2

¿«DON’T BE EVIL»?

En el Consumer Electronic Show (CES) de Las Vegas del año 2006 tuve la ocasión de obtener una primera impresión personal de los jefes de Google. Era un 7 de enero y Larry Page daba el discurso de apertura en el Hotel Hilton de la ciudad. Miles de asistentes, en su mayoría periodistas, acudieron en masa a la ponencia celebrada en el salón de actos del hotel, donde se respiraba el ambiente de un estreno cinematográfico. Todos querían escuchar las palabras de aquel alto ejecutivo que había escalado a lo más alto en el sector de las Tl Larry Page era la estrella del momento.

Poco antes de iniciar la ponencia, los asistentes podían ver sobre el escenario una animación proyectada en una enorme pantalla. Como las cintas de cotizaciones de bolsa que corren en algunas páginas web, durante unos minutos iban apareciendo los términos que los usuarios de Google en todo el mundo introducían en el cuadro de búsqueda. Por la pantalla se deslizaba una retahila de palabras y medias frases, escritas correcta e incorrectamente, en todos los idiomas. En aquella época, Google daba respuesta a 100 millones de búsquedas diarias. Hoy se calcula que son 300 millones, pero la empresa nunca ha informado de las cifras exactas.

Entonces apareció sobre el escenario Larry Page enfundado en un abrigo blanco. Como un maestro de escuela, se plantó delante de un atlas digital, como los que aparecen en Google Earth al hacer clic en «Satélite». Sobre el mapa había puntos luminosos, unos más intensos y otros menos, que simbolizaban los hot spots de Internet y Google, es decir, los lugares desde donde se realizaba la mayoría de las consultas. Había muchos puntos, pero también había muchas manchas oscuras, zonas de la Tierra donde Internet no tiene tanta importancia como en nuestras latitudes; territorios donde, en el mejor de los casos, la palabra «google» tiene el mismo significado que el balbuceo de un bebé. «Todavía tenemos mucho trabajo por delante», dijo Page.

Al igual que todos los discursos ofrecidos en el CES por los presidentes ejecutivos de las empresas de TI estadounidenses, al de Larry Page tampoco le faltó su puesta en escena. No sólo se hizo acompañar en el escenario por el coche robot Stanley, sino que también contó con la ayuda (y la protección, como se comprobaría después) del mismísimo Robin Williams. El actor tenía la misión de echarle un cable con las preguntas que después le plantearían los fastidiosos periodistas.

Tras la ponencia oficial, donde Larry Page presentó el Google Pack (un paquete de software gratuito con productos como StarOffice, Picasa o el antivirus Norton), se colocaron dos micrófonos a izquierda y derecha del público en el salón de actos del Hotel Hilton. Los periodistas tenían que desplazarse hasta los micrófonos para poder dirigir sus preguntas a Page, y como el cofundador de Google no es muy dado a conceder entrevistas, pronto se formaron dos pequeñas colas a ambos lados. Tanto Page como Brin responden de mala gana a las preguntas de los medios, sobre todo cuando las plantean periodistas extranjeros, casi siempre más interesados por la privacidad y la protección de datos que sus colegas estadounidenses. Y así fue: se formularon preguntas que, desde el punto de vista de Page, no eran políticamente correctas para Google. Pero Page lo tenía todo preparado, porque en una de estas preguntas Williams tomó las riendas y, bromeando a costa de los periodistas que preguntaban y desplegando sus capacidades interpretativas, mímicas y cómicas, desvió el tema del auditorio por otros derroteros, muy alejados de la pregunta original.

La política informativa de Google

La política informativa de Google es muy particular. Sólo ofrece datos cuando le conviene a un googler o a sus portavoces de prensa. Las entrevistas se anulan con una mínima antelación (a veces unas horas antes), y si se plantean cuestiones críticas se emite la declaración correspondiente para reconducir la situación por la dirección deseada, o sea, la que favorece a Google. A este respecto, los analistas, autores y creadores de estudios están en clara desventaja. El analista estadounidense Stephen Arnold, por ejemplo, envió a su abogado cada capítulo de su estudio para prevenir posibles demandas.

Hay ciertos límites que Google nunca traspasa a la hora de ofrecer información. Sólo de vez en cuando, en entrevistas con googlers de alto rango, se llega a desvelar algún detalle interesante que se desconocía. Sin embargo, y afortunadamente, Google ha desarrollado algo con lo que se puede emprender cualquier investigación (siempre que se sepa cómo utilizarlo): el buscador Google.

En principio, si uno sabe dónde y qué preguntar, en la Red se pueden descubrir datos «secretos» de Google utilizando su propio buscador. En las fuentes de información de acceso público, como los blogs sobre Google (www.googlewatchblog.de), también se pueden obtener resultados muy interesantes, más de lo que a Google le gustaría. Muy pocos expertos creen que las cifras oficiales de la empresa son reales. Se sabe, por ejemplo, que cada conferencia que un googler ofrece en un congreso o simposio en cualquier lugar del mundo, cada entrevista concedida a una televisión o a una radio y cada conferencia de prensa están previamente controladas por los departamentos de comunicación y relaciones públicas de la empresa. Los responsables de prensa y comunicación de Google son lo más parecido a un perro guardián, y entre sus tareas también se incluye distraer y confundir a periodistas y analistas.

Cada cifra, estadística o gráfico que se hace público pasa por el cedazo de la corrección política de Google. No se revela ningún detalle que pueda provocar un movimiento de la competencia ni que revele alguna tendencia.

Google ha dejado de ser aquella empresa de garaje que fabricaba las carcasas de sus ordenadores con piezas de Lego (de ahí los colores azul, amarillo, rojo y verde del logo) para ahorrarse dinero. En apenas diez años, Google se ha convertido un consorcio mundial cuyo valor de marca es comparable al de Coca-Cola, Microsoft, General Electric o IBM, y ha superado a empresas como Apple, eBay, Amazon o Nokia.

Al mismo tiempo, Google ha pasado a ser una compañía cuyos servicios ya no se utilizan tan a la ligera. Google está cuestionada, tanto por el sistema de búsqueda que utiliza como por su pasión por la acumulación de datos de usuarios. Este consorcio mundial ha crecido y ahora es un poderoso gigante con una peligrosa hegemonía en los sectores de la información, la búsqueda y la publicidad. Google se ha convertido en una potencia mundial incontrolada.

¿No seas malo?

La palabra «google» es en realidad una mala escritura de «googol», que designa en matemáticas el gigantesco número 10 elevado a 100, pero también tiene un precedente en la literatura: en 1913 se publicó el libro The Google Book, escrito por un tal Vincent Cartwright Vickers. La historia que relata no tiene nada que ver con las búsquedas, sino con un horrible monstruo que aulla y se llama Google. ¿Casualidad? El buscador no es ningún monstruo, pero sí un peligroso pulpo acaparador de datos.

Google es un lobo con piel de cordero, o un Tyrannosaurus rex que se rodea de flamencos rosáceos. La comparación no es gratuita, porque en el recinto del Google Campus de Mountain View hay un esqueleto de T-Rex, que con sus ocho toneladas de peso y quince metros de longitud era uno de los dinosaurios carnívoros más grandes. El esqueleto está rodeado de flamencos de plástico. Un carnicero que se relaciona con unas aves dóciles y, según los ornitólogos, «muy sociables». En otras palabras: una fiera carnívora rodeada de amistosas aves de suave plumaje.

El analista estadounidense Stephen Arnold acuñó el término «Googzilla» para referirse a Google como un enorme y poderoso gigante provisto de fuertes garras. Arnold confía en que, con un poco de tiempo y esfuerzo, Google se convierta en un gran editor científico y técnico. Con un poco de empeño, podría llegar a ser el mayor editor, librero y archivero de datos de la Tierra. Una perspectiva terrorífica si imaginamos que toda la información y el conocimiento del mundo podrían estar gestionados por una sola empresa. Arnold me dijo que no estaba en contra de Google, pero la palabra que eligió para referirse a la empresa resulta un tanto extraña. «Googzilla» no despierta precisamente simpatía, sino que más bien recuerda al monstruo cinematográfico Godzilla. Puestos a inventar palabras, el término «frienemy» (mezcla de friend y enemy) encajaría perfectamente.

A juzgar por cómo se han desarrollado los hechos en los últimos años, se podría decir que Google quiere hacerse con el dominio mundial de la información, y ello implica el control total de Internet y de todo lo que la rodea, lo cual no es poco si tenemos en cuenta el auge de la VoIP (voice over IP) o de la televisión por protocolo de Internet (IPTV).

El lema de Google, «Don’t be evil» (no seas malo), no parece que refleje la política de la empresa. Con Yahoo!, por ejemplo, no sólo se ha enfrentado en el mercado, sino también en los juzgados, donde se demostró que Google había infringido las leyes de patentes. La empresa Overture, filial de Yahoo!, demandó a Google porque ésta había introducido en su programa AdWords (anuncios publicitarios en páginas web) unos conocimientos que Overture ya tenía patentados. Es decir, Google copió una técnica ajena. Overture había desarrollado un método llamado «Sponsored Links» que mostraba unos enlaces patrocinados cuya publicidad variaba en función de, entre otros factores, la búsqueda introducida por el usuario. La disputa se solucionó gracias a la intervención de los inversores de riesgo John Doerr (Kleiner Perkins) y Michael Moritz (Sequoia Capital), quienes en su día habían desembolsado los millones que Google necesitó para iniciar su camino al éxito. El pleito concluyó antes de la entrada en bolsa de Google. La empresa de Mountain View entregó a Yahoo! un paquete de 2,7 millones de acciones (con un valor actual de aproximadamente 1500 millones de dólares) y, además, desde entonces paga la correspondiente licencia de patente.

Google tampoco tuvo suerte con otra querella presentada por la empresa estadounidense Hyperphrase Technologies. La agencia de información Reuters publicó la mañana del 27 diciembre de 2007 la siguiente noticia: «Un tribunal de apelación estadounidense dictó sentencia el pasado miércoles a favor de la empresa Hyperphrase Technologies, que había demandado a Google por infracción de patente. La empresa acusaba a Google de haber infringido cuatro patentes en el desarrollo de las tecnologías Autolink y AdSense. Un juzgado de distrito del estado de Wisconsin había desestimado la demanda y dado la razón a Google en un proceso rápido. Sin embargo, el tribunal de apelación revocó parcialmente la sentencia y remitió el proceso una instancia inferior. A pesar del revés, las acciones de Google han subido».

A pesar de que Google tiene 2000 patentes, las disputas que éstas ocasionan son el pan de cada día entre sus directivos. A menudo se trata de intentos de pequeñas empresas de recoger alguna migaja del negocio de Google. Un caso todavía pendiente es el de la Northeast University de Massachusetts, que junto a la recién llegada Jarg acusan al consorcio de Mountain View de utilizar sin autorización una técnica de bases de datos patentada desde 1997. La patente en cuestión, inscrita con el número 5 694 593, contiene un método desarrollado por la Northeast Universitiy y Jarg que fracciona las consultas de bases de datos en varias partes y las distribuye a varios ordenadores para su procesamiento.

¿Existe una alternativa a Google?

A todos nos gusta el buscador Google porque es un servicio web fiable, fácil de utilizar y muy práctico. Se puede describir con pocas palabras: un pequeño rectángulo donde tecleas uno o varios términos y en fracciones de segundo tienes una completa lista de resultados.

Google es la página web más visitada. Según un estudio realizado en diciembre de 2007 por la empresa estadounidense de estudios de mercado comScore, el 72% de los internautas utilizan una página de la oferta de Google (incluyendo, por supuesto, la plataforma de vídeos YouTube). En el segundo puesto están los portales de Microsoft (540 millones de usuarios, un 66%), seguidos por Yahoo! (484 millones, 59%). Para muchos usuarios, Google es incluso su página de inicio cuando se conectan a la Red, y otros tantos ni siquiera se pueden imaginar la vida en Internet sin Google. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que esto es así. ¿Puede el lector imaginar un día en la Red sin preguntar nada a Google?

Su hegemonía es drástica, como refleja una encuesta encargada exclusivamente para este libro a Marketagent.com. Siguiendo las premisas demoscópicas de la top of mind awareness (o «primera mención espontánea»), se planteó la siguiente pregunta: «¿Qué buscadores conoce, al menos por su nombre? Cite espontáneamente todos los que le vengan a la memoria». El 81,8% de los encuestados nombraron a Google en primer lugar y sólo el 4,8 puso a Yahoo! a la cabeza. Lycos, con un 1,3%, ocupó el tercer puesto. ¿Dónde están AltaVista y MSN? El primero obtuvo la quinta plaza con un 0,6% y MSN se conformó con la sexta posición (0,2%), por delante todavía de AOL.

Estos resultados demuestran la enorme popularidad de Google. Los porcentajes de sus competidores sólo experimentaron alguna mejora en las preguntas de apoyo, donde el nombre del buscador aparecía en la formulación. Así y todo, Google seguía intratable en la primera plaza con un 92,9%, seguido por Yahoo! (78,5%), MSN (47,1%), AltaVista (44,6%) y Lycos (40,6%).

En la Red hay 1300 millones de internautas, y más de la mitad utiliza Google para buscar información y noticias. ¿Qué pasaría si Google dejara de existir o los servidores fallasen o se desconectasen durante un día? ¿Cundiría el pánico entre estudiantes, empresas, especuladores de bolsa, periodistas y particulares? Probablemente, lo primero que notaríamos es nuestra dependencia del invento de dos universitarios americanos que se han convertido en multimillonarios gracias a él. «Uno de cada siete usuarios no tiene “ni idea” de lo que haría o qué buscador utilizaría», explica Thomas Schwabl, director de Marketagent.com. «El 4,3% de los usuarios declaró en la encuesta que esperaría a que Google estuviese otra vez en línea». Yahoo! sería una alternativa para un 33,5% de los usuarios de Google, mientras que AltaVista lo sería para un 10, MSN para un 6,6 y Lycos para un 6,1% de los encuestados. Nueve de cada diez echarían de menos a Google, un 62,7% «mucho» y un 26,9% «normal».

De esta hegemonía se infiere otra pregunta importante: ¿Cuánto costaría reemplazar a Google? ¿La respuesta sería puramente económica? Es decir, ¿el precio sería tan alto que ninguna empresa, consorcio, estado o grupo de países se podría permitir el lujo de montar un servicio sustitutivo? ¿O quizás surgirían en poco tiempo otros servicios, dado que para cada utilidad de Google ya existe una o, incluso, varias alternativas?

La supremacía de Google en el mercado (a pesar de la existencia de adversarios como Yahoo! o MSN o, incluso, de una hipotética fusión de ambos) es peligrosa para la sociedad. Cualquier empresa con mucho poder se convierte en una amenaza, porque los monopolios no sólo crean dependencia, sino que abren las puertas a la manipulación, ya sea de datos, información u opinión.

Google no sólo domina el mercado de las búsquedas y la publicidad en la Red. También transforma la sociedad. Esta empresa influye en la obtención de información, afecta al aprendizaje, fomenta la cultura del «copia y pega» y actúa como el mayor registrador de datos que el mundo ha conocido. Google se ha convertido en un «gran hermano» cuya mirada pronto llegará hasta los lugares más recónditos de nuestra vida privada.

A La conquista de La Red

Pero hay más empresas que también quieren dirigir sus miradas a nuestra esfera personal y están totalmente dispuestas a plantar cara a Google. Se trata del sector de las TI dedicado a los portales y motores de búsqueda. Cuando Microsoft anunció el 1 de febrero de 2008 su intención de adquirir Yahoo!, estalló una guerra en la Red. «Una fusión de los fabulosos equipos de Microsoft y Yahoo! nos permitiría ofrecer a nuestros clientes un amplio abanico de soluciones y servicios», afirmó Ray Ozzie, sucesor de Bill Gates y director de arquitectura de software de Microsoft. Los planes de adquisición (se ofrecía por Yahoo! una cantidad equivalente a 30 000 millones de euros) fueron el primer ataque en toda regla de Microsoft a Google. Los rumores sobre el apetito que sentía Microsoft por Yahoo! venían lejos, pero ahora se concretaban por primera vez en cifras. Microsoft quería pagar una mitad en participaciones de su empresa y la otra en metálico (32 dólares por acción, es decir, un 62% por encima de la cotización de cierre). Poco después, la dirección de Yahoo! anunció que estudiaría la oferta, pero que se mantenía abierta a otras opciones.

El asalto de Microsoft también alteró los nervios del presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, quien tres días después lanzó su propio ataque y acusó a la empresa de Redmond de querer dominar Internet, lo que, a la luz de los datos presentados en este libro, suena más bien a sarcasmo. Según las informaciones publicadas por distintos servicios de noticias, independientes entre sí, Schmidt prometió telefónicamente a Jerry Yang, fundador de Yahoo!, su «más completo apoyo». De pronto, la empresa que había hurtado una patente a su competidor, ahora estaba de su lado y ambos buscadores se relacionaban en términos de cooperación cuando, hacía poco, antes de la entrada en bolsa de Google, se habían enfrentado encarnizadamente. Google quiere impedir a toda costa un «Microhoo», si bien algunas voces internas albergan dudas acerca del hipotético peligro que la fusión de ambos consorcios entrañaría para los de Mountain View, ya que sus filosofías de empresa son demasiado distintas: Microsoft es una compañía de funcionarios, mientras que Yahoo! representa la cultura empresarial del presente. Además, ninguno de los dos portales, ni siquiera unidos, podría alcanzar las cotas de éxito que registra Google.

Es de suponer que si Yahoo! y Microsoft llegasen a un acuerdo, Google presentaría, también por venganza, una demanda por violación de las normas antimonopolio ante la Comisión Federal del Comercio de Estados Unidos (FTC). Ambas empresas ya se habían unido para, como se detallará más adelante, interponer también un recurso antitrust contra Google al anunciarse la compra de DoubleClick. Pero como la alianza Google-DoubleClick fue autorizada en Estados Unidos, todo apunta a que la FTC también daría su beneplácito a la adquisición de Yahoo! por parte de Microsoft. En Europa, sin embargo, la alianza tendría que superar las trabas de la Comisión Europea, que desde hace ya algún tiempo se muestra crítica con las prácticas lucrativas de Microsoft en el sector de las TI. Muestra de ello son las multas que ya le ha impuesto y las dos nuevas causas presentadas contra la empresa en enero de 2008.

Un striptease de datos

Desde el momento en que nos conectamos, dejamos un rastro de datos susceptible de ser utilizado, en mayor o menor medida, por terceros. «Escriba entonces un libro sobre Facebook y no sobre Google», me dijo desafiante Esther Dyson, la famosa experta y asesora de empresas de TI, también conocida como la «primera dama de Internet», durante un desayuno en un hotel de San Francisco. Facebook es una plataforma donde estudiantes y universitarios de todo el mundo se conectan entre sí y crean sus propios perfiles. Cada día se registra un promedio de 200 000 usuarios nuevos en este portal, nacido en el año 2004 como una página web de estudiantes donde los usuarios ponen a la vista de todos su vida privada en forma de fotos y vídeos. Según Dyson, «en los sistemas de Facebook hay almacenados datos mucho más interesantes que los que tiene Google». Admito que, en un primer momento, la «primera dama» me hizo dudar. ¿No será Google tan mala como parece y será fiel su lema «Don’t be evil»? «La tecnología no es ni moral ni inmoral», afirma Stephen Arnold, «porque no es ni buena ni mala». De acuerdo, pero ¿puede decir lo mismo de las personas que están detrás de la tecnología y la venden?

Dos días después de aquel desayuno, conocí a un xoogler (así se llama a los antiguos empleados de la empresa) que me reforzó en mis planteamientos y me ayudó a disipar cualquier duda. Cuanto más profundicé en la materia, más claro tuve que en Google todo permanece oculto. A diferencia de Facebook, donde los usuarios introducen voluntariamente la información que ellos desean, Google recopila los datos que dejamos involuntariamente. Ésta es la gran diferencia y el origen del peligro. Lo queramos o no, somos objetos de coleccionismo. No hay que utilizar Google, de acuerdo, pero los números dicen que es el buscador más visitado.

El atractivo de las nuevas tecnologías induce a la gente a verter en una página web toda la información privada que puede, y ésta es una parte de la problemática que trae consigo la novedosa y participativa Web 2.0. En páginas como MySpace, YouTube, Facebook, Xing, StudiVZ o Flickr, los usuarios revelan voluntariamente detalles privados sin llegar a pensar en las consecuencias que este striptease informativo puede acarrear. Naturalmente, los servicios de la Web 2.0 que utilicemos o la elección de Google como buscador es algo que depende de cada uno.

Hay dos tipos de internautas. Unos son los que valoran su esfera privada y, por ello, deberían conocer lo que pasa con sus datos y qué información se recopila y utiliza. A los otros les da igual lo que se sepa de ellos, ya sea porque les da realmente lo mismo («no tengo nada que esconder») o porque piensan que en la era de Internet es imposible impedir que se descubran sus datos, puesto que es el precio que hay que pagar para acceder a la información y al saber.

Sin embargo, no es justo entonar el mea culpa cuando encontramos inesperadamente nuestros datos personales en la página inicial de Slashdot u otra parecida. Así lo expresó Danny O’Brian, coordinador internacional de la Electronic Frontier Foundation[1] en una entrevista para la ORF-ÖI en septiembre de 2007. «Incluso a personas versadas en la materia les sorprende que los pocos datos que han introducido aparezcan de repente relacionados entre sí en un contexto completamente distinto».

«Somos transparentes y decimos a todo el mundo lo que hacemos con sus datos y cuándo los anonimizamos», declaró Eric Schmidt en septiembre de 2007 al diario alemán Bild. «Nadie está obligado a revelar datos personales cuando realiza una búsqueda con Google en Internet». Habría que definir mejor qué se entiende por datos personales, porque incluso cuando no queremos se genera una cantidad información que muchos tildan frivolamente de ridicula, pero que otros tantos consideran como estrictamente privada. De esto trata este libro, de poner en claro qué información colecciona Google y qué datos se almacenan.

El truco de Google

El engaño Google también describe cómo una empresa, bajo el credo de la maximización de beneficios, pone en marcha unas acciones que sólo deberíamos aceptar con un análisis y reflexión previos.

El truco de Google es, por sí mismo, muy banal. Consiste en aplicar la máxima «dar y recibir» con un equilibrio que la propia empresa se encarga de administrar. Google ofrece gratuitamente la función de búsqueda, amén de otros programas, y a cambio recoge información sin pedirla realmente. Servicios gratuitos a cambio de tu esfera privada. Te dejan usar una multitud de herramientas sin pagar mientras estás revelando datos que ayudan a un consorcio a aumentar sus ingresos por publicidad y sus beneficios. Lo normal sería desconfiar, pero nadie lo hace de una empresa que regala tantas y tan prácticas herramientas y servicios y trata a sus empleados como a cualquiera le gustaría que le tratase su jefe. Aparte del truco «todo gratis», están sobre todo las patentes que Google registra continuamente para asegurarse el futuro en el mundo de las tecnologías de la información. Se patentan desde paneles publicitarios digitales hasta software de análisis procedente de la industria de la vigilancia. Además, Google no deja de comprar empresas de los sectores más dispares y acomete iniciativas en las que sus fundadores no habrían pensado lo más mínimo hace algún tiempo. Ni Page ni Brin se habrían imaginado nunca que se dedicarían a tender un cable submarino en el océano Pacífico (el proyecto Unity).

Google es, ante todo, una página web que se ha convertido en sinónimo de búsqueda en la Red. Por este motivo, en la 23.ª edición del diccionario de lengua alemana Duden publicada en 2004 se introdujo el verbo «googeln» («googlear»). La definición escogida para el neologismo fue «buscar en Internet», pero tras las objeciones hechas por los abogados de Google, que temían una pérdida de los derechos de la marca si «googeln» se convertía en un concepto genérico, la definición de la 24.ª edición se sustituyó por «buscar en internet con Google». Dos años después, los diccionarios de lengua inglesa Oxford English Dictionary y Merriam-Wehster Collegiate Dictionary también admitieron el vocablo «to google» en sus páginas. Hace tiempo que Google dejó de ser una empresa dedicada exclusivamente a los motores de búsqueda. La firma de Mountain View también vende software y, muy pronto, entrará en el mercado de las telecomunicaciones y los análisis de ADN. Google planifica nuestras vidas, como un Gran Hermano con un ojo digital que todo lo vigila.