—Dimna te dio calabazas de nuevo, ¿eh, Romeo? Digo, Onofre.
—Menos guasa —Onofre se empezaba a cansar de que el Ferrari se cachondeara de él a la menor ocasión—. Si consideramos el lado positivo, me sugirió que la Denébola Corp podía estar detrás de todo. Al menos, eso creí entender. ¿Por qué tendrá esa manía de hacerse la enigmática?
—Igual se turba en tu presencia, caro amico.
Onofre lanzó una mirada asesina al salpicadero, y se mantuvo en un silencio enfurruñado durante un rato. Cuando se le pasó el enfado dijo, como hablando para sí mismo:
—La Denébola Corp… Si descubriera las conexiones entre ella y el robo de La niña sinóptica, Dimna no se mostraría tan reacia.
—Qué curioso. Creía que eras un mísero vacacionero, cuya norma básica de comportamiento consiste en correrse una juerga tras otra, sin complicarse la vida para nada. Si Conrado Sakamoto se pone a investigar a otras gemepés, atraerá sobre él una atención indebida. Dentro de semana y pico tú volverás a Hlanith, y allí te encontrarás con un jefe muy, pero que muy annoiato. Con tu actitud pones en peligro su negocio ilegal, así como a quienes os contratan. Ay, no deja de tener gracia que sea precisamente yo quien deba darte lecciones de prudencia.
—Me hago cargo de que es un disparate, y de que casi no me queda tiempo, pero… ¿Nunca has estado enamorado?
—Hombre, dada mi idiosincrasia es un tanto complicado, aunque puedo comprenderte. Hubo un tiempo, cuando estaba en un cazabombardero Barracuda, que ansiaba que mi piloto me tocara el fuselaje, trepara por él y se metiera todo entero en mi cabina, y que los dos fuéramos uno… ¡Qué demonios! ¡Te ayudaré en tu locura! ¡Viva l’amore!
—No, si al final vamos a ser almas gemelas…
—Misterios de la vida, giovanotto. Por cierto, ¿cómo has pensado realizar tus pesquisas? Si entras en la Denébola así, por la cara, puedes organizar una buena. Alguien enviará mensajes a la Sempai, se descubrirá que tú no eres el verdadero Sakamoto, y…
—Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Durante mi vida de vacacionero he suplantado a decenas de ejecutivos. No me resultará difícil hacerme pasar por otro. Si debo formular preguntas o consultar ficheros en más de una gemepé, adoptaré personalidades distintas. ¿Te parece bien?
—Tutto avanti! Por curiosidad, ¿qué nombre has elegido para tu nueva identidad de aguerrido investigador?
—No había pensado en ello… Quizá el de algún detective del pasado, supongo. Tendría su gracia.
—¿Sherlock Holmes, forse?
—Demasiado descarado; se notaría mucho que se trata de un seudónimo.
—Y además mancillaríamos su memoria —el Ferrari rebuscó en sus bancos de datos—. Hubo un tal inspector Clouseau que sería más apropiado. ¿Te parece bien?
—Clouseau… Me gusta cómo suena. ¿Fue un personaje real o de ficción?
—Qué más da. El caso es que creo que refleja como nadie tus capacidades detectivescas.
—Debió de ser un gran personaje, entonces.
—Sí, más o menos.
—Pues no perdamos más tiempo. Acércame al hotel. Allí me aplicaré las prótesis cutáneas y los distorsionadores de voz y ondas cerebrales. Me convertiré en Clouseau, ejecutivo de, pongamos por caso, la Spica Biocorp, y luego me llevarás a la sede principal de la Denébola.
—Esto… Onofre, no es por menoscabar tu autoridad ni insultar tu inteligencia, pero ¿has caído en la cuenta de que soy el único Ferrari E-6000 en Alfa Centauri? Si te presentas al volante de mi persona, estarás pregonando a los cuatro vientos: «¡Aquí llega Sakamoto!» ¡Oh, fénix de los ingenios!
Onofre se sonrojó.
—Uh… Me temo que tendré que tomar un taxi.
—Ay… —el Ferrari suspiró—. En fin, todo sea por la amistad. Dado que mi carrocería es biometálica, y puedo manipularla para reparar desperfectos, supongo que no será complicado alterar su forma y color. Me haré pasar por un Porsche o un Audi, por humillante que resulte. Siempre puedo ir luego al lavadero y darme un buen encerado, para relajarme.
Onofre no atendió a la última observación. Sólo pensaba en el escaso tiempo de que disponía. Si le sonreía el éxito quizá, a última hora, pudiera gozar de una noche loca en compañía de Dimna. Tenía tantas cosas que decirle, tantos deseos que expresarle… Y luego, de vuelta a la vida cotidiana, gris, interpretando el papel de otros. Aunque ¿se atrevería a renunciar a todo por ella, a confesarle la verdad? En tal caso, ¿qué podría ofrecer un triste vacacionero a una mujer tan admirable? Estaba hecho un lío. Tan sólo un coche con el cerebro de un psicópata genocida lo comprendía.
En realidad, todo aquello le parecía un soberano despropósito al Ferrari, pero le daba igual.
Él ya había cumplido con su deber al advertirle del peligro. Con un poco de suerte, Onofre acabaría organizando un auténtico pandemónium. Sus posibilidades de supervivencia como investigador eran equiparables a las de una gacela en una leonera. Aquel desastre ambulante estaba tan ofuscado por echarle un polvo a la chica, que empezaría a indagar sin ton ni son en las oficinas de las gemepés y a hurgar en sus archivos secretos. Sería equivalente a remover un avispero con un palito. Confiaba en que, tarde o temprano, Onofre organizara una buena batalla en la que poder inmolarse con honor, a lo grande, llevándose a unos cuantos humanos por delante. ¿Qué más cabía pedir?