Pues como andábamos en aquella provincia de Tepeaca castigando a los que fueron en la muerte de nuestros compañeros, que fueron los que mataron en aquellos pueblos, e atrayéndolos de paz, y todos daban la obidiencia a Su Majestad, vinieron cartas de la Villa Rica cómo había venido un navío al puerto; e vino en él por capitán un hidalgo que se decía Pedro Barba, muy amigo de Cortés, y este Pedro Barba había estado por teniente del Diego Velázquez en la Habana y traía trece soldados y un caballo y una yegua, porque el navío que traía era muy chico, y traía cartas para Pánfilo de Narváez, el capitán que Diego Velázquez había enviado contra nosotros, creyendo que estaba por él la Nueva España e nos había desbaratado, en que le enviaba a decir el Velázquez que si no había muerto a Cortés, que luego se le enviase a Cuba preso, para envialle a Castilla, que ansí lo mandaba don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, presidente de Indias, que luego fuese preso con otros nuestros capitanes, porque el Diego Velázquez tenía por cierto que éramos desbaratados, o al de menos que Narváez señoreaba la Nueva España.
Pues como el Pedro Barba llegó al puerto con su navío y echó anclas, luego le fue a visitar y dar el bien venido al almirante de la mar que puso Cortés, el cual se decía Pedro Caballero o Juan Caballero, por mi memorado, que estaba por Cortés, con un batel bien esquifado de marineros y armas encubiertas; e fue al navío del Pedro Barba, y después de hablar palabras de buen comedimento «¿Qué tal viene vuestra merced?» e quitar las gorras y abrazarse unos a otros como se suele hacer, preguntan al Pedro Escudero por el señor Diego Velázquez, gobernador de Cuba, qué tal quedaba, y responde el Pedro Barba que bueno; y el Pedro Barba y los demás que consigo traían preguntan por el señor capitán Pánfilo de Narváez y cómo le va con Cortés, y responden que muy bien, e que Cortés anda huyendo e alzado con veinte de sus compañeros, e que Narváez está muy próspero e rico, y que la tierra es muy buena, y e plática en plática le dicen al Pedro Barba que allí junto está un pueblo, que desembarque e que se vayan a dormir y estar en él, e que les traerán comida, e lo que hobiere menester, que para sólo aquel efeto está señalado aquel pueblo; e tantas palabras les dicen, que en el batel e en otros que luego allí venían de los otros navíos que estaban surtos, les sacaron en tierra. Y desque los vieron fuera del navío, ya tenía copia de marineros juntos con el almirante, Pedro Caballero, y dijeron al Pedro Barba: «Sed preso por el señor capitán Hernando Cortés, mi señor». Y ansí los prendían, y quedaban espantados.
Y luego les sacaban del navío las velas y timón y agujas y las enviaban adonde estábamos con Cortés en Tepeaca, con los cuales habíamos gran placer con el socorro que venía en el mejor tiempo que podía ser; porque en aquellas entradas que he dicho que hacíamos, no eran tan en salvo que muchos de nuestros soldados no quedábamos heridos, y otros adolecían del trabajo, porque de sangre y polvo que estaba cuajado en las entrañas no echábamos otra cosa del cuerpo por la boca, como traíamos siempre las armas a cuestas, y no parar noches ni días; por manera que ya se habían muerto cinco de nuestros soldados de dolor de costado en obra de quince días. También quiero decir que con este Pedro Barba vino un Franciscano López, vecino y regidor que fue de Guatimala.
Y Cortés hacia mucha honra a Pedro Barba, y le hizo capitán de ballesteros, el cual dio nuevas que estaba otro navío chico en Cuba que le quería enviar el Diego Velázquez con cazabi y bastimentos, el cual vino dende a ocho días, y venía en él por capitán un hidalgo natural de Medina del Campo, que se decía Rodrigo Morejón de Lobera, y traía consigo ocho soldados y seis ballestas y mucho hilo para cuerdas, e una yegua. E ni más ni menos que habían prendido al Pedro Barba ansí hicieron a este Rodrigo Morejón; y luego fueron a Segura de la Frontera, y con todos ellos nos alegramos. Y Cortés les hacía mucha honra y les daba cargos, y gracias a Dios ya nos íbamos fortalesciendo con soldados y ballestas, y dos o tres caballos más. Y dejallo he aquí, y volveré a decir lo que en Guacachula hacían los ejércitos mejicanos, que estaban en frontera, y cómo los caciques de aquel pueblo vinieron secretamente a demandar favor a Cortés para echallos de allí.