Onofre se deshizo en excusas, mientras el más exquisito terror se iba adueñando de su ánimo. «Descubierto». Su jefe, Gregor Solimán, se haría una pandereta con su pellejo. Eso, si llegaba a personarse ante él. Recordó que el ordenador de a bordo era un psicópata genocida, que ya estuvo a punto de defenestrarlo el mismo día en que se conocieron. Comenzó a sudar a chorros, mientras trataba de explicarle en qué consistía su trabajo y suplicaba su perdón. El Ferrari sólo lo interrumpió una vez, para murmurar:
—Manda coglioni.
Cuando a Onofre ya no le quedó más que decir, se hizo un silencio tétrico. Sabía que aquel cerebro biocuántico estaba rumiando su sentencia de muerte. Finalmente, el coche habló, en un tono extremadamente serio:
—Che vergogna! Así que un muerto de hambre como tú ha osado mancillar la sacrosanta cabina de un Ferrari…
Onofre trató saliva, y se resignó a escuchar el veredicto final. Miró por la ventanilla. Estaban a más de mil metros del suelo. Ojalá que no se sufriera mucho al esclafarse encima de un maizal de diseño. De repente, la voz del Ferrari fue una explosión de alegría:
—Cazzo! No me divertía tanto desde hace siglos. ¡Me has hecho sentir vivo de nuevo! Un combate aéreo a cara de perro, el inefable placer de matar humanos… Questo è magnifico! Mira por dónde, me has caído simpático, caro amico. Además, pagaste mi alquiler por adelantado. Sigo a tu servicio, Onofre, y no te delataré. Seguro que no me arrepentiré de ello; tengo la corazonada de que me aguardan jornadas de diversión contigo. D’accordo?
—Je… Cualquiera se niega —repuso Onofre, con un hilillo de voz—. Lo raro es que no haya hecho acto de presencia la Policía.
—¿Esos mantas? Los cazas, digo, los coches enemigos han elegido un lugar recóndito para tendernos la encerrona, y seguramente habrán untado a alguien para que mire hacia otro lado. Unos vehículos armados como los que nos atacaron no están al alcance de cualquiera. O mucho me equivoco, o estaremos bien lejos de aquí cuando lleguen los representantes de la Ley y el Orden.
—¿Quiénes querrían matarme? —Onofre no pudo evitar estremecerse.
—Tú sabrás, fratello. Yo me limito a sacarte las castañas del fuego. Si consideramos el lado positivo, no creo que nadie presente una denuncia contra nosotros por habernos cargado tres coches a todas luces ilegales.
Mientras regresaban al hotel dando un amplio rodeo para evitarse problemas, Onofre recapituló sobre lo acontecido desde su llegada al planeta. El Ferrari lo escuchó atentamente, sin perder una coma.
—Una discusión sobre arte con un crítico de pata negra, una misteriosa mujer con la cara de una santa muerta hace siglos, un pobre diablo a punto de perder su palacio, un intento de asesinato… Todo está relacionado entre sí, ¿me equivoco, Onofre?
—Y todo arranca del robo de la famosa Niña sinóptica. Me pregunto qué pinta tendrá tan portentosa obra de arte, aunque me temo lo peor.
—Si deseas echarle un vistazo, te la paso por pantalla —un holovisor apareció en el salpicadero—. Ahí la tienes, recién sacada del banco de datos de la Delegación del Cultura.
En la holopantalla se vio una huevera de cartón vacía. Se hizo el silencio.
—Yo no entiendo de arte —dijo al fin el Ferrari—, pero… Uh… Che orrore…
—A mí también me parece una tomadura de pelo, descuida. No se ven zarigüeyas; supongo que Furibundo Dantesco habrá escrito un libro de trescientas páginas glosando sus mil significados ocultos —suspiró—. El caso es que desapareció, y una damita llamada Dimna parece muy preocupada por eso. Se desvive por salvar al tal Mills de la ruina —volvió a ponerse un tanto celosillo—. Me pregunto qué habrá entre ellos.
—Dejando eso aparte, puede que tenga razón, y alguien haya robado la stronza escultura para perjudicar a Mills. Si se me permite formular una hipótesis, el culpable estaría empeñado en arruinarlo para quedarse con sus tierras.
—Hum… —Onofre se acarició la barbilla, pensativo—. Puede que todo sea aún más simple. Según he constatado después de tragarme un sinfín de exposiciones culturales, hay una gran rivalidad entre las distintas escuelas de críticos. No me extrañaría que algún émulo de Furibundo Dantesco o de su protegido, Rosendo Bermellón, haya robado La niña sinóptica simplemente por joderlos. Y si de paso podía perjudicar a alguien universalmente despreciado como Zenón Mills, pues miel sobre hojuelas.
—No me acabas de convencer —objetó el Ferrari—. Según te confesó Mills, sus terrenos valen una fortuna. Tendrá que venderlos para hacer frente a las demandas de las aseguradoras. ¿Sabes si éstas controlan el accionariado de alguna empresa constructora u hotelera?
—Eres un poco retorcido, pero has logrado intrigarme con lo de las aseguradoras. Gracias al código de alta prioridad de Sakamoto, podré acceder a archivos reservados.
—Y si das con el culpable, una hembra humana llamada Dimna acudirá a agradecértelo efusivamente, ¿eh, pillín?
—No te pases, Ferrari —Onofre sonó ultrajado—. Me mueve un interés puramente altruista.
—Sí, y yo soy un Suzuki. ¡Venga ya! —replicó el coche, de buen humor.
★★★
Multiplanetaria Plecostomus Biocorp. Delegación en Alfa Centauri.
—Un genio. Ese bastardo de Sakamoto es un genio diabólico. Tres vehículos armados…
—Al menos, así nos ahorramos tener que incriminar al inútil de Eróstrato. Joder, el tío sabía que íbamos a por él, no me preguntes cómo. Pilotó un coche desarmado como si fuese un caza. Probablemente ha trucado a ese Ferrari, convirtiéndolo en una máquina de matar. Dioses, ¿qué entrenamiento habrá recibido un hombre así?
—De élite, sin duda. Nos tiene cogidos por donde más nos duele. Sabe todo lo nuestro, aunque no ha hecho intento alguno por chantajearnos. Me resulta inexplicable.
—Quizá seamos poca cosa para alguien como él. Puede que sólo anhele divertirse a nuestra costa, y propinarnos el garrotazo cuando ya nos hayamos confiado.
—Cruel e implacable… ¿Cómo podemos solucionarlo? Tenemos que destruirlos a los dos, Sakamoto y Ferrari. Son letales para nuestros intereses.
—Demasiado arriesgado. Sakamoto debe de ser un experto en artes marciales y en mil formas de asesinato, y sólo lograríamos irritarlo. No. Tal vez en el futuro podamos deshacernos de él, pero de momento, por duro que nos resulte, lo más razonable es que nos pongamos a su entera disposición. De paso, podríamos sugerirle delicadamente que busque a otra gemepé a la que extorsionar. Se me ocurren unas cuantas que ocultan trapos sucios.
—De acuerdo, me parece el curso de acción menos malo. ¿A quién designaremos para que le haga la pelota? Oye, ¿por qué me miras así? No pretenderás que yo… Bah, no sé por qué lo pregunto.