Como el capitán Cortés vio que ya estaban presos aquellos reyecillos por mi memorados y todas las ciudades pacíficas, dijo a Montezuma que dos veces le había enviado a decir antes que entrásemos en Méjico que quería dar tributo a Su Majestad, y que pues ya había entendido el gran poder de nuestro rey e señor, e que de muchas tierras le dan parias e tributos y le son sujetos muy grandes reyes, que será bien quél y todos sus vasallos le den la obidiencia, porque ansí se tiene por costumbre que primero se da la obidiencia que dan las parias o tributos. Y el Montezuma dijo que juntaría sus vasallos y hablaría sobre ello, y en diez días se juntaron todos los más caciques de aquella comarca, y no vino el cacique pariente muy cercano del Montezuma, que ya hemos dicho que decían que era muy esforzado, y en la presencia y cuerpo y miembros y en el semblante bien lo parescía. Era algo atronado, e en aquella sazón estaba en un pueblo suyo que se decía Tula, y a este cacique, según decían, le venía el reino de Méjico después del Montezuma. Y como le llamaron, envió a decir que no quería venir ni dar tributo, que aun con lo que tiene de sus provincias no se puede sustentar; de la cual respuesta hobo enojo el Montezuma, y luego envió ciertos capitanes para que le prendiesen, e como era gran señor y muy emparentado, tuvo aviso dello y metióse en su provincia, donde no le pudo haber por entonces.
Y dejallo he aquí y diré que en la plática que tuvo el Montezuma con todos los caciques de toda la tierra que había mandado llamar, que después que les había hecho un parlamento, sin estar Cortés ni ninguno de nosotros delante, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que mirasen que de muchos años pasados sabían por muy cierto, por lo que sus antepasados les han dicho, e ansí lo tienen señalado en sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el sol habían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se había de acabar en aquella sazón el señorío y reino de los mejicanos, e quél tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros, e que se lo han preguntado a su Huichilobos los papas que lo declaren, y sobre ello les hacen sacrificios, y no quieren respondelles como suelen, y lo que más le da a entender el Huichilobos es que lo que les ha dicho otras veces aquello da agora por respuesta, e que no le pregunten más, e que ansí bien dan a entender que demos la obidiencia al rey de Castilla, cuyos vasallos dicen estos teules que son, y porque al presente no va nada en ello, y el tiempo andando veremos si tenemos otra mejor respuesta de nuestros dioses, y como viéramos el tiempo, ansí haremos. «Lo que yo os mando y ruego que todos de buena voluntad, al presente, se lo demos e contribuyamos con alguna señal de vasallaje, que presto os diré lo que mas nos convengan, y porque agora soy importunado a ello por Malinche, ninguno lo rehuse, y mira que en diez y ocho años ha que soy vuestro señor siempre me habéis sido muy leales, e yo os he enriquecido e ensanchado vuestras tierras, e os he dado mando e haciendas, e si agora al presente nuestros dioses permiten que yo esté aquí detenido, no lo estuviera sino que ya os he dicho muchas veces que mi gran Huichilobos me lo ha mandado». E desque oyeron este razonamiento, todos dieron por respuesta que harían lo que mandase, y con muchas lágrimas y sospiros, y el Montezuma muchas más.
E luego envió a decir con un principal que para otro día darían la obidiencia y vasallaje a Su Majestad, que fueron en[24] días del mes de[25] de mil e quinientos y diez y nueve años. Después Montezuma volvió a hablar con sus caciques sobre el caso estando Cortés delante e nuestros capitanes y muchos soldados y Pero Hernández, secretario de Cortés, e dieron la obidiencia a Su Majestad, y con mucha tristeza que mostraron, y el Montezuma no pudo sostener las lágrimas. E queríamoslo tanto e de buenas entrañas, que a nosotros de velle llorar se nos enternecieron los ojos, y soldado hobo que lloraba tanto como Montezuma; tanto era el amor que le teníamos. Y dejallo he aquí, y diré que siempre Cortés y el fraile de la Merced, que era bien entendido, estaban en los palacios del Montezuma por alegralle, atrayéndole para que deje sus ídolos, y pasaré adelante.