Capítulo IX. Cómo fuimos la derrota según y de la manera que lo habíamos traído cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba, y fuimos a desembarcar a Champotón, y de la guerra que allí nos dieron y lo que más avino

Pues vueltos a embarcar y yendo por las derrotas pasadas cuando lo de Francisco Hernández, en ocho días llegamos en el raje del pueblo de Champotón, que fue donde nos desbarataron los indios de aquella provincia, como ya dicho tengo en el capítulo que dello habla. Y como en aquella ensenada mengua mucho la mar, ancleamos los navíos una legua de tierra, y con todos los bateles desembarcamos la mitad de los soldados que allí íbamos junto a las casas del pueblo. Y los indios naturales dél y de otros sus comarcanos se juntaron todos como la otra vez cuando nos mataron sobre cincuenta y seis soldados y todos los más salimos heridos, según memorado tengo, y a esta causa estaban muy ufanos y orgullosos, y bien armados a su usanza, que son arcos, flechas, lanzas tan largas como las nuestras y otras menores, y rodelas y macanas, y espadas como de a dos manos, y piedras y hondas y armas de algodón, y trompetillas y atambores, los más dellos pintadas las caras de negro y otros de colorado y blanco, y puestos en concierto, esperando en la costa para en llegando que llegásemos a tierra dar en nosotros. Y como teníamos experiencia de la otra vez, llevábamos en los bateles unos falconetes e íbamos apercebidos de ballestas y escopetas.

Pues llegados que llegamos a tierra nos comenzaron a flechar, y con las lanzas dar a manteniente, y aunque con los falconetes les hacíamos mucho mal, tales rociadas de flechas nos dieron, que antes que tomásemos tierra hirieron a más de la mitad de nuestros soldados. Y desque hobieron saltado en tierra todos nuestros soldados, les hicimos perder la furia a buenas estocadas y cuchilladas y con las ballestas, porque aunque nos flechaban a terrero, todos nosotros llevábamos armas de algodón, y todavía estuvieron buen rato peleando, y les hicimos retraer a unas ciénagas junto al puerto. En esta guerra mataron a siete soldados, y entre ellos a un Juan de Quiteria, persona principal, y al capitán Juan de Grijalva le dieron entonces tres flechazos y le quebraron dos dientes, y hirieron sobre sesenta de los nuestros. Y desque vimos que todos los contrarios se habían ido huyendo, fuimos al pueblo y se curaron los heridos y enterramos los muertos; y en todo el pueblo no hallamos persona ninguna ni los que se habían retraído en las ciénagas ya se habían desgarrado.

En aquellas escaramuzas prendimos tres indios: el uno dellos era principal. Mandóles el capitán que fuesen a llamar al cacique de aquel pueblo, y se les dio muy bien a entender con las lenguas, Julianillo y Melchorejo, que les perdonaban lo hecho, y les dio cuentas verdes para que les diesen en señal de paz. Se fueron y nunca volvieron, y creímos que los indios Julianillo y Melchorejo no les debieron de decir lo que les mandaron, sino al revés. Estuvimos en aquel pueblo tres días. Acuérdome que cuando estábamos peleando en aquellas escaramuzas por mí memoradas, que había allí unos prados y en ellos muchas langostas de los chicas, que cuando peleábamos saltaban y venían volando y nos daban en la cara, y como eran muchos los indios flecheros y tiraban tanta flecha como granizos, nos parecía que eran algunas dellas langostas que volaban, y no nos rodelábamos, y la flecha que venía nos hería; otras veces creíamos que eran flechas, y eran langostas que venían volando; fue harto estorbo para nuestro pelear. Dejemos esto, y pasemos adelante, y digamos cómo luego nos embarcamos y seguimos nuestra derrota.