(Jueves 16 de enero, 8 de la mañana)
A las ocho de la mañana sonó una insistente llamada a la puerta de nuestro cuarto.
—¡Míster Vance! ¡Míster Vance! —reconocí la voz del viejo mayordomo—. Míster Rexon le suplica que acuda en seguida a su despacho.
Vance se levantó de un salto.
—¿Qué ocurre, Higgins?
—No…, no sé.
—¡Está bien!
Se vistió apresuradamente y salimos al vestíbulo. Una mujer, con el negro uniforme de las sirvientas, estaba inclinada sobre la barandilla de la escalera. Al oírnos retrocedió contra la pared, con los ojos desorbitados y el cuerpo rígido. Vance se detuvo a dirigirle una penetrante mirada. Era alta, bien formada, y representaba unos cuarenta años. Tenía los ojos verdes, el cabello negro y el rostro inteligente. Una mujer superior, pero presa de gran excitación.
—¿Qué pasa? —preguntó fríamente Vance.
—Una tragedia —replicó la mujer, con voz de contralto.
—Es una variación en la vulgaridad de la vida. Cálmese.
Corrimos escaleras abajo.
—Esa es, hasta ahora, la criatura más extraña de la casa —me dijo Vance—. Sabe demasiado. Tiene un temperamento volcánico. Es la tragedia…
Carrington Rexon estaba cubierto con una bata. En el despacho se encontraba, junto a él, un hombre alto y fornido, vestido con una chaqueta de cuero, pantalones de montar y altas botas. Estaba pálido y nervioso. Apoyábase en la repisa de la chimenea y en sus manos se notaba el brillo del sudor.
—Eric Gunthar, mi capataz —dijo Rexon, indicando con un movimiento de cabeza a su acompañante—, encontró en Tor Gulch, a poca distancia de aquí, el cadáver de Lief Wallen. Sin duda, cayó desde lo alto del precipicio. Gunthar vino a avisarme y a buscar ayuda. ¿Quiere usted acompañarle, Vance? He telefoneado ya al doctor… Wallen era el vigilante de la parte occidental de la finca, donde está el cuarto de las piedras.
—Eso es un indicio, tal vez. Bien. Entendido.
—Lief debió de resbalar —dijo, trabajosamente, Gunthar.
—Cuide de que alguien le reemplace esta noche —ordenó Rexon. Y añadió—: Es mejor que se lleve un par de hombres para que lo traigan.
—Darrup está abajo. Ya encontraré a otro —Gunthar se pasó una mano por la frente—. Wallen no era un espectáculo agradable, señor… ¿Me permite otro trago…?
—Ha bebido ya demasiado —le interrumpió Vance—. Vamos.
Gunthar salió el primero. Iba refunfuñando. Al cruzar la carretera, frente a la casa, apareció una sucia y extraña figura. Una blanca y rala barba acentuaba la inclinación de sus hombros. Arrastraba los pies al caminar, pero en sus movimientos se advertía una nerviosa energía. Volvióse rápidamente hacia un macizo de árboles, como para evitarnos. Gunthar le llamó.
—Ven, Jed. Te necesitamos —el viejo obedeció—. Lief ha caído al fondo de Tor Gulch. Vamos a buscarle.
El viejo rio infantilmente. Por un motivo u otro la tragedia parecía divertirle.
—Tal vez bebas demasiado, Eric. Ella dijo que la semana pasada le pegaste. No deberías hacerlo. En el Gulch podría matarse alguien más.
Guy Darrup, el carpintero de la posesión, se unió a nosotros. Gunthar le explicó lo ocurrido. Los ojos de Darrup se enturbiaron. Había enemistad en ellos. Mientras descendíamos por el sendero dijo:
—Supongo que ahora se sentirá más seguro en su puesto, mister Gunthar.
—¡Cállese! —gruñó el capataz—. Cuídese de lo suyo. Tal vez también a usted le gustaría ser capataz de la finca.
—Si lo fuese, me portaría decentemente con todo el mundo —replicó, con cierta amargura, el carpintero.
Descendimos al fondo del barranco, atravesando unos grupos de árboles, sobre los cuales pesaba la niebla. Cruzamos un río helado, y seguimos hacia el Norte, torciendo luego para marchar en la misma dirección por donde habíamos venido.
—Usted es el padre de miss Ella, ¿verdad, Gunthar? —preguntó Vance.
El capataz asintió con un gruñido.
—¿Quién es ese? —preguntó Vance, indicando con un movimiento de cabeza al viejo que habíamos encontrado al salir de casa y que ahora nos precedía.
—Es el viejo Jed. Fue capataz antes que yo. Ahora está jubilado. Está loco. Vive en la Cañada Verde… El mismo le dio ese nombre. No se mete con nadie. Le llamamos el Ermitaño Verde… Mal asunto lo de Lief, teniendo, como tiene, la casa llena de invitados.
—¿Y eso que ha dicho Darrup? ¿Se habla de un nuevo capataz?
—¡Bah! Siempre están hablando. Les hago trabajar mucho. No les gusta.
Jed torció hacia la derecha, después de pasar junto a unos matorrales.
—¡Eh! —llamó Gunthar—. ¿Cómo sabes adónde has de ir?
—Ya sé, ya sé dónde está Lief —replicó Jed, desapareciendo tras una roca.
—Está loco —repitió Gunthar.
—Gracias por el informe.
En el momento en que Vance pronunciaba estas palabras oyóse un grito de Jed.
—¡Aquí está Lief, Eric!
Llegamos junto a él. Al pie de un risco veíase un retorcido y destrozado cuerpo. El rostro estaba completamente desfigurado, y la cabeza aparecía deformada. El cadáver estaba en medio de un charco de sangre coagulada.
Vance se inclinó sobre el cuerpo, lo examinó atentamente e incorporándose declaró:
—Ningún médico puede hacer nada por él. Dejémoslo aquí. Que Darrup lo vigile. Telefonearé a Winewood.
Miró a lo alto del risco y luego, por entre los árboles, hacia las torres de la casa.
Gunthar indicó al viejo Jed que se alejara.
—Verdaderamente no debías pegar a Ella, Eric —amonestó el viejo con una leve sonrisa, mientras se dirigía hacia el prado.
—¿Podemos pasar por lo alto del risco al volver hacia casa? —inquirió Vance.
Gunthar vaciló.
—Hay un atajo, pero se trata de una subida peligrosa.
—Es igual. Lo utilizaremos. Adelante.
Cuando hubimos vencido la traicionera y resbaladiza cuesta, Gunthar indicó el lugar aproximado por donde Lief Wallen debió de caer. En el borde del casco crecían espesos matorrales y Vance se metió entre ellos, examinando la delgada capa de nieve y hielo. De pronto se arrodilló junto a un arbusto.
—Sangre, Gunthar —dijo, señalando una mancha negruzca a pocos centímetros del arbolillo.
Gunthar lanzó un silbido.
—¡Dios mío! ¿Aquí?
—Sí —contestó Vance, levantándose—. No. No se trata de un accidente. Lástima que el viento de la noche haya borrado todas las huellas. Sin embargo… Marchémonos. Hay mucho que hacer.
Gunthar se detuvo.
—¡El viejo Jed sabía el sitio exacto donde estaba el cadáver!
—Muchísimas gracias.
Y Vance se apresuró por el camino que conducía a la casa.