Como no podía ser menos, Onofre resultó un auténtico inepto en su faceta detectivesca. Él creía sinceramente que obraba con el más absoluto sigilo, cual profesional irreprochable. En cambio, se dedicó a zascandilear a tontas y a locas, sin un plan preconcebido. Su falta de método provocó, de rebote, que saltaran todas las alarmas habidas y por haber en las principales sedes de las multiplanetarias.
Pese al empeño en no implicar a Sakamoto, su alegre uso y abuso de las tarjetas de crédito y claves de acceso logró el efecto contrario. Los responsables de las multiplanetarias creyeron que un vicepresidente de la Sempai Biocorp se había confabulado con otros competidores para buscarles la ruina. Todas las empresas manejaban negocios turbios en un lugar como Alfa Centauri, de legislación comercial un tanto laxa.
Dado que la errática investigación del vacacionero no tenía pies ni cabeza, las compañías quedaron totalmente confundidas acerca de quién conspiraba contra quién. En apenas cuatro días, la paranoia se enseñoreó de los corrillos empresariales centaurianos. Para acabar de arreglarlo, el Ferrari se dedicaba a azuzar a Onofre para que siguiera metiendo las narices en territorio reservado. Aún no había ocurrido la catástrofe que anhelaba, y ya comenzaba a aburrirse.
Y por fin sucedió. La Sol Doradus Biocorp se creyó amenazada por la Spica Biocorp, y tramó una represalia contra ésta. Hubo un soplo al Servicio de Aduanas, y una partida de biochips ilegales fue requisada. La Spica Biocorp pensó que el chivatazo había partido de la Zodíaco Corp, y ciertos cultivos hidropónicos extremadamente valiosos resultaron envenenados.
Faltaban cinco días para que Onofre Guisasola debiera regresar a Hlanith, y las autoridades alfacentaurianas se enfrentaban a una serie de atentados que afectaban a las empresas más señaladas del planeta. Era como si todas se hubieran vuelto locas de repente, sin que nadie supiera la razón.
★★★
No entendía nada. ¿A qué estaba jugando Sakamoto?
Había puesto en pie de guerra a todas las gemepés, excepto a la auténtica culpable de la ruina del pobrecillo Zenón Mills. A pesar de su notorio agnosticismo, rezaba para que todo fuera un complejo plan de aquel tipo con el fin de ocultar sus verdaderos propósitos. Porque si no, sólo iba a lograr hacerse matar. Nadie podía ser tan estúpido. ¿O sí?
Ojalá pudiera comunicarse con él y preguntarle qué estaba pasando, pero la vigilancia a su alrededor había aumentado. Tal vez sospechaban. Y con la que estaba organizando Sakamoto, cualquiera se le arrimaba. Debía de llevar a su estela varias docenas de espías y agentes privados de seguridad, siguiendo cada uno de sus movimientos y, a su vez, vigilándose entre sí.
Debía hacer algo, y pronto, pero ¿qué?