Capítulo VIII. Cómo Diego Velázquez, gobernador de la isla de Cuba, ordenó de enviar una armada a las tierras que descubrimos, y fue por capitán general della un hidalgo que se decía Juan de Grijalva, pariente suyo, y otros tres capitanes, que adelante diré sus nombres

En el año de mil e quinientos y diez y ocho, viendo el gobernador de Cuba la buena relación de las tierras que descubrimos, que se dice Yucatán, acordó de enviar una armada, y para ella se buscaron cuatro navíos; los dos fueron de los tres que llevamos con Francisco Hernández, y los otros dos navíos compró el Diego Velázquez nuevamente de sus dineros. Y en aquella sazón que ordenaba la armada, halláronse presentes en Santiago de Cuba, donde residía el Velázquez, un Juan de Grijalva y un Alonso de Dávila, y Francisco de Montejo y Pedro de Alvarado, que habían ido a ciertos negocios con el gobernador, porque todos tenían encomiendas de indios en la misma isla y eran hombres principales. Concertóse que el Juan de Grijalva, que era deudo del Diego Velázquez, viniese por capitán general, y que Alonso Dávila viniese por capitán de un navío, y Pedro de Alvarado de otro, y Montejo de otro; por manera que cada uno destos capitanes puso bastimentos y matalotaje de pan cazabe y tocinos, y el Diego Velázquez puso los cuatro navíos y cierto rescate de cuentas y cosas de poca valía y otras menudencias de legumbres. Y entonces me mandó Diego Velázquez que viniese con aquellos capitanes por alférez[2], y como había fama de las tierras que eran ricas y había en ellas casas de cal y canto, y el indio Julianillo que llevamos de la Punta de Cotoche decía que había oro, tornaron mucha voluntad y codicia los vecinos y soldados que no tenían indios en la isla de venir a estas tierras, por manera que de presto nos juntamos docientos y cuarenta compañeros, y pusimos cada uno de la hacienda que teníamos para matalotaje y armas y cosas que convenían.

Y en este viaje volví yo con estos capitanes por alférez, como dicho tengo, y paresció ser que la instrucción que para ello dio el gobernador fue, según entendí, que rescatase todo el oro y plata que pudiese, y si viese que convenía poblar o se atrevía a ello, poblase, y si no que se volviese a Cuba. Y vino por veedor de la armada uno que se decía Peñalosa, natural de Segovia, y trujimos un clérigo, que se decía Juan Díaz, natural de Sevilla, y los dos pilotos que antes habíamos traído, que se decían Antón de Alaminos, de Palos, y Camacho, de Triana, y Juan Álvarez el Manquillo, de Huelva, y otro que se decía Sopuerta, natural de Moguer. Pues antes que meta la pluma en lo de los capitanes, porque nombraré algunas veces a estos hidalgos que he dicho que venían en el armada, y parecerá cosa descomedida nombralles secamente sus nombres, sepan que después fueron personas que tuvieron ditados, porque Pedro de Alvarado fue adelantado y gobernador de Guatemala y comendador del Señor Santiago, y el Montejo fue adelantado de Yucatán y gobernador de Honduras. El Alonso Dávila no tuvo tanta ventura como los demás, porque le prendieron franceses, como adelante diré en el capítulo que adelante trataré; y a esta causa no les nombraré sino sus propios nombres, hasta que tuvieron por Su Majestad los ditados por mí nombrados.

Y quiero que volvamos a nuestra relación, y diré cómo fuimos con los cuatro navíos por la banda del norte a un puerto que se dice de Matanzas, que está cerca de la Habana vieja que en aquella sazón no estaba poblada la villa donde agora está, y en aquel puerto tenían todos los más vecinos de la Habana sus estancias. Y desde allí se proveyeron nuestros navíos del cazabe y carne de puerco, que ya he memorado, que no había vacas ni carneros, porque era nuevamente ganada aquella isla, y nos juntamos, ansí capitanes como soldados, para hacer nuestro viaje.

Y antes que más pase adelante, y aunque vaya fuera de nuestra historia, quiero decir por qué causa llamaban aquel puerto Matanzas, y esto traigo aquí a la memoria porque me lo ha preguntado un coronista que habla su corónica cosas acaecidas en Castilla. Aquel nombre se le puso por esto que diré. Que antes que aquella isla de Cuba se conquistase, dio al través un navío en aquella costa, cerca del río y puerto que he dicho que se dice de Matanzas, y venían en el navío sobre treinta personas españoles y dos mujeres, y para pasallos de la otra parte del río, porque es muy grande y caudaloso, vinieron muchos indios de la Habana y de otros pueblos con intención de matallos, y de que no se atrevieron a dalles guerra en tierra, con buenas palabras y halagos les dijeron que los querían pasar en canoas y llevallos a sus pueblos para dalles de comer. Ya que iban con ellos a medio del río en las canoas, las trastornaron y mataron, que no quedaron sino tres hombres y una mujer, que era hermosa, y la llevó un cacique de los que hicieron aquella traición, y los tres españoles repartieron entre sí. Y a esta causa se puso aquel nombre puerto de Matanzas. Yo conocí a la mujer, que, después de ganada la isla de Cuba, se quitó al cacique de poder de quien estaba, y la vi casada en la misma isla de Cuba, en una villa que se dice la Trinidad, con un vecino della que se decía Pedro Sánchez Farfán. Y también conocí a los tres españoles, que se decía el uno Gonzalo Mejía y era hombre anciano, natural de Jerez, y el otro se llamaba Juan de Santisteban, y era mancebo, natural de Madrigal, y el otro se decía Cascorro, hombre de la mar, natural de Moguer.

Mucho me he detenido en contar cosas viejas, y dirán que por decir una antigüedad dejé de seguir mi relación. Volvamos a ella. Ya que estábamos recogidos todos nuestros soldados, y dadas las instrucciones que los pilotos habían de llevar y las señas de los faroles para de noche, y después de haber oído misa, en ocho días del mes de abril del año de quinientos y diez y ocho años dimos vela, y en diez días doblamos la Punta de Guaniguanico, que por otro nombre se llama de Santo Antón, y dentro de diez días que navegamos vimos la isla de Cozumel, que entonces la descubrimos, porque descayeron los navíos con la corriente más bajo que cuando vinimos con Francisco Hernández de Córdoba. Yendo que íbamos bajando la isla por la banda del sur, vimos un pueblo de pocas casas, y allí cerca buen surgidero y limpio de arrecifes, saltamos en tierra con el capitán buena copia de soldados. Y los naturales de aquel pueblo se habían ido huyendo desque vieron venir el navío a la vela, porque jamás habían visto tal, y los soldados que saltarnos a tierra hallamos en unos maizales dos viejos que no podían andar, y los trujimos al capitán; y como los indios Julianillo y Melchorejo, que trujimos cuando lo de Francisco Hernández, que entendían muy bien aquella lengua, les habló, porque su tierra dellos y aquella isla de Cozumel no hay de travesía de la una a la otra sino obra de cuatro leguas, y todo es una lengua. Y el capitán halagó a los dos viejos y les dio unas contezuelas, y les envió a llamar a los caciques de aquel pueblo; y fueron y nunca volvieron.

Pues estándoles aguardando, vino una india moza, de buen parecer, y comenzó de hablar en la lengua de la de Jamaica, y dijo que todos los indios e indias de aquel pueblo se habían ido huyendo a los montes, de miedo. Y como muchos de nuestros soldados e yo entendimos muy bien aquella lengua, que es como la propia de Cuba, nos admiramos de vella y le preguntamos que cómo estaba allí, y dijo que habría dos años que dio al través con una canoa grande, en que iban a pescar desde la isla de Jamaica a unas isletas, diez indios jamaicanos, y que las corrientes les echó en aquella tierra, y mataron a su marido y a todos los más indios jamaicanos, sus compañeros, y que luego los sacrificaron a los ídolos. Y el capitán, como vio que la india sería buena mensajera, envió con ella a llamar los indios y caciques de aquel pueblo, y diola de plazo dos días para que volviese, porque los indios Julianillo y Melchorejo tuvimos temor que si se apartaban de nosotros que se irían a su tierra, que está cerca; y a esta causa no osábamos enviarlos a llamar con ellos.

Pues volvamos a la india de Jamaica; que la respuesta que trajo, que no quería venir ningún indio por más palabras que les decía. Pusimos nombre a este pueblo Santa Cruz, porque fue día de Santa Cruz cuando en él entramos. Había en él muy buenos colmenares de miel y buenas patatas y muchos puercos de la tierra, que tienen sobre el espinazo el ombligo. Había en él tres pueblos; aqueste donde desembarcamos era el mayor, y los otros pueblezuelos más chicos; estaban en cada punta de la isla el suyo. Y esto yo lo vi y anduve cuando volví por tercera vez con Cortés; y terná de bojo esta isla de dos leguas. Y volvamos a decir que como el capitán Juan de Grijalva vio que era perder tiempo estar allí esperando, mandó que nos embarcásemos, y la india de Jamaica se fue con nosotros, y seguimos nuestro viaje.