Lo primero se sacó el real quinto, y juego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto como a Su Majestad, pues se lo prometimos en el Arenal cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya lo he dicho en el capitulo que dello habla. Luego tras esto dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba, que gastó en el armada; que lo sacasen del montón, y demás desto, que se apartase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos al través, pues todos fuimos en ello, y tras esto, que para los procuradores que fueron a Castilla, y demás desto, para los que quedaban en la Villa Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió, y para la yegua de Juan Sedeño que mataron los de Tascala de una cuchillada; pues para el fraile de la Merced y el clérigo Juan Díaz, y los capitanes, y los que traían caballos dobladas partes, e escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas, de manera que quedaba muy poco de parte, y por ser tan poco, muchos soldados hobo que no lo quisieron rescibir, y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás; y otros soldados hobo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás, y Cortés secretamente daba a unos y a otros, por vía que les hacía merced, por contentallos, y con buenas palabras que les decía sufrían. Pues vamos a las partes que quedaban a los de la Villa Rica, que se lo mandó llevar a Tascala para que allí se lo guardasen, y como ello fue mal repartido, en tal paró todo como adelante diré en su tiempo.
En aquella sazón muchos de nuestros capitanes mandaron hacer cadenas de oro muy grandes a los plateros del gran Montezuma, que ya he dicho que tenía un gran pueblo dellos, media legua de Méjico, que se dice Escapucalco, y asimismo Cortés mandó hacer muchas joyas y gran servicio de vajilla, y algunos de nuestros soldados que habían hinchido las manos; por manera que ya andaban públicamente muchos tejuelos de oro marcado y sin marcar, y joyas de muchas diversidades de hechuras; e el juego largo, con unos naipes que hacían de cueros de atambores, tan buenos y tan bien pintados como los de verdad, los cuales naipes hacía un Pedro Valenciano, y de esta manera estábamos.
Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó, y diré lo que a un soldado que se decía Fulano de Cárdenas le acaesció. Paresce ser aquel soldado un piloto y hombre de la mar, natural de Triana o del Condado, e el pobre tenía en su tierra mujer e hijo, y, como a muchos nos acontesce, debría destar pobre, y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos, e como había visto tanta riqueza en oro, en planchas y en granos de las minas, y tejuelos, y barras fundidas, al repartir dello vio que no te daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza, y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y sospiraba tanto de rato en rato; y respondió el piloto Cárdenas, que es el que estaba malo: «¡Oh, cuerpo de tal conmigo! ¿Y no he de estar malo, viendo que Cortés ansí se lleva todo el oro, y como rey lleva quinto, y ha sacado para el caballo que se le murió, y para los navíos de Diego Velázquez, y para otras muchas trancanillas? Y que muera mi mujer e hijos de hambre pudiéndolo socorrer cuando fueron los procuradores con nuestras cartas y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo». Y respondióle aquel su amigo: «¿Pues qué oro teníades vos para les enviar?» Y el Cárdenas dijo: «Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabía, con ello se sostuvieran mi mujer e hijos, y aun les sobraran; mas mira qué embustes tuvo, hacernos firmar que sirviésemos a Su Majestad con nuestras partes, y sacar del oro para su padre Martín Cortés sobre seis mil pesos, e lo que escondió; y yo y otros pobres questemos de noche y de día batallando, como habéis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tascala, y lo de Cingapacinga e Cholula, y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada día la muerte al ojo si se levantasen en esta ciudad. E que se alce con todo el oro y que lleve quinto como rey». Y dijo otras palabras sobre ello, y que tal quinto no le habíamos de dejar sacar, ni de tener tantos reyes, sino solamente a Su Majestad. Y replicó su compañero y dijo: «Pues esos cuidados os matan, y ahora veis que con todo lo que traen los caciques y Montezuma se consume en el uno en papo y otro en saco e otro so el sobaco, y allá va todo donde quiere Cortés, él y estos nuestros capitanes, que hasta el bastimento todo lo llevan; por eso, dejaos de esos pensamientos y rogad a Dios que en esta perdamos las vidas». Y ansí cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó a saber Cortés; y como le decían que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acordó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas; y dijo que todo lo que tenía era para nosotros, y que él no quería quinto, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hobiese menester algo, que se lo daría, y aquel oro que habíamos habido que era un poco de aire; que mirásemos las grandes ciudades que hay, y ricas minas; que todos seríamos señores dellas, y muy prósperos y ricos; y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer; y demás desto, a ciertos soldados secretamente daba joyas de oro, y a otros hacía grandes promesas; y mandó que los bastimentos que traían los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como a su persona. Y demás desto llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que en los primeros navíos le enviaría a Castilla a su mujer e hijos, y lo dio trecientos pesos, ansí se quedó contento con ellos. Y quedarse ha aquí, y diré cuando venga a coyuntura lo que al Cárdenas acaesció cuando fue a Castilla, y cómo le fue muy contrario a Cortés en los negocios que tuvo ante Su Majestad.