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Onofre estaba exultante.

—Bien, bien, mi querido Ferrari, creo que por fin tengo atados todos los cabos sueltos.

Senza dubbio.

El tono de voz del coche sonaba escéptico, así que Onofre le confesó el resultado de sus pesquisas.

—Ha resultado muy arduo, ya que siempre procuré no alarmar a nadie, pero la verdad se desveló finalmente ante mis ojos.

—¿Y…?

—La Denébola Corp está detrás de todo, fijo. Me costó Dios y ayuda desentrañar la relación existente entre hechos en apariencia inconexos, pero ahí estaba, para ser descubierta por una mente atenta.

El Ferrari reprimió un sarcasmo, y lo dejó seguir con su perorata. Aún no había perdido la esperanza. Quedaban cinco días para que aquella calamidad organizara una guerra mundial.

—Cualquier persona podría preguntarse: ¿para qué querría una compañía tan poderosa como la Denébola, especializada en Ingeniería Genética, robar La niña sinóptica?

—Eso digo yo.

—Bien, pues hay una razón oculta. ¿Sabías que justo por encima del palacio de Zenón Mills orbita un satélite geoestacionario, centauroestacionario, o como diablos se diga?

—Un momento que lo consulte… Sí, se trata del Nimbus-84. Pero si los archivos no mienten, es un inofensivo repetidor de comunicaciones, controlado por el Gobierno.

—¡Eso es lo que quieren que creamos! Pero el satélite ha de albergar por fuerza algún propósito oculto. Si no, ¿por qué querría la Denébola esos terrenos? No se me ocurre otro motivo.

—Me encantan los razonamientos circulares. Prosigue, per favore.

—Bien. La Denébola debe de ansiar esos terrenos para seguir de cerca al satélite.

—Eso se puede hacer de forma más eficiente y barata, Onofre.

—Lo mismo pensé yo, pero ¿y si lo que quieren es instalar un ascensor orbital hasta el satélite? Los terrenos se hallan justo sobre el ecuador, y así se facilitarían las cosas.

«Mamma mia, Onofre, ciccione, estás como una regadera».

—¿A qué cosas te refieres?

—¡Pues a los mutantes de combate, claro! Qué lento eres, hijo. Huy, perdona; retiro lo de lento.

El Ferrari, por primera vez en mucho tiempo, había quedado totalmente descolocado.

—¿Los mutantes de qué?

—De combate. ¿No te dije antes que la Denébola se especializa en Ingeniería Genética? Además, tiene contactos con la Armada.

—Como todas las gemepés, ragazzo.

—Ya, pero la Denébola es una de las más destacadas. Y ¿qué puede ofrecer una empresa especializada en transgénicos, salvo máquinas de matar biológicas para las fuerzas de asalto?

—Eh, espera un momento. La Denébola posee secciones especializadas en biochips, sistemas de guiado de astronaves…

—Lo que tú quieras, pero el espíritu de la compañía radica en la Ingeniería Genética. Deben de tener un laboratorio secreto en el satélite.

—Onofre, el Nimbus-84 ocupa algo menos de un metro cúbico —el Ferrari hablaba con el mismo tono que se emplea para enseñar el abecedario a un niño particularmente cerrado de mollera.

—Sin duda estudian ampliarlo. Para eso quieren el ascensor, ¿no crees? Así podrán mantenerlo en secreto, mientras llevan operarios y muestras biológicas de arriba abajo, y viceversa.

—¿En secreto? ¿No crees que un ascensor orbital llamará de por sí la atención?

—¡Ahí está el busilis del asunto! Por eso necesitan a Furibundo Dantesco, para que convenza a sus paisanos de que el ascensor no es tal, sino una obra de arte pura y limpia, sin zarigüeyas. Así, nadie le prestaría atención. ¿No ves que todo encaja, por fin?

«Santa Madonna… ¿Se habrá fumado este tío una plantación entera de marihuana?»

—Tus argumentos son irrefutables. ¿Qué piensas hacer ahora?

—Pues… La Denébola organiza mañana en su sede principal de Tàpies Town una magna exposición sobre la obra de Rosendo Bermellón. Allá acudirán todas las fuerzas vivas de Alfa Centauri, y se ha invitado a un miembro del Consejo Supremo Corporativo. Se supone que Conrado Sakamoto no puede perderse un acto tan fantástico. Aprovecharé para cambiar de identidad en los aseos, me introduciré en la sede, obtendré las pruebas que faltan y se las entregaré al tipo del C.S.C. Luego, si Dimna no da señales de vida, pondré un anuncio en los periódicos.

Dispondríamos de un par de días para estar juntos…

Onofre se ensimismó, pensando en lo que podía acontecer. El Ferrari también. Todavía no estaba todo perdido. Aquel humano había perdido cualquier adarme de buen juicio, y pensaba no más que con las gónadas. De ese modo, podía organizar un apocalipsis planetario. Con suerte él quedaría, como la diosa Kali, bailando sobre los enemigos caídos. Y si no salía vivo de aquélla, pues bueno, sería un final honorable. Y entretenido.