Pues como el capitán Diego de Ordaz y los demás soldados por mí ya memorados vinieron con muestras de oro y relación que toda la tierra era rica, Cortés, con consejo de Ordaz y de otros capitanes y soldados, acordó de decir y demandar al Montezuma que todos los caciques y pueblos de la tierra tributasen a Su Majestad, y quél mesmo, como gran señor, también diese de sus tesoros. Y respondió quél enviaría por todos los pueblos a demandar oro, mas que muchos dellos no lo alcanzaban, sino joyas de poca valía que habían habido de sus antepasados. Y de presto despachó principales a las artes donde había minas y les mandó que diese cada pueblo tantos tejuelos de oro fino, del tamaño y gordor de otros que le solían tributar, y llevaban para muestras dos tejuelos, y de otras partes no le traían sino joyezuelas de poca valía. También envió a la provincia donde era cacique y señor aquel su pariente muy cercano que no le quería obedecer, otra vez por mi memorado, que estaba de Méjico obra de doce leguas. Y las respuesta que trujeron los mensajeros que decía que no quería dar oro ni obedecer al Montezuma, y que también él era señor de Méjico y le venía el señorío como al mesmo Montezuma que le enviaba a pedir por tributo. Y desque esto oyó el Montezuma tuvo tanto enojo, que de presto envió su señal y su sello y con buenos capitanes para que se lo trujesen preso. Y venido en su presencia el pariente, le habló muy desacatadamente y sin ningún temor, o de muy esforzado; e decían que tenía ramos de locura, porque era como atronado. Todo lo cual alcanzó a saber Cortés, y envió a pedir por merced al Montezuma que se le diese, quél lo quería guardar, porque, según le dijeron, le había mandado matar el Montezuma; y traído ante Cortés le habló muy amorosamente y que no fuese loco contra su señor, y le quería soltar. Y Montezuma desque lo supo dijo que no le soltasen, sino que le echasen en la cadena gorda como a los otros reyezuelos por mí ya nombrados.
Tornemos a decir que en obra de veinte días vinieron todos los principales que Montezuma había enviado a cobrar los tributos del oro que dicho tengo, y así como vinieron envió a llamar a Cortés y a nuestros capitanes, y a ciertos soldados que conocía, que éramos de la guarda, y dijo estas palabras formales, o otras como ellas: «Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados, que a vuestro gran rey yo le soy en cargo, y le tengo buena voluntad, ansí por ser tan gran señor como por haber enviado de tan lejos tierras a saber de mi, y lo que más me pone el pensamiento es que él ha de ser el que nos ha de señorear, según nuestros antepasados nos han dicho, y aun nuestros dioses nos dan a entender por las respuestas que dellos tenemos. Toma ese oro que se ha recogido: por ser de priesa no se trae más. Lo que yo tengo aparejado para el emperador es todo el tesoro que he habido de mi padre y questá en vuestro poder y aposentos; que bien sé que luego que aquí vinistes abristes la casa y lo mirastes todo, y la tornastes a cerrar como de antes estaba. Y cuando se lo enviáredes, decille en vuestros amales y cartas: “Esto os envía vuestro buen vasallo Montezuma”; y también yo os daré unas piedras muy ricas que le envíes en mi nombre, que son chachivis, que no son para dar a otras personas sino para ese vuestro gran señor, que vale cada una piedra dos cargos de oro; también le quiero enviar tres cervatanas con sus esqueros y bodoqueras, y que tienen tales obras de pedrería, que se holgará de vellas, y también yo quiero dar de lo que tuviere, aunques poco, porque todo el más oro y joyas que tenía os he dado en veces».
Y desque aquello lo oyó Cortés y todos nosotros, estuvimos espantados de la gran bondad y liberalidad del gran Montezuma, y con mucho acato le quitamos todos las gorras de armas y le dijimos que se lo teníamos en merced. Y con palabras de mucho amor le prometió Cortés que escrebiríamos a Su Majestad de la manificencia y franqueza del oro que nos dio en su real nombre. Y después que tuvimos otras pláticas de buenos comedimientos, luego en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el tesoro de oro y riqueza que estaba en aquella sala encalada; Y para vello y quitalle de sus bordaduras y donde estaba engastado tardarnos tres días, y aun para lo quitar y deshacer vinieron los plateros de Montezuma de un pueblo que se dice Escapucalco. Y digo que era tanto, que después de deshecho eran tres montones de oro, y pesado hobo en ellos sobre seiscientos mil pesos, como adelante diré, sin la plata e otras muchas riquezas, y no cuento con ello los tejuelos y planchas de oro y el oro en granos de las minas. Y se comenzó a fundir con los indios plateros que dicho tengo, naturales de Escapucalco, y se hicieron unas barras muy anchas dello, de media como de tres dedos de la mano el anchor de cada barra; pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el ran Montezuma había dicho que daría, que fue cosa de admiración de tanto oro, y las riquezas de otras joyas que trujo, pues las piedras chalchiuis eran tan ricas algunas dellas, que valían entre los mismos caciques mucha cantidad de oro. Pues las tres cervatanas con sus bodoqueras, los engastes que tenían de pedrerías e perlas y las pinturas de pluma y de pajaritos llenos de aljófar y otras aves, todo era de gran valor. Dejemos de decir de penachos y plumas, y otras muchas cosas ricas, ques para nunca acabar de traello aquí a la memoria.
Digamos ahora cómo se marcó todo el oro que dicho tengo con una marca de hierro que mandó hacer Cortés y los oficiales del rey proveídos por Cortés y acuerdo de todos nosotros en nombre de Su Majestad, hasta que otra cosa mandase; que en aquella sazón eran Gonzalo Mexía tesorero y Alonso de Ávila contador, y la marca fue las armas reales como de un real y del tamaño de un tostón de a cuatro. Y esto sin las joyas ricas que nos paresció que no eran para deshacer. Pues para pesar todas estas barras de oro y plata, y las joyas que quedaron por deshacer no teníamos pesos de marcos ni balanzas, y paresció a Cortés y a los mesmos oficiales de la hacienda de Su Majestad como sería bien hacer de hierro unas pesas de hasta una arroba y otras de media arroba, y de dos libras, y de una libra, e de media libra, e de cuatro onzas, e de tantas onzas; y esto no para que viniese muy justo, sino media onza más o menos en cada peso que se pesaba. Y desque se pesó dijeron los oficiales del rey que había en el oro, así en lo que estaba hecho barras como en los granos de las minas y en los tejuelos y joyas, más de seiscientos mil pesos, sin la plata y otras muchas joyas que se dejaron de avaluar. Algunos soldados decían que había más, e como ya no había que hacer en ello sino sacar el real quinto y dar a cada capitán y soldado nuestras partes, e a los que quedaban en el puerto de la Villa Rica también las suyas paresce ser Cortés procuraba de no lo repartir tan presto hasta que hobiese más oro e hobiese buenas pesas y razón y cuenta de a cómo salían. Y todos los más soldados y capitanes dijimos que luego se repartiese, porque habíamos visto que cuando se deshacía de las piezas del tesoro de Montezuma estaba en los montones mucho más oro, y que faltaba la tercia parte dello, que lo tomaban y escondían, ansí por la parte de Cortés como de los capitanes, como el fraile de la Merced, y se iba menoscabando. E a poder de muchas pláticas se pesó en lo que quedaba; y hallaron sobre seiscientos mil pesos, sin las joyas y tejuelos, y para otro día habían de dar las partes. E diré cómo lo repartimos, y todo lo más se quedó con ello el capitán Cortés e otras personas. Y lo que sobre ello se hizo diré adelante.