erviosa no respondió al saludo de ese hombre porque ni bien entró a la casa, lo que le llamó la atención fue un olor que pudo identificar entre el olor a carne asada y otros aromas: olor a Confuso.
¿Su amigo Confuso, su querido amigo Confuso, al que extrañaba y no había vuelto a ver después de la última discusión sobre ese horrible libro, vivía allí?
Nerviosa recorrió cada centímetro de la casa y comprobó que además de olor a Confuso allí había pelos de Confuso, una pelota de goma mordida sin duda por Confuso, una casita de madera donde decía «Confuso», libros iguales a los que habían leído en el parque y una gran foto en una sala donde el dueño de casa, ese hombre con aspecto de torpe, aparecía abrazando a Confuso. En fin… ¡tenía que ser la casa de Confuso! Pero ¿dónde estaba él? ¿Se habría perdido?
Nerviosa regresó al patio para decirle a Irina que allí vivía su nuevo amigo Confuso, pero le fue imposible hablar con su dueña. Irina estaba cambiada. No oía nada que no fueran las palabras de ese hombre, no veía nada que no fuera él, y lo miraba todo el tiempo con cara de ensoñación ¿qué le pasaría? ¿Y el hombre? Él también la miraba a Irina con esa cara de tonto, sólo que en ese momento estaba ¡saltando, corriendo y persiguiendo a un chorizo que volaba! ¡Qué raro era todo ahí! El hombre debía estar loco. Seguramente por eso Confuso se había ido.
—¡Otra vez, otra vez! —gritaba Dimitri desesperado, trepando a una silla para atrapar el chorizo volador. Irina, para ayudarlo, subió a una mesa y saltó, pero en lugar de atrapar el chorizo fugitivo, cayó al vacío. Dimitri alcanzó a tomarla en brazos y los dos rieron, divertidísimos. ¡Qué tontos! Nerviosa, nerviosa, se puso aun más nerviosa.