noche los habían de venir a combatir, e oía muchos gritos y cornetas e atambores muy cerca de allí; según entendían habíanle dicho nuestros amigos a Sandoval que decían los contrarios que para aquel día desque amanesciese que habían de matar a Sandoval y a toda su compañia, y los corredores del campo vinieron dos veces a dar aviso que sentían que se apellidaban de muchas partes y se juntaban. Y desque fue día claro Sandoval mandó salir a todas sus capitanías con gran ordenanza a los de caballo les tornó a traer a la memoria como otras veces les había dicho. Íbanse por el campo adelante hacia unas caserías adonde oían atambores y cornetas, y no hobo bien andado medio cuarto de legua cuando le salen al encuentro tres escuadrones de guerreros y lo comenzaron a cercar; y desque aquello vio, manda arremeter la mitad de los de a caballo por una parte y la otra mitad por la otra, puesto que le mataron dos soldados de los nuevamente venidos de Castilla y tres caballos, todavía les rompió de tal manera que fue desde allí adelante matando e hiriendo en ellos, que no se juntaban como de antes. Pues nuestros amigos los mejicanos y tascaltecas hacían tanto daño en todos aquellos pueblos y prendieron mucha gente y abrasaron a todos los pueblos que por delante hallaban, hasta quél Sandoval tuvo lugar de llegar a la villa de Santisteban del Puerto, y halló a los vecinos tales e tan debilitados, que adentro estaban unos muy heridos y otros dolientes, y lo peor que no tenían maíz que comer ellos y veinte y ocho caballos, y esto a causa que de noche y de día les daban guerra, y no tenían lugar de traer maíz ni otra cosa ninguna, e hasta aquel mismo día que llegó Sandoval no habían dejado de los combatir, porque entonces se apartaron del combate.

Y después de haber ido todos los vecinos de aquella villa a ver y hablar al capitán Sandoval y darle gracias y loores por les haber venido en tal tiempo a socorrer, le contaron lo del Garay, y si no fuera por siete o ocho conquistadores viejos de los de Cortés, que les ayudaron mucho, que corrieron mucho riesgo de sus vidas, porque aquellos ocho salían cada día al campo y hacían salir a los demás soldados, e sostenían que los contrarios no les entrasen en la villa, y también porque los capitaneaban y por su acuerdo se hacía todo, e habían mandado que los dolientes y heridos sestuviesen dentro en la villa y que todos los demás aguardasen en el campo, e que de aquella manera se sostenían con los contrarios. Y Sandoval los abrazó a todos y mandó a los mismos conquistadores, que bien los conoscía, y aun eran sus amigos, especial Fulano Navarrete, y Carrascosa, e un Fulano de Alamilla y otros cinco, que todos eran de los de Cortés, que repartiesen entrellos de los de a caballo y ballesteros y escopeteros que Sandoval traía, e que por dos partes fuesen e enviasen maíz y bastimento para hacer guerra, y prendiesen todas las más gentes que pudiesen, en especial caciques; y esto mandó el Sandoval porquél no podía ir, que estaba mal herido en un muslo y en la cara tenía una pedrada, y ansimismo entre los de su compañía traía otros muchos soldados heridos, y porque se curasen estuvo en la villa tres días que no salió a dar guerra, porque como había enviado los capitanes ya nombrados y conoscía dellos que lo harían bien y vio que de presto enviaron maíz y bastimento, con esto sestuvo los tres días, y también les enviaron muchas indias y gente menuda que habían preso, y cinco principales de los que habían sido capitanes en las guerras, y Sandoval les mandó soltar a todas las gentes menudas, eceto a los principales, y les envió a decir que desde allí adelante que no prendiesen sino a los que fueron en la muerte de los españoles, y no mujeres ni muchachos, y que buenamente les enviasen a llamar, e ansí lo hicieron.

Y ciertos soldados de los que habían venido con Garay, que eran personas principales e quel Sandoval halló en aquella villa, los cuales eran por quien se había revuelto aquella provincia, que ya los he nombrado a todos los más en el capítulo pasado, vieron que no les encomendaban cosa ninguna de los de Cortés, comenzaron a murmurar entrellos y aun convocaban a otros soldados a decir mal del Sandoval y de sus cosas, y aun ponían en pláticas de se levantar con la tierra so color que estaba allí con ellos el hijo de Francisco de Garay como adelantado della. Y como lo alcanzó a saber el Sandoval, les habló muy bien, y les dijo: «Señores, en lugar de me lo tener a bien cómo gracias a Dios os hemos venido a socorrer, me han dicho que decís cosas que para caballeros como sois no son de decir; yo nos quito vuestro ser y honra en enviar a los que aquí hallé por caudillos y capitanes, y si hallara a vuestras mercedes que érades caudillos, harto fuera yo de ruin si les quitara el cargo. Querría saber una cosa: ¿por qué no lo fuistes cuando estabais decercados? Lo que me dijistes todos a una es que si no fuera por aquellos siete soldados viejos, que tuviérades más trabajo; y como sabían la tierra mejor que vuestras mercedes, por esta causa los envié; ansí que, señores, en todas nuestras conquistas de Méjico no miramos en estas cosas e puntos, sino en servir bien y lealmente a Su Majestad, y ansí os pido por merced que desde aquí adelante lo hagáis; e yo no estaré en esta provincia muchos días si no me matan en ella, que me iré a Méjico; el que quedare por teniente de Cortés os dará muchos cargos, e a mí me perdonad»; con esto concluyó con ellos, y todavía no dejaron de tenelle mala voluntad.

Y esto pasado, luego otro día sale el Sandoval con los que trujo en su compañía de Méjico y con los siete que había enviado, y tiene tales modos, que prendió hasta veinte caciques, que todos habían sido en la muerte de más de seiscientos españoles que mataron de los de Garay e de los que quedaron poblados en la villa de los de Cortés, y todos los más pueblos envió a llamar de paz, y muchos dellos vinieron, e con otros disimulaba, aunque no venían. Y esto hecho escribió muy en posta a Cortés dándole cuenta de todo lo acaescido e que quél mandaba que hiciese de los presos; e que porque Pedro Vallejo, que dejó Cortés por su teniente, era muerto de un flechazo, a quién mandaba que quedase en su lugar, y también lescribió que lo habían hecho muy como varones los soldados ya por mí nombrados. Y como Cortés vio la carta, se holgó mucho en que aquella provincia estuviese ya de paz, y en la sazón que se la dieron la carta a Cortés estábanle acompañándole muchos caballeros conquistadores e otros que habían venido de Castilla, e dijo Cortés delante dellos: «¡Oh, Gonzalo de Sandoval, qué en gran cargo os soy e cómo me quitáis de muchos trabajos!»; y allí todos le loaron mucho diciendo que era un muy extremado capitán e que se podía nombrar entre los muy afamados.

Dejemos destas loas. Y luego Cortés lescribió que para que más justificadamente castigase por justicia a los que fueron en la muerte de tanto español y robos de hacienda y muertes de caballos, que enviaba al alcalde mayor Diego de Ocampo para que se hiciese información contra ellos, e lo que se sentenciase por justicia se ejecutase, y le mandó que en todo lo que pudiese les aplaciese a todos los naturales de aquella provincia, e que no consintiese que los de Garay ni otras personas ningunas los robasen ni les hiciesen malos tratamientos. Y como el Sandoval vio la carta y que venía el Diego de Ocampo, se holgó dello, y dende dos días que llegó el alcalde mayor Ocampo, y después que le dio el Sandoval relación de lo que había hecho y pasado, hicieron proceso contra los capitanes e caciques que fueron en la muerte de los españoles, y por sus confisiones, por sentencia que contra ellos pronunciaron, quemaron y ahorcaron a ciertos dellos, y a otros perdonaron, y los cacicazgos dieron a sus hijos y hermanos a quien de derecho les convenían.

Y esto hecho, el Diego de Ocampo parece ser traía instrucciones y mandamientos de Cortés para que inquiriese quién fueron los que entraban a robar la tierra e andaban en bandos rencillas y convocando a otros soldados a que se alzasen, y mandó que los hiciesen embarcar en un navío y los enviasen a la isla de Cuba, y aun envió dos mil pesos para Juan de Grijalva si se quería volver a Cuba, e si se quisiese quedar, que le ayudase y diese todo recaudo para venir a Méjico; e en fin de más razones, todos de buena voluntad se quisieron volver a la isla de Cuba, donde tenían indios, y les mandó dar muchos bastimentos de maíz y gallinas y de todas las cosas que había en la tierra, y se volvieron a sus casas e isla de Cuba. Y luego esto hecho dieron la vuelta el Sandoval y el Diego de Campo para Méjico y fueron bien rescibidos de Cortés y de toda la ciudad, y dende en adelante no se tornó más a levantar aquella provincia. Y dejemos de hablar más en ello, e digamos lo que le acontesció al licenciado Zuazo en el viaje que venía de Cuba a la Nueva España.