Capítulo CXLIII. Cómo se herraron los esclavos en Tezcuco y cómo vino nueva que había venido al puerto de la Villa Rica un navío, y los pasajeros que en él vinieron, y otras cosas que pasaron diré adelante

Como hobo llegado Gonzalo de Sandoval con su ejército a Tezcuco, con gran presa de esclavos y otros muchos que se habían habido en las entradas pasadas, fue acordado que luego se herrasen, y desque se hobo, pregonado que se llevasen a herrar a una casa señalada, todos los más soldados llevamos las piezas que habíamos habido para echar el hierro de Su Majestad, que era una CJ., que quiere decir «guerra», según y de la manera que lo teníamos de antes concertado con Cortés, según he dicho en el capítulo que dello habla, y creyendo que se nos habían de volver después de pagado el real quinto y que las apreciasen en cuánto podían valer cada una pieza, e no fue ansí, porque si en lo de Tepeaca se hizo muy malamente, según otra vez dicho tengo, muy peor se hizo en esto de Tezcuco, que después que sacaban el real quinto, era otro quinto para Cortés, y otras partes para los capitanes, y en la noche antes, cuando las tenían juntas, nos desaparecían las mejores indias. Pues como Cortés nos había dicho y prometido que las buenas piezas se habían de vender en el almoneda por lo que valiesen, y las que no fuesen tales por menos precio, tampoco hobo buen concierto en ello, porque los oficiales del rey que tenían cargo dellas hacían lo que querían, por manera que si mal se hizo una vez, esta vez peor, y desde allí adelante muchos soldados que tomamos algunas buenas indias, porque no nos las tomasen, como las pasadas, las escondíamos y no las llevábamos a herrar, y decíamos que se habían huido, y si era privado de Cortés, secretamente las llevábamos de noche a herrar, y las apreciaban lo que valían, y les echaban el hierro, y pagaban el quinto, y otras muchas se quedaban en nuestros aposentos, y decíamos que eran naborías que habían venido de paz de los pueblos comarcanos y de Tascala.

También quiero decir que como había ya dos o tres meses pasados, que algunas de las esclavas que estaban en nuestra compañia y en todo el real conocían a los soldados cuál era bueno, cuál malo, y trataban bien a las indias y naborías que tenían, o cuál las trataba mal, y tenían fama de caballeros e de otra manera, cuando las vendían en el almoneda, y si las sacaban algunos soldados que a las tales indias o indios no les contentaban o las habían tratado mal, de presto se les desaparescían y no las vían más, y preguntar por ellas era como quien dice buscar a Mahoma en Granada o escrebir a mi hijo el bachiller en Salamanca, y, en fin, todo se quedaba por deuda en los libros del rey, ansí lo de las almonedas y los quintos, y al dar las partes del oro se consumió, que ninguno o muy pocos soldados llevaron partes, porque ya lo debían, y aun mucho más que después cobraban los oficiales del rey.

Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazón vino un navío de Castilla, en el cual vino por tesorero de Su Majestad un Julián de Alderete, vecino de Tordesillas, y vino un Orduña el Viejo, vecino que fue de la Puebla, que después de ganado Méjico trujo unas hijas que casó muy honradamente; era natural de Tordesillas. Y vino un fraile de San Francisco que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, natural de Sevilla, que trujo unas bulas de señor San Pedro, y con ellas nos componían si algo éramos en cargo en las guerras en que andábamos; por manera que en pocos meses el fraile fue rico y compuesto a Castilla y dejó otros descompuestos. Trujo entonces por comisario, y quien tenía cargo de las bulas, a Jerónimo López, que después fue secretario en Méjico; e vinieron un Antonio de Carvajal, que ahora vive en Méjico, ya muy viejo, capitán que fue de un bergantín, y vino Jerónimo Ruiz de la Mota, yerno que fue, después de ganado Méjico, del Orduña, que ansimismo fue capitán de bergantín, natural de Burgos, y vino un Briones, natural de Salamanca: a este Briones ahorcaron en esta provincia de Guatimala por amotinador de ejércitos desde ha cuatro años que se vino de lo de Honduras, y vinieron otros muchos que ya no me acuerdo, y también vino un Alonso Díaz de la Reguera, vecino que fue de Guatimala, que agora vive en Valladolid. Y trujeron en este navío muchas armas y pólvora, y, en fin, como navío que viene de Castilla, e vino cargado de muchas cosas, y con él nos alegramos de su venida y de las nuevas que de Castilla trujo. No me acuerdo bien; mas parésceme que dijeron que el obispo de Burgos que ya había perdido y que no estaba Su Majestad bien con él desque alcanzó a saber de nuestros muchos y buenos y notables servicios; y como el obispo le solía escrebir a Flandes al contrario de lo que pasaba y en favor de Diego Velázquez, y halló muy claramente Su Majestad ser verdad todo lo que nuestros procuradores de nuestra parte le fueron a informar, y a esta causa no le oía cosa que dijese.

Dejemos esto y volvamos a decir que como Cortés vio los bergantines que estaban acabados de hacer y la gran voluntad que todos los soldados teníamos destar ya puestos en el cerco de Méjico, y en aquella sazón volvieron otra vez los de Chalco a decir que los mejicanos venían sobre ellos, y que les enviase socorro, y Cortés les envió a decir quel quería ir en persona a sus pueblos y tierras y no se volver hasta que todos los contrarios echase de aquellas comarcas, y mandó apercebir trecientos soldados y treinta de caballo, y todos los más escopeteros, ballesteros que había, y gente de Tezcuco, y fue en su compañía Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y ansimismo fue el tesorero Julián de Alderete y el fraile fray Pedro Melgarejo, que ya en aquella sazón habían llegado a nuestro real; e yo fui entonces con el mismo Cortés, porque me mandó que fuese con él. Y lo que pasó en aquella entrada diré adelante.