imitri Dimitrovich estaba nervioso, esperando la llegada de Irina Bronski, a quien había invitado a almorzar. El corazón le latía a mil por hora. El día anterior, durante una larga conversación telefónica, habían hablado sobre los gustos de cada uno. Irina le había confesado que lo que más le gustaba comer era asado, así que ahí estaba Dimitri, preparando el primer asado de su vida para conquistar a Irina.
La conversación había terminado a las doce de la noche y en ese mismo momento Dimitri se conectó a Internet para buscar información sobre cómo hacer un asado. La encontró en un sitio alemán. Ayudándose con un diccionario pudo entender la mayor parte de las frases.
Siguiendo esos consejos había tardado casi dos horas en encender el fuego y en conseguir que se formaran algunas brasas. Ahora la carne ya se veía dorada y el olor a asado invadía el patio y las casas vecinas. Por la chimenea salía una lengua de humo azul parecida al dibujo que decoraba la página de Internet de donde había obtenido toda la información.
Hasta a Dimitri se le abría el apetito sintiendo ese aroma. Con el palo que tenía en la mano derecha acomodaba las brasas y con el tenedor que tenía en la izquierda daba vuelta los trozos de carne y los chorizos. Todo parecía muy bien encaminado, cuando un hecho inesperado lo sobresaltó: ante sus ojos asombrados un chorizo comenzó a elevarse.
El chorizo voló hasta el centro del patio, columpiándose como si una mano invisible lo sostuviera por el hilo. Dimitri alcanzó a saltar y lo tomó, quemándose la mano.
En el sitio de Internet donde daban las instrucciones para hacer un buen asado no decían nada sobre esa propiedad de los chorizos de salir volando. Seguramente era algo tan obvio que el dueño de la página no creyó necesario explicarlo. Tal vez los chorizos tuvieran una especie de gas en su interior que al calentarse los hacía volar. Después de todo un chorizo es bastante parecido, sólo que en miniatura, a un globo aerostático.
—Seguramente los asadores sujetan a cada chorizo con hilo o alambre —se dijo Dimitri.
A continuación buscó en toda la casa algún trozo de alambre o de hilo, pero no encontró nada. Finalmente tomó una cinta roja que servía para atar regalos. Con esa llamativa cinta fijó cada chorizo a la parrilla, formando un delicado moño en cada uno.
Justo cuando terminó de atar el último chorizo sonó el timbre de calle.
Era Irina y estaba bellísima.
—Te presento a Nerviosa —dijo la chica, después de saludar—. Nerviosa, te presento a Dimitri.
—¡Oh, qué linda perrita! —dijo Dimitri.