Capítulo CXXIII. Cómo después de desbaratado Narváez según y de la manera que he dicho, vinieron los indios de Chinanta que cortés había enviado a llamar, y de otras cosas que pasaron

Ya he dicho, en el capítulo que dello habla, que Cortés envió a decir a los pueblos de Chinanta, donde trujeron las lanzas e picas, que viniesen dos mil indios dellos con sus lanzas, que son muy más largas que no las nuestras, para nos ayudar, e vinieron aquel mismo día, ya algo tarde, después de preso Narváez, y venían por capitanes los caciques de los mismos pueblos, e uno de nuestros soldados que se decía Barrientos, que había quedado en Chinanta para aquel efeto; y entraron en Cempoal con gran ordenanza, de dos en dos, y como traían las lanzas muy grandes, de buen grosor, y tienen en ellas una braza de cuchilla de pedernales, que cortan tanto como navajas, según ya otras veces he dicho, y traía cada indio una rodela como pavesina, y con sus banderas tendidas y con muchos plumajes y atambores y trompetillas, y entre cada lancero e lancero un flechero, y dando gritos y silbos decían: «¡Viva el rey! ¡Viva el rey nuestro señor, y Hernando Cortés en su real nombre!» Y entraron muy bravosos, que era cosa de notar, y serían mil y quinientos, que parescía, de la manera y concierto que venían, que eran tres mil. Y cuando los de Narváez los vieron se admiraron e diz que dijeron unos a otros que si aquella gente les tomara en medio o entraran con nosotros, qué tal que les parara. Y Cortés habló a los indios capitanes muy amorosamente, agradesciéndoles su venida, y les dio cuentas de Castilla, y les mandó que luego se volviesen a sus pueblos y que por el camino no hiciesen daño a otros pueblos, y tornó a enviar con ellos el mismo Barrientos. Y quedarse ha aquí, e diré lo que más Cortés hizo.