Notas

[1] Libro III, cap. I. <<

[2] «El primero que podemos contar entre los reyes de España… es Gerión». Mariana, Lib. I. cap. VIII.—«Por cierta cosa se tiene haber Híspalo reinado en España después de los Geriones». Lib. I. cap. IX.—«Se puede recibir como cosa verdadera, que Sículo, hijo de Atlante, después que su padre partió de España… le sucedió en todos sus reinos». Cap. IX.—«Todo esto y los nombres destos reyes, tales quales ellos se sean, ni se debían pasar en silencio… ni tampoco era justo aprobar lo que siempre hemos puesto en cuento de hablillas y consejas». Cap. XI. <<

[3] El pasaje de Josefo dice solamente: Thobelus Thobelis sedem dedit qui nostra ætate Iberi vocantur. Antiq. Judaic. Lib. I. cap. VI.

En primer lugar el historiador judío escribió más de dos mil años después del suceso, en segundo lugar no expresa el fundamento de su aserción; en tercer lugar no asegura que Thobel o Túbal viniera a España, sino que señaló su asiento a los thobelinos o íberos; en cuarto lugar es de suponer que se refería a los íberos asiáticos, situados al pie del Cáucaso, no a los íberos españoles. Creemos pues que está muy lejos de ser fundamento bastante para sentar como cierta la venida de Tubal a España.

Respecto a Tharsis, he aquí lo que dicen solamente los vers. 4 y 5 del cap. X del Génesis: Filii autem Javan; Elisa et Tharsis, Cetthim et Dodanim. Ab his divisœ sunt insulæ gentium in regionibus suis, unusquisque secundum linguam suam et familias suas in nationibus suis.

No hay duda que podrían algunos descendientes de Jafet, de Túbal o de Tharsis venir a poblar algunos puntos de nuestra península, pero ni prueban los textos que vinieran ellos mismos, ni pueden hacerse sobre ello sino conjeturas más o menos probables. <<

[4] Llámase aborígenes a los primeros moradores de un país, o sea indígenas, para distinguirlos de los alienígenas, o que han inmigrado después. <<

[5] Cortés, Diccionario Geográfico-histórico de la España antigua. Tom. II., pág. 49.—García Blanco, Gramática hebrea, t. III, pág. 79 y sig. <<

[6] Sin perjuicio de explicar en el texto, según que de ello se va ofreciendo ocasión, la correspondencia de los nombres antiguos de las comarcas y poblaciones con los modernos y actuales, damos por apéndice al final de este primer volumen una tabla o catálogo alfabético de los más importantes y que tenemos por más averiguados, con expresión de la provincia actual a que pertenece cada región o pueblo de los que allí se nombran. Los que acaso no expliquemos en el discurso de la obra, los podrá fácilmente encontrar allí el lector, a no ser que, o sean poblaciones que hayan dejado de existir, o se ignore todavía o sea muy dudosa su correspondencia. <<

[7] Estrabón, Lib. III. cap. IV. <<

[8] Latiali sermone dictu facilia. Plin. <<

[9] ¿Rides nomina? rideas licebit. Epigr. lib. IV. épist.55. <<

[10]

Cum pigra incanuit ætas

inbelles jamdudum annos prœvertere saxo:

nec vitam sine Marte pati…

Sil. Ital. I. III. <<

[11] Neque adhuc hominum memoría repertur esse quisquam, qui eo interfecto cujus se amicitiæ devovisset, mori recusaret. Cæsar, libro III. capítulo 22. <<

[12] Et letum equino sanguine Concanum. Horat. lib. III. od. IV. <<

[13]

Quod quisque minxit, hoc sibi solet mane

dentem et russam deficare gingivam. <<

[14]

… Astur avarus

visceribus laceræ telluris, etc. Sil. Ital. I. 1. v. 231.

… Astur scrutator pallidus aurí. Lucan. t. IV. v. 298. <<

[15] Delectum aurum, velut Dei munus, colligere permittitur. Just. lib. XLIV. <<

[16] Tom. I. p. 212. <<

[17] Por cincuenta años el trigo, y por ciento el mijo, según Varrón, de quien lo tomó Plinio, lib. XVIII, c. 30. <<

[18] Diod. Sic. lib. V. <<

[19] Cibum puer a matre non accipit nisi quem, ipsa monstrante, porcussit. Flor.lib.III., cap.8. <<

[20] Diodor. lib. V. cap. 18. <<

[21] Estrab. Lib. III., c. 4. <<

[22] Lib XIII, v. 471. <<

[23] Prodiga gens animœ et properare facillima mortem. Tit. Liv. 1. XVIII. <<

[24] Son más sabidos los nombres antiguos de España que conocido y cierto el origen y segura la etimología de cada uno. El de Iberia, aún concedido que aparezca dado por primera vez en el Periplo de Scilax de Caryanda, como 500 años antes de Jesucristo, y bien sea derivado del río Iber o Iberus, bien como pretende Astarloa, de las palabras vascas ibaya eroa, río espumoso, parece el de más natural aplicación al país en que habitaban los íberos. El de Spania, dado, según la opinión común, por los fenicios, creemos que se derivara de la palabra span, que significa escondido, por estar esta comarca como escondida y oculta para ellos a una extremidad del mundo. Parécenos la significación de conejo, a que se presta también la palabra span, fundamento demasiado pueril para poner nombre a toda una región, por más conejos que en ella se encontraran, y por más que las medallas de Adriano representen una mujer sentada, con un conejo a sus pies, que dicen ser emblema de la España. De Spania hicieron los latinos Hispania, y los españoles España. Llamáronla también los griegos Hesperia, país de Occidente, por la situación geográfica que ocupa con relación a la Grecia. El nombre fenicio es el que ha prevalecido con poca alteración. El de Iberia se usa todavía en estilo poético. Volúmenes enteros se han escrito sobre estos nombres, sin que tan largas disertaciones hayan producido sino conjeturas, pudiéndose reducir las más probables a las que en estas breves lineas hemos expuesto. <<

[25] Pueden verse las sabias investigaciones de Heeren sobre la historia y carácter de las colonizaciones fenicias en su obra: Ideen über die Politik, etc. <<

[26] La inscripción fenicia que Procopio, historiador de la guerra de los vándalos, encontró en Tánger, parece no dejar duda acerca del arribo de los fenicios a aquella parte de la costa de África en la época a que nos referimos. «Aquí (decía) llegamos nosotros huyendo del ladrón Josué, hijo de Nave». Procop. lib. II. cap. X. <<

[27] Lugar ceñido o cercado. <<

[28] Acaso se han confundido muchas veces en la historia estas columnas con las otras columnas de Hércules, nombre que se dio a los dos montes Calpe y Abila, que constituyen los dos puntos extremos de África y Europa, y que entonces se creían los postreros términos de la tierra habitable. Puede ser muy bien que estos dos cabos o promontorios, por entre los cuales se comunican hoy los dos mares y forman el estrecho, estuviesen antes unidos por una lengua de tierra que contenía sus olas y les servia de dique, cuya separación pusieron los poetas entre las grandes hazañas y trabajos de Hércules, y los naturalistas suponen haber sido causada por alguna sacudida o revolución física del globo. Dejemos a la poesía y a la geología disputarse cómo se hizo la conjunción de los dos mares. Mucho menos nos engolfaremos en las interminables cuestiones acerca de los Hércules que vinieron o pudieron venir a España, y de los hechos más o menos maravillosos que se atribuyeron a cada uno; si fue el nombre particular de una divinidad fenicia, o fue un nombre simbólico de la fuerza y de la inteligencia con que se designaba a los héroes que se señalaban por estas virtudes y por sus altos hechos y prodigiosas hazañas; si hubo solo un Hércules bajo distintos nombres, o hubo los tres que cuenta Diodoro, o se elevó su cifra a los cuarenta y tres que distingue Varrón, o pasó mucho más allá de este guarismo. Sabemos solo de cierto que el culto de Hércules fue trasmitido por los fenicios a los griegos, y de estos pasó a los romanos, los cuales confundieron todos los Hércules bajo un mismo nombre y tipo; y que la España se halló de muy antiguo mezclada en todas las fábulas de la mitología fenicia, griega y romana, que acabaron de confundir y embrollar la ya escasa y harto oscura historia de aquellos apartados tiempos.

Aún lo relativo a las expediciones y primeros establecimientos de los fenicios en España anda envuelto en mil diferentes y a las veces contradictorias versiones, de las cuales hemos adoptado la que nos parece más verosímil, y aún más justificada. <<

[29] Estrabón, lib. III. Diod. Sic. lib. V. y VII. Pomp. Mel. De Situ Orbis. Ruf. Avien. Oræ Ma ritima, y muchos otros. <<

[30] Evidentemente incurrió en grave error el P. Mariana al hacer la venida de los griegos a España anterior a la de los fenicios. Cap. desde el XII al XV. del lib. I. <<

[31] Lib. XLIV. capitulo 5. Invidentibus novæ urbis finitimís Hispaniæ populis. <<

[32] Es lo único que con alguna certeza hemos podido sacar de las oscuras y confusas noticias que nos suministran las historias acerca de esta tentativa de los españoles para expulsar a sus primeros huéspedes. Sobre la época en que esto acaeciese reina también no poca oscuridad. Justino indica haber sucedido en el reinado del hijo de Argantonio que antes hemos citado; y la primera venida de los cartagineses a España puede fijarse con probabilidad hacia el siglo sexto antes de nuestra era. <<

[33] Vitrub. 1. N., c. 19. <<

[34] Herodot. lib. I. Estrabón, I. III., Diod. Sic. I. V. <<

[35] La letra del tratado traducida del latín bárbaro, decía así: «Entre los romanos y sus aliados y entre los cartagineses y los suyos habrá alianza bajo las siguientes condiciones: que los romanos ni sus aliados del Latium no navegarán más allá del gran Promontorio, a no ser que a ello se vean obligados por sus enemigos o arrojados por las tempestades: que en este último caso no les será permitido comprar ni tomar nada, sino lo precisamente necesario para avituallar sus naves o para el culto de los dioses, y que no podrán permanecer más de cinco días: que los que vayan a comerciar no podrán concluir negociación alguna sino en presencia de un pregonero y un notario: que todo cuanto se venda delante de estos testigos se considerará bajo la seguridad de la fe pública, ya se verifique en el mercado de África, ya en el de Cerdeña: que si algunos romanos arriban a la parte de la Sicilia que se halla sometida a Cartago, gozarán de los mismos derechos que los cartagineses: que estos por su parte no inquietarán de modo alguno a los anciotas, los ardeanos, los laurentinos, los circeyanos, los terracinenses ni otro alguno de los pueblos latinos que obedezcan a los romanos: que si hay algunos que no estén bajo la dominación romana, los cartagineses no combatirán sus ciudades: que si toman alguna, la entregarán a los romanos sin restricción: que no construirán fortalezas en el país de los latinos, y que si entran armados en una plaza, no pasarán en ella la noche». Polib. lib. III. <<

[36] Diod. Sicul. lib II. <<

[37] Polib. Lib I. <<

[38] Cum in Italiam bellum inferre meditaretur. Cornel. Nep. <<

[39] El historiador Romey supone que fuese Illici, hoy Elche, equivocando a Illici con Hélice. <<

[40] No con los vettones, como sienta Cornelio Nepote, que escribió beteones y betones por beliones.

Un historiador extranjero se admira de que los españoles condenen por desleal la fingida alianza y la conducta de Orissón con unas gentes para quienes, todos los medios de conquista eran buenos. Los españoles reprobamos siempre las traiciones, de donde quiera que vengan, sin que desconozcamos que no era muy digno de ser tratado con lealtad el que tan alevosamente se había apoderado en África de los jefes de los mercenarios y tan cruelmente los sacrificó. <<

[41] Tito Livio nos dejó el retrato moral de Aníbal en el lib. XXI. c. 4, de donde lo hemos tomado. <<

[42] No los turdetanos, como escribió por equivocación Tito Livio, a quien siguió en el mismo error Mariana. Los turdetanos estaban demasiado distantes para haber entre ellos y los saguntinos cuestiones sobre lindes de territorio. <<

[43] Tit. Liv. Lib XXI., c. 3 <<

[44] Polibio, Appiano, Livio, Plutarco, Floro y otros. <<

[45] Fidei erga romanos magnum quidem sed triste monumentum. Flor. Epit., lib. II. <<

[46] Polib. lib. III. <<

[47] Polib. ibid. <<

[48] Era Terencio Varrón hijo de un carnicero. <<

[49] Tit. Liv. lib. XXII. <<

[50] Livio escribe cartesios por tartesios, lo que ha dado lugar a versiones y conjeturas que no nos parecen necesarias. <<

[51] Tunc vero omnes prope Hispaniæ populi ad romanos defecerunt. Tit. Liv. lib. XXIII <<

[52] Más de tres mil infantes, dice Livio, y poco menos de mil caballos. Ibid. cap. 34. <<

[53] Créese que eran los de Sangüesa. <<

[54] A cuatro millas de Tarragona se ve todavía un monumento ilustre que se dice ser el sepulcro de los Escipiones. La batalla de cierto no fue en aquel sitio: pero pudo ser muy bien y es harto verosímil que los romanos trasladaran allí sus cenizas, como asiento que era Tarragona de su gobierno. <<

[55] Debió tener lugar este suceso cerca de Tortosa. En el campo cartaginés se encontró un escudo de plata de ciento treinta y ocho libras de peso con la imagen de Asdrúbal Barca o Barcino. Este monumento de las glorias de Marcio fue llevado a Roma y se colgó en el Capitolio. Llamóse Escudo Marcio. Tit. Liv. lib. XXXV. Valer. Max. lib I. <<

[56] Mariana los nombró ausetanos, indudablemente con error. <<

[57] Ætate et forma florentes. <<

[58] Liv., cap. 37. <<

[59] Esta identidad de nombres, tantos Hannón, tantos Magón, y tantos Asdrúbal, como asimismo la pluralidad de Escipiones, pueden fácilmente producir confusión no poniendo cuidado en distinguirlos, y dan a estas guerras cierta monotonía que el historiador no puede remediar. <<

[60] «Acordó, dice el gravísimo Mariana, de moverse al movimiento de la fortuna y bailar al son que ella le hacia». Lib. II. c. 22. <<

[61] App. de Bell. Hisp. —Tit. Liv., lib. XXVIII. <<

[62] En estas fiestas se vio por primera vez en España (o por lo menos es el primer caso que hallamos consignado en la historia) dirimirse una cuestión de derecho por medio del duelo o combate personal. Dos ricos españoles, Corbis y Orsúa, o hermanos o primos, se disputaban el derecho al señorío de la ciudad de Iba, cuya situación hoy se ignora. Acordaron los dos contendientes terminar su querella por la vía de las armas en singular combate. Quiso el mismo Escipión intervenir en el negocio y reconciliarlos. Aceptó su mediación Corbis; no así Orsúa, que se obstinó en llevar adelante el duelo: cara le salió su obstinación, pues aceptado por Corbis v batidos los dos campeones pereció Orsúa en la demanda, quedando su victorioso rival dueño y señor de Iba. Antiguo ejemplo de los famosos juicios de Dios, tan comunes después en la edad media. Livio, lib. XXVIII. <<

[63] Liv., lib. XXVIII. caps. 18 y 19. <<

[64] En 213. Entonces fue cuando el grande Arquímedes, absorto en sus meditaciones geométricas, sin apercibirse del tumulto de la soldadesca romana que incendiaba y saqueaba la ciudad tomada por asalto, fue muerto por un soldado. El cónsul Marcelo, que había dado orden expresa para que se respetara su casa, sintió vivamente su muerte, y queriendo repararla en lo posible, colmó a sus parientes de beneficios, y mandó erigirle una tumba en que se esculpió una esfera inscrita en un cilindro. <<

[65] Véase el final del cap. IV. <<

[66] Tito Livio, el más interesado en acrecentar las glorias de las armas romanas, encarece y tributa mil elogios al valor de los españoles en esta como en otras batallas. <<

[67] Horacio en una de sus más bellas odas expresó la aflicción de Aníbal con estas sentidas palabras:

Cartagini jam non ego nuutios

mittam superbos: ¡occidit, occidit

spes omnis et fortuna nostri

nominis, Asdrubale interempto!

«Ya no enviaré soberbios nuncios a Cartago: ¡se acabó, se acabó, muerto Asdrúbal, toda la esperanza, toda la fortuna de nuestro nombre!». <<

[68] Creemos que el lector no llevará a enojo que le informemos brevemente de la ulterior suerte que cupo a estos dos grandes hombres, Escipión y Aníbal, que ya no volverán a figurar más en los asuntos de España. Su historia encierra grandes lecciones para la humanidad.

Hemos indicado en el texto que Escipión tenía en el senado muchos envidiosos de sus glorias: achaque de todos los grandes hombres. Estas envidias fueron dando su fruto. Después de los triunfos de España y África que acabamos de referir; después de haber contribuido a mantener a Filipo, rey de Macedonia, y a Prusias, rey de Bitinia, en la alianza de Roma; después de haberle sido debida la victoria que su hermano Lucio ganó en Magnesia contra Antíoco, rey de Siria; después de hecha con este rey una paz que aprobó el senado, a su regreso a Roma le esperaban ya acusaciones en lugar de honores. El austero, el duro Catón, su principal enemigo, le hizo llamar a la barra del pueblo, Compareció Escipión y dijo: «Romanos, hoy mismo hace años que gané en África una brillante victoria contra el enemigo más terrible de la república. Hoy soy llamado a responder a los cargos de un proceso. Desde aquí voy al Capitolio a dar las gracias a Júpiter de que me haya proporcionado tantas ocasiones de servir gloriosamente a mi patria. Seguidme, romanos, y acompañadme a pedir a los dioses que os den jefes que se me parezcan. Bien puedo usar este lenguaje, porque si es cierto que vuestras distinciones se han anticipado a mis años, también lo es que mis servicios han ido delante de mis recompensas». El pueblo se levantó y le siguió entusiasmado: los tribunos acusadores se quedaron solos.

En otra ocasión calumniaba el mismo Catón su conducta con el rey Antíoco, y en pleno senado le pedia cuentas de los gastos de las negociaciones. «Las cuentas, exclamó Escipión enseñando sus libros, aquí están: están corrientes y claras: pero no me haréis la injuria, ni os la haréis a vos mismo de exigírmelas». El senado pasó a otro asunto.

Ni aún su valor estuvo exento de las insinuaciones pérfidas de sus enemigos. Decíanle que no sabía ser soldado. «Cierto, respondía Escipión, pero he sabido siempre ser capitán».

Parece que para ponerse a salvo de los tiros de la envidia, hubo de retirarse a una modesta alquería, donde pasó el resto de su vida dedicado a los cuidados de la agricultura como otro Cincinnato, y a los estudios de la literatura griega a que había tenido afición desde su más tierna edad. Grande debió ser la ingratitud de Roma cuando en un momento de despecho le obligó a exclamar: «Ingrata patria, no poseerás ni aún mis huesos! ingrata patria, ne ossa quidem mea habebis». Era un castigo para Roma privarla de las cenizas de un grande hombre. Murió Escipión en el mismo año que Aníbal, el 572 de Roma.

No le estuvo reservada a Aníbal mejor suerte. Al principio siguió dominando en Cartago, llegó a la suprema magistratura, e introdujo algunos cambios en el gobierno de la ya pequeña y desarmada república. Pero no permitiéndole su genio dejar de suscitar enemigos a Roma, se concertó para ello con el rey Antíoco de Siria. Noticioso el senado romano, se quejó al cartaginés, y temiendo Aníbal ser entregado por sus propios compatricios, huyó secretamente a Siria, donde tomó una parte activa en la guerra de aquel rey con los romanos. Encontráronse Escipión y Aníbal en la corte de aquel príncipe. En una de sus entrevistas le preguntó Escipión: «¿Quién os parece el mayor de los generales que ha habido en el mundo? —Alejandro, respondió Aníbal. —¿Y después de Alejandro? —Pirro, rey de Epiro. —¿Y el tercero? —El tercero yo, respondió Aníbal con arrogancia. —¿Y qué diríais si me hubiérais vencido? —Entonces, contestó Aníbal, me contaría yo el primero de todos».

Como una de las condiciones de la paz con Antíoco fuese la entrega de Aníbal como promovedor de la guerra, tuvo que fugarse igualmente de Siria, y buscar un asilo en Bitinia, a cuyo rey prestó también importantes servicios contra los aliados de Roma. Hasta allí le persiguió el odio de los romanos, y temiendo por la seguridad de su persona intentó escaparse: pero el rey Prusias le tenía bien custodiado, y entonces aquel grande hombre, desesperando de poder librarse del hado cruel que le perseguía, tomó un tósigo que llevaba siempre consigo, y murió a la edad de sesenta años.

Tal fue el fin de aquellos dos ilustres rivales, de quienes dependieron los destinos de sus respectivas repúblicas, y que tanta influencia ejercieron en el de todo el antiguo mundo. <<

[69] Lib. III. <<

[70] Tit. Liv., Lib. XXVIII., c. 16. <<

[71] Al decir de Heeren era un gobierno semejante al de las ciudades hanseáticas. <<

[72] Silio Itálico asegura que existían en su tiempo en España muchas costumbres de origen fenicio, y se detiene a notar varias de ellas. <<

[73] En griego jueces: especie de reyes, que ejercían atribuciones semejantes a las de los dos cónsules de Roma. <<

[74] Aristot. Política. <<

[75] Heeren, sobro el comercio y la política de los cartagineses. <<

[76] El sabio español conde de Campomanes, habiendo proyectado escribir la historia de la marina española, compuso, como para que le sirviese de introducción, una obra titulada: Antigüedad marítima de la república de Cartago, con el Periplo de su general Hannón traducido del griego. Precédela un Prólogo y Discurso literario sobre dicho Periplo. A esta obra debió el ilustre Campomanes el honor de ser admitido académico en la clase de extranjeros en la real Academia de Inscripciones y Buenas letras de París. <<

[77] Tit. Liv., lib. XXIX, c. 2. <<

[78] Véase el cap. I. del lib. I. <<

[79] Ciudad de los bastetanos. Era célebre por sus minas, y se acuñaba en ella moneda. <<

[80] Monumentum suorum operum Gracchurim oppidum in Hispania constituit, dice Tit. Liv. <<

[81] Tit. Liv. lib. XLIII., c. 2 <<

[82] Liv. ibid. c. 3. <<

[83] Cuéntase que habiendo soltado Fulvio los elefantes, se precipitaron bruscamente sobre las filas de los españoles. A la vista de aquellas enormes masas vivientes, espantáronse los celtíberos y diéronse a huir. Repusieronse luego, y habiendo un soldado acertado a herir con una piedra a uno de aquellos animales guerreros, revolvió furioso contra los romanos, siguieron los demás su ejemplo, y convertidos los elefantes de Masinisa de auxiliares en enemigos, desordenaron, atropellaron e hicieron correr las legiones romanas. <<

[84] Appian. De Bell. Hisp. <<

[85] Era hijo de Paulo Emilio y nieto adoptivo del grande Escipión. Estábale reservada la gloria de tomar y destruir a Cartago, por lo que recibió también como su abuelo el sobrenombre de Africano. ¡Destino singular de aquella ciudad famosa! Un Escipión la venció, y otro Escipión la borró de sobre la haz de la tierra, dejando solo un titulo de gloria a los dos Escipiones. Aurel. Vict. in Cat. <<

[86] Appian. ibid. <<

[87] Otro caso de combate personal se cuenta haber acaecido durante el asedio de Intercacia. Refiérese que un español principal, que se señalaba por su alta talla y corpulencia, se presentaba muchas veces delante del campo enemigo, provocando a duelo a los caballeros romanos. Nadie, dicen, aceptaba el reto. Decidióse entonces Escipión Emiliano a admitir el combate, y como fuese Escipión de corta estatura y hubiese vencido al español corpulento, dejó, añaden, grandemente maravillados a romanos y españoles. <<

[88] App. De Bell. Hisp. <<

[89] Caton… acusator assiduus malorum, Galbam octogenarius accusavit. <<

[90] Appian. De Bell. Hisp., p. 490 <<

[91] Appian. De Bell. Hisp., p. 490 <<

[92] Mariana le nombra el monte de Venus. <<

[93] Vamos a referir sucintamente la ruina y destrucción de Cartago, de esta célebre ciudad competidora de Roma, a los 732 años de su existencia.

Por un motivo más extraño que justo declaró Roma a Cartago una tercera guerra, que se llamó tercera guerra púnica, y que dio principio en el mismo año que la de Viriato en España (450). Aunque por expresa condición de un tratado solemne la ciudad había de ser tratada con todo miramiento, los cónsules romanos, con insigne mala fe, resolvieron la destrucción de la ciudad, alegando que Civitas no significaba las habitaciones, sino los habitantes. Indignados los cartagineses de tan pérfida superchería, adoptaron la resolución, desarmados como estaban, de no abandonar su patria y sus hogares. Todo se convirtió de repente en fábricas y talleres de armas. Elaborábanse cada día cien escudos, trescientas espadas, quinientas lanzas y mil dardos. Hasta las mujeres cortaban sus cabelleras para hacer de ellas cuerdas. Tres años se defendió todavía con el valor de la desesperación la ciudad de los Hannón, de los Asdrúbal y de los Aníbal. Otro Asdrúbal, el séptimo de este nombre, sostenía el sitio, pero la victoria, dice oportunamente un erudito historiador, parecía estar fatalmente ligada al nombre de Escipión en todas las guerras púnicas. Escipión Emiliano, el mismo que había venido a España a pelear contra Viriato, fue enviado a destruir la ciudad africana en el mismo año que su hermano Fabio Emiliano vino a nuestra Península contra el héroe de la Lusitania (446). Escipión tomó por asalto a Cartago, no sin defenderse sus moradores por espacio de seis días y seis noches de calle en calle y de casa en casa. Asdrúbal se echó a los pies del vencedor: su mujer con más heroicidad, por no caer prisionera del romano ni implorar su clemencia, se arrojó a las llamas con sus hijos. Diez y siete días estuvo ardiendo aquella inmensa ciudad, y las moradas de setecientos mil habitantes se convirtieron en cenizas y escombros. Escipión hizo pasar el arado en derredor de las antiguas murallas, pronunciando imprecaciones en nombre del senado y del pueblo romano contra los que quisieran habitar en el recinto en que había estado Cartago. Como su abuelo adoptivo, recibió este también el sobrenombre de Africano, aquel por haberla vencido, este por haberla arruinado.

Dícese que Escipión derramó alguna lágrima sobre la ciudad destruida; y que a vista del estrago exclamó conmovido. «Llegara un día en que caerán los sagrados muros de Ilion, de Príamo y de toda su raza». Y que preguntado por Polibio qué entendía por Ilion y por la raza de Príamo, respondió, sin nombrar a Roma, que meditaba cómo los estados más florecientes declinan y mueren según agrada al destino.

A pesar de las imprecaciones de Escipión, quince años después fue enviado Cayo Graco a establecer una colonia en el sitio en que había estado Cartago. En tiempo de Augusto fue reedificada la ciudad, y en el de Gordiano era otra vez tan populosa que competía con Alejandría; era la capital de la provincia de África. Allí escribió Tertuliano sus bellas apologías. Destruyéronla los sarracenos por última vez en el siglo VII de Cristo. Mario había ido a meditar su venganza sobre sus primeras ruinas, y San Luis fue a morir en sus nuevos escombros, reflexionando sobre el fin de las grandezas humanas. (Hist. de Cartago). <<

[94] Cap. 4 del lib. I. de esta Historia. <<

[ilus] Para la mejor inteligencia de la parte numismática, debemos advertir que las iniciales que van al pie del grabado de cada moneda. indican el metal de que estaban hechas: así, AV representará las monedas de oro, AR las de plata, Æ las de cobre y V las de vellón o plata baja. <<

[95] Refieren este caso Valerio Máximo, Aurelio Víctor y Patérculo. Atribuyóse también al cónsul Metelo un dicho que adquirió gran celebridad. Como para ocultar a los enemigos sus pensamientos, traía y llevaba las tropas de un lado a otro como sin plan ni concierto, se atrevió a preguntarle un centurión qué era lo que con aquellos movimientos se proponía: «Quemaría yo mi camisa, respondió el cónsul, si supiese que en mis secretos tenía parte». <<

[96] No hemos podido averiguar la situación de esta ciudad antigua, como acontece con otras muchas. Debemos advertir aquí que muchas de las poblaciones de aquel tiempo que se mencionan en las historias latinas, no podían ser ciudades en el sentido y significación que hoy tiene esta palabra. Reducíanse por lo común muchas de ellas a una aglomeración de casas y chozas en que se albergaban aquellos moradores rústicos y sencillos que hemos descrito en nuestro libro primero. <<

[97] Pacem a populo romano maluit integer petere quam victus: dice Aurelio Víctor. <<

[98] El historiador inglés Dunhan, compara a Viriato al famoso irlandés Wallace: pero ni este guerrero célebre del siglo XIII era de humilde prosapia como Viriato, ni le igualó en hazañas ni en virtudes. En España nos seria fácil encontrar copias más exactas de este personaje. <<

[99] La Termancia de Apiano. <<

[100] Muchos afirman haberla tomado en esta segunda acometida, pero no consta así de la relación de Apiano. <<

[101] Frontin. Estratag.III. <<

[102] Cap. I. de este libro. <<

[103] App. de Bell. Hisp., p. 514. Saint-Real, Hist. de este tratado. Tit. Liv. Epitom. Patterc, lib. II. Saint-Real, Hist. de este tratado<<

[104] Flor., lib. II, Aurel. Vict., c. 58 <<

[105] App., pág. 524. <<

[106] Nullius belli causa injustior: son las expresiones de Floro. <<

[107] Todavía en el término de Garray, en que estuvo esta ciudad de gloriosa y eterna memoria, se encuentran diariamente ídolos, medallas, bustos, huesos humanos, instrumentos bélicos, monedas de oro, plata y cobre. En 1825 un jornalero, sacando piedra, halló un magnífico collar de plata de peso de 18 onzas, del cual se fabricó el copón que hoy sirvo en la parroquia para las santas formas. Y en 1844 se encontró todavía un idolillo de metal de un palmo de alto. Algún monumento debía estar recordando siempre a la posteridad en aquel sitio el heroísmo de nuestros mayores. <<

[108] En el primer encuentro que tuvo con los celtíberos murió mucha gente de una y otra parte, pero la victoria había quedado indecisa. Llegó la noche, y Didio hizo retirar silenciosamente del campo los cadáveres romanos. Cuando al amanecer del día siguiente observaron los celtíberos que casi todos los muertos que yacían en el campo de batalla eran españoles, creyéronse vencidos y se le rindieron. Hasta aquí solo hay un ardid de guerra. App. de Bell, Hisp. <<

[109] Id. p. 535.—Tit. Liv. Epist.—Eutrop. lib. IV. <<

[110] Plut. Vit. Sertor. <<

[111] Existen monedas del tiempo de Sertorio, en cuyo reverso se ve la figura de una cierva. <<

[112] «Ordenó, dice Mariana, un senado de los españoles principales». Lib. III, cap. 12. En casi todos los escritores hemos hallado que aquel senado se compuso de romanos exclusivamente, y aún añaden que esto fue causa de que los españoles empezaran a disgustarse de Sertorio. Todo induce a creer que si algún español pudo ser admitido en aquella asamblea, la gran mayoría por lo menos debió ser de romanos, así por su mayor ilustración, como por ser sabido que Sertorio en el fondo de su corazón se conservó siempre romano, y que su defecto para España fue no haber querido renunciar nunca a ser ciudadano del Tíber. <<

[113] Fragmento de Tito Livio, publicado por Giovenazzi y Brunks, y citado por Romey. <<

[114] Sallust. Hist. lib. III. <<

[115] Pensamiento que expresó el gran Corneille en una de sus tragedias con aquel célebre verso que puso en boca de Sertorio:

Romme n’est plus dans Romme, elle est toute où je suis.

Roma no está ya en Roma, está donde estoy yo. <<

[116] Citase, aunque dudan todavía algunos de su autenticidad, el siguiente epitafio que aquellos heroicos españoles dejaron escrito.

HIC MULTÆ QUÆ SE MANIBUS

Q. SERTORII TURMÆ, ET TERRÆ

MORALIUM OMNIUM PARENTI

DEVOVERE, DUM, EO SUBLATO,

SUPERESSE TÆDERET, ET FORTITER

PUGNANDO INVICEM CECIDERE,

MORTE AD PRÆSEMS OPTATA JACENT,

VALETE, POSTERI.

«En este sitio numerosas cohortes se sacrificaron a los manes de Q. Sertorio, y a la Tierra, madre de todos los hombres. Privados de su jefe, la vida se les hacía una carga pesada, y combatiendo unos con otros supieron darse la muerte, objeto de sus votos. Reciba la posteridad nuestro último adiós». <<

[117] Val. Max. lib. VII. Cap. 6. <<

[118] Sueton., in Vit. Cæsar. <<

[119] Había estado ocho meses oculto en una gruta, entre Ronda y Gibraltar, perteneciente al rico español Vivio Pacieco, el cual le prodigó allí toda clase de auxilios con la mayor solicitud y esmero. Cuando la suerte se volvió del lado de su partido, salió de la gruta, y con algunas tropas de su bando devastó el mismo país que le había servido de asilo. Málaga, que había estado un poco remisa en satisfacer un pedido suyo, fue inexorablemente saqueada. Por estos medios se hizo Craso el más opulento de los romanos. Así no es extraño que pudiera dar un día a todo el pueblo romano aquel célebre banquete en que hizo distribuir a cada convidado todo el trigo que podría comer en tres meses. Cuando murió en la guerra contra los partos, un ciudadano romano hizo echar oro derretido en su boca para insultar su avaricia. <<

[120] Este paso del Rubicón adquirió tanta celebridad, porque había un decreto que declaraba enemigo de la patria al general que pasara con tropas armadas este pequeño riachuelo. <<

[121] Cæsar, De Bell. Gall. lib. III. <<

[122] «Los soldados de Afranio (que eran españoles en su mayoría), escribió después César, tenían una táctica singular: lanzábanse con impetuosidad sobro el enemigo, apoderábanse atrevidamente de una posición, y sin guardar filas combatían en pelotones. Si se veían obligados a ceder a fuerzas superiores, retirábanse sin bochorno, no creyendo que hubiese honor en resistir temerariamente. Los lusitanos y demás bárbaros los habían acostumbrado a este género de combate». De Bell. Civ. lib. I. <<

[123] Flor. lib. IV.—Dion. Cass. XL1.—Plut. in Vitt. Casar.—Oros. lib. VI.—Cæsar, De Bell. Civ. lib. II. <<

[124] Esta ciudad, célebre por haberse decidido en su campo la lucha en que César y Pompeyo se disputaban el imperio del mundo, se ha creído mucho tiempo que fuese la actual Monda, en la provincia y a seis leguas de Málaga, Así lo han creído y consignado, inducidos acaso por la semejanza de los nombres, Morales, Mariana, Ferreras y otros historiadores españoles, a quienes generalmente han seguido los escritores extranjeros. Ya el erudito Pérez Bayer demostró que las relaciones históricas de Floro, Hircio, Suetonio, Patérculo, Dion y otros autores latinos, referentes a la batalla de Munda, no podían aplicarse a la actual Monda: él creyó que correspondían mejor a Monturque. Pero el señor don Miguel Cortés, en su Diccionario Geográfico-histórico de la España antigua, ha demostrado deber fijarse en Montilla, cuyo nombre pudo ser derivación corrompida de Munda illa. Prescindiendo de lo más o menos verosímil de esta derivación, lo que nos hace adherirnos a la opinión del señor Cortés es el ajustarse a la posición de Montilla mejor que a otra población alguna las circunstancias de territorio y de lugar, y las distancias respectivas de las demás poblaciones contiguas que anduvieron los romanos de uno y otro ejército antes de acampar en Munda, según los diferentes relatos de los historiadores latinos, las cuales todas convienen a Montilla. Había otra Munda más antigua en la Bastitania, que sonaba ya en las guerras de los Escipiones. <<

[125] Hist. de Bell. Hispan. <<

[126] «Plátano amado de los dioses, dijo Marcial, no temas ni el fuego ni el hierro sacrílego. Tu duración y tu lozanía serán eternas, porque es la mano de César la que te ha plantado». Lib. IX cap. 62. <<

[127] Suetonio y Plutarco en la vida de César.—Eutrop. Brev. rerum roman.—Dión Cassio, Floro, Veleyo Patérculo, y otros. <<

[128] Se contó por la era española en Cataluña hasta 1180, en Aragón hasta 1350, en Castilla hasta 1383. Para reducir la era española a la era cristiana no hay sino rebajar treinta y ocho años. <<

[129] Cap. I. del lib. I. de esta historia. <<

[130] Dion Cass. Lib. LI y LIII.-Flor. Lib. IV.-Oros. Lib. VI. <<

[131] Supónese ser de este tiempo un fragmento de canción bélica hallado por Humbold en Vizcaya en los manuscritos de un tal Juan Ibáñez en 1590, visitando los archivos de aquella provincia. Cópiale Rosseew-Saint-Hilaire en el Apéndice I. del tomo I. de su Historia de España. <<

[132] Mariana y otros autores varían en la relación de algunas circunstancias de estas guerras, no sabemos con qué fundamento. Nosotros hemos seguido aquello en que hallamos convenir más las antiguas historias latinas, no muy explícitas y claras en lo relativo a estos acontecimientos. <<

[133] Este templo, que se conservaba siempre abierto mientras Roma tenía pendiente alguna guerra, habíase cerrado solas tres veces en los siete siglos que Roma llevaba de existencia: la primera en tiempo de Numa, la segunda cuando terminó la guerra púnica, la tercera después que Octavio venció a Marco Antonio. La cuarta fue esta. <<

[134] Mariana hace venir ya a Agripa desde la primera guerra cantábrica, lo cual está en contradicción con todas las historias antiguas, que le suponen en aquel tiempo ocupado en otra parte. <<

[135] Dion Cass. lib. LIV.—Paterc. lib. II.—Flor. lib. II. <<

[136] Difficile est dictu quantum in odio simus apud exteras nationes propter eorum, quos cum imperio missimus, injurias el libidines. Cic. pro Leg. Manil. <<

[137] Gaudebat tellus vomere laureato. Plin. <<

[138] Para formar idea de la desmoralización, de la voluptuosidad y del libertinaje a que habían llegado los ricos patricios romanos, no hay sino leer las oraciones de Cicerón y las odas de Horacio. Sobre la suntuosidad de los palacios romanos y el lujo de su menaje, pueden verse las obras de Mazois y de Gabriel Peignot,que han recogido curiosos pormenores y noticias circunstanciadas sobre esta materia. Hállanse confirmadas estas noticias por todas las historias romanas. <<

[139] Etiam Cordubæ natis poetis pingue quiddam sonantibus atque peregrinum, tamen aures meas dedebat. Cicer. pro Arch. n. 26. <<

[140] Cuéntase que los tarraconenses enviaron una embajada a Augusto anunciándole que en aquel altar había nacido una palma, y que el emperador contestó con frialdad filosófica; «eso es prueba de que ofrecéis pocos sacrificios». La anécdota y la expresión son más bellas que exactas, pues según Tácito, los tarraconenses no erigieron el templo a Augusto hasta el reinado de Tiberio. Ann. lib. I.

Refiere también Dion Casio, y apenas hay historiador que no lo haya reproducido, el caso ocurrido entre Augusto y un español nombrado Caracota o Corocota, capitán de una cuadrilla de bandoleros, con la cual recorría el país, y aún se atrevía a penetrar en poblaciones considerables. Augusto había pregonado su cabeza. Esto y la viva persecución que sufría, inspiraron al famoso bandido la idea de presentarse en persona al emperador. Solicitó una audiencia. Otorgósela Augusto, y después de haber prometido que si le indultaba viviría honradamente el resto de su vida, concluyó reclamando para sí el premio ofrecido al que le presentara vivo o muerto, puesto que se presentaba él mismo. Concedióselo todo Augusto, encantado de la singular franqueza del célebre salteador. Los antiguos historiadores latinos, y los modernos historiadores extranjeros se muestran maravillados del carácter, resolución y grandeza de ánimo de aquel hombre. A los españoles no nos sorprende, porque no son raros en nuestro país los ejemplos de esta índole en hombres que adoptan el género de vida que hacía Caracota. Dion. Cas. I. LVI. <<

[141] Según Estrabón, las lanas de España eran las más apreciadas; se llegó a pagar un talento de oro por un carnero de raza española, y en Roma se daba el nombre de color spanus al color negro que distinguía a las lanas de España. Strab. lib. III. 1. c. <<

[142] Se mudó el nombre de Sextilis (llamado así basta entonces por corresponder al sexto mes del año romano), en el de Augustus (agosto), como antes se había mudado el de Quintilis en Julius (Julio), en honor de Julio César. <<

[143] Mucho pudiera decirse sobre la variedad que hay entre los cronologistas en lo de ajustar el año del nacimiento de Cristo con el de los periodos y épocas de la creación del mundo, de la fundación de Roma, del reinado de Augusto, de la era vulgar, etc., variando respecto al primero desde el 4000 al 4005, en el segundo desde el 747 al 753 o 54, en el tercero desde el 39 al 41, en el cuarto desde el 4 al 6, y lo mismo respecto a las Olimpiadas, al periodo Juliano, y así de los demás. Mas aunque los más hábiles cronologistas de los últimos siglos hayan casi unánimemente convenido en que la era de que nosotros nos servimos, desde que la adoptó Dionisio el Pequeño y con él la escuela latina, es cuatro años posterior al nacimiento del Salvador, de modo que en rigor el año 1850 debería contarse 1854, seguida ya universalmente la era vulgar, no es posible separarse de ella como dicen los autores del Arte de concordar las fechas, L’art de verifier les dates, y es la que como ellos seguimos nosotros. No obstante, para poder entender los autores que han seguido otro sistema cronológico y concertarlos entre sí y con los nuestros, pueden consultarse las extensas y curiosas noticias que sobre este importante asunto se encuentran en el prefacio y en la disertación sobre las fechas cronológicas de dicha obra L’art de verifier les dates, así como en la Clave Historial de Florez, pág. 16, y en el tomo IV. de su España Sagrada, pág. 494. <<

[144] Tac. Ann., lib. IV, cap. 11. <<

[145] Tac. Ann., lib. VI. <<

[146] Chateaub. Etud. Historiq. <<

[147] Dion Cas., lib. LXI. <<

[148] Nerón había hecho abrir a su presencia el hoyo que le había de servir de sepulcro. Al oír el ruido de los pretorianos que iban en su busca, acarició la hoja de su puñal, recitó algunos versos de Homero, y clavósele diciendo ¡Qué artista va a perder el mundo! Sabido es que entre otras flaquezas tenía Nerón la de creerse eminente en la poesía, en la música y en el arte de guiar un carro. <<

[149] Evulgato imperii arcano principem alibi quam Romæ fieri. Tac. Hist., lib. IV. <<

[150] Puede verse sobre esto la Disertación histórica sobre el acueducto y otras antigüedades de Segovia, de Somorostro. <<

[151] Justo Lipsio enumera detalladamente los que murieron en cada punto.—Joseph. de Bell. Jud., lib. VI. <<

[152] En el reinado de Carlos V., un paisano de las cercanías de Cañete la Real (el historiador Romey la nombra equivocadamente por dos veces Canta la Real,) descubrió una plancha de bronce con un curiosísimo rescripto de Vespasiano, que por lo interesante vamos a copiar traducido. Decía así: «César Vespasiano, Augusto, pontifica máximo, investido por la octava vez del poder tribunicio, de la autoridad imperial por la décima octava, cónsul ocho veces, saluda a los quatuorviros y a los decuriones de Sabora. Vista la exposición que me habéis hecho de las dificultades y apuros que os agobian, os permito edificar la ciudad en la llanura bajo mi nombre, como lo deseáis. Mantengo los tributos que decís habéis recibido del emperador Augusto. Para todos los demás que queráis percibir de nuevo, tendréis que presentaros al procónsul: no quiero establecer nada en este género sin que sean oídos los interesados. He recibido vuestra petición el octavo día de las calendas de agosto. He despachado vuestros diputados al tercero. Pasadlo bien.—Hecha grabar en bronce por la solicitud de los duumviros C. Cornelio Severo y M. Septimio Severo, por cuenta del peculio público».

Se ve aquí al emperador respondiendo desde la altura de su trono a la reclamación de un pueblo de España, se ve la brevedad con que la despachó, dando en esto ejemplo de actividad a los príncipes: el respeto a los privilegios concedidos por Augusto: su benevolencia hacia los magistrados de Sabora en creerles sobre su dicho, quœ accepise dicitis: que había en España ciudades stipendiatæ, esto es, que cobraban impuestos, y que una de ellas era Sabora: que para aumentar la cuota de estos tributos o exigir otros de nuevo, el emperador quería que se oyera antes al procónsul y a los interesados.

Extrañamos por lo mismo que el P. Mariana, al referirse a esta inscripción, se contenta con decir que no lo pareció ponerla, «ni en latín, porque no la entenderían todos, ni en romance, porque perdería mucho de su gracia. En nuestra historia latina, añade, la hallará quien gustare de estas antiguallas». <<

[153] Humani generis amor et desiderium etiam vivus: decía una inscripción conservada en Mérida. <<

[154] No sabemos de donde pudo sacar Mariana que Trajano fue discípulo de Plutarco, no hallándose noticia de ello en ningún autor antiguo. La carta del filósofo al emperador a que él se refiere, tiénese por apócrifa. De la escasa instrucción de Trajano da testimonio Juliano, y a ella atribuye el que se sirviera siempre de Sura para escribir sus cartas. <<

[155] Entre las muchas y suntuosas obras con que Trajano enriqueció y embelleció a España es una de las más sorprendentes (dado que el acueducto de Segovia no fuese obra suya también, como sospechan muchos) el puente de Alcántara que acabamos de citar. Puede verse su descripción en el tomo del Viaje de España de don Antonio Ponz correspondiente a Extremadura, en las notas de Sabau y Blanco a la historia de Mariana, tomo III, en el artículo ALCÁNTARA del Diccionario geográfico de Madoz, y en otros muchos lugares. Aquí se encuentran también las inscripciones, que antes habían copiado ya Florez en el tomo XII de su España Sagrada, Morales en el lib. IX de sus Inscripciones, Masdeu en el tomo VIII de su Historia Critica, y muchos otros autores. Nosotros copiaremos solo traducida, por parecernos la más importante, la de la capilla o templo hoy de San Julián, que empieza TEMPLUM IN RUPE etc.

«Este templo fabricado sobre una roca del Tajo, está lleno de culto y veneración de los dioses y del César, y en él la grandeza de la materia vence al primor del arte. Por ventura dará cuidado a los pasajeros, que siempre gustan de cosas nuevas, saber por quién y con qué fin se ha hecho. Sepan pues, que Lacer, que acabó este puente de extraordinaria grandeza, hizo el templo para ofrecer el sacrificio a los dioses y tenerlos propicios y favorables. Lacer, que hizo el puente, dedicó también el templo, porque ofreciendo dones a los dioses se aplacan y alcanza a su favor. Lacer, insigne en el arte divino de la arquitectura, hizo este puente, que ha de durar por los siglos del mundo: el mismo Lacer hizo el templo en honra y reverencia de los dioses de Roma y del César. ¡Dichoso uno y otro motivo de este edificio sagrado! Cayo Julio Lacer hizo y dedicó este templo con el favor de Curio Lacon, natural de Idaña».

Parece que no debe quedar duda de quién fue el arquitecto que dirigió el famoso puente: así como otras inscripciones expresan bien claramente haberse dedicado a Trajano.—Sobre las Antigüedades extremeñas puede consultarse la obra moderna que con este titulo ha publicado el anticuario don José Viu.

Acerca del acueducto de Segovia se hallan minuciosas y muy apreciables noticias en la historia de Colmenares, y en la obra antes citada de Somorostro.

La naturaleza de nuestra historia no nos permite detenernos en las descripciones de la parte monumental, ni podemos ni nos proponemos hacer otra cosa que mencionar o indicar las más notables, en cuanto es necesario, para dar idea del progreso o decadencia de España en este punto. Los que deseen noticias más circunstanciadas sobre esta materia, pueden consultar las obras arqueológicas y artísticas que de propósito la tratan. <<

[156] Eutrop., 1. VIII. <<

[157] En algunas monedas de Adriano se ve en el anverso el busto del emperador, en el reverso una matrona con un ramo de oliva en la mano, un conejo a los pies, y la palabra Hispania. Que fue lo que dio ocasión a algunos para tomar el conejo por emblema de España y para hacer derivar el nombre de la nación de la palabra span, conejo. En otra parte hemos manifestado la puerilidad de esta derivación, a pesar de las monedas de Adriano. <<

[158] Dion. Cas. lib. LXIII. <<

[159] En una letanía que cantaban después los hebreos se decía: Recordare, Domine, qualis fuerit Adrianus, crudelitatis consilia amplexus, consuluit idola se pervertencia, etc. Juan de Lent. De Judeorum pseudomessiis. <<

[160] He aquí aquellos singulares versos:

Animula, vagula, blandula,

Hospes comesque corporis,

Quæ nunc abibis in loca.

Palidula, rígida, nudula,

Nec ut soles, dabis iocos.

(Spartíano. Vida de Adriano). <<

[161] Su bisabuelo paterno era de Ucubi, ciudad de la Bética, no lejos de Itálica. <<

[162] El hecho le atestiguan casi todos los historiadores, y Tertuliano en su Apología habla de la carta de Marco Aurelio como de una cosa conocida. <<

[163] Hist. August. p. 128. <<

[164] Herod. in Vit. Herod. in Vit. Commod. <<

[165] Dion. Hist. Rom. lib. LXIII. <<

[166] Atque in latrina ad quam confugerat occisus. Hist. Aug. página 478. <<

[167] Hist. Aug. <<

[168] Al decir de Codro, comía este bárbaro cuarenta libras de carne, y bebía veinte y cuatro azumbres de vino. <<

[169] Direpta est ei cutis… at in templo barbarorum deorum ad memoriam triumphi clarissimi poneretur. Lactant. De morte persecut. cap. V. <<

[170] Carta de Claudio a Broco, gobernador de la Iliria. <<

[171] Cuando presentaron a Aureliano la ilustre prisionera de Palmira: «¿Conque has tenido atrevimiento, le dijo, para oponerte a un emperador romano?—Ignoraba, le contestó la cautiva reina, que hubiese todavía emperadores dignos de este nombre: a todos los consideraba como Galienos o Aureolos: pero me has vencido, Aureliano, y veo al fin un emperador». <<

[172] Hist. Aug. p. 222. <<

[173] Hist. Aug. Vit. Prob. Zosim. lib. I. <<

[174] Chateaubriand, en sus Mártires, ha hecho el retrato de las cualidades respectivas de los tres emperadores, Diocleciano, Galerio y Constantino, con mucha verdad histórica, y con la elegancia que distingue al ilustre escritor de nuestro siglo. <<

[175] Zosim. lib. II. <<

[176] Malgorza y Azanza, Discurso sobre el comercio de los romanos. <<

[177] Tacit. Ann. lib. XIII. <<

[178] Sen. De Clementia. <<

[179] Eun. Act. III. <<

[180] Epist. XVI. lib. I. <<

[181] Lucio Vero, el colega de Marco Aurelio, gastó en una noche con solo doce convidados la enorme suma de seis millones de sestercios. Fue memorable aquella cena en los fastos de la gastronomía. Jul. Capit. in Vero, cap. V. <<

[182] Familiarum numerum et nationes los llama Tácito. Annal. lib. XI.—Plinio dice que era necesario un nomenclator para conocerlos y llamarlos: y Ateneo, que había quien poseía quince o veinte, mil. Dignos. lib. VI. <<

[183] Citado por Cantú, Hist. Universal, Época VI. cap. V. <<

[184] Lamprid. Hist. Aug. in Vit. Heliog. <<

[185] «Los preceptos del cristianismo, dice Robertson, comunicaban tal dignidad a la naturaleza humana, que la arrancaron de la servidumbre deshonrosa en que se hallaba sumida. (Discurso sobre el estado del universo a la aparición del cristianismo).» Solo Gibbon se atreve a negar que fuese debido a la religión cristiana este admirable mejoramiento de la humanidad. <<

[186] Véanse Flórez, España Sagrada, tom. III. —Morales, Cron. general.— Medina, Grandezas de España.— Masdeu, Esp. Roman, tom. VIII.— Niegan los extranjeros la venida del apóstol Santiago a España y su predicación en nuestra Península. ¿Podremos dejar de respetar las tradiciones solo por que las nieguen los extranjeros? No nos detendremos ahora a refutar sus argumentos negativos: otros lo han hecho ya victoriosamente antes que nosotros. Solo diremos en cuanto a las dificultades de tiempo, que desde el año 38 de nuestra era, en que suponemos la venida de Santiago, hasta el 42, en que acaeció su muerte en Jerusalén, tuvo tiempo de ejercer su apostolado en España y de volver a la Palestina. <<

[187] También hay extranjeros, aunque no tantos, que nos quieren disputar la gloria de la venida y predicación del apóstol San Pablo. Pero de ella por fortuna tenemos clarísimos testimonios. Su intención de venir a España la manifestó él mismo bien explícitamente en la Epístola a los romanos. Cum in Hispaniam proficisci cœpero, spero quod præteriens videam vos. Cap. XV. ver. 24. Per vos proficiscar in Hispaniam. Ibid. vers. 28. De haberlo realizado certifican, San Juan Crisóstomo en la homilía XIII sobre la Epístola a los de Corinto, y en la X sobre la segunda carta a Timoteo; San Jerónimo en el lib. IV sobre Isaías, y en el cap. V sobre el profeta Amós; San Teodoreto en el Comentario sobro la Epístola a los Filipenses, y otros muchos de los primitivos santos padres. El año que San Pablo vino a España se cree haber sido el 60 de la era vulgar, y tiénese por cierto que vino por mar, y desembarcó en Tarragona, donde acostumbraban a hacerlo los cónsules y pretores, proponiéndose predicar la palabra de Dios en la España Oriental, como en la Occidental lo había hecho ya el apóstol Santiago. El ilustrado Sr. Cortés, dignidad de la iglesia metropolitana de Valencia, ha recogido los mejores testimonios sobre este asunto en un librito titulado: Compendio de la vida del apóstol San Pablo, impreso en Valencia en 1849. <<

[188] Acta primorum martyrum, etc. <<

[189] Prudent. in Himn. Martyr, Cæsar Aug.—Actas de los Mártires.— Depping., Hist. tom. II.— Tertuliano, contemporáneo de San Ireneo, en el escrito que presentó a Escápula, presidente de África, refiere como entonces se ejercía la persecución contra los cristianos de España por el presidente que se hallaba en León. Pero aún es mayor el testimonio que ofrece en el libro contra los judíos al cap. VII, donde hablando de las regiones que habían abrazado la religión cristiana aplica el todo a la nación española. Maurorum multi fines: Hispaniarum omnes termini, et Galliarum diversœ nationes. <<

[190] Vit. Constant. <<

[191] Supónese en estas decretales que el emperador había cedido al papa Silvestre y a sus sucesores la soberanía de Roma y de las provincias de Occidente. De aquí las pretensiones de los papas al señorío temporal. <<

[192] Con razón fue llamado Osio el padre de los obispos y el presidente de los concilios. Este virtuoso y sabio prelado, fue el alma de todas las asambleas religiosas de aquel tiempo y una de las antorchas más luminosas que ha producido la España. Su contestación a las cartas amenazantes del emperador Constancio, en la cual sostiene la separación de las potestades eclesiástica y civil, es la obra maestra de la magnanimidad episcopal. Desterrado a Sirmich a la edad de cien años, se le presentó una fórmula arriana para que la suscribiese: para ello emplearon con el venerable anciano todo género de tormentos: y es objeto de la discusión de los críticos si realmente flaqueó y llegó a suscribirla, o si después de suscrita se arrepintió. San Atanasio le defiende de la calumnia de haber firmado su condenación: y la mayor parte de los autores sostienen que murió en la comunión católica.—San Hilario, San Epifanio, Sócrates, Sozomeno, Aguirre, D. Nicolás Antonio, etc. <<

[193] «En Espagne, ce ne fut qu’au commencement du quatrieme siécle qu’on vit s’elever quelques édifices pour la célébration du nouveau culte… ce n’est qu’alors que paraissent les évéques et les pasteurs… Tous les actes de l’authenticité desquels on ne saurait douter témoignent du petit nombre de chrétiens que l’avénement de Constantin trouva en Espagne…». Charl. Romey, Hist. d’Espagn. Chap. X. Es más extraño esto en un escritor ilustrado, que comúnmente suele hacer justicia a las cosas de España, y que a renglón seguido conviene en que el concilio español de Illiberis fue por lo menos anterior al de Nicea, y que asistieron a él diez y nueve prelados, casi todos de la Bética. Si tan escaso era el número de los cristianos en España al advenimiento de Constantino, si no se había hablado antes de obispos ni de pastores, ¿cómo tan de repente pudieron celebrar un concilio nada menos que diez y nueve ilustres prelados de una sola provincia? <<

[194] L’Art de verifier les dates. <<

[195] Aguirre, Collectío máxima conciliorum Hispaniæ. —Algunos cánones de este concilio merecen ser notados, por la idea que dan de la relación en que estaban en aquel tiempo el antiguo y el nuevo culto de España. Se prohíbe a los cristianos entrar en los templos de la idolatría, dar sus hijas en matrimonio a los gentiles, tener ídolos en sus propiedades, etc. Pero los duumviros cristianos deberán, durante el año de su magistratura, abstenerse de entrar en las iglesias, porque los deberes de su cargo los obligan a asistir al menos a alguna ceremonia pagana. Infiérese que las magistraturas municipales las ejercían paganos, si bien los cristianos iban teniendo ya ingreso en ellas. El concilio huía de romper abiertamente con las autoridades constituidas; no se oponía a que los cristianos que desempeñaban oficios de república observaran el culto gentílico a que les forzaban los deberes civiles de su cargo, pero no quería que mezclaran los dos cultos. Por el canon LX. se declaraba que no serian considerados como mártires los que fueran muertos en el acto de derribar un ídolo, porque el Evangelio no lo ordena, y los apóstoles no lo practicaban así. Conócese que los prelados del concilio querían evitar las temeridades a que un celo excesivo conducía a aquellos fogosos cristianos. Prohibíase la granjería a los obispos y sacerdotes, y se les prescribía la continencia. Dábanse otras muchas disposiciones pertenecientes a disciplina eclesiástica, y muy particularmente a la reforma de costumbres, y se establecían penas contra la usura, contra el homicidio, contra el adulterio, contra la bigamia, contra la prostitución etc. Se prohibió pintar imágenes sagradas en las paredes de los templos; acaso porque los infieles no acusaran a los cristianos de ser también idólatras, o porque en las persecuciones no estuvieran expuestas a la profanación. <<

[196] Bética, Lusitania, Galicia, Tarraconense, Cartaginense, Tingitana y Baleares. <<

[197] Ducreux, Historia del Cristianismo. <<

[198] Viennet. <<

[199] Víctor el Joven. <<

[200] Gibbón. <<

[201] Escaligero. <<

[202] Superstitiosus magis quam sacrorum legitimus observator. Amm. Marc. En el siglo pasado Voltaire le llamaba modelo de reyes, y Montesquieu el más digno de cuantos han mandado a hombres. La Bletterie, a pesar de ser gran parcial de Juliano, le lisonjeó menos. Los filósofos franceses del siglo pasado disimularon poco su incredulidad y menos su apasionamiento a la filosofía anti-cristiana. Muy de otro modo y con más tino le juzga el erudito Chateaubriand en sus Estudios históricos, Disc. II, part. II. <<

[203] Amm. Marcel. lib. XXVII y XXIX <<

[204] Códig. Theodos. <<

[205] Jornand. De rebus Géticis, c. XIV. <<

[206] Amm. Lib. XXXI. <<

[207] Auditisque triste sonantibus cornuis. Amm. ibid. <<

[208] Cum regali pompa crematut est. Jornand. cap. XXVI. <<

[209] No podemos resistir a copiar la tierna despedida que San Gregorio hizo a la ciudad de Constantinopla al dejar la silla patriarcal, como un modelo de sentimientos piadosos, y como una muestra de la elocuencia cristiana de aquel tiempo.

«Adiós, decía, aldea de Jebus, de que hemos hecho otra Jerusalén. Adiós, santas moradas, que abarcáis los diversos barrios de esta metrópoli, y sois como el lazo y el punto de reunión de ella. Adiós, apóstoles santos, colonia celeste, que me habéis servido de modelo en los combates. Adiós, cátedra pontifical, trono envidiado y lleno de peligros, consejo de los pontífices, ornado con las virtudes y con la edad de los sacerdotes. Adiós, vosotros todos ministros del Señor, que os acercáis a él en la santa mesa cuando baja entre nosotros. Adiós, delicia de los cristianos, coro de nazarenos, piadosas desposadas, castas vírgenes, mujeres modestas, asambleas de huérfanos y de viudas, pobres que levantáis vuestros ojos hacia Dios y hacia mi. Adiós, casas hospitalarias, amigas de Cristo, que me habéis socorrido en mi enfermedad. Adiós, barras de esta tribuna, tantas veces forzadas por los que se agolpaban a oír mis discursos… Adiós, ciudad soberana y amiga de Cristo… Adiós, Oriente y Occidente, por los cuales he peleado y fui oprimido. Pero adiós especialmente vosotros, ángeles custodios de esta iglesia, que protegisteis mi presencia y protegeréis mi destierro. Y tú, santa Trinidad, mi pensamiento y mi gloria, convence y conserva a mi pueblo; compréndate, a fin de que yo sepa que crece cada día en saber y en virtud». <<

[210] Prisciliano, nacido en Galicia, de familia noble y rica, hombre intrépido, facundo, erudito, se había empapado en las doctrinas de los gnósticos y maniqueos, que le enseñaron Elpidio, maestro de retórica, y Agape, señora no vulgar, y las difundió en la iglesia de España. Afectando humildad en el traje y en las palabras, se captaba cierto respeto, y consiguió que tomaran su defensa algunos obispos, entre los que sobresalieron Instancio y Salviano. La herejía tomó tal fuerza que fue ya necesario congregar el concilio de Zaragoza, en que se condenó a los obispos mencionados, a Prisciliano y Elpidio. Los prelados pervertidos se reunieron y nombraron a Prisciliano obispo de Ávila, pero encontró resistencia en el metropolitano y en los demás obispos. El emperador Graciano mandó despojarlos de sus iglesias, que les restituyó después por empeños del maestre de palacio Macedonio. Máximo los sujetó al concilio de Burdeos: Prisciliano apeló del juicio de los obispos al César, y fue llevado a Tréveris; San Martín de Tours medió para que no fuese condenado a muerte, más habiéndose ausentado el santo de la ciudad, se abrió nuevamente el proceso, y Prisciliano fue degollado. <<

[211] Ambr. Epist. LI. <<

[212] Paul, in Vit. Ambros. <<

[213] S. August. De Civitat. Dei, lib. V. Cap. XXVI. <<

[214] Zosim. Hist. lib. IV. <<

[215] Exultare patres videas, etc. Prudent. contra Symmacum. <<

[216] Aguirre, Colección de Concil. Tom. II. <<

[217] Esta decretal es la primera que se encuentra en las colecciones antiguas de la Iglesia latina, y la primera que los sabios reconocen por verdadera. <<

[218] Fleury, Hist. eccl. Tom. IV, cap. XVIII. <<

[219] Orosio, Zosimo, Idacio, Marcelino, San Ambrosio, Aurel., Víctor que acabó con él su historia, y otros. <<

[220] Claud. de Bell. Getic.—Orosio, lib. VII. cap. XXXVII. <<

[221] Zosim. Lib. V. <<

[222] Jerem. cap. VI. <<

[223] Id. Lament. cap. I. <<

[224] Capitur urbs quœ totum cepit orbem. Hieronim. ad Eustochium. <<

[225] Idat. Chron. <<

[226] De estos últimos fue Constantino, a quien no valió ordenarse de sacerdote para hacer sagrada su persona. También le fue enviado aquel Atalo a quien Alarico había nombrado emperador de Roma, como para mofarse de la grandeza romana. Con todos estos se divertía Honorio exponiéndolos al público. Incapaz de resistir por sí mismo a ninguno de ellos, gozábase de hacerlos objeto de escarnio después que se los daban rendidos. Así se hacía aquel emperador mentecato la ilusión de que era fuerte. <<

[227] Idat. Chron.—Orosio, lib. VII. <<

[228] Idacio, Orosio, Salviano, Olimpiodoro. <<

[229] Azanza, sobre el comercio de Roma. <<

[230] Esprit des Lois, tom. I. chap. XIX. <<

[231] Citado por Chateaub. Estud. Histor. <<

[232] Guizot, Hist. de la Civilizat. <<

[233] Véase el cap. II. de este libro. <<

[234] Nec numero hispanos, nec robore gallos, nec artibus græcos superavimus. <<

[235] Hist. Nat. <<

[236] Plin. Hist. Nat. lib. IX. <<

[237] Nam sudaria Setaba ex Hiberis… Y en otra parte: Sudariumque Setabum, Catagraphonque linum. <<

[238] Sil. Ital. lib. III. <<

[239] En prueba de como se miraban en Roma las profesiones industriales, citaremos solo el hecho de haber condenado Augusto a muerte al senador Q. Ovinio, porque en Egipto había deshonrado su dignidad haciéndose director de ciertas manufacturas. Oros. Hist. Nat. <<

[240] Hist. Nat. <<

[241] Rioja, Ruinas de Itálica. <<

[242] Además de las muchas obras que sobre sus antigüedades monumentales se habían publicado en España hasta el primer tercio del presente siglo, se están publicando todavía al tiempo que esto escribimos dos obras especiales, que no dudamos sean de gran utilidad para nuestra historia, la una titulada: Antigüedades extremeñas, por el señor Viu, la otra, Tarragona monumental, por los señores Albiñana y Bofarull. <<

[243] Rutil. Galic. <<

[244] Berger escribió una obra exclusivamente sobre las grandes vías romanas, titulada: Histoire des grands chemins de l’Empire. <<

[245] Romey. Hist. d’Espagn. ch. XII. <<

[246] Schlegel. Hist. de la literatura antigua y moderna. tom. I, cap. III. <<

[247] Puede verse el catálogo de los hombros doctos de España en este tiempo en la Biblioteca Vetus de D. Nicolás Antonio, y en el tomo VIII. de la Historia crítica de España, de Masdeu. <<